115 – Dones ministeriales – pastores y maestros

La vida en el EspírituY El dio a algunos el ser… pastores y maestros (Efesios 4:11).

         Generalmente hablamos de cinco ministerios que son los que aparecen en el capítulo 4 de Efesios, sin embargo, la conjunción «y» une a pastores y maestros. Yo creo que no hay pastores que no sean maestros; precisamente uno de los requisitos que menciona Pablo para los obispos, guías, o supervisores, es decir, pastores, es que sean aptos para enseñar. Y por otro lado no puedo entender que haya maestros sin un corazón de pastor para guiar y enseñar a otros en la doctrina. Por tanto aquí uniré estos dos ministerios en uno: «pastores y maestros».

Este es el más conocido y usado. Generalmente se le llama pastor a la inmensa mayoría de quienes dirigen una congregación. Y en muchos casos lo son, pero no en otros. Se abren «iglesias» de cualquier forma, con un pequeño grupo de personas que salen de otra, por el motivo que sea, y se juntan para formar una nueva iglesia. Este modelo fraccionado no siempre es útil y mucho menos tiene el respaldo del Espíritu, −me recuerda el tiempo de los Jueces cuando cada uno hacía lo que bien le parecía−, creyendo que por tener un local de culto y formalizar unas actividades ya somos una iglesia.

Una congregación necesita un pastor dentro de un consejo de ancianos que supervisan y guían la grey. El ministerio pastoral tiene el cuidado de las almas. Las alimenta, cuida y guía siendo un modelo para quienes están a su cuidado. No debe enseñorearse de los hermanos, sino ser ejemplo de la grey. No codicioso de ganancias deshonestas, creyendo que la piedad es motivo de ganancia, sino sirviendo al Señor y los hermanos con ánimo pronto.

El equipo de dones del pastor suele ser el de enseñanza, de presidir o dirigir, exhortar… Tiene un corazón tierno y firme para que la iglesia crezca sana. Delega en otros hermanos de confianza funciones asignadas por el Espíritu. Reconoce los demás dones en la congregación y busca la edificación de todo el cuerpo de discípulos.

El maestro y pastor hace discípulos. Defiende la verdad del evangelio con valentía, sin parcialidad, sin temor de hombres, porque entonces no sería siervo de Cristo (Gá. 1:10). No se deja manipular por las familias influyentes de la congregación. Tampoco peca de nepotismo, poniendo en los lugares de privilegio a sus familiares sin que estos tengan el reconocimiento del Espíritu. En definitiva, una gran labor, muy necesaria para que la iglesia del Señor sea luz y sal en el mundo.

         Los pastores y maestros han sido dados por el Señor al cuerpo para capacitar a los santos y que reciban edificación.

 

114 – Dones ministeriales – evangelistas

La vida en el EspírituY El dio a algunos el ser… evangelistas (Efesios 4:11).

         Debemos combinar la lista de dones ministeriales de 1 Corintios 12:28 con Efesios 4:11. De esta forma podemos ver que los evangelistas tienen como dones relevantes en su equipo ministerial milagros y sanidades, aunque también aparecen en otros ministerios como el de apóstol y profeta.

El ministerio evangelístico es aquel que tiene una capacidad dada por el Espíritu para anunciar el evangelio con la confirmación de señales y prodigios. Tienen un potencial especial para hacer avanzar el evangelio en pueblos y naciones donde muchos se convierten al Señor. Lo vemos en el evangelista Felipe en el libro de Hechos y en la ciudad de Samaria. Predicó el evangelio de tal forma que el Señor confirmó el mensaje con señales y milagros, la ciudad quedó conmovida por el impacto de la predicación del que había comenzado sirviendo a las mesas de las viudas. Sin embargo, necesitó la llegada de los apóstoles Pedro y Juan para que orasen por los discípulos y recibieran el Espíritu Santo.

Esto nos enseña que ningún ministerio tiene todos los dones, nos necesitamos los unos a los otros; Jesús ha distribuido su plenitud en la totalidad del cuerpo, por tanto, necesitamos reconocer lo que somos y no somos, lo que tenemos y no tenemos, sin arrogancia ni complejos, con humildad, sabiendo que somos parte de un cuerpo donde hay diferentes dones y ministerios.

