El profeta Ezequiel sobre Edom (III)
Por tanto, vivo yo —declara el Señor—, que a sangre te entregaré y la sangre te perseguirá; ya que no has odiado el derramamiento de sangre, la sangre te perseguirá (Ezequiel 35:6 LBLA).
Dios es amor, pero aborrece el pecado. Jesús amó la justicia, pero aborreció la iniquidad, por eso Dios le ungió con aceite de alegría más que a sus compañeros (Heb. 1:9). El hombre con la naturaleza de Esaú ama el pecado y no aborrece el derramamiento de sangre.
Las naciones cuyos gobernantes legislan sin aborrecer el derramamiento de sangre quedarán dentro del juicio emitido sobre Edom. En ocasiones, las leyes encubren ese derramamiento de sangre mediante artimañas del lenguaje, con eufemismos engañosos que solo calman la conciencia de aquellos que se engañan a sí mismos. El aborto es un claro ejemplo de lo que estoy diciendo. Cada aborto practicado deliberadamente es derramar sangre inocente. Una sociedad que no aborrece esa iniquidad, sino que la justifica con argumentos sobre el derecho a decidir de la mujer, está actuando en la naturaleza de Edom. No odia el derramamiento de sangre, por tanto, la sangre le perseguirá.
Una sociedad que permite la violencia, justificando al infractor y condenando al inocente, mantiene la simiente de Esaú en su seno.
Toda sangre derramada injustamente levanta una voz al cielo desde la tierra. La sangre de Abel, derramada por la mano de su hermano, levantó una voz tan fuerte que fue oída en el cielo y emitió un juicio que marcaría la vida de Caín. Y El le dijo: ¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra. Ahora pues, maldito eres de la tierra, que ha abierto su boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano. Cuando cultives el suelo, no te dará más su vigor, vagabundo y errante serás en la tierra (Gn. 4:10-12).
La sangre derramada tiene voz. Esa voz clama por retribución. La vida está en la sangre, por tanto, derramarla es quitar la vida y quedar convicto ante el trono de Dios. La sangre de los mártires por causa de Jesús será vengada (Apc. 6:9,10). Esaú estuvo dispuesto a derramar sangre y la sangre le persiguió.
En muchas ocasiones, cuando un hombre mata a su mujer, la sangre le persigue de tal forma que solo quitándose la vida puede apagar la voz de su conciencia acusadora. Pero hay una sangre que también habla, y lo hace más fuerte que la sangre de Abel, es la sangre del Justo, derramada en la cruz del Calvario para que podamos obtener la justicia de Dios y escapar de la naturaleza perversa de Esaú.
Si amas a Dios odiarás el derramamiento de sangre inocente.