70 – Orando con el salmista

Orando con el salmista - PortadaInclina, oh Señor, tu oído y respóndeme, porque estoy afligido y necesitado… salva a tu siervo que en ti confía. Ten piedad de mí, oh Señor, porque a ti clamo todo el día. Alegra el alma de tu siervo, porque a ti, oh Señor, elevo mi alma… Enséñame, oh Señor, tu camino; andaré en tu verdad… da tu poder a tu siervo…  (Salmos 86:1-4, 11,16).

Las Escrituras están llenas de vidas reales, no mitos. Las biografías que aparecen de los personajes que la llenan nos enseñan mucho sobre el hombre, su naturaleza, sus anhelos, sus preguntas, sus necesidades. Nos descubren también la fe de muchos de ellos. Cómo buscaron a Dios. Qué oraciones hicieron. Y se nos dice que son ejemplo y enseñanza para nosotros (1 Corintios 10:6,11); que imitemos su fe (Hebreos 13:7); y que están escritas para nuestra consolación y esperanza (Romanos 15:4). Nuestro salmista nos muestra su progreso. Está afligido y necesitado. No lo encubre ni lo niega. No se queda en un estado de pasividad y perplejidad, sino que busca al Señor todo el día, eleva su alma al Señor para que le responda, le salve, tenga piedad de él, alegre su alma, le enseñe el camino, está dispuesto a andar en su verdad, y pide poder de Dios para encarar los desafíos que aún sabe tiene por delante. Todo ello desde la posición de siervo. Nuestra postura y acercamiento a Dios determina sus resultados en nuestras vidas.

         Padre, Israel te necesita. Nuestro país te necesita. Cada uno de nosotros te necesitamos. ¡Ayúdanos! ¡Enséñanos! Danos tu poder en nombre de Jesús.

PANORÁMICA del Nuevo Testamento – GÁLATAS

Anunciaron la palabraCarta a los GÁLATAS

HISTORIA DE LA CARTA

Galacia. En los días del apóstol Pablo era una provincia romana situada geográficamente en lo que hoy es Turquía. Algunas de sus ciudades más importantes, y en las que Pablo fundó iglesias nuevas, eran: Antioquia de Pisidia, Iconio, Listra y Derbe (Ver Hechos capítulos 13 y 14).

Motivo de la carta.  El motivo esencial de esta carta es salir al paso de ciertas enseñanzas judaicas que algunos maestros de la ley habían introducido. Entre ellas estaba la de obligar a guardar la ley y circuncidarse para alcanzar la salvación. El apóstol afrontó esta corriente doctrinal que diluía y mezclaba el evangelio anulando su poder, y presentando un mensaje distinto al que Pablo había predicado a los gálatas. Por ello les dijo:

Mas si aún nosotros, o un ángel del cielo os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos predicado, sea anatema [maldito]  (1:8).

Fecha. Se cree que fue escrita alrededor del año 57 d.C., diez o doce años después de haber establecido las iglesias, aunque en ese tiempo hizo varias visitas a los nuevos discípulos.

La circuncisión. Es uno de los temas centrales de esta carta. Se practicaba a todos los niños judíos a los ocho días de nacer; o a quienes se convertían al Judaísmo. Se trata de cortar el prepucio que cubre el glande del miembro viril. Fue el signo externo que Dios mandó a Abraham como señal del pacto que hizo con él y toda su descendencia (Gn.17:1-10). El apóstol de los gentiles expondrá ampliamente en esta epístola que no es necesario, para los gentiles, ser circuncidados para formar parte de la familia de Dios. El evangelio, con todo su poder, no necesita esta señal externa para producir una nueva creación (Gá. 5:6 y 6:15). De la misma manera, hay que decir que los judíos siguen practicando este rito tradicional, incluso aquellos que reciben el evangelio, como parte de su herencia judía.

Los judaizantes. Eran un sector influyente de judíos que sí habían aceptado la mesianidad de Yeshúa, pero que obligaban a los gentiles convertidos a circuncidarse para ser parte de la ciudadanía de Israel. Pablo se opuso frontalmente a esta postura, contraria a la verdad del evangelio que él había recibido por revelación de Jesucristo. La discusión se hizo tan fuerte que fue motivo del primer Concilio en la iglesia de Jerusalén (Hch.15). Muchos judíos, predicadores ambulantes, seguían insistiendo en las mismas iglesias que el apóstol Pablo había anunciado el evangelio, la obligatoriedad de acercarse a Dios mediante el Judaísmo. Los gentiles debían guardar la ley de Moisés para ser aceptados en la familia de Dios (Hch.15:24). Este mensaje produjo perturbación en los nuevos discípulos entre los gentiles, por ello se convocó el mencionado concilio, y el apóstol Pablo tuvo que escribir esta importantísima carta doctrinal para aclarar y asentar la verdad del evangelio.

ENSEÑANZAS Y TEMAS

Los temas que aparecen en esta breve, pero significativa carta de Pablo, y que veremos a continuación, son estos:

  1. No hay otro evangelio (1:6-10)
  2. Cómo y de quién lo recibió Pablo (1:11-2:10)
  3. La defensa del evangelio ante Pedro y los judaizantes (2:11-21)
  4. El propósito que tuvo la ley (3:19-4:31)
  5. El significado de la promesa
  6. La promesa del Espíritu se recibe por la fe (3:1-18)
  7. La libertad y el fruto del Espíritu (5:1-6:10)
  8. Sobre la cruz de Cristo (6:11-17) (5:11) (2:20)
  1. No hay otro evangelio (1:6-10)

El apóstol Pablo no se anduvo con rodeos cuando se trataba de defender el mensaje del evangelio. Estaba maravillado de que tan pronto los gálatas hubieran puesto su oído a otros evangelios, fascinados por el brillo falso de mensajes, seguramente atractivos para el hombre religioso y carnal, pero falsos. El evangelio es un misterio eterno revelado, por tanto, se necesita revelación, dependencia, lo cual significa que el verdadero evangelio de Dios precisa de la intervención divina para comprenderlo y recibirlo. Otros evangelios pueden ser entendidos fácilmente sin la intervención sobrenatural ―especialmente los que descansan sobre las obras para sustentarse― pero el evangelio de Dios es de Dios, no de los hombres, procede de Él, por ello, somos dependientes de su Espíritu para poder acceder a él mediante el arrepentimiento y la fe.

