En los Salmos (VIII) – Un Rey para siempre
El Señor es Rey eternamente y para siempre; de su tierra han perecido las naciones… a fin de que no vuelva más a hacer violencia el hombre en la tierra (Salmos 10:16-18)
El dolor que producen las personas impías sobre sus semejantes, así como las injusticias cometidas por gobernantes injustos, es un tema recurrente en la Escritura. En lo hondo del ser humano hay un anhelo por la implantación de la justicia duradera. Uno de los mensajes repetidos por los profetas de Israel es la restauración de la justicia social. Dios es justo, y como tal, reclama su justicia en la tierra, la exige de aquellos que están en autoridad, y se proclama el defensor de los más débiles, de los huérfanos, extranjeros y viudas.
El salmista de nuestro texto eleva su clamor al cielo exponiendo al Rey justo por qué se esconde en el tiempo de la tribulación, cuando el malo persigue al pobre con arrogancia (10:1,2). Ve con dolor que el malo se jacte del deseo de su alma, que además no busca a Dios, no hay Dios en ninguno de sus pensamientos (3,4). No es consciente de los juicios divinos, vive ajeno a ellos, y por tanto, desprecia a sus adversarios (5). Su soberbia le lleva a hacer declaraciones muy osadas, creyendo que nunca será conmovido, ni le alcanzará el infortunio (6). Maldice, engaña y defrauda. Desprecia con maldad a sus semejantes (7). Su creencia atea le lleva a pensar que Dios olvida su comportamiento, que está encubierto y nunca será expuesto (11).
Sin embargo, el salmista sabe que Dios lo ha visto, que el Eterno es el amparo de los desvalidos, por ello, quebrantará el brazo de los inicuos y perseguirá la maldad (12-15). Entonces expresa la esperanza que anida en el corazón de Israel: ¡el gobierno de un Rey justo en la tierra! El Señor es Rey eternamente y para siempre. Ha oído el clamor que los humildes han elevado por generaciones; su oído está atento y su corazón dispuesto para juzgar al huérfano y oprimido, de tal forma que no vuelva más a hacer violencia el hombre sobre la tierra (16-18).
Tenemos aquí el reinado de paz y justicia que anuncian las Escrituras en tantos lugares de su recorrido. El reino mesiánico es un reino de paz y justicia. Las naciones darán cuenta ante aquel que está en el trono para juzgarlas. Porque hay un Rey en el trono más elevado que ha de juzgar con justicia. Es el Rey de reyes y Señor de señores. Es el Rey que Dios ha puesto en Sión; el Deseado de todas las naciones; la simiente de Abraham y David que ha de reinar en Jerusalén. Es Rey para siempre.
El aumento de la maldad del hombre acelera ante el trono celestial la manifestación del juicio del Rey en el trono anunciado de Jerusalén.