LA EDUCACIÓN DE LOS HIJOS – 8

Esperanza para la familiaEl conflicto generacional: la herencia de nuestros padres

¿Cómo transmitimos la fe a nuestros hijos? ¿Cómo abordamos el desafío de los hijos rebeldes, desobedientes y contumaces? ¿Qué postura tomar como padres responsables, amantes y firmes ante los desafíos que presentan las diversas etapas de la vida de nuestros vástagos. Debemos recordar que somos padres, pero también somos hijos en dos vertientes: la natural y espiritual. Dios también es nuestro Padre. Veremos verdades básicas para encarar el desafío de ser padres en esta generación, y transmitir la fe a nuestros hijos de la mejor manera posible.

Leamos el texto de 1 Pedro 1:13-25 para situarnos en el contexto y hacer énfasis en los versículos 18 y 19.

Por tanto, ceñid los lomos de vuestro entendimiento, sed sobrios, y esperad por completo en la gracia que se os traerá cuando Jesucristo sea manifestado; como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia; sino como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: sed santos, porque yo soy santo. Y si invocáis por Padre a aquel que sin acepción de personas juzga según la obra de cada uno, conducíos en temor todo el tiempo de vuestra peregrinación; sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros, y mediante el cual creéis en Dios, quién le resucitó de los muertos y le ha dado gloria, para que vuestra fe y esperanza sean en Dios. Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia  a la verdad, mediante el Espíritu, para el amor fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro; siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre. Porque: toda carne es como hierba, y toda la gloria del hombre como flor de la hierba. La hierba se seca, y la flor se cae; mas la palabra del Señor permanece para siempre. Y esta es la palabra que por el evangelio os ha sido anunciada.

Haciendo un breve recorrido de estos versículos podemos ver lo siguiente: en primer lugar se apela a vivir en la expectativa de la gracia que traerá Jesús cuando sea manifestado, es decir, una perspectiva de la eternidad, sin perder de vista que somos peregrinos en la tierra, donde debemos vivir en santidad, como hijos obedientes, sin conformarnos a los deseos que antes teníamos cuando vivíamos en nuestra ignorancia, por causa de la incredulidad; sino vivir según la naturaleza de nuestro Padre, en santidad. Como hijos debemos manifestar la naturaleza del Padre (Efesios 4:22-24). Este es el fundamento también para nosotros como padres, mostrar la naturaleza renacida por la palabra de Dios a nuestros hijos. Pero ahora quiero pararme en los versículos de 1Pedro 1:18-20, veamos la progresión que encontramos aquí.

Sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata,  sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros.

«Sabiendo». Este saber viene por revelación, es la revelación de la redención. Si no estamos conscientes de lo que ha ocurrido en nuestras vidas mediante la obra de Jesús no tendremos identidad de redimidos.

«Redimidos». ¿Qué debemos saber? Que hemos sido redimidos, rescatados, sacados de la cárcel de pecado, la cárcel de la muerte eterna y el juicio de Dios. Vivíamos bajo la ira de Dios, nuestro destino era la condenación eterna, el lago de fuego y azufre que ha sido preparado para Satanás y sus ángeles, así como todos los que no están inscritos en el libro de la vida, es decir, los que no han sido redimidos por la sangre de Jesús (Apocalipsis 19:20; 20:10,14,15 y 21:8).

«De la vana manera de vivir heredada de nuestros padres». Aquí podemos hablar de diversos tipos de herencia, aunque en primer lugar se habla de la vanidad de esta vida natural que hemos recibido de nuestros padres, las costumbres, manías, los defectos de carácter, los ciclos de la vida como círculos viciosos que no satisfacen la eternidad que Dios ha puesto en nuestros corazones. Centrados en lo material y terrenal, que tiene su importancia natural, pero está destinado para el fuego. Como dijo el salmista: «su íntimo pensamiento es que sus casas serán eternas, y sus moradas por todas las generaciones; a sus tierras han dado nombres. Mas el hombre en su vanagloria, no permanecerá; es como las bestias que perecen» (Salmo 49:10-12). Aparte de lo dicho podemos centrarnos en tres tipos de herencia que hemos recibido de nuestros padres:

  1. Herencia genética. (El cuerpo). Hemos heredado el color de los ojos, la caída del cabello, algunas enfermedades y ciertas habilidades naturales para algunos oficios o labores.
  2. Herencia de carácter. (El alma) Es increíble cómo llegamos a parecernos en algunas cosas a alguno de nuestros progenitores, en sentido positivo y en sentido negativo. Se hace evidente con tal fuerza que nos cuesta luchar contra esa herencia y mantenemos ciertas formas de carácter a lo largo de nuestras vidas idénticas a las de nuestros padres. A menudo, como padres, pronunciamos y agravamos el defecto del hijo haciendo notar que es igualito que su madre. Eso sí, cuando vemos alguna virtud enfatizamos su semejanza con nosotros mismos.
  3. Herencia espiritual. (El espíritu). Esta es sin duda la peor herencia que hemos recibido, porque tiene que ver con el pecado heredado de nuestros padres, y ahondando más aún, la herencia de la naturaleza de Satanás. La Biblia nos enseña que el pecado entró en el mundo por un hombre (Romanos 5:12 ss.), y por el pecado la muerte; que en esencia es la separación de Dios. Pero además, cuando el hombre pecó aceptando los argumentos de Satanás en Edén, recibió la naturaleza del mismo Lucifer, el ángel que ya había caído anteriormente. Recordemos lo que Jesús les dice a algunos judíos que querían justificarse con el argumento de ser hijos de Abraham, de la simiente santa y apartada por Dios, «vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. El ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira» (Juan 8:44). Acordémonos del dicho famoso: «de tal palo, tal astilla; y de tal padre, tal hijo». Nosotros hemos recibido en nuestro hombre caído la naturaleza del diablo y solo la sangre de Jesús puede redimirnos de esa losa insoportable.

Redimidos por la sangre de Jesús. Por eso es tan esencial y trascendente en la historia de la Humanidad la redención de Jesús en la cruz del Calvario. Su sangre no solo nos limpia del pecado, sino que engendra en nosotros una nueva naturaleza y nos aparta de la vieja y vana manera de vivir heredada de nuestros padres. Nos hace una nueva creación, «las cosas viejas pasaron, he aquí todas son hechas nuevas». Esto no quiere decir que abandonemos a nuestros padres o les culpemos por la herencia recibida, si no que los amamos más porque hicieron lo que pudieron para disciplinarnos según les pareció mejor hacerlo (Hebreos 12:9-11).

La sangre de Jesús traza una nueva línea genealógica, levanta un nuevo linaje: la simiente de Dios. Su naturaleza es engendrada en nosotros, por tanto, hay un nuevo comienzo y por la fe del Nuevo Pacto podemos anular las herencias acumuladas en Adán y en nuestros padres. Podemos vivir por encima de la vanidad y entrar en las palabras de vida eterna. Podemos vivir sin pecar, y si pecamos la sangre de Jesús nos limpia de todo pecado. No para vivir en la práctica del pecado, ni pecar para que la gracia abunde, no nos engañemos, todo lo que el hombre siembra eso siega. Pero hay una fuente de vida y salud en la sangre de Jesús para poder vencer.

Entonces oí una gran voz en el cielo, que decía: Ahora ha venido la salvación, el poder, y el reino de nuestro Dios, y la autoridad de su Cristo; porque ha sido lanzado fuera el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba delante de nuestro Dios día y noche. Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte (Apocalipsis 12:10-11).

Próxima entrega: La responsabilidad individual.

LA EDUCACIÓN DE LOS HIJOS – 7

Esperanza para la familiaLos fallos más comunes de los padres en la educación

Permitidme que comparta con vosotros algunos de los errores más comunes que solemos cometer los padres en la educación de nuestros hijos y algunas sugerencias prácticas.

