27 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoLa esperanza del reino venidero (XII) – José de Arimatea

Había un varón llamado José, de Arimatea, ciudad de Judea, el cual era miembro del concilio, varón bueno y justo. Éste, que también esperaba el reino de Dios, y no había consentido en el acuerdo ni en los hechos de ellos, fue a Pilato, y pidió el cuerpo de Jesús (Lucas 23:50-52)

         Se puede pertenecer a un concilio que toma decisiones erróneas e injustas y a la vez no participar del acuerdo general. Es posible disentir, poniéndolo de manifiesto, y no seguir la corriente general de la mayoría. Más aún. Podemos vivir bajo la fuerte influencia del dominio de las tinieblas, como lo estaba en aquellos días la ciudad de Jerusalén, y no tomar parte del desenfreno generalizado. Y no solamente es posible mantenerlo en secreto (Jn.19:38), sino que podemos tomar decisiones que ayuden a mitigar el dolor y la iniquidad de hechos profundamente injustos.

José de Arimatea lo hizo. No participó de la confabulación generalizada de la mayoría en el proceso que se le hizo a Jesús. Tampoco se dejó intimidar por el temor a las represalias por disentir de la opinión mayoritaria, sino que su bondad y justicia de carácter le llevó a pedir a Pilato el cuerpo de Jesús para darle sepultura.

Había en Jerusalén hombres justos y piadosos en los días cuando se juzgó al Justo. Hubo judíos que no participaron de la trama orquestada contra el Autor de la vida. José de Arimatea fue uno de ellos, ayudado por Nicodemo, el que antes había visitado a Jesús de noche, vino trayendo un compuesto de mirra y de áloes, como cien libras (Jn.19:39). Ambos eran discípulos de Jesús, aunque secretamente por miedo de las autoridades judías (Jn.19:38).

Podemos ver el conflicto espiritual que se estaba llevando a cabo en la ciudad de David. Por un lado la expectativa de la manifestación del reino de forma inminente. José de Arimatea lo esperaba. Y por el otro, una atmósfera de oscuridad y temor que no hicieron mella en las almas buenas y justas como las de estos dos discípulos del Maestro, aunque participaban de puestos relevantes en el concilio. No tuvieron la fuerza necesaria para frenar el juicio contra el Cordero de Dios, pero mostraron con sus hechos, hasta donde pudieron, que mantenían la esperanza del reino en sus corazones. Seguramente con interrogantes, como nosotros, pero dispuestos a hacer lo que estaba en sus manos para aliviar la causa del reo.

El cuerpo de Jesús fue sepultado según la costumbre de los judíos, y todo ello realizado por dos amantes del reino cuya esperanza abrigaban en sus corazones.

         La ceguera generalizada de la ciudad de Jerusalén no impidió que hombres justos mantuvieran la esperanza del advenimiento de su reino.

26 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoLa esperanza del reino venidero (XI) – Uno de los malhechores

Y dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino. Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso (Lucas 23:42,43)

         La Escritura deja constancia inequívoca de que había una expectativa muy extendida entre la población judía de la manifestación del reino de Dios en la persona del Mesías, hijo de David. La espera en la consolación de Israel, su redención, y la inmediata consumación del advenimiento del reino prometido estaba en un nivel muy alto. El mensaje reincidente y constante de Jesús sobre la llegada del reino no hacía más que exacerbar dicha expectativa.

Hemos visto que se proclamó en su nacimiento. Lo vemos en el inicio del ministerio público a Israel. Jesús lo expone ampliamente en una diversidad de parábolas, y deja claro que si él echa fuera los demonios por el Espíritu el reino de los cielos se ha acercado. Ahora bien, hemos visto que hay tres aspectos del reino de Dios. Uno en el corazón, aceptando al rey como Señor. Otro que tiene su manifestación en la ciudad de Jerusalén donde se levantará el trono de David nuevamente, y el tercero llamado reino eterno al final de los tiempos.

La mayoría de los seguidores del Mesías unían las dos primeras manifestaciones del reino en una misma. Por tanto, muchos creían, entre ellos los propios discípulos, que el reino se manifestaría en breve, el reino mesiánico, en la ciudad de Jerusalén.

El pasaje que tenemos para estudiar demuestra que aunque el rey había sido clavado a una cruz, la esperanza de la manifestación de su reino no se había perdido. Uno de los dos malhechores, clavado al lado de Jesús lo puso de manifiesto de forma innegable: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino.

