190 – EL HOMBRE CONDENADO

El hombre condenadoLa ira venidera (X) – El Hades (1)

Porque no dejarás mi alma en el Hades, ni permitirás que tu Santo vea corrupción. Me hiciste conocer los caminos de la vida; me llenarás de gozo con tu presencia (Hechos 2:27,28)

         El Hades es la traducción al griego de la palabra Seol en hebreo, aunque su significado es más amplio en el término Hades. Durante el periodo intertestamentario, el concepto judío de Seol progresó hasta el punto que se creía que tenía dos compartimentos distintos. Una parte era el lugar de tormento para los impíos, mientras que el otro era un lugar de felicidad consciente, también llamado «el seno de Abraham» o «paraíso», donde los justos eran llevados por ángeles.

La comprensión que tenían las escuelas rabínicas del tiempo de Jesús es la base para comprender la enseñanza de Jesús en Lucas 16:19-31 sobre el rico y Lázaro. Debemos señalar que cuando se dice que los santos del Antiguo Testamento, así como los judíos del periodo intertestamentario, no tenían una idea clara y precisa de lo que ocurre después de la muerte, no quiere decir que sus experiencias no fueran superiores a la comprensión que tenían de esta verdad.

Fue después de Pentecostés que pudieron comprender y enseñar de la muerte y el más allá con mayor claridad. Antes de la resurrección de Cristo las almas de los muertos entraban en el Seol o Hades. Después de la resurrección los creyentes entran a estar con Cristo (Fil.1:23), lo cual, dice Pablo, es mucho mejor. Están presentes en el Señor (2 Co.5:6-8). Debemos entender que los hijos de Dios ahora no entran en el Hades una vez han muerto, sino que ascienden directamente a la presencia de Dios, en espera de la resurrección del cuerpo, y su posición final en la eternidad.

Hay un antes y un después de la resurrección de Jesús. El Señor tomó a los justos del Hades y los llevó al cielo (Ef.4:8,9) (1 Pedro 3:18-22). Jesús bajó al Hades (Hch.2:31). El paraíso de Lc.23:43 se refiere a la sección del Hades reservada para los justos. Se supone que el paraíso había sido sacado del Hades y colocado en el tercer cielo (2 Co.12:2-4). Después de la resurrección de Jesús los creyentes van al cielo al morir esperando la futura resurrección.

Por su parte los impíos descienden al Hades, lugar de tormento temporal, mientras esperan la futura resurrección y el castigo eterno (2 P.2:9). Cuando llegue el día del juicio final el Hades se vaciará de sus habitantes y será echado en el lago de fuego y azufre (Apc.20:13-15).

El Hades es el estado intermedio entre la muerte y la resurrección de los impíos donde esperan en tormento consciente. Los que mueren en Cristo parten para estar con él.

189 – EL HOMBRE CONDENADO

El hombre condenadoLa ira venidera (IX) – El Seol (2)

Porque fuego se ha encendido en mi ira, y arderá hasta las profundidades del Seol; devorará la tierra y sus frutos, y abrasará los fundamentos de los montes (Deuteronomio 32:22)

         Si aceptamos el principio de la revelación progresiva, debemos comprender que la descripción que se hace del Seol en el AT es un tanto vaga, así como la condición de las personas en aquel lugar. Queremos hacer el recorrido hasta llegar a la mayor claridad sobre este tema que encontramos en el NT. No por ello dejamos de hallar datos de suma importancia acerca del Seol en el AT.

El Seol no es parte de este mundo, pero tiene existencia propia en otra dimensión. Es el lugar donde las almas de todos los hombres van al morir. Parece que el Seol tiene diferentes secciones. En el texto que tenemos para estudiar vemos que se mencionan partes más profundas o bajas, dando a entender que hay distinciones o divisiones en el Seol.

La distinción clara que se hace en el AT entre el justo y el impío indica que esa misma diferencia continúa en la otra vida. Los impíos están en la parte más baja, mientras que los justos están en la parte superior del Seol. Los escritores rabínicos enseñaron claramente que el Seol tiene dos secciones distintas, una para los justos y otra para los impíos.

Sin embargo, los santos del Antiguo Testamento no tenían una idea clara de qué esperar en el Seol, por ello en algunos textos aparecen expresiones de angustia ante la incertidumbre de no saber qué esperar en aquel lugar. El salmista dijo: Me rodearon ligaduras de muerte, me encontraron las angustias del Seol; angustia y dolor había yo hallado. Entonces invoqué el nombre de YHVH, diciendo: Oh YHVH, libra ahora mi alma (Sal.116:3,4).

