7 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoLos fundamentos (IV) – Cómo se entra (2)

Y después de anunciar el evangelio a aquella ciudad y de hacer muchos discípulos, volvieron a Listra, a Iconio y a Antioquia, confirmando los ánimos de los discípulos, exhortándoles a que permaneciesen en la fe, y diciéndoles: Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios  (Hechos 14:22)

         En ocasiones, con el buen deseo de poner fácil la entrada a quienes predicamos el evangelio, cometemos excesos que más adelante pasan factura a los nuevos discípulos. La Biblia habla de dos reinos en oposición. El apóstol de los gentiles lo expuso claramente en el último texto de nuestra anterior meditación en Hechos 26:18-20. Veamos. Para entrar en el reino se necesita que los ojos sean abiertos. El que no naciere de nuevo no puede ver el reino de Dios. Se necesita revelación. Luz celestial. Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo (2 Co.4:6). Esa revelación produce una conversión de las tinieblas a la luz, un cambio de reino y dominio; dice el apóstol: de la potestad de Satanás a Dios.

Es lo que llama Jesús nacer de nuevo. Ese nuevo nacimiento nos introduce a la esfera de la gracia, donde nuestros pecados son perdonados, recibiendo la herencia de hijos de Dios. La consecuencia de esta experiencia interna, imposible para la sugestión humana, es un milagro de Dios, es un arrepentimiento que produce obras dignas de una nueva manera de vivir.

Nuestras vidas experimentan un traslado, de la potestad de las tinieblas, introducidos al reino de su amado Hijo (Col.1:13). Dejamos el antiguo dueño y tirano, al que Jesús llama el príncipe de este mundo, y Pablo enseña que seguíamos la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que opera en los hijos de desobediencia (Ef.2:2).

Por tanto, ahora tenemos otro Señor y Dueño. Jesús ha sido hecho Señor y Cristo (Mesías), y por la invocación de su nombre somos hechos propiedad de Dios. Pero el antiguo «señor», el que nos tenía cautivos a voluntad de él (2 Tim.2:26), no se conformará con la pérdida de sus dominios en los corazones de los hombres, por eso dice Jesús que el reino de los cielos sufre violencia y los violentos lo arrebatan (Mt.11:12). Hay una batalla que librar; de ello se desprende lo que el apóstol enseña en el texto que meditamos. La entrada al reino se produce a través de muchas tribulaciones que no debemos ignorar.

         La entrada al reino de Dios produce una convulsión en la esfera espiritual que origina conflictos y tribulaciones inesperadas en el ámbito natural.

6 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoLos fundamentos (III) – Cómo se entra (1)

Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios… el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios (Juan 3:3,5)

         Si el reino al que se refería Jesús ante Pilatos no era de este mundo, la pregunta que surge inmediatamente es dónde está y cómo podemos entrar en él. Una pregunta similar le hicieron los fariseos al Maestro en cierta ocasión. Preguntado por los fariseos, cuándo había de venir el reino, les respondió y dijo: El reino de Dios no vendrá con advertencia, ni dirán: Helo aquí, o helo allí; porque he aquí el reino de Dios está entre vosotros (Lc.17:21).

Observa que aunque Jesús enseñaba que su reino no era de este mundo, sin embargo, la expectativa de Israel era que vendría un día cuando se manifestaría. Esa fue más concretamente la pregunta de los fariseos, a la que Jesús respondió que ya estaba aquí, entre vosotros. Pero también habría un día futuro en que el reino se manifestaría. Como el relámpago que al fulgurar resplandece desde un extremo del cielo hasta el otro, así también será el Hijo del Hombre en su día (17:24).

Pero antes era necesario que el rey padeciera mucho, y fuera desechado por aquella generación (17:25). Por tanto, la entrada al reino que ya está aquí mediante la presencia del rey, aunque no se vea manifestado en la forma de un reino de este mundo, sí se hace evidente a través de sus obras. Recuerda lo que dijo Jesús en cierta ocasión: Mas si por el dedo de Dios hecho yo fuera los demonios, ciertamente el reino de Dios ha llegado a vosotros (Lc.11:20).

Podemos entrar al reino de Dios ¿Cómo? La respuesta la encontramos en una conversación personal del Maestro con un importante hombre, principal entre los judíos, se llamaba Nicodemo. Jesús le dijo que para ver el reino hay que nacer de nuevo, se entra con otra naturaleza, lo cual nos enseña que el ámbito natural de la persona impide ver el reino de Dios, hay que nacer de nuevo, y ese nacimiento se produce mediante el agua (símbolo de la palabra de Dios Efesios 5:26 y Santiago 1:18), y del Espíritu.