         El misterio que esconde el evangelio que Pablo predicó en Galacia se ha mantenido oculto desde tiempos eternos, pero ahora ha sido manifestado por las Escrituras de los profetas. En esas Escrituras se recogen los sufrimientos del Mesías y las glorias que vendrían después para beneficio de todos los llamados del Señor. Los profetas hablaron de una gracia destinada, dirigida por Dios para que fuera alcanzada por todos aquellos que oyen el mensaje y lo reciben; anunciada por los apóstoles que predicaron el evangelio por el Espíritu Santo enviado del cielo.

Y al que puede confirmaros según mi evangelio y la predicación de          Jesucristo, según la revelación del misterio que se ha mantenido oculto desde tiempos eternos, pero que ha sido manifestado ahora, y que por las Escrituras de los profetas, según el mandamiento del Dios eterno, se ha dado a conocer a todas las gentes para que obedezcan a la fe, al único y sabio Dios, sea gloria mediante Jesucristo para siempre. Amén (Ro.16:25-27).

Los profetas que profetizaron de la gracia destinada a vosotros, inquirieron y diligentemente indagaron acerca de esta salvación, escudriñando qué persona y qué tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, el cual anunciaba de antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos. A éstos se les reveló que no para sí mismos, sino para nosotros, administraban las cosas que ahora os son anunciadas por los que os han predicado el evangelio por el Espíritu Santo enviado del cielo; cosas en las cuales anhelan mirar los ángeles (1 Pedro, 1:10-12).

En estos pasajes donde se recoge la esencia apostólica de lo que es el evangelio, vemos que es un mensaje eterno que había sido preparado desde antes de la fundación del mundo, por tanto, es un propósito diseñado por Dios, un plan de redención. Ese plan se fue revelando progresivamente a través de los profetas, y tuvo su culminación en la persona de Jesucristo. Ha sido revelado a través de la predicación de los apóstoles por el Espíritu Santo, y recogido en sus escritos para todas las generaciones posteriores. Pablo es consciente de este misterio revelado y de la necesidad de transmitirlo correctamente, sin adulteraciones, cuando pide la oración de los hermanos de Éfeso a favor de su apostolado.

orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y      velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos;    y por mí, a fin de que al abrir mi boca me sea dada palabra para           dar a conocer con denuedo el misterio del evangelio, por el cual soy embajador en cadenas; que con denuedo hable de él, como debo hablar (Efesios, 6:18-20).

En su carta a los colosenses, Pablo deja constancia de esta verdad fundamental: que el mensaje que anunciaba le fue dado por Dios para ser proclamado; de esa forma el misterio que había estado oculto desde los siglos y edades, sería revelado. Ese misterio se sintetizaba en poner de manifiesto las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles; que es Cristo en vosotros la esperanza de gloria (Colosenses, 1:24-29).

El evangelio es la buena noticia de la llegada del Mesías y Salvador del mundo (Lc.2:10,11). Es la gracia de Dios manifestada para salvar a todo aquel que cree (Tit.2:11) (Ro.3:24). Tiene su base en la obra redentora de Jesucristo, su muerte y resurrección (1 Co.15:1-5). Es el único camino para que el ser humano sea librado del poder del pecado y de la muerte; permitiendo acercarnos a Dios en plena certidumbre de fe (Jn.14:6) (Hch.4:12) (1 Ti.2:5) (Ef.3:12) (He.10:19-22). Este es el evangelio que el apóstol Pablo predicó a los gálatas y en el que debían permanecer firmes, porque no hay otro evangelio revelado a los hombres. Concluyendo: si otra persona, o un ángel del cielo, anuncian otro evangelio distinto del que les ha sido anunciado, sea anatema, maldito (1:8,9).

Hubo, y hay, quienes anunciaban otros evangelios distintos al que enseñaron los apóstoles, sobre ellos recae un juicio de maldición (1:9). Más adelante expone las bases sobre las que asienta una tesis absoluta, inequívoca, y que no admite alternativa: el evangelio de Dios es poder para salvar. Se distingue porque trae libertad al hombre y no dependencia de sistemas religiosos. Los otros «evangelios» esclavizan, perturban, roban la libertad del individuo, le frustra y nunca pueden llegar a suplir las verdaderas necesidades del ser humano (Jn.8:31,32,36) (Hch.15:24,32) (Ro.8:15; 14:17) (1 Co.14:3) (Gá.2:4; 5:1,13). La verdad del evangelio no tiene lugar con el sincretismo (sistema filosófico que trata de conciliar doctrinas diferentes) de los primeros siglos; ni tiene que ver con el pretendido ecumenismo de nuestros días. El apóstol Pablo lo deja meridianamente claro en esta carta.

  1. Cómo y de quién lo recibió Pablo (1:11-2:10)

         Ahora bien, los gálatas, ―y nosotros mismos―, debemos preguntarnos ¿por qué el evangelio que predicó Pablo y los demás apóstoles es el verdadero evangelio de Dios? ¿Qué bases tenemos para poder fundamentar esta premisa básica de la fe? El apóstol va a poner su exégesis al servicio de la comprensión del mensaje eterno, con las bases que lo avalan, comenzando con estas palabras: El evangelio anunciado por mí, no es según hombre; pues yo ni lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo (Gá.1:11,12).