Todos podemos y debemos predicar el evangelio, pero el potencial divino para extender su reino en pueblos y naciones ha sido dado a algunos, debemos reconocerlos sin idolatrarlos y aportar nuestros dones. Por su parte la persona con el llamamiento de evangelista necesitará reconocer a los demás ministerios y sus funciones para completar lo que a él mismo le falta.

Cuando un evangelista se vuelve maestro y sienta cátedra, abusando de sus dones espectaculares para asumir una autoridad que no tiene del Espíritu, ha puesto la primera piedra de un edificio inestable que será levantado con la simiente interna de su propia destrucción. La obra sufrirá pérdida.

Hay mucha edificación sobre heno, paja y hojarasca, debemos edificar y apoyar aquello que se edifica sobre oro, plata y piedras preciosas, cuyo fundamento siempre es Jesucristo. Por otro lado, el evangelista no solo predica a las multitudes, sino que lo hace también a personas individuales. El mayor evangelista de todos, Jesús de Nazaret, habló a solas con Nicodemo, enseñó a una mujer, y samaritana, también lo hizo a multitudes. Él es nuestro modelo.

         El Señor ha dado a algunos el ser evangelistas para anunciar el evangelio con señales y prodigios que abren pueblos y naciones al mensaje del reino.

113 – Dones ministeriales – profetas

La vida en el EspírituY en la iglesia, Dios ha designado… en segundo lugar, profetas (1 Corintios 12:28).

         Los dones ministeriales son personas, por su parte los dones espirituales son funciones. Cada hombre o mujer llamado por Dios a un servicio tiene la capacidad del Espíritu para la función ministerial a la que haya sido llamado.

El ministerio de profeta es para anunciar la palabra de Dios, hacer discípulos, denunciar el pecado de una persona, una congregación o una nación. Su mensaje tiene la fuerza del martillo que golpea la piedra (Jer.23:29). Suelen ser personas de fuerte carácter, capaces de enfrentar gran oposición, en muchas ocasiones experimentan la soledad de anunciar un mensaje impopular, molesto al hombre carnal e incomprensible para muchos creyentes.

El Señor los envía delante para abrir camino entre una multitud de mentiras y engaños. Su voz tiene un mensaje para regresar a la verdad olvidada o abandonada. Es el ejemplo de Juan el Bautista. Él mismo dijo: «soy una voz que clama en el desierto».

Es inevitable la soledad en la vida de aquellos que han sido llamados como profetas, aunque esto no signifique que su generación los reciba como tales. Generalmente adornamos sus sepulcros una vez han muerto, mientras que en vida no aceptamos su mensaje (Mt.23:29-31).

La mayoría de los profetas de Israel experimentaron el rechazo de sus contemporáneos. Pensemos en Jeremías, en Ezequiel, en Micaías, en Elías y tantos otros. En la iglesia de Antioquia «había profetas y maestros» (Hch.13:1-4). En Hechos 15:32 se menciona a Judas y Silas como profetas, no se trataba de personas solitarias, ambulantes y excéntricos, trabajaban en equipo, estaban en contacto con los demás ministerios.

La profecía hay que juzgarla (1 Co.14:29). No encontramos en la Escritura nada parecido a una actuación individual y caprichosa, estaban sujetos a un consejo de presbíteros y ancianos. No existe en la Biblia el modelo piramidal con un líder/pastor que lo hace todo, lo decide todo y su voluntad es impuesta al cuerpo con autoritarismo.

Es un peligro cuando el Señor da un ministerio fuerte y la persona se enorgullece trabajando solo, oyendo aclamaciones de la gente, por ello es tan importante trabajar juntos. En Antioquia había un equipo ministerial múltiple, se mencionan algunos, y entre ellos fueron llamados por el Espíritu Bernabé y Pablo para una obra apostólica. Oí decir hace años a uno de mis maestros que se necesitan veinte años, o más, de estudio y trabajo con la Escritura para hacer a un profeta.

         Los espíritus de los profetas están sujetos a los profetas (1 Co.14:32).

112 – Dones ministeriales – apóstoles

La vida en el EspírituY en la iglesia, Dios ha designado: primeramente, apóstoles (1 Corintios 12:28).

         He querido enfatizar en las tres meditaciones anteriores (según la enseñanza paulina) la verdad del cuerpo de Cristo en su diversidad de dones y funciones, para tener una base sólida al entrar ahora a hacer un breve recorrido por los dones ministeriales.

