136 – LA VIDA EN EL ESPÍRITU – Una Persona de la Trinidad

LA TERCERA PERSONA DE LA TRINIDAD

         Y para terminar esta serie, aunque es imposible finalizar el tema, queremos dedicar las últimas meditaciones a la personalidad del Espíritu Santo; porque el Espíritu revelado en la Escritura es una Persona, una Persona de la Deidad.

      Veremos las características de su personalidad y atributos, así como su acción en la obra de salvación, santificación y transformación en la vida de los hijos de Dios.

  1. Una Persona de la Trinidad (2 Co.13:14)
  2. El Espíritu Santo es Dios (2 Co.3:17)
  3. En la obra de salvación (Jn.16:7-11)
  4. En la obra de santificación (2 Tes.2:13)
  5. En la obra de transformación (2 Co.3:18)

La vida en el Espíritu - MeditacionesUna Persona de la Trinidad

La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros  (2 Corintios 13:14).

Las últimas meditaciones sobre la vida en el Espíritu quiero dedicarlas a reflexionar sobre la personalidad del Espíritu. También veremos cómo actúa en combinación con el Padre y el Hijo en la obra de salvación, santificación y transformación. El Espíritu Santo es una Persona. No una fuerza activa. La revelación de la Escritura no deja duda de esta verdad, aunque a nosotros nos parezca que hay aspectos misteriosos a la hora de comprender la unidad y diversidad de la divinidad. Recordemos las palabras del apóstol Pablo, «porque en parte conocemos» (1 Co.13:9). También dijo que «el conocimiento envanece, pero el amor edifica. Si alguno cree que sabe algo, no ha aprendido todavía como lo debe saber; pero si alguno ama a Dios, ése es conocido por El» (1 Co.8:1-3).

Seguramente sabemos algo acerca de la personalidad del Espíritu Santo dentro de la Trinidad, o como dice un autor Tri-Uno. Creemos que en la Escritura se revela un Dios Trino, aunque es Uno, y solo Uno. Ahora quiero centrarme en las características del Espíritu Santo que nos llevan a afirmar que es una Persona, y por supuesto, una Persona de la divinidad.

El Espíritu Santo tiene voluntad. «El Espíritu Santo dijo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los he llamado» (Hch.13:2). Es quien tiene la iniciativa en la obra misionera. El Espíritu Santo se entristece. «Y no entristezcáis al Espíritu Santo de Dios» (Ef.4:30). El Espíritu Santo habla. «Y el Espíritu dijo a Felipe» (Hch. 8:29). Esta misma expresión se repite en muchos otros textos. El Espíritu Santo tiene sabiduría, conocimiento, inteligencia, es consejero. Así es como nos lo presenta el profeta Isaías actuando en la vida del Mesías, el vástago de Isaí que habría de brotar. Dice: «Y reposará sobre Él el Espíritu del Señor, espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de poder, espíritu de conocimiento y de temor del Señor» (Isaías 11:1-2). Aquí tenemos las siete manifestaciones del Espíritu con el que aparece también en el libro de Apocalipsis, denominado como los siete Espíritus de Dios (Apc.3:1; 4:5; 5:6).

Todo ello nos muestra con claridad que el Espíritu Santo tiene las características de la personalidad: voluntad, sentimientos, habla, sabiduría, conocimiento, inteligencia, consejo, etc. Con esa Persona de la Trinidad podemos tener comunión, como dice Pablo: «y la comunión del Espíritu Santo sea con todos vosotros».

         Tenemos comunión con el Espíritu Santo porque es una persona con quién podemos comunicarnos desde nuestro espíritu.

135 – LA VIDA EN EL ESPÍRITU – El fruto del Espíritu – verdad

La vida en el Espíritu - MeditacionesEl fruto del Espíritu – verdad

Porque en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz (porque el fruto del Espíritu es en toda bondad, justicia y verdad(Efesios 5:8-9 RV60).