         Pablo aseguraba que el evangelio es un misterio revelado, por ello deja claro que él mismo lo recibió por revelación, y ésta, directamente de Jesucristo, sin intervención humana.  Antes había sido un judío estricto, fariseo, perseguidor de la iglesia; hasta que el Señor mismo le salió al encuentro en el camino a Damasco (Hechos 9). Y sustenta su argumentación en las siguientes aseveraciones:

  • Fue llamado por Dios desde el vientre de su madre (1:15).
  • Fue escogido para ser apóstol a los gentiles (Hch.9:15,16) (Gá.2:7-10).
  • No consultó enseguida con hombres, sino que fue a Arabia.  Seguramente a un lugar apartado donde seguir recibiendo las revelaciones del Señor (1:17).
  • Luego fue a Damasco (1:17) donde siguió dando testimonio a los judíos de su conversión (Hch.9:20-22).
  • Mas tarde, subió a Jerusalén para ver a Pedro (1:18); y de esta manera confirmar el mensaje con aquellos que eran testigos oculares de lo que él había recibido por revelación directa. Por tanto, la revelación recibida fue confirmada por el testimonio de los demás apóstoles, que ahora eran testigos ante el pueblo de las cosas que habían visto y oído (2:6-10).

Por tanto, tenemos que el evangelio que predicó Pablo estaba en armonía con las enseñanzas de los doce apóstoles; aunque él había recibido un llamado especial para llevarlo a los gentiles (Ef.3:1-13). Fue Pablo quién mejor entendió la universalidad del evangelio: Que los gentiles son coherederos y miembros del mismo cuerpo, y coparticipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio (Ef.3:6). Por otro lado, el evangelio de Dios está edificado sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la piedra principal Jesucristo mismo (Ef.2:20).

  1. La defensa del evangelio ante Pedro y los judaizantes (2:11-21)

         El apóstol Pedro hizo un viaje a la iglesia de Antioquia de Siria, desde donde Bernabé y Pablo habían salido en su primer viaje misionero (Hch.13:1-3). Cuando el antiguo pescador llegó a la ciudad comía y se relacionaba con los hermanos gentiles, pero cuando vinieron algunos judíos, estrictos guardadores de la ley de Moisés, que le acusaron de comer con gentiles, su actitud cambió y los evitaba por temor a sus hermanos de Jerusalén (Hch.11:1-4). Incluso, el mismo Bernabé fue arrastrado por esa conducta hipócrita, que no pasó desapercibida para Pablo; por lo cual, viendo que no andaban conforme a la verdad del evangelio (2:4), en el que no hay diferencia entre judío o gentil, (3:27-28), los exhortó delante de todos, cara a cara, con estas palabras: El hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley,  por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado  (2:16). Y continúa con una de las declaraciones más poderosas del mensaje del evangelio: Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí (2:20).

         Pablo no estuvo dispuesto a hacer nula la gracia de Dios, regresando a las viejas costumbres y ritos judíos que tenían un peso muy fuerte aún en la iglesia primitiva. Levantó su voz para que la libertad del evangelio prevaleciera con los discípulos. Y sentenció: No desecho la gracia de Dios; pues si por la ley fuese la justicia, entonces por demás murió Cristo (2:21). Depender de las obras de la ley para obtener el favor de Dios es colocarse bajo maldición, porque está escrito: maldito todo aquel  que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas (3:10). Concluyendo con lo dicho por el profeta Habacuc: El justo por la fe vivirá (3:11). Al final de la carta dice taxativamente: en Cristo Jesús ni la circuncisión vale nada, ni la incircuncisión, sino una nueva creación (6:15).

  1. El propósito que tuvo la ley (3:19-4:31)

Pablo da continuidad a su exposición adelantándose a la pregunta que automáticamente surgiría en la mente de todo judío sincero: Entonces, ¿para qué sirve la ley? (3:19). Nosotros hoy podríamos preguntarnos: «entonces, para que sirven las buenas obras y mis tradiciones religiosas? La respuesta del apóstol es que la ley sirvió para dar a conocer el pecado del hombre y llevarlo a la necesidad de un Salvador (Ro.3:20; 5:20; 7:7). La ley ceremonial de Moisés sirvió como ayo hasta que viniera el Mesías y remediara el pecado del hombre (3:19). Una vez realizada la redención, ya no estamos bajo ayo, sino que la justicia de Dios se manifiesta mediante la fe, para todos los que creen en él (3:22) (Ro.3.21,22) (Gá.3:24,25,26; 4:2,4-7) (Jn.1:12).

         Estando ahora en Cristo, hemos sido hechos, por la fe, descendientes de Abraham y herederos de la promesa (Gá.3:29) (Ro.4:11,16,18). El autor de la carta fundamenta esta verdad en la alegoría de las dos mujeres del padre de la fe: Sara y Agar, que constituyen dos pactos bien distintos. Veamos.

AGAR:

  • Su hijo Ismael, ejemplifica al hijo de la carne.
  • Simboliza el pacto del Sinaí, la ley.
  • Lo relaciona con la Jerusalén actual que está en esclavitud (Roma).

SARA:

  • Su hijo Isaac ejemplifica al hijo de la promesa.
  • Simboliza el nuevo pacto y la gracia revelada.
  • Relacionado con la Jerusalén celestial y libre (He.12:22) (Ap.21:2,10).

         La diferencia entre ambos pactos es notable. Vemos que hay un hijo nacido según la carne que da hijos para esclavitud, estos son los descendientes de Agar; y un hijo nacido de la promesa, por el Espíritu, que da hijos en libertad. Entre ambos se establece una lucha inevitable: muerte o vida, esclavitud o libertad, religión o revelación (Ro.8:2) (Gá.4:29-31). Este conflicto prevalece aún en la vida del hijo de Dios (Ro.7:14-25) (Gá.5:16,17). La victoria está en vivir y andar en el Espíritu, llenos del Espíritu (Gá.5:25) (Ef.5:18). Veamos ahora más concretamente a que se refiere el apóstol Pablo con la promesa, una expresión que se repite ampliamente en el desarrollo de su carta.

