96 – No debemos ignorar los dones

La vida en el EspírituEn cuando a los dones espirituales, no quiero, hermanos, que seáis ignorantes. Sabéis que cuando erais paganos, de una manera u otra erais arrastrados hacia los ídolos mudos (1 Corintios 12:1,2).

         Vamos a adentrarnos ahora en el capítulo de la Biblia que más ampliamente aborda el tema de los dones espirituales, aunque como hemos dicho antes hay mas dones de los que aparecen aquí, lo vimos en las meditaciones correspondientes a Romanos capítulo 12. Desglosemos el texto.

Pablo no tiene complejos en abordar un tema que para nosotros, siglos más tarde, ha venido a ser motivo de controversia. El apóstol de los gentiles no quiere que los hermanos de Corinto ignoren acerca de los dones espirituales, lo cual quiere decir que es posible ser cristiano y vivir ignorándolos. Hacerlo es motivo de pérdida.

Todo aquello que no se enseña del amplio consejo de Dios queda relegado, por tanto, ignorado, y sin oír la enseñanza no hay una fe activada para poner en marcha aquello que se ignora. Lo vimos con toda claridad en el caso de los discípulos que encontró Pablo en Éfeso que ni siquiera habían oído hablar si había Espíritu (Hch. 19:2). Ignorar una verdad del evangelio es perderla. No enseñarla es desobediencia.

Muchos adoptan una actitud fácil ante un tema complejo en el que entra en juego algo más que la teoría interminable. Los dones deben ser manifestados para edificación del cuerpo de Cristo, pero hay dones que su manifestación producen polémicas o desórdenes, y poco a poco los desplazamos para que no compliquen nuestro «buen orden eclesiástico», procurando centrarnos en aquellos otros dones que son más «educados», y por tanto, más fácilmente aceptables.

No abogo por el desorden ni el desatino, pero ciertas manifestaciones de algunos dones es inevitable que alteren la tranquilidad de nuestros cultos. Especialmente si un endemoniado se manifiesta, o una mujer encorvada provoca la acción de Jesús en sábado.

Pablo enseña que ignorar los dones espirituales puede devolvernos a las prácticas paganas de ser arrastrados a ídolos mudos. Contrasta los cultos paganos, sus ritos y ceremonias muertas, con la manifestación viva de los dones del Espíritu operando entre los hermanos donde Cristo es glorificado e invocado por el mismo Espíritu. La historia de la iglesia demuestra que abandonar la llenura del Espíritu con la manifestación de los dones nos introduce en un estado de muerte e idolatría.

         La ignorancia de los dones por falta de revelación puede ser corregida con la verdad, pero ignorarlos nos reintroduce en el paganismo mudo.

95 – Cada uno ha recibido un don

La vida en el EspírituSegún cada uno ha recibido un don especial, úselo sirviéndoos los unos a los otros como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios (1 Pedro 4:10).

         Antes de adentrarnos en el capítulo más conocido de los dones del Espíritu, (1 Corintios 12), me gustaría hacer un interludio entre los dones vistos en Romanos y los que veremos en 1 Corintios. No porque unos sean más importantes que otros, o más sobrenaturales, todos los dones del Espíritu trascienden el ámbito natural, por tanto son sobrenaturales, proceden del Espíritu, no del hombre. Sino porque creo que es necesario hacer énfasis en algunos aspectos esenciales cuando hablamos de los dones.

Debemos diferenciar entre talentos y dones. Los primeros son capacidades sobresalientes en ciertas personas que superan el nivel habitual de capacidad en alguna habilidad especial. Aunque en última instancia todo procede de Dios, debemos decir que para ejercer un talento del tipo que sea, musical, en ciencia, en deporte, etcétera, no se necesita ser espiritual, es decir, el hombre natural puede tener (de hecho tiene y algunos son sorprendentemente llamativos) un talento especial aunque su vida esté alejada de Dios. Por su parte un don espiritual solo puede ser recibido por aquellas personas que han nacido de nuevo, forman parte del reino de Dios y están conectados al Espíritu de Dios.

