110 – Orando con el salmista

Orando con el salmista - PortadaOh Señor, escucha mi oración, presta oído a mis súplicas, respóndeme por tu fidelidad, por tu justica  (Salmos 143:1).

         Hay algunos misterios de la vida de oración que nunca resolveremos debidamente. Sin embargo, eso no es justificación para abandonar una práctica que aparece por toda la Escritura. Nuestro hombre insiste en ser escuchado y respondido. Usa un lenguaje en el que parece dar a entender no estar seguro de que la súplica llegue al lugar adecuado, ni que la respuesta parezca estar en camino. Hay un tiempo cuando nuestras oraciones no alcanzan el nivel de convicción suficiente. Necesitamos apelar a ser oídos. No tenemos la seguridad de haber obtenido la atención de Dios. El Señor no está dormido como en el caso del dios Baal en el monte Carmelo. Pero la sensación que podemos tener en nuestro interior es de no alcanzar su trono. Muchos de los milagros de Jesús fueron a personas que llamaron su atención lo suficiente como para hacerle parar y reclamar su intervención. Era preciso clamar. Gritar más fuerte. Subirse a un árbol. Abandonar la posición y el decoro de las apariencias externas. El temor a la vergüenza. Miedo a ser rechazado o malinterpretado. El salmista apela aquí a la naturaleza fiel y justa de Dios. Como hizo Abraham en su intercesión por Sodoma: ¿En verdad destruirás al justo junto con el impío?… Lejos de ti hacer tal cosa… ¡Lejos de ti! El juez de toda la tierra, ¿no hará justicia? (Génesis 18:23). Una vez más, conocer el carácter de Dios nos permite ser osados en la oración. Dios no puede negarse a sí mismo. Pero hay que sortear obstáculos. Romper barreras. Perseverar en la oración. No ceder hasta ser oído. Abandonar antes es aceptar la derrota. Necesitamos la importunidad. Perseverar hasta que el cielo responde a la tierra.

         Padre, seguimos pidiendo por la restauración física y espiritual de Israel. También por España; lo pedimos por tu fidelidad y justicia. Amén.

109 – Orando con el salmista

Orando con el salmista - PortadaClamo al Señor con mi voz; con mi voz suplico al Señor. Delante de Él expongo mi queja; en su presencia manifiesto mi angustia… A ti he clamado, Señor; dije: Tú eres mi refugio, mi porción en la tierra de los vivientes. Atiende a mi clamor, porque estoy muy abatido; líbrame de los que me persiguen, porque son más fuertes que yo  (Salmos 142:1, 2, 5, 6).

         La vida de oración tiene una gran variedad de manifestaciones. Abarca la totalidad de la necesidad del ser humano. Por ello, algunos apelan a la oración como una terapia, al margen de creencias absolutas. Es evidente que hay condiciones para orar según los parámetros que nos marca la Biblia. Nuestro hombre nos enseña aquí una de las partes liberadoras de la oración. En primer lugar muestra que la oración es una acción, un trabajo de la voluntad. Debemos usar nuestras propias palabras para suplicar al Señor. Vemos que hay un tiempo para la exposición de aquello que nos aflige. Presentar la queja. Traer ante el trono de gracia los argumentos que emanan de nuestras circunstancias presentes. Hacer una exposición detallada y amplia de nuestra situación delante del Señor. La mente perezosa dice: «Dios ya conoce nuestra situación ¿para qué verbalizarla?». Está escrito: sean dadas a conocer vuestras peticiones delante de Dios (Filipenses 4:6). Una vez hecha la exposición, recibimos un primer beneficio de la oración, somos liberados del afán y la ansiedad. Estas perturbaciones del alma se tornan en la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestras mentes en Cristo Jesús. El salmista continúa su proceso de oración. Una vez que ha clamado al Señor, continúa con una declaración: dije: Tú eres mi refugio, mi porción en la tierra de los vivientes. Y el argumento que presenta es que está muy abatido, hay quién le persigue y es más fuerte que él. Debemos entender que una parte de nuestra vida de oración tiene que ver con exponer ante el Rey del Universo nuestro estado de ánimo, tal cual. De mis caminos te conté, y tú me has respondido (Salmos 119:26).

         Padre, ante ti exponemos y manifestamos nuestras preocupaciones y angustias. Atiéndenos, Señor, y líbranos, en el nombre de Jesús. Amén.

108 – Orando con el salmista

Orando con el salmista - PortadaDije al Señor: Tú eres mi Dios; escucha, oh Señor, la voz de mis súplicas  (Salmos 140:6).

         En el evangelio, la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: el justo por su fe vivirá. Y esa fe se expresa de viva voz. Porque con el corazón se cree para justicia, y con la boca se confiesa para salvación. Somos salvados por invocar. Desatamos el poder de Dios en nuestras vidas cuando nuestra voz se dirige al trono de la gracia. Declarar al Dios de Israel, nuestro Dios, es venir a cobijarnos a Él. Eso es lo que hizo la joven Rut. Su declaración fue: tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios será mi Dios. Una declaración de fe. Booz, tipo de Jesús como redentor, le dijo a la nuera de Noemí: Que el Señor recompense tu obra y que tu remuneración sea completa de parte del Señor, Dios de Israel, bajo cuyas alas has venido a refugiarte (Rut 2:12). Una declaración de viva voz. Rut vino a refugiarse bajo las alas del Dios de Israel. El salmista nos ha dicho una y otra vez: Dios es mi refugio. Con sus plumas te cubre, y bajo sus alas hallas refugio (Salmos 91:4). Nuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Todo comienza con una declaración de fe. Invocar su nombre. Esa declaración no es solo hablar, si no poner toda nuestra vida en las manos de Dios. Un Pacto. Un destino. Una voluntad, la suya. De esta forma podremos poner a salvo nuestras vidas de hombres malignos, de la naturaleza pecaminosa y destructiva. La cruz del Calvario ha matado las enemistades. En su gracia podemos escapar del presente siglo malo. Huir de la corrupción que hay en el mundo. Dije al Señor: Tú eres mi Dios.

