80 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoLa casa de David (VII) – El pacto con la casa de David (1)

Y cuando tus días sean cumplidos, y duermas con tus padres, yo levantaré después de ti a uno de tu linaje, el cual procederá de tus entrañas, y afirmaré su reino. Él edificará casa a mi nombre, y yo afirmaré para siempre el trono de su reino… Y será afirmada tu casa y tu reino para siempre delante de tu rostro, y tu trono será estable eternamente (2 Samuel 7:12,13,16).

         Dios es Dios de pactos. La Escritura revela esta verdad de forma inequívoca. Dios establece con el hombre una relación de pacto. En la Biblia encontramos diversos pactos que tienen trascendencia eterna. Jesús es el mediador del nuevo pacto. Nuestra relación con Dios está basada en un pacto, establecido sobre mejores promesas que aquel que llamamos antiguo pacto.

El reino mesiánico venidero también está fundamentado sobre un pacto, el pacto que Dios hizo con David y su casa para siempre. Esta verdad está verdaderamente establecida en la Escritura. La realidad futura del reino mesiánico tiene su base en un pacto que Dios hizo hace ahora unos tres mil años.

David había tenido un deseo en su corazón: edificar un templo al Señor. Sin embargo, no le fue concedido su anhelo, a pesar de que era un buen deseo. Yo tenía el propósito de edificar una casa en la cual reposara el arca del pacto de YHVH… y había ya preparado todo para edificar. Mas Dios me dijo: Tú no edificarás casa a mi nombre, porque eres hombre de guerra, y has derramado mucha sangre (1 Cr.28:2,3). Escogió a su hijo Salomón para que lo hiciera.

Conviene que aseguremos bien este hecho. El Señor estableció un pacto con la casa de David, y sabemos que Dios es fiel y siempre cumple sus pactos. Así está escrito: Hice pacto con mi escogido; juré a David mi siervo, diciendo: para siempre confirmaré tu descendencia, y edificaré tu trono por todas las generaciones (Sal.89:3,4). Y en otro lugar dice: En verdad juró YHVH a David, y no se retractará de ello: de su descendencia pondré sobre su trono… Porque YHVH ha elegido a Sion; la quiso por habitación para sí… Allí haré retoñar el poder de David (Sal.132:11,13,17).

Es evidente que este pacto trasciende a la vida de Salomón y contiene un alcance que llega hasta la simiente de Abraham, llamado también el hijo de David, según la carne (Rom.1:3). Fue anunciado por el ángel Gabriel a María: Éste será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin (Lc.1:32,33). David mismo supo que su hijo sería Señor suyo (Mt.22:43,44).

         Dios ha establecido un pacto con la casa de David, y no se retractará, de sentar en el trono de Jerusalén uno de sus hijos para siempre: el Mesías.

79 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoLa casa de David (VI) – El traslado del arca

Hizo David también casas para sí en la ciudad de David, y arregló un lugar para el arca de Dios, y le levantó una tienda. Entonces dijo David: El arca de Dios no debe ser llevada sino por los levitas; porque a ellos ha elegido YHVH para que lleven el arca de YHVH, y le sirvan perpetuamente… Y les dijo… pasad el arca de YHVH Dios de Israel al lugar que le he preparado (1 Crónicas 15:1,2,12).

         Una vez conquistada la ciudad de Jerusalén el próximo objetivo del nuevo rey de Israel fue trasladar el arca de Dios a la ciudad de Sion. David era un adorador, y como tal, hizo lo necesario para que el arca fuese el centro de su reinado. En un primer intento el traslado acabó de manera trágica con la muerte de Uzías. Pasados algunos meses David volvió a intentar llevar el arca a Jerusalén. En esta ocasión se encargó de que fuera exactamente como estaba establecido en la ley de Moisés. Eran los levitas quienes debían transportarlo a hombros (1 Cr.15:15 y Ex.25:14).

En todo este episodio podemos ver la perseverancia de David en hacer de la adoración a Dios el centro de su reinado. Para ello necesitaba la centralidad del arca, el lugar desde el cual el Señor se había manifestado en tantas ocasiones al pueblo desde los días en el desierto.

David danzó con toda su fuerza delante del Señor. El pueblo le seguía. Los levitas llevaron el arca según lo establecido colocándolo en el lugar que el rey había preparado como testimonio del pacto de Dios con su pueblo.

Todo este proceso mostraba que el rey David estaba dando los pasos necesarios para que su trono fuera establecido sobre cimiento estable y duradero. Se movía por la revelación de Dios en la Torá. Amaba a Dios. Ya era un adorador desde su juventud. Además puso en marcha a los levitas cantores para que alabasen a Dios día y noche. El mismo David era el dulce cantor de Israel (2 Samuel 23:1).