Comenzaremos, claro, por el primero, los apóstoles. «Primeramente apóstoles». Todos sabemos que la palabra apóstol significa «enviado», y no puede haber predicación del evangelio si no hay los que son enviados, es decir, apóstoles (Ro.10:14,15). Jesús escogió a doce para que estuvieran con él, para que tuviesen autoridad y para enviarlos a predicar (Mr. 3:13-19). Son los doce apóstoles. Uno de ellos traidor, Judas, que fue substituido por Matías (Hch.1:23-26). De entre ellos destacaron algunos, y fueron contados por columnas de la primitiva congregación: Jacobo, Pedro y Juan (Gá. 2:9).

Luego vino el llamamiento de Pablo como apóstol de los gentiles, enviado a las naciones, de quién tenemos información y enseñanza más que de ningún otro. La enseñanza apostólica, referida a los primeros, incluyendo a Pablo, es el fundamento de nuestra fe, juntamente con los profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesús mismo (Ef.2:20). Todo lo cual constituye el fundamento de nuestra fe.

Los primeros discípulos estaban entregados continuamente «a las enseñanzas de los apóstoles…» (Hch.2:42). En este sentido no se puede hablar de apóstoles con la misma autoridad. «Primeramente, apóstoles». Punto. Luego ha habido y hay dones ministeriales enviados a pueblos y naciones para predicar el evangelio de Dios, pero nunca con el mismo nivel de autoridad que los primeros apóstoles.

Hoy se usa y abusa de este término como un título; muchos se autodenominan apóstoles antes de usar su propio nombre; Pablo nunca lo hizo, (como ha reseñado un pastor de Madrid en uno de sus escritos), si no que siempre iba primero el nombre, Pablo, luego la función, apóstol de Jesucristo (Ro.1:1). Hoy se dice: el apóstol (título), luego viene el nombre de la persona, y en muchos casos (demasiados) con luces de neón.

Solo deberíamos pasar por las listas que hace Pablo en sus cartas a los corintios para recordar cuáles son las señales de un verdadero apóstol de Jesús, nunca un título, si no una función, y está plagada de persecuciones por ser enviados a predicar a Cristo y este crucificado (1 Co.4:9-13) (2 Co.11:10-33) (1 Co.1:22-24).

         Primeramente apóstoles para poner el fundamento y edificar la congregación de Dios; escogidos para una función no para ostentar un título.

111 – La diversidad procede de Dios mismo

La vida en el EspírituPorque el cuerpo no es un solo miembro, sino muchos… Ahora bien, Dios ha colocado a cada uno de los miembros en el cuerpo según le agradó… Ahora bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno individualmente un miembro de él (1 Corintios 12:14,18,27).

         La diversidad no es para combatirla si no para aceptarla. Toda la creación de Dios revela esta verdad. También en el cuerpo de Cristo. La tendencia de los regímenes totalitarios procedentes de Babilonia buscan la uniformidad, el dominio y gobierno piramidal imponiendo el pensamiento único, un gobierno mundial, Jesús dijo: «No será así entre vosotros, sino que el que quiera ser el mayor que sea como el que sirve». Aquella es la doctrina de los nicolaítas, la cual el Señor aborrece (Apc.2:6,15). Era la forma de gobierno de Diótrefes (3 Jn.9,10), a quién le gustaba ser el primero, que prohibía y expulsaba de la iglesia a los hermanos que no se sujetaban a su autoritarismo.

Los creyentes formamos un cuerpo con diferentes dones y funciones dadas por Dios mismo para la edificación de los demás. No ha elevado a unos por encima de otros, tampoco ha dado una cabeza visible en la tierra para ser su representante. Hay funciones y manifestaciones del Espíritu a través de muchos miembros. Ningún miembro puede elevarse por encima de los demás.

Cuando un hermano con su don está en el ejercicio de sus funciones los demás miembros se le sujetan, no por imposición, si no por la aceptación de la verdad del cuerpo enseñada por Pablo. Dar una categoría especial a unos sobre otros es no discernir el cuerpo. Hacer acepción de personas nunca ha sido la voluntad de Dios. El Señor es soberano para escoger y enviar a unos u otros, darles el equipo necesario para llevar a cabo su llamamiento, como lo hizo con Pablo y Bernabé en aquella reunión de ministración en la congregación de Antioquia.