  1. La figura del padre ausente.

Y no solo porque esté fuera del domicilio familiar la mayor parte del tiempo por su trabajo, sino porque cuando está dentro elude su responsabilidad y la abandona en manos de su mujer. Muchos cumplen el rol de «colegas» de sus hijos, de personaje amable y permisivo como signo de modernidad. La madre por el contrario asume el patrón de histérica, que grita todo el día, persigue a los chicos por cualquier cosa y no les deja tranquilos ni un momento. Claro que también puede ser exactamente a la inversa. El padre, cabeza del hogar según el patrón que vimos en un capítulo anterior, debe ponerse al frente y no en la retaguardia, escondido detrás de las faldas de su mujer, que muy a menudo manifiesta una mayor abnegación y sentido de la responsabilidad. Este desorden lo ven los chicos que pronto toman buena nota y saben que en la casa no hay autoridad paternal, sino un pusilánime que ha perdido el respeto de su mujer y sus hijos por abandonar su puesto de atalaya y guía. Es la figura del padre pasivo. Al otro lado tenemos el extremo opuesto, el modelo de padre autoritario que manda y ordena, da voces, se enfada por casi todo y mantiene a toda la familia en un estado continuo de tensión cuando está presente, y que conserva el orden por el temor que emana de su presencia pero no por ser un modelo de equilibrio y estabilidad para el hogar. Los padres debemos trabajar en equipo, complementándonos y suplir las carencias de cada uno, pero debemos entender que la primera responsabilidad del bienestar familiar recae sobre el padre. Cuando este falla por ausencia, pasividad o autoritarismo, la casa sufrirá el desorden de su propia negligencia. En muchos casos estas actitudes obligarán a la mujer a una sobrecarga de sus funciones que también serán nocivas para la estabilidad familiar.

  1. Orden y disciplina de horarios desde la cuna.

Los niños necesitan conocer los límites que deben poner sus padres en muchos ámbitos de su vida. Son muchos los casos de padres que se ven impotentes para establecer el tiempo cuando sus hijos deben ir a dormir. Esta disciplina esencial comienza en la cuna. Cuando son bebés a veces se les cambia el sueño, duermen por el día y no dejan dormir a los padres por la noche. Tuvimos este caso con nuestro segundo hijo. Se quedaba dormido en el carrito, por la tarde, cuando salíamos a pasear y después por la noche le costaba conciliar el sueño. Cuando nos dimos cuenta actuamos en consecuencia para impedir que durmiera a las siete de la tarde. No es fácil a veces, pero es un desafío que hay que encarar sin demora. Otras veces el niño solo se duerme si está en la cama de sus padres, un desorden que no debemos permitir ni un solo día. He conocido algunos casos realmente llamativos. Un compañero de trabajo me contó que uno de sus hijos solo se quedaba dormido cuando le echaba de la cama para quedarse agarrado al pecho de su madre. El padre, un hombretón de casi dos metros de altura, tenía que irse a dormir al sofá del comedor (levantándose a las cinco de la mañana para ir a trabajar) porque el chiquitín de su hijo ocupaba su lugar en el lecho. Debemos poner límites a nuestros hijos y no someternos a caprichos indeseables. Cuando comienzan a ir al colegio también debemos establecer el momento apropiado para que vayan a dormir. Es penoso asistir a las reuniones de padres, al inicio del curso escolar, y que sean los maestros quienes tengan que instruir a los progenitores en algo tan elemental como que envíen a sus hijos a dormir pronto, sin ver la televisión hasta la madrugada, porque al día siguiente no podrán levantarse en condiciones para asimilar los contenidos de la clase.

  1. No controlar la ociosidad.

El tiempo de ocio es necesario y útil, pero si no lo regulamos adecuadamente se puede convertir en ociosidad, y llevar a nuestros hijos a una dinámica destructiva en la formación de su carácter. Debemos poner límites al tiempo de juego, a los momentos para ver la televisión y estar en internet, jugar a la consola, las redes sociales, etcétera. Durante el curso escolar la prioridad debe ser la tarea o deberes del colegio, y en el tiempo de verano, el larguísimo verano que tenemos los padres cada año, debemos mantenerles un horario que conjugue las vacaciones con la responsabilidad, sin parar su preparación. Cada año, cuando llega el tiempo veraniego y mis hijos han acabado el curso, tenemos una reunión de planificación, lo primero que les digo es que “cada cosa tiene su tiempo debajo del sol”. Lo segundo es hacer un horario flexible para compatibilizar descanso, playa, cine, lectura, actividades con amigos y tareas escolares continuadas, aunque hayan aprobado todo el curso (en mis hijos eso ha ocurrido hasta ahora todos los veranos). Hay que compaginar firmeza y flexibilidad de horarios. Pero nunca dejar que el tiempo se ocupe por sí mismo de las actividades, hay que organizarlas, ponerse de acuerdo, trazar un plan. Esto les da a los chicos seguridad y saber estar en cada momento, disfrutando lo que toca en cada ocasión. Luego hay que supervisar para que el plan se vaya cumpliendo adecuadamente, no dejarlo sin más porque la inconstancia y el reclamo fácil que continuamente acecha a nuestros hijos les llevarán a descolocar las prioridades y perderse en el desorden que conduce al caos. Como se dice ahora, hay que consensuarlo, claro, hacerlo dinámico, creativo, pero hacerlo.

  1. Cuando se presenta un desafío resolverlo sin demora.

La naturaleza del hombre presenta desafíos a la autoridad en cada etapa de la vida. Dependiendo de la edad de nuestros hijos esas manifestaciones serán de una forma u otra, pero siempre habrá un intento de socavar y poner a prueba la firmeza de nuestras decisiones. Por ello es imprescindible que cuando se presenten, y siempre lo hacen, nos paremos frente a nuestros hijos y les hablemos claro. Si dejamos pasar manifestaciones de rebeldía, malos modos, actitudes irrespetuosas o incluso hostiles, siempre será en perjuicio del bienestar futuro y la armonía familiar. Es inevitable que surjan desacuerdos entre padres e hijos, mas a ciertas edades (aunque ahora los desafíos a la autoridad paterna y materna se presentan demasiado pronto y con actitudes insolentes e insoportables), pero si no corregimos a tiempo esos desajustes y nos dejamos llevar solo por la idea de hablar y hablar y volver a hablar, dedicando demasiado tiempo a una infinidad de explicaciones  que nunca comprenderán porque está en la esencia que nos separa, (hay cosas que un hijo o una hija no comprende aunque estés un día entero dando explicaciones, lo comprenderán más adelante), nunca sabrán que hay un rol distinto entre padres e hijos. No hablo de autoritarismo, cerrando toda discusión con «aquí se hace lo que mando yo», no es eso, hay que explicar, persuadir y convencer, pero si no se llega a un acuerdo, debe prevalecer el principio de autoridad en amor. Nunca debemos demorarnos en resolver los desafíos porque no se disuelven solos, se acumulan. Fallar en esto por cobardía, comodidad o permisividad nos puede llevar a sorpresas desagradables y la incomprensión de no saber cómo se han gestado, aunque seamos actores pasivos de ellas.

  1. No estar al lado de nuestros hijos en los momentos malos.

Uno de los privilegios de los padres es poder ayudar a sus hijos. Nos encanta poder echarles una mano cuando lo necesitan, pero no siempre sabemos leer los momentos cuando lo están pasando mal. O estamos demasiado ocupados para oírles. Hay los que vienen pronto a pedir ayuda, pero otros no lo harán antes de que percibamos que algo no va bien. Debemos saber escucharlos. Leer sus emociones. Dar la cara por ellos cuando nos lo piden y supervisar en la distancia los amigos con los que se juntan. Cuando mis hijos llegan a casa suelo mirarlos a la cara para detectar su estado de ánimo. Cuando no estoy es mi mujer la que me informa de alguna novedad relevante. No siempre se puede actuar de inmediato, en ocasiones no están dispuestos a abrir su corazón voluntariamente, pero cuando una actitud inapropiada se mantiene en el tiempo hay que buscar el momento propicio para saber qué está pasando.