Una unción poderosa acompañaba la alabanza y la adoración en los días de David, aunque el templo no sería construido todavía. Sin embargo, preparó un lugar donde subiera al trono de la gracia olor fragante, fruto de labios que confiesan su nombre.

Aquella generación de valientes guerreros, sin doblez de corazón, iba a ser también la de un pueblo entrenado en la adoración ungida. De este tiempo profético tenemos gran parte del libro de los Salmos; muchas canciones y oraciones que nacieron del Espíritu y que permanecen como palabra de Dios hasta nuestros días. Todo ello nos habla del tiempo cuando es levantado el tabernáculo caído de David que precede a la venida del reino mesiánico (Amós 9:11).

         La adoración ungida en Jerusalén (figura de la iglesia) precede y entroniza al Rey sobre su trono. Él habita en medio de las alabanzas de Israel.

78 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoLa casa de David (V) – Conquista de Jerusalén

Entonces se fue David con todo Israel a Jerusalén, la cual es Jebús; y los jebuseos habitaban en aquella tierra… Más David tomó la fortaleza de Sion, que es la ciudad de David… Y David habitó en la fortaleza, y por esto la llamaron la Ciudad de David  (1 Crónicas 11:4-7).

         Estamos haciendo un breve recorrido de la biografía del rey David que es un personaje clave en la revelación de la Escritura. Es una figura central en el devenir profético. Marca la esperanza de Israel para siempre de ser un reino en Jerusalén para todas las naciones. Su reinado nos da muchos aspectos del reinado milenial de Cristo.

Fue David quién conquistó la ciudad de Jerusalén, la ciudad que el Señor había escogido para poner allí su nombre (1 Reyes 9:3; 11:13,36). Este hecho fue anunciado ya a Moisés (Dt.12:1-28). La percepción profética de David le permitió conocer la ciudad que Dios había escogido para poner en ella su nombre. La antigua Jebús aún no había sido conquistada por las tribus de Israel aunque pertenecía a la heredad del Señor.

Uno de los primeros objetivos del reinado de David fue tomar la ciudad y preparar el lugar donde tiempo después se levantaría el templo. Observa los acontecimientos pasados con la perspectiva de hoy, y el propósito futuro de Dios centrado en esta ciudad.

Jerusalén quedará sellada en el devenir profético como la ciudad de David, reconocida con este nombre por el mismo Señor (Mt.5:35 con Sal.48:2). Esta ciudad es el centro del plan de Dios en la tierra. En ella fue crucificado, muerto y resucitado el Hijo de Dios. Fue allí donde descendió el Espíritu Santo el día de Pentecostés. Desde allí salió el evangelio a todas las naciones, porque de Sión saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra del Señor.

Es Jerusalén la piedra de tropiezo para todas las naciones en el conflicto actual árabe-israelí (Zac.12:3). Hay una lucha infernal para impedir que se vincule a Israel con Jerusalén porque en ella tenemos la antesala del reino mesiánico que ha de venir. Es el intento que hace poco ha llevado a cabo una resolución de la UNESCO, solicitada por los países musulmanes, para desvincular la historicidad de Jerusalén, la explanada del templo y el llamado Muro de los Lamentos de la historia antigua y reciente de Israel.

La ciudad de paz, por la que el salmista nos pide orar (Sal.122), es la ciudad que ha padecido más batallas, y por la que más se pelea en la actualidad. Pues bien, esa ciudad escogida por Dios fue conquistada por el rey David estableciendo en ella la fortaleza de Sion. Un día será lugar del trono del Mesías para siempre (Sal.132:11-18) (Sal.89:27-37).

         La batalla por Jerusalén no es baladí. En ella se libra uno de los episodios más trascendentes del futuro reino de Israel para todos los pueblos.

77 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoLa casa de David (IV) – La generación de David

Todos estos hombres de guerra, dispuestos para guerrear, vinieron con corazón perfecto a Hebrón, para poner a David por rey sobre todo Israel; asimismo todos los demás de Israel estaban de un mismo ánimo para poner a David por rey  (1 Crónicas 12:38).

         El relato bíblico no deja lugar a dudas: David no fue un hombre perfecto, tuvo grandes sombras en su vida, pero de todas ellas pudo recuperarse porque su corazón era íntegro delante de Dios y fue conducido al arrepentimiento una y otra vez.

Muerto Saúl y sus hijos en la batalla contra los filisteos, la situación del reino de Israel era sombría. David, que había sido ungido rey por Samuel, (que también había fallecido), con los seiscientos que le acompañaron durante la travesía por el desierto mientras escapaban de las garras conspiratorias de Saúl, se levantaron ahora como una nueva generación de guerreros preparados para el tiempo que les tocaba vivir.

