70 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoLos orígenes del reino (XX) – Alabanza profética

… Encontrarás una compañía de profetas que descienden del lugar alto, y delante de ellos salterio, pandero, flauta y arpa, y ellos profetizando. Entonces el Espíritu de YHVH vendrá sobre ti con poder, y profetizarás con ellos, y serás mudado en otro hombre (1 Samuel 10:5,6).

         Una vez que Dios permitió la petición que hicieron los ancianos de Israel de tener un rey como las demás naciones, se puso en marcha todo un proceso para ungirlo. Un rey que seria del pueblo, escogido por Dios. La historia posterior revela las consecuencias de obstinarse contra la voluntad perfecta del Señor.

Samuel sería el puente entre el periodo de los jueces y la llegada de la monarquía a Israel. Dios le mostró que el elegido era el hijo de Cis, de la tribu de Benjamin. Una vez que Saúl «apareció» delante de Samuel, se le anunciaron una serie de sucesos que tendrían lugar hasta la consumación de su llamamiento como rey.

Hay que llamar la atención sobre el hecho de que fue Samuel quien inició lo que llamamos la escuela de profetas. La unción profética que estaba sobre el hijo de Ana se extendió a muchos otros, de tal manera que a partir de ahora nos encontramos con una expresión que se repetirá a lo largo de la historia antigua de Israel: los hijos de los profetas. Vemos cómo en distintas ocasiones aparece un varón de Dios, un vidente, un profeta enviado para una misión concreta. A menudo ni siquiera se menciona su nombre. Son vasos escogidos para que la palabra de Dios llegue a personas específicas, especialmente los reyes.

Pues bien, ese grupo de profetas tenían lugares donde se congregaban, estudiaban las Escrituras y fluían en el Espíritu de revelación. Una de sus características será la unción sobre el canto, de tal forma que muchos profetizaban en una atmosfera de adoración y una dimensión nueva y fresca del Espíritu de Dios. Todo ello antes de la llegada del rey de la casa de Judá.

En nuestro texto tenemos unas palabras muy relevadoras que Samuel traslada a Saúl antes de ser confirmado en el reino. Tenía que encontrarse con una compañía de profetas, precedidos de una expresión de alabanza con salterio, pandero, flauta y arpa; y en medio de esa adoración la compañía de profetas profetizando. Esa atmósfera atraparía también al tímido Saúl de aquellos días que sería envuelto por aquel ambiente celestial de adoración en el Espíritu; entonces vendría él Espíritu de Dios sobre él con poder y profetizaría junto con el grupo de profetas. Esta experiencia cambió la vida de Saúl de tal forma que a partir de entonces ya no sería el mismo.

         La adoración en el poder del Espíritu precede al reino mesiánico.

69 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoLos orígenes del reino (XIX) – La petición verbalizada

Y oyó Samuel todas las palabras del pueblo, y las refirió en oídos de YHVH (1 Samuel 8:21).

         Estamos en un momento trascendente de la historia antigua de Israel. Samuel es el trampolín entre el periodo de los jueces y la monarquía. Está escrito: Después, como por cuatrocientos cincuenta años, les dio jueces hasta el profeta Samuel (Hch.13:20).

Hemos visto que los hijos del profeta no anduvieron en los caminos de su padre, por tanto, parecía «lógico» que los ancianos pidieran una solución para el gobierno de Israel, echando mano, eso sí, de la manera de pensar del mundo que los rodeaba, es decir, pidiendo un rey como las demás naciones aunque ésta no fuera la voluntad de Dios.

Tenemos aquí algunos principios sobre la vida de oración que queremos considerar. En primer lugar notamos que la oración debe ser hecha cuando ya conocemos la voluntad de Dios, entonces pediremos conforme a su voluntad, y si pedimos conforme a su voluntad, Él nos oye y concede las peticiones que le hayamos hecho (1 Jn. 5:14). En caso de no conocerla, la oración debe hacerse para llegar a descubrirla, aunque si tenemos su palabra revelada en ese caso no hará falta, sino que seguiremos la voluntad revelada en su palabra de antemano.

