23 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoLa esperanza del reino venidero (VIII) – Simeón

Y he aquí había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, y este hombre, justo y piadoso, esperaba la consolación de Israel; y el Espíritu Santo estaba sobre él. Y le había sido revelado por el Espíritu Santo, que no vería la muerte antes que viese al Ungido del Señor (Lucas 2:25,26)

         La secuencia de los múltiples acontecimientos que se estaban llevando a cabo en la ciudad de Jerusalén nos conduce ahora al templo. Por cierto, templo que los palestinos, con sus gobernantes a la cabeza, niegan que haya existido nunca, poniendo en duda el testimonio de los apóstoles y profetas. El templo estaba bien activo en días cuando nació el Mesías, y a él se encaminó Simeón  movido por el Espíritu de Dios. Providencialmente, llegó cuando los padres de Jesús habían llevado al niño al templo para que fuera circuncidado según la ley. Acto que no se hubiera podido realizar si el templo, como dice una resolución de la UNESCO, nunca hubiera existido.

Sin embargo, el testimonio es firme. A Simeón, un judío justo y piadoso, que mantenía una vida de fe y oración en niveles muy altos, le había sido revelado por el Espíritu que no vería la muerte antes que viese al Ungido del Señor. Por tanto, Simeón supo que no partiría a la eternidad sin haber visto la llegada del Mesías. Además, mantenía la esperanza de la consolación de Israel como parte de su fe viva, y esa esperanza consoladora contenía el advenimiento del reinado mesiánico, mediante el Ungido del Señor, el hijo de David, para liberar al pueblo de sus enemigos, perdonar sus pecados y establecer su reino de justicia y paz.

Esa era la esperanza del anciano Simeón. Esa era la consolación de Israel que esperaba. Y ahora, movido por el Espíritu, fue al templo, vio al niño con sus padres, lo tomó en sus brazos y bendijo a Dios, diciendo: Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, conforme a tu palabra; porque han visto mis ojos tu salvación, la cual has preparado en presencia de todos los pueblos; luz para revelación a los gentiles, y gloria de tu pueblo Israel (Lc.2:28-32).

Una oración fundamentada sobre la profecía de Isaías, leamos: Yo YHVH te he llamado en justicia… te pondré por pacto al pueblo, por luz de las naciones (Is.42:6). Una profecía del siervo de YHVH vinculada al reino mesiánico de justicia y paz. Y en otro lugar dice: también te di por luz de las naciones, para que seas mi salvación hasta lo postrero de la tierra (Is.49:6).

La salvación viene de los judíos. El reino venidero será establecido en Jerusalén con gloria, y alcanzará a todas las naciones con revelación… como las aguas cubren la mar.

         Aún esperamos y oramos, como Simeón, por la consolación de Israel que traerá luz y revelación a todas las naciones y gloria al pueblo de Dios.

22 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoLa esperanza del reino venidero (VII) – Zacarías

Y Zacarías su padre fue lleno del Espíritu Santo, y profetizó, diciendo: Bendito el Señor Dios de Israel, que ha visitado y redimido a su pueblo, y nos levantó un poderoso Salvador en la casa de David su siervo, como habló por boca de sus santos profetas que fueron desde el principio… (Lucas 1:67-70)

         Hay periodos de la historia profética cuando la palabra de Dios se activa y corre veloz para acelerar los planes de Dios en la tierra. Se activan distintas convergencia con múltiples factores que actúan sobre diversas personas para llevar a cabo los propósitos divinos. María, la madre de Jesús, había recibido el mensaje del ángel, y ésta había respondido: «Hágase». En esta sola palabra tenemos la combinación siempre misteriosa de la voluntad de Dios y la de los hombres, en este caso, la de María.

El plan eterno seguía su curso, y ahora le tocaba el turno a Zacarías, sacerdote y futuro padre de Juan el Bautista. Me gusta pensar que la vida cotidiana en Israel se movía en los parámetros habituales, mientras se llevaban a cabo acontecimientos sobrenaturales que cambiarían la historia para siempre.

Elisabeth, mujer de Zacarías, había dado a luz un niño al que pusieron por nombre Juan, tal y como había anunciado el ángel a su padre. Cuando Zacarías recuperó el habla, después de haber quedado mudo durante el tiempo del embarazo de su mujer, fue lleno del Espíritu Santo y profetizó. En sus palabras inspiradas volvemos a encontrarnos con la esperanza de Israel, una esperanza que contiene redención, liberación y gobierno sobre Israel. Redención de sus pecados, liberación de sus enemigos, y reinado mediante la descendiente de la casa de David.