  1. No cumplir la palabra dada.

Debemos ser  muy cuidadosos a la hora de hablar sin ton ni son, sin saber lo que decimos y prometemos, porque nuestros hijos llevan el registro de nuestras palabras al día y nos recordarán nuestros incumplimientos. Hasta en las cosas más simples debemos cumplir con lo dicho. Y cuando no lo hagamos o no podamos por cualquier motivo, disculparnos y explicar convincentemente nuestra negligencia. Suelo asegurarme el dejar la puerta abierta a ciertos cambios antes de comprometerme firmemente a hacer algo con ellos. Si sé que puede haber modificaciones, dependiendo de las circunstancias movibles, se lo hago saber para que no fijen una idea definitiva en sus mentes a la hora de planificar alguna actividad. Cuando lo que hemos anunciado es un castigo debe aplicarse el mismo principio. No debemos caer en el error de amenazar con medidas restrictivas para luego incumplirlas. A menudo lo hacemos sin pensar, como reacción a una provocación, es un error. Si anunciamos una palabra de corrección como resultado de una indisciplina debemos cumplirla, de lo contrario nuestra autoridad será menoscabada y no producirá los efectos deseados.

  1. No exteriorizar el cariño.

La Biblia nos habla de un tiempo cuando los hombres perderán el afecto natural (2 Timoteo 3:3). Nuestra sociedad puede expresar, en algunos casos, mas afecto a los animales que conviven en la casa que a los propios hijos. Es una muestra de la pérdida del afecto natural. Los padres deben expresar primero el cariño entre ellos, con naturalidad, sin excesos, pero de manera evidente. Abrazar a nuestros hijos y manifestarles cariño y afecto les evitará tener una carencia que buscarán llenarla de otra forma y en otros lugares.

  1. Reuniones familiares.

Necesitamos reunirnos como familia para orar juntos por los desafíos que se presentan en las diversas etapas de la vida y su desarrollo. Exponer la palabra de Dios. Situar los tiempos y etapas de cada momento. Estos momentos deben ser abiertos, donde podemos exponer las necesidades de cada uno, enfatizar la unidad familiar en medio de las pruebas, tener una panorámica global de la situación que se vive en cada período en las diversas áreas. Hacer partícipes a nuestros hijos de los desafíos que se enfrentan, adecuando la información al nivel de comprensión y madurez de cada uno de ellos. Hablar abiertamente de los defectos y las virtudes de cada uno. Corregir lo deficiente. En definitiva, mantener la esfera espiritual dentro del círculo familiar y no como una actividad centrada en la iglesia y sus actividades, aunque no las excluye. El padre debe ser el promotor y guiador de estas reuniones ayudado por su mujer, y los hijos en función de los dones de cada uno. De esta forma también les enseñaremos, mediante el ejemplo, las disciplinas espirituales como la lectura continuada de la Biblia, la oración, el perdón, ser parte de la congregación local, etcétera.

  1. Recompensas.

Establecer un sistema de recompensas para el trabajo bien hecho. Valorar sus logros. Hay que adaptarlas a la edad de nuestros hijos. No es necesario que sean caras económicamente. Tampoco debemos exagerar. Hay cosas que deben ser hechas sin más, con la recompensa de nuestra gratitud. Pero cuando ponemos metas y objetivos como aprobar el curso con buena nota se puede poner delante una recompensa que estimule la motivación.

  1. Tareas domésticas.

No debemos hacer el trabajo que pueden y deben hacer ellos. Necesitan aprender a colaborar en las tareas domésticas como una dinámica cotidiana y normal de la rutina diaria. Deben hacer su cama cuando ya tienen edad para que la hagan ellos mismos. Repartir tareas a cada uno como limpiar su habitación, poner y recoger la mesa, fregar los platos, etcétera. No debemos malcriarlos haciendo nosotros su trabajo, pensando que así estarán más contentos; criaremos vagos, irresponsables y adquirirán una conciencia engañosa de que sean otros los que hacen su trabajo, esto no les ayudará en el futuro laboral ni cuando formen una familia nueva. Madres que-lo-hacen-todo no quieren más a sus hijos, al contrario, transmiten un mensaje engañoso que les conduce a la pereza.

  1. Aceptar, reconocer y canalizar las diferencias entre los hijos y amigos de su misma edad.

Este es un asunto de máxima importancia y en el que solemos cometer errores de bulto. Cualquier padre o madre con varios hijos sabe que estos pueden llegar a ser muy diferentes unos de otros, aunque han nacido en la misma casa y crecen bajo los mismos parámetros de educación.  Debemos aceptar a cada uno con sus diferencias de carácter, no compararles con otros hermanos o amigos, sino aceptar su singularidad. Eso no excluye corregir lo deficiente, pero nunca para que acepten un modelo  ajeno a su personalidad y que se impone por comparación como la solución perfecta a dificultades complejas. Tampoco debemos justificar defectos de carácter con máximas como las de «yo soy así». El evangelio produce cambios y transformaciones progresivas que afectarán a nuestro carácter aunque permanezcan las bases esenciales de cada uno de nosotros.

  1. Unidad en los padres a la hora de corregir.

Otro error común, y en el que a veces es difícil ponerse de acuerdo entre los progenitores, es tener modelos distintos en la educación.  En este caso debemos mantener una comunicación anterior entre los cónyuges para preservar la unidad de criterio cuando vamos a educar y corregir a nuestros hijos. Llevarnos la contraria delante de ellos producirá confusión y división; los chicos se cobijarán al árbol que más sombra les dé. Cuando haya que aplicar castigos deben ser útiles y proporcionados. Cumplirlos con responsabilidad. Sin violencia física o degradante. Corregir no es violencia. Dios al que ama disciplina y lo trata como hijo. El que evita la disciplina a su hijo aborrece. Es necesario el dominio propio y la cordura en su aplicación. Algunos ejemplos pueden ser: quitar temporalmente la paga, la play, el ordenador, juegos, televisión, móviles. Debe haber restitución como resultado de aceptar la corrección. Si el castigo es por haber roto algo que pague de su dinero los desperfectos, al menos una parte. Si el caso ha sido por tirar cosas al suelo, que las recoja además de recibir la sanción  anunciada.

  1. Ojo a la doblez, el doble ánimo, la doble alma: una cara dentro de la casa y otra fuera.

Los chicos se dan cuenta de la hipocresía y toman nota.  Jesús nos enseñó a guardarnos de la levadura de los fariseos que es la hipocresía (Lucas 12:1). Si hay un lugar donde no podemos mantener mucho tiempo la falsedad y donde somos expuestos abiertamente a la realidad de lo que somos y no somos es en el ámbito familiar. Esto mismo vale también para los hijos.

  1. Reconocer los fallos cuando los hallamos cometido. Pedir perdón.

Caer en el error de transmitir una imagen de perfección es tan irreal que debemos ser capaces de reconocer nuestros fallos cuando los cometemos, incluso si nuestros hijos son pequeños. Mantener el hábito de pedir perdón, sin caer en la religiosidad cursi, transmitirá una imagen de los padres de vulnerabilidad y necesidad por la que juntos podemos orar y apoyarnos, cubriendo los defectos y valorando las virtudes.

