EL REINO VENIDERO (31) – El Mesías recibido (5)

El reino venideroEl Mesías recibido (5)

Y Jesús volvió en el poder del Espíritu a Galilea, y se difundió su fama por toda la tierra de alrededor. Y enseñaba en las sinagogas de ellos, y era glorificado por todos (Lucas 4:14,15)

Y entró en escena el Mesías esperado… Después de años de silencio, tras el impacto de su nacimiento milagroso, ampliamente anunciado al pueblo; la vida del Deseado entró en la cotidianidad. La normalidad se impuso durante años. Jesús fue hecho hombre, y como hombre vivió la rutina diaria con todos sus desafíos y contrariedades. Hasta que llegó el cumplimiento del tiempo de su manifestación a Israel. Después de ser bautizado por Juan, y comenzar un ayuno de cuarenta días en el desierto, fue tentado por el diablo. Habiendo vencido toda tentación volvió en el poder del Espíritu a Galilea, su tierra natal, donde se había criado.

Su fama se extendió rápidamente, traspasó fronteras, llegando a toda la tierra de alrededor. Inició su predicación, junto con las señales milagrosas que le acompañaban, y era glorificado por todos. El primer impacto de su ministerio recibió la gloria de los hombres, su aceptación, pero como toda gloria humana efímera. Pronto entró en conflicto y contradicción con los responsables de la sinagoga, que al oír algunas de las cosas que decía se llenaron de ira, le echaron de la ciudad, y querían despeñarle por la cumbre del monte (4:28-30). Pero muchos habían dado buen testimonio de él, y estaban maravillados de las palabras de gracia que salían de su boca (4:22).

Jesús es causa de división inevitable. Ningún profeta es acepto en su propia tierra (4:24). Es un principio general, aunque no debemos olvidar que las multitudes le seguían. Veamos. «Y estaban todos maravillados, y hablaban unos a otros, diciendo ¿Qué palabra es ésta, que con autoridad y poder manda a los espíritus inmundos, y salen? Y su fama se difundía por todos los lugares de los contornos» (4:36,37). «Cuando ya era de día, salió y se fue a un lugar desierto; y la gente le buscaba, y llegando a donde estaba, le detenían para que no se fuera de ellos» (4:42). Y sigue: «El gentío se agolpaba sobre él para oír la palabra de Dios» (5:1). «Y sentándose, enseñaba desde la barca a la multitud» (5:3). «Pero su fama se extendía más y más; y se reunía mucha gente para oírle, y para que les sanase de sus enfermedades» (5:15). «Y todos, sobrecogidos de asombro, glorificaban a Dios; y llenos de temor, decían: Hoy hemos visto maravillas» (5:26). No simplifiquemos. No solo venían por interés, venían para oírle, ser sanados, y marchaban glorificando a Dios.

         Jesús era glorificado por todos, y ese «todos» eran judíos. Vino a los suyos, −Israel−, y muchos le recibieron, creyendo y glorificando a Dios.

EL REINO VENIDERO (30) – El Mesías recibido (4)

El reino venideroEl Mesías recibido (4)

Y decía a las multitudes que salían para ser bautizadas por él: ¡Oh generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera?… Con estas y otras muchas exhortaciones anunciaba las buenas nuevas al pueblo… Todo el pueblo se bautizaba (Lucas 3:7,18,21)

La predicación de Juan causó un gran impacto en la sociedad judía. Su voz potente y profética irrumpió en la vida cotidiana de aquella generación. El mensaje del precursor del Mesías fue un revulsivo para las multitudes adormecidas por la tradición religiosa que despertó sus conciencias, hiriéndolas en lo más hondo de su ser. Se propagó la necesidad de ser bautizados como iniciación a una vida de purificación. Muchos, −como pasa en todas las multitudes−, lo hacían por interés religioso únicamente, tratando de huir de la ira venidera; otros, de corazón, preguntaron ¿qué haremos?

