24 – LA REDENCIÓN – Constituidos justos

La locura de la cruzConstituidos justos

Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno los muchos serán constituidos justos    (Romanos 5:19 LBLA)

Los redimidos hemos pasado de un régimen a otro, de una constitución a otra. Esa es la fuerza de la redención. El mismo Pablo dice que ahora debemos servir bajo el nuevo régimen del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra (Rom.7:6). Cada régimen se establece sobre una constitución o leyes que debemos conocer. Un régimen tiránico tiene sus leyes, y por muy injustas que sean, el que las trasgrede experimenta las consecuencias.

Cuando vivimos atrapados en un dominio que impide la libertad de conciencia, las libertades individuales para escoger, o cualquier otro tipo de libertad, anhelamos escapar y ponernos bajo un régimen liberador que permita nuestro desarrollo humano en las mejores condiciones. Las naciones tienen una ley constitucional que gobierna y legisla la vida de sus ciudadanos. En el mundo espiritual tenemos algo parecido.

La constitución de pecadores vino al ser humano por la desobediencia de un hombre. Esa constitución formó nuestro carácter en una determinada dirección, lejos de Dios, apartados de la ley moral universal. Y como nuestra naturaleza fue constituida bajo parámetros de desobediencia, nuestra vida cotidiana vino a caracterizar una forma de vivir en rebeldía. La rebelión está en nuestro ADN después de la caída. Rebelión contra Dios y contra los hombres. Desobediencia a la ley de Dios y rebelión a las leyes de los hombres como forma de vida. Esa naturaleza nos impide escoger lo mejor. Nos constituimos en nuestro peor enemigo dado que nuestra propia naturaleza de pecado nos impide hacer lo que queremos. Dios, viendo nuestra condición, vino a rescatarnos a través de la redención de Jesús.

La cruz es un intercambio. En el árbol de la ciencia del bien y del mal fuimos constituidos pecadores, pero en el árbol –es la palabra hebrea para cruz− levantado en el Gólgota, donde Jesús fue colgado, recibimos una nueva constitución, una nueva naturaleza justa, por la justicia y obediencia del justo. Ese intercambio produce en nosotros una nueva creación, creada en justicia y santidad de la verdad. Una naturaleza justa. Un hombre nuevo. Hechos justicia de Dios en Cristo (2 Co.5:21). Esta nueva creación nos permite obedecer, vivir alejados del pecado, amar a Dios y el prójimo. Somos justos, por tanto, podemos hacer obras de justicia. La nueva constitución, el régimen del Espíritu, produce un hombre en libertad para obedecer y servir a la justicia.  Ese es el poder de la redención.

         Ahora vivimos bajo una nueva constitución que nos permite andar en la libertad de los hijos de Dios, amándole en toda nuestra manera de vivir.

23 – LA REDENCIÓN – La gracia reina

La locura de la cruzLa gracia reina

Porque si por la transgresión de uno, por éste reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por medio de uno, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia   (Romanos 5:17 LBLA)

La muerte es un reino. Incluso un imperio. Así está escrito: Por cuanto los hijos participan de carne y sangre, El igualmente participó también de lo mismo, para anular mediante la muerte el poder de aquel que tenía el poder [imperio RV60] de la muerte, es decir, el diablo, y librar a los que por el temor a la muerte, estaban sujetos a esclavitud durante toda la vida (Heb.2:14,15). El pecado levantó un reino de muerte. Puso en manos del diablo el poder de ese reino y ha esclavizado a los hombres con temor durante toda la vida.

El temor a la muerte es el mayor de los temores del hombre. Se suele decir «todo tiene remedio, menos la muerte». Sin embargo, la muerte ha sido vencida por el Autor de la vida. La inmortalidad ha salido a luz por medio del evangelio, y el evangelio está vinculado a la gracia, otro reino. Pablo le dice a Timoteo: Dios nos ha llamado con un llamamiento santo, no según nuestras obras, sino según su propósito y según la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús desde la eternidad, y que ahora ha sido manifestada por la aparición de nuestro Salvador Cristo Jesús, quien abolió la muerte y sacó a la luz la vida y la inmortalidad por medio del evangelio (2 Tim.1:9-10).