  1. No permitir las faltas de respeto a la madre, ni al padre y entre los hermanos.

En esto debemos ser firmes. Podemos ver que la autoridad, aunque recae en primer lugar sobre el padre, hay una autoridad familiar que podemos ejercer juntos, dependiendo de los casos, y manifestarla en libertad y misericordia.

Próxima entrega:

El conflicto generacional: la herencia de nuestros padres

LA EDUCACIÓN DE LOS HIJOS – 6

Esperanza para la familiaLa trascendencia de las palabras.

«La muerte y la vida están en poder de la lengua» (18:21). Toda la Biblia nos muestra la trascendencia que tienen las palabras. Dios creó el mundo por la palabra. Somos salvos por la confesión de nuestra boca y la fe del corazón. La lengua es un mundo de maldad que inflama la rueda de la creación, y es inflamada por el mismo infierno. Hay palabras como golpes de espada. Pero también nuestras palabras pueden ser medicina y salud. Todos pecamos de palabra. Por una misma fuente bendecimos a Dios y maldecimos a los hombres que están hechos a su semejanza.

Las palabras de los padres pueden bendecir a los hijos o maldecirlos. Podemos bien-decir o mal-decir. Una mala palabra escuchada repetidamente acaba formando fortalezas en la mente que dirigirá nuestras vidas en derrota.

Nuestras palabras forman imágenes y construyen el pensamiento. Pues como piensa dentro de sí [considera en su alma, nota en LBLA], así es (Proverbios 23:7). A menudo usamos palabras fabricadas que repetimos a nuestros hijos de manera mecánica sin darnos cuenta del daño que producen. Por ejemplo: «este niño es muy malo». Esta expresión le afirmará más aún en la maldad. El niño acabará respondiendo a lo que se dice de él. «Eres un inútil y lo serás toda la vida». Esto es como una profecía que pesará como una losa en su alma.

Un error muy común es la comparación con otros. «Que tonto eres hijo, mira a fulano que listo es». Esto provocará la rivalidad, la envidia y el odio hacia sí mismo, hacia el padre y la persona con quién se le compara. Las comparaciones deforman la identidad personal. Somos personas individuales, únicas e irrepetibles, no soldaditos de plomo.

¿Qué debemos hablar a nuestros hijos? En primer lugar la verdad; la verdad acerca de sí mismo, lo que es y lo que no es. No debemos usar la amenaza, sino la persuasión. Debemos mantener la palabra dada. Cumplir las promesas por pequeñas que sean. Debemos hablar la verdad de Dios sobre sus vidas según su palabra. Debemos valorarlos como parte del Reino de Dios, son  imagen de Dios. Necesitamos transmitirles la revelación de Dios en cuánto al propósito de sus vidas, al menos hasta donde podemos comprenderlo y orar juntos para que Dios guie sus caminos.

La educación requiere determinación para llevarla a cabo. Precisa que los padres estén de acuerdo y no se contradigan delante de los hijos. Necesitamos actuar con valentía, al margen de nuestros sentimientos paternales, para encarar la desobediencia y rebelión de nuestros hijos. Debemos saber que han nacido con una naturaleza de pecado. Que viven en un mundo caído bajo la influencia de los poderes de las tinieblas y que la sociedad está orientada hacia la rebelión contra Dios y los principios de su Reino. Debemos corregir con amor y firmeza, presentándoles el poder del evangelio para que ellos mismos sean transformados a la semejanza de Cristo.

Como padres necesitamos la gracia de Dios para recibir los recursos sobrenaturales y ser modelos ante nuestros hijos, según la voluntad de Dios. Eso requiere nuestra transformación continua y la de ellos a Su semejanza. Si aprenden a obedecer a sus padres tendrán más fácil obedecer al Padre de los espíritus. El hogar es el taller de formación.

No debemos permitir que el diablo nos robe nuestros hijos. Dios nos ha dado armas para esta batalla. Debemos orar, cubrir con la sangre de Jesús sus vidas para que sean guardados del mal. La educación no es un asunto de «suerte», si nos salen bien los hijos o malos. Debemos dirigir la vida de  nuestros hijos en el camino de la verdad hasta que ellos mismos tomen sus propias decisiones. Enseñarles a vivir en victoria en cada uno de los desafíos que encontrarán en sus vidas.

Nuestros hijos son de Dios y para Dios (Romanos 11:36) (Salmos 139:13-16). Han sido llamados para servir a la justicia, no al príncipe de este siglo. Son escogidos en el vientre de la madre con un propósito eterno. Han sido santificados por la fe de sus padres (1 Corintios 7:14). Los padres somos mayordomos de Dios en relación a nuestros hijos. Somos los responsables de su integración en el Plan de Dios. Nuestra misión es cuidarlos, instruirlos y guiarlos en el camino de la verdad. Se requiere de los administradores o mayordomos que sean hallados fieles (1 Corintios 4:1,2) (Lucas 16:10).

Uno de los mayores enemigos de nuestra misión es la ausencia del padre en la casa. Un exceso de ocupaciones no es justificación para evitar nuestra responsabilidad. No podemos eludir la responsabilidad más importante de nuestras vidas. Recuerda, Dios dijo de Abraham: Porque yo sé que mandará a sus hijos después de sí, que guarden el camino del Señor, haciendo justicia y juicio…(Génesis 18:19). Como padres debemos oír las instrucciones de Dios y depender de Él para llevarlas a cabo con nuestros hijos.

Próxima entrega:

Los fallos más comunes de los padres en la educación

LA EDUCACIÓN DE LOS HIJOS – 5

Esperanza para la familiaDisciplina sobre la base del amor, no el temor o la represión.

Dios nos ama y nos disciplina. Está perfectamente expresado en Hebreos 12:5-8.Y habéis ya olvidado la exhortación que como a hijos se os dirige, diciendo: Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor, ni desmayes cuando eres reprendido por él; porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo. Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina? Pero si se os deja sin disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos, y no hijos. Es el modelo a seguir.

Dios es también amor, justicia, y santidad. Si el amor no está presente en la aplicación de la disciplina no producirá los resultados que se esperan, sino una provocación a la ira, el endurecimiento del corazón y por fin al alejamiento de la vida familiar. La fe obra por el amor (Gálatas 5:6). Padres, no exasperéis a vuestros hijos, para que no se desalienten (Colosenses 3:21).

El amor no es un concepto religioso, poético, humanista, ni tampoco un romanticismo de película americana. El amor es Dios mismo. Y ese amor lo ha derramado en los corazones de sus hijos (Romanos 5:5) para que sea su forma de vivir; donde Cristo, a través de su Espíritu y la verdad de su palabra, pueda actuar libremente en el gobierno del hogar.

El amor es la manifestación de Dios en nosotros cuando vivimos en el Espíritu, como padres y como hijos. Para entender bien el amor y no ser engañados por los esquemas de este mundo, miremos a Jesús. Para saber lo que es y lo que no es el amor, miremos a Jesús. Jesús es el amor de Dios manifestado en carne y viviendo como hombre en medio de las grandes contradicciones de la vida.

Para disciplinar correctamente se necesita fe y valentía, sabiduría y firmeza. Fe para depender de Dios y obedecer su palabra. Valentía para hacer los cambios y ajustes necesarios con determinación en la estructura familiar. Sabiduría para separar el pecado de la persona. Y firmeza para no confundir los sentimientos paternales con la verdad que hará libres a nuestros hijos.

Próxima entrega:

La trascendencia de las palabras.