La voluntad de Dios era ser Él mismo Rey de Israel, por tanto, los ancianos pidieron a Samuel que actuara contra la voluntad de Dios. De forma bien llamativa, el Señor lo permitió y mostró al profeta que siguiera al pueblo.

Cuando los ancianos oyeron las consecuencias de pedir un rey (tomará vuestros hijos para el ejército, acumulará riquezas, pedirá impuestos, etc.) no les interesaron, sino que se ratificaron en su postura obstinada. Entonces, (observa el detalle), Samuel refirió en oídos de YHVH los argumentos del pueblo. Samuel oyó todas las palabras del pueblo, y las refirió en los oídos de Dios. ¿Acaso el Señor es sordo que no había oído y conocido sus intenciones? Sí, las oyó, pero el recorrido de la oración conduce a presentarla literalmente ante el trono de Dios. Verbalizarlas. Exponer de viva voz las palabras que componen los argumentos de la oración que se expresa ante Él.

Está escrito: Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios… (Fil.4:6).  El salmista lo enseña una y otra vez. Veamos un ejemplo: Escucha, oh YHVH, mis palabras; considera mi gemir. Está atento a la voz de mi clamor, Rey mío y Dios mío, porque a ti oraré. Oh YHVH, de mañana oirás mi voz; de mañana me presentaré delante de ti, y esperaré (Sal.5:1-3).

         Aunque Dios había oído la voz del pueblo, Samuel las verbalizó en oración delante de Él, dando trascendencia a los argumentos expuestos.

68 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoLos orígenes del reino (XVIII) – El pueblo pide un rey

Y dijo YHVH a Samuel: Oye la voz del pueblo en todo lo que te digan; porque no te han desechado a ti, sino a mí me han desechado, para que no reine sobre ellos (1 Samuel 8:7). Luego pidieron rey, y Dios les dio a Saúl hijo de Cis, varón de la tribu de Benjamín, por cuarenta años (Hechos 13:21).

         La vida de Samuel como profeta de Dios había sido impecable. Su palabra llegó a todo Israel. La vida ministerial subió de nivel; una nueva atmósfera espiritual comenzó a penetrar en el pueblo de la promesa; sin embargo, todo ello no fue suficiente para que los hijos del profeta anduvieran en los caminos de su padre. Fueron puestos como jueces por Samuel (8:1), pero ser hijo de profeta no nos hace profetas. Como tampoco ser hijos de pastor en una congregación nos hace pastores dinásticos. El ministerio es un llamado de Dios, no una herencia familiar.

Los hijos de Samuel no anduvieron en los caminos de su padre, antes se volvieron tras la avaricia, dejándose sobornar y pervirtiendo el derecho (8:3). En esas condiciones tomaron la palabra los ancianos del pueblo pidiendo un rey como las demás naciones. Tampoco es garantía de hacer la voluntad de Dios ser anciano del pueblo. No siempre los ancianos toman decisiones correctas.

El hombre de Dios, en medio de esta encrucijada, se vuelve al Señor en oración. Y Samuel oró a YHVH (8:6). Después de oír con desagrado a los ancianos del pueblo pidiendo un rey, Samuel buscó el trono de la gracia. La respuesta del Señor es muy llamativa: «Oye la voz del pueblo en todo lo que te digan». ¿Cómo? ¡Pero si están haciendo una petición contraria a la voluntad de Dios! El Señor dijo: «no te han desechado a ti, sino a mí me han desechado, para que no reine sobre ellos».

Dios permitió esta petición en firme de los ancianos del pueblo. Reconoció que habían sido contaminados por la forma de pensar de los reinos vecinos; todos tenían su rey que iba delante de ellos a la guerra, ellos también querían uno, poniendo de manifiesto que no vivían en fe (el justo vive por fe), confiando en el Señor que los sacó de Egipto como su rey; aunque les advirtió de las consecuencias (8:9-18).

Vendrán días cuando la monarquía hará tropezar al pueblo, y sus oraciones no serán oídas a «causa de vuestro rey que os habréis elegido» (8:18). Más adelante, el mismo Samuel ungirá un rey conforme al corazón de Dios, pero ahora los ancianos no quisieron oír la voz del profeta, sino que «nosotros seremos como todas las naciones». Asimilación.