Con la verdad queremos cerrar la relación que hemos hecho sobre el fruto del Espíritu. Hay muchas manifestaciones del fruto del Espíritu que no veremos, pero con estas creo que tenemos una panorámica suficiente para saber discernir a los hombres llenos del Espíritu. La verdad es un fruto del Espíritu. Pablo nos recuerda que el amor no se goza de la injusticia, sino que se goza de la verdad. La verdad hay que amarla, porque Jesús es la verdad (Jn.14:6). También el Espíritu es la verdad (1 Jn.5:6). Por tanto, cualquiera que se dice ser hijo de Dios y no ama la verdad, es mentiroso, no vive en luz, y la verdad no está en él.

El apóstol Juan se gozaba viendo a sus hijos andar en la verdad. Jesús dijo que la verdad nos hará libres. El Espíritu de Dios nos guía a toda verdad. Produce en nosotros la verdad de Dios cuando nuestros corazones están en yugo con Jesús. Hay quienes piensan que por saber algunos versículos de la Biblia ya andan en la verdad, pero sus hechos lo niegan. Porque no se puede tener la verdad como centro de nuestras vidas y mentir por sistema.

El carácter de los hombres en los últimos tiempos se caracteriza, entre otras cosas, por ser amadores de los placeres en vez de amadores de Dios, de la verdad (2 Tim.3:4). En un mundo que está bajo el maligno (1 Jn.5:19) no podemos creer que un mensaje populista, aceptado por masas sin discernimiento, pueda contener la verdad de Dios. La verdad siempre divide, porque resiste la mentira. La verdad fue crucificada en una cruz en el monte Calvario, pero hoy algunos creen poder usarla para enriquecerse evitando la persecución que le acompaña. Vano intento. Falso testimonio.

La verdad está al alcance de quienes viven en el Espíritu, andan en luz y como resultado manifiestan una vida verdadera. Dice Pablo que «los pecados de algunos hombres son ya evidentes, yendo delante de ellos al juicio; mas a otros, sus pecados los siguen. De la misma manera, las buenas obras son evidentes, y las que no lo son no se pueden ocultar» (1Tim. 5:24-25). Por tanto, amados hermanos, «el Señor conoce a los que son suyos, y: que se aparte de la iniquidad todo aquel que menciona el nombre de Señor» (2Tim. 2:19), manifestando el fruto del Espíritu viviendo en la verdad.

         Jesús es la verdad, el Espíritu es la verdad y los que son de la verdad aman a Jesús y viven en el Espíritu.

134 – LA VIDA EN EL ESPÍRITU – El fruto del Espíritu – justicia

La vida en el Espíritu - MeditacionesEl fruto del Espíritu – justicia

Porque en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz (porque el fruto del Espíritu es en toda bondad, justicia y verdad)  (Efesios 5:8-9 RV60).

El fruto del Espíritu es también justicia. La justicia de Dios siempre es más alta que la nuestra, por eso el evangelio contiene la justicia de Dios en Cristo para todos los que creen en él. La salvación de Dios es mediante su justicia, manifestada en la persona de Jesús y aplicada a todos aquellos que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia (Rom. 5:17). La justicia de Dios es aplicada a quienes han sido justificados por la fe en la obra redentora del Mesías. A partir de ese momento, justificados por la fe, tenemos paz con Dios, una naturaleza nueva y justa, creada en la justicia y santidad de la verdad (Ef.4:24).

Por tanto, el fruto del Espíritu es mostrar la justicia en nuestra nueva manera de vivir. El reino de Dios no consiste en comida o bebida, sino en justicia, paz y gozo en el Espíritu (Ro.14:17). La enseñanza de Jesús es que si nuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos no entraremos en el reino de los cielos (Mt.5:20). El amor no se goza de la injusticia, sino que se alegra con la verdad (1 Co.13:6). Jesús amó la justicia y aborreció la iniquidad, por eso el Señor le ungió con óleo de alegría, más que a sus compañeros (Heb.1:9). Este es el camino para ser ungidos: amar la justicia y aborrecer la iniquidad.

Algunos piensan que la unción se recibe «alegremente» y sin condiciones. Se pone de moda asistir a conferencias donde los ponentes hacen énfasis en conseguir «el elixir» que trae la felicidad al hombre sin apelar a la justicia y la verdad. No os engañéis, Dios no puede ser burlado… El que siembra para la carne, de la carne segará muerte. Pero el fruto del Espíritu es justicia.