Pecado, muerte y reino relacionados. Gracia, reino e inmortalidad también vinculados. Dos reinos opuestos. El pecado permite reinar a la muerte. La gracia reina en vida por medio de Jesucristo. La vida reina sobre todos aquellos que han recibido la abundancia de la gracia y el don de la justicia.

Jesús es nuestro Rey. Él es la vida y la inmortalidad. La muerte no pudo retenerlo. Ha vencido el poder del reino de la muerte. Es el Rey de gloria. Se ha levantado triunfante sobre la muerte y su poder. Monta un caballo blanco, se llama Fiel y Verdadero, es el Verbo de Dios; en su manto y en su muslo tiene un nombre escrito: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES (Apc. 19:11-16). Y la muerte y el Hades fueron arrojados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda (Apc.20:14). Los que han sido lavados, emblanquecidas sus ropas y redimidos, reinarán en vida por medio de Jesucristo. Queda un reino por manifestarse en plenitud. El pecado y la muerte están vigentes, por tanto, la destrucción y condenación; pero hemos recibido un reino inconmovible que no tiene fin por la redención efectuada.

La gracia reina en aquellos que la han recibido, junto con el don de la justicia. Gracia, verdad y justicia son y están en Cristo, el Mesías.

22 – LA REDENCIÓN – Transgresión, juicio y condenación

La locura de la cruzTransgresión, juicio y condenación

… Porque ciertamente el juicio surgió a causa de una transgresión, resultando en condenación; pero la dádiva surgió a causa de muchas transgresiones resultando en justificación    (Romanos 5:16 LBLA)

Una sola transgresión, la de Adán, trajo el juicio de Dios sobre el hombre y como resultado la condenación. Ese fue el estado en el que quedó el ser humano, creado a semejanza de Dios, una vez que dio entrada al pecado en su naturaleza. La condenación era la muerte. La paga del pecado es muerte. El día que de él comieras, ciertamente morirás.

La sentencia estaba anunciada. Sin embargo, el engaño, la tentación, la atracción, el hechizo que produjo el mensaje contrario a la voluntad de Dios, tuvo una fuerza insuperable para la voluntad del primer hombre. En esa voluntad había una parte de debilidad con la que el hombre no contaba. Su fortaleza estaba en vivir bajo el señorío del Creador, sujeto a la voluntad del Soberano, vivir como mayordomo de la creación actuando siempre en dependencia de la norma establecida.

Una vez rotas las condiciones del pacto por Adán, su voluntad no tuvo firmeza para superar el poder subyugante que ejerció la serpiente. El profeta Oseas nos habla del pacto transgredido por Adán. Pero ellos, como Adán, han transgredido el pacto (Oseas 6:7). Dios no puede ser burlado, todo lo que el hombre siembra, eso también siega. No somos más fuertes que Dios. Si decidimos romper el pacto no podremos evitar sus consecuencias. Dios eligió desde el principio mantener una relación con el hombre en base a pactos. Adán lo transgredió, por tanto, la condenación le alcanzó de lleno, y con él, a todos sus descendientes.

La redención está contenida en un nuevo pacto. Jesús es su autor. Ahora, la expiación realizada en la cruz del Calvario recoge todas las transgresiones realizadas hasta la llegada del justo, resultando en justificación. Una sola transgresión resultó en condenación; pero ahora en Cristo, muchas transgresiones resultaron en justificación. La redención ha hecho posible nuestra justificación en base a un pacto, establecido sobre mejores promesas. Este pacto no puede ser invalidado. Fue hecho con Abraham y su simiente, la cual es Jesucristo (Gá. 3:15-17). El pacto roto por Adán trajo juicio y condenación. Por su parte el pacto que Dios hizo con Abraham y su simiente ha resultado en justificación mediante la fe.