Los dones de los que habla el apóstol Pedro en el texto que nos ocupa son para usarlos en el servicio a los hermanos, para servirnos los unos a los otros, habiéndolos recibido de la multiforme gracia de Dios. No son para comerciar con ellos y obtener ganancias. Son dados de gracia para ser ministrados de gracia. Como dice el apóstol «de gracia recibisteis, dad de gracia». Esta es una diferencia sustancial con el talento natural que suele ser motivo de enriquecimiento personal y renombre del que lo posee.

El apóstol Pedro deja nítidamente claro que cada uno ha recibido un don especial. Todos los hermanos, miembros del cuerpo de Cristo, hemos recibido al menos un don para poder servir a los demás como buenos administradores de la gracia recibida. Generalmente suele ser nuestro servicio predominante, aquel que brota de forma «natural» en nuestro diario vivir, dentro del ámbito del Espíritu. Esta es una doctrina apostólica. Muy amplia en Pablo, pero también en Pedro.

         El don recibido por gracia debe ser ministrado desde la misma fuente de gracia en la que nos fue dado. Y hacerlo como fieles administradores.

94 – El don de la misericordia

La vida en el EspírituPero teniendo dones que difieren, según la gracia que nos ha sido dada, usémoslos… el que muestra misericordia, con alegría… (Romanos 12:8).

         La misericordia es parte del carácter de Dios. El Salmo 136 repite en todos sus 26 versículos esta expresión: «Porque para siempre es su misericordia». «Las misericordias del Señor jamás terminan, pues nunca fallan sus bondades; son nuevas cada mañana» (Lam. 3:22-23). Por tanto estamos hablando de un aspecto muy relevante de la naturaleza divina. No está al alcance del hombre natural. Comienza a manifestarse en aquellas personas que han nacido de nuevo a la imagen de Su Hijo, formados a su semejanza (Ro.8:29).

Está escrito: «Misericordia quiero, y no sacrificio» (Oseas 6:6). Pero además de todo ello hay un don de misericordia que obra en algunas personas de manera especial. Tiene que ver con una dimensión mayor de la misericordia que se espera a los hijos de Dios. Se manifiesta en obras de amor, bondad y compasión que suelen dejarnos boquiabiertos cuando las conocemos. Decimos «¿cómo es posible que esta persona pueda realizar estas obras?»

El buen samaritano de la parábola de Jesús tenía el don de la misericordia. El sacerdote y el levita, a quienes se les suponía obras de piedad, pasaron de largo, pero aquel samaritano anónimo hizo un alto en su camino para atender, con los riesgos que conllevaba, a aquella persona golpeada y herida (Lc.10:33-34).

Vemos estas obras hoy en día en muchos de aquellos hermanos que trabajan con el desecho de la sociedad: indigentes, drogadictos, los menesterosos, los pobres… La misericordia es sentir compasión por los que sufren y ofrecerles ayuda. Es una virtud del ánimo que lleva a algunas personas a compadecerse de las miserias ajenas. Significa sentido de compasión para aliviar el sufrimiento. «Su preocupación por la desdicha de los hombres lo lleva a la ansiedad por aliviarla» (Martyn Lloyd-Jones).

El buen samaritano, figura de Jesús mismo, tuvo compasión de la persona golpeada por ladrones y salteadores. Se acercó, vendó sus heridas derramando aceite y vino, llevándolo al mesón y cargando en su cuenta los gastos que ocasionaron su recuperación completa. Fue la respuesta de Jesús a la pregunta «¿quién es mi prójimo?», para concluir con esta máxima: «Ve y haz tu lo mismo». Están de moda los dones espectaculares pero la misericordia es un don que procede del mismo Espíritu para ayudar a los demás y hacerlo con alegría…

         Jesús ascendió al cielo llevando cautiva la cautividad y dio dones a los hombres, dejando su sello en aquellos que continuarían su obra en la tierra.