Esta nueva realidad toma forma a través del arrepentimiento y la fe en Jesús. Recuerda: el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio (Mr.1:15). Pablo lo explicó de esta manera al relatar su conversión: para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios; para que reciban, por la fe que es en mí, perdón de pecados y herencia entre los santificados… que se arrepintiesen y se convirtiesen a Dios, haciendo obras dignas de arrepentimiento (Hch. 26:18-20).

         Ver y entrar en el reino mediante el arrepentimiento y la fe en Jesús.

5 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoLos fundamentos (II) – El reino

¿Eres tú el Rey de los judíos?… Respondió Jesús: Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí (Juan 18:33-36)

         Todo rey tiene su reino. En la lógica humana una persona que es proclamada rey debe tener un reino en algún lugar. Ese fue el razonamiento de Pilatos en su conversación con Jesús. El gobernador romano quiso incidir sobre los aspectos de su reinado al ver que Jesús era anunciado por las multitudes como rey de los judíos. La respuesta del Maestro tuvo que dejarle desconcertado: mi reino no es de este mundo.

Como muchos de nosotros, Pilatos tuvo que pensar que no había peligro para su posición, y menos aún para la estabilidad del Imperio Romano, si el reino que se anunciaba no pertenecía a la esfera terrenal, se trataba del hecho religioso, y eso entraba dentro de un terreno que parece no preocupar a la política.

Sin embargo, aunque el reino de Dios no es de este mundo, sí opera en este mundo y tiene una incidencia mayor de la que suponen muchos gobernantes humanos.

Por otro lado, el reino de Dios tiene dos manifestaciones complementarias, por un lado en el corazón de los hombres que reciben al rey como Señor de sus vidas aquí y ahora, y eso siempre tiene consecuencias prácticas en la sociedad; y por otro, debemos entender que el reino de Dios tiene una manifestación futura que sí será palpable y tendrá una repercusión definitiva sobre todos los demás reinos.

El profeta Daniel lo vio de esta forma al interpretar el sueño de Nabucodonosor: Hay un Dios en los cielos, el cual revela los misterios, y él ha hecho saber al rey Nabucodonosor lo que ha de acontecer en los postreros días… Estabas mirando, hasta que una piedra fue cortada, no con mano, e hirió a la imagen en sus pies de hierro y de barro cocido, y los desmenuzó… Mas la piedra que hirió a la imagen fue hecha un gran monte que llenó toda la tierra… Y en los días de estos reyes el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido, ni será el reino dejado a otro pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre (Dn.2:28-44).

Por tanto, hay una manifestación invisible del reino de Dios que no es de este mundo, pero habrá otra que si será visible y derribará todos los demás reinos. Es lo que llamamos el reino mesiánico, del que hablaremos ampliamente en esta serie. Hoy, dice Pablo, el reino de Dios no consiste en comida y bebida, sino en justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo (Rom.14:17).

         El reino de Dios no es de este mundo, aunque ha leudado el mundo con su poder manifestado en justicia, paz y gozo por el Espíritu en sus hijos.

4 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoLos fundamentos (I) – El rey

Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz. Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite, sobre el trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en justicia desde ahora y para siempre. El celo de YHVH de los ejércitos hará esto (Isaías 9:6,7)

         Identificar al rey que había de nacer era una prioridad en la esperanza de Israel. Estaba anunciado por los profetas. Vendría de la tribu de Judá, de la familia de David, y nacería en Belén efrata. Cuando este niño nació vinieron de oriente unos magos preguntando: ¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle (Mt.2:2). Cuando el rey Herodes escuchó la noticia entró en pánico. Se sintió amenazado. Y partir de ese momento hizo lo indecible para impedir el nacimiento y posterior crecimiento del niño destinado a ser rey de los judíos.

Unos cuántos en Israel conocían las Escrituras que apuntaban al hijo de José y María como el rey anunciado. Otros no lo identificaron. Estaban confusos. Algunas de sus manifestaciones concordaban con él, pero no acababan de verlo claro. Reconocer la identidad del Mesías necesita una revelación dada por el Padre (Mt.11:25-27) a quienes le esperan, y mantienen una actitud de niños, sin la arrogancia de los pensamientos altivos, y el orgullo de la mente humana.