La voz de Juan fue implacable con la muchedumbre reunida, pero también presentó las buenas nuevas al pueblo. En la tradición propia de los profetas de Israel anunció juicio y restauración; la ira de Dios y su misericordia. Al oírlo todo el pueblo se bautizaba. Hoy damos por hecho que las multitudes que levantan la mano en una campaña evangelística como señal de recibimiento de la salvación lo hacen de buena fe y pasan a ser salvos (con todas las matizaciones que queramos), sin embargo, ponemos en duda que estas multitudes fueran sinceras en su mayoría aceptando el tiempo profético que vivían.

Hubo quienes rechazaron los designios de Dios respecto a sí mismos, no siendo bautizados por Juan (Lc.7:30), los fariseos y los intérpretes de la ley. Pero todo el pueblo, y los publicanos, cuando lo oyeron, justificaron a Dios, bautizándose con el bautismo de Juan (7:29). Una vez más vemos que el pueblo mayoritariamente creyó en los designios del Dios de Israel, aunque la mayoría de los responsables religiosos no lo hicieron.

Cuando se trata del pueblo judío solemos confundir la parte con el todo. Un sector con la totalidad del pueblo. Lo que viene a confirmar el antisemitismo innato en el alma humana. El paganismo del hombre muerto en sus delitos y pecados rechaza la revelación dada a Israel. Las personas religiosas, atadas a sus tradiciones, doctrinas y teologías de reemplazo siguen viendo una parte de la Escritura sin entender la totalidad del mensaje en toda su amplitud. Así será también en la segunda venida del Mesías. Ciertas doctrinas cerradas impiden comprender los tiempos de la restauración de todas las cosas. Israel ha regresado a su tierra como resultado del cumplimento profético anunciado.

         El impacto de la predicación de Juan sacó al pueblo del letargo en que vivía preparándolo para la salvación que se estaba manifestando.

EL REINO VENIDERO (29) – El Mesías recibido (3)

El reino venideroEl Mesías recibido (3)

Y Zacarías su padre fue lleno del Espíritu Santo, y profetizó, diciendo: Bendito el Señor Dios de Israel, que ha visitado y redimido a su pueblo, y nos levantó un poderoso Salvador… sin temor le serviremos… porque irás delante de la presencia del Señor, para preparar sus caminos; para dar conocimiento de salvación a su pueblo, para perdón de sus pecados… (Lucas 1:67,74,76,77)

Zacarías, padre de Juan Bautista, profetizó acerca de un poderoso Salvador que el Dios de Israel levantaría para visitar a su pueblo y redimirlo. Aseguró que le servirían sin temor, y que su hijo Juan iría delante de la presencia del Señor para preparar sus caminos, dar conocimiento de salvación a su pueblo Israel, y obtener el perdón de sus pecados. Todo ello está recogido en el testimonio del evangelio de Lucas. Me pregunto por qué la iglesia ha olvidado a lo largo de su historia estas verdades escritas.

Los pastores de la región de Judea, ocupados en sus tareas habituales guardando el rebaño en las vigilias de la noche, recibieron la visita de un ángel del Señor que los rodeó de su resplandor, dándoles este mensaje: No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo; que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor (Lc.2:8-11). Un Salvador anunciado a Israel. Para todo el pueblo. Nuevas de gran gozo. Ha nacido. Ha llegado el esperado y Deseado de todas las naciones (Hageo 2:7). Los pastores creyeron el mensaje del ángel y fueron a Belén para ver lo sucedido, y que el Señor les había anunciado. Fueron apresuradamente, −tal era su expectativa de fe−, y hallaron a María, José y el niño acostado en el pesebre. Al verlo, creyeron, y dieron a conocer lo que se les había dicho acerca del niño. Y todos los que lo oyeron también lo creyeron y se maravillaron de lo que los pastores decían. Luego volvieron glorificando y alabando a Dios por todas las cosas que habían oído y visto, como se les había dicho (2:15-20).

