Nota preeliminar. El punto de vista sobre este tema tiene su base en los principios del Reino de Dios, sobre el fundamento de las Sagradas Escrituras, tal y como lo entiende el autor, haciéndose responsable único de aquellos aspectos en los cuales haya otras interpretaciones; y va dirigido en primer lugar a todos aquellos creyentes, nacidos de nuevo, y que forman parte del Cuerpo de Cristo.
A estas alturas de la Historia la mayoría de los creyentes sabemos que Jesús no nació el 25 de diciembre. Sabemos también que esa fecha se tomó prestada de una fiesta pagana que celebraba el nacimiento del Sol invicto, en el solsticio de invierno, como un culto mitráico.
La penetración de las religiones solares en Roma se dio, principalmente, a través de la tremenda popularidad que obtuvo en todo el Imperio Romano una vieja deidad persa: el dios Mitra. Siendo Mitra una divinidad solar, identificada con el Sol Invencible, su natividad caía el 25 de diciembre.
Es probable que haya sido durante el gobierno del emperador Aureliano (270-275 d.C.) que se estableció la fecha de celebración del festival pagano “NATALIS SOLIS INVICTI” el cual será más tarde transformado en el “NATALIS CRISTI”. Fue a comienzos del siglo IV cuando la Iglesia decidió adoptar el 25 de diciembre como la verdadera fecha del nacimiento de Cristo. En la Iglesia Oriental, la costumbre fue adoptada posteriormente, introduciéndose en Antioquia en el año 325 aproximadamente. El motivo que llevó a los padres de la Iglesia a transferir y fijar la fecha de la celebración de la Natividad fue la necesidad de contrarrestar y competir con las famosas y muy populares fiestas paganas celebradas ese mismo día”.
Algunas de las preguntas que nos pueden surgir de forma inmediata son estas: Entonces ¿Cuándo nació realmente Jesús? ¿Es lícito celebrar unas fiestas de trasfondo pagano? ¿Qué estamos recordando realmente en estas fiestas? ¿Debemos poner belenes y árboles de navidad en nuestras casas? Antes de procurar dar respuesta a estas preguntas debo decir lo siguiente: Es evidente que la Navidad se ha convertido esencialmente en un culto al consumismo, un tiempo para el deleite del alma humana que busca de forma prioritaria el bienestar, la paz y armonía entre las familias y una disposición para el bien, aunque sea momentáneo y pasajero. Comer, beber, recibir regalos y entregarse a los placeres de la carne tiene en si mismo un atractivo innato en el corazón del hombre que le lleva a disfrutar de estas fiestas.
Sin embargo, en la mayoría de los casos no nos importa el fundamento de la celebración, sus bases paganas o cristianas, sino lo que realmente nos importa son los días de asueto, vacaciones y descanso. Lo que valoramos en estos días es el ambiente familiar que se genera, el acercamiento hogareño a los seres queridos y el recuerdo doloroso de los que partieron y ya no están con nosotros. Todo ello hace de la Navidad unos días entrañables y queridos por todos nosotros.
Ahora preguntémonos ¿Cuándo nació realmente Jesús? La Biblia no lo dice expresamente, aunque nos deja algunas pistas que lo sitúan en el otoño, durante la fiesta de los tabernáculos (septiembre-octubre). Debemos decir también que la tradición bíblica no pone especial énfasis en los nacimientos sino en la fecha de la muerte.
El apóstol Pablo nos enseña que la vida cristiana es una dimensión mayor a la celebración de días, meses o años. El culto a los días señalados es la sombra de una realidad mayor, intemporal y eterna.
“Por tanto, nadie os juzgue en comida o en bebida, o en cuanto a días de fiesta, luna nueva o días de reposo, todo lo cual es sombra de lo que ha de venir; pero el cuerpo es de Cristo… Habéis muerto con Cristo en cuanto a los rudimentos del mundo… Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria” (Colosenses, 2 y 3)
Celebrar un día por encima de otro no nos hace mejores ni peores, no tiene valor transformador, porque nuestra vida es Cristo y no la celebración de días de fiesta. Sin embargo, somos libres para escoger y no juzgar a los demás que escogen una opción diferente a la nuestra. “Uno juzga que un día es superior a otro, otro juzga iguales todos los días. Cada uno esté plenamente convencido en su propia mente. El que hace caso del día, lo hace para el Señor; y el que no hace caso del día, para el Señor no lo hace” (Romanos, 14; 5,6).