         Padre, tu eres mi Dios. A ti confío mi vida, mi familia y pido por nuestra nación. Tú eres el Dios de Israel, revélate a ellos en esta generación. Amén.

107 – Orando con el salmista

Orando con el salmista - PortadaLíbrame, oh Señor, de los hombres malignos… Guárdame, Señor, de las manos del impío; protégeme de los hombres violentos, que se han propuesto hacerme tropezar  (Salmos 140:1,4).

         ¡Hombres malignos, manos impías, hombres violentos y personas que deciden poner tropiezos a sus semejantes! El pasado siglo ha sido testigo de la realidad de este tipo de hombres. Todas las generaciones han tenido su porción de hombres perversos que han causado mucho daño al prójimo. Una maldad difícil de analizar si no la vemos en el espejo de la Escritura. La manifestación de la maldad supera el pensamiento humano, y nos introduce en la personificación de una naturaleza mala que hemos adquirido de un ente ajeno a nosotros mismos, pero que posee nuestra voluntad, cauteriza nuestra conciencia, enajena nuestros sentimientos y ejecuta su obra sin piedad. Cuando estos hombres malignos tienen en sus manos los resortes del poder, la capacidad de decidir sobre familias y naciones, mediante leyes igualmente perversas, estamos ante la liberación del infierno en la tierra. Demasiados episodios de la historia antigua y reciente así lo certifican. Nuestro hombre lo sabe. Conoce los procesos degenerativos del mal. Sabe que está amenazado por sus zarpazos en cualquier momento. Por ello exclama: líbrame, guárdame, protégeme. Jesús dijo a algunos hombres de su generación: Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer… Por ello nos enseñó a orar: No nos metas en tentación, líbranos del maligno. Hay un poder desatado en la tierra, a través de hombres perversos, que libera la maldad, y contra el que no tenemos fuerza para resistir. Solo el que ha vencido la naturaleza caída de pecado puede ayudarnos en esta desigual batalla. Todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado… Así que si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres”(Juan 8:34-36).

         Padre, libra, guarda y protege a Israel de los hombres malignos, impíos y violentos, que quieren hacerla tropezar. También a nuestra nación. Amén.

106 – Orando con el salmista

Orando con el salmista - PortadaEscudríñame, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis inquietudes. Y ve si hay en mí camino malo, y guíame en el camino eterno  (Salmos 139:23-24).

         Al final de este canto de la Omnipresencia y Omnisciencia de Dios sobre la vida humana, nos encontramos con la voluntad del hombre. Siempre difícil de conciliar ambas voluntades, la de Dios y la nuestra. La Escritura ha dejado abierta esta puerta. No veo una habitación hermética en ninguna de las dos posturas teológicas: calvinismo y arminianismo. Nuestro hombre, que ha expuesto con todo lujo de detalles el conocimiento exhaustivo de Dios sobre su vida y circunstancias, ahora termina con una oración al mismo Dios para que sea escudriñado, examinado, probado y guiado en el camino eterno. Es posible la desviación. Es necesaria la dirección. Existe, debe existir, una simbiosis entre la voluntad eterna de Dios y nuestra decisión libre de escoger su camino. Maria, madre de Jesús, nos da la combinación. Fue llamada por Dios. El ángel vino con el mensaje de su elección para ser portadora de la simiente de Abraham, pero el cielo quedó en suspenso esperando la respuesta de la joven judía. Ella dijo: Hágase conmigo, según tu palabra. En esa voluntad, divina y humana, se activó el plan redentor ordenado desde antes de la fundación del mundo. Otra Maria, la hermana de Lázaro, escogió la buena parte, la cual no le será quitada. Nuestra voluntad debe ajustarse, sujetarse, someterse, fundirse, con la voluntad de Dios. Esa combinación pone en marcha procesos eternos que se nos escapan en algunos de sus términos. De lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las enseñadas por el Espíritu, combinando pensamientos espirituales con palabras espirituales (1 Corintios 2:13). El salmista necesita ponerse voluntariamente bajo la mirada atenta, la prueba de sus inquietudes, y la dirección de Dios para recorrer el camino alcanzando la meta. Nosotros también.

         Padre, escudriña, prueba y guía nuestras vidas para que podamos realizar tu propósito en toda su amplitud. En el nombre de Jesús. Amén.

105 – Orando con el salmista

Orando con el salmista - PortadaPorque tú formaste mis entrañas; me hiciste en el seno de mi madre. Te alabaré, porque asombrosa y maravillosamente he sido hecho; maravillosas son tus obras, y mi alma lo sabe muy bien. No estaba oculto de ti mi cuerpo, cuando en secreto fui formado, y entretejido en las profundidades de la tierra. Tus ojos vieron mi embrión, y en tu libro se escribieron todos los días que me fueron dados, cuando no existía ni uno solo de ellos  (Salmos 139:13-16).

         Este salmo es sublime. Una bofetada a todos aquellos que desprecian la vida humana en su estado embrionario. El Dios revelado en la Biblia aprecia la vida por encima de cualquier ley terrenal. Es su Autor. Es el Sustentador. El salmista está sumergido en un conocimiento tan profundo y exhaustivo, que puede ver todo el proceso de la vida humana, desde su origen en el vientre de la madre. Es un canto a la individualidad compartida, inviolable. Una alabanza al Dador de la vida. La revelación de la verdad expuesta aquí debería liberarnos de todo complejo. Aceptarnos con toda nuestra complejidad. Conformarnos a la soberanía de Dios para aceptar nuestras entrañas, nuestra madre, nuestro cuerpo, tal como ha sido formado, y el propósito de Dios antes de la fundación del mundo. ¿Increíble? ¿Impensable? ¿Incomprensible? Todo menos una casualidad. Todo menos el fruto del azar. Hay un plan diseñado. Un plan inteligente que podemos descubrir en parte, y solo en parte, porque en parte conocemos… sometiendo nuestras vidas al Autor y consumador de la obra. No siempre es fácil. Hay complejidad. Algunas piezas no nos encajan. Todo ello no es suficiente para dejar de reconocer que Dios lo ha hecho bien, aunque nuestro conocimiento no sea suficiente. El Señor del Universo miró cuando éramos un embrión, estábamos en el vientre de nuestra madre, y escribió en un libro todos los días que nos han sido dados.