         El primer rey de Israel, Saúl, aunque elegido por Dios, fue pedido por los ancianos del pueblo contra la voluntad de Samuel y el Señor.

67 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoLos orígenes del reino (XVII) – El sacerdocio corrompido

Los hijos de Elí eran hombres impíos, y no tenían conocimiento de YHVH… Era, pues, muy grande delante de YHVH el pecado de los jóvenes; porque los hombres menospreciaban las ofrendas de YHVH (1 Samuel 2:12,17)

         Samuel, el hijo de Ana, nació y fue entregado al servicio en el templo de Dios. Mientras el niño crecía los hijos de Elí corrompían el sacerdocio. El proceso mediante el cual el Señor dio a Israel un profeta y más tarde un rey, se encontró con un sacerdocio viviendo lejos de la voluntad de Dios. Un mal ejemplo para el pueblo. No tenían conocimiento de Dios. Su pecado, muy grande a los ojos del Altísimo, hizo que los hombres menospreciaran lo establecido en la ley.

Podemos ver aquí un adelanto profético de la corrupción ministerial que precede a la llegada del reino mesiánico, coincidiendo con la apostasía que anunció el apóstol Pablo antes de la venida del Señor; y que convive con un nuevo tipo de sacerdocio fiel, que sirve conforme al corazón de Dios, cuyo ministerio es edificado para ungir al futuro rey de Israel (1 Sam.2:35).

Samuel y los hijos del sacerdote Elí forman parte de un mismo sistema sacerdotal pero con distintas formas de ministrar al Señor. El joven Samuel ministraba en la presencia de YHVH, vestido de un efod de lino (2:18). Los hijos de Elí hacían pecar al pueblo de YHVH (2:24). El joven Samuel iba creciendo en medio de esa situación decadente, pero era acepto delante de YHVH y delante de los hombres (2:26).

Los hijos de Elí morirían ambos en un mismo día (2:14). Samuel no dejaba caer a tierra ninguna de las palabras del Señor, siendo fiel profeta de YHVH, y el Señor se manifestó en su vida por medio de su palabra (3:19-21). Los hijos de Elí eran impíos y no tenían conocimiento de YHVH (2:12).

Ambos coinciden en un mismo tiempo, pero mientras Samuel crece hasta llegar a todo el pueblo con la palabra del Señor, los hijos de Elí se encaminan inexorablemente hacia el juicio de Dios.

En algunas de las iglesias de Apocalipsis nos encontramos con personas que viviendo en medio de falsas doctrinas (Apc.2:24) no participaron de ellas; y otros que estando en medio de la corrupción predominante no mancharon sus vestiduras, sino que anduvieron con el Señor en vestiduras blancas (3:4).

Así son nuestros días. Hay quienes sirven por ganancia deshonesta, y quienes lo hacen con sinceridad, sin contaminarse del entorno. El Señor conoce a los que son suyos, quienes esperan y apresuran la venida del Señor (2 P.3:12 LBLA).

         Un sacerdocio corrompido puede coexistir un tiempo con el espíritu profético que anuncia la llegada del amanecer mesiánico.

66 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoLos orígenes del reino (XVI) – Una madre de Israel

Delante de YHVH serán quebrantados sus adversarios, y sobre ellos tronará desde los cielos; YHVH juzgará los confines de la tierra, dará poder a su Rey, y exaltará el poderío de su Ungido (1 Samuel 2:10)

         Ana, la mujer estéril, afligida y despreciada por su rival se ha convertido en madre, una madre de Israel. Ha dado a luz un hijo de nombre Samuel, por cuanto lo pedí a YHVH (1:20); y después de destetado se presenta en el templo de Jerusalén para adorar al Señor; lo hace con regocijo, exalta su poder, su boca se ha ensanchado sobre sus enemigos, se ha alegrado en la salvación de YHVH. Ha sido cambiado su lamento en baile.