Y dicho esto, añado: Aunque la fecha no concuerda y el trasfondo es pagano, si nos centramos en el hecho histórico de la encarnación y revelación del Hijo de Dios, Emmanuel, Dios con nosotros, el Verbo hecho carne, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, que fue anunciado por los profetas y manifestado a Israel para luz y salvación a todas las naciones, entonces realmente hemos comprendido el sentido de la Navidad. “Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz. Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite…” (Isaías, 9:6,7)
Con esta perspectiva, los adornos externos, los belenes y los árboles de navidad vienen a tener una importancia relativa y secundaria. Personalmente en mi casa nos gusta poner el belén, y mis hijos disfrutan de esta costumbre.
Ahora bien, por encima de todos estos aspectos externos debe estar la revelación de Dios a todos los pueblos en la Persona de Jesús, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos (Galatas, 4;4,5). Es Cristo en nosotros la esperanza de gloria. Este es el testimonio, dijo el apóstol Juan, que Dios nos ha dado vida eterna; y esa vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida. (1 Juan, 5:11,12) También dijo que estas cosas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre.
En definitiva, en las fiestas navideñas se mezclan componentes paganos y cristianos pero eso no anula la revelación de Dios, como está escrito, “Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero” (1 Timoteo, 1:15).
FELIZ NAVIDAD, FELIZ AÑO Y FELIZ JANUCÁ
NOTA ADICIONAL SOBRE LAS CAMPAÑAS ANTI-NAVIDAD
Que la fecha no sea correcta, que muchos aprovechen las fiestas navideñas para hacer lo contrario de lo que significa el nacimiento de Jesús, no justifica, creo yo, una campaña anti-navidad que los iguala en su oposición con la postura musulmana (en Paquistán condenan a muerte a quienes celebran la navidad) y el laicismo militante de nuestros días que pretende borrar todo signo de cristianismo en Europa.
No hay evangelio sin encarnación. No hay evangelio sin el niño que nos es dado, porque no hay cruz, ni redención, si el niño no ha nacido en Belén. Ambos sucesos son fundamentales en la redención.
Jesús ha nacido, no en esta fecha, pero ha nacido, eso es lo relevante, no disputas sobre días, las cuales no nos hacen mejores, ni peores ante Dios.
Jesús ha nacido y fue noticia de gran gozo para todo el pueblo.
Para quienes se centran en los aspectos paganos de la navidad, muchos de los cuales comparto, les diré lo siguiente:
Los nombres de los días de la semana son paganos.
Los nombres de los meses del año son paganos.
La partición del tiempo en segundos, minutos y horas son babilónicos.
La obstinación también es idolatría.
El legalismo conduce al fariseismo que lleva a la idolatría.
El ministerio cristiano puede desembocar en idolatría del yo.
Y si queremos ser «puristas» al extremo debemos salir del mundo y marchar a vivir a otro planeta porque el mundo entero está bajo el maligno, es un mundo caído plagado de paganismo. Jesús oró por los suyos: no ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal.
Seamos luz en medio de una generación torcida y anunciemos que Jesús vino en carne, nació en una fecha histórica aunque no la conozcamos, y si quisiera ser extremista podría decir que aquellos que se oponen a recordar su nacimiento están negando la encarnación, lo cual, dice el apóstol Juan conduce a no ser de Dios (1 Juan 4:2,3). No lo digo, es un ejemplo de cómo se pueden forzar las Escrituras para buscar exclusivismos sectarios.
Recordemos en libertad. Ten tu propia convicción sin estridencias y aprovecha estos días para echar luz sobre el verdadero sentido de la encarnación del Hijo de Dios.
Celebremos que Jesús, el Hijo de Dios, se hizo carne, habitó entre nosotros, vimos su gloria y sigue siendo Salvador para todo aquel que cree en él.
Un saludo.