Todo el capítulo doce de primera de Crónicas muestra cómo se fueron uniendo a David distintos hombres valientes, fieles, preparados para la guerra, entendidos en los tiempos, y dispuestos a pelear sin doblez de corazón. De entre ellos sobresale la lista de los enumerados como los valientes de David.

Una generación excepcional y única en la historia de Israel tomaba el mando para cumplir el rol profético que le tocaba vivir; reconociendo el liderazgo del rey que había sido escogido por Dios, y puestos a sus órdenes, se fundieron con él para llevar adelante el plan profético que marcará el punto culminante de la historia antigua del pueblo de la promesa.

David solo no pudo hacerlo. Necesitó toda una generación de hombres forjados en su carácter, que habían compartido luchas y conflictos parecidos, de las diversas tribus de Israel, unidos en una misión irremplazable: establecer el reino de Dios en la tierra. Fueron tiempos de guerra. Hombres preparados para la lucha inevitable.

Antes de establecer el reino de paz había que luchar por la justicia que debe sustentar el trono. Esta generación vivió un tiempo de grandes batallas, a la siguiente, la de Salomón (también figura del reino milenial de Cristo en la tierra), le tocó el tiempo de paz y prosperidad. Es necesario servir a Dios en nuestra generación. David lo hizo y durmió, fue reunido con sus padres, la gran nube de testigos que nos preceden para que nosotros corramos la parte de la carrera que nos toca realizar hasta el tiempo de la restauración de todas las cosas en el advenimiento del reino mesiánico.

         Cada generación tiene que realizar su parte del plan diseñado por Dios en el devenir de los tiempos que el Padre puso en su sola potestad.

76 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoLa casa de David (III) – Vio corrupción

Porque a la verdad David, habiendo servido a su propia generación según la voluntad de Dios, durmió, y fue reunido con sus padres, y vio corrupción. Mas aquel a quien Dios levantó no vio corrupción  (Hechos 13:36,37).

         En la figura histórica de David nos encontramos con un tipo del Mesías que abarca distintas esferas de su misión. Todo prototipo que aparece en la Escritura señalando al Mesías contiene aspectos comunes, paralelos, y otros que lo diferencian. La Escritura revela en muchas ocasiones partes de la plenitud que hay en Cristo mediante distintos personajes, lo cual no quiere decir que sean idénticos entre sí, pero nos dan un acercamiento en sombra de aquel que había de venir. Eso en cuanto a la primera venida del Mesías, pero hay una segunda venida que también está tipificada en la persona de David relacionada con el reino mesiánico venidero.

Dicho esto, y para no confundir la exégesis, veamos algunos aspectos más de la figura de David que muestran acercamiento o lejanía de la figura central de toda la Escritura que es el Mesías. Vemos en nuestro texto, que aunque David prefigura y anticipa a uno de sus descendientes que habrá de sentarse en su trono para siempre, sin embargo, lo supera y amplifica por cuanto se trata del Rey de gloria.

David sirvió a su propia generación, según la voluntad de Dios, y durmió. Cumplió su parte del proyecto divino y una vez acabada la obra encomendada fue reunido con sus padres, y vio corrupción. Es decir, su cuerpo de muerte, sometido al pecado de origen, obtuvo el resultado anunciado: la muerte.

Sin embargo, Jesús, el Hijo de Dios, que nació sin relación con el pecado; que fue engendrado por el Espíritu Santo sin intervención humana, una vez acabada la obra que el Padre le encargó, no vio corrupción. Su cuerpo fue puesto en la tumba, pero la muerte no pudo retenerlo (Hch.2:24), por ello resucitó de entre los muertos y volverá para reinar como descendiente de la casa de David.

Jesús es el hijo anunciado cuyo reino no tendrá fin. El apóstol Pedro reconoció esta verdad inamovible ante el pueblo de Israel cuando dijo: Varones hermanos, se os puede decir libremente del patriarca David, que murió y fue sepultado, y su sepulcro está con nosotros hasta el día de hoy. Pero siendo profeta, y sabiendo que con juramento Dios le había jurado que de su descendencia, en cuanto a la carne, levantaría al Cristo para que se sentase en su trono, viéndolo antes, habló de la resurrección de Cristo, que su alma no fue dejada en el Hades, ni su carne vio corrupción.

         El que es llamado hijo de David en los días de su carne, era Señor de David, a quién éste veía siempre delante de él en su vida de fe y servicio.       Ver los textos: (Lc.18:38,39) (Lc.20:41-44) (Hch.2:25-28).