La incertidumbre lleva a la angustia, aunque también encontramos declaraciones de seguridad y esperanza. Job exclamó: Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará sobre el polvo; y después de deshecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios (Job19:25,26). El profeta Daniel expresó su esperanza de eternidad el día de la resurrección. Y tú irás hasta el fin, y reposarás, y te levantarás para recibir tu heredad al fin de los días (Dn.12:13). El salmista manifestó su esperanza diciendo: Porque no dejarás mi alma en el Seol, ni permitirás que tu santo vea corrupción. Me mostrarás la senda de la vida (Sal.16:10,11). Y el Señor se manifestó a Moisés como Dios de Abraham, Isaac y Jacob, Señor de vivos y no de muertos (Ex.3:6) (Mt.22:32).

         La enseñanza rabínica asume que el Seol contenía dos compartimentos, uno para los justos y otro para los impíos, en espera de la resurrección.

188 – EL HOMBRE CONDENADO

El hombre condenadoLa ira venidera (VIII) – El Seol (1)

Y se levantaron todos sus hijos y todas sus hijas para consolarlo; más el no quiso recibir consuelo, y dijo: Descenderé enlutado a mi hijo hasta el Seol. Y lo lloró su padre (Génesis 37:35)

         Sabemos que la muerte es separación. El alma abandona el cuerpo, su habitación terrenal, en la que ha vivido durante un tiempo. No se trata de aniquilación del alma, no existe tal cosa en la Escritura, sino de una separación.

Dios ha puesto eternidad en el corazón del hombre. La Escritura da suma importancia al alma, de tal forma que Jesús vino a salvarla, redimir el cuerpo, comprando la totalidad del ser: espíritu, alma y cuerpo, para que sean de Dios por toda la eternidad. No hay destrucción o aniquilación del ser para quienes rechazan el evangelio.

La pregunta es: ¿dónde va el alma una vez se produce la separación del cuerpo? Para poder dar respuesta a esta pregunta dedicaremos las próximas meditaciones a estudiar, aunque sea de forma breve, esta verdad central de la Escritura.

Debemos tener presente el principio de revelación progresiva de la Biblia, es decir, cómo se va desplegando esta verdad de manera paulatina. Lo primero que debemos decir es que, desde el principio de la revelación de Dios, aparece en la Escritura la conciencia en el ser humano de la trascendencia de la vida más allá de la muerte. Este tema lo encontramos en todas las culturas y religiones antiguas.

Israel no tuvo que sufrir persecución por este hecho; sí fue perseguida por el monoteísmo, pero nunca lo fue por mantener la esperanza de vida consciente más allá de la muerte.

El término que usa la Biblia hebrea para llamar el lugar donde van las almas es Seol. El cuerpo es colocado en la tumba y el alma en el Seol. En el AT, el hombre no cesa de existir al morir, pero su alma desciende al Seol. Por tanto, tenemos que Seol es la palabra para referirse al lugar donde el alma o espíritu del hombre va después de la muerte o separación del cuerpo.

Es a lo que se refiere el patriarca Jacob en nuestro texto. Cuando sus hijos le dieron la noticia de que José había sido despedazado por una fiera, y como prueba trajeron la túnica que él mismo había mandado hacer para él, Jacob aseguró que se encontraría con él en el Seol. Mencionó el descenso al Seol donde se encontraría con su amado hijo. Por tanto, un lugar de consciencia y reconocimiento.

La tradición rabínica describe el alma que sale del cuerpo y baja al Seol en la muerte. Los rabinos imaginaron al justo y al impío consciente después de la muerte.

          El Seol es el lugar donde descienden las almas al morir manteniendo la consciencia de sí mismos. No hay aniquilación, sino separación del cuerpo.

187 – EL HOMBRE CONDENADO

El hombre condenadoLa ira venidera (VII) – Perder el alma (3)                                             

Pero Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será? Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios (Lucas 12:20,21)

         Perder el alma es la condenación eterna. Significa vivir alejados de la luz y la verdad por toda la eternidad. Perder el alma es incumplir el propósito original de Dios cuando sopló en el hombre aliento de vida. En el alma tenemos la imagen y semejanza de Dios (1 Co.15:45). Dios es Espíritu y necesitamos un alma vivificada, renacida, un espíritu nuevo, para poder acceder a su naturaleza y tener comunión con Él.

