Los fundamentos (IV) – Cómo se entra (2)
Y después de anunciar el evangelio a aquella ciudad y de hacer muchos discípulos, volvieron a Listra, a Iconio y a Antioquia, confirmando los ánimos de los discípulos, exhortándoles a que permaneciesen en la fe, y diciéndoles: Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios (Hechos 14:22)
En ocasiones, con el buen deseo de poner fácil la entrada a quienes predicamos el evangelio, cometemos excesos que más adelante pasan factura a los nuevos discípulos. La Biblia habla de dos reinos en oposición. El apóstol de los gentiles lo expuso claramente en el último texto de nuestra anterior meditación en Hechos 26:18-20. Veamos. Para entrar en el reino se necesita que los ojos sean abiertos. El que no naciere de nuevo no puede ver el reino de Dios. Se necesita revelación. Luz celestial. Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo (2 Co.4:6). Esa revelación produce una conversión de las tinieblas a la luz, un cambio de reino y dominio; dice el apóstol: de la potestad de Satanás a Dios.
Es lo que llama Jesús nacer de nuevo. Ese nuevo nacimiento nos introduce a la esfera de la gracia, donde nuestros pecados son perdonados, recibiendo la herencia de hijos de Dios. La consecuencia de esta experiencia interna, imposible para la sugestión humana, es un milagro de Dios, es un arrepentimiento que produce obras dignas de una nueva manera de vivir.
Nuestras vidas experimentan un traslado, de la potestad de las tinieblas, introducidos al reino de su amado Hijo (Col.1:13). Dejamos el antiguo dueño y tirano, al que Jesús llama el príncipe de este mundo, y Pablo enseña que seguíamos la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que opera en los hijos de desobediencia (Ef.2:2).
Por tanto, ahora tenemos otro Señor y Dueño. Jesús ha sido hecho Señor y Cristo (Mesías), y por la invocación de su nombre somos hechos propiedad de Dios. Pero el antiguo «señor», el que nos tenía cautivos a voluntad de él (2 Tim.2:26), no se conformará con la pérdida de sus dominios en los corazones de los hombres, por eso dice Jesús que el reino de los cielos sufre violencia y los violentos lo arrebatan (Mt.11:12). Hay una batalla que librar; de ello se desprende lo que el apóstol enseña en el texto que meditamos. La entrada al reino se produce a través de muchas tribulaciones que no debemos ignorar.
La entrada al reino de Dios produce una convulsión en la esfera espiritual que origina conflictos y tribulaciones inesperadas en el ámbito natural.