         Padre glorioso, gracias. Todo lo hemos recibido de ti. Cumple el propósito dado a Israel y a todas las naciones, en el nombre de Jesús. Amén.

104 – Orando con el salmista

Orando con el salmista - PortadaOh Señor, tú me has escudriñado y conocido. Tú conoces mi sentarme y mi levantarme; desde lejos comprendes mis pensamientos. Tú escudriñas mi senda y mi descanso, y conoces bien todos mis caminos. Aun antes de que haya palabra en mi boca, he aquí, oh Señor, tú ya la sabes toda… Tal conocimiento es demasiado maravilloso para mí; es muy elevado, no lo puedo alcanzar. ¿Adónde me iré de tu Espíritu, o a donde huiré de tu presencia?… a los cielos… en el Seol… en lo más remoto del mar, aun allí me guiará tu mano, y me asirá tu diestra. Si digo: Ciertamente las tinieblas me envolverán… ni aun las tinieblas son oscuras para ti… las tinieblas y la luz son iguales para ti (Salmos 139:1-12).

         Ante un conocimiento tan exhaustivo solo cabe una opción: rendirse. El salmista vive en plenitud la Omnipresencia de Dios. Es consciente que nada escapa a los ojos del Autor de la vida. Que está presente, no solo en el lugar de su morada terrenal, en el santuario, sino que fuera de ese lugar la presencia del Altísimo es igual de latente.  No hay ningún lugar donde esconderse. Ni siquiera las tinieblas. Nuestro hombre está maravillado. Tiene una revelación profunda de la realidad de Dios en su vida y circunstancias. Adán la había perdido, en parte, cuando se escondió en el huerto, pensando que podría pasar inadvertido. Ese error, con tantas consecuencias, seguimos cometiéndolo hoy. Muchos son los que viven como si no hubiera Dios. Como si nuestras vidas fueran intrascendentes. El lenguaje de este salmo nos golpea el rostro. Despierta la conciencia dormida. Aleja de nosotros la necedad y el auto engaño al decirnos: no hay Dios. La Omnisciencia (conocedor de los tiempos futuros) de Dios ha dejado a nuestro hombre perplejo. Aún antes de que haya palabra en mi boca, tú ya la sabes toda. La teología es insuficiente ante tal aseveración. Alto es, no lo puedo comprender.

         Padre, estamos delante de ti. Desnudos. Necesitados. Nos amas a pesar de tu conocimiento de nosotros. Me rindo ante ti. Amén.

103 – Orando con el salmista

Orando con el salmista - PortadaEl Señor cumplirá su propósito en mí; eterna, oh Señor, es tu misericordia; no abandones las obras de tus manos  (Salmos 138:8).

         El salmista nos presenta aquí tres frases en las que podríamos meditar ampliamente. Hay muchas en los Salmos. Deberíamos recuperar la disciplina de la meditación. La primera golpea y despierta como un dardo certero: El Señor cumplirá su propósito en mí. Es una declaración sin titubeos. Nos transporta a la verdad expuesta por Pablo en Efesios. Un propósito eterno y trascendente de nuestras vidas. Escogidos en él antes de la fundación del mundo, para que fuéramos santos y sin mancha… para que fuéramos hijos… para la alabanza de la gloria de su gracia… las obras preparadas de antemano… creados en Cristo para buenas obras… somos hechura suya… creados en justicia y santidad de la verdad. Culminando el propósito de nuestro peregrinaje con las palabras del apóstol: He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, he guardado la fe. Es el mismo sentir de Jesús en su oración al Padre: Te glorifiqué en la tierra, habiendo terminado la obra que me diste que hiciera (Juan 17:4). Nuestro hombre continúa con otra frase para enmarcar. Eterna, oh Señor, es tu misericordia. Son nuevas cada mañana (Lamentaciones 3:22,23). La misericordia triunfa sobre el juicio. Y por último, el salmista nos da otra frase para orar: No abandones las obras de tus manos. Es una petición conociendo la misericordia de Dios hacia su creación. El ser humano es el sello de la creación de Dios. Lo has hecho un poco menor que los ángeles. Aviva, oh Señor, tu obra en medio de los tiempos. Su obra somos nosotros. Templo del Espíritu Santo. Santificados para alabanza de su gloria. Por tanto, el Señor cumplirá su propósito en míNo te dejaré, ni te desampararéEstaré con vosotros todos los días hasta el fin… Dulce será mi meditación en él (Salmo 104:34).

         Padre, cumple tu propósito con Israel en su tierra. Levanta tu misericordia, una vez más, a las naciones, no abandones tu obra. Amén.

PANORÁMICA del Nuevo Testamento – COLOSENSES

ColosensesCarta a los Colosenses

Índice:

HISTORIA DE LA CARTA
  • El autor
  • La ciudad de Colosas
  • La iglesia de Colosas
  • El propósito de la carta