El espíritu profético que había en esos días en la ciudad de Jerusalén actuaba como una poderosa influencia sobre las multitudes. Incluso sobre quienes no seguían al Maestro.

El que llamamos «buen ladrón» mantenía esta expectativa. Pero, el otro, que llamamos «el mal ladrón» también quiso arrancar un último beneficio de aquel a quien llamaban Rey de los judíos, diciéndole: Si tú eres el Cristo [el Ungido y Mesías], sálvate a ti mismo y a nosotros.

El mensaje de la mesianidad de Jesús, con la manifestación inminente de su reino, había calado en toda la sociedad, y no debemos simplificarlo diciendo que tenían una esperanza política del Mesías, porque todos los profetas habían hablado con claridad de la redención múltiple que llevaría a cabo el hijo de David, incluyendo la liberación del yugo romano.

         La expectativa de la inminente manifestación del reino mesiánico se había apoderado de la sociedad jerosolimitana de tal forma, que hasta los ladrones colgados al lado de Jesús la mantuvieron hasta el final.

25 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoLa esperanza del reino venidero (X) – Jerusalén

… Estaba cerca de Jerusalén, y ellos pensaban que el reino de Dios se manifestaría inmediatamente […] Cuando llegaban ya cerca de la bajada del monte de los Olivos, toda la multitud de los discípulos, gozándose, comenzó a alabar a Dios a grandes voces por todas las maravillas que habían visto, diciendo: ¡Bendito el rey que viene en el nombre del Señor; paz en el cielo, y gloria en las alturas! (Lucas 19:11,37,38)

         Los acontecimientos del nacimiento de Jesús y el día de su circuncisión en el templo de Jerusalén fueron tan espectaculares que no pasaron desapercibidos para muchos, especialmente para sus padres, que estaban maravillados de todo lo que se decía de él (Lc.2:33). Pero una vez cumplido con todo lo prescrito en la ley del Señor, volvieron a Galilea, a la ciudad de Nazaret. La familia entró así en la normalidad diaria de un hogar judío. El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría y la gracia de Dios era sobre él (Lc.2:39,40).

Luego se nos cuenta otro episodio cuando cumplió la edad de doce años, y la familia subió nuevamente a Jerusalén para celebrar el Bar Mitzvá, el momento cuando el joven judío es considerado responsable para guardar los mandamientos, y comienza a tener, como todos los adultos, deberes y obligaciones. Bien.

Todo ello nuevamente en la ciudad de Jerusalén y en el templo judío, que a pesar de la manipulación mediática árabe, si existió y era el centro de la actividad múltiple del pueblo en días de Jesús.

Pasados los años, y manifestado el Mesías a Israel a la edad de treinta años, nos encontramos nuevamente en la misma ciudad, capital de Judea, después de sus tres años y medio de ministerio público. Pues bien, la ciudad está convulsionada. Han visto y oído todo lo que Jesús ha hecho y dicho, y la expectativa está en su nivel más alto. Pensaban que el reino de Dios se manifestaría inmediatamente.

Observa cual era la expectativa del pueblo: el reino de David, un reino literal y físico, con un rey, Jesús, hijo de David. Así lo proclamaron con gran gozo las multitudes en su entrada a la ciudad eterna. ¡Hosanna! ¡Bendito el rey que viene en el nombre del Señor!

Pero hay también otra manifestación oculta de las autoridades religiosas que piensan de otro modo. Las huestes espirituales de maldad han cercado la ciudad y esperan su momento. La expectativa de la multitud parece disolverse, y poco después, debidamente manipulados, dan voces diciendo: ¡Crucifícalo! Sin embargo, la expectación del reino no muere, adormece, y rebrota nuevamente.

         La ciudad de Jerusalén fue testigo privilegiado de la venida del siervo sufriente, y lo volverá a ser en la manifestación del rey triunfante.

24 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoLa esperanza del reino venidero (IX) – Ana

Estaba también allí Ana, profetisa, hija de Fanuel […] y no se apartaba del templo, sirviendo de noche y de día con ayunos y oraciones. Ésta, presentándose en la misma hora, daba gracias a Dios, y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención en Jerusalén (Lucas 2:36-38)

         Estamos visitando el templo de Jerusalén en el siglo I. En medio de la actividad religiosa habitual, con las multitudes ignorando los sucesos que están teniendo lugar en medio de ellos, nos encontramos con algunas personas, escogidas por Dios, para dejar su testimonio eterno. La eternidad actuando en medio de la rutina diaria.

