A ti, oh Señor, elevo mi alma. Dios mío, en ti confío; no sea yo avergonzado… ciertamente ninguno de los que esperan en ti será avergonzado… muéstrame tus caminos, y enséñame tus sendas… Guíame… Enséñame… en ti espero todo el día… Acuérdate… y enseña a los humildes su camino (Salmos 25:1-9).
Una vez elevada, el alma puede confiar de manera «natural» en el Dios que sostiene su vida. Hay un tipo de oración que tiene que ver con lucha, como la de Jacob hasta que consiguió su elevación y confianza de que Dios le bendeciría. Daniel luchó durante tres semanas contra fuerzas contrarias al plan de Dios de restauración para Judá, hasta que fue oído y la palabra profética de Jeremías, sobre los setenta años de cautiverio, se abrió camino. Debemos aprender a perseverar en oración hasta conseguir, por la fe y la paciencia, heredar las promesas. Tenemos un adversario que se opone, no debemos ignorarlo, sino resistirlo firmes en la fe.
Dios mío, confiamos en tu palabra verdadera para la restauración de Israel en su tierra y a su Dios. En ti confiamos por nuestro país, perdónanos, redímenos, sálvanos. Amén.