         En Cristo, −la simiente de Abraham−, hemos experimentado una transición: de condenación a justificación mediante un pacto de redención.

21 – LA REDENCIÓN – La ira neutralizada por el sacrificio

La locura de la cruzLa ira neutralizada por el sacrificio

Entonces mucho más, habiendo sido ahora justificados por su sangre, seremos salvos de la ira de Dios por medio de El   (Romanos 5:9 LBLA)

El apóstol sigue remarcando la verdad de la justificación. Es necesario comprender esta verdad fundamental. Los creyentes deben saber, llegar al conocimiento de la verdad y lo que ésta incluye. Dios quiere que todos los hombres sean salvos, y luego, una vez rescatados de la vieja y vana manera de vivir, vengan al conocimiento de la verdad (1 Tim. 2:4). Porque la verdad nos hace libres, afirma nuestra posición ante Dios y resiste los ataques de incredulidad y mentira.

Si hemos sido justificados por su sangre, nuestras vidas tienen ahora una nueva posición ante Dios. Podemos esperar salvación y no ira. Hemos quedado lejos del alcance del juicio y la ira de Dios. Vivimos en otra esfera, la esfera de la gracia. Es una dimensión de fe que sabe lo que Jesús ha realizado por nosotros. Hay paz en nuestros corazones. Hay seguridad de vida eterna. Estas [cosas] se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios; y para que al creer, tengáis vida en su nombre (Jn. 20:31).

Nuestra fe tiene el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo Jesús la piedra angular. Y la verdad apostólica dice: El testimonio es éste: que Dios nos ha dado vida eterna, y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo tiene la vida, y el que no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida. Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna (1 Jn. 5:11-13). El hijo de Dios ha sido librado de la ira venidera (1 Tes. 1:10).

Los apóstoles no se cansan de enfatizar la centralidad de la predicación del evangelio focalizándola en la persona de Jesús. Si desaparece la persona y la obra del Mesías de nuestra predicación, o si colocamos otro mensaje al mismo nivel que el mensaje de la cruz, estamos predicando otro evangelio que NO salva, NO justifica, NO redime, NO libra de la ira venidera, NO trae la paz de Dios, NO perdona nuestros pecados, y estaremos conduciendo a muchos al error con resultados devastadores para sus vidas. Si oímos el evangelio de la gracia de Dios y lo rechazamos, no queda ninguna otra posibilidad de ser redimidos. Moriremos en nuestros pecados y la ira de Dios, −su juicio−, nos alcanzará encontrándonos desnudos sin justificación.

Habiendo sido justificados por la fe en la sangre redentora de Yeshúa somos salvos de la ira venidera.

20 – LA REDENCIÓN – La base de la redención es el amor

La locura de la cruzLa base de la redención es el amor

Pero Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros  (Romanos 5:8 LBLA)

En palabras del salmista: Alto es, no lo puedo comprender (Sal. 139:6). Toda la obra de redención es incomprensible a la condición humana. Para los que se pierden es locura, para los que se salvan, es poder de Dios. Como oí a un predicador no hace mucho: Dios podía haber acabado con el hombre cuando cayó en pecado, desecharlo y comenzar algo nuevo. A los mismos ángeles que cayeron no los ha perdonado, sino que los ha guardado en prisiones de oscuridad hasta el día del juicio (2 Pedro 2:4). Sin embargo, ha querido socorrer a la descendencia de Abraham (Heb.2:16).

Aún siendo pecadores. No que hayamos pecado, sino que la misma naturaleza de pecado se extendió a nuestra propia naturaleza corrompiéndola ampliamente. Recibimos la naturaleza del ángel caído. Una naturaleza rebelde, de oposición al Creador, invadida por la oscuridad, que produjo rápidamente dolor y muerte en el mundo. Estando en esa condición, perdidos y destinados a la muerte eterna, Dios nos amó. Y lo hizo de tal manera que dio a su Hijo Unigénito en rescate por muchos. El amor de Cristo nos constriñe, habiendo llegado a esta conclusión: que uno murió por todos, por consiguiente, todos murieron; y por todos murió, para que los viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos (2 Co.5:14).

