El conflicto generacional: la herencia de nuestros padres
¿Cómo transmitimos la fe a nuestros hijos? ¿Cómo abordamos el desafío de los hijos rebeldes, desobedientes y contumaces? ¿Qué postura tomar como padres responsables, amantes y firmes ante los desafíos que presentan las diversas etapas de la vida de nuestros vástagos. Debemos recordar que somos padres, pero también somos hijos en dos vertientes: la natural y espiritual. Dios también es nuestro Padre. Veremos verdades básicas para encarar el desafío de ser padres en esta generación, y transmitir la fe a nuestros hijos de la mejor manera posible.
Leamos el texto de 1 Pedro 1:13-25 para situarnos en el contexto y hacer énfasis en los versículos 18 y 19.
Por tanto, ceñid los lomos de vuestro entendimiento, sed sobrios, y esperad por completo en la gracia que se os traerá cuando Jesucristo sea manifestado; como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia; sino como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: sed santos, porque yo soy santo. Y si invocáis por Padre a aquel que sin acepción de personas juzga según la obra de cada uno, conducíos en temor todo el tiempo de vuestra peregrinación; sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros, y mediante el cual creéis en Dios, quién le resucitó de los muertos y le ha dado gloria, para que vuestra fe y esperanza sean en Dios. Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu, para el amor fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro; siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre. Porque: toda carne es como hierba, y toda la gloria del hombre como flor de la hierba. La hierba se seca, y la flor se cae; mas la palabra del Señor permanece para siempre. Y esta es la palabra que por el evangelio os ha sido anunciada.
Haciendo un breve recorrido de estos versículos podemos ver lo siguiente: en primer lugar se apela a vivir en la expectativa de la gracia que traerá Jesús cuando sea manifestado, es decir, una perspectiva de la eternidad, sin perder de vista que somos peregrinos en la tierra, donde debemos vivir en santidad, como hijos obedientes, sin conformarnos a los deseos que antes teníamos cuando vivíamos en nuestra ignorancia, por causa de la incredulidad; sino vivir según la naturaleza de nuestro Padre, en santidad. Como hijos debemos manifestar la naturaleza del Padre (Efesios 4:22-24). Este es el fundamento también para nosotros como padres, mostrar la naturaleza renacida por la palabra de Dios a nuestros hijos. Pero ahora quiero pararme en los versículos de 1Pedro 1:18-20, veamos la progresión que encontramos aquí.
Sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros.
«Sabiendo». Este saber viene por revelación, es la revelación de la redención. Si no estamos conscientes de lo que ha ocurrido en nuestras vidas mediante la obra de Jesús no tendremos identidad de redimidos.
«Redimidos». ¿Qué debemos saber? Que hemos sido redimidos, rescatados, sacados de la cárcel de pecado, la cárcel de la muerte eterna y el juicio de Dios. Vivíamos bajo la ira de Dios, nuestro destino era la condenación eterna, el lago de fuego y azufre que ha sido preparado para Satanás y sus ángeles, así como todos los que no están inscritos en el libro de la vida, es decir, los que no han sido redimidos por la sangre de Jesús (Apocalipsis 19:20; 20:10,14,15 y 21:8).
«De la vana manera de vivir heredada de nuestros padres». Aquí podemos hablar de diversos tipos de herencia, aunque en primer lugar se habla de la vanidad de esta vida natural que hemos recibido de nuestros padres, las costumbres, manías, los defectos de carácter, los ciclos de la vida como círculos viciosos que no satisfacen la eternidad que Dios ha puesto en nuestros corazones. Centrados en lo material y terrenal, que tiene su importancia natural, pero está destinado para el fuego. Como dijo el salmista: «su íntimo pensamiento es que sus casas serán eternas, y sus moradas por todas las generaciones; a sus tierras han dado nombres. Mas el hombre en su vanagloria, no permanecerá; es como las bestias que perecen» (Salmo 49:10-12). Aparte de lo dicho podemos centrarnos en tres tipos de herencia que hemos recibido de nuestros padres:
- Herencia genética. (El cuerpo). Hemos heredado el color de los ojos, la caída del cabello, algunas enfermedades y ciertas habilidades naturales para algunos oficios o labores.
- Herencia de carácter. (El alma) Es increíble cómo llegamos a parecernos en algunas cosas a alguno de nuestros progenitores, en sentido positivo y en sentido negativo. Se hace evidente con tal fuerza que nos cuesta luchar contra esa herencia y mantenemos ciertas formas de carácter a lo largo de nuestras vidas idénticas a las de nuestros padres. A menudo, como padres, pronunciamos y agravamos el defecto del hijo haciendo notar que es igualito que su madre. Eso sí, cuando vemos alguna virtud enfatizamos su semejanza con nosotros mismos.
- Herencia espiritual. (El espíritu). Esta es sin duda la peor herencia que hemos recibido, porque tiene que ver con el pecado heredado de nuestros padres, y ahondando más aún, la herencia de la naturaleza de Satanás. La Biblia nos enseña que el pecado entró en el mundo por un hombre (Romanos 5:12 ss.), y por el pecado la muerte; que en esencia es la separación de Dios. Pero además, cuando el hombre pecó aceptando los argumentos de Satanás en Edén, recibió la naturaleza del mismo Lucifer, el ángel que ya había caído anteriormente. Recordemos lo que Jesús les dice a algunos judíos que querían justificarse con el argumento de ser hijos de Abraham, de la simiente santa y apartada por Dios, «vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. El ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira» (Juan 8:44). Acordémonos del dicho famoso: «de tal palo, tal astilla; y de tal padre, tal hijo». Nosotros hemos recibido en nuestro hombre caído la naturaleza del diablo y solo la sangre de Jesús puede redimirnos de esa losa insoportable.
Redimidos por la sangre de Jesús. Por eso es tan esencial y trascendente en la historia de la Humanidad la redención de Jesús en la cruz del Calvario. Su sangre no solo nos limpia del pecado, sino que engendra en nosotros una nueva naturaleza y nos aparta de la vieja y vana manera de vivir heredada de nuestros padres. Nos hace una nueva creación, «las cosas viejas pasaron, he aquí todas son hechas nuevas». Esto no quiere decir que abandonemos a nuestros padres o les culpemos por la herencia recibida, si no que los amamos más porque hicieron lo que pudieron para disciplinarnos según les pareció mejor hacerlo (Hebreos 12:9-11).
La sangre de Jesús traza una nueva línea genealógica, levanta un nuevo linaje: la simiente de Dios. Su naturaleza es engendrada en nosotros, por tanto, hay un nuevo comienzo y por la fe del Nuevo Pacto podemos anular las herencias acumuladas en Adán y en nuestros padres. Podemos vivir por encima de la vanidad y entrar en las palabras de vida eterna. Podemos vivir sin pecar, y si pecamos la sangre de Jesús nos limpia de todo pecado. No para vivir en la práctica del pecado, ni pecar para que la gracia abunde, no nos engañemos, todo lo que el hombre siembra eso siega. Pero hay una fuente de vida y salud en la sangre de Jesús para poder vencer.
Entonces oí una gran voz en el cielo, que decía: Ahora ha venido la salvación, el poder, y el reino de nuestro Dios, y la autoridad de su Cristo; porque ha sido lanzado fuera el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba delante de nuestro Dios día y noche. Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte (Apocalipsis 12:10-11).
Próxima entrega: La responsabilidad individual.