5. El significado de la promesa

         Para comprenderlo mejor debemos remontarnos al pacto que Dios hizo con Abraham, y que tenemos expuesto en el libro de Génesis. Ese pacto incluía el que Dios haría de Abraham una gran nación (Gn.12:2). Le bendeciría ampliamente (12:2); y esa bendición se extendería a todas las familias de la tierra (12:3). Además le daría la tierra de Canaán como herencia perpetua (13:14-17). Le daría un heredero, Isaac, y mucha descendencia, como la arena del mar y las estrellas del cielo (15:4-6). La Escritura también nos habla del pacto que Dios hizo con David, prometiéndole que de su descendencia vendría un justo que gobernaría para siempre sobre todas las naciones (2 Sam.7:16,29 y 23:3-5). Además de otras muchas promesas que Dios hizo a través de los profetas de Israel, y que tienen su cumplimiento en el advenimiento del Mesías (2 Co.1:20) (Lc.22:37). Ahora bien, en el contexto de la carta a los gálatas, la promesa se sustancia de la siguiente manera:

  • La promesa de ser hechos hijos de Dios. Adoptados como hijos  (Gá.3:26; 4:4-7).
  • La promesa del Espíritu Santo (Gá.4:6; 3:14) (Lc.24:49) (Hch.1:4;  2:33,39) (Ef.1:13,14).
  • La promesa de ser herederos con Cristo (Gá.4:7; 3:29) (Ro.8:15-17). Coherederos del mismo cuerpo (Ef.3:6; 2:19) (1 P.2:9,10). Herederos de la vida eterna (Tit.3:7) (He.1:14).

Todo ello es parte de la revelación que Pablo había recibido de Jesucristo, y que son fundamento de las buenas nuevas del evangelio de Dios para todos los hombres, judíos y gentiles.

  1. La Promesa del Espíritu se recibe por la fe (3:1-18)

         La enseñanza clara del apóstol en esta carta es que la victoria sobre la carne y vieja naturaleza es consecuencia de vivir y andar en el Espíritu; la promesa de Dios se recibe por medio de la fe, no por las obras de la ley. Como está escrito: el justo por la fe vivirá (Hab.2:4) (Gá.3:11). Los receptores del evangelio que Pablo había predicado en las ciudades de Galacia habían sido confundidos a través de predicadores judaizantes. De tal forma que los que habían comenzado la vida cristiana mediante la acción del Espíritu de Dios en sus vidas, ahora eran impelidos a regresar a los viejos rudimentos de guardar la ley para ser aceptados (Gá. 3:1-5). Habían comenzado por el Espíritu y estaban regresando a vivir en la carne, es decir, un sistema religioso ajeno al evangelio de la gracia de Dios. Pablo corrigió con valentía este error usando como ejemplo el pacto que Dios hizo con Abraham. La Escritura dejaba claro que Abraham fue justificado por la fe antes de que viniera la ley de Moisés (3:6). La fe es anterior a la ley. La promesa dada a Abraham de ser justificado mediante la fe fue antes que la ley. Abraham es anterior a Moisés (3:16-18). La simiente de Abraham es Cristo, y su obra redentora es la base fundamental de la salvación mediante la fe en todos aquellos que la reciben; y al hacerlo, son hechos hijos de Abraham, herederos de la promesa (3:7,16,18). Cristo nos redime de la maldición de la ley, porque la ley misma dice: Maldito todo aquel que no permanece en todas las cosas escritas en el libro de la ley (3:10) (Dt.27:26). Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos (Stg.2:10,11). Para ello vino el Mesías al mundo, para cumplir la ley por nosotros (Mt.5:17); y que su justicia fuese imputada a todos aquellos que reciben la abundancia de la gracia y el don de la justicia (2 Co.5:21) (Ro.5:17). Por ello, los que viven según la fe son bendecidos con el creyente Abraham (3:9); no confiando en una justicia propia, sino en la justicia de Dios. Ahora, a parte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas; la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él (Ro.3:21,22). Y esa bendición, en su multiforme expresión, llega a nosotros mediante Cristo (3:14). El mismo apóstol nos enseña que hemos sido bendecidos con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo (Ef. 1:3). Estamos completos en él, porque en él habita corporalmente toda la plenitud de Dios, y es la cabeza de todo principado y potestad (Col.2:9,10).

  1. La libertad y el fruto del Espíritu (5:1-6:10)

         Una vez que el apóstol usó la alegoría de las dos mujeres de Abraham (Sara y Agar), con sus dos hijos (Isaac e Ismael), simbolizando los dos pactos, uno para libertad, otro para esclavitud, concluye al inicio del capítulo 5 con estas palabras: Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud (5:1). Podemos perder la libertad del evangelio. Podemos regresar a los viejos rudimentos de realizar obras de cualquier sistema religioso para agradar a Dios, pretendiendo ser justificados por la justicia propia. Fue el peligro que el apóstol vio en los gálatas. En su caso era la circuncisión judía la que ponía en peligro la verdad del evangelio. Esa opción, en los gentiles, conducía a la obligación de guardar toda la ley; lo cual los desligaba de Cristo, cayendo de la gracia (5:3,4). Este es un peligro que ha estado presente en toda la historia de la iglesia. También en nuestros días. Hay quienes pretenden volver a la justicia de la ley, cualquier ley religiosa, para tratar de agradar a Dios, anunciando con ello que la obra redentora de Jesús no es suficiente. Un gravísimo error que debemos evitar. De ahí que el apóstol Pablo enfatice el hecho de mantener la libertad con la que Cristo nos ha hecho libres. Esa libertad que tuvo que defender ante el mismísimo apóstol Pedro, arrastrados por la influencia intimidadora de los judaizantes. Tal era su fuerza; tal es hoy el poder de todo sistema religioso opuesto al fundamento del evangelio, cuyo epicentro es la justicia de Dios mediante la fe en Cristo.

          Pablo pone de manifiesto, en su exégesis, que hay una batalla para mantener la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Por ello, es necesario afrontar la lucha inevitable entre las obras de la carne y el Espíritu. Es necesario andar en el Espíritu desechando las obras de la carne. La vida cristiana comienza por el Espíritu (vivimos por el Espíritu), y se debe desarrollar andando en el Espiritu. Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu (5:25). La vida en el Espíritu produce libertad (2 Co.3:17), sin embargo, las obras de la carne producen esclavitud, y finalmente muerte (Ro.8:6) (Jn.8:34-36). Esta es la esencia del evangelio de Dios que está oculto a los ojos de las multitudes. Las aparentemente «deleitosas» obras de la carne (adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes) conducen irremediablemente fuera de la herencia del reino de Dios. Los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios (5:21). Por el contrario, el fruto del Espíritu (amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza) es evidencia de que la vida de Dios se expresa en nosotros con libertad, y conduce a la vida eterna (6:8). Ante esta realidad superior no hay ley porque es superada por la ley del Espíritu de vida en Cristo (5:23) (Ro.8:2); o como la llama Pablo en otro lugar, la ley de Cristo (6:2) (1 Co.9:21).