El Mesías que esperaban debía venir de la casa de David, entroncando con el pacto hecho por Dios con su descendencia. Los judíos recuerdan siempre en la Pascua (Pesaj) la liberación de Egipto. Salvación de nuestros enemigos, y de la mano de todos los que nos aborrecieron; para hacer misericordia con nuestros padres, y acordarse de su santo pacto; del juramento que hizo a Abraham nuestro padre, que nos había de conceder que, librados de nuestros enemigos, sin temor le serviríamos en santidad y justicia delante de él (Lc.1:71-75). Israel, en ese tiempo, sujetos al yugo romano, vieron la similitud con Egipto de una liberación que estaba tomando forma. El Mesías vendría para establecer un reino libertador para que el pueblo sirva a su Dios.

         Zacarías vinculó en su profecía el nacimiento de su hijo Juan con la llegada del Mesías librándolos de sus enemigos y estableciendo el trono de David en Jerusalén para que Israel sirviera a su Dios en santidad y justicia, servicio que solo puede realizarse plenamente en el reino mesiánico.

21 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoLa esperanza del reino venidero (VI) – El ángel Gabriel a María

María, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios. Y ahora concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS. Éste será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin (Lucas 1:30-33)

         Cuando llegó el cumplimiento del tiempo para que la simiente de Abraham fuera manifestada a Israel, una parte del pueblo mantenía viva la esperanza de los padres. Esa esperanza era la venida del hijo de David, heredero de su trono. Así le fue comunicado por el ángel Gabriel a la joven María. Ésta había hallado gracia delante de Dios para ser el vaso mediante el cual nacería el niño que estaba anunciado por el profeta Isaías. Su nombre sería Jesús, que significa Salvador, por tanto, una apelación inequívoca a su función expiatoria de los pecados del pueblo, cuya misión invocaba la función del Mesías como siervo sufriente.

Este fue el mensaje que José recibió a través del ángel que se le apareció en sueños para decirle: José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es. Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS [Salvador], porque él salvará a su pueblo de sus pecados. (Mateo 1:18-21).

El evangelio de Mateo enfatiza al Mesías sufriente, el siervo de YHVH, el cual salvará al pueblo de sus pecados, por tanto, un Mesías redentor; mientras que el mensaje que recibió María a través del ángel Gabriel, narrado por el evangelista Lucas, el énfasis estuvo sobre la vinculación del niño con la simiente de David y su trono, es decir, la figura del Mesías rey. Ambas funciones reunidas en un mismo Mesías.

El mensaje del ángel a María ponía el acento sobre la esperanza que anidaba en el alma judía desde hacía siglos: será grande. Como dijo Isaías: Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz. Será llamado Hijo del Altísimo. No solo hijo de Abraham y de David, sino del mismísimo, El Shaddai. Y el Señor Dios le dará el trono de David su padre. Heredero de la promesa hecha a David, que de su descendencia habría uno que reinará sobre la casa de Jacob para siempre. Aquí tenemos el anuncio del reino mesiánico en Jerusalén. Y su reino no tendrá fin. El reino se extenderá durante mil años, y le sucederá el reino eterno. Esta esperanza estaba presente en el siglo I en Israel cuando el ángel apareció a María.

         Cuando llegó el cumplimiento del tiempo Israel mantenía la esperanza de un reino mesiánico en Jerusalén, anunciado por el ángel Gabriel a María.

20 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoLa esperanza del reino venidero (V) – El siervo (5)

He aquí mi siervo, yo le sostendré: mi escogido, en quien mi alma tiene contentamiento; he puesto sobre él mi Espíritu; él traerá justicia a las naciones… No se cansará ni desmayará, hasta que establezca en la tierra justicia; y las costas esperarán su ley (Isaías 42:1-4)

         Toda la plenitud de Dios habita en el Mesías. El es el siervo completo y también el rey de las naciones. Es el Alfa y la Omega. Toda la plenitud de la deidad habita en él. Es hombre y Dios. Hijo del Hombre e Hijo de Dios. En él está la vida, y la vida es la luz de los hombres. Es el Cordero de Dios y también el león de la tribu de Judá. Es la piedra angular del edificio de Dios. La Roca que encontró en el desierto Israel, de donde brotaron aguas, era Cristo. Es uno con el Padre. Indivisible. La esperanza de Israel está unida a él mismo. Y esa esperanza es también la de los gentiles injertados por la fe en el mismo árbol.