93 – El don de dirigir o presidir

La vida en el EspírituPero teniendo dones que difieren, según la gracia que nos ha sido dada, usémoslos… el que dirige, con diligencia… (Romanos 12:8).

         En la versión Reina Valera dice: «El que preside, con solicitud». Dirigir o presidir a otros es un don dado por el Espíritu Santo a la congregación de Dios. Adelantémonos a decir que este don no tiene nada que ver con una actitud de control, o de hechizar mediante manipulación para conseguir aunar voluntades. Algunos que tienen este don pudieron comenzar a ejercerlo debidamente, (como tantos otros dones), para desviarse de su cometido original y acabar ejerciendo señorío sobre los redimidos del Señor. Fue la actitud de Diótrefes (3 Jn.9,10), y la doctrina de los nicolaítas, denunciada por el mismo Señor como práctica de algunas iglesias del Apocalipsis (Apc. 2:6 y 2:15).

Pablo enseña que hay que «reconocer a los hermanos que con diligencia trabajan entre vosotros, y os dirigen en el Señor y os instruyen, y que debemos tenerlos en muy alta estima con amor, por causa de su trabajo» (1Tes.5:12,13). Dirigir es un trabajo en beneficio de los hermanos que debe hacerse con diligencia, para instruir a otros y guiarlos por la senda marcada por el Señor y Pastor de las ovejas. Dirigirlos por el camino ya trazado que conduce a la vida eterna.

En el antiguo templo eran los levitas quienes se encargaban de dirigir el canto y la alabanza al pueblo (1 Crónicas. 15:21,22 y 23:3,4). Un buen ejemplo de la función de este don lo encontramos en la vida de Nehemías. Dirigió la obra de la reconstrucción de la muralla de Jerusalén con verdadero tesón, sabiduría, valentía y una vida intensa de oración.

Dirigir a otros y sacar las capacidades de cada uno en beneficio de la unidad y la edificación del cuerpo de Cristo es un milagro de los dones de dirección ejercidos debidamente. Los dones siempre deben ir acompañados por el fruto del Espíritu. Talento y carácter harán eficaz el servicio de una forma sobrenatural.

Dirigir es un don de Dios para servir a los hermanos. Esta es la enseñanza de Jesús: «Pero no es así con vosotros; antes, el mayor entre vosotros hágase como el menor, y el que dirige como el que sirve» (Lc. 22:26). Hoy tenemos muchos «señores» y pocos obreros que sirven en el espíritu del Maestro y Señor. Y a todo ello hay que añadir la sabiduría que es provechosa para dirigir (Ecl. 10:10 RV60).

         Dirigir a otros es un arte dado por el Espíritu Santo a algunos hermanos con el fin de guiar a muchos por la senda de la justicia y la verdad.

92 – El don de dar

La vida en el EspírituPero teniendo dones que difieren, según la gracia que nos ha sido dada, usémoslos… el que da, con liberalidad… (Romanos 12:8).

         En una sociedad orientada hacia el egoísmo personal, la competencia y los intereses mezquinos, hablar de dar con liberalidad parece una utopía, sin embargo, este es un don que debe estar presente en la congregación de Dios porque el Espíritu Santo lo da.

Conocí, hace años, a un hermano empresario, que nos visitaba en Toledo y apoyaba la obra pionera que realizábamos, que cuando compartía con sencillez la palabra de Dios nos decía: «yo tengo el don de dar». Y realmente lo hacía con liberalidad. Nunca más he oído a otro hermano decir que tiene este don. Sí hay una insistencia en enseñar a dar para obtener una gran cosecha, pero eso no tiene nada que ver con el don que nos ocupa.