         La vida cristiana produce obras; las obras del Espiritu. No son las que nos justifican ante Dios, sino las que manifiestan el resultado de nuestra regeneración. El evangelio produce buenas obras en aquellos que han sido lavados, justificados y santificados mediante la fe en Cristo (Tit.2:14; 3:1,8,14).   La Biblia enfatiza este hecho fundamental de la fe. Porque la fe sin obras está muerta. Las obras producen recompensa eterna (2 Co.5:10). Determinan en gran medida el galardón y la función en el reino mesiánico y la eternidad (Lc.19:13,16,17,18,19-24) (He.11:24-26) (Ap.22:12). Hay un motivo trascendente para entregarnos a una vida de buenas obras, las obras del Espíritu (Jn.15:4-8). Además, Dios recibe gloria y alabanza mediante ellas (Fil.1:11). Por su parte, las obras de la carne, no tienen solamente el sentido de lo inmoral y sensual, sino también de todo aquello que se opone a Dios, que no le da gracias al Hacedor de todas las cosas (Ro.1:21); es obrar la salvación por sí mismo mediante justicia propia; son aquellos cuya esperanza está solamente en las cosas materiales y terrenales, que actúan según sus propios instintos (Fil.3:39) (Ro.8:5).

  1. Sobre la cruz de Cristo (6:11-17) (5:11) (2:20)

         El apóstol finaliza su carta enfatizando un tema que ha sido muy maltratado y peor comprendido, se refiere a llevar la cruz o ser crucificados con Cristo. «Llevar la cruz» se ha convertido en un concepto religioso que normalmente tiene el sentido de sobrellevar una situación lastimosa o difícil en la vida. Sin embargo, ese no es el sentido que le da la Escritura.

Llevar la cruz es un requisito previo al discipulado. Nadie puede ser discípulo de Jesús si antes no ha tomado su cruz y le sigue con determinación (Lc.14:27). ¿Qué significa llevar la cruz? Alguien lo definió de la siguiente manera: La cruz es el emblema de la persecución, la vergüenza y el abuso que el mundo cargó sobre el Hijo de Dios, y que el mundo cargará sobre todos aquellos que elijan ir contra la corriente.

Llevar la cruz significa decir la verdad en todo momento, andar en luz (Ef.4:25; 5:7-12). Significa no avergonzarse del Señor delante de los hombres (Lc.12:8,9). Revela la victoria de Jesús sobre el pecado, la muerte y Satanás (1 Jn.3:5,8). Significa que hemos sido redimidos de la maldición de la ley (Gá.3:13,14). En ocasiones es persecución (Gá.5:11 y 6:12) (Mt.5:11,12). Significa que he muerto para el mundo, con su sistema de valores, y el mundo ha muerto para mí (Gá.6:14) (1 Jn.2:15-17). Significa ser contado por loco o insensato, pero que actúa el poder de Dios en nosotros (Gá.5:11) (1 Co.1:18). Significa que ya no vivo yo, más vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó, y se entregó a sí mismo por mí (Gá.2:20). Que Jesús es mi Señor, he sido comprado con su sangre, y ya no me pertenezco; soy hijo de Dios, y si vivo, vivo para el Señor, y si muero, lo hago para el Señor. Vivo para aquel que murió y resucitó por mí (Ro.14:8,9) (2 Co.5:14-16) (1 P.4:1-5). Estas son algunas respuestas de lo que significa, según las Escrituras, llevar la cruz e ir en pos del Maestro.

Cuán lejos estamos, una gran parte de la iglesia de nuestros días, de esta verdad esencial del evangelio. Para los gálatas fue la obligación de ser circuncidados y guardar la ley el detonante para robarles la libertad que habían adquirido mediante el evangelio. Para nosotros hoy es una sociedad hedonista, cuyos valores son la cultura del placer, el mínimo esfuerzo, la negación del dolor, el sufrimiento y la abnegación por los demás. Puede ser que hoy la mayoría de nosotros no tengamos el problema de caer de la gracia mediante el rito de la circuncisión y guardar las obras de la ley para ser salvos, pero el aumento de la maldad que nos rodea ha enfriado nuestro amor por Dios de tal forma que ya no sabemos nada de lo que significa la vida discipular, llevando la cruz de Cristo, y siendo crucificados con él.

CONCLUSIÓN

         Esta carta que Pablo escribiera a los gálatas tenía el propósito de corregir las falsas enseñanzas que los llamados judaizantes habían introducido en la iglesia. Al hacerlo, nos ha dejado un documento extraordinario de los fundamentos del evangelio que el apóstol de los gentiles predicó. Con esta carta afirmó a los discípulos en la fe y la vida del Espíritu. Les abrió su propio corazón contándoles cómo había recibido el mensaje del evangelio mediante revelación directa; cómo lo había confirmado con los demás apóstoles y las Escrituras de los profetas, que siguen siendo la base esencial de nuestra fe. En ella tenemos contenido la totalidad del mensaje del evangelio de Dios, y no hay otro evangelio, aunque sea anunciado por ángeles. Debemos, por tanto, asegurarnos si el evangelio que hemos creído y recibido está en concordancia plena con la enseñanza apostólica, que a su vez emana de los profetas de Israel.

PREGUNTAS Y REPASOEFESIOS (6) - el misterio del evangelio

1.-  ¿Qué ciudades comprendía la provincia de Galacia?

2.-  En Hechos 13 y 14 encontramos la historia de las iglesias en Galacia. Haz un resumen breve de las circunstancias que rodearon la fundación de dichas iglesias.

3.-  ¿Por qué tuvo que escribir Pablo esta carta?

4.-  ¿Qué es lo que distingue el evangelio de Dios de otros mensajes religiosos, políticos y humanos?