La relevancia procede de Dios y debe ser reconocida y aceptada, no para hacer diferencias de valoración, si no para reconocer el cuerpo en la diversidad soberana de Dios. Saber lo que cada uno es, y no es, nos evitará siempre ser motivo de conflicto para nosotros mismos y para otros. Por tanto, la uniformidad (tener todos una misma forma) no es el propósito de Dios; tampoco hacer todos una misma cosa; más bien formamos parte de la gloriosa diversidad del cuerpo de Cristo; en él sí tomamos todos una misma forma, la forma de la plenitud compuesta de cada una de las partes y medidas recibidas del don de Cristo (Ef.4:7).

         Somos un cuerpo con muchos miembros, colocados cada uno en él, como a Dios le agradó. Aceptación y reconocimiento deben ser la norma.

110 – Bautizados por el Espíritu en un cuerpo

La vida en el EspírituPues por un mismo Espíritu todos fuimos bautizados en un solo cuerpo, ya judíos o griegos, ya esclavos o libres, y a todos se nos dio a beber del mismo Espíritu (1 Corintios 12:13).

         Por eso se nos dice en otro lugar que debemos guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz. A pesar de nuestra gran diversidad somos uno en el Espíritu. Esta unidad ha sido producida por el mismo Espíritu cuando nos sumergió en Él; hemos sido bautizados por el Espíritu en un cuerpo. Esa unidad tiene un fundamento: Jesucristo (1 Co.3:11), y se edifica sobre él con las verdades esenciales que de él emanan: «Hay un solo cuerpo y un solo Espíritu… una misma esperanza… un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos, y en todos» (Ef.4:4-6).

Inmediatamente el apóstol introduce en su enseñanza, una vez más, la parte que cada uno ha recibido de la plenitud de Cristo. «Pero a cada uno de nosotros se nos ha concedido la gracia conforme a la medida del don de Cristo» (Ef.4:7). Antes ha dicho que debemos «preservar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz» (Ef.4:3). Esa fue la oración sacerdotal de Jesús poco antes de ser entregado (Jn.17).

El bautismo del Espíritu en un cuerpo no lo realizamos nosotros, sino que es el Espíritu mismo quién produce este bautismo. La Escritura habla de diversos bautismos (Heb.6:2): en agua, en el Espíritu, en el cuerpo, también el bautismo de sufrimiento. Ahora estamos hablando del bautismo en el cuerpo por el Espíritu. Aquí no hay intervención humana, debemos reconocer a aquellos que han sido bautizados en el mismo cuerpo, bajo las bases mencionadas, y tener comunión con ellos a pesar de las discrepancias que pudiera haber en formas y estilos.

Debemos reconocer lo que el Espíritu dice, lo que aprueba, aunque a nuestros ojos «denominacionales» pudiera parecer extraño. Fue lo que hicieron Pedro y los que le acompañaron a casa de Cornelio. «Por tanto, si Dios les dio a ellos el mismo don que también nos dio a nosotros después de creer en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo para poder estorbar a Dios?» (Hch.11:17). Son los sellados por el Espíritu (Ef.1:13), después de haber escuchado el mensaje de la verdad, el evangelio de vuestra salvación, por tanto, no estamos hablando de ecumenismo, sino de reconocimiento de aquellos que han sido bautizados por el Espíritu en el cuerpo del Mesías. Habrá mezclas, pero la verdad está clara en el Espíritu.

         Hay un Espíritu, un cuerpo y muchos miembros diversos procedentes de todas las naciones que han bebido del mismo Espíritu.

 

109 – La individualidad dentro de la diversidad del cuerpo

La vida en el EspírituPero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, distribuyendo individualmente a cada uno según la voluntad de El (1 Corintios 12:11).

         Una y otra vez el apóstol usa la expresión: «a cada uno», «a uno», «a otro», para remarcar la verdad de que los dones del Espíritu son dados por el Espíritu a cada uno en particular, de forma individual, con el fin de edificar al cuerpo. Es decir, subraya la individualidad pero dentro de la diversidad de un mismo cuerpo.

Todas las manifestaciones de los dones pertenecen a un mismo Espíritu, desde un cuerpo y para un mismo cuerpo, aunque hay que reconocer la función propia de cada miembro en la edificación mutua. Toda esta obra de ingeniería espiritual la pone en marcha el Espíritu de Dios, como si fuera una inmensa orquesta, para que cada uno, en unión con el otro, pueda ejercer la habilidad que le ha dado el Espíritu en beneficio de todos. Es una verdad preciosa y liberadora, sencilla y clara, pero que por su incomprensión se ha vuelto motivo de rivalidades, envidias y pleitos, o sea, las obras de la carne.