La oración de angustia ha dado paso a un canto de victoria y regocijo. Los dolores de parto han dado a luz un profeta de Israel que iniciará la escuela de los profetas, y ungirá a dos reyes: Saúl y David. Pero antes de la llegada del rey tenemos una mujer estéril (figura de una iglesia sin fruto), en paralelo con otra mujer, Penina, (figura de una iglesia que da a luz hijos carnales, que tiene a Sión por rival y enemigo, además enoja y entristece a la iglesia, que afligida clama por el alumbramiento de un nuevo día).

Tenemos aquí un cuadro de nuestros días que preceden al advenimiento del Mesías-Rey. La iglesia de Dios unida a Israel y sus profetas clamando por el reino venidero en Jerusalén; mientras las «Peninas» se ocupan en afligir a los redimidos de Sión, oponiéndose a la llegada del reino mesiánico.

Hay una parte del cristianismo orientado hacia la autorrealización personal que desprecia a Ana porque no está a la altura del status social que se le exige; una iglesia liberal que se adapta a las formas de pensar de este mundo viviendo bajo «jueces» donde cada uno hace lo que mejor le parece. Pero Ana, madre de Israel, clama en su aflicción; lo hace en soledad; lleva la carga sola; es malentendida por Elí (figura del sistema religioso institucional); pero ha dado a luz un hijo, un profeta; y su lamento ha sido cambiado en baile; es llena del Espíritu profético elevando un cántico al Señor que resuena siglos más tarde en el corazón de otra mujer, una joven, que ha recibido la visita del ángel Gabriel anunciando la llegada del Salvador del mundo y Rey de los judíos.

Ambas mujeres están unidas por la oración profética que marca el devenir de la historia. Ana anunciando un Rey Ungido: Dará poder a su Rey y exaltará el poderío de su Ungido. María recibiendo en su seno la simiente del heredero del trono de David, cuyo reino no tendrá fin (Lc.1:32,33). Es el Mesías-Ungido que anunció Ana en su oración siglos antes y que María ha engendrado del Espíritu.

         Ana y María, unidas por el mismo Espíritu, aunque separadas por siglos, forman parte de las madres de Israel que dan a luz el plan de Dios.

65 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoLos orígenes del reino (XV) – Una mujer estéril y afligida

Ella [Ana] con amargura de alma oró a YHVH, y lloró abundantemente. E hizo voto, diciendo: YHVH de los ejércitos, si te dignares mirar a la aflicción de tu sierva, y te acordares de mí, y no te olvidares de tu sierva, sino que dieres a tu sierva un hijo varón, yo lo dedicaré a YHVH todos los días de su vida, y no pasará navaja sobre su cabeza (1 Samuel 1:10,11)

         Está escrito que lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia (1 Co.1:27,28). Dios escogió a Abraham cuando era uno solo, y éste casi muerto, para bendecirlo, multiplicarlo y hacerlo una bendición para las naciones.

Ahora el Señor escoge a una mujer, Ana, estéril y afligida, amada de su esposo, pero despreciada por su rival (Penina), y la lleva a un punto de máxima angustia para que la oración sea su único refugio; y en esa cárcel de soledad y rechazo, derrama su alma ante el trono de la gracia para encontrar la ayuda oportuna.

De esa esterilidad, angustia y aflicción nacerá una oración tan potente que traspasará los cielos alcanzando el trono de Dios para cambiar el rumbo de la historia de su pueblo, y de todas las naciones, mediante el hijo que nacería y ungiría al futuro rey de Israel, mediante el cual vendrá el Mesías y Deseado de todas las naciones.

Una vez más estamos ante la insondable gracia y Providencia de Dios. Su soberanía para escoger los vasos de barro que Él quiere para llevar adelante su propósito eterno. El ámbito natural y terrenal en una simbiosis misteriosa y oculta con la dimensión sobrenatural y eterna.

El reino de Dios, enseñó el Maestro, es como el grano de mostaza, la más pequeña de todas las semillas de la tierra, pero después de sembrada, crece, y se hace la mayor de todas las hortalizas, y echa grandes ramas, de tal manera que las aves del cielo pueden morar bajo su sombra.