Los pastores creyeron el anuncio del nacimiento del Mesías. Lo proclamaron sin temor alguno. El pueblo tuvo testimonio de su llegada y creyeron muchos de los que oyeron el mensaje. Todos ellos eran judíos piadosos, y temerosos de Dios que esperaban el cumplimiento de las profecías. Luego, como hemos visto en anteriores meditaciones, Simeón y Ana dieron gracias a Dios porque habían visto la salvación que el Señor había preparado para todos los pueblos. Ellos también esperaban la redención desde Jerusalén. Por tanto, estos hechos tuvieron lugar a los ojos del pueblo, no se había hecho en algún rincón (Hch.26:26). Eran sucesos ciertísimos entre nosotros (Lc.1:1).

         Zacarías, los pastores y el pueblo creyeron en la llegada del Salvador.

EL REINO VENIDERO (28) – El Mesías recibido (2)

El reino venideroEl Mesías recibido (2)

Y el hará que muchos de los hijos de Israel se conviertan al Señor Dios de ellos… para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto (Lucas 1:16,17)

Iniciamos aquí un breve recorrido por los evangelios de Lucas y Juan para demostrar ampliamente que es falaz el argumento de que Israel rechazó al Mesías en su venida. Argumento que se ha utilizado como arma arrojadiza contra el pueblo de los pactos y las promesas. Existe en el mundo cristiano evangélico un énfasis desmedido de muchos predicadores, evangelistas y pastores en el texto de Juan 1:13 donde el autor expresa: a lo suyo vino, y los suyos no le recibieron, golpeando sobre Israel su rechazo para llamar a las masas a recibirlo escapando del juicio y maldición que cayó sobre los judíos por negar al Mesías. De esta forma se ha levantado una arrogancia espiritual por el hecho de recibirlo, en comparación con los hebreos que ingratamente lo rechazaron. Esta comparación pone un falso fundamento sobre quienes reciben el mensaje del evangelio y la premisa del contraste: nosotros, cristianos, buenos y benditos por nuestro recibimiento; ellos, judíos, ingratos y malditos porque le rechazaron.

Sin darnos cuenta, o no, levantamos una barrera de orgullo que impide la esencia del evangelio que es la humildad. Haya, pues, en vosotros el mismo sentir que hubo en Cristo. Para comprobar que el mencionado argumento es contrario a las Escrituras me he propuesto hacer un recorrido por dos de los evangelios que muestran claramente que no fue así. Que debemos diferenciar al pueblo de sus autoridades. Que el pueblo le seguía y creyó en Jesús mayoritariamente, aunque luego vino un proceso de separación posterior, siempre a partir del siglo II, y como consecuencia de un  liderazgo mayoritariamente de origen gentil y otros factores que llevaron a una separación de la sinagoga y la iglesia, pero en el principio no fue así.

Israel esperaba a su Mesías. Israel recibió a su Mesías. Las multitudes iban tras él (como toda multitud con diversidad de intereses); y el Señor envió a Juan el Bautista con el fin de que muchos en Israel se convirtieran al Señor, y preparara un pueblo bien dispuesto hacia él. Todo ello respondía a un plan debidamente orquestado por el Dios de Israel y anunciado por el profeta Isaías (40:3). Muchos se convertirían de sus malos caminos. El corazón de muchos de ellos sería devuelto de la rebelión a la prudencia de los justos, y habría una reconciliación entre padres e hijos, como anunció Malaquías (4:5,6). Por tanto, a los suyos vino, y muchos de ellos se convirtieron al Señor.

         Muchos en Israel se convirtieron al Señor como resultado de la predicación de Juan el Bautista, siendo preparado un pueblo bien dispuesto.

EL REINO VENIDERO (27) – El Mesías recibido (1)

El reino venideroEl Mesías recibido (1)

En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció. A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. Más a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios     (Juan 1:10-12)

Antes de terminar este breve recorrido por los evangelios donde se constata la mentalidad hebrea acerca del reino mesiánico venidero que tenían los judíos en el siglo I, quiero detenerme por un tiempo en uno de los textos más maltratados y usados contra Israel a lo largo de la historia de la iglesia cristiana. Me refiero al texto del evangelio de Juan sobre el rechazo del Mesías que llevaron a cabo los judíos. No voy a contradecir al apóstol en su escrito, lo que haré será contextualizar su contenido. A menudo este texto es el punto final para afirmar y acusar al pueblo de Israel de su rechazo al Mesías cargando sobre ellos una culpa que ha tenido trágicas consecuencias a lo largo de la historia.