El apóstol nos dice: «el que da, con liberalidad». Y ¿qué es liberalidad? Pues es la cualidad de la persona que ayuda o da lo que tiene sin esperar nada a cambio. Es la virtud moral que consiste en distribuir generosamente sus bienes sin esperar recompensa. Es un don de Dios. Todos debemos aprender a darnos a nosotros mismos, pero hay un don que tiene la característica de dar a otros de tal forma que supera el ámbito natural, es una cualidad del Espíritu de Dios distribuida a ciertas personas.

Pablo dijo de Jesús: «el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gá.2:20b). El don de dar y el amor van juntos. Porque «si diera todos mis  bienes para dar de comer a los pobres… pero no tengo amor, de nada me aprovecha» (1 Co.13:3).

Recuerdo dos episodios cuando esta liberalidad se desató en toda la congregación. Uno en el desierto cuando Israel salió de Egipto y Moisés pidió una ofrenda para realizar el tabernáculo, trajeron tanto y con tanta liberalidad que hubo que pedir que dejaran de hacerlo. La otra fue en la iglesia primitiva cuando vendían sus propiedades y lo vendido lo ponían a los pies de los apóstoles.

Pablo lo enseñó a los corintios cuando recogía una gran ofrenda, precisamente para los hermanos de Judea, por las necesidades que más tarde sobrevinieron. «Por la prueba dada por esta ministración, glorificarán a Dios por vuestra obediencia a vuestra confesión del evangelio de Cristo, y por la liberalidad de vuestra contribución para ellos y para todos» (2 Co.9:13). Estas prácticas tienen muy poco que ver con la insistencia en algunos púlpitos para forzar a los hermanos a «invertir» en el reino de Dios con la promesa de hacerse ricos. El don de dar con liberalidad nada tiene que ver con todo ello.

         Dar a otros con liberalidad significa hacerlo en amor y sin esperar una transacción económica y bursátil como si fuera comprar acciones de bolsa.

91 – El don de exhortación

La vida en el EspírituPero teniendo dones que difieren, según la gracia que nos ha sido dada, usémoslos… el que exhorta, en la exhortación… (Romanos 12:8).

         Debemos antes de nada definir lo que significa exhortar. Según el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua significa «incitar a uno con palabras, razones y ruegos que haga o deje de hacer alguna cosa». Esta es una misión de cada uno de los hermanos, aunque hay los que tienen un don de exhortación que suele acompañar al de enseñanza. Está escrito que debemos «exhortarnos los unos a los otros cada día… no sea que alguno de vosotros sea endurecido por el engaño del pecado» (Heb.3:13).

Si hay un llamado a exhortarnos los unos a los otros para no caer en el engaño del pecado, ¿cuánto más aquellos que han recibido esta función como un don especial deben ejercitarlo en beneficio de la comunidad de creyentes? El uso que se hace de esta función en el lenguaje bíblico no tiene nada que ver con lo que vulgarmente llamamos «echar la bronca». Tampoco tiene que ver con mandar a otros lo que tienen que hacer o dejar de hacer.

Los dones son dados para la edificación del cuerpo de Cristo, para que haya edificación y cobertura sobre el engaño del pecado que tan fácilmente nos envuelve. Tiene que ver con animar a los demás. Fue lo que hizo Bernabé cuando llegó a Antioquia y vio la gracia derramada sobre los discípulos. «Cuando vino y vio la gracia de Dios, se regocijó y animaba [exhortó RV60] a todos para que de corazón firme permanecieran fieles al Señor» (Hch.11:23 LBLA).

Pablo lo hizo en medio de la tempestad del viaje a Roma. «Ahora os exhorto a tener buen ánimo, porque no habrá pérdida de vida entre vosotros, sino sólo del barco» (Hch.27:22). Vemos que animar a los hermanos y la exhortación son sinónimos. En las congregaciones hay que «alentar a los de poco ánimo» (1 Tes.5:14), ¿cómo? exhortándolos con la palabra de fe, vida y esperanza. La práctica de la profecía tiene también esa función en la congregación. «El que profetiza habla a los hombres para edificación, exhortación y consolación» (1 Co. 14:3).