La persona que recibe este amor, que por otro lado ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu que nos fue dado (Ro.5:5), quedará unida para siempre al que le ama. El amor es de Dios, porque Dios es amor. Pero el amor no se goza en la injusticia, sino que se goza de la verdad. Este amor de Dios nos conduce a una rendición incondicional para vivir siempre agradándole. José, el hijo de Jacob, ante la oferta de fornicación de la disoluta mujer de Potifar, dijo: ¿Cómo entonces iba yo a hacer esta gran maldad y pecar contra Dios? (Gn. 39:9).

El nuevo motor que transforma nuestro comportamiento es el amor de Dios. Le amamos porque Él nos amó primero. Le obedecemos porque Él se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Esta verdad transforma el corazón del hombre. Así lo hizo con el autor de este poema: No me mueve mi Dios para quererte, el cielo que me tienes prometido, ni me mueve el infierno tan temido, me mueves tan solo Tú. Me mueve tu amor de tal manera, que aunque no hubiera cielo, yo te quisiera; y aunque lo que espero no esperara, lo mismo que te quiero, yo te quisiera.

         El amor de Dios es la fuerza más grande del universo. Su amor se ha manifestado en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.

19 – LA REDENCIÓN – Nos gloriamos en las tribulaciones

La locura de la cruzNos gloriamos en las tribulaciones

Y no solo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, carácter probado; y el carácter probado, esperanza…   (Romanos 5:3,4 LBLA)

La vida cristiana no es solo teología. La gracia, fe, justificación, y redención no son un conjunto de términos abstractos para estudiar en un seminario y auto complacernos en su conocimiento. Tampoco es un cúmulo de doctrinas para echarlas en la cara de aquellos que no piensan como nosotros. Ni tienen solamente un ámbito espiritual que pierde el contacto con la realidad cotidiana.

El apóstol Pablo, después de decirnos que nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios, ahora nos devuelve a la realidad práctica y nos confronta con nuestra tendencia a espiritualizarlo todo perdiendo el componente diario, la realidad práctica, el mundo movible, nuestra cotidianidad en un mundo caído. Inmediatamente introduce el elemento desagradable: Y no solo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones.

La gracia de Dios actúa en medio de circunstancias adversas. La verdad del evangelio opera en los creyentes que aún viven bajo condiciones hostiles, en el presente siglo malo, en una generación perversa y apartada de Dios. Nuestra gloria no solo está en Dios, sino también en las tribulaciones. Pretender lo primero sin aceptar lo segundo es engañarnos.

Recibir la palabra de su gracia es salir del dominio de la potestad de las tinieblas y sufrir la confrontación de fuerzas hostiles que se oponen a la verdad. Es el oprobio de la cruz. La vergüenza de un mensaje impopular. Y cuando aceptamos y nos gloriamos en las tribulaciones que siguen a nuestra nueva identidad en Cristo, estamos aceptando el proceso mediante el cual Dios se produce en nosotros un carácter probado. La tribulación produce paciencia. Paciencia con aquellos que aún no han recibido, ni entendido el amor de Dios. Paciencia en medio de las contrariedades por mantener la fe en un mundo incrédulo. Paciencia para perseverar en la prueba por causa de la palabra y que nuestra fe salga refinada como el oro.

Algunos pretenden aprovechar la gracia para seguir pecando, y evitar la tribulación que genera la misma gracia en aquellos que viven bajo sus nuevos principios, los del reino, alejados de la vanidad y la arrogancia de la vida. Pablo trabajó más que los demás por la gracia (1 Co.15:10). Trabajo, esforzándome según su poder que obra poderosamente en mí (Col.1:29). Le dijo a Timoteo: Tu, pues, hijo mío, esfuérzate en la gracia (2 Tim.2:1). Por tanto, la gracia no es un lugar para los perezosos, sino para los esforzados y valientes.