Los gobernantes del pueblo sin revelación, los sacerdotes entregados a su rutina no ven lo que ha visto Simeón, un anciano que esperaba la consolación de Israel, y una viuda entregada al ayuno y la oración, que han desembocado en un día único para ella y muchos en Israel. Se presentó en la misma hora cuando Jesús era circuncidado.

Ella que siempre estaba en el templo ese día percibió que algo trascendía a lo habitual. Simeón bendijo al niño, anunció la profecía de Isaías en su oración; y ahora ella misma, una mujer profetisa, sensible al Espíritu de Dios, supo que el niño que apareció allí ―¿cuántos niños no serían circuncidados ese día?― era la redención esperada por muchos en Jerusalén.

Fue tan fuerte su convicción que hablaba del niño a todos los que estaban en su entorno. Muchos se sorprenderían, otros la mirarían con recelo, pero ella era una mujer virtuosa, conocida por estar siempre en el templo, sirviendo a Dios desde que quedó viuda, por tanto, lo que decía tenía peso, y además concordaba con la esperanza de la redención que muchos en Israel esperaban desde tiempo atrás.

Para muchos otros, todo esto pasó desapercibido. Unos porque no estaban en el templo y no supieron lo que allí tuvo lugar; otros porque estaban anegados del día a día, como hoy, y no tenían tiempo para pensar en profecías, ni profetas, y mucho menos en lo que varios ancianos anunciaban con tanta vehemencia.

El texto dice que Ana hablaba a todos los que esperaban la redención en la ciudad de Jerusalén. Piensa. Muchos la esperaban. Redención aquí no solo tiene que ver con algo espiritual, sino con liberación física de sus enemigos, en ese caso el Imperio Romano. Ambos aspectos están presentes en la redención. La Pascua judía celebra un acto de redención física, salieron de la esclavitud de Egipto, y fueron hechos un reino de sacerdotes para servir al Dios vivo y verdadero. Esa esperanza estaba presente en Jerusalén y Ana lo sabía.

         La consolación y redención de Israel es una misma esperanza que muchos tenían en los días cuando nació el Mesías y que aún hoy conservan.  

23 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoLa esperanza del reino venidero (VIII) – Simeón

Y he aquí había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, y este hombre, justo y piadoso, esperaba la consolación de Israel; y el Espíritu Santo estaba sobre él. Y le había sido revelado por el Espíritu Santo, que no vería la muerte antes que viese al Ungido del Señor (Lucas 2:25,26)

         La secuencia de los múltiples acontecimientos que se estaban llevando a cabo en la ciudad de Jerusalén nos conduce ahora al templo. Por cierto, templo que los palestinos, con sus gobernantes a la cabeza, niegan que haya existido nunca, poniendo en duda el testimonio de los apóstoles y profetas. El templo estaba bien activo en días cuando nació el Mesías, y a él se encaminó Simeón  movido por el Espíritu de Dios. Providencialmente, llegó cuando los padres de Jesús habían llevado al niño al templo para que fuera circuncidado según la ley. Acto que no se hubiera podido realizar si el templo, como dice una resolución de la UNESCO, nunca hubiera existido.

Sin embargo, el testimonio es firme. A Simeón, un judío justo y piadoso, que mantenía una vida de fe y oración en niveles muy altos, le había sido revelado por el Espíritu que no vería la muerte antes que viese al Ungido del Señor. Por tanto, Simeón supo que no partiría a la eternidad sin haber visto la llegada del Mesías. Además, mantenía la esperanza de la consolación de Israel como parte de su fe viva, y esa esperanza consoladora contenía el advenimiento del reinado mesiánico, mediante el Ungido del Señor, el hijo de David, para liberar al pueblo de sus enemigos, perdonar sus pecados y establecer su reino de justicia y paz.

Esa era la esperanza del anciano Simeón. Esa era la consolación de Israel que esperaba. Y ahora, movido por el Espíritu, fue al templo, vio al niño con sus padres, lo tomó en sus brazos y bendijo a Dios, diciendo: Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, conforme a tu palabra; porque han visto mis ojos tu salvación, la cual has preparado en presencia de todos los pueblos; luz para revelación a los gentiles, y gloria de tu pueblo Israel (Lc.2:28-32).

Una oración fundamentada sobre la profecía de Isaías, leamos: Yo YHVH te he llamado en justicia… te pondré por pacto al pueblo, por luz de las naciones (Is.42:6). Una profecía del siervo de YHVH vinculada al reino mesiánico de justicia y paz. Y en otro lugar dice: también te di por luz de las naciones, para que seas mi salvación hasta lo postrero de la tierra (Is.49:6).