5.-  ¿Sobre qué bases se apoya el evangelio de Dios que predicó el apóstol Pablo?

6.-  ¿Qué propósito tuvo la ley dada a Moisés?

7.-  ¿A qué se refiere Pablo en Gálatas cuando habla de la promesa? ¿A qué promesa se refiere?

8.-  ¿Qué significado tiene la expresión: «vivir según la carne»?

9.- Explica la diferencia de vivir según la carne o según el Espíritu, es decir, el fruto de la carne y el fruto del Espíritu.

69 – Orando con el salmista

Orando con el salmista - PortadaRestáuranos, oh Dios de nuestra salvación, haz cesar tu indignación contra nosotros… ¿No volverás a darnos vida para que tu pueblo se regocije en ti?  (Salmos 85:4,6).

No hace mucho se puso de moda un pequeño libro titulado ¡Indignaos! Lo escribió un nonagenario francés ya fallecido. Su mensaje fue recogido por grupos anti-sistema, y otros, que han manifestado en muchas capitales del mundo su indignación hacia los gobernantes, y el sistema político, tal y como está diseñado en la actualidad, con todas sus injusticias y corrupciones. ¡Nadie se pregunta sobre la indignación del Creador del Universo, el que nos ha dado todos los recursos que estamos consumiendo con avidez y codicia, ante la iniquidad de esta generación! ¡Todos parecen encontrar en otros la causa de su cólera, pero muy pocos lo hacen sobre su propia responsabilidad! Eludirla siempre ha sido un arma defensiva de los cobardes. Echarla sobre otros un acto de miseria y auto engaño, de escurrir el bulto. Nuestro salmista reconoce que Dios está indignado con su pueblo. Se atreve a pedir que cese. Pide restauración. Sabe que el regreso al regocijo pasa porque Dios les vuelva a dar vida. El pecado del hombre indigna a Dios. La iniquidad de su pueblo enfada y mucho al Señor. Pero sabe que la misericordia se manifiesta en que vuelva a darles vida, los vivifique, para que puedan volver a regocijarse.

         Padre, danos vida una vez más. Vivifícanos. Aparta tu indignación para que podamos volver a regocijarnos en ti. En Jesús. Amén.

68 – Orando con el salmista

Orando con el salmista - PortadaCuán bienaventurado es el hombre cuyo poder está en ti, en cuyo corazón están los caminos a Sión!… Oh Señor de los ejércitos, ¡cuán bienaventurado es el hombre que en ti confía!  (Salmos 84:5,12).

         La Biblia está llena de bienaventuranzas. No solo las que Jesús nos enseñó en el Sermón del Monte, que son las más conocidas, sino que hay muchas otras. El salmista nos habla de algunas más. El hombre es bienaventurado cuando tiene en Dios la fuente de sus fuerzas. El hombre vive esperanzado cuando en su corazón están los caminos a Sión, la ciudad del gran rey, la Jerusalén celestial. Cuando habita como extranjero y peregrino en esta tierra, acercándose en fe, no al monte que se podía tocar, sino que os habéis acercado al monte Sion y a la ciudad del Dios vivo, la Jerusalén celestial, y a miríadas de ángeles, a la asamblea general e iglesia de los primogénitos que están inscritos en los cielos, y a Dios, el Juez de todos, y a los espíritus de los justos hechos ya perfectos, y a Jesús, el mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la sangre de Abel (Hebreos 12:18-24).  El hombre vive una feliz aventura en este peregrinaje cuando tiene su confianza en el Dador de la vida.

         Padre, tu nos haces bienaventurados. Nos has dado a Jesús para que nos fortalezcamos en él y en el poder de su fuerza. Gracias. Amén.

67 – Orando con el salmista

Orando con el salmista - PortadaPresta oído, oh Pastor de Israel… Restáuranos, oh Dios… ¿Hasta cuándo estarás airado contra la oración de tu pueblo?… ¿Por qué has derribado sus vallados, de modo que la vendimian todos los que pasan de camino?… Avívanos, e invocaremos tu nombre. Oh Señor, Dios de los ejércitos, restáuranos; haz resplandecer tu rostro sobre nosotros y seremos salvos    (Salmos 80:1, 3, 4, 12, 18,19).

         Dios da y Dios quita. El Señor protege y entrega. Dios oye nuestra oración o aparta su oído para no oír. El Señor humilla y exalta. Resiste a los soberbios y da gracia a los humildes. Enriquece y empobrece. Su misericordia es nueva cada mañana, pero no tendrá por inocente al culpable. Dios no puede ser burlado, todo lo que el hombre siembra eso siega. Si sembramos para la carne, segaremos corrupción; si sembramos para el Espíritu, segaremos vida eterna. Dios es inmutable, el mismo, no cambia, pero actúa de forma distinta en función de nuestra fidelidad o desobediencia a su palabra. Si el pueblo se aparta de su Dios sufrirá el deterioro y la invasión de los enemigos. Si se vuelve a Él es amplio en perdonar y restaurar. Algunos piensan que el Señor hará siempre lo que ellos quieren, pero se engañan creyendo poder manipular a Dios y su palabra. Miremos a Israel y aprendamos. Seamos llenos del Espíritu de temor de Dios (Isaías 11:2).

         Padre, restáuranos y avívanos. Levanta tu vallado para que tu pueblo no sea presa del enemigo y podamos invocar tu nombre. Amén.

66 – Orando con el salmista

Orando con el salmista - PortadaLlegue a tu presencia el gemido del cautivo; conforme a la grandeza de tu poder preserva a los condenados a muerte… Y nosotros, pueblo tuyo y ovejas de tu prado, te daremos gracias para siempre…   (Salmos 79:11,13).