Cuando Pablo habla a los hombres y mujeres renacidos en la ciudad de Colosas les dice: «habéis muerto, y vuestra vida [alma] está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria.

En el lado opuesto tenemos al hombre necio de nuestro texto. Jesús dice de él que era un hombre orientado únicamente a las cosas materiales. Tenía muchas, pero quería más. Su alma no estaba satisfecha. Entonces pensó dentro de sí salvar su alma, redimirse a sí mismo, asegurar el futuro, y se dijo: Esto haré; derribaré mis graneros, y los edificaré mayores, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes; y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate. Y Dios le dijo: Necio. No puedes salvar tu propia alma.

El que gana su alma la pierde, y el que la pierde por Cristo, la salva. Esa es la vida verdadera. Cristo en nosotros. Observa que este hombre habla en singular cuando se refiere a su alma. No hay tal cosa como la transmigración de las almas, ni la fusión en un alma cósmica. Tampoco hay reencarnación. Se le dijo: Vienen a pedir tu alma. La tuya. Cada uno de nosotros daremos cuenta a Dios.

Jesús enseñó: Con vuestra paciencia ganareis vuestras almas (Lc.21:19). Paciencia en medio de un mundo orientado a la vanidad y el oprobio de quienes han entregado sus almas al fiel Creador (1 P.4:19). Pablo desgastaba su vida por amor a las almas de los corintios (2 Co.12:15). Oraba por los tesalonicenses para que todo su ser, espíritu, alma y cuerpo, fuera guardado irreprensible hasta el día del Señor (1 Tes.5:23).

El autor de Hebreos dice que nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para la preservación del alma (Heb.10:39). El alma de Jesús no fue dejada en el Hades (Hch.2:31). Juan vio las almas de los decapitados por Jesús que reinaban con él mil años (Apc.20:4).

         El alma se puede perder en el infierno, es la muerte segunda; Jesús ha venido para que no se pierda, sino para salvar las almas de los hombres.

186 – EL HOMBRE CONDENADO

El hombre condenadoLa ira venidera (VI) – Perder el alma (2)                                               

Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará. Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma? (Mateo 16:25,26)

         Jesús le da una trascendencia capital al alma humana. Tal es así que compara la pérdida del alma con la totalidad de los bienes de este mundo. Es decir, un alma humana vale más que todos los bienes de este mundo juntos. Un mensaje difícil de comprender para nuestra generación orientada a la acumulación de bienes materiales como fin último de su existencia.

Piensa. Jesús pone en una balanza el alma humana, en la otra todos los bienes de este mundo, y concluye que no hay comparación posible. El alma del hombre tiene tanto valor para Dios que no es comparable a todas las riquezas de este mundo. «¿Qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? Es más, no hay recompensa posible comparable al valor del alma humana.

El hombre no puede comprar su propia alma, pero sí puede perderla. La redención cobra una dimensión vital cuando entendemos el valor del alma. La obra expiatoria de Jesús es la única que puede comprar el alma humana; la vida del Justo por un alma. Dice Pablo: Habéis sido comprados por precio (1 Co.6:20), y añade, por precio fuisteis comprados; no os hagáis esclavos de los hombres (1 Co.7:23). Es decir, no vendáis vuestra verdadera vida, −el alma−, a los hombres. Se dice que hay quienes venden su alma al diablo…

Con esta verdad gloriosa del valor que Dios da al alma humana podemos entender mejor algunos textos. Veamos. Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón [¿alma?]; porque de él mana la vida (Pr.4:23). ¿Cómo se guarda el alma? El salmista nos da la respuesta: Con guardar tu palabra (Sal.119:9). Guardar su palabra, o su ley, la ley de Cristo, es guardar el corazón y el alma. Porque hay quién viene a robar, matar y destruir, pero no puede destruir el alma (Mt.10:28). Dice Santiago: recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas (Stg.1:21).

Está escrito: Todas las almas son mías (Ez. 18:4), por tanto, Dios es el único que puede destruir el alma en el infierno; a Él debemos temer. En el alma está la eternidad que Dios ha puesto en el corazón del hombre (Ecl.3:11). El pecado destruye el alma humana, por eso, el que haga volver al pecador del error de su camino, salvará de muerte un alma (Stg.5:20). Jesús ha venido a salvar las almas (Lc.9:56).