He titulado esta sección «el Mesías recibido» para hacer un recorrido por los evangelios de Lucas y Juan sobre un hecho innegable: Las multitudes siguieron a Jesús; muchos creyeron en él; por tanto, no fue rechazado por el pueblo de Israel; al contrario, fueron los judíos a quienes fue enviada la promesa de su advenimiento en cumplimiento de las profecías. ¿Entonces Juan estaba equivocado? Veamos algunas cosas que debemos tener en cuenta. En primer lugar la distinción necesaria que recogen ampliamente los evangelios entre el pueblo y las autoridades, los llamados edificadores (Mt.21:42). Curiosamente el énfasis se ha puesto en la expresión: y los suyos no le recibieron, obviando que en dos ocasiones se habla de lo suyo, en referencia a la viña del Señor, Israel; y los suyos, Israel mismo, el pueblo de Dios.

Israel es propiedad de Dios, su heredad (Jer.12:10) (Joel 3:2). Es su primogénito (Ex.4:22). La niña de sus ojos (Zac. 2:8). Israel es la elección de Dios. Por tanto, en ningún caso debemos entender de este texto de Juan que Dios rechazara a su pueblo. Ni siquiera que el pueblo rechazara a su Dios, como veremos ampliamente en próximas meditaciones. Estamos ante un misterio, el misterio del endurecimiento parcial de Israel (Rom.11:25), hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles. Hemos olvidado que un día todo Israel será salvo (Rom.11:26). Gran parte de la iglesia ha caído en arrogancia al enfatizar nuestro recibimiento, «a todos los que le recibieron», y el rechazo falaz de Israel, sin entender el misterio de su endurecimiento parcial que ha traído salvación a todas las naciones.

         Hay palabras como golpes de espada (Pr.12:18). El texto de Juan es una de ellas que hemos usado con arrogancia contra Israel sin entender el misterio.

EL REINO VENIDERO (26) – El reino ha venido y vendrá

El reino venideroLa esperanza de Israel – El reino ha venido y vendrá

Desde entonces comenzó Jesús a predicar, y a decir: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado (Mateo 4:17)

Nada más iniciar Jesús su ministerio anunció sin titubeos que el reino de Dios había venido a la tierra. Su predicación, como antes la de Juan el Bautista, estuvo centrada en la necesidad del arrepentimiento para poder entrar al reino, dejando claro que la dimensión del reino que anunciaba era claramente espiritual, individual y dirigida en primer lugar al corazón del hombre. Porque de él mana la vida; es en el corazón donde primeramente debe ser establecido el gobierno de Dios sobre cada persona que voluntariamente se someta a su palabra, creyendo el evangelio. Muchos así lo entendieron, pero otros, acostumbrados al concepto de reino político, territorial y nacionalista, siguieron al Maestro como líder de masas en lugar de Señor de sus vidas.

También hubo quienes, comprendiendo la necesidad del arrepentimiento y el bautismo para un cambio de vida trascendental, reconociendo el señorío del Mesías sobre sus vidas, a la vez, creían que Israel sería el centro espiritual donde todas las naciones vendrían a adorar al rey, según el testimonio anunciado ampliamente por los profetas.

Pero los acontecimientos se desarrollaron de forma distinta. Jesús sanaba a los enfermos, liberaba a los endemoniados, perdonaba pecados, resucitaba muertos, anunciaba la buena nueva de regresar al Dios de Jacob, enseñaba una y otra vez sobre el reino de Dios mediante múltiples parábolas, y creaba una expectativa un tanto confusa y ambigua sobre la realidad de su reino. Por un lado dijo que el reino se había acercado, por el otro, que su reino no era de este mundo. Habló de un reino expresado en sus días, como de una dimensión futura y venidera del mismo reino. Hoy podemos comprender ambas dimensiones mucho mejor.