Jesús, nuestro modelo y Señor, amó la justicia, aborreció la iniquidad, por eso fue ungido y anduvo haciendo bienes sanando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él. Juan el Bautista se dio cuenta que muchos de los que abarrotaban el río Jordán para ser bautizados —porque se puso de moda, y el personaje era «pintoresco»— solo querían huir de la ira venidera sin hacer frutos dignos de arrepentimiento, sin amar la justicia, sin ser vestidos de ella. Por eso les dijo: ¡Camada de víboras! (Lc.3:7-9). Nos hemos acostumbrados demasiado a las glorias sin el sufrimiento, lo cual nos conduce al auto-engaño, predominante en nuestros días.

         El fruto del Espíritu es también justicia, resultado de ser hijos de luz.     

133 – LA VIDA EN EL ESPÍRITU – El fruto del Espíritu – dominio propio

La vida en el Espíritu - MeditacionesEl fruto del Espíritu – dominio propio

Mas el fruto del Espíritu es… dominio propio…  (Gálatas 5:23).

O templanza, dice en la versión Reina Valera. La novena rama de este árbol del Espíritu es el dominio propio. Aunque no es el último fruto como veremos en próximas meditaciones. Templanza o dominio propio es una virtud por la que muchos gobernantes o líderes de las naciones darían ingentes cantidades de dinero por conseguirla. Cantantes, deportistas, actores, escritores, empresarios, incluso pastores, necesitan sucedáneos químicos para conseguir afrontar los desafíos que enfrentan en sus respectivas profesiones. Muchos no pueden conseguir el descanso necesario que regenere sus fuerzas por la presión que soportan para estar a la altura de un público muy exigente. Algunos quedan atrapados en una espiral que acaba devorándolos. Su carácter se vuelve irritable, aparecen conductas bipolares, esquizofrenias, y todo tipo de enfermedades psíquicas y físicas. El devorador viene a exigir el precio de la fama, la riqueza y el éxito.

Las peleas por las herencias familiares liberan lo peor del ser humano para no acabar nunca de tensar la cuerda que no nos deja vivir. Por eso dice el sabio en el proverbio: «Mejor es la comida de  legumbres donde hay amor, que de buey engordado donde hay odio» (Pr.15:17). El fruto del Espíritu es dominio propio. El ocuparse de las cosas del Espíritu es vida y paz (Ro.8:6). Las guerras vienen de las pasiones por causa de la falta de templanza necesaria para no codiciar los bienes ajenos. Jesús manifestó un dominio propio ejemplar delante de Pilatos y Herodes. Cuando los soldados le escarnecían, encomendó la causa al que juzga justamente.

El apóstol Pablo nos enseña que hemos recibido de Dios, no un espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio (2 Tim.1:7). Saber que lo tenemos en el depósito recibido es el comienzo para su manifestación en nuestras vidas. Está escrito que «mejor es el que tarda en airarse que el fuerte; y el que se enseñorea de su espíritu, que el que toma una ciudad» (Pr. 16:32). Y el apóstol de los gentiles recuerda a los corintios que «los espíritus de los profetas están sujetos a los profetas» (1 Co.14:32). El pecado no dominará sobre los hijos de Dios porque hemos muerto, y nuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Una de las manifestaciones de la vida de Jesús es el fruto del Espíritu en forma de templanza y dominio propio ante los desafíos que presenta la sociedad actual. Es el milagro de la vida cristiana.

         El dominio propio es un lujo sobrenatural para el hombre postmoderno. Andar unidos con Jesús lo hará posible porque él es nuestro equilibrio.

132 – LA VIDA EN EL ESPÍRITU – El fruto del Espíritu – mansedumbre

La vida en el Espíritu - MeditacionesEl fruto del Espíritu – mansedumbre

Mas el fruto del Espíritu es… mansedumbre…  (Gálatas 5:23).