La salvación viene de los judíos. El reino venidero será establecido en Jerusalén con gloria, y alcanzará a todas las naciones con revelación… como las aguas cubren la mar.

         Aún esperamos y oramos, como Simeón, por la consolación de Israel que traerá luz y revelación a todas las naciones y gloria al pueblo de Dios.

22 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoLa esperanza del reino venidero (VII) – Zacarías

Y Zacarías su padre fue lleno del Espíritu Santo, y profetizó, diciendo: Bendito el Señor Dios de Israel, que ha visitado y redimido a su pueblo, y nos levantó un poderoso Salvador en la casa de David su siervo, como habló por boca de sus santos profetas que fueron desde el principio… (Lucas 1:67-70)

         Hay periodos de la historia profética cuando la palabra de Dios se activa y corre veloz para acelerar los planes de Dios en la tierra. Se activan distintas convergencia con múltiples factores que actúan sobre diversas personas para llevar a cabo los propósitos divinos. María, la madre de Jesús, había recibido el mensaje del ángel, y ésta había respondido: «Hágase». En esta sola palabra tenemos la combinación siempre misteriosa de la voluntad de Dios y la de los hombres, en este caso, la de María.

El plan eterno seguía su curso, y ahora le tocaba el turno a Zacarías, sacerdote y futuro padre de Juan el Bautista. Me gusta pensar que la vida cotidiana en Israel se movía en los parámetros habituales, mientras se llevaban a cabo acontecimientos sobrenaturales que cambiarían la historia para siempre.

Elisabeth, mujer de Zacarías, había dado a luz un niño al que pusieron por nombre Juan, tal y como había anunciado el ángel a su padre. Cuando Zacarías recuperó el habla, después de haber quedado mudo durante el tiempo del embarazo de su mujer, fue lleno del Espíritu Santo y profetizó. En sus palabras inspiradas volvemos a encontrarnos con la esperanza de Israel, una esperanza que contiene redención, liberación y gobierno sobre Israel. Redención de sus pecados, liberación de sus enemigos, y reinado mediante la descendiente de la casa de David.

El Mesías que esperaban debía venir de la casa de David, entroncando con el pacto hecho por Dios con su descendencia. Los judíos recuerdan siempre en la Pascua (Pesaj) la liberación de Egipto. Salvación de nuestros enemigos, y de la mano de todos los que nos aborrecieron; para hacer misericordia con nuestros padres, y acordarse de su santo pacto; del juramento que hizo a Abraham nuestro padre, que nos había de conceder que, librados de nuestros enemigos, sin temor le serviríamos en santidad y justicia delante de él (Lc.1:71-75). Israel, en ese tiempo, sujetos al yugo romano, vieron la similitud con Egipto de una liberación que estaba tomando forma. El Mesías vendría para establecer un reino libertador para que el pueblo sirva a su Dios.

         Zacarías vinculó en su profecía el nacimiento de su hijo Juan con la llegada del Mesías librándolos de sus enemigos y estableciendo el trono de David en Jerusalén para que Israel sirviera a su Dios en santidad y justicia, servicio que solo puede realizarse plenamente en el reino mesiánico.

21 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoLa esperanza del reino venidero (VI) – El ángel Gabriel a María

María, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios. Y ahora concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS. Éste será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin (Lucas 1:30-33)

         Cuando llegó el cumplimiento del tiempo para que la simiente de Abraham fuera manifestada a Israel, una parte del pueblo mantenía viva la esperanza de los padres. Esa esperanza era la venida del hijo de David, heredero de su trono. Así le fue comunicado por el ángel Gabriel a la joven María. Ésta había hallado gracia delante de Dios para ser el vaso mediante el cual nacería el niño que estaba anunciado por el profeta Isaías. Su nombre sería Jesús, que significa Salvador, por tanto, una apelación inequívoca a su función expiatoria de los pecados del pueblo, cuya misión invocaba la función del Mesías como siervo sufriente.

Este fue el mensaje que José recibió a través del ángel que se le apareció en sueños para decirle: José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es. Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS [Salvador], porque él salvará a su pueblo de sus pecados. (Mateo 1:18-21).