ENSEÑANZAS Y TEMAS

  1. La oración de Pablo (1:3-12) (4:2-4 y 12-13)
  2. La Persona de Jesucristo (1:13-23) (2:1-15)

2.1. Es la imagen del Dios invisible (1:15).

2.2. Es Creador.

2.3. Es eterno.

2.4. Es la cabeza de la iglesia (1:18).

2.5. Es la sabiduría de Dios. En quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento (2:3).

  1. La Obra de Jesucristo (1:13-23) (2:1-15)

3.1. Nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz (1:12).

3.2. Nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo (1:13).

3.3. Tenemos redención y perdón de pecados (1:14).

3.4. Nos ha reconciliado en su cuerpo de carne, por medio de la muerte (1:21).

3.5. Estamos completos en él (2:10).

3.6. Anulando el acta de los decretos que había contra nosotros (2:14).

3.7. Triunfando sobre ellos en la cruz (2:15).

  1. Nuestra nueva identidad en Cristo (1:27) (2:12,13) (3:1-4)
  1. Resultados de la nueva vida en el Mesías (3:5-4:6)

PREGUNTAS Y REPASO

 ColosensesHISTORIA DE LA CARTA

El autor, que se presenta al inicio de este escrito, —y lo confirma al final—, es el apóstol Pablo. La salutación de mi propia mano, de Pablo. Y la escribió estando en la cárcel de Roma. En el mismo texto (4:18) dice: Acordaos de mis prisiones. Los destinatarios son los santos y fieles hermanos en Cristo que están en Colosas (1:2), idéntico enunciado que la epístola a los Efesios, de cuya similitud iremos viendo a lo largo de su contenido.

La ciudad de Colosas. Estaba situada a 160 Km. de Éfeso, en la provincia de Frigia, actual Turquía. Tenía conexiones con otras dos ciudades cercanas, Laodicea (16 kilómetros al occidente) y Hierápolis (25 kilómetros al norte), mencionadas en esta carta (2:1; 4:13,15-16). Colosas era conocida en su tiempo por la producción de lana teñida de escarlata. El día de Pentecostés había personas de esta región romana (Frigia) en la ciudad de Jerusalén (Hch.2:10). En los días de Pablo no era una localidad muy importante, sí había en ella una importante comunidad judía.

La iglesia de Colosas. No se sabe con exactitud quién la fundó, aunque todo parece indicar que su evangelización se hizo desde Éfeso, durante el tiempo que el apóstol de los gentiles abrió la Escuela de Tiranno (Hch.19:9,10). Seguramente fue Epafras, colaborador de Pablo, quién llevó el evangelio y que fuera responsable de la obra en aquel lugar. Pablo habría pasado por la región sin detenerse en la ciudad por lo que no conocía a los hermanos (2:1) (Hch.16:6).

El propósito de la carta. Habían surgido falsas doctrinas. Aunque no se sabe con certeza cuál era exactamente la corriente que las producía, seguramente eran una mezcla de filosofías griegas, doctrinas judaizantes y el incipiente movimiento gnóstico. El gnosticismo mezclaba el evangelio con enseñanzas contrarias al fundamento apostólico. Estaba surgiendo un culto al «alto pensamiento» con ciertos rituales y ceremonias de disciplina personal tales como: No manejes, ni gustes, ni aun toques (en conformidad a mandamientos y doctrinas de hombres)… preceptos que tienen apariencia de sabiduría, falsa humildad y severo trato del cuerpo, pero de nada sirven frente a los apetitos de la naturaleza pecaminosa (2:21-23 NVI). El apóstol sale al paso de estas doctrinas extrañas al evangelio centrando su mensaje en la persona y obra de Jesucristo, en quién están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento, y en quién encontramos nuestra plenitud (2:2,3,9,10). Veremos un resumen de las enseñanzas apostólicas que nos encontramos aquí.

ENSEÑANZAS Y TEMAS

La carta a los Colosenses, junto a la de Efesios, son dos escritos de gran profundidad del apóstol a los gentiles. En ambas su contenido está dirigido a cristianos maduros, centralizando su mensaje en la persona de Jesucristo y las consecuencias de su obra redentora. Hemos escogido cinco temas principales que resumen nuestra panorámica.

  1. La oración de Pablo (1:3-12) (4:2-4 y 12-13)

Una vez más encontramos la prioridad de la oración en la vida de Pablo. Por un lado hace oración por los hermanos de Colosas, y por otro pide la ayuda de sus propias oraciones en favor de su misión anunciando el evangelio. Esta reciprocidad de la oración se muestra indispensable en la práctica de las comunidades primitivas, y sigue siendo lo mismo para nosotros hoy.

La oración de Pablo por los hermanos es para que seáis llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual (1:9). Las consecuencias de dicha oración, es decir, su respuesta, producirá en ellos poder andar como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, creciendo en el conocimiento de Dios, siendo fortalecidos con todo poder, según la potencia de su gloria, produciendo paciencia y perseverancia en las adversidades (1:10,11).

Por su parte, el apóstol reclama perseverancia en la vida de oración de la iglesia, velando en ella con acción de gracias; orando para que el Señor le abra puerta para la palabra, a fin de dar a conocer el misterio de Cristo, que lo manifieste como debo hablar (4:2-4). Esta necesidad de Pablo por las oraciones de los hermanos en Colosas pone de manifiesto su humildad y necesidad de anunciar correctamente la palabra de verdad, cuyo misterio necesita la obra intercesora de los creyentes para que se abran puertas al evangelio y su mensaje llegue nítido y poderoso afirmando la fe de los nuevos convertidos. El evangelio es un misterio, enseña claramente el apóstol, por tanto necesita la revelación sobrenatural de la persona y obra de Jesús, tal como la recibió el mismo Pedro en la región de Cesárea de Filipo (Mt.16:13-17).

También aparece la oración constante de Epafras, siervo de Cristo, que mantiene su intercesión por los hermanos de Colosas encarecidamente (con empeño, luchando intensamente), para que estén firmes, perfectos y completos en todo lo que Dios quiere para ellos (4:12,13). Todo lo cual nos muestra con total claridad la importancia de la vida de oración en la iglesia primitiva. En este caso la vida de oración del apóstol, la congregación de Colosas y en particular de Epafras que mantenía una carga de intercesión constante y concreta. Todo un ejemplo y motivación para nuestros días.