Sabemos que era necesario, y estaba anunciado por los profetas, un Mesías siervo y redentor, hijo de José; y el mismo Mesías en una segunda manifestación de Rey Soberano, hijo de David. Jesús reúne en sí mismo ambas concepciones mesiánicas. Para algunos su primera aparición fue motivo de tropiezo, distinta a la norma teológica que tenían; y para otros hoy es incomprensible el testimonio de los profetas que anuncian ampliamente en sus escritos el reino mesiánico establecido en la ciudad de Jerusalén sobre todas las naciones. Un reino en la tierra. Un Mesías gobernando desde Sion. En ambos casos, ciertos sistemas teológicos y tradiciones religiosas impiden ver lo que está revelado con claridad en la Escritura: un reino que ya vino y vendrá en la misma persona de un único Mesías Salvador y Rey.

         En los evangelios tenemos el testimonio del reino de Dios que ha llegado en la persona de Jesús, y también vendrá en su segunda manifestación.

EL REINO VENIDERO (25) – La esperanza de Israel – Saulo de Tarso

El reino venideroLa esperanza de Israel – Saulo de Tarso

Así que por esta causa os he llamado para veros y hablaros; porque por la esperanza de Israel estoy sujeto con esta cadena (Hechos 28:20)

La esperanza de Israel, la consolación de Israel (Lucas 2:25) y la redención en Jerusalén (Lucas 2:38) es un mismo episodio en la mente hebrea, formada por el mensaje de los profetas. Se trata en definitiva del advenimiento del reino mesiánico, cuyo trono será establecido en Jerusalén. Esta es la esperanza de Israel a la que se refiere el apóstol Pablo en nuestro pasaje y en Hechos 26:6-8. Por esta esperanza estaba sujeto a cadenas en Roma, viviendo en una casa alquilada donde recibió a los principales de los judíos y con quienes estuvo reunido en diversas ocasiones. Pablo les habló del reino de Dios, la esperanza que ellos mismos abrigaban, aunque los sucesos no estaban teniendo lugar tal y como habían imaginado.

La mentalidad hebrea, formada mediante siglos de instrucción sistemática en la expectativa de la redención del pueblo, comenzando con el advenimiento del Mesías-Rey, no comprendió que la redención hubiera tenido lugar mediante la obra expiatoria del Justo en la cruz del Calvario para llevar los pecados del pueblo. Ese mensaje está contenido en el evangelio de Dios que Pablo anunciaba. Es un mensaje que proclama salvación y vida eterna, una dimensión espiritual que al judío le causa tropiezo, teniendo su conciencia educada en un reino y una redención física, cuya historia lo ponía de manifiesto desde los días cuando fueron redimidos de la esclavitud de Egipto. Las fiestas establecidas por el Señor en la ley de Moisés recuerdan la liberación el día de la Pascua, las primicias en la tierra que habían recibido en heredad, y Sucot (fiesta de los Tabernáculos) que recordaba los cuarenta años en el desierto. Todo ello centralizado en un reino en Israel pactado con David, cuyo descendiente heredaría el reino prometido en el pacto.

La dimensión espiritual de esta redención no era comprendida por muchos judíos, un velo se levantó en ellos que impedía verlo; sin embargo, los gentiles, que no tenían este bagaje tradicional recibieron la buena nueva de salvación con rapidez por falta de tropiezos teológicos. Ahora bien. De la misma forma ocurrió lo contrario. Poco tiempo después el reino se interpretó solamente en clave espiritual, y la iglesia se alejó de la dimensión física que contiene el reino en Jerusalén mediante el Mesías hijo de David. Hoy es la iglesia la que no ve los aspectos literales del mensaje de los profetas porque ha espiritualizado la esperanza de Israel.

         La esperanza de Israel condujo a Pablo a cadenas y prisiones, de la misma forma que la iglesia ha encadenado a Israel por su esperanza del reino.