Ana, la futura madre del profeta Samuel, es la pequeña mujer, que con sus dolores de parto en la oración que elevó al cielo, dio a luz al iniciador de la escuela de los profetas de Israel, quien ungiría a dos reyes. La oración de entrega absoluta de Ana, derramando su alma en plenitud, dando su hijo a Dios, trajo liberación al pueblo y las naciones.

Y al final de su oración de gratitud, una vez que el hijo ha llegado, eleva su cántico (recogido más tarde por la madre del Mesías, aquella joven de la aldea de Belén, donde nacería el heredero del trono de David) profético en una oración sublime que consuela hoy a muchos afligidos.

         El nacimiento del profeta Samuel, que ungiría a David, fue la respuesta de Dios al clamor de una madre estéril, afligida y despreciada por su rival.

64 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoLos orígenes del reino (XIV) – Rut la moabita

Aconteció en los días que gobernaban los jueces, que hubo hambre en la tierra. Y un varón de Belén de Judá fue a morar en los campos de Moab, él y su mujer, y dos hijos suyos (Rut 1:1)

         No nos cansaremos de decir que la Escritura enseña que Dios actúa mediante procesos. Procesos en la vida de algunas personas, de pueblos y naciones, para realizar sus planes en la tierra.

Hemos visto en anteriores  capítulos que ya en el principio de la creación quedó establecida la formación de un reino. Un reino preparado y prometido para ser heredado en diversas fases (Mt.25:34). Jesús declaró mediante parábolas cosas que estaban escondidas desde la fundación del mundo (Mt.13:35).

Pues bien, ahora nos encontramos con una parte de ese recorrido que nos parece sorprendente. Los hechos históricos del libro de Rut nos sitúan en el tiempo de los jueces. Más concretamente en un periodo cuando el pueblo de las promesas y la bendición de Dios se encuentra en medio de una crisis social y económica que obliga a una familia a emigrar a una nación vecina, la cercana Moab.

Hubo hambre en la tierra. Esa no era la voluntad perfecta de Dios para Israel, sin embargo, la realidad se impuso con dureza. La familia de Elimelec y Noemí, no solo tuvieron que salir de su pueblo buscando fuera de Israel mejores condiciones de vida, sino que en poco tiempo, Elimelec murió, sus dos hijos se casaron con mujeres moabitas, y también fallecieron, quedando una viuda y dos nueras solas y desamparadas.

Noemí decidió regresar a su pueblo, pidiendo a sus nueras que buscaran un mejor futuro entre sus conciudadanos, lejos de ella. Orfa acepta la propuesta, pero Rut tomó una decisión trascendente para ella y el devenir del futuro reino de Israel. Sus palabras deberían estar siempre presentes en quienes formamos parte de la iglesia gentil: No me ruegues que te deje, y me aparte de ti; porque a dondequiera que tú fueres, iré yo, y dondequiera que vivieres, viviré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios (1:16).

En esta decisión firme de una joven moabita, extranjera, sin esperanza y sin Dios en el mundo, tenemos la conjunción del eslabón entre Israel y los gentiles para formar parte del reino de Dios. Rut es figura de la iglesia que ha sido unida a los pactos y las promesas hechas a Israel mediante el Mesías. De su futura boda con Booz nacerá Obed, padre de Isaí y bisabuelo del futuro rey David, con quién el Señor establecerá el pacto del reino mesiánico.

         La Providencia de Dios actúa en la historia de las familias y los pueblos para llevar adelante su plan de redención y gobierno milenial futuro.

63 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoLos orígenes del reino (XIII) – El tiempo de los jueces

Después como por cuatrocientos cincuenta años, les dio jueces hasta el profeta Samuel (Hechos 13:20). En aquellos días no había rey en Israel; cada uno hacía lo que bien le parecía (Jueces 17:6 y 21:25)

         La generación posterior a la de Josué, que no había conocido la guerra, pronto se estableció en la comodidad de una vida confortable. Sin embargo, la conquista estaba aún por realizar. Muchos de los habitantes cananeos habían quedado entre los israelitas, y pronto se dejaron contaminar por las prácticas idólatras que llevaban realizando por generaciones.