  1. La Persona de Jesucristo (1:13-23) (2:1-15)

Existe una relación indispensable entre la obra que Jesús realizó y su persona.  Ambas son inseparables. Ambas necesarias. La obra del Mesías no tendría el mismo valor si él no fuera lo que es: la propia esencia de Dios, Dios mismo. Sin la obra de reconciliación realizada por Jesús no tendría la misma relevancia su persona para el ser humano. Ambas van íntimamente unidas y tienen una repercusión trascendente para cada uno de nosotros. Hay consecuencias y resultados eternos que tienen su fundamento en la obra redentora en la cruz del Calvario, a la vez que la personalidad del Autor de nuestra salvación. No se pueden separar, aunque para aproximarnos a cada una de ellas con el fin de entenderlas mejor si cabe, las veremos por separado a continuación. Veamos algunos aspectos de la persona de Jesús, el Mesías, que aparecen aquí.

2.1. Es la imagen del Dios invisible (1:15).  Es Dios mismo.  A Dios nadie le vio jamás, pero el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer  (Jn.1:18). Nadie que no fuera Dios, podría ser la imagen misma de la Deidad. Jesús es la expresión de la voluntad del Padre. Su ministerio, el que llevó a cabo en la tierra, es la manifestación expresa de la voluntad divina.  Cuando queremos saber cómo es el Dios Invisible miremos a Jesús, expresión de su naturaleza y manifestación de su gloria. Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad (2:9). Jesús es el resplandor de la gloria de Dios, y la imagen misma de su sustancia (Heb.1:3).

2.2. Es Creador. Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra… todo fue creado por medio de él y para él (1:16). El apóstol Juan lo expresa de forma inequívoca en su evangelio. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho (Jn.1:3). Jesús es el Verbo de Dios, la palabra, y por su mediación fueron creadas todas las cosas (Jn.1:1,14) (Gn.1:3,6,9,11,14). En el capítulo ocho de los Proverbios nos encontramos con la sabiduría de Dios creando todas las cosas, esa sabiduría prefigura al Hijo de Dios antes de su manifestación en carne; por otro lado, en nuestro texto se dice que en Cristo están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento (2:3). Veamos cómo se expresa en el mencionado texto de Proverbios. Jehová me poseía en el principio… eternamente tuve el principado… Cuando formaba los cielos, allí estaba yo… cuando establecía los fundamentos de la tierra, con él estaba yo ordenándolo todo… (Pr.8:22,23,27,29,30). No hay cabida para la especulación, nuestro redentor y Mesías es Creador, uno con el Padre.

2.3. Es eterno. El es antes de todas las cosas… (1:17). Otro de los atributos de la divinidad de Jesús lo encontramos en su naturaleza eterna. Es el Eterno manifestado a los padres de la nación hebrea (Gn.21:33). Esa revelación perturbaba a los fariseos cuando les dijo: Antes que Abraham fuese, yo soy (Jn.8:56-58). Comparar con Ex. 3:14; Is.40:28 y Jer.10:10. En este último pasaje se dice que Jehová es el Dios verdadero; él es Dios vivo y Rey eterno; lo podemos comparar con el texto de Juan en su primera carta y ver que este Dios verdadero se refiere al Hijo Jesucristo. Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido… y estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo. Éste es el verdadero Dios, y la vida eterna (1 Jn.5:19,20). Además el profeta Miqueas nos dice que  el Mesías que vendrá nacerá en Belén Efrata, que será Señor en Israel, sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad (Miq.5:2). Éste era en el principio con Dios (Jn.1:2). Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos (Heb.13:8). Jesús es el Alfa y la Omega, principio y fin, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso (Apc.1:8).

2.4. Es la cabeza de la iglesia (1:18). Jesucristo, que es la imagen del Dios invisible, creador y eterno, es además la cabeza del cuerpo que es la iglesia. Él dijo: Edificaré mi iglesia (Mt.16:18). La sustenta y la cuida (Ef.5:29). Nos amó y se entregó por la congregación de los redimidos (Gá.2:20). Da su vida por las ovejas, las conoce y le siguen; en sus manos estamos seguros (Jn. 10:11,14,15,27,28). Comparar con Efesios 1:22,23.

2.5. Es la sabiduría de Dios. En quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento (2:3). Por tanto, pretender conocer a Dios y acercarse a Él es imposible sino a través del único mediador, el camino al Padre y la fuente de sabiduría que revela al Dios invisible. Jesús le ha dado a conocer. En sus palabras lo expresó así: Nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar (Mt.11:28). No podemos separar el conocimiento de Dios de la persona de Jesucristo. Nadie viene al Padre, sino por mí (Jn.14:6 y 1:18). Cristo es poder de Dios y sabiduría de Dios (1 Co.1:24). Por todo ello, el apóstol Pablo estima todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo (Fil.3:8).

  1. La Obra de Jesucristo (1:13-23) (2:1-15)

Una vez que hemos visto algunos aspectos de la naturaleza y potencial de la persona de Jesús, —el Mesías—, la imagen misma de Dios, Creador, Eterno, Cabeza de la iglesia y la expresión máxima de la sabiduría del Altísimo, miremos ahora la obra realizada por él y sus consecuencias para nosotros. Antes de entrar en detalles, recordemos que la obra de Jesús fue hecha como nuestro substituto, él mismo ocupó nuestro lugar, el justo por los injustos para llevarnos a Dios (1 P.3:18).

3.1. Nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz (1:12). En un tiempo éramos ajenos a la vida de Dios, sin esperanza y sin Dios en el mundo, pero mediante la obra de Jesús hemos sido acercados, hechos conciudadanos, copartícipes y coherederos, miembros de la familia de Dios, para poder participar de la herencia que ahora hemos recibido y que está expresada en los versículos siguientes. Es el mismo lenguaje que usa Pablo en su oración por los efesios, para que el Padre de gloria nos dé espíritu de sabiduría y revelación, alumbrando los ojos de nuestro entendimiento, para que sepamos cuál es la esperanza recibida y las riquezas de su herencia en los santos (Ef.1:17,18).