EL REINO VENIDERO (24) – La esperanza de Israel – Los apóstoles

El reino venideroLa esperanza de Israel – Los apóstoles

Entonces los que se habían reunido le preguntaron, diciendo: Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo? (Hechos 1:6)

Después de haber sido sepultado por José de Arimatea y Nicodemo, Jesús resucitó de entre los muertos y estuvo durante cuarenta días hablando a sus discípulos acerca del reino de Dios. La expectativa que el mismo Señor había sembrado en el corazón de los apóstoles fue tan indiscutible que provocó una pregunta evidente: ¿Restaurarás el reino a Israel en este tiempo? Hubo un tiempo cuando muchos de los suyos pensaron que el reino se manifestaría de manera inminente. Fue cuando estaba cerca de su llegada a Jerusalén para ser entregado en expiación. Ellos pensaban que el reino de Dios se manifestaría inmediatamente (Lucas 19:11). Sin embargo, Jesús había sido entregado a la muerte y los discípulos fueron testigos de todo el proceso. Finalmente le habían visto resucitado, y aunque habían pasado por el valle de sombra en cuanto a su expectativa de la manifestación del reino ―las cosas no parecían haber ocurrido como pensaron―, nuevamente, después de estar con ellos por espacio de cuarenta días oyéndole hablar sobre el reino, la pregunta se hizo obvia: ¿Restaurarás el reino a Israel en este tiempo?

Ya habían formulado preguntas similares con anterioridad. Recordemos. Dinos, ¿cuándo serán estas cosas, y qué señal habrá de tu venida, y del fin del siglo? Jesús respondió ampliamente con las señales que precederían a su venida, el regreso para establecer el reino mesiánico. La mente hebrea, impregnada del lenguaje de los profetas y la larga espera de la venida del hijo de David, consideraba verosímil que estuvieran cerca, muy cerca, del advenimiento de la gran esperanza de Israel. Porque de una cosa no había duda: era el reino en Israel. Estaría focalizado en Jerusalén, su capital. Donde se levantaría el trono de David y ellos reinarían con él.

Sabemos hoy que esa expectativa continuó después que Jesús fuera alzado al cielo, aunque por el momento tocaba recibir la llenura del Espíritu y anunciar el evangelio a toda criatura, comenzando desde Jerusalén. Siempre relacionaron la parusía de Jesús con el inicio del reino mesiánico. Esa era la esperanza de Israel, el mensaje de los profetas, la enseñanza del Maestro, y lo que esperaban los discípulos después que el Señor fuera glorificado a la diestra del Padre. Volvería para establecer el reino a Israel, desde Jerusalén, y traer un gobierno de paz y justicia a las naciones desde Sion. La teología de los siglos posteriores se encargaría de espiritualizar esta esperanza, mutilando así el mensaje de los profetas, contradiciendo las Escrituras.

         Hasta muy poco antes de la partida al cielo del Señor los discípulos mantuvieron la expectativa del inminente advenimiento del reino en Israel.

EL REINO VENIDERO – (23) – La esperanza de Israel – José de Arimatea

El reino venideroLa esperanza de Israel – José de Arimatea

Había un varón llamado José, de Arimatea, ciudad de Judea, el cual era miembro del concilio, varón bueno y justo. Éste, que también esperaba el reino de Dios, y no había consentido en el acuerdo ni en los hechos de ellos, fue a Pilato, y pidió el cuerpo de Jesús (Lucas 23:50-52)

Se puede pertenecer a un concilio que toma decisiones erróneas e injustas y a la vez no participar del acuerdo general. Es posible disentir, poniéndolo de manifiesto, y no seguir la corriente general de la mayoría. Más aún. Podemos vivir bajo la fuerte influencia del dominio de las tinieblas, como lo estaba en aquellos días la ciudad de Jerusalén, y no tomar parte del desenfreno generalizado. Y no solamente es posible mantenerlo en secreto (Juan 19:38), sino que podemos tomar decisiones que ayuden a mitigar el dolor y la iniquidad de hechos profundamente injustos. José de Arimatea lo hizo. No participó de la confabulación generalizada de la mayoría en el proceso que se le hizo a Jesús. Tampoco se dejó intimidar por el temor a las represalias por disentir de la opinión mayoritaria, sino que su bondad y justicia de carácter le llevó a pedir a Pilato el cuerpo de Jesús para darle sepultura.