Una de las figuras que a menudo usó Jesús para referirse al trato con sus discípulos fue la del pastor y las ovejas. Lo que caracteriza la naturaleza de las ovejas es la mansedumbre. Jesús es el Cordero de Dios, y los suyos, que tienen su misma naturaleza, manifiestan ternura y mansedumbre como resultado de la vida de Cristo en ellos. Pablo dijo: Cristo en mí la esperanza de gloria. También dijo: «buscáis una prueba de que habla Cristo en mí» (2 Co.13:3). Por tanto, se establece un paralelismo entre el Pastor y las ovejas; son del mismo Espíritu, la misma naturaleza. Por eso dice el apóstol «No estéis unidos en yugo desigual con los incrédulos, pues ¿qué asociación tienen la justicia y la iniquidad? ¿O qué comunión la luz con las tinieblas? ¿O qué armonía tiene Cristo con Belial? ¿O qué tiene en común un creyente con un incrédulo? ¿O qué acuerdo tiene el templo de Dios con los ídolos?» (2 Co.6:14-16). Esas uniones son espurias. No hay acuerdo. Tienen naturaleza distinta, por ello cada uno actuará en dirección opuesta.

Sin embargo, Jesús dijo: «Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas» (Mt.11:29). Tenemos, por tanto, que la mansedumbre es una consecuencia «natural» en aquellos que están unidos a Jesús. Es el fruto del Espíritu. «Manso y humilde», dice el Maestro. Ambas cualidades van unidas en la vida del discípulo. Mansedumbre significa calidad de manso. Sin embargo, no malinterpretemos este término. Jesús era manso, lo cual no evitó que confrontara la mentira, el pecado y la injusticia de aquellos que manifestaban la naturaleza de Satanás. «Vosotros sois de vuestro padre el diablo», les dijo a quienes decían ser hijos de Dios pero sus obras manifestaban la naturaleza del padre de la mentira y homicida. Por eso su enseñanza hace énfasis en una máxima esencial: «por sus frutos los conoceréis».

Jesús no solo es el Cordero de Dios, sino que también es el León de la tribu de Judá. Es el siervo sufriente, pero también el Rey de gloria que esperamos. Su enseñanza nos insta a no resistir al que es malo, sino resistir al diablo. Moisés fue cambiado en el desierto en el hombre más manso de la tierra (Nm.12:3). Fue transformado. Los hijos del trueno también. El perseguidor Saulo en Pablo el perseguido. Los hijos del reino manifiestan mansedumbre y humildad en su manera de vivir. Corrigen con mansedumbre a los que se oponen, por si quizá Dios les conceda el arrepentimiento (2 Tim.2:25).

         El ruego del apóstol Pablo es para que manifestemos la mansedumbre y ternura de Jesús como resultado del fruto del Espíritu (2 Co.10:1).

131 – LA VIDA EN EL ESPÍRITU – El fruto del Espíritu – fe

La vida en el Espíritu - MeditacionesEl fruto del Espíritu – fidelidad (fe)

Mas el fruto del Espíritu es… fidelidad…  (Gálatas 5:22).

La palabra fe y fidelidad vienen de la misma raíz en el hebreo. Significa confianza, creer, fidelidad, obediencia. Está escrito: «Mas el justo, por su fe vivirá» (Hab.2:4). Dios es fiel (1 Co.1:9), es un Dios de fe, que llama las cosas que no son como si fueran (Ro.4:17). Y se nos dice que debemos ser imitadores de Dios (Ef.5:1). En la Escritura la fe aparece como un don que Dios reparte a cada uno en la medida que Él quiere (Ro.12:3), y también encontramos la fe (fidelidad) como fruto del Espíritu. Se requiere de los administradores que cada uno sea hallado fiel (1 Co.4:2).

Es una exigencia en aquellos que han venido a ser hijos de Dios manifestar el carácter de Dios, las virtudes de aquel que nos llamó. «Pero vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido para posesión de Dios, a fin de que anuncies las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable» (1 Pedro 2:9). El dicho popular dice: «de tal palo, tal astilla, y de tal padre, tal hijo». Sabemos que no siempre es así en el ámbito natural, y tampoco en el espiritual. Pero nuestro llamamiento está claro. Hemos sido llamados a ser luz y sal en el mundo, y no hay mejor forma de hacerlo que manifestar la misma naturaleza de Dios. Sed imitadores de Dios. La fidelidad es parte de Su naturaleza. Jesús fue fiel, como Hijo, sobre la casa de Dios, cuya casa somos nosotros (Heb.3:6). Exigió de los suyos fidelidad en lo poco para poder mostrar fidelidad en lo mucho (Lc.16:10). La fidelidad identifica a los hijos de Dios.

