La esperanza del reino venidero (VIII) – Simeón
Y he aquí había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, y este hombre, justo y piadoso, esperaba la consolación de Israel; y el Espíritu Santo estaba sobre él. Y le había sido revelado por el Espíritu Santo, que no vería la muerte antes que viese al Ungido del Señor (Lucas 2:25,26)
La secuencia de los múltiples acontecimientos que se estaban llevando a cabo en la ciudad de Jerusalén nos conduce ahora al templo. Por cierto, templo que los palestinos, con sus gobernantes a la cabeza, niegan que haya existido nunca, poniendo en duda el testimonio de los apóstoles y profetas. El templo estaba bien activo en días cuando nació el Mesías, y a él se encaminó Simeón movido por el Espíritu de Dios. Providencialmente, llegó cuando los padres de Jesús habían llevado al niño al templo para que fuera circuncidado según la ley. Acto que no se hubiera podido realizar si el templo, como dice una resolución de la UNESCO, nunca hubiera existido.
Sin embargo, el testimonio es firme. A Simeón, un judío justo y piadoso, que mantenía una vida de fe y oración en niveles muy altos, le había sido revelado por el Espíritu que no vería la muerte antes que viese al Ungido del Señor. Por tanto, Simeón supo que no partiría a la eternidad sin haber visto la llegada del Mesías. Además, mantenía la esperanza de la consolación de Israel como parte de su fe viva, y esa esperanza consoladora contenía el advenimiento del reinado mesiánico, mediante el Ungido del Señor, el hijo de David, para liberar al pueblo de sus enemigos, perdonar sus pecados y establecer su reino de justicia y paz.
Esa era la esperanza del anciano Simeón. Esa era la consolación de Israel que esperaba. Y ahora, movido por el Espíritu, fue al templo, vio al niño con sus padres, lo tomó en sus brazos y bendijo a Dios, diciendo: Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, conforme a tu palabra; porque han visto mis ojos tu salvación, la cual has preparado en presencia de todos los pueblos; luz para revelación a los gentiles, y gloria de tu pueblo Israel (Lc.2:28-32).
Una oración fundamentada sobre la profecía de Isaías, leamos: Yo YHVH te he llamado en justicia… te pondré por pacto al pueblo, por luz de las naciones (Is.42:6). Una profecía del siervo de YHVH vinculada al reino mesiánico de justicia y paz. Y en otro lugar dice: también te di por luz de las naciones, para que seas mi salvación hasta lo postrero de la tierra (Is.49:6).
La salvación viene de los judíos. El reino venidero será establecido en Jerusalén con gloria, y alcanzará a todas las naciones con revelación… como las aguas cubren la mar.
Aún esperamos y oramos, como Simeón, por la consolación de Israel que traerá luz y revelación a todas las naciones y gloria al pueblo de Dios.