75 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoLa casa de David (II) – Conforme a la promesa

Quitado éste, les levantó por rey a David, de quien dio también testimonio diciendo: He hallado a David hijo de Isaí, varón conforme a mi corazón, quien hará todo lo que yo quiero. De la descendencia de éste, y conforme a la promesa, Dios levantó a Jesús por Salvador a Israel (Hechos 13:22,23).

         En la persona de David tenemos en la Escritura la conjunción de distintos propósitos de Dios. Primeramente era un hombre conforme al corazón de Dios, escogido por Él para realizar sus voluntades. Elegido para ser rey de Israel, figura del Rey de reyes que habría de venir. Nacido en la ciudad de Belén, de la que era originaria la familia de David, para ser el precursor del salvador a Israel (observa la centralidad del pueblo escogido) y alcanzar a todos los pueblos y naciones como Salvador del mundo, y reinar en el futuro como Rey de Jerusalén, anticipando el reino mesiánico que ha de venir.

Todo ello conforme a la promesa. Y en esta expresión quiero pararme unos instantes. Meditemos. Israel tuvo primeramente un rey conforme a la carne (Saúl); de la misma manera que le nació a Abraham un hijo de la carne (Ismael), que luchaba y menospreciaba al futuro hijo de la promesa (Isaac). Pues bien, Saúl, el rey, hijo de la carne, luchó contra el hijo de la promesa (David), y futuro rey de Israel, queriendo matarlo en diversas ocasiones. Tenemos aquí otro principio revelado en la Escritura: la lucha entre la carne y el espíritu.

Por otro lado, el apóstol nos dice que el primer hombre es de la tierra, terrenal; el segundo hombre, que es el Señor, es del cielo (1 Co.15:47). Saúl era de la tierra. David del cielo; conforme a la promesa, escogido por gracia, nacido por el Espíritu de Dios. Adán era de la tierra; el postrer Adán, Cristo, es del cielo. Tenemos también una creación entregada a la vanidad por causa del pecado (Rom.8:20), y esperamos una tierra nueva regenerada en la que morará la justicia (2 Pedro 3:13); es decir, el reino mesiánico prometido a la casa de David. Y todo ello según sus promesas.

Este es el lenguaje de la Escritura: Eligió a David su siervo (Sal.78:70). Juré a David mi siervo… Hallé a David mi siervo… Y no mentiré a David (Sal.89:3,20,35). Y trascendiendo al propio David, está escrito: ¿No dice la Escritura que del linaje de David, y de la aldea de Belén, de donde era David, ha de venir el Cristo? (Jn.7:42). El Mesías ha sido anunciado en sus múltiples funciones como un hijo de la casa de David, de la tribu de Judá, que es superior al personaje histórico, y que nos conduce al reino mesiánico prometido. Dios actúa según la promesa. Los que creen las heredan.

         David es una figura central en la Escritura que trasciende a su propia temporalidad para adentrarnos en la esperanza del reino prometido a Israel.

74 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoLa casa de David (I) – El llamamiento

Y Samuel respondió a Saúl: No volveré contigo; porque desechaste la palabra de YHVH y YHVH te ha desechado para que no seas rey sobre Israel… YHVH ha rasgado hoy de ti el reino de Israel, y lo ha dado a un prójimo tuyo mejor que tú (1 Samuel 15:26,28).

         Desechado Saúl, el Señor escogió un hombre conforme a su corazón para ocupar su lugar. El modelo adaptado al sistema de este mundo había fracasado, ahora el Señor va a levantar un diseño nuevo según el reino de Dios. Cuando fracasan los reinos de este mundo el Señor viene para reinar en gloria, mostrando así el triunfo de su modelo celestial.

La desobediencia de Saúl atrajo la ira de Dios sobre su reino, como la de Adán en Edén. El diseño de Dios comienza en el corazón del hombre, un nuevo corazón; no en las apariencias externas (Saúl), ni en la vanidad o vanagloria de la vida, sino en el corazón cambiado a su semejanza (David). Tenemos aquí un anticipo del nuevo pacto.

El reino de Dios se establece sobre corazones rendidos a su voluntad, hechos a la imagen del Hijo. David es aquí una figura múltiple. Por un lado del llamamiento de Dios, por otro del nuevo hombre, y en tercer lugar es también un prototipo del reinado mesiánico de Jesús, enviado a Israel para reinar desde Jerusalén sobre todas las naciones.

La elección de la casa de David ya estaba profetizada desde los días de Jacob. Judá, te alabarán tus hermanos… No será quitado el cetro de Judá (Gn.49:8-10). Una vez que Saúl fue desechado el Señor envió a Saúl a casa de Isaí en Belén, porque de sus hijos me he provisto de rey (1 Sam.16:1). Cuando comenzó «el desfile» de los hijos de