La fe del corazón aparece en aquellos que viven llenos del Espíritu. Dios aborrece el divorcio porque viene a ser infidelidad a la mujer de tu juventud (Mal. 2:14-16). El adulterio es infidelidad al pacto matrimonial, y Dios lo aborrece. El día preparado para rendir cuentas delante de Aquel que nos dio los talentos para servirle se dirá a los fieles: «Entra, buen siervo y fiel, sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré, entra en el gozo de tu señor» (Mt.25:21). Seremos juzgados por nuestra fidelidad o no al pacto con el Señor.

La fe es obediencia. Por la fe obedecieron los antiguos. Por la fe vive el justo, y esa fe, —fidelidad—, es una manifestación de la vida del Espíritu operando en nuestro interior. El fruto del Espíritu tiene su expresión en toda nuestra manera de vivir. No hay aspecto de nuestra vida en la que no podamos mostrar el fruto del Espíritu, y con él, honrar a Dios y glorificarle.

         La fidelidad a Dios y a los hombres pone de manifiesto que nuestra naturaleza ha sido transformada por el poder del evangelio.

130 – LA VIDA EN EL ESPÍRITU – El fruto del Espíritu – bondad

La vida en el Espíritu - MeditacionesEl fruto del Espíritu – bondad

Mas el fruto del Espíritu es… bondad…  (Gálatas 5:22).

En la misma línea del fruto visto anteriormente, la bondad viene a ser gemela de la benignidad. Dios es bueno, dice el salmista. «Probad y ved que el Señor es bueno. ¡Cuán bienaventurado es el hombre que en El se refugia!» (Sal. 34:8). El fruto del Espíritu es bondad, de la misma naturaleza de Dios. Por eso, en el intercambio que se realiza en la vida de los hijos de Dios cuando son renacidos de simiente incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre, podemos participar de su misma naturaleza por el Espíritu Santo. «Pues su divino poder nos ha concedido todo cuanto concierne a la vida y a la piedad, mediante el verdadero conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha concedido sus preciosas y maravillosas promesas, a fin de que por ellas lleguéis a ser partícipes de la naturaleza divina, habiendo escapado de la corrupción que hay en el mundo por causa de la concupiscencia» (2 Pedro 1:3-4).

Este milagro es el que produce el poder del evangelio cuando es recibido. Por eso dice Pablo: «no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación, a todo aquel que cree, al judío primeramente y también al griego» (Ro.1:16). Es imposible producir el fruto del Espíritu sin que haya ocurrido el milagro de la nueva vida en Cristo mediante el poder del evangelio. Los parches religiosos no ayudan en este caso. La aceptación de una liturgia o un código ético de conducta tampoco. Se debe originar un cambio de naturaleza. De maldad a bondad. De estar muertos en delitos y pecados, a la nueva vida que solo puede producir el Hijo de Dios en nosotros cuando nos rendimos a él. Por eso dice el apóstol Juan: «El que tiene al Hijo, tiene la vida; pero el que no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida» (1 Jn.5:12).

Por tanto, si hay nueva vida el fruto del Espíritu será la consecuencia lógica, y una de sus manifestaciones es la bondad. El fruto del Espíritu es bondad. Ahora podemos perdonar donde antes odiábamos. Ahora es posible la reconciliación, donde antes solo había disputas y rencores. Ahora es posible abandonar las obras de la carne y producir el fruto del Espíritu. Unidos a Jesús es posible, separados de él nada podremos hacer. Pablo dice que los que practican las obras de la carne no pueden heredar el reino de Dios. Aquellos que practican el pecado no son de Dios, la verdad no está en ellos, y por tanto, no pueden manifestar la naturaleza de Dios.

         Dios es bueno y no hay ninguna injusticia en El. Los que han recibido su misma naturaleza manifiestan el fruto de bondad y justicia en sus vidas.

129 – LA VIDA DEL ESPÍRITU – El fruto del Espíritu – benignidad

La vida en el Espíritu - MeditacionesEl fruto del Espíritu – benignidad

Mas el fruto del Espíritu es… benignidad…  (Gálatas 5:22).