Por tanto la exhortación debe tener como fundamento la palabra de verdad. Los profetas de Israel exhortaban al pueblo para que se volvieran a Dios. Pablo dijo a Timoteo y Tito que debían exhortar a la congregación con toda paciencia y doctrina (2 Tim.4:2) (Tito 1:9 y 2:15). No se trataba de enseñorearse de la grey, sino del ejercicio de autoridad delegada para edificación, no para destrucción. También debemos exhortar a nuestros hijos.

         La congregación de Dios necesita este don funcionando con valentía en la vida de la iglesia para evitar el error y el engaño del pecado.

90 – El don de enseñanza

La vida en el EspírituPero teniendo dones que difieren, según la gracia que nos ha sido dada, usémoslos… el que enseña, en la enseñanza… (Romanos 12:7).

         Como es fácil entender no pretendo ser exhaustivo en la exposición de los dones del Espíritu, pero sí quiero iniciar el tema para que nos pueda servir de arranque en un estudio más profundo que cada uno puede hacer. Hay un don de enseñanza. No todos lo tienen, como los demás dones, y por tanto, no todos deben enseñar, aunque podemos compartir experiencias y textos bíblicos, de la misma forma que todos podemos exhortar sin tener el don de la exhortación.

Bien, dicho esto, meditemos. ¿Cuál debe ser la evidencia del don de enseñanza? Los que tienen este don exponen la doctrina de tal forma que abren el entendimiento de los oyentes. Su exposición abre la Escritura para comprenderla con cierta facilidad. También se trata de poner el sentido a lo que está escrito, como en el caso de los levitas en aquella reunión en los días de Esdras y Nehemías. El escriba Esdras leía el libro de la Ley de Moisés y había un grupo de personas mencionadas y los levitas que «explicaban la ley al pueblo… traduciéndolo y dándole el sentido para que entendieran la lectura… los levitas que enseñaban al pueblo… Y todo el pueblo se fue a comer, a beber, a mandar porciones y a celebrar una gran fiesta, porque comprendieron las palabras que les habían enseñado» (Neh. 8:1,7,8,9,12).

En los requisitos que se mencionan en las cartas de Pablo para los pastores y ancianos, uno de ellos es que sean aptos para enseñar (1 Tim.3:2 y 5:17). El que se dedica a la enseñanza, teniendo el don de Dios, no debe descuidar el estudio continuo. Podemos enseñar a otros de lo que hemos aprendido por estudiar, pero aquellos que tienen el don dado por el Espíritu demuestran una capacidad mayor en la exposición de la Escritura; convencen, persuaden, añadiendo a su don un carácter probado.

Apolos tenía un don de enseñanza sólido, era vehemente, aunque eso no impidió que siguiera aprendiendo de Priscila y Aquila (Hch.18:24-28). Jesús es el Maestro, y cuando expuso su mensaje a los dos discípulos de Emaús sus corazones ardieron cuando les abrió las Escrituras. Generalmente los pastores han recibido este don como parte de su equipo ministerial. Este don manifiesta siempre en sus poseedores un gran deseo de estudiar las Escrituras, como en Esdras, «que había dedicado su corazón a estudiar la ley del Señor, y a practicarla, y a enseñar sus estatutos y ordenanzas en Israel» (Esdras 7:10).

         El don de enseñanza facilita, con eficacia, el servicio de aquellos que han sido llamados por Dios para enseñar a otros.

89 -El don de servicio

La vida en el EspírituPero teniendo dones que difieren, según la gracia que nos ha sido dada, usémoslos… si el de servicio, en servir… (Romanos 12:7).