La fuerza de la tradición y costumbres de aquellos pueblos produjeron un efecto nocivo sobre los hijos de quienes habían luchado para tomar la heredad de Dios. Este periodo duró como unos cuatrocientos años. El Señor les dio jueces que levantaba en cada ocasión cuando el pueblo caía en la opresión a causa de sus pecados. Entonces se acordaban del pacto y clamaban al Señor. Por un tiempo volvían a disfrutar las bendiciones de la obediencia, pero regresaban una y otra vez al error de dejarse contaminar por las costumbres ajenas a su identidad de pueblo del pacto, para acabar siendo esclavos de sus vecinos.

Hubo algún intento de crear una monarquía en días de Gedeón, pero este se negó diciendo: No seré señor sobre vosotros, ni mi hijo os señoreará: YHVH señoreará sobre vosotros (Jue.8:22,23). Los demás pueblos tenían su rey que los sacaba a la guerra. Israel debía confiar en el Señor, su Rey, y vivir en fe al pacto. De esa forma podrían hacer frente a sus enemigos. Pero esos días acabaron en plena anarquía.

Los jueces fueron sucediéndose uno tras otro. Como no eran monarcas con dinastía hereditaria, el pueblo se dejaba contaminar por la influencia que ejercían las naciones vecinas. Se apartaban de la voluntad de Dios, y cada cual hacía lo que mejor le parecía.

Este periodo incierto de los jueces preparó el camino para que Israel asimilara la necesidad de tener un monarca como las demás naciones. Aunque esta no era la voluntad perfecta de Dios para su pueblo, sin embargo, se sirvió de ella para darles un rey según sus deseos (recuerda la petición de carne que hicieron en el desierto, hasta que quedaron hartos de ella y la aborrecieron Nm.11:20,33), para poco después establecer el pacto que tenía pensado desde la fundación del mundo en la figura de David y su simiente el Mesías-Rey. Pero antes hubo todo un proceso mezclado (Saúl) que culminaría con un rey conforme al corazón de Dios.

         El periodo intermedio desde la generación de Josué hasta los días del rey David fue un proceso de altibajos en Israel que culminaría con un pacto eterno.  

62 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoLos orígenes del reino (XII) – La generación de Josué

Tomó, pues, Josué toda la tierra, conforme a todo lo que YHVH había dicho a Moisés; y la entregó Josué a los israelitas por herencia conforme a su distribución según sus tribus; y la tierra descansó de la guerra (Josué 11:23)

         El Señor introdujo a Israel en la tierra que había prometido a Abraham y su descendencia. La promesa tomó forma física. Se materializó en un lugar geográfico determinado de antemano. El pecado de los cananeos había llegado a su colmo, y el juicio de Dios (recuerda: la paga del pecado es muerte) irrumpió en aquella generación de cananeos. Estos perdieron la tierra que habían contaminado con sus prácticas idólatras y pecaminosas.

Y la nueva generación de israelitas que había surgido en el desierto (también Israel recibió el juicio de Dios, solo los mayores de veinte años arriba entraron en la tierra, excepto Caleb y Josué) heredaron la tierra de la promesa. Bajo el liderazgo de Josué, que a su vez estaba sujeto al Príncipe del ejército de YHVH, conquistaron en poco tiempo una buena parte del territorio que el Señor había prometido a Abraham unos cuatrocientos años antes (Gn. 15:16 y Hch.7:6).

En todo este periodo encontramos diversos juicios. Primeramente sobre Egipto, la nación que esclavizó a Israel por varias generaciones. Luego vemos la redención de Israel y su liberación de Egipto. El juicio sobre los israelitas que pecaron en el desierto, y por su incredulidad no pudieron entrar en la tierra de la promesa. A la vez notamos el juicio sobre los cananeos cuyo pecado había subido hasta el trono de Dios.