         El valor del alma es tan grande que llevó al Justo a la cruz para salvarla.

185 – EL HOMBRE CONDENADO

El hombre condenadoLa ira venidera (V) – Perder el alma (1)                                                

Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará. Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma? (Mateo 16:25,26)

         Hablar del alma siempre es un tema muy amplio y con distintas vertientes teológicas. Tenemos los que dividen al ser humano en cuerpo y alma, viendo en el alma la parte espiritual del hombre, unida al cuerpo, que es la parte física. Por otro lado encontramos la enseñanza del hombre tripartito, que enseña que somos seres tripartitos, es decir, espíritu, alma y cuerpo.

Aquí tomaré el término «alma» en el sentido de lo que compone la parte espiritual del ser humano, también llamado en algunos lugares «corazón», como centro de la actividad espiritual. Por tanto, entiendo por «perder el alma» perder la vida, y esta vida se compone de psique y espíritu, una parte psíquica y otra netamente espiritual. Dejando esta premisa asentada podemos comprender los textos que queremos ver comenzando con el que tenemos para meditar.

La enseñanza de Jesús es contraria absolutamente al sentir mayoritario de los seres humanos, es un mensaje contracorriente, impopular, de minorías. Dice: «El que quiera salvar su vida (alma), la perderá», ¿por qué? porque esa persona ha puesto como base de su salvación su propia potencialidad, salvarse a sí mismo; el hombre y sus deseos en el centro de todo, es lo que llamamos antropomorfismo, generalmente alimentado por los bienes materiales.

El hombre puede ganar todo el mundo, (fue lo que el diablo ofreció a Jesús en el desierto), los reinos de este mundo; es por lo que luchan las naciones: conseguir dominio sobre otros, sobre propiedades, territorios, riquezas, etc. Se puede ganar el mundo; ¿qué es el mundo?, dice Juan: porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida (1 Jn.2:16), todo eso podemos ganarlo, disfrutarlo (tenemos un ejemplo prototipo en la vida de Salomón, uno de los humanos que más ha disfrutado de este mundo en todo su amplio concepto, lo probó todo, lo tuvo todo), y a la vez perder lo más importante que hay en el ser humano, su alma.

Porque los bienes materiales son temporales, mientras que los espirituales son eternos. Esta verdad ha sido olvidada por gran parte de la sociedad del siglo XXI, que vive anegada en los placeres de este mundo, corriendo el riesgo de perder su alma, por tanto, la vida verdadera.

         La ira de Dios se manifiesta también en la pérdida del alma; la peor de las pérdidas que un ser humano puede tener.      

184 – EL HOMBRE CONDENADO

El hombre condenadoLa ira venidera (IV) – Excluidos     

Allí será el llanto y el crujir de dientes, cuando veáis a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros estéis excluidos (Lucas 13:28)

         El día de la ira de Dios es el día más terrible de la historia de la humanidad. Y no lo será solamente por los sucesos que acontecerán en él, sino por los acontecimientos que quedarán establecidos para toda la eternidad. No es solamente cosa de un día, un momento, y nada más. Eso ha ocurrido anteriormente mediante los tiempos de juicio que Dios ha enviado a la tierra en diversos períodos. Después de la ira venidera quedarán establecidos unos parámetros eternos para quienes han despreciado la salvación que Dios ha preparado ante todas las naciones.

El hombre ha sido hecho un ser responsable, y estará frente a las consecuencias de sus propias decisiones. El rechazo del día de la gracia dará lugar al día de la ira. Juan dice con claridad que, el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él (Jn.3:36).

La realidad de quienes rechazaron la bondad de Dios es ser excluidos de la presencia de Dios; y esa posición será definitiva y eterna. Pablo lo expresa con claridad, cuando dice: los cuales sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder (2 Tes.1:9). La pena será eterna. La exclusión no tendrá retorno. Su morada será en las tinieblas de afuera (Mt.8:11,12; 22:13 y 25:30). Apresados en tinieblas, lejos de la presencia de Dios y la gloria de su poder.

Además podrán ver en ese estado a los hijos del reino disfrutando de las glorias venideras que en nosotros han de manifestarse (Rom.8:18). Todo ello dará lugar a un llanto continuo y un crujir de dientes que anuncia el remordimiento corrosivo de haber escogido mal, la peor decisión que un ser humano puede tomar conscientemente. Esa consciencia será un tormento punzante que golpeará como aguijón el alma ya de por sí atormentada.