         La gracia recibida nos permite gloriarnos en Dios y también en las tribulaciones, produciendo en nosotros un carácter probado.

18 – LA REDENCIÓN – Entrada por la fe a la gracia (II)

La locura de la cruzEntrada por la fe a la gracia (II)

… Hemos obtenido entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios”   (Romanos 5:2 LBLA)

«Entrada por la fe». Jesús es la puerta de las ovejas. Él ha abierto un camino nuevo y vivo, para que podamos acercarnos a Dios. Ese camino es un camino de fe. En el evangelio, la justicia de Dios se revela por fe, y para fe, como está escrito, el justo por su fe vivirá. Y sin fe, es imposible agradar a Dios. Por la fe alcanzaron buen testimonio los antiguos, así que, por la fe podemos agradar a Dios y alcanzar buen testimonio hoy.

Pero, ¿qué es la fe? ¿De dónde viene? Porque no es de todos la fe (2 Tes.3:2). La fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve (Heb. 11:1). La fe viene por el oír, y el oír por la palabra de Cristo (Rom.10:17). Pero aunque todos han tenido ocasión de oír, no todos han creído a nuestro anuncio (Rom.10:16). Y tampoco pueden predicar si no son enviados (Rom.10:15). Pablo dice: Porque por gracia habéis sido salvados por medio de la fe, y esto no de vosotros, sino que es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe (Ef.2:8,9). Misterios sin resolver. Incluso la fe que nos salva la recibimos de Dios.

Dios reparte a cada uno una medida de fe (Rom.12:3). Por otro lado, Jesús dice: Si tuvierais fe como un grano de mostaza… (Mt.17:20). Un padre atormentado experimenta el conflicto de la falta de fe y exclama: Creo, ayúdame en mi incredulidad (Mr.9:24). El hombre natural y carnal no tiene fe ni fuerza para generarla. La visión de Dios está oculta a sus ojos. Pero un día oye la palabra de Dios, si el corazón es buena tierra, recibirá la palabra y llevará fruto. Si su corazón está dividido, endurecido o mezclado, se ahogará la palabra, −la semilla de Dios−, y el fruto no se producirá. Sin embargo, hay quienes la recibirán pero no darán el mismo fruto, unos a treinta, otros a sesenta y otros al ciento por uno (Mt. 13:8). Misterios y más misterios.

Pero una cosa sé: que habiendo yo sido ciego, ahora veo (Jn.9:25). Y ¿Qué vemos? ¿Todo? ¿Lo comprendemos todo? No. Porque en parte conocemos (1 Co.13:9), oscuramente, pero un día comprenderemos (1 Co.13:12). Jesús le dijo a Pedro: Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; más lo entenderás después (Jn. 13:7). Una cosa si podemos entender: Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones (Heb. 3:15), porque se activará la palabra de Dios en tu vida y traerá fe, fe para creer, para entrar en la esfera de la gracia, para agradar a Dios con una vida de santidad, porque la fe sin obras está muerta.

La fe en Jesús nos introduce en la gracia de Dios para estar firmes.

17 – LA REDENCIÓN – Entrada por la fe a la gracia (I)

La locura de la cruzEntrada por la fe a la gracia (I)

… Hemos obtenido entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios   (Romanos 5:2 LBLA)

Mediante Jesús hemos obtenido entrada por la fe a la gracia de Dios. Jesús es nuestro Mediador. No hay otro nombre dado a los hombres por medio del cual podamos hallar gracia, alcanzar misericordia y ser recibidos por un Dios santo. Aceptados según las riquezas de su gracia. Todo el honor de nuestra salvación está en el Hijo, no en nosotros. La fe en el Hijo nos da entrada a la gracia que viene por medio de Jesús (Jn.1:17). Esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe. ¿Qué fe? La fe del que cree que Jesús es el Hijo de Dios (1 Jn.5:4,5). Hay un solo Dios, y un solo Mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo Hombre (1 Tim.2:5).