LA EDUCACIÓN DE LOS HIJOS – 4

Esperanza para la familiaLa educación en Proverbios: determinación para corregir

Nuestra base de enseñanza y fuente de sabiduría la tenemos en las Sagradas Escrituras. Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto maduro, apto], enteramente preparado para toda buena obra (2 Timoteo 3:16,17). El mismo apóstol Pablo nos dice en Colosenses 2:8 Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo. Y es que siempre que abordamos el tema de la educación necesariamente chocamos con los planteamientos humanistas de una sociedad postmoderna, que ha escogido un modelo contrario a la verdad revelada, que la resiste, la combate y denigra con todos los medios a su alcance, para que nuestros hijos sean alejados de la influencia de sus padres, y el Estado controle su educación para poder moldear un país ideológicamente. Esta batalla la estamos librando continuamente y no debemos ignorarla.

La cosmovisión del mundo que se enseña en los colegios es básicamente un producto humanista, tiene al ser humano como eje de todas las cosas. Predomina la filosofía materialista que pone su acento solo en lo físico y una vida terrenal, sin conexión con lo trascedente y eterno. Por ello, al entrar en el libro de Proverbios debemos saber que los principios del Reino de Dios están en oposición a los reinos de este mundo.

El propósito de los Proverbios (1:1-7). Para aprender, discernir, recibir instrucción [disciplina]; para dar a los simples prudencia, a los jóvenes conocimiento y discreción. El sabio oirá y crecerá en conocimiento. El inteligente adquirirá habilidad.

«Corrige a tu hijo mientras hay esperanza, pero no desee tu alma causarle la muerte» (19:18 LBLA). Castiga a tu hijo en tanto que hay esperanza; más no se apresure tu alma para destruirlo” (RV60). Hay un tiempo para cada cosa, también hay un tiempo para la corrección de nuestros hijos, si pasamos ese tiempo puede que lleguemos tarde y perdamos la ocasión para instruir. Los expertos en educación dicen, de manera unánime, que los siete primeros años son el momento para poner las bases de la educación futura. Lo que no hacemos en esa etapa es mucho más difícil hacerlo después. Sin embargo, la mayoría de padres caen en el error de pensar que corregir a sus hijos comienza cuando tienen uso de razón. Aplazan la disciplina para cuando ya es muy difícil encauzarlos. Por otro lado, se dice en este pasaje que la disciplina no es para destruir al niño. «Muerto el perro, se acabó la rabia», dice el dicho popular. No. Debemos ser diligentes en el tiempo de la corrección, y hacerlo de tal manera que no destruyamos al niño. El apóstol Pablo lo dijo con estas palabras: Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor (Efesios 6:4).

«Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él» (22:6). Aquí tenemos un imperativo: ¡instruye! ¿Quién debe hacerlo? El padre y la madre. Como padres debemos obedecer esta instrucción. Se nos llama a la acción, no a la pasividad. ¿Qué camino es este? Para nosotros es el camino de la voluntad de Dios, el evangelio de Jesús. No de hacerlos esclavos de una religión, sino de un camino. Jesús es el camino, la verdad y la vida, por tanto debemos enseñar el camino de Jesús a nuestros hijos. Y eso, desde que son niños. ¿Dónde hay que enseñarlo? En el hogar, en la vida familiar (Deuteronomio 6:4-9).

Piensa que en las Escrituras la responsabilidad de enseñar el camino de la vida recae sobre los padres, no sobre las iglesias, escuelas dominicales (gracias a Dios por los que hacen un buen trabajo en estos lugares), pero primeramente son los padres los responsables de esta tarea. Recuerda las ocasiones cuando se dice a los hombres en el libro de los Hechos: Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo, tú y toda tu casa (Hechos 16:15, 31). Mira lo que dijo Dios de Abraham: Porque yo sé que mandará a sus hijos y a su casa después de sí, que guarden el camino del Señor, haciendo justicia y juicio, para que haga venir el Señor sobre Abraham lo que ha hablado acerca de él (Génesis  18:19). ¿Cómo lo vamos a hacer? Enseñando las Escrituras a nuestros hijos (2 Timoteo 3:15); orando juntos como familia; adorando juntos en el hogar; enseñar a obedecer en cada área de la vida y mostrando un modelo de vida de fe a seguir como padres. Sin hipocresía. Sin doblez.

El padre debe ser el sacerdote familiar, el pastor de la casa y apoyado por su mujer. En una misma familia puede haber distintos dones entre los cónyuges que harán dinámica esta misión vital para la fortaleza de la familia. En el caso de John Wesley fue la madre, Susana, quién mantenía las disciplinas en el hogar; y muchas madres han sido los vasos que Dios ha usado para bendecir la vida de sus hijos y familias con mayor potencial que el que podría desarrollar el padre de la casa. Otro ejemplo lo tenemos en Mónica, la madre de Agustín de Hipona, uno de los llamados padres de la iglesia, que fue clave en la conversión de su hijo mediante sus oraciones incesantes.

El humanismo dice: «hay que dejar a cada hijo escoger el camino que mejor le parezca, los padres no deben influir en sus decisiones». Qué gran mentira. Lo que los padres viven, hacen, enseñan, valoran o no, es lo que tendrán en cuenta los hijos a la hora de tomar decisiones, aunque no cabe duda que llegará el momento cuando muchas decisiones las tomarán por sí mismos. Los padres deben enseñar a los hijos, no los hijos a los padres. Los hijos deben obedecer a los padres, no los padres a los hijos.

«La necedad está ligada en el corazón del muchacho; mas la vara de la corrección la alejará de él» (22:15). Al leer este texto algunos pueden exclamar hoy, como antaño por otro motivo: dura es esta palabra; ¿quién la puede oír? (Juan 6:60). Antes de nada recordemos que lo que acabamos de leer es un texto de la Escritura. La necedad está ligada en el corazón del muchacho. ¡Qué jarro de agua fría para la autoestima modernista!

Hoy se enseña que los niños son un encanto, no tienen maldad, son muy listos, nacen con los ojos abiertos y espabilados como nunca. ¿Pero acabamos de leer que la necedad es una de sus características predominantes? Que ser necios forma parte de su ser más profundo; la necedad está ligada en lo hondo del ser y necesita ser desarraigada ¿cómo? mediante la corrección. Pero ¿cómo? hoy las leyes prohíben darle ni siquiera un cachete en el trasero. Puede causarle traumas. El niño es muy sensible y podemos marcarle para toda la vida. Sí, hay disciplina que destruye, ya lo hemos dicho antes, pero aquí no se trata de eso; es cuestión de amor, de hacerle sabio, de evitarle que sea repelente, estúpido, mal criado, necio. Porque no hay mayor fealdad que la de un niño consentido y mal criado. Los mayores siempre han dicho que «un azote a tiempo…» No estoy apelando a la violencia doméstica de los padres, de ninguna manera; estoy exponiendo el desorden en el que vivimos.

En España hemos ido de un extremo a otro. De la educación autoritaria y violenta a la permisividad más vergonzosa. Los resultados están a la vista. Hoy son los hijos quienes golpean a los padres. El mundo al revés. Son los educadores y profesores los que tiemblan en muchas aulas, mientras los chicos se enseñorean y alardean de su desprecio por la autoridad. Y muchos padres están paralizados, atemorizados, sin saber qué hacer con algunos de sus hijos adolescentes.

La disciplina forma el carácter del niño. Le aparta de la necedad, el egoísmo, la estupidez. En Proverbios se nos dice lo que produce la disciplina bien entendida.

  • Es medicina para el malo y purifica el corazón. Los azotes que hieren son medicina para el malo, y el castigo purifica el corazón (20:30).
  • Libra de la muerte. No rehúses corregir al muchacho; porque si lo castigas con vara, no morirá. Lo castigarás con vara, y librarás su alma del Seol (23:13,14).
  • Da sabiduría. La vara y la corrección dan sabiduría; mas el muchacho consentido [«suelto», LBLA] avergonzará a su madre (29:15).
  • Da descanso a los padres y alegría al alma. Corrige a tu hijo, y te dará descanso, y dará alegría a tu alma (29:17). Hace que los hijos sean una bendición y no una tortura.