         Aprovechando el tema del don que nos ocupa debemos decir que aunque hay dones predominantes en diferentes hermanos, eso no significa que el resto no debemos o no podemos actuar en esa dirección. El servicio es una misión de todo cristiano, hemos sido llamados a servirnos los unos a los otros, pero hay algunos hermanos que han recibido un don especial en cierto tipo de servicios. De la misma manera que todos debemos evangelizar pero no por ello somos evangelistas.

Hay un don de servicio que se ve en los hermanos que muestran una capacidad especial para servir, están dispuestos a realizar actividades que para otros son muy onerosas, pero ellos las hacen con verdadera pasión. Pienso en mujeres/hombres que muestran una capacidad especial en preparar comida para mucha gente, además tienen la habilidad de organizar eventos que para otros significan un verdadero «dolor de cabeza».

Pienso en los hermanos que escogieron para servir las mesas de las viudas en la iglesia primitiva. Luego algunos de ellos evolucionaron de tal forma que se transformaron en evangelistas con la manifestación de otros dones de la lista de 1 Corintios 12 (caso de Felipe y Esteban). No podemos dejar de mencionar a Marta, la hermana de Lázaro, que siempre estaba dispuesta para las tareas domésticas, aunque ello le causara cierta aflicción, lo cual viene a enseñarnos que podemos ejercer un don sin que ello signifique que no lleguemos a experimentar cansancio y agotamiento en su uso.

En muchas congregaciones encontramos a hermanos que están siempre dispuestos a realizar cualquier tipo de trabajo a favor de otros. Siempre quieren ayudar y no escatiman esfuerzo en su realización. Manifiestan un verdadero deleite en el servicio a los demás, y esto puede manifestarse de múltiples formas, porque el servicio es siempre muy diverso. Tal vez este don no es tan espectacular como otros dones, pero no debemos olvidar que todos son carismas, tienen un potencial sobrenatural porque proceden del Espíritu, no de nuestra propia habilidad, aunque podemos y debemos desarrollarlos y perfeccionarlos con práctica y esfuerzo añadido mediante un mayor aprendizaje. Los dones no son para hacer perezosos, sino para que partiendo de la iniciativa del Espíritu lo perfeccionemos y desarrollemos a lo largo de nuestra vida; eso sería «negociar» con el talento recibido y no enterrarlo (Lucas 19:15).

         Jesús es nuestro modelo de servicio, el don inefable por excelencia.

88 – El don de profecía

La vida en el EspírituPero teniendo dones que difieren, según la gracia que nos ha sido dada, usémoslos: si el de profecía, úsese en proporción a la fe… (Romanos 12:6).

         El don de profecía no nos hace profetas. Las hijas de Felipe profetizaban pero no eran profetas (Hch.21:8,9). Pablo no está hablando aquí del ministerio de profeta, sino del don de profecía. Incluso dice en otro lugar que todos pueden profetizar para que todos sean exhortados (1 Co.14:31). El propósito de los dones es siempre la edificación del cuerpo de Cristo (1 Co.14:12). El que profetiza habla a los hombres para edificación, exhortación y consolación (1 Co.14:3).

En este caso se trata de una palabra de aliento, guiada por el Espíritu, para animar, corregir y consolar a los hermanos en la congregación. No es, en primer lugar, una profecía para adelantar el futuro, esa misión sí corresponde al ministerio de profeta, que ve en el Espíritu lo que viene; por ejemplo, el profeta Agabo sobre el viaje de Pablo a Jerusalén (Hch.21:10,11).

Hay los que dicen que la profecía es la predicación, puede ser y debe ser así, pero de lo que habla el apóstol en este caso no es de la predicación sino del don de profecía. Lo explica en 1 Corintios 14:24,25 al compararlo con el que habla en lenguas con interpretación. Enseña que la manifestación del don de profecía es una señal para convencer, juzgar, poner al descubierto los secretos del corazón para que la persona se postre y adore a Dios, declarando que en verdad está entre vosotros.