         Una nación floreciente puede sufrir un deterioro fulminante que la conduzca a cautividad. Cautivos de sus propias codicias. Cautivos de la avaricia del dinero. Cautivos de turbas de hombres perversos y malos que solo buscan su destrucción. Cautivos de idealismos con apariencia de piedad pero sometidos a intereses espurios. Y la peor de las cautividades, la soberbia de ignorar su situación de preso endureciéndose en el error. Nuestro hombre dirige su gemido de cautivo a la presencia de Dios, confía en la grandeza de su poder para librar a los condenados a muerte. Conoce su identidad de pueblo redimido de Egipto, aunque han vuelto a ser esclavos. Confía en el pacto, la palabra dada del Eterno para regresar a la libertad gloriosa de los hijos de Dios. El pueblo redimido puede volver a vivir atrapado en los esquemas de este mundo, necesitando volver a recuperar su libertad, mediante el gemido del cautivo, y proseguir con acción de gracias y alabanza a Dios.

         Padre, gemimos por Israel, y nuestra propia nación. Líbranos de toda cautividad para que podamos darte gracias para siempre. Amén.

65 – Orando con el salmista

Orando con el salmista - PortadaNo recuerdes contra nosotros las iniquidades de nuestros antepasados; venga pronto a nuestro encuentro tu compasión, porque estamos muy abatidos. Ayúdanos oh Dios de nuestra salvación, por la gloria de tu nombre; líbranos y perdona nuestros pecados por amor de tu nombre  (Salmos 79:8,9).

         Toda sociedad y nación es el resultado de la historia que le precede. Si en el pueblo de Israel, −el pueblo de Dios−, predominó la iniquidad en muchos de los episodios de su historia, siendo el pueblo del pacto, y habiendo recibido la revelación de la ley moral, ¿cuánto más las demás naciones estamos hastiados de maldad? En nuestro país, −España−, tenemos un bagaje de idolatría, orgullo, antisemitismo, envidia (que es carcoma de los huesos), divisiones, luchas fratricidas, persecución de la verdad, labios inmundos, abortos, leyes impías legisladas contra la ley de Dios… ¿Qué podremos esperar sino juicio? Es un misterio de la gracia que hayamos prosperado un tiempo,  para volver a caer en el abismo de las iniquidades de nuestros antepasados. Nos queda apelar de corazón a la misericordia de Dios para que no recuerde nuestras iniquidades, que venga pronto a nuestro encuentro con compasión, porque estamos muy abatidos. Nos queda la gracia donde ha abundado el pecado (Romanos 5:20). Y saber que hay redención, por la sangre de Jesús, de la vana manera de vivir heredada de nuestros padres y antepasados (1 Pedro 1:18,19).

Padre, por amor de tu nombre libra y perdona a Israel, y a nosotros, de nuestros pecados, redímenos por la sangre de Jesús. Amén.

Nacido de una virgen – La encarnación

Isaías 9Nacido de una virgen – La encarnación

Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz. Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite, sobre el trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en justicia desde ahora y para siempre. El celo de YHVH de los ejércitos hará esto (Isaías 9:6,7)

El profeta Isaías habla de él ampliamente. Lo identifica como un niño dado a Israel, cuyos títulos impresionan: Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz. Además menciona lo dilatado de su imperio, cuya paz no tendrá límites, y culmina con la declaración de que será puesto sobre el trono de David, y su reino para siempre (Is.9:6,7). El profeta Miqueas menciona Belén Efrata como lugar de su nacimiento, de allí saldrá el que será Señor en Israel, y sus salidas son desde los días de la eternidad (Miq.5:2).

El Rey que viene es hombre, nacido de mujer, pero sus días se remontan a la eternidad. Es hombre y Dios. Siervo y Señor. Una conjugación difícil de comprender para los prejuicios religiosos y las limitaciones de una mente natural. Los principales sacerdotes y escribas del pueblo de Israel sabían que nacería en Belén, así lo declararon a Herodes, respondiendo a la pregunta de los magos sobre dónde nacería el rey de los judíos (Mt.2:1-6). Este suceso pone de manifiesto que podemos conocer algunas Escrituras perfectamente, identificar textos claros, y perder al mismo tiempo la revelación que emana de ella misma por no conocer el tiempo de la visitación. La palabra revelada necesita el espíritu de revelación, junto con la actitud correcta, para poder conectar con su mensaje.

El ángel que visitó a María, la mujer escogida como seno materno para la encarnación del Mesías, le dijo: Y ahora concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin (Lc.1:31-33).

La encarnación es un tema principal en la Escritura. Era necesario preparar un cuerpo humano, porque el cuerpo contiene sangre, y la sangre es para ser derramada, porque sin derramamiento de sangre no hay remisión de pecados. Por tanto, la encarnación del Hijo de Dios es una verdad esencial de la fe bíblica. Lo vemos desde Génesis 3:15, el primer anuncio sintetizado del evangelio, cuya verdad central es la venida de la simiente de la mujer, un hijo de mujer, nacido como hombre, el postrer Adán.

El apóstol Juan enseña con rotundidad que para saber diferenciar el mensaje que emana del Espíritu de Dios y aquel que viene del anticristo, la clave fundamental está en la confesión que se hace respecto al Mesías y su venida en carne. En esto conoced el Espíritu de Dios: Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios; y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es de Dios; y éste es el espíritu del anticristo, el cual vosotros habéis oído que viene, y que ahora ya está en el mundo (1Jn.4:2,3). Y lo repite en su segunda carta. Porque muchos engañadores han salido por el mundo, que no confiesan que Jesucristo ha venido en carne. Quien esto hace es el engañador y el anticristo (2 Jn.7).

Saber de qué espíritu somos se revela por lo que confesamos. Los espíritus se identifican por lo que hablan, la verdad bíblica que confiesan, o el error que transmiten. Y en esto el epicentro de la revelación está en reconocer la venida en carne del Hijo de Dios. La encarnación es doctrina fundamental de la fe puesto que en ella descansa la manifestación de Dios en la Escritura (Heb.1:1). No es un tema baladí, ni secundario en cuanto a doctrina.