Cuando el Maestro preguntó a los suyos qué decía la gente de él surgieron distintas opiniones formadas: unos Juan el Bautista; otros que Elías; otros que Jeremías, o alguno de los profetas. Y al preguntar a los discípulos: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo [el Mesías, el Ungido], el Hijo del Dios viviente. Pedro sabía por revelación del Padre que Jesús era el Mesías, el Ungido, un título real para el descendiente de la casa de David que había de venir.

Fue lo que clamaron las multitudes cuando el Señor entró en Jerusalén: ¡Hosanna al Hijo de David! Y está escrito que: Todo esto aconteció para que se cumpliese lo dicho por el profeta, cuando dijo: Decid a la hija de Sion: He aquí, tu Rey viene a ti, manso, y sentado sobre una asna (Mt.21:4-11).

El rey ha sido identificado mediante las profecías que anunciaban su llegada como un niño que tendría el principado sobre su hombro, sería llamado Admirable y su reino no tendrá límites. No hay duda: Yeshúa, el rey de los judíos, es el rey que había de venir… Y volverá.

         Los profetas de Israel identificaron al rey que había de venir. Muchos otros testigos posteriores confirmaron que Jesús era ese rey. 

3 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoIntroducción (III)

En el primer tratado, oh Teófilo, hablé acerca de todas las cosas que Jesús comenzó a hacer y enseñar, hasta el día en que fue recibido arriba, después de haber dado mandamientos por el Espíritu Santo a los apóstoles que había escogido; a quienes también, después de haber padecido, se presentó vivo con muchas pruebas indubitables, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles acerca del reino de Dios (Hechos 1:1-3)

         Hemos dicho que el reino de Dios aparece por toda la Escritura de principio a fin, aunque en ocasiones no hemos sabido identificarlo correctamente. También lo vemos en la vida de Jesús ampliamente.

Cuando el ángel anunció a María el nacimiento del hijo que había profetizado Isaías se le dijo lo siguiente: Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin (Lc.1:31-33). Cuando este niño creció y fue manifestado a Israel vino a Galilea predicando el evangelio del reino y dijo lo siguiente: El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio (Mr.1:15). Luego enseñó y predicó ampliamente sobre este reino. Mostró las señales del reino de poder que anunciaba. El mismo dijo: Pero si yo por el Espíritu de Dios echo fuera los demonios, ciertamente ha llegado a vosotros el reino de Dios (Mt.12:28).

Después de resucitar, durante los cuarenta días que aún estuvo con los discípulos ¿de qué habló con ellos? del reino de Dios. Es lo que menciona el texto que tenemos para meditar. Y lo hizo durante cuarenta días. Por eso no era extraño que los mismos apóstoles le preguntaran poco después si restauraría el reino a Israel en ese tiempo (Hch.1:6).

Y una vez que fue alzado al cielo, los apóstoles y discípulos fueron por todo lugar anunciando el evangelio del reino y el nombre del rey: Jesucristo (Hch.8:12). El mismo libro de los Hechos termina con el apóstol Pablo en la habitación alquilada en Roma. Durante el tiempo que estuvo allí ¿a qué se dedicó? A predicar el reino de Dios y enseñar acerca del Señor Jesucristo. Y Pablo permaneció dos años enteros en una casa alquilada, y recibía a todos los que a él venían, predicando el reino de Dios y enseñando acerca del Señor Jesucristo, abiertamente y sin impedimento (Hch.28:30-31).

Por tanto, tenemos que el reino está presente de principio a fin en la vida de Jesús y su predicación, así como en las de los apóstoles.

         Con la llegada de Jesús al mundo el reino de Dios tomó una dimensión más amplia aunque no fuera aún en toda su plenitud. El volverá.     

2 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoIntroducción (II)

Después que Juan fue encarcelado, Jesús vino a Galilea predicando el evangelio del reino de Dios, diciendo: El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio (Marcos 1:14,15)

         Iniciar un tema de esta envergadura siempre es complejo. La amplitud que contiene, sus diversos enfoques y lo intangible, en ocasiones, de su manifestación, hace que no sea fácil desarrollarlo. Iremos haciendo camino al andar. Dejaremos que el Señor nos guie por su Espíritu, que vaya alumbrando los ojos de nuestro entendimiento, y podamos exponerlo de la forma más adecuada posible para su comprensión.