El evangelio de Mateo enfatiza al Mesías sufriente, el siervo de YHVH, el cual salvará al pueblo de sus pecados, por tanto, un Mesías redentor; mientras que el mensaje que recibió María a través del ángel Gabriel, narrado por el evangelista Lucas, el énfasis estuvo sobre la vinculación del niño con la simiente de David y su trono, es decir, la figura del Mesías rey. Ambas funciones reunidas en un mismo Mesías.

El mensaje del ángel a María ponía el acento sobre la esperanza que anidaba en el alma judía desde hacía siglos: será grande. Como dijo Isaías: Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz. Será llamado Hijo del Altísimo. No solo hijo de Abraham y de David, sino del mismísimo, El Shaddai. Y el Señor Dios le dará el trono de David su padre. Heredero de la promesa hecha a David, que de su descendencia habría uno que reinará sobre la casa de Jacob para siempre. Aquí tenemos el anuncio del reino mesiánico en Jerusalén. Y su reino no tendrá fin. El reino se extenderá durante mil años, y le sucederá el reino eterno. Esta esperanza estaba presente en el siglo I en Israel cuando el ángel apareció a María.

         Cuando llegó el cumplimiento del tiempo Israel mantenía la esperanza de un reino mesiánico en Jerusalén, anunciado por el ángel Gabriel a María.

20 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoLa esperanza del reino venidero (V) – El siervo (5)

He aquí mi siervo, yo le sostendré: mi escogido, en quien mi alma tiene contentamiento; he puesto sobre él mi Espíritu; él traerá justicia a las naciones… No se cansará ni desmayará, hasta que establezca en la tierra justicia; y las costas esperarán su ley (Isaías 42:1-4)

         Toda la plenitud de Dios habita en el Mesías. El es el siervo completo y también el rey de las naciones. Es el Alfa y la Omega. Toda la plenitud de la deidad habita en él. Es hombre y Dios. Hijo del Hombre e Hijo de Dios. En él está la vida, y la vida es la luz de los hombres. Es el Cordero de Dios y también el león de la tribu de Judá. Es la piedra angular del edificio de Dios. La Roca que encontró en el desierto Israel, de donde brotaron aguas, era Cristo. Es uno con el Padre. Indivisible. La esperanza de Israel está unida a él mismo. Y esa esperanza es también la de los gentiles injertados por la fe en el mismo árbol.

Los profetas expusieron parte de su plenitud. Los apóstoles enseñaron en parte su grandeza, porque en parte le conocemos. El Espíritu de Dios revela al Mesías, su naturaleza. Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Y eso no se lo reveló a Pedro carne ni sangre, sino el Padre que está en los cielos. Fue el mismo Padre quien dio testimonio desde el cielo cuando el Hijo fue bautizado, cumpliendo así con toda justicia, diciendo: Este es mi Hijo amado, a él oíd. La misma voz fue oída por Pedro, Juan y Jacobo en el monte donde Jesús apareció en gloria junto con Moisés y Elías. Es el mismo testimonio que ya había anunciado el profeta Isaías en nuestro pasaje. Mi escogido, en quien mi alma tiene contentamiento.

Dios puso sobre él su Espíritu para anunciar libertad a los cautivos y el año de gracia en la sinagoga de Nazaret. Es el siervo de YHVH. Y también es el que trae justicia a las naciones, el que la establecerá en la tierra cuando aparezca por segunda vez, sin relación con el pecado, para establecer su reino mesiánico y milenial en la ciudad de Jerusalén.

Porque el reino de Dios es justicia, paz y gozo en el Espíritu. Esa es la esperanza de Israel, cuya primicia ya estamos disfrutando mediante la manifestación de su reino en nuestros corazones. Pero un día se establecerá en Jerusalén de forma literal y física. Cuando el conocimiento de la gloria del Señor llene la tierra como las aguas cubren el mar. Es la esperanza de Israel que habita en el siervo del Señor y que será establecida en toda la tierra, mostrando la plenitud del reino que habrá llegado. Oremos: Venga tu reino. Hágase tu voluntad.

         Para disfrutar en plenitud el reinado justo del Mesías en la tierra, debemos reconocer hoy al siervo del Señor llevando nuestros pecados en la cruz del Calvario como siervo sufriente y rey triunfante.

19 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoLa esperanza del reino venidero (IV) – El siervo (4)

Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de YHVH será en su mano prosperada. Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho; por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos, y llevará las iniquidades de ellos. Por tanto, yo le daré parte con los grandes, y con los fuertes repartirá despojos; por cuanto derramó su vida hasta la muerte… (Isaías 53:10-12)

         Providencialmente, el eunuco, funcionario de Candace, estaba leyendo este pasaje del profeta Isaías cuando Felipe, guiado por el Espíritu de Dios, fue llevado a su lado. Una de las preguntas claves que se hacía este alto funcionario de Etiopia era de quién decía el profeta lo que estaba escrito en el libro de Isaías, de sí mismo, o de algún otro.