Tal vez tenemos aquí una de las respuestas al por qué padecemos una campaña insensata cada año en la fecha tradicional de la Navidad. Al margen de la mezcla que pueda contener dicha fiesta, el centro de su mensaje está en la encarnación. Nos ha nacido un niño. La virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Emanuel (Isaías 7:14). Es la simiente de la mujer que había de venir para redimir a la humanidad y derrotar a la serpiente antigua. Ese es, y no otro, el centro de la cuestión. Las campañas islamistas y laicas para erradicar todo vestigio de celebración de la encarnación como hecho histórico en las naciones de tradición judeocristiana se acentúan cada año. Se pretende negar la confesión abierta de que ha nacido la simiente de la mujer, el Mesías que había de venir para redimir.

El autor a los Hebreos, recogiendo el texto del Salmo 40:6-8, dice: Por lo cual, entrando en el mundo dice: Sacrificio y ofrenda no quisiste; mas me preparaste cuerpo. Holocaustos y expiaciones por el pecado no te agradaron. Entonces dije: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad, como en el rollo del libro está escrito de mí… He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad… En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez y para siempre (Heb. 10:5-10).

Si no hay cuerpo, tampoco hay ofrenda; si no hay ofenda, tampoco hay redención; si no hay redención, no hay perdón de pecados. La negación de la encarnación de Jesús nos devuelve a la desesperanza y la condenación. No hay esperanza sin encarnación. No hay salvación sin la ofrenda del cuerpo del Mesías levantado en el Gólgota. Las ofrendas anteriores no pudieron borrar el pecado, solo lo taparon por un tiempo hasta que vino Aquel que quita el pecado del mundo. El Cordero de Dios.

Uno de los títulos mesiánicos más usados en los evangelios es el de Hijo del Hombre, que aparece ampliamente en el libro del profeta Ezequiel (Ez.2:3), y que menciona el profeta Daniel (Dn.7:13; 10:16). El Rey que ha de venir es un hombre, aunque mucho más que hombre. Nacido de una virgen judía, de la descendencia de Abraham y Sara, Isaac y Jacob, de la tribu de Judá y la familia de David. Nacido en Belén se encarnó en el cumplimiento del tiempo, −en su primera venida−, para redimir a Israel y las naciones mediante el evangelio; y volverá como Rey para establecer su reino en la tierra que fue prometida a Abraham para siempre. Su nombre es Yeshúa (Jesús), el Hijo del Hombre.

Por tanto, reafirmemos nuestra fe en la encarnación, porque de ella depende todo el desarrollo de la salvación y redención del mundo, incluyendo el futuro reino mesiánico que se sustenta sobre la base del Siervo de YHVH entregado en sacrificio (Isaías 53), para poder reinar habiendo derrotado la simiente de la serpiente (Génesis 3:15). Nació de una virgen, fue llamado Jesús (Yeshúa), porque él salvará a su pueblo de sus pecados (Mt.1:21). Nació de una virgen para recibir el trono de David su padre, y reinar sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin (Lc.1:32,33). Amén.

Feliz encarnación.

Feliz Navidad 2023-2024.

Virgilio Zaballos – España.

64 – Orando con el salmista

Orando con el salmista - Portada¿A quién tengo yo en los cielos, sino a ti? Y fuera de ti, nada deseo en la tierra… Mas para mí, estar cerca de Dios es mi bien; en Dios el Señor he puesto mi refugio, para contar todas sus obras  (Salmos 73:25,28).

         Vivir en la tierra con la trascendencia del cielo. Estas palabras del salmista suenan extrañas en una sociedad materializada como la nuestra. Todos los pensamientos del hombre postmoderno están dirigidos hacia sí mismo, lo que le rodea, sus intereses, hacer tesoros en la tierra, centralizar su vida alrededor de las pasiones de su alma. Cuyo dios es su apetito… los cuales piensan sólo en las cosas terrenales (Filipenses 3:19). El culto al cuerpo, adorar lo creado en lugar de al Creador. Comer, beber, divertirse, botellón, pasiones carnales, morir. ¡Cómo me recuerda los días de Noé, los días de Lot en Sodoma y los días de la venida del Hijo del Hombre… los nuestros! Sin embargo, el adorador tiene su mirada en el cielo, en el trono de la gracia. A la diestra del trono está su Señor exaltado, glorificado; él es su verdadero tesoro. Toda la adoración en el Apocalipsis se focaliza en ese lugar: al que está sentado en el trono y al Cordero de Dios. Me temo que en muchos casos hemos cambiado de adoración. Hemos vuelto a adorar a los dioses de plata y oro, al becerro, la fiesta y diversión. Más para mí, estar cerca de Dios es mi bien.

         Padre, te adoramos. Tus moradas son nuestro deleite. Estar contigo es nuestro bien. Amén.

63 – Orando con el salmista

Orando con el salmista - PortadaPorque él librará al necesitado cuando clame, también al afligido y al que no tiene quien le auxilie. Tendrá compasión del pobre y del necesitado, y la vida de los necesitados salvará  (Salmos 72:12,13).

         ¿Quiénes son los necesitados delante de Dios? Todos. Sin embargo, solo reciben el auxilio los que lo solicitan, los que claman a Él. Dios no responde a los necesitados por ser necesitados, sino porque claman a Él. Le buscan. Le reconocen. Le invocan y piden su favor. Bienaventurados los pobres en espíritu, pues de ellos es el reino de los cielos (Mateo 5:3). ¿Quiénes son los pobres en espíritu? Son aquellos que saben y reconocen su necesidad de Dios, de ahí que el reino esté lleno de ellos. Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los que están enfermos… porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores (Mateo 9:12,13). En verdad os digo que los recaudadores de impuestos y las rameras entran en el reino de Dios antes que vosotros. Porque Juan vino a vosotros en camino de justicia y no le creísteis, pero los recaudadores de impuestos y las rameras le creyeron; y vosotros, viendo esto, ni siquiera os arrepentisteis después para creerle (Mateo 21:31,32). Pero los fariseos y los intérpretes de la ley rechazaron los propósitos de Dios para con ellos, al no ser bautizados por Juan (Lucas 7:30). Se puede ser pobre y soberbio o rico y humilde. Pero cualquiera que clama a Dios en su necesidad encontrará salvación en Jesús.

         Señor, nos volvemos a ti en nuestra extrema necesidad y aflicción, pedimos tu auxilio en esta hora, en el nombre de Jesús. Amén.