Los profetas expusieron parte de su plenitud. Los apóstoles enseñaron en parte su grandeza, porque en parte le conocemos. El Espíritu de Dios revela al Mesías, su naturaleza. Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Y eso no se lo reveló a Pedro carne ni sangre, sino el Padre que está en los cielos. Fue el mismo Padre quien dio testimonio desde el cielo cuando el Hijo fue bautizado, cumpliendo así con toda justicia, diciendo: Este es mi Hijo amado, a él oíd. La misma voz fue oída por Pedro, Juan y Jacobo en el monte donde Jesús apareció en gloria junto con Moisés y Elías. Es el mismo testimonio que ya había anunciado el profeta Isaías en nuestro pasaje. Mi escogido, en quien mi alma tiene contentamiento.

Dios puso sobre él su Espíritu para anunciar libertad a los cautivos y el año de gracia en la sinagoga de Nazaret. Es el siervo de YHVH. Y también es el que trae justicia a las naciones, el que la establecerá en la tierra cuando aparezca por segunda vez, sin relación con el pecado, para establecer su reino mesiánico y milenial en la ciudad de Jerusalén.

Porque el reino de Dios es justicia, paz y gozo en el Espíritu. Esa es la esperanza de Israel, cuya primicia ya estamos disfrutando mediante la manifestación de su reino en nuestros corazones. Pero un día se establecerá en Jerusalén de forma literal y física. Cuando el conocimiento de la gloria del Señor llene la tierra como las aguas cubren el mar. Es la esperanza de Israel que habita en el siervo del Señor y que será establecida en toda la tierra, mostrando la plenitud del reino que habrá llegado. Oremos: Venga tu reino. Hágase tu voluntad.

         Para disfrutar en plenitud el reinado justo del Mesías en la tierra, debemos reconocer hoy al siervo del Señor llevando nuestros pecados en la cruz del Calvario como siervo sufriente y rey triunfante.

19 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoLa esperanza del reino venidero (IV) – El siervo (4)

Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de YHVH será en su mano prosperada. Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho; por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos, y llevará las iniquidades de ellos. Por tanto, yo le daré parte con los grandes, y con los fuertes repartirá despojos; por cuanto derramó su vida hasta la muerte… (Isaías 53:10-12)

         Providencialmente, el eunuco, funcionario de Candace, estaba leyendo este pasaje del profeta Isaías cuando Felipe, guiado por el Espíritu de Dios, fue llevado a su lado. Una de las preguntas claves que se hacía este alto funcionario de Etiopia era de quién decía el profeta lo que estaba escrito en el libro de Isaías, de sí mismo, o de algún otro.

Los rabinos han interpretado de forma genérica que se trata de Israel como pueblo cuando el profeta menciona al siervo del Señor. Sin embargo, el contexto del pasaje enseña que se refiere al Mesías sufriente, el cordero de Dios, pero también, al futuro Mesías reinante. Ambos son el mismo, así lo entendieron muchos de los judíos después de Pentecostés, y esa fue la respuesta que Felipe dio al eunuco.

Primero siervo sufriente, hijo de José; más tarde, rey de los judíos, hijo de David. Tendrá parte con los grandes, repartirá despojos como rey victorioso sobre sus enemigos, aunque primeramente derramó su vida hasta la muerte, y fue contado con los pecadores. Primero justifica al pecador habiendo puesto su vida como expiación por el pecado. Luego verá linaje, descendencia, vivirá por largos días (seguramente una apelación simbólica a su reinado mesiánico futuro), y la voluntad de Dios será en su mano prosperada.

Todo ello como respuesta a la oración que el Maestro nos enseñó: Venga tu reino, hágase tu voluntad como en el cielo, así también en la tierra. El reino de Dios se extiende en la tierra mediante el establecimiento de su voluntad, y esa voluntad primeramente es salvación del pecado y la muerte, regeneración, para luego reinar sobre todos aquellos que le invocan como rey.