Los excluidos podrán ver a los patriarcas y los profetas, seguramente recordando que un día rechazaron su testimonio de fe y vida. Como el caso del rico vestido de púrpura, plenamente consciente de su tormento por no haber creído a los profetas de Dios. Este hombre descuidado de su alma eterna mantuvo una conversación con Abraham pidiendo que fueran a la casa de su padre para testificar a sus hermanos, a fin de que no vinieran ellos también a ese lugar de tormento. La respuesta de Abraham fue: A Moisés y a los profetas tienen, óiganlos (Lc.16:27-31).

         La ira venidera no acaba el día cuando se manifiesta, sino que se consolida con la exclusión eterna de la presencia de Dios y su poder.

183 – EL HOMBRE CONDENADO

El hombre condenadoLa ira venidera (III) – El fin del siglo                                                     

Así será al fin del siglo; saldrán los ángeles, y apartarán a los malos de entre los justos, y los echarán en el horno de fuego; allí será el lloro y el crujir de dientes (Mateo 13:49,50)

         La Escritura no enseña explícitamente las llamadas dispensaciones. El lenguaje bíblico habla del presente siglo malo, y el siglo venidero; el tiempo presente y la gloria postrera. En diferentes lugares se nos habla del siglo venidero que comienza con el día postrero. Un día que da lugar a una nueva era, un nuevo siglo, el siglo venidero.

En ese día postrero hay una convergencia de sucesos. No creo que haya que identificar ese día como de veinticuatro horas, sino un día que da lugar a un nuevo amanecer, donde no habrá sol, ni luna, por tanto, no habrá tiempo, sino un presente continuo, el día de la eternidad (2 P.3:18). En nuestro texto Jesús habla del fin del siglo, se refiere al presente siglo malo (Gá. 1:4), la edad presente.

En ese día hay una diversidad de sucesos que tienen lugar. En primer lugar tenemos la venida del Señor (Mt.24:3). Es el día del juicio del mundo (Hch.17:31). El juicio de las naciones (Mt.25:31-34). Y de Babilonia (Apc.16:19). Es el día para heredar el reino (Mt.25:34). También para ser echados en el horno de fuego, donde será el lloro y crujir de dientes (Mt.13:49,50). Es el día de la resurrección (Jn.6:39,40). De las recompensas (2 Co.5:10) (Apc.22:12). Es cuando los reinos de este mundo vienen a ser de nuestro Señor y de su Cristo (Apc.11:15). También es el día de la ira venidera (Apc.11:18). Y cuando los que vivan sobre la tierra serán arrebatados juntándose con los muertos en Cristo que vendrán con él, para recibir al Señor en el aire (2 Tes.4:15-17).

Todo esto, y mucho más, sucederá en el denominado día postrero, en el fin del siglo, cuando culmine la edad presente. Todo ello forma parte de un acontecimiento múltiple final. Es la llegada del reino mesiánico a la tierra para establecer su trono en Jerusalén. No puede ser un día de veinticuatro horas, pero el programa de Dios tiene un comienzo y se encamina hacia un final. Jesús es el Alfa y la Omega, principio y fin.

La historia bíblica es lineal. Los discípulos preguntaron a Jesús: ¿Cuándo serán estas cosas, y que señal habrá de tu venida y del fin del siglo? (Mt.24:3). Observa la diferencia entre tu venida y el fin del siglo. Este texto parece incluir la idea de sucesos separados. Es un tema complejo. Un puzle sin completar. Solamente pretendo reseñar textos sin una postura definitiva en cuanto al orden de los acontecimientos finales.

La ira de Dios tendrá lugar al final del presente siglo malo, el fin del siglo, para entrar en la potencialidad del siglo venidero (Heb.6:5).  

182 – EL HOMBRE CONDENADO

El hombre condenadoLa ira venidera (II) – Ha llegado   

… Y decían a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros, y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero; porque el gran día de su ira ha llegado; ¿y quién podrá sostenerse en pie? (Apocalipsis 6:16,17)

         Dice el necio en su corazón que no hay Dios. Si no hay Dios, tampoco hay que dar cuenta de nuestros hechos. No hay juicio, por tanto, comamos y bebamos, que mañana moriremos. Sin embargo, el final del discurso del predicador fue este: Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes que vengan los días malos… Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre. Porque Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala (Ecl.12:1,13,14).