La centralidad del Hijo es esencial para la entrada a la esfera de la gracia de Dios. Sin Jesús no hay gracia, hay ley, y la ley dice: maldito todo aquel que no permanece en todas las obras de la ley, para hacerlas (Gá. 3:10). Por eso Pablo dijo: Predicamos a Cristo crucificado (1 Co.1:23); para presentar perfecto a todos los hombres en Cristo (Col.1:28). La ley es buena (Rom.7:16), espiritual (Rom.7:14), no ha sido abrogada (Mt.5:17), pero no hemos podido cumplirla, por ello ha sido nuestro ayo para llevarnos a Cristo. Ahora no estamos sin ley, sino bajo la ley de Cristo (1 Co.9:21), que supera la ley de Moisés.

Y esta ley se resume así: amar a Dios, y amar al prójimo como a sí mismo. Sí, hubo gracia antes de la ley de Moisés: Noé halló gracia (Gn.6:8); y hay gracia en el tiempo de la ley: David halló gracia (Rom. 4:6-8). Los profetas inquirieron e indagaron de la gracia que vendría a vosotros (1 Pedro 1:10,11), una gracia destinada para ser revelada en plenitud en el tiempo de la aparición del Mesías (Gá. 4:1-7).

Por la fe entramos en comunión con el Padre, que extiende su «báculo» de gracia para que podamos acercarnos en plena certidumbre de fe (Heb.10:22); con temor y temblor, porque nos movemos en la esfera de la gracia, no la de los méritos propios, gracia extensiva mediante la obra redentora de Jesús, para que vivamos en santidad y honor, honrando al Hijo y al Padre, llenos del Espíritu de gracia (Zac. 12:10) para poder movernos en la libertad gloriosa de los hijos de Dios.

Libertad para amar, perdonar y aceptar, como hemos sido amados, perdonados y aceptados: POR GRACIA. Nos gloriamos en Jesús. La gracia no puede gloriarse en sí misma, sino en aquel que ha hecho posible nuestra entrada a la «habitación» de gracia y misericordia. Bajo la sombra de sus alas hemos venido a refugiarnos (Sal.91:1-4), como Ruth, (Ruth 2:12).

         La puerta de entrada a la gracia de Dios es la fe en Jesús.

16 – LA REDENCIÓN – Una vez justificados tenemos paz con Dios

La locura de la cruzUna vez justificados tenemos paz con Dios

Por tanto, habiendo sido justificados por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo   (Romanos 5:1 LBLA)

Cuando Jesús resucitó de los muertos y se presentó a los suyos, el mensaje de bienvenida fue este: paz a vosotros. La obra estaba hecha y acabada, la sangre presentada en el altar de Dios, aceptada en el cielo, pero los discípulos aún vivían en temor. Estaban sobrecogidos por la incredulidad y el temor, aunque comenzaba a ver noticias de la resurrección de su Maestro. Cuando el Señor se presenta en medio de ellos lo hace con un saludo de paz. Además le dice a María Magdalena que les diga a mis hermanos: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios (Jn. 20:17).

Los discípulos vivían en medio de los acontecimientos que cambiarían el signo de los tiempos para toda la creación de Dios. El frenesí celestial era inmenso. En la tierra los acontecimientos iban más lentos, se abrían camino en medio del temor y la incredulidad de los discípulos. El reino de las tinieblas estaba bajo shock. El triunfo de la resurrección había echado por tierra todas las maniobras tenebrosas para frenar la voluntad del Padre. El poder de la vida indestructible, los poderes del siglo venidero y la inmortalidad habían salido a luz, nadie pudo impedirlo, aunque la turbación aún estuviera presente entre los herederos de la salvación.