Podemos entender estos textos de forma literal o metafórica, sé que hay opiniones para «todos los gustos», personalmente he aplicado la que he considerado oportuna en cada momento y no quiero decir a nadie como tiene que corregir a sus hijos, por ello no quiero ahondar en el tema, lo dejo sin puntualizar deliberadamente; lo que sí debemos hacer y nunca evitar es la corrección de nuestros hijos, no hacerlo conlleva un precio demasiado elevado; hacerlo indebidamente puede producir los mismos efectos. Si como padres no obedecemos a Dios en su Palabra, no podremos mostrar a nuestros hijos el camino de la obediencia, estaremos descalificados en esa área. Y como dijo el apóstol en relación a otro tema pero que podemos aplicar a este: Con todo eso, si alguno quiere ser contencioso, nosotros no tenemos tal costumbre… (1 Corintios 11:16).

Próxima entrega:

Disciplina sobre la base del amor, no el temor o la represión.

LA EDUCACIÓN DE LOS HIJOS – 3

Esperanza para la familiaEl pecado de los hijos de Elí

La historia del sacerdocio de Elí y el mal ejemplo de sus hijos está recogida en los primeros capítulos del primer libro de Samuel 2:12-4:22. Sin hacer un estudio exhaustivo, sí quiero resaltar varios aspectos de este episodio que me parecen relevantes. Se dice que los hijos de Elí eran impíos, y no tenían conocimiento del Señor (2:12). ¿En qué consistía su pecado? En que siendo los hijos del sumo sacerdote aprovechaban su condición de privilegio para sacar beneficio propio. Se estaban enriqueciendo y lucrando de manera impía, por el mal uso de su posición como hijos del sacerdote principal, y usando la piedad como fuente de ganancia. Todo ello mostraba su ignorancia en el conocimiento de Dios, vivían sin temor de Dios, y provocaban el menosprecio de los hombres hacia las ofrendas (2:17). Estaban deshonrando a su padre y por supuesto al Dios de Israel ante el pueblo.

Esta actitud fue muy desagradable a los ojos del Señor que decidió desecharlos del sacerdocio y escoger a Samuel. Además se beneficiaban de su situación ejerciendo dominio sobre las mujeres que acudían al lugar del sacrificio consiguiendo favores sexuales acostándose con ellas (2:22). Hacían pecar al pueblo de Israel con su mal ejemplo (2:24). En todo esto ¿cuál fue la actitud que tomó el padre, el sacerdote Elí? Los corrigió levemente, era consciente de su mal ejemplo y las consecuencias nefastas que acarrearían sobre ellos mismos y el pueblo del Señor. Pero no fue lo suficientemente firme para poner fin al pecado de sus hijos, por ello Dios le reprendió.

Es muy importante entender que Dios pidió responsabilidad al padre del comportamiento de los hijos. No fue suficiente saber que eran mayores de edad. Elí tenía la obligación de corregir lo deficiente en ellos y mantener el sacerdocio limpio de iniquidad. La palabra del Señor llegó a través de un varón de Dios para reprender al padre (2:27-36). Le dijo: has honrado a tus hijos más que a mí… yo honraré a los que me honran, y los que me desprecian serán tenidos en poco… me suscitaré un sacerdote fiel, que haga conforme a mi corazón y a mi alma… (2:29, 30,35). Más adelante el Señor habló al joven Samuel sobre su decisión en cuanto a la familia de Elí. Lo que me parece más relevante para nuestro tema fueron estas palabras: Y le mostraré que yo juzgaré su casa para siempre, por la iniquidad que él sabe; porque sus hijos han blasfemado a Dios, y él no los ha estorbado (3:13). La ligera corrección de Elí a sus hijos no fue suficiente para Dios, especialmente porque su conducta no cambió, y Elí permitió que se mantuviera la iniquidad.

A veces los padres nos excusamos con el argumento de que ya le hemos dicho a nuestros hijos que no hagan lo que sabemos está mal; pero no es suficiente decirlo, la corrección tiene que alcanzar a un cambio de actitud. A menudo decimos a nuestros hijos cuando son pequeños que dejen de hacer alguna cosa, pero lo hacemos de tal forma, —sin convicción—, que ellos mismos captan nuestra falta de firmeza y no tienen suficiente fortaleza para mover su voluntad. Podemos acostumbrarnos a repetirles palabras sin que supervisemos su obediencia, que acabamos creyendo que por haberlo dicho es suficiente y nuestras conciencias se calman. Pero eso no basta, hay que esperar que  nuestras palabras tengan consecuencias y sean obedecidas, de lo contrario estamos hablando al aire y enviamos un mensaje a nuestros hijos de que hablamos por hablar, echamos la bronca y ya está. Con ello adquieren la costumbre de esperar a que sus padres olviden el asunto para seguir haciendo lo mismo.

Este engaño también opera en nosotros mismos como padres, nos hace creer que estamos haciendo lo que debemos pero no recibimos ningún resultado. En el caso de los hijos de Elí las consecuencias fueron funestas y dramáticas. Israel fue vencido delante de los filisteos… el arca de Dios fue tomada… (4:2, 10, 11). Elí y sus hijos murieron el mismo día. La mujer de uno de los hijos, Finees, que estaba encinta, al oír lo que había pasado con el arca y que su esposo y suegro habían muerto, se puso de parto, dio a luz un hijo pero ella misma perdió la vida. Su hijo fue llamado Icabod, sin gloria (4:18-22). Todos estos acontecimientos tuvieron su origen en la pasividad e indolencia de un padre por no corregir lo suficiente a sus hijos. Por tanto el tema de la educación  de nuestros hijos es algo serio.

¿Cuántas familias están rotas hoy porque sus hijos no han sido estorbados por sus padres en el momento oportuno? Han sido flojos, indiferentes o permisivos en la educación; los han dejado en manos de la televisión, los colegios, los amigos, y cuando han reaccionado los chicos estaban metidos en la droga, en el alcohol, en una vida sexual promiscua y los padres sin saberlo. Despertar de este sueño es algo terrible. Claro que en ocasiones hacemos todo lo posible por proteger a nuestros hijos y ejercemos un control tan hechicero que provocamos el efecto contrario: se sienten tan oprimidos que están deseando alejarse de nuestro control y desenfrenarse como efecto pendular a nuestra represión contraproducente.

Todos los extremos son perjudiciales. No es fácil encontrar el camino equilibrado en esta responsabilidad, pero nunca debemos soltar a nuestros hijos de tal manera que queden a merced de las corrientes del siglo. Debemos estar cerca sin agobios; supervisarles y atender a las señales de sus estados de ánimo; sin oprimirles ni mantener una actitud de desconfianza continua. Y cuando sabemos que es la hora de pararles frente a nosotros y confrontarles con sus errores, hacerlo con la firmeza y ternura necesarias hasta conseguir los resultados deseables.

En estos tiempos no podemos estar ausentes, ni ser pasivos, ni flojos, ni cobardes, especialmente si es la etapa de la adolescencia. Necesitarán nuestro apoyo, que les oigamos, que sientan que estamos con ellos y que les amamos a pesar de las restricciones que debamos aplicar. Nunca son medidas populares en sus orígenes, pero a la larga darán fruto de justicia. Ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados (Hebreos 12:11).

Muchos padres quieren caer bien a sus hijos en la adolescencia, ser sus colegas, comprender todos sus excesos y permitir todo aquello que reclaman los chicos como si en ello les fuera la vida. Pero debemos mostrar madurez para soportar la impopularidad e incomprensión momentánea. Aplicar disciplina es tan costoso o más que recibirla. Si podemos evitar su aplicación escapáremos de ella como de la lepra. No queremos entrar en discusiones continuas con nuestros hijos; nos cansamos nosotros antes de corregir que ellos de aceptar la corrección. Si enviamos este mensaje un par de veces, nuestros hijos, que suelen ser muy espabilados en esto, sabrán que con un poco de resistencia y malos humos conseguirán imponer su voluntad; harán rodeos, si es necesario, acudiendo a la comprensión de la madre para romper la resistencia del padre o viceversa.