3.2. Nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo (1:13). Aquí nos encontramos con un cambio de dominio, de dueño y señor. Éramos hijos de las tinieblas, muertos en delitos y pecados, esclavos del pecado y la tiranía de Satanás que consiguió su dominio sobre nosotros cuando caímos en rebelión contra el Dador de la vida, estábamos sujetos a servidumbre por el temor a la muerte producida por nuestro pecado, pero ahora, en Cristo, hemos sido trasladados a otro dominio, el reino de la luz, el señorío de Cristo, por tanto, como está escrito, si vivimos, para el Señor vivimos, y si morimos, para el Señor morimos; sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos (Rom.14:8). ¡Somos propiedad de Dios! Hemos sido comprados al precio de la sangre de Jesús, por tanto, no nos hagamos esclavos de los hombres (1 Co.6:20 y 7:23). Anteriormente habíamos heredado la naturaleza de Satanás (Jn.8:44 con 1 Jn.3:8-10), hijos de Belial (2 Co.6:15). Dice el apóstol a Timoteo que los que se oponen al evangelio están atrapados en el lazo del diablo y cautivos a voluntad de él (2 Tim.2:26). Pero en Cristo hemos escapado del lazo y la cautividad (2 P.1:4 y 2:20), hemos entrado en otro reino donde somos libres para servir a la justicia con la potencia de su gracia transformadora. Una nueva naturaleza ha transformado nuestras vidas, creados según Dios en justicia y santidad de la verdad (Ef.4:24). Nos dio vida cuando estábamos muertos (Ef.2:1-6). Todo ello emana de la cruz de Cristo.

3.3. Tenemos redención y perdón de pecados (1:14). A todo lo que hemos mencionado en el punto anterior se le llama redención. ¡Somos redimidos! Comprados de nuevo para ser de otro, de aquel que nos amó, nos perdonó, y nos hizo reyes y sacerdotes (Apc.1:5,6). Somos nuevas criaturas (2 Co.5:17). Nuestro redentor y substituto es Jesús, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia (Ef.1:7). Nuestra respuesta solo puede contener gratitud, alabanza y servicio.

3.4. Nos ha reconciliado en su cuerpo de carne, por medio de la muerte (1:21). Aquí nos encontramos con la expiación. El Justo carga con nuestros pecados (los injustos), para reconciliarnos con Dios. Hay uno que ha ocupado nuestro lugar en el cadalso de tormento y condenación. Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él (2 Co.5:21). Y no solo ha reconciliado mediante la sangre de su cruz las cosas de la tierra, sino también las que están en los cielos, haciendo la paz (1:20). Toda la creación y el universo han sido afectados por la obra acabada de Jesús, hecha una vez y para siempre. Hay aquí, seguramente, una dimensión de esta verdad que se nos escapa, pero sí podemos comprender que nuestra reconciliación con Dios ha sido efectuada. Ya no somos enemigos, la cruz ha derribado la pared intermedia de separación, no solo ante Dios, sino también ante los hombres con todas nuestras divisiones y barreras en ocasiones infranqueables para la mediación humana. Comparar con Efesios 2:11-19 y 2 Corintios 5:18-21. Jesús nos ha devuelto la comunión de vida con Dios que perdimos en Adán (Rom.5:12-21).

3.5. Estamos completos en él (2:10). Esta verdad confronta directamente a los enemigos del evangelio que el apóstol Pablo estaba combatiendo en esta carta: las reminiscencias del Judaísmo, y sobre todo la «gnosis», que derivaría en el «gnosticismo» incipiente en aquel momento y que ha rebrotado en el pasado siglo mediante las doctrinas y filosofías de la Nueva Era, perturbando y mezclando el mensaje del evangelio hasta nuestros días. El apóstol es taxativo: Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo y no según Cristo. Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad, y vosotros estáis completos en él (2:8-10). El error y la mezcla venían de antiguo, es el mismo proceso que denuncia el profeta Jeremías. Porque dos males ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas rotas que no retienen el agua (Jer.2:13). El Israel antiguo abandonó la fuente de agua viva que emana del Dios de Jacob, para cavar las cisternas rotas del paganismo que no pueden satisfacer la sed de verdad, libertad y eternidad. Los mismos enemigos se levantaron en el primer siglo ante la predicación de los apóstoles. Pero en Cristo estamos completos. Él es la plenitud, y de su fuente de agua viva brotan aguas que calman la sed para siempre. Las nuevas ideologías, filosofías y doctrinas no pueden satisfacer el alma humana. Porque doctrinas (nuevas religiones laicas) son la ideología de género, el llamado cambio climático, el nacionalismo catalán y otros, la agenda 2030 y el predominio del pensamiento único del globalismo actual impuesto con el denominador común de socavar la verdad del evangelio y los principios judeocristianos que combaten con saña, persiguiendo la familia natural y la identidad propia de los pueblos con sus peculiaridades. En Cristo somos un hombre completo que no necesita regresar al paganismo (cisternas rotas) para encontrar una nueva autorrealización alejada de la cabeza de todo principiado y potestad (2:10). En Cristo somos santificados por completo, y todo nuestro ser, espíritu, alma y cuerpo son guardados irreprensibles hasta la venida del Señor (1 Tes.5:13). Lo que nos faltaba era la reconciliación y comunión con el Dios santo y justo, que ahora en Cristo se ha consumado, no mediante filosofías o nuevas doctrinas, sino con la sangre preciosa de Jesús, como de un cordero sin mancha y sin contaminación (1 P.1:18,19).