Pero una vez consumados los hechos: muerte y sepultura, resurrección, exaltación y derramamiento del Espíritu Santo, proclamado al pueblo y recibido por muchos, el apóstol Pablo nos dice ahora: tenemos paz con Dios. Esa paz tiene su base en la justificación, y ésta se fundamenta en la redención que ha realizado Jesús mediante su obra redentora. Si hay revelación de la obra realizada, habrá paz; de lo contrario, turbación y temor. Por ello, una vez consumada la salvación, el reino de tinieblas pone su acento en oscurecer, confundir, mezclar, poner en duda, perseguir a los predicadores de la buena nueva, apagar la voz de la verdad, que la palabra no sea oída, y si no puede impedirlo: confundirla y mezclarla con argumentos religiosos o humanistas que impidan la libertad de conocer la verdad, porque la verdad nos hace libres.

La predicación con el Espíritu Santo es esencial. El libro de los Hechos de los apóstoles pone de manifiesto cómo se llevó a cabo. Meditemos en él y en toda la Escritura. La paz del corazón justificado es el sello identificativo de una persona redimida. Paz con uno mismo. Paz con el prójimo. Paz con la naturaleza. Paz con Dios.

         El reino de Dios es paz. Jesús es el príncipe de paz. Sus hijos tienen paz.

15 – LA REDENCIÓN – La resurrección de Jesús base de nuestra justificación

La locura de la cruzLa resurrección de Jesús base de nuestra justificación

[Jesús]… fue entregado por causa de nuestras transgresiones y resucitado para nuestra justificación  (Romanos 4:25 LBLA)

El evangelio de Dios es un misterio revelado. Estaba oculto durante mucho tiempo, deliberadamente mantenido en secreto (Ro.16:25); aunque fuese descubierto parcialmente a diversos personajes bíblicos, incluso escribieron de él sin comprenderlo en toda su amplitud. En los siglos pasados se veía una sombra. La revelación de Dios se mantuvo entre sombras, los destellos eran fugaces, pero todos apuntaban hacia una persona y un tiempo cuando iba a ser revelado. Pablo dice que ese tiempo llegó con la manifestación del Hijo de Dios. Cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo.

Los profetas habían apuntado hacia el siervo del Señor que había de venir. El Espíritu que estaba en ellos anunciaba los sufrimientos del Mesías y las glorias que le seguirían (1 Pedro 1:10-12). Ahora se ha dado a conocer a todas las naciones para guiarlas a la obediencia de la fe (Ro.16:26). La redención se ha realizado. La obra está consumada. ¿Qué base tenemos para saberlo? Jesús ha resucitado y ha sido glorificado a la diestra del Padre. La muerte no pudo retenerlo. La resurrección ha permitido nuestra justificación. La victoria sobre el pecado y la muerte se ha consumado.

Jesús está glorificado a la diestra del Padre y por ello ha enviado la promesa del Espíritu Santo. Ahora el Espíritu de Dios convence de pecado, justicia y juicio. Revela la obra de Jesús. Nos conduce a la invocación de su nombre. Nadie puede llamar a Jesús Señor sino por el Espíritu. Nuestros pecados son perdonados invocando su nombre. En el nombre de Jesús está concentrada toda la obra de redención. Jesús es Señor. Dios le ha hecho Señor y Cristo. Ha sido glorificado, por tanto, el Espíritu ha sido derramado para ser una fuente que salta para vida eterna.

Por ello, el mensaje central de los apóstoles, después que Jesús fuera recibido arriba, fue la resurrección y la exaltación. La declaración de Jesús como Señor. El arrepentimiento de los hombres que oyen y reciben la palabra para perdón de pecados y vida de entre los muertos. Jesús fue entregado por nuestras transgresiones. Sin pecado no es necesaria la redención. Y Jesús resucitó para nuestra justificación. Se levantó de los muertos venciendo la naturaleza de pecado y muerte. Ahora es nuestro hombre en el cielo, está a la diestra del Padre, es nuestro abogado, intercesor, sumo sacerdote, mediador, Cordero inmolado, redentor. Nuestra mirada debe estar puesta en él; es el autor de nuestra fe y salvación.  Alabado sea su nombre.

         Sin resurrección no hay justificación, nuestra fe es vana. La resurrección de Jesús ha hecho posible nuestra justificación. Esta es la fe triunfante.