¡Que diferente es la vida cuando en lugar de maldad vemos benignidad! Una de las peores noticias que podemos recibir en la visita al médico es que han encontrado en nuestro cuerpo un tumor maligno. Por el contrario, cuando el mensaje es que lo hallado en las pruebas realizadas son células benignas la vida se torna dichosa. Es la misma diferencia entre las obras de la carne y el fruto del Espíritu. La manifestación de la benignidad en la vida de las personas nos acerca el cielo a la tierra, trae la presencia de Dios a nuestras vidas, y manifiesta en nosotros un olor agradable de vida que desprende su aroma a nuestro alrededor.

Sin embargo, cuando un tumor maligno invade nuestro cuerpo es como tener el enemigo dentro de nosotros mismos. El cáncer son células rebeldes que se vuelven contra el cuerpo para destruirlo, así actúa el poder del pecado también. Por su parte la bondad de Dios en nosotros nos guía al arrepentimiento, y este a la armonía y el equilibrio que tantas veces necesitamos en las relaciones personales y familiares.

El fruto del Espíritu es benignidad. Dios es benigno. El diablo es el maligno, su naturaleza es mala y busca nuestra destrucción. Su rebelión original fue transmitida al hombre a través del pecado de Adán. Por eso el evangelio es un cambio de naturaleza, de muerte a vida, de la potestad de las tinieblas, al reino de su amado Hijo, de maldad a benignidad. El apóstol Pablo lo expone claramente en sus epístolas. «Pero ahora desechad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, maledicencia, lenguaje soez de vuestra boca. No mintáis los unos a los otros, puesto que habéis desechado al viejo hombre con sus malos hábitos, y os habéis vestido del nuevo hombre… Entonces, como escogidos de Dios, santos y amados, revestidos de tierna compasión, bondad, humildad, mansedumbre y paciencia; soportándoos unos a otros y perdonándoos unos a otros…» (Col.3:8-13).

Somos hijos de Dios, creados en Cristo como hechura suya, tenemos la naturaleza de Dios, y Dios es bueno, por tanto, el fruto del Espíritu en nuestras vidas será benignidad, bondad, alejados de la vieja naturaleza pecaminosa y carnal. Por eso está escrito: «No deis lugar al diablo», lo cual significa darle lugar a su naturaleza maligna, sino que seamos llenos del Espíritu, manifestando su fruto en toda nuestra manera de vivir. Esa es la vida cristiana normal.

         La bondad de Dios nos guía al arrepentimiento y esa misma bondad es transmitida a la nueva naturaleza que brota de la unión con Cristo.

128 – LA VIDA EN EL ESPÍRITU – El fruto del Espíritu – paciencia

La vida en el Espíritu - MeditacionesEl fruto del Espíritu – paciencia

Mas el fruto del Espíritu es… paciencia…  (Gálatas 5:22).

Se dice popularmente que «la paciencia es la madre de todas las ciencias». Es evidente que las personas pacientes —no lentas— por naturaleza, tienen cierta ventaja en muchos casos a lo largo de la vida. Digamos que sobrellevan mejor algunas circunstancias que a la mayoría le pueden afligir. Esperar siempre es doloroso, pero hay quienes lo soportan mejor. En mi caso suelo ir acompañado de un libro por si a lo largo del día tengo que «sufrir» cualquier espera y ello me inquieta. Un libro a mano es una buena forma de sobrellevar mejor ciertas esperas en la vida.

Hay otras esperas que tienen que ver con «la esperanza que se demora enferma el corazón, pero el deseo cumplido es árbol de vida» (Pr.13:12). La impaciencia trae consigo aflicción para el que la tiene y quién la soporta. Pero no estamos hablando de este tipo de paciencia natural, hablamos de un fruto del Espíritu, y como tal, tiene como fuente a Dios. El Señor «es paciente para con vosotros, no queriendo que nadie perezca, sino que todos vengan al arrepentimiento» (2 Pedro 3:9). Vivimos un tiempo cuando nos es necesaria la paciencia, para que «habiendo esperado con paciencia, obtener la promesa» (Heb. 6:15).