Ya ahora diremos que el reino de Dios tiene al menos tres vertientes. Una que tiene que ver con su manifestación en nuestro propio corazón, cuando entramos en el reino mediante la fe en el Hijo de Dios, el Mesías de Israel y Redentor del mundo. El es la puerta al reino, y la fe en su nombre, junto con el arrepentimiento, nos permite ser trasladados de la potestad de las tinieblas ―el reino de la oscuridad en que estábamos cautivos a voluntad del príncipe de este mundo― al reino de su amado Hijo (Col.1:13).

En segundo lugar tenemos el reino que ha de manifestarse en Jerusalén, y que aún está por venir. Esperamos su venida. Es la esperanza de Israel. Un reino de justicia y paz que pondrá fin a los reinos de este mundo, plagados de maldad y rebelión. A este reino lo llamamos reino mesiánico, el reino del Mesías Yeshúa, el hijo de David, y del que ahondaremos ampliamente en nuestro recorrido en esta nueva serie.

Y en tercer lugar tenemos lo que la Biblia llama el reino eterno (2 Pedro 1:11). Cuando entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia (1 Co.15:24). Bien. Tres aspectos del reino de Dios que debemos diferenciar.

Comenzaremos viendo algunos aspectos fundamentales del reino que ya ha venido y del que somos parte mediante la fe en Jesús. Es lo que indica claramente el texto que tenemos para meditar. Cuando el Señor dio comienzo a su ministerio público, después de que Juan el Bautista fuera encarcelado, Jesús vino a Galilea predicando el evangelio del reino, y diciendo: El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio. El reino ya ha venido. Se ha manifestado a Israel y las naciones mediante el evangelio. Todos aquellos que reciben el mensaje entran en el reino de Dios, su dominio, su soberanía. Ese reino no es de este mundo.

         El reino de Dios ya está entre nosotros, porque el rey Jesús, ya vino para dar su vida en rescate por muchos. Ese es el mensaje del evangelio.

1 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoIntroducción (I)

Después que Juan fue encarcelado, Jesús vino a Galilea predicando el evangelio del reino de Dios, diciendo: El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio (Marcos 1:14,15)

         Habiendo terminado la serie más amplia realizada hasta ahora de nuestro tema general sobre ¿que es el hombre?, queremos iniciar esta nueva serie sobre el reino mesiánico, que nos retrotrae a un periodo anterior al que hemos abordado en el hombre condenado.

Hay que decir que los acontecimientos de los últimos tiempos siempre son una especie de puzle en el que algunas piezas son difíciles de encajar perfectamente. Algunos quieren hacerlo marcando una secuencia fija, inamovible y dispensacional que cuando se mira con detenimiento, y sin prejuicios doctrinales, se perciben lagunas insalvables que descolocan la imagen final.

Digo que esta nueva serie nos conduce a un tiempo anterior al que hemos tratado en el hombre glorificado y condenado porque  ―y en esto sí hay consenso general, al menos en quienes creen que la Escritura habla de un reino mesiánico por venir, también llamado el Milenio― ese tiempo será antes del fin, es decir, anterior a la entrada en la eternidad y el reino eterno.

Tenemos por delante un hermoso desafío. Llevo más de un año estudiando este tema en las Escrituras; he pasado por todo su contenido tratando de entender lo que en ella encontramos sobre el reino mesiánico, especialmente en la lectura de los profetas de Israel, penetrar a la mentalidad hebrea, la misma que tenían los primeros discípulos poco antes de que el Señor fuera elevado al cielo.

El reino de Dios en la Biblia es uno de esos temas principales que aparece por todo su contenido, y en el que aparecen una diversidad de aspectos que debemos comprender en la medida de nuestras posibilidades.

Muchos hablan hoy de la teología del reino. Se ha puesto de moda en ciertos círculos evangélicos. Aunque según lo que entiendo, en muchos casos se trata de un reino centralizado en las posibilidades del presente siglo, es decir, focalizado en la edad presente. El recorrido que yo quiero hacer no irá en esa dirección, aunque es inevitable hacer referencias que nos afectan a todos hoy.

Hay aspectos del reino que ya están presentes, de eso no hay duda, pero otros tienen que ver con el establecimiento del trono del Mesías en Jerusalén del que nos hablan ampliamente los profetas. Queremos estudiar el reino mesiánico y no será posible sin la ayuda del Espíritu y una mente abierta a su palabra revelada que es espíritu y vida.