3.6. Anulando el acta de los decretos que había contra nosotros (2:14). Este acta es la ley que nunca hemos podido cumplir judíos ni gentiles, nos era contraria, adversa en cuanto a nuestra impotencia para ser justificados, porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne, para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros (Rom.8:3). Por tanto, la deuda ha sido cancelada por la obra redentora de Jesús en nuestro lugar. El incumplimiento de la ley nos acusaba, nuestra impotencia nos hacía culpables y malditos legalmente. Porque todos los que dependen de las obras de la ley están bajo maldición, pues escrito está: Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas (Gá.3:10). Comparar con Dt. 27:26 y Stg.2:10. Sin embargo, Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (Gá. 3:13). El diablo que nos acusaba «legalmente» (Apc. 12:10) por nuestro incumplimiento de la ley ha quedado sin argumentos para condenarnos por cuanto ha sido cancelada la deuda; nuestro Abogado y Mediador ha anulado el acta que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz. La palabra que el apóstol Pablo usa aquí para referirse al «acta» se refiere a la palabra griega «exaleifein», según lo explica Cesar Vidal en su libro sobre la Nueva Era (1991). «Que no solo implicaba el perdón de la deuda. También indicaba que se borraba todo lo escrito y que el material en que se había redactado la deuda (papiro, piel, etcétera) quedaba virgen para poder volver a escribir de nuevo sobre él». Como está escrito: si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas (2 Co.5:17). Éramos tinieblas, ahora luz en el Señor. Vivíamos como hijos de ira, ajenos a la vida de Dios, ahora hemos sido adoptados como hijos de Dios y herederos (Gá. 4:4,5). Esta es la verdad gloriosa y libertadora del evangelio.

3.7. Triunfando sobre ellos en la cruz (2:15). La obra consumada de Jesús en la cruz del Calvario nos ha dado el triunfo sobre los principados y las potestades, a quienes despojó y exhibió públicamente triunfando sobre ellos en la cruz. Por eso la cruz es poder de Dios, aunque locura para los que se pierden. Por ello un cristianismo que soslaya y esconde la cruz, —ignominiosa para el mundo—, no puede encontrar la fuerza para oponerse a los poderes de las tinieblas. Un evangelio sin cruz es insuficiente para derrotar el mal. El apóstol Pablo estaba aferrado a esa cruz, y sabía que en ella estaba el triunfo que ahora proclama a los colosenses.

Comparar con 2 Co.2:14; 1 Co.1:17,18,23; 2:3; Gá. 2:20; 6:12,14,15.

Para profundizar aún más en este triunfo del que habla el apóstol con verdadera profusión, recojo nuevamente el comentario de Cesar Vidal en el libro citado anteriormente: «El término “triunfo” servía para designar una institución legal propia del Derecho público de Roma. Cuando un general romano ensanchaba las tierras del Imperio, cuando había derrotado a los enemigos de la patria, cuando había causado enormes pérdidas a los adversarios de la nación, solicitaba del senado y del pueblo romano la concesión de un honor conocido como triunfo. Si éste se le otorgaba, el general era subido a un carro detrás del cual iban atados y desnudos los enemigos vencidos. Aquellos seres derrotados aparecían como testigos de su victoria y, despojados en pos del carro, contemplaban impotentes como el general era paseado por Roma en señal de que todos reconocían su valor y coraje en la lucha, así como el beneficio que eso había reportado a la causa común… Pero la imagen del triunfo no concluía ahí. Al lado del vencedor iba un personaje que no había contribuido en nada a la victoria, que solo podía asociarse a la misma por generosidad de éste y al que hacía partícipe de la gloria del vencedor. Ese personaje era la esposa del triunfador… nosotros sabemos también que la Esposa de Cristo —Su Iglesia— ¡está asociada al triunfo sobre Satanás y sus demonios que Cristo obtuvo en la Cruz!». Cuando el mismo apóstol Pablo escribe que somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó (Rom.8:37) seguramente regresa a su memoria la misma imagen que usa en el texto que estamos meditando. El Mesías ha triunfado en la cruz sobre todos los poderes de las tinieblas y nos ha hecho partícipes de ese triunfo como herederos de las abundantes riquezas de su gracia.

  1. Nuestra nueva identidad en Cristo (1:27) (2:12,13) (3:1-4)

Si hay un pensamiento predominante en nuestra sociedad occidental decadente es el que enfatiza nuestras propias potencialidades, resultado inequívoco de la filosofía de la Nueva Era que ha permeado la cultura, incluyendo ciertos sectores de la cristiandad. Como ejemplo de lo que afirmo recordaré que hoy se quiere ser dios buscando la inmortalidad mediante una ciencia que cree poder encontrar como frenar el deterioro celular consiguiendo su regeneración para impedir el envejecimiento y con él «el elixir de la eterna juventud». La soberbia humana no tiene límites cuando se aleja de la fuente del Creador pretendiendo ocupar su lugar como en los días de Nimrod. El evangelio contiene un potencial intrínseco y posicional en Cristo que puede fácilmente hacernos caer en extremos nocivos si olvidamos nuestra fragilidad innata (Sal. 39:4) y la dependencia que tenemos del poder de Dios que se perfecciona en nuestra debilidad. El evangelio es Cristo en nosotros. Y como estamos viendo, su persona y su obra son gloriosamente llamativas, como lo fue para Simón el mago, que fascinado por el potencial que emanaba de los apóstoles, les ofreció dinero para poder conseguir el mismo poder (Hch.8:18,19). Aquí tenemos la fuente de tentación cuando confundimos los espíritus. Nuestro siglo, pasado y presente, ha sido y es, testigo de ambas manifestaciones: por un lado el poder de señales que acompañan a la predicación del evangelio, y por el otro el abuso de los dones carismáticos que han dejado un rastro de desolación, decepción y dispersión en demasiadas congregaciones. Pablo enseña que el evangelio es un misterio, y este misterio se concreta en que Cristo vive en nosotros, a quienes Dios quiso dar a conocer las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles; que es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria (Col. 1:27). Esa unión espiritual y mística produce una esperanza gloriosa que ya degustamos por el Espíritu. Nos da identidad, una nueva identidad en el Mesías. Dios nos ha colocado «en Cristo» (1 Co.1:30). Estamos en Cristo y Cristo está en nosotros (Gá.2:20). Somos un espíritu con él (1 Co.6:17). La vida cristiana es una nueva identificación plena con Cristo, en su muerte, sepultura, resurrección y exaltación (Rom.6:4-6) (Col.2:12) (Ef.2:6). Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios (Col.3:3). Y esta nueva vida se manifiesta en una nueva manera de vivir. Necesita el alimento de la palabra de Dios que como niños recién nacidos desean la leche espiritual para crecer (1 P.2:2). Por tanto, padres espirituales (1 Tes.2:10-13) (Gá.4:19). También un hogar donde crecer mediante la comunidad de creyentes, recibiendo cuidado y protección que le ayude a crecer y madurar para llegar a ser útiles a otros (Ef.2:19-22 y 4:11-16).