El apóstol Santiago nos exhorta de la siguiente manera: «Por tanto, hermanos, sed pacientes hasta la venida del Señor. Mirad cómo el labrador espera el fruto precioso de la tierra, siendo paciente en ello hasta que recibe la lluvia temprana y la tardía. Sed también vosotros pacientes; fortaleced vuestros corazones, porque la venida del Señor está cerca… Hermanos, tomad como ejemplo de paciencia y aflicción a los profetas que hablaron en el nombre del Señor. Mirad que tenemos por bienaventurados a los que sufrieron. Habéis oído de la paciencia de Job, y habéis visto el resultado del proceder del Señor, que el Señor es muy compasivo y misericordioso» (Stg. 5:7-11).

Está escrito que «con vuestra paciencia ganareis vuestras almas» (Lc.21:19). ¡Tan necesaria nos es la paciencia! y a la vez está vinculada a la llenura del Espíritu. Ser pacientes según la voluntad de Dios es manifestar el fruto del Espíritu. Debemos ser pacientes para con todos (1 Tes.5:14). Esta apelación está opuesta al hombre natural, se dirige al hombre renacido, el espiritual, aquel que vive lleno del Espíritu y no solo corre detrás de los dones espirituales para competir con otros, sino que manifiesta la paciencia de aquellos que son de Dios.

         La prueba de nuestra fe produce paciencia, fruto del Espíritu que emana de la misma naturaleza de Dios.

127 – LA VIDA EN EL ESPÍRITU – El fruto del Espíritu – paz

La vida en el Espíritu - MeditacionesEl fruto del Espíritu – paz

Mas el fruto del Espíritu es… paz…  (Gálatas 5:22).

La paz se hizo añicos desde el día cuando el primer hombre eligió emanciparse del Creador. A través de Adán el pecado entró en el mundo, y desde ese mismo momento la guerra hizo su aparición en el ámbito familiar. Caín mató a Abel y la paz del primer hogar fue trastornada. Las pasiones de la carne, mediante la naturaleza caída, dieron lugar a todo tipo de ambiciones y codicias que hacen imposible la paz real. La paga del pecado es muerte; más el fruto del Espíritu es vida y paz. No solo se truncó la paz entre los hombres, sino que se levantó un muro de separación entre Dios y sus criaturas que hizo imposible la armonía.

La buena nueva está en que Jesús nos ha reconciliado mediante la sangre de su cruz, por tanto, justificados, pues, por la fe, tenemos paz con Dios (Ro.5:1). También se levantó una pared intermedia de separación entre judíos y gentiles; la cruz de Cristo la derribó, junto con las enemistades, para crear un nuevo hombre, nacido del Espíritu, estableciendo así la paz, reconciliando con Dios a los dos en un cuerpo por medio de la cruz, habiendo dado muerte en ella a las enemistades (Ef. 2:13-16).

La paz, como fruto del Espíritu, es parte del reino de Dios, porque el reino de Dios no es comida, ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu (Ro.14:17). Jesús trajo esa paz del cielo: «La paz os dejo, mi paz os doy, no os la doy como el mundo la da» (Jn. 14:27). Le dijo a los suyos: «Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz» (Jn.16:33). Por tanto, hablamos de una paz que está vinculada a Jesús y que es fruto del Espíritu. La paz de Dios que sobrepasa a todo entendimiento nos libra de la ansiedad y las preocupaciones habituales en el mundo (Fil. 4:6,7). Viene del mismo cielo, de la naturaleza de Dios, el Dios de paz (1 Tes.5:23) y amor (2 Co.13:11).

Jesús es el príncipe de paz (Isaías 9:6), pero tuvo que atravesar el valle de sombra de muerte para levantarse victorioso sobre la muerte y su poder, habiendo obtenido redención eterna para todos los que se acercan a él. Paz en medio de la tormenta. Jesús se presentó a los suyos con este mensaje una vez resucitado de entre los muertos: «Paz a vosotros» (Lc. 24:36). Esto lo hizo en diversas ocasiones pero el saludo fue el mismo: «Paz a vosotros» (Jn.20:19-21,26). Es la paz de Dios establecida en el corazón de sus hijos para que sean pacificadores en un mundo lleno de violencia. Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios (Mateo 5:9).

El fruto de aquellos que están llenos del Espíritu es la paz que sobrepasa todo entendimiento.