         El reino de Dios tiene varias vertientes en la Escritura, es un tema amplio y diverso; emprendemos este desafío con temor y temblor.

53 – Orando con el salmista

Orando con el salmista - PortadaMe he convertido en extraño para mis hermanos, y en extranjero para los hijos de mi madre. Porque el celo por tu casa me ha consumido… Pero yo elevo a ti mi oración  (Salmos 69:8, 9,13).

Uno mismo viene a ser extraño y extranjero por el amor a la verdad. Cuando el celo por la casa de oración, el lugar santísimo, el trono de la gracia, la gloria de Dios, la cruz de Cristo, viene a ser la prioridad, nuestras vidas comienzan a ser extrañas para quienes solo piensan en lo terrenal. Somos como extranjeros y peregrinos en un mundo que vive lejos de los principios del reino de Dios. Los enemigos del hombre vienen a ser los de su propia casa. No hay profeta sin honra sino en su propia tierra y entre los suyos. ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, y hermano de Jacobo, José, Judas y Simón? ¿No están sus hermanas aquí con nosotros? Y se escandalizaban de El (Marcos 6:3). Como raíz de tierra seca; no hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, más sin atractivo para que le deseemos. Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto… (Isaías 53:2,3). Sin embargo, el Mesías oró por los transgresores. Oró por Jerusalén, pidió el perdón de sus verdugos y es hoy nuestro abogado delante del Padre.

Gracias Señor, por tu bondad para con los hijos de los hombres. Amén.

50 – Orando con el salmista

Orando con el salmista - PortadaPero ciertamente Dios me ha oído; El atendió a la voz de  mi oración. Bendito sea Dios, que no ha desechado mi oración, ni apartado de mí su misericordia  (Salmos 66:19,20).

Nuestro hombre sabe que Dios le ha oído. Tiene la certeza que su voz ha sido escuchada en lo alto, en la morada de Dios. ¿De dónde le viene esa seguridad? de la fe, −dirán algunos−, porque la fe es la certeza de lo que se espera. Esto es una parte de la verdad, pero no toda la verdad. Si vivimos en pecado Dios no oirá nuestras oraciones. Si no hemos perdonado de todo corazón, Dios no nos perdonará tampoco a nosotros. El salmista dice en el versículo anterior: Si observo iniquidad en mi corazón, el Señor no me escuchará. (Salmos 66:18). Sabemos que Dios no oye a los pecadores; pero si alguien teme a Dios y hace su voluntad, a ese oye (Juan 9:31). En algunos casos hemos simplificado la realidad de la oración a vanas repeticiones. Podemos creer −los demonios también lo hacen− que repitiendo «mantras» seremos oídos y atendidos. Pero el que ama a Dios es conocido por El, y puede afirmar con seguridad que le oye, le atiende, no desecha su oración y vive bajo su misericordia.

 Padre amado, nos acercamos a ti en plena certidumbre de fe, con corazón sincero y purificados de mala conciencia, por la sangre de Jesús. Amén.

49 – Orando con el salmista

Orando con el salmista - PortadaEn Dios solamente espera en silencio mi alma; de El viene mi salvación… Alma mía, espera en silencio solamente en Dios, pues de El viene mi esperanza  (Salmos 62:1,5).

 Está establecido un tiempo para cada cosa. Tiempo de esperar y tiempo de actuar. Tiempo de callar y tiempo de hablar. Una vez que nuestro clamor ha sido expresado y oído ante el trono de Dios, entramos en un tiempo de espera. Ese tiempo nos introduce en la esperanza y salvación que vienen de Dios. No debe haber ocasión para la manipulación, ni para el esfuerzo carnal. Esperar en silencio delante de Dios significa paralizar toda nuestra actividad anímica, del alma, para dar lugar a la acción de Dios, a Su Espíritu. En una sociedad como la nuestra este ejercicio, aparentemente tan elemental, se ha convertido en una virtud al alcance de muy pocos. No estamos entrenados para la espera, sino para la ocupación. Marta se impone una y otra vez con el alboroto de sus demandas, justas en muchos casos, pero María escogió la buena parte, la cual no le será quitada. El salmista nos dice que nuestra esperanza y salvación vienen después de esperar en silencio en Dios.

Padre celestial, dale a Israel y a nuestro país esperanza y salvación, en el nombre de Jesús. Amén.