Siglos más tarde del discurso de Salomón, el apóstol Pablo subió al Areópago de Atenas, la cuna de la filosofía y el saber de Grecia, para dar otra disertación introduciendo algunos elementos nuevos. Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan; por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quién designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos (Hch.17:30,31).

Pues bien, el varón al que se refería el apóstol aparece ahora en el libro de Juan como el Cordero al lado del que está sentado en el trono, lleno de ira. Porque el día de su ira ha llegado.

Dios permitió un tiempo en el que pasó por alto la ignorancia y los pecados pasados, pero ahora envía un mensaje de arrepentimiento y gracia para poder escapar de la ira venidera. Los que reciben la abundancia de su gracia y el don de la justicia son llamados a reinar con Cristo, pero quienes lo rechazan se encuentran en nuestro texto buscando la muerte porque ha llegado el gran día de la ira de Dios, ¿y quién podrá sostenerse en pie?

Dice la Escritura que hoy es día de salvación. Mañana llegará la ira justa de Dios contra la impiedad de los hombres que detienen con injusticia la verdad. Hoy tenemos gracia. La puerta está abierta. Jesús es el camino de entrada. Podemos escapar, como lo hizo Lot de Sodoma, pero no sus yernos (Gn.19:14). También hubo una puerta abierta en el arca durante cien años, pero llegó el día cuando se cerró y quienes se burlaron de Noé como pregonero de justicia (2 P.2:5) quedaron fuera a merced de la ira de Dios manifestada a través del agua. Queda un día único por delante, el día de la ira de Dios que llegará inexorablemente.

         Hay un día señalado para la llegada de la ira de Dios; aún hay gracia para que puedas escapar de ella entrando en Jerusalén.

181 – EL HOMBRE CONDENADO

El hombre condenadoLa ira venidera (I) – Para los hombres impíos                                       

… Pero los cielos y la tierra que existen ahora, están reservados por la misma palabra, guardados para el fuego en el día del juicio y de la perdición de los hombres impíos (2 Pedro 3:7)

         Hemos dicho en nuestra anterior meditación que la maldad tiene un recorrido que se inició en Edén y se extendió rápidamente, de tal forma que Dios envió un juicio directo sobre todos los seres vivientes en la época de Noé. Luego se comenzó de nuevo. La tierra había experimentado una regeneración por agua. El hombre iniciaba así una nueva andadura después del juicio.

Pronto se juntaron en la llanura de Sinar para oponerse a la voluntad de Dios. El Señor envió otro juicio, en esta ocasión para confundir las lenguas y hacer que los hombres se extendieran por la faz de la tierra. Desde entonces la maldad ha ido en aumento constante. Cada generación ha tenido su porción de iniquidad.

Cuando el pecado llega a límites insoportables se hace inevitable el juicio de Dios sobre la maldad del hombre. Luego surgen tiempos de restauración. Así hasta la recta final de la iniquidad, donde, como dijo Jesús, en el final de los tiempos habrá un aumento de la iniquidad que dará lugar al juicio definitivo de Dios sobre esta tierra. Y por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará (Mt.24:12).

La maldad recorre un camino inverso al de los justos. Dice el autor de Proverbios que la senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto (Pr.4:18). Por su parte la maldad recorre un camino hasta el día del juicio y la perdición de los hombres impíos.

El justo, que anda por el camino angosto, va creciendo en gracia hasta alcanzar la plenitud en Cristo. Los nuevos cielos y la nueva tierra en los cuales mora la justicia. Por otro lado, la maldad de los cananeos no había llegado hasta el colmo en días de Abram, pero fue creciendo su pecado hasta alcanzar el día del juicio de Dios, siendo echados fuera de la tierra, y recibiendo el castigo debido a su extravío.

Hay un día señalado para la ira de Dios. Cuando su paciencia se agota y el juicio final lleva a la conclusión del tiempo presente, el presente siglo malo, dando lugar al siglo venidero, la redención final de nuestros cuerpos. Dos destinos distintos que se manifiestan con claridad en la Escritura. En los próximos y últimos capítulos de esta serie veremos en qué consiste la ira de Dios y cómo se consumará definitivamente tal y como ha sido anunciada.

         La Maldad y la Justicia; los impíos y los justos; hacen un recorrido ascendente y progresivo hasta su culminación final. Los primeros para juicio y condenación, los segundos para heredar la salvación preparada por Dios.