  1. Resultados de la nueva vida en el Mesías (3:5-4:6)

El resultado práctico de nuestra vida cristiana será una nueva manera de vivir y esta debe alcanzar a todas las áreas de nuestra vida. El que ha nacido de Dios no practica el pecado (1 Jn.3:9). Ha sido creado en justicia y santidad de la verdad (Ef.4:24), por tanto, la justicia, la santidad y la verdad deben ser pilares esenciales de su nueva manera de vivir. Es nuestra nueva naturaleza. El apóstol desglosa en los capítulos 3 y 4, como lo hace también en la carta a los Efesios 4, 5 y 6 una relación de virtudes y verdades prácticas que deben manifestarse en aquellos que confiesan ser hijos de Dios. No es automático, ni mecánico, sino un proceso de renovación (3:10,11). Es un nuevo vestido como escogidos de Dios (3:12); una nueva naturaleza que se va transformando de gloria en gloria a la imagen de Jesús (2 Co.3:18) (Rom.8:29); el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno (3:10). Vestidos como escogidos de Dios (2:12) significa en palabras del apóstol lo que expone a continuación. Veamos un resumen siguiendo el texto en la versión de la Biblia de las Américas:

  • Tierna compasión (3:12).
  • Bondad (3:12).
  • Humildad (3:12).
  • Mansedumbre (3:12).
  • Paciencia (3:12).
  • Soportándoos unos a otros (3:13).
  • Perdonándoos unos a otros (3:13).
  • Vestíos de amor (3:14).
  • La paz de Cristo reine en nuestros corazones (3:15)
  • Sed agradecidos (3:15).
  • La palabra de Cristo habite en abundancia en vosotros (3:16)
  • Una vida de adoración (3:16)
  • Y todo lo que hacéis, hacedlo para el Señor (3:17,23).

Después se dirige específicamente a las distintas personas que componen la congregación o familia de Dios.

Mujeres.  Estad sujetas a vuestros maridos, como conviene en el Señor (3:18).

Maridos. Amad a vuestras mujeres y no seáis ásperos con ellas (3:19).

Hijos. Sed obedientes  a vuestros padres en todo, porque esto es agradable al Señor (3:20).

Padres. No exasperéis a vuestros hijos, para que no se desalienten (3:21).

Siervos. Obedeced en todo a vuestros amos en la tierra, no para ser vistos, como los que quieren agradar a los hombres, sino con sinceridad de corazón, temiendo al Señor (3:22). En nuestra sociedad podemos traducirlo por «trabajadores», actuando con honestidad y honradez, sabiendo que servimos al Señor con todo lo que hacemos.

Podemos resumir esta panorámica en sus múltiples facetas con las palabras finales del apóstol: Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres, sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia. Es a Cristo el Señor a quién servís (Col.3:17,23,24).

EFESIOS (6) - el misterio del evangelioPREGUNTAS Y REPASO
  1. Anota lo que recuerdes de la iglesia en Colosas.
  2. Explica el propósito de esta carta.
  3. Qué conclusiones sacas de las oraciones que Pablo menciona.
  4. Haz un resumen de la persona de Jesús según Colosenses.
  5. Que aspectos destacarías de la obra del Señor en esta carta.
  6. ¿Qué importancia crees que puede tener nuestra nueva identidad en Cristo?
  7. ¿Cómo explicarías las consecuencias prácticas que se derivan de la nueva vida en Cristo según lo que hemos estudiado?

102 – Orando con el salmista

Orando con el salmista - PortadaNuestra alma ha escapado cual ave del lazo de los cazadores; el lazo se rompió y nosotros escapamos. Nuestro socorro está en el nombre del Señor, que hizo los cielos y la tierra  (Salmos 124:7-8).

         El alma humana y los lazos parecen buscarse mutuamente. El cazador tiende lazos con la idea de atrapar y no ser visto.  En la invisibilidad está buena parte de su éxito. Imaginemos al ave apresada. De pronto todo su potencial para remontarse en las alturas ha quedado neutralizado. Está a merced de quién no tiene posibilidad de atraparlo en cielo abierto, y necesita el engaño, la trampa y el ardid para conseguir su propósito. Las maquinaciones del maligno tienen la intención de sacarnos de nuestra firmeza en Cristo. Sabe que de lo contrario no lo conseguirá. Necesitamos estar despiertos, velar y orar, para no caer en tentación. A veces nosotros mismos creamos ese lazo. Nuestras palabras pueden enlazarnos. Te has enlazado con las palabras de tu boca, y has quedado preso en los dichos de tus labios (Proverbios 6:2). ¡Qué fácil es quedar preso de nuestras palabras! Una vez pronunciadas pueden ser usadas en nuestra contra. Haz esto ahora, hijo mío, y líbrate, ya que has caído en la mano de tu prójimo; ve, humíllate… escápate como ave de la mano del cazador (Proverbios 6:3-5). El lazo se rompió y nosotros escapamos ¿Cómo? Por humillarnos. Reconociendo la culpa y no justificándola. El que se humilla, será exaltado. Jesús se humilló hasta la muerte y muerte de cruz; por lo cual, rompió todo lazo de pecado y enfermedad, venció al cazador y fue exaltado hasta lo sumo. Ahora, nuestro socorro está en el nombre del Señor. El te librará del lazo del cazador (Salmo 91:3). En él hemos escapado de la corrupción y las contaminaciones del mundo (2 Pedro 1:4; 2:20). Nuestra alma ha escapado, no nos dejemos atrapar de nuevo.

         Padre, gracias por la libertad de todo lazo. Gracias por librar a Israel, y nuestro país, de las maquinaciones del maligno y de hombres perversos. Amén.