En los evangelios (II) – La expectativa(2)
Y he aquí había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, y este hombre, justo y piadoso, esperaba la consolación de Israel; y el Espíritu Santo estaba sobre él. Y le había sido revelado por el Espíritu Santo, que no vería la muerte antes que viese al Ungido del Señor (Lucas 2:25,26)
Está escrito que el Señor no hace nada sin revelar su plan a sus profetas (Amós 3:7); por lo que el advenimiento del Mesías fue ampliamente revelado a muchos en Israel, de lo que concluimos que había una gran expectativa en el pueblo en el tiempo de su venida. La atmósfera espiritual era electrizante. Las personas sensibles a la voz del Espíritu percibían que estaban ante el cumplimiento del tiempo profético que anunciaba la llegada del Mesías. Uno de ellos fue Simeón, un anciano justo y piadoso que esperaba la consolación de Israel.
Esa consolación no solo incluye aspectos espirituales, sino también terrenales. Tiempos de consolación y refrigerio que están unidos en el mensaje de los profetas en la restauración de Israel en su tierra, como centro de todas las naciones, cuando el Mesías establezca su trono en Jerusalén. Simeón tenía esa expectativa porque estaba recogida en el mensaje profético. Y no solo él. Ana, una viuda y anciana, profetisa, que servía en el templo de noche y día con ayunos y oraciones, también esperaba la redención de Israel en Jerusalén (Lc.2:36-38).
Y esa redención incluye aspectos espirituales y terrenales: perdón de pecados, expiación, y también el reino establecido en la ciudad del gran Rey. Anteriormente, María, la joven judía escogida por gracia para ser el vientre bienaventurado que daría a luz al hijo de la promesa, recibió del ángel Gabriel un mensaje inequívoco: concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin (Lc.1:31-33). Un mensaje claro que enlaza con los profetas sobre el reino establecido en Jerusalén.
Por tanto, era inevitable que esperaran la manifestación inminente del reino largamente anunciado. También Zacarías, padre de Juan Bautista, profetizó el levantamiento de un poderoso Salvador en la casa de David su siervo (Lc.1:67-69). Los magos supieron que había nacido el rey de los judíos; y Herodes fue turbado por ello. Esa expectación generalizada no podemos explicarla solo mediante una interpretación política, era mucho más que eso, se trataba del anuncio profético largamente esperado en Israel.
Los evangelios están llenos de la expectativa mesiánica que anidaba en el corazón de Israel en los días de su venida. Esperaban el reino anunciado.