Piensa. «Pero todas estas cosas las hace uno». El gravísimo error lo cometemos cuando partiendo del cuerpo nos aislamos de él para atraer la atención sobre nuestra propia manifestación elevando la individualidad a categoría de doctrina esencial, perdiendo con ello el equilibrio del Espíritu. Forzamos así la construcción de un cuerpo extraño, una especie de Frankenstein compuesto por piezas extrañas que deforman el cuerpo.

Cada don está unido al Espíritu para operar desde el mismo Espíritu, porque recibe de Él la función para edificar el cuerpo. Si nos desviamos de esta dependencia esencial y vital, acabaremos produciendo un cuerpo extraño, levantando un sistema religioso al estilo del pecado de Jeroboam, que partiendo del llamamiento de Dios inventó de su propio corazón días de fiesta, puso sacerdotes que no eran de la tribu de Leví, y lo institucionalizó tomando fuerza por la mezcla político-religiosa con resultados desastrosos para Israel, el pueblo escogido por Dios.

«Distribuyendo individualmente a cada uno según la voluntad de El. Estamos sometidos a la voluntad del Espíritu de Dios. Todo lo que se sale de ese sometimiento es rebelión, un cuerpo extraño, por tanto, el resultado estará muy alejado de la voluntad revelada de Dios. El Espíritu respeta nuestra individualidad, la potencia, la usa, pero siempre en beneficio de la totalidad, nunca para la exaltación de la parte, sino para la unidad del todo. Deberíamos aprender bien esta verdad.

         Los dones del Espíritu son dados individualmente a cada uno para ser usados en beneficio de la totalidad del cuerpo y su edificación.

LOS DONES MINISTERIALES

La vida en el EspírituLos dones ministeriales

Podemos decir que los dones espirituales son el equipo, las herramientas, que el Espíritu Santo da a los dones ministeriales, que son personas. Hemos visto una relación, no exhaustiva, de dones espirituales, ahora veremos la lista de dones ministeriales, que como digo, son personas llamadas por Dios a una función específica dentro de la diversidad del cuerpo de Cristo.

  1. La individualidad dentro de la diversidad del cuerpo (1 Co.12:11)
  2. Bautizados por el Espíritu en un cuerpo (1 Co.12:13)
  3. La diversidad procede de Dios mismo (1 Co.12:14,18,27)
  4. Dones ministeriales – apóstoles (1 Co.12:28)
  5. Dones ministeriales – profetas (1 Co.12:28)
  6. Dones ministeriales – evangelistas (Ef.4:11)
  7. Dones ministeriales – pastores y maestros (Ef.4:11)
  8. Dones ministeriales – capacitar a los santos (Ef.4:12)
  9. Dones ministeriales – llevar a la madurez y plenitud (Ef.4:13)
  10. Dones ministeriales – para salir de la niñez espiritual (Ef.4:14)
  11. Dones ministeriales – la meta es Cristo (Ef.4:15,16)

 

108 – El don de interpretación de lenguas

La vida en el Espíritu… A otro, interpretación de lenguas. (1 Corintios 12:10).

         Dice el apóstol Pablo que ahora conocemos en parte (1 Co.13:12), por ello siempre quedarán lagunas en nuestro entendimiento a la hora de tratar de comprender las diversas manifestaciones del Espíritu. También dijo en otro lugar y ocasión: «Y para estas cosas ¿quién es suficiente?» (2 Co.2:16). Por tanto, no pretendamos tener un concepto más elevado que el que debemos tener, tampoco más bajo, ni extralimitarnos en lo que no conocemos.

Los dones son dados por el Espíritu para edificación del cuerpo de Cristo. El don de lenguas y el de interpretación van juntos, actúan al unísono y generalmente se dan en la misma persona. El apóstol nos enseña que ambos dones vienen a tener la misma función que profetizar. «Yo quisiera que todos hablarais en lenguas, pero aún más, que profetizarais; pues el que profetiza es superior al que habla en lenguas, a menos de que las interprete para que la iglesia reciba edificación» (1 Co.14:5).