Había en Jerusalén hombres justos y piadosos en los días cuando se juzgó al Justo. Hubo judíos que no participaron de la trama orquestada contra el Autor de la vida. José de Arimatea fue uno de ellos, ayudado por Nicodemo, el que antes había visitado a Jesús de noche, vino trayendo un compuesto de mirra y de áloes, como cien libras (Juan 19:39). Ambos eran discípulos de Jesús, aunque secretamente por miedo de las autoridades judías (Juan19:38). Podemos ver el conflicto espiritual que se estaba llevando a cabo en la ciudad de David. Por un lado la expectativa de la manifestación del reino de forma inminente. José de Arimatea lo esperaba. Y por el otro, una atmósfera de oscuridad y temor que no hicieron mella en las almas buenas y justas como las de estos dos discípulos del Maestro, aunque participaban de puestos relevantes en el concilio. No tuvieron la fuerza necesaria para frenar el juicio contra el Cordero de Dios, pero mostraron con sus hechos, hasta donde pudieron, que mantenían la esperanza del reino en sus corazones. Seguramente con interrogantes, como nosotros, pero dispuestos a hacer lo que estaba en sus manos para aliviar la causa del reo. El cuerpo de Jesús fue sepultado según la costumbre de los judíos, y todo ello realizado por dos amantes del reino cuya esperanza abrigaban en sus corazones.

         La ceguera generalizada de la ciudad de Jerusalén no impidió que hombres justos mantuvieran la esperanza del advenimiento de su reino.

EL REINO VENIDERO (22) – La esperanza de Israel – Uno de los malhechores

El reino venideroLa esperanza de Israel – Uno de los malhechores

Y dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino. Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso (Lucas 23:42,43)

La Escritura deja constancia inequívoca de que había una expectación muy amplia entre la población judía de la manifestación del reino de Dios en la persona del Mesías, hijo de David. La espera en la consolación de Israel, su redención, y la inmediata consumación del advenimiento del reino prometido estaba en un nivel muy alto. El mensaje reincidente y constante de Jesús sobre la llegada del reino no hacía más que exacerbar dicha expectativa. Hemos visto que se proclamó en su nacimiento. Lo vemos en el inicio de su ministerio público a Israel. Jesús lo expone ampliamente en una diversidad de parábolas, y deja claro que si echa fuera los demonios por el Espíritu el reino de los cielos se ha acercado.

Ahora bien, hemos visto que hay tres aspectos del reino de Dios. Uno en el corazón, aceptando al rey como Señor. Otro que tendrá su manifestación en la ciudad de Jerusalén donde se levantará el trono de David nuevamente; y el tercero llamado reino eterno al final de los tiempos. La mayoría de los seguidores del Mesías unían las dos primeras manifestaciones del reino en una misma. Por tanto, muchos creían, entre ellos los propios discípulos, que el reino se manifestaría en breve en la ciudad de Jerusalén.

El pasaje que tenemos para estudiar demuestra que aunque el rey había sido clavado a una cruz, la esperanza de la manifestación de su reino no se había perdido. Uno de los dos malhechores, crucificado al lado de Jesús, lo puso de manifiesto claramente: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino. El espíritu profético que había en esos días en la ciudad de Jerusalén actuaba como una poderosa influencia sobre las multitudes. Incluso sobre quienes no seguían al Maestro. El que llamamos «buen ladrón» mantenía esta expectativa. Pero, el otro, que llamamos «el mal ladrón» también quiso arrancar un último beneficio de aquel a quien llamaban Rey de los judíos, diciéndole: Si tú eres el Cristo [el Ungido y Mesías], sálvate a ti mismo y a nosotros.

El mensaje de la mesianidad de Jesús, con la manifestación inminente de su reino, había calado en toda la sociedad, y no debemos simplificarlo diciendo que tenían una esperanza política del Mesías, porque todos los profetas habían hablado con claridad de la redención múltiple que llevaría a cabo el hijo de David, incluyendo la liberación del yugo romano.

         La expectativa de la inminente manifestación del reino mesiánico se había apoderado de la sociedad jerosolimitana de tal forma que incluso los ladrones colgados al lado de Jesús la mantuvieron hasta el final.