La ira venidera (IV) – Excluidos
Allí será el llanto y el crujir de dientes, cuando veáis a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros estéis excluidos (Lucas 13:28)
El día de la ira de Dios es el día más terrible de la historia de la humanidad. Y no lo será solamente por los sucesos que acontecerán en él, sino por los acontecimientos que quedarán establecidos para toda la eternidad. No es solamente cosa de un día, un momento, y nada más. Eso ha ocurrido anteriormente mediante los tiempos de juicio que Dios ha enviado a la tierra en diversos períodos. Después de la ira venidera quedarán establecidos unos parámetros eternos para quienes han despreciado la salvación que Dios ha preparado ante todas las naciones.
El hombre ha sido hecho un ser responsable, y estará frente a las consecuencias de sus propias decisiones. El rechazo del día de la gracia dará lugar al día de la ira. Juan dice con claridad que, el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él (Jn.3:36).
La realidad de quienes rechazaron la bondad de Dios es ser excluidos de la presencia de Dios; y esa posición será definitiva y eterna. Pablo lo expresa con claridad, cuando dice: los cuales sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder (2 Tes.1:9). La pena será eterna. La exclusión no tendrá retorno. Su morada será en las tinieblas de afuera (Mt.8:11,12; 22:13 y 25:30). Apresados en tinieblas, lejos de la presencia de Dios y la gloria de su poder.
Además podrán ver en ese estado a los hijos del reino disfrutando de las glorias venideras que en nosotros han de manifestarse (Rom.8:18). Todo ello dará lugar a un llanto continuo y un crujir de dientes que anuncia el remordimiento corrosivo de haber escogido mal, la peor decisión que un ser humano puede tomar conscientemente. Esa consciencia será un tormento punzante que golpeará como aguijón el alma ya de por sí atormentada.
Los excluidos podrán ver a los patriarcas y los profetas, seguramente recordando que un día rechazaron su testimonio de fe y vida. Como el caso del rico vestido de púrpura, plenamente consciente de su tormento por no haber creído a los profetas de Dios. Este hombre descuidado de su alma eterna mantuvo una conversación con Abraham pidiendo que fueran a la casa de su padre para testificar a sus hermanos, a fin de que no vinieran ellos también a ese lugar de tormento. La respuesta de Abraham fue: A Moisés y a los profetas tienen, óiganlos (Lc.16:27-31).
La ira venidera no acaba el día cuando se manifiesta, sino que se consolida con la exclusión eterna de la presencia de Dios y su poder.