El siervo del Señor que presenta Isaías en este capítulo es el Mesías que el evangelista Mateo identifica con Jesús llevando nuestras enfermedades y dolencias (Mt.8:17). También lo comprendió así el apóstol Pedro escribiendo de él en su primera carta lo siguiente: quién llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados (1 Pedro 2:22).

         Isaías, Mateo, Felipe el evangelista, y el apóstol Pedro comprendieron que el Mesías sufriente es el mismo rey triunfante: Jesús de Nazaret.

18 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoLa esperanza del reino venidero (III) – El siervo (3)

Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Más él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados (Isaías 53:4,5)

         Los mismos profetas de Israel que hablaron de la venida del rey de los judíos para establecer su reino milenial, −del que hablaremos ampliamente en esta serie−, es el mismo que fue presentado como el siervo del Señor. No hay rey sin siervo. Como tampoco hay siervo sin rey. Ambas figuras aparecen en la misma persona del Mesías de Israel.

El apóstol Pedro lo comprendió cuando escribió: los profetas que profetizaron de la gracia destinada a vosotros, inquirieron y diligentemente indagaron acerca de esta salvación, escudriñando qué persona y qué tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, el cual anunciaba de antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos (1 Pedro 1:10,11).

El siervo sufriente es el mismo que ha sido glorificado y aparecerá de nuevo para reinar. Este siervo llevó nuestras enfermedades, nuestros dolores, nuestros pecados, el castigo de nuestra paz, y por su llaga fuimos curados.

Tener la idea de un Mesías triunfante para reinar en Jerusalén y verlo humillado en la cruz del Calvario, despreciado y desechado entre los hombres, derribaba la expectativa judía de un gobernador libertador del yugo romano.

De la misma forma, pero a la inversa, la imagen de un Salvador entregado a la muerte y su poder por el pecado de todos nosotros, aunque glorificado a la diestra del Padre, nos impide verle como rey de los judíos reinando en la ciudad de Jerusalén.

Los velos van en ambas direcciones: judíos y gentiles. Ambos necesitamos revelación. Un mismo Mesías para dos concepciones distintas y complementarias. Para los judíos parecía desvanecerse la esperanza del reino venidero al ver al hijo de David entregado en manos de pecadores, caminando como oveja llevada al matadero sin abrir su boca. Esa imagen no concuerda con la de un rey victorioso sobre sus enemigos. El reinado histórico del hijo de Isaí fue tan espectacular y expansivo que la esperanza de Israel, anunciada por los profetas con profusión, grabó una idea fija sobre el comportamiento del futuro Mesías, hijo de David. Esa «foto fija» fue una piedra de tropiezo para muchos en Israel, por ello es necesaria la revelación de Dios en los corazones de aquellos que anhelan su regreso.

         Cuando fijamos una idea teológica en nuestras mentes de manera dogmática es posible que se vuelva piedra de tropiezo y caída.

17 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoLa esperanza del reino venidero (II) – El siervo (2)

Subirá cual renuevo delante de él, y como raíz de tierra seca; no hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, más sin atractivo para que le deseemos. Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos… (Isaías 53:2,3)

         En nuestra anterior meditación confrontamos dos modelos de interpretación bíblica que han marcado la Historia de la Iglesia: la tensión entre una interpretación literal o simbólica de su contenido en lo que respecta al reino mesiánico. No podemos interpretar algunas cosas de manera literal, pero tampoco debemos hacerlo con ciertas verdades literales llevándolas a su desnaturalización mediante el simbolismo.

Cuando hablamos de la venida del Mesías, una parte del pueblo de Israel, ―especialmente fariseos y saduceos―, no comprendieron, o no quisieron ver, su mesianidad, porque no encajaba con la idea que tenían de un Mesías descendiente de David que aparece para dar continuidad al reino davídico.

Por su parte la iglesia, históricamente, ha soslayado la figura de Jesús como rey de los judíos y su reino venidero en la ciudad de Jerusalén para establecer el trono de David.

Los profetas anunciaron una primera venida del Mesías como siervo sufriente, de la que habla Isaías en el texto que tenemos para meditar; y por otro lado, los mismos profetas de Israel hablaron de un Mesías heredero del reino davídico literal en la ciudad de Jerusalén.