Todas las cosas tienen su origen. Vamos a pararnos ahora en los consejos que aparecen en el libro de Proverbios para evitar muchos de los errores que cuando nuestros hijos son mayores ya no tienen fácil solución.

Próxima entrega: La educación en Proverbios: determinación para corregir 

LA EDUCACIÓN DE LOS HIJOS – 2

Esperanza para la familiaLa educación en la tradición bíblica

Las Escrituras nos enseñan que la responsabilidad de la educación de los hijos recae sobre los padres, no sobre los gobiernos, ni siquiera sobre los colegios. En el Decálogo encontramos el primer mandamiento con promesa: Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra (Éxodo 20:12) con (Efesios 6:1-3).

Dios enseñó a Israel como a un hijo, el primogénito; y de esa educación recibida a través de la Ley de Dios, todas las naciones y familias recibirían instrucción según la voluntad del Eterno. En Deuteronomio 6:4-9 encontramos el recorrido de esas instrucciones: el Señor es uno. Amar a Dios con todo tu corazón. Estas palabras estarán sobre tu corazón y las repetirás a tus hijos en la vida cotidiana: en la casa, por el camino, al acostarte y al levantarte.

Oye, Israel: YHWH nuestro Dios, YHWH uno es. Y amarás a YHWH tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas. Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes. Y las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos; y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas (Deuteronomio 6:4-9).

Luego Jesús nos enseña que el segundo mandamiento es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Marcos 12:28-31), verdad que ya aparece en la Ley de Moisés (Levítico 19:18).

Podemos resumir en tres apartados la responsabilidad de los padres sobre los hijos:

Enseñar o instruir. Los padres deben instruir al niño desde la niñez (Proverbios 22:6)

Disciplinar. Los padres deben corregir a los hijos, no los hijos a los padres, para que crezcan seguros y protegidos. La disciplina debe ser aplicada en amor, nunca mediante la violencia.

Amar. Tanto la enseñanza como la disciplina tienen que tener su punto de partida en el amor. La firmeza y la ternura deben actuar juntas. Para ello los padres necesitamos vivir cerca de la fuente del amor de Dios.

Incumplir con esta responsabilidad nos puede conducir a perder a nuestros hijos y que se alejen de la verdad del evangelio rebelándose  contra Dios. El mal ejemplo de Eli y su pasividad en la corrección de sus hijos es siempre un modelo que no debemos repetir.

Próxima entrega: El pecado de los hijos de Elí

LA EDUCACIÓN DE LOS HIJOS – 1

Esperanza para la familia1 – LA EDUCACIÓN DE LOS HIJOS

Modelos enfrentados: humanismo y revelación

Uno de los grandes desafíos que enfrentamos los padres es la educación de los hijos. Como diría el apóstol Pablo, “… y para estas cosas, ¿quién es suficiente?” (2 Corintios 2:16). Todos, en mayor o menor medida, hemos experimentado alguna vez la impotencia a la hora de educar, instruir o corregir a nuestros hijos. Vemos en ellos, ya desde muy pequeños, la manifestación de la naturaleza pecaminosa, el egoísmo, incluso la maldad que asoma, a la que le damos inicialmente un tinte de gracia, pero que a  la larga se manifiesta como un poder difícil de controlar.

Es una gran mentira que los niños son buenos por naturaleza. Cierta filosofía moderna ha venido a decirnos que el ser humano es bueno, pero que el entorno y la sociedad acaban estropeándolo. Todo se reduce, por tanto, a un asunto de educación y cultura. Si educamos y culturizamos adecuadamente a nuestros hijos conseguiremos ciudadanos ejemplares.

No cabe duda que la educación es fundamental, pero ¿bajo qué bases o principios educamos? Esa es la cuestión. La sociedad moderna impone un modelo laico, basado en los valores de la Ilustración (racionalismo y humanismo) que se extendieron con la revolución francesa, dando la espalda a la revelación de Dios en su Palabra y extendiendo la filosofía racionalista y humanista: la mente humana como nueva religión del Estado. De esta forma, y de manera gradual, la vieja Europa, nacida y creada bajo los cimientos de una cultura griega, romana y especialmente judeocristiana, ha venido a ser una sociedad alejada de Dios, colocando los avances industriales, científicos y tecnológicos como nuevos ídolos.

Se ha instalado el relativismo moral, que lo invade todo, alejando los valores y verdades trascendentes de la vida pública enterrándolos en el silencio de la vida privada. Hemos sacado toda manifestación religiosa de los lugares públicos y en su lugar hemos instalado otra religión: el laicismo que emana en gran medida de una cosmovisión masónica, gnóstica y de la Nueva Era. Un sincretismo donde todo vale, cualquier religión está al mismo nivel de utilidad y donde no hay verdades absolutas porque ello colisiona con la gran utopía de la tolerancia y la multiculturalidad, es decir, todas las culturas son iguales, aunque en la práctica unos se dediquen a edificar y otros a destruir. Estos valores son los que nuestros hijos están asimilando en los Institutos.

Los padres no acabamos de comprender bien lo que está pasando y estamos siendo espectadores pasivos de un lavado de cerebro que tiene a nuestros vástagos como principal objetivo. De esta forma se cambia el paradigma de la sociedad, se transforma a generaciones enteras orientándolas lejos de Dios, el Dios de Israel, y de su manifestación en la persona de su Hijo, Yeshúa el Mesías.

El resultado de todo esto es que se pretende prohibir por ley predicar el evangelio, salvo en los lugares destinados para ello y decididos por el Estado o los Ayuntamientos. Se imponen leyes restrictivas a la manifestación pública religiosa, especialmente la cristiana, para no molestar a otras, especialmente la musulmana.

Nuestros gobernantes legislan en contra del cristianismo y a favor del islamismo. Los medios de comunicación, actores y agentes de cultura, nunca se atreven a provocar la sensibilidad de los seguidores de Mahoma, pero denigran, desprecian y ridiculizan toda manifestación que tenga que ver con el Dios de la Biblia. El resultado de todo ello cuál es: Una sociedad en decadencia, embrutecida por la inmoralidad, promiscua en lo sexual, sin respeto a la autoridad (padres, maestros, agentes del orden, gobernantes), crisis económicas sin parangón, codicias necias y engañosas, idolatría del dinero, idolatría del ego, superficialidad, la cultura de la apariencia y el culto al cuerpo, debilidad, hijos maltratadores de sus padres.

Mientras tanto un ejército de Alá, en forma de emigrantes, con sus mezquitas instaladas sin un mínimo de control por las autoridades, llenan nuestras ciudades invadiéndonos con más de 20 millones en Europa, dispuestos a no respetar las leyes del país de acogida, aprovechando el Estado del bienestar en muchos casos de manera abusiva, y cuya fidelidad primera y última es hacia las leyes del Corán y la Sharia, aunque éstas choquen frontalmente con la cultura o sistema de valores predominantes en las sociedades occidentales. ¡Cómo me recuerda este panorama al de la caída del Imperio Romano! Lo último que he sabido en este sentido es el surgimiento de una “nueva religión” llamada Crislam, que pretende conciliar el dios del Islam con el Dios de la Biblia, diciendo que son un mismo Dios. Falso. Alah es el nombre de uno de los muchos ídolos que se adoraban en Arabia antes de la llegada de Mahoma, y el Dios de la Biblia es el Dios de Israel, revelado al pueblo de Israel y a través del Mesías judío, Yeshúa, a todas las naciones.  