Vemos a Israel poseyendo la tierra y estableciéndose como pueblo de la promesa para vivir según las ordenanzas dadas en el Sinaí. Tenemos ahora al pueblo del pacto en la tierra del pacto. Toda aquella generación obtuvo la heredad. Los pueblos vecinos que quedaron alrededor de Israel eran monarquías, cada pueblo con su rey. Israel era gobernado por Dios a través de Jueces, el primero fue Josué. La voluntad de Dios fue establecer su reino en aquel lugar a través de su pueblo para ser luz a las naciones.

Bajo el liderazgo de Josué, toda aquella generación que había conocido las maravillas de Dios en el desierto y experimentado la victoria sobre los pueblos cananeos, mantuvieron la fe y la obediencia a los estatutos del Señor. Quedaba tierra por conquistar. Era objetivo de la siguiente generación. Seguía habiendo enemigos que combatir y erradicar. Josué exhortó al pueblo a servir a Dios, como él y su casa lo habían hecho. Y Sirvió Israel a YHVH todo el tiempo de Josué, y todo el tiempo de los ancianos que sobrevivieron a Josué y que sabían todas las cosas que YHVH hacía hecho por Israel.

         La heredad había sido conquistada y el reino tomaba forma en la tierra.

61 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoLos orígenes del reino (XI) – El Príncipe del ejército de YHVH

Y Josué, yendo hacia él, le dijo: ¿Eres de los nuestros, o de nuestros enemigos? Él respondió: No; mas como Príncipe del ejército de YHVH he venido ahora. Entonces Josué, postrándose sobre su rostro en tierra, le adoró; y le dijo: ¿Qué dice mi Señor a su siervo? (Josué 5:13-15)

         Después de cuarenta años en el desierto, Israel está delante de la tierra prometida para conquistarla. Moisés ha muerto. Josué ha sido elegido para llevar al pueblo a la conquista de Canaán. El desafío es grande. Josué se siente abrumado y tiembla ante la responsabilidad. Tiene la certeza de que el Señor le acompaña, pero necesita más, ahora se encuentra con un personaje imponente con una espada desenvainada. La duda le asalta. ¿Eres de los nuestros, o de nuestros enemigos? En ese momento el varón que está delante de él se presenta como el Príncipe del ejército de YHVH. Ha venido como Rey de Israel para ponerse al frente de la batalla que se avecina.

Batalla que se desarrolla en dos dimensiones, una terrenal y otra espiritual. Josué ya conoce esa realidad, la vivió en los días cuando tuvo que pelear contra Amalec, mientras Moisés, Aarón y Hur estaban en la cumbre del collado para levantar la vara de Dios, mientras Josué y el ejército se batían contra sus enemigos que se habían levantado contra el trono de YHVH (Ex.17:8-16).

Cuando Josué supo la identidad del Príncipe del ejército de YHVH, lo adoró y le reconoció como Señor. No puede haber duda de quién se trata. El León de la tribu de Judá ha salido para ponerse al frente de los ejércitos de Dios y pelear las batallas del Señor (Ex.14:14) (Dt.20:4).

Desde el principio del llamamiento de Dios a Israel como pueblo elegido ha tenido enemigos que combatir. Cuando ha andado en la Ley de su Dios el Señor ha salido como Príncipe del ejército para pelear por ellos. La batalla es inevitable y se presenta en dos esferas, una terrenal y otra espiritual. Ambas convergen. Ambas son de Dios y no debemos espiritualizarlas.

Aunque la lucha de la iglesia no es contra carne y sangre, sino contra principados y potestades en las regiones celestes, y nuestras armas no son carnales, sino poderosas en Dios para derribar fortalezas, el pueblo de Israel sí ha combatido, y debe hacerlo aún hoy, contra enemigos que han venido a destruirla para tratar de abortar los planes de Dios.

Como iglesia de Dios debemos ocupar nuestros puestos; de la misma manera que hicieron Moisés, Aarón y Hur en lo alto de la montaña, orando y levantando altar al Señor. Formamos parte del mismo reino. Israel y los redimidos unidos en la misma batalla.

         Yeshúa es el Príncipe de los ejércitos de YHVH que ayudó a Josué a conquistar la tierra, y es cabeza y Señor de la iglesia. El Mesías-Rey.