Veamos ahora la figura de Yeshúa como siervo de YHVH. Su aparición en Israel sería, en cierta manera, sin atractivo según la forma de pensar de muchos judíos contemporáneos de su primera venida. Sin embargo, los gentiles, sin el tropiezo de la herencia religiosa con sus prejuicios, no tuvieron grandes dificultades para ver en Jesús el Salvador del mundo, el redentor y substituto, el justo por los injustos para llevarnos a Dios.

Israel necesita ver a José, su hermano, aunque disfrazado de egipcio por la «gentilización» que se ha hecho de él en el ámbito cristiano, ocupando el trono a la diestra de Dios después de haber sido glorificado. Por otro lado, los judíos sí mantienen hasta hoy la esperanza del reino mesiánico venidero que gran parte de la iglesia ha abandonado y olvidado. El siervo sufriente de Isaías, desechado y despreciado entre los hombres, es el mismo rey venidero hijo de David.

         Israel necesita ver al Mesías en la figura de José, desechado por sus hermanos; y la iglesia de Dios reconocer en Jesús al rey de los judíos.

16 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoLa esperanza del reino venidero (I) – El siervo (1)

Subirá cual renuevo delante de él, y como raíz de tierra seca; no hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, más sin atractivo para que le deseemos. Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos… (Isaías 53:2,3)

         Está escrito que debemos despojarnos de todo peso que nos asedia. También dice la Escritura que hemos heredado una manera de vivir de nuestros padres, es decir, tenemos una herencia múltiple, no solo cultural y social, sino también religiosa.

Como iglesia del Señor hemos heredado una forma de pensar gentil, separada de la herencia de Israel. Aunque fuimos injertados en el buen olivo, mediante el Mesías, para poder participar de su rica savia, también fuimos desmembrados de ella en un proceso que comenzó a inicios del segundo siglo II y se agrandó en el siglo IV, mediante las medidas tomadas cuando el Imperio Romano declaró el cristianismo religión oficial del Estado.

El emperador Constantino decretó una serie de medidas destinadas a pronunciar el vallado de separación con la forma de pensar hebrea, adoptando una mentalidad griega y romana que se afianzó durante toda la Edad Media.

La iglesia institucional abrió una brecha con el pueblo judío extirpando gran parte de la herencia recibida de los profetas y apóstoles, y lo hizo espiritualizando algunas de sus enseñanzas. La escuela de interpretación literal de las Escrituras de Antioquia, dio lugar a la escuela de interpretación simbólica de la escuela de Alejandría, que acabaría imponiéndose en la iglesia romana.

De esta forma llegamos a la teología del reemplazo, que enseña que Dios ha desechado a Israel como pueblo, y su lugar lo ocupa ahora la iglesia. Y con ese desplazamiento entramos en una forma de pensar griega y romana, helenística y pagana que anuló o reinterpretó algunas verdades esenciales de la esperanza de Israel contenida en los profetas. Me refiero aquí al abandono de un reino mesiánico literal en la ciudad de Jerusalén, cambiándolo por un reino espiritual en el cielo.

Gran parte de la Escritura se espiritualizó, llevando muchos aspectos teológicos a desembocar en una forma de pensar ajena a la Escritura revelada. Por otro lado, Israel, acostumbrado a una interpretación literal de las profecías, no entendió la doble venida del Mesías, la primera como siervo y la segunda como rey. Primero como hijo de José, y después como hijo de David y heredero del trono prometido.

         La herencia religiosa que todos acumulamos nos lleva a pensar de una  determinada forma que no siempre se corresponde con la verdad revelada.

15 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoLos fundamentos (XII) – Los hijos del reino (2)

Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios  (Juan 1:12,13)

         Una de las grandes y gloriosas verdades que contiene el evangelio es la de ser hechos hijos de Dios. Éramos por naturaleza hijos de ira, vivíamos alejados de la ciudadanía de Israel, desligados de las promesas y los pactos hechos con Abraham y el pueblo de Israel. Éramos advenedizos, sin esperanza y sin Dios en el mundo.

Nosotros los gentiles andábamos perdidos en la vanidad de este mundo, pero cuando se manifestó la bondad de Dios, nuestro Salvador, nos salvó, no por obras que nosotros hubiéramos hechos, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo (Tito 3:4-5). Éramos esclavos de nuestras pasiones y deleites carnales. El pecado nos dominaba como un tirano implacable. Vivíamos bajo la potestad de las tinieblas, llevados de aquí para allá, sin rumbo, sin sentido ni dirección en la vida.