Bíblicamente hablando, el hombre no es de fiar. Su naturaleza es mala desde la caída en pecado. La iniquidad le domina gradualmente mientras se va desarrollando en su vida ya en los primeros días de su existencia. De ahí que las sociedades democráticas modernas establecieran la división de poderes para contrapesarlos, y no caer en el abuso, el dominio, y la corrupción innata en el ser humano. Está escrito: He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre (Salmo 51:5). Por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios (Romanos, 3:23). La necedad está ligada al corazón del muchacho (Proverbios 22:15).

Hoy tratamos a los niños como si fueran reyes. Nacen en un ambiente donde son el centro de la atención, el ombligo del mundo; se les trata como señoritos; se usan palabras infladas y desproporcionadas para adularles: «mi vida», «mi princesa». Se les procuran todas las comodidades posibles ya antes de nacer. Son orientados hacia una vida de placer inmediato. En ese ambiente los niños adsorben un protagonismo desmesurado; sus egos son expuestos a la arrogancia más necia, y crecen pensando que todos sus caprichos deben ser obedecidos al instante; de lo contrario se enfadan, chillan, se tiran al suelo, patalean y gritan hasta conseguir doblegar la voluntad de sus padres a sus apetencias. No se les puede castigar, les causará traumas; así que la psicología moderna enseña que hay que esperar hasta que se les pase la rabieta, ignorarlos, no atender sus reivindicaciones pero dejar que manifiesten su desacuerdo de la forma más grosera, estúpida y necia que un niño puede expresar.

Estos planteamientos y filosofías humanistas, que han asumido en buena medida los propios padres cristianos, se han instalado en la forma de pensar de los hijos de Dios, abandonando los principios del Reino en favor de una ética laica impuesta a golpe de leyes contrarias a la revelación de Dios. Hemos abandonado nuestra responsabilidad de padres y entregado a nuestros hijos para que los eduque el colegio y el Estado. Esta es otra deformación de la voluntad de Dios expresada en las Escrituras.

Como predomina el pensamiento humanista alejado de Dios, tenemos una generación de jóvenes que nacen y crecen en medio de la incredulidad, ignorando a Dios y Su Palabra; por tanto, alejándolos de la Fuente de vida y capacidad para que crezcan en equilibrio.

Tenemos también una generación de padres que han desertado de sus obligaciones, —con algunas excepciones—, y que, bien por motivos de asimilar la metodología moderna de la enseñanza, o bien por falta de tiempo por la actividad laboral, permanecen ausentes y sin acción en semejante necesidad. En su mayoría son los hombres quienes primero se alejan de la educación de sus hijos, dejando a las mujeres esa carga exclusivamente, con el consiguiente peso sobre sus almas que acaba, en muchos casos, en desequilibrios, depresiones y rupturas.

Como padres cristianos estamos expuestos a caer en un extremo u otro: la permisividad o el autoritarismo. Para no caer en ninguno de ellos, sino mantener una posición equilibrada y que produzca resultados provechosos, debemos saber lo que enseñan las Escrituras sobre este tema y no conformarnos a los esquemas de este mundo y las corrientes que van y vienen en forma de machismo o feminismo.

Próxima entrega: La educación en la tradición bíblica

NOTA INFORMATIVA – Varias noticias

La sangre de JesúsApreciados hermanos y amigos.

Hemos llegado al final de la serie GRATITUD Y ALABANZA, si alguno tiene interés en una copia completa en PDF puedo enviarla a una dirección de correo electrónico que me envíes.

Como estamos en medio de una semana donde recordamos la expiación y redención del Mesías, culminando el domingo con la mejor noticia posible para el mundo: JESÚS HA RESUCITADO, hay esperanza en medio de las grandes oscuridades en las que vivimos; por ello, este sábado os enviaré un artículo que he titulado. Sueltos los dolores de la muerte.

Para las próximas entregas he decidió lo siguiente: Haré un solo envío a la semana, será los viernes, y los diez temas que he recuperado tratan sobre la educación de los hijos. Creo que asistimos al hundimiento de la familia por capítulos en su versión original: un hombre, una mujer y sus hijos; precisamente uno de los aspectos dramáticos de ese naufragio es el abandono pasivo de la educación de nuestros hijos. Va dirigido especialmente a los padres con hijos en edad para educarlos y guiarlos en el camino que deben seguir, para que cuando sean viejos no lo abandonen (Pr. 22:6). Si no estás en este grupo siempre puedes ponerlo en manos de familias que conozcas o en la de tus hijos que ya son padres y educan a tus nietos.

Recibe un saludo cordial, y como siempre, me encantará recibir tus comentarios.

En Cristo

VIRGILIO ZABALLOS – España

GRATITUD Y ALABANZA (120) – El vestido de lino fino (3) – FIN DE LA SERIE

GRATITUD Y ALABANZA - 1El vestido de lino fino – (3)

Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y de lino fino, y hacía cada día banquete con esplendidez (Lucas 16:19).

Vivimos en un mundo atrapado en el engaño y las falsas apariencias. Las imitaciones y falsificaciones están a la orden del día. Los camuflajes son cada vez más sofisticados, por ello, quiero acabar esta serie con una advertencia. Porque hasta la gratitud y un lenguaje agradable pueden esconder la mentira de un vestido de lino con obras de ciudad ramera. Jesús dijo que por sus frutos los conoceréis. Frutos de justicia. Fruto maduro, probado mediante los procesos de maduración naturales: frío, calor, viento, lluvia y sol. Podemos ser engañados y engañarnos a nosotros mismos, como el rico de  nuestro texto.

Observa que este hombre se vestía sus mejores galas, vestidos de lino y púrpura, para hacer banquetes espléndidos en los que invitaba a la flor y nata de la sociedad y, por supuesto, hacer negocio. Esos banquetes son propicios para comprar y vender en medio de orgías de gula, sexo y drogas. También para tomar decisiones políticas que afectan, en nuestros días, al mundo entero. Hoy tenemos el Foro de Davos, el club Bilderberg, el FMI, la OMS, la ONU, la UE y muchos más donde se toman decisiones que imponen a las naciones sin pasar por los parlamentos. Al lado de todos estos foros estaba el mendigo Lázaro, representando a la plebe, el pueblo que consume y paga impuestos, sin apenas posibilidades de llegar a fin de mes, o incluso pienso en las colas del hambre de familias enteras que se acercan a las ONGs para recibir una limosna estatal con la que ahogar la conciencia de los banquetes de esplendidez, como los que se realizaban cada día en casa del rico.

Los ricos de hoy son grandes filántropos que ocultan sus homicidios tras ingentes cantidades de dinero donado a fundaciones que redundan en beneficio propio. Babilonia se viste también de lino fino. ¡Ay, ay, de la gran ciudad, que estaba vestida de lino fino, de púrpura y de escarlata, y estaba adornada de oro, de piedras preciosas y de perlas! (Ap.18:16). El mismo traje de nuestro rico (lino fino y púrpura) mostrando una falsa piedad que niega su eficacia (2 Tim.3:5). El engaño es enorme. La decadencia evidente, escondida tras un velo de lenguaje inclusivo de libertad y democracia. Pero el Señor conoce a los que son suyos y viven vidas de verdadera gratitud y alabanza. Como la mujer virtuosa que se viste también de lino fino y púrpura (Pr.31:22), siendo todas sus obras de verdad. Su familia no pasa hambre y su marido la alaba. Hoy debemos discernir las obras de la mujer que no mancha sus ropas en Babilonia, de aquella que fornica. Hay unas pocas que no manchan sus vestidos; y andarán conmigo… (Ap.3:4).

         Nuestro vestido limpio manifiesta la justicia de nuestras obras.