La interpretación no es una traducción palabra por palabra, sino que el Espíritu da las palabras que interpretan el mensaje dado en lenguas. En ocasiones se comprende la idea y se verbaliza con las palabras que el intérprete usa para expresarse. Estos dones los he visto manifestarse en diversas ocasiones, unas veces a través de la misma persona y otras mediante personas distintas. Sea como fuere, el propósito es la edificación de los oyentes y la gloria de Dios.

A los que fueron llenos del Espíritu en casa de Cornelio dice: «les oían hablar en lenguas y exaltar a Dios» (Hch. 10:46). Ambas cosas juntas. El Espíritu glorifica a Dios y a Jesús. Puede ser que alguno de los idiomas que hablaron lo entendieron o interpretaron por el mismo Espíritu.

Hablar en lenguas no es balbucear palabras, se trata de idiomas, ya sea humano o angélico, por tanto, suenan como un idioma, con fluidez, distinta entonación, diversidad de palabras y no siempre el mismo vocablo. Incluso puede haber cambio de idioma, lo he experimentado en diversas ocasiones.

La mente racional puede revelarse y buscar argumentos para contradecir lo que parece extraño, pero el texto bíblico, la enseñanza del apóstol Pablo en 1 Corintios 14, no deja lugar a dudas. Pablo dice que «Cuando os reunís, cada cual aporte salmo, enseñanza, revelación, lenguas o interpretación. Que todo se haga para edificación» (1 Co.14:26). Tampoco tienen todos este don, no todos interpretan (1 Co.12:30), es uno más de la relación que aparece en la Escritura.

         El culto a Dios está concebido en la Escritura como una manifestación múltiple de los diversos miembros, dones y funciones del cuerpo de Cristo.

 

 

107 – El don de lenguas

La vida en el Espíritu… A otro, diversas clases de lenguas… (1 Corintios 12:10).

         No todos tienen este don, pero todos podemos hablar en lenguas (Mr. 16:17) para edificación propia (1 Co.14:5). Pablo hablaba en lenguas más que todos los corintios (1 Co.14:18). Por tanto, debemos separar dos cosas. Una es hablar en lenguas para edificación personal, y la otra para edificar la iglesia que debe ir acompañado del don de interpretación para que los hermanos reciban edificación. Si no hay intérprete en la congregación debe hablar para sí mismo y para Dios (1 Co.14:27,28).

Las lenguas con interpretación edifican la iglesia; las lenguas sin intérprete son para la edificación propia. Este aspecto lo deja meridianamente claro el apóstol Pablo en su enseñanza. «El que habla en lenguas no habla a los hombres, sino a Dios, pues nadie lo entiende, sino que en su espíritu habla misterios» (1 Co.14:2). Y luego dice: «El que habla en lenguas, a sí mismo se edifica» (1 Co.14:4). Hay oración con el entendimiento y hay oración con el espíritu. «Porque si yo oro en lenguas, mi espíritu ora, pero mi entendimiento queda sin fruto. Entonces ¿qué? Oraré con el espíritu, pero también oraré con el entendimiento; cantaré con el espíritu, pero cantaré también con el entendimiento» (1 Co.14:14,15). Todo el contexto enseña que orar con el espíritu es orar en lenguas, ininteligibles a la razón humana, pero entendidas por Dios.

Hay lenguas humanas y angélicas (1 Co.13:1). Las primeras son idiomas aprendidos racionalmente, las segundas son lenguas no aprendidas por la razón sino que emanan del mismo Espíritu. Las lenguas humanas se aprenden y responden a las distintas naciones, pero las lenguas del Espíritu tienen su fuente en el Espíritu.

La vida de oración y alabanza son enriquecidas mediante la oración en el espíritu y el cántico en el espíritu. También puede dar el Espíritu lenguas humanas sin haberlas aprendido como en el día de Pentecostés.

No debemos caer en el fanatismo de orar siempre en lenguas creyendo que así somos más espirituales. Debemos ser niños en la malicia, pero maduros en el modo de pensar (1 Co.14:20). El uso de los dones  no es para impresionar a nadie, sino para la edificación de los demás. En cuanto al don de lenguas no todos lo tienen (1 Co.12:30), como ocurre con los demás dones. Tampoco debemos prohibir hablar en lenguas; que todo se haga decentemente y con orden (1 Co.14:39,40).

         El don de lenguas es para edificar a los hermanos, juntamente con su interpretación. Hablar en lenguas es para edificación propia y personal.