Recuerdo una experiencia personal en los primeros años de mi conversión. Entré en un culto de visita por primera vez, y cuando terminó se acercó una mujer descubriendo los pensamientos que había tenido sobre la reunión gloriosa que acabábamos de tener, dándome un mensaje del Señor sobre mi llamamiento al pastorado. Nunca me había visto y nunca más volví a ver a esta mujer, pero su mensaje puso al descubierto mi corazón y fui grandemente edificado y afirmado en mi fe.

Pablo enseña que no debemos menospreciar las profecías (1 Tes.5:19,20). Tampoco debemos recorrer el mundo entero detrás de ellas buscando lo que queremos oír. No podemos burlar a Dios. Sin embargo, el mal uso de las profecías no anula el don. Es posible la manipulación y las palabras infladas en todo ello, por eso hay que probar las profecías siempre y confirmarlas por el Espíritu en nosotros y la palabra de Dios… nunca son palabra infalible (1 Jn.4:1,2). A pesar de las posibles dificultades el apóstol nunca las prohibió, sino que corrigió lo deficiente y enseñó un uso adecuado y con orden. El don siempre debe fundamentarse sobre un carácter probado y maduro.

         La profecía debe usarse en proporción a la medida de la fe recibida.

87 – Usemos los dones recibidos

La vida en el EspírituPero teniendo dones que difieren, según la gracia que nos ha sido dada, usémoslos… (Romanos 12:6).

         Generalmente relacionamos los dones del Espíritu con la primera carta a los Corintios, pero estamos viendo que la carta a los Romanos tiene mucho que decirnos al respecto. En el capítulo 12 encontramos una relación de dones espirituales que rara vez vinculamos a la lista de dones del Espíritu. Me propongo, con la ayuda del Espíritu de verdad, relacionarlos en las próximas meditaciones uno por uno. Ahora quisiera ahondar en algunos aspectos básicos que debemos tener en cuenta.

Hemos visto que el apóstol Pablo tenía el anhelo de viajar a Roma para impartir dones espirituales a los hermanos, él sabía que de esa forma la congregación de la capital del Imperio sería ampliamente edificada si los dones estaban actuando de manera regular entre ellos. De ahí su empeño en visitarlos y confirmarlos mediante la liberación de algunos dones en sus vidas.

Los dones son regalos del Espíritu, pertenecen al Espíritu, no a la persona, aunque ésta sea el mayordomo de los bienes recibidos y debe administrarlos con fidelidad y honestidad. La función de los dones está ligada a la dependencia del Espíritu, a vivir y andar en el Espíritu, aunque también pueden manifestarse viviendo en la carne (caso de algunos corintios), y lejos de la voluntad de Dios (caso del rey Saúl). También puede haber imitaciones y falsificaciones. Los dones o la manifestación del Espíritu son dados para el bien común (1 Co.12:7), no para manipular o dominar a los creyentes.

Pablo nos da en este texto tres premisas básicas que no debemos olvidar para hacer un buen uso de los dones. En primer lugar dice que hay dones diferentes. Sencillo. No todos tenemos el mismo don, de otra forma ¿dónde estaría el cuerpo? Los dones son complementarios unos a otros. En segundo lugar los hemos recibido según la gracia de Dios, no por nuestro esfuerzo o capacidad especial. No debe haber motivo de arrogancia. No hemos hecho nada para merecerlo, lo hemos recibido para el bien del prójimo. ¡Que pronto olvidamos esto! Y en tercer lugar, dice el apóstol, usémoslos. Recuerda la parábola de los talentos y el juicio del Señor sobre aquel que solo recibió un talento y lo guardó sin «negociar» con él. Fue desobediente aunque pensó que era prudente. El apóstol Pedro enseña lo mismo cuando dice: «Según cada uno ha recibido un don especial, úselo sirviéndoos los unos a los otros como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios» (1 Pedro 4:10 LBLA).

         Usar el don, o los dones, que hemos recibido es parte de nuestra obediencia a Dios y del servicio a los hermanos.