Pero cuando oímos el evangelio, el mensaje que estaba oculto desde antes de la fundación del mundo, y que fue manifestado por las Escrituras de los profetas, según el mandamiento de Dios, se  nos dio a conocer para que obedeciéramos a la fe en todas las naciones (Rom. 16:25-27). Ese mensaje libertador y transformador nos alcanzó y con él la adopción como hijos de Dios. De muerte a vida. De la potestad de las tinieblas al reino de su Hijo amado.

Ahora somos hijos, no esclavos, sino hijos, y se nos ha dado el Espíritu de su Hijo con el cual podemos clamar ¡Abba Padre! (Rom. 8:15). Hemos sido comprados como propiedad de Dios. Hemos sido hechos hijos de Dios. Engendrados por su voluntad soberana. Nacidos para vivir en su reino, en sus dominios, bajo su autoridad y cuidado; aunque si es necesario tengamos que padecer por un poco de tiempo algunas aflicciones en el presente siglo. Porque hemos sido hechos hijos y herederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados (Rom. 8:17). Fundidos con el destino del Hijo de Dios. Vinculados a él para siempre. Predestinados para ser hechos conforme a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Vidas con destino dentro del reino en el que ya vivimos como hijos de Dios.

Pero sigue habiendo «hijos del malo». Cizaña en medio del trigo. Por lo cual habrá una batalla hasta la manifestación del reino mesiánico en la tierra, donde los hijos serán manifestados en gloria.

         Hemos sido trasladados al reino como hijos de Dios por su soberana voluntad y una nueva naturaleza para dar fruto que honre al rey.

14 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoLos fundamentos (XI) – Los hijos del reino (1)

Respondiendo él, les dijo: El que siembra la buena semilla es el Hijo del Hombre. El campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del reino, y la cizaña son los hijos del malo  (Mateo 13:37,38)

         Estamos viendo de forma sucinta algunos aspectos del reino de Dios. Ya sabemos que hay tres manifestaciones distintas del reino en la Escritura. La primera en el corazón de los hombres, es la que tiene lugar cuando invocamos el nombre del Mesías-Rey. Entramos a formar parte del reino que ya ha venido de manera invisible, aunque se hace claramente visible por medio de las obras que emanan en aquellos que son ahora hijos del reino. Dio comienzo con el advenimiento de la primera venida del Mesías. El dijo que su reino no era de este mundo.

Luego hemos comentado brevemente el reino que tendrá su manifestación visible en la ciudad de Jerusalén en la segunda venida de Cristo. De este reino trata esta serie y lo abordaremos en profundidad en los próximos capítulos. Y también hay un reino eterno que tendrá lugar al final del reino mesiánico o milenial.

Hasta ahora hemos visto algunos aspectos fundamentales del reino de Dios que ha quedado establecido en los corazones de todos aquellos que han entrado mediante una nueva naturaleza, y que conforman el pueblo de Dios: judíos y gentiles.

Estamos haciendo un breve recorrido por las bases del reino de Dios: el rey, el reino, cómo se entra, la autoridad que contiene y ahora queremos pararnos unos instantes en los hijos del reino. En la parábola del trigo y la cizaña el Maestro dijo que el trigo, la buena semilla, son los hijos del reino; y la cizaña son los hijos del malo.

El reino de Dios tiene hijos. Son todos aquellos que han sido redimidos por la obra redentora de Jesús. Han recibido la palabra de Dios y dan fruto a treinta, sesenta y ciento por uno. Tienen una nueva naturaleza, se les compara con el trigo, cuyo proceso de maduración lo encontramos en otro mensaje del Maestro: primero hierba, luego espiga, después grano en la espiga; y cuando el fruto está maduro, en seguida se mete la hoz, porque la siega ha llegado (Mr.4:26-29). Todo un proceso de crecimiento hacia la madurez cuyo resultado es dar fruto.

Los hijos del reino dan buen fruto. Sirven para alimentar a otros con la verdad que anidan en su interior y en su forma de vida. Son buena tierra, donde se ha sembrado la semilla y ha germinado produciendo el gozo del sembrador que es el Señor del reino.

         Los hijos del reino tienen la naturaleza del Rey, cuyo reino está edificado sobre la justicia, la verdad y la santidad de la vida. Son luz y sal en la tierra.