Los rabinos han interpretado de forma genérica que se trata de Israel como pueblo cuando el profeta menciona al siervo del Señor. Sin embargo, el contexto del pasaje enseña que se refiere al Mesías sufriente, el cordero de Dios, pero también, al futuro Mesías reinante. Ambos son el mismo, así lo entendieron muchos de los judíos después de Pentecostés, y esa fue la respuesta que Felipe dio al eunuco.

Primero siervo sufriente, hijo de José; más tarde, rey de los judíos, hijo de David. Tendrá parte con los grandes, repartirá despojos como rey victorioso sobre sus enemigos, aunque primeramente derramó su vida hasta la muerte, y fue contado con los pecadores. Primero justifica al pecador habiendo puesto su vida como expiación por el pecado. Luego verá linaje, descendencia, vivirá por largos días (seguramente una apelación simbólica a su reinado mesiánico futuro), y la voluntad de Dios será en su mano prosperada.

Todo ello como respuesta a la oración que el Maestro nos enseñó: Venga tu reino, hágase tu voluntad como en el cielo, así también en la tierra. El reino de Dios se extiende en la tierra mediante el establecimiento de su voluntad, y esa voluntad primeramente es salvación del pecado y la muerte, regeneración, para luego reinar sobre todos aquellos que le invocan como rey.

El siervo del Señor que presenta Isaías en este capítulo es el Mesías que el evangelista Mateo identifica con Jesús llevando nuestras enfermedades y dolencias (Mt.8:17). También lo comprendió así el apóstol Pedro escribiendo de él en su primera carta lo siguiente: quién llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados (1 Pedro 2:22).

         Isaías, Mateo, Felipe el evangelista, y el apóstol Pedro comprendieron que el Mesías sufriente es el mismo rey triunfante: Jesús de Nazaret.

18 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoLa esperanza del reino venidero (III) – El siervo (3)

Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Más él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados (Isaías 53:4,5)

         Los mismos profetas de Israel que hablaron de la venida del rey de los judíos para establecer su reino milenial, −del que hablaremos ampliamente en esta serie−, es el mismo que fue presentado como el siervo del Señor. No hay rey sin siervo. Como tampoco hay siervo sin rey. Ambas figuras aparecen en la misma persona del Mesías de Israel.

El apóstol Pedro lo comprendió cuando escribió: los profetas que profetizaron de la gracia destinada a vosotros, inquirieron y diligentemente indagaron acerca de esta salvación, escudriñando qué persona y qué tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, el cual anunciaba de antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos (1 Pedro 1:10,11).

El siervo sufriente es el mismo que ha sido glorificado y aparecerá de nuevo para reinar. Este siervo llevó nuestras enfermedades, nuestros dolores, nuestros pecados, el castigo de nuestra paz, y por su llaga fuimos curados.

Tener la idea de un Mesías triunfante para reinar en Jerusalén y verlo humillado en la cruz del Calvario, despreciado y desechado entre los hombres, derribaba la expectativa judía de un gobernador libertador del yugo romano.

De la misma forma, pero a la inversa, la imagen de un Salvador entregado a la muerte y su poder por el pecado de todos nosotros, aunque glorificado a la diestra del Padre, nos impide verle como rey de los judíos reinando en la ciudad de Jerusalén.

Los velos van en ambas direcciones: judíos y gentiles. Ambos necesitamos revelación. Un mismo Mesías para dos concepciones distintas y complementarias. Para los judíos parecía desvanecerse la esperanza del reino venidero al ver al hijo de David entregado en manos de pecadores, caminando como oveja llevada al matadero sin abrir su boca. Esa imagen no concuerda con la de un rey victorioso sobre sus enemigos. El reinado histórico del hijo de Isaí fue tan espectacular y expansivo que la esperanza de Israel, anunciada por los profetas con profusión, grabó una idea fija sobre el comportamiento del futuro Mesías, hijo de David. Esa «foto fija» fue una piedra de tropiezo para muchos en Israel, por ello es necesaria la revelación de Dios en los corazones de aquellos que anhelan su regreso.

         Cuando fijamos una idea teológica en nuestras mentes de manera dogmática es posible que se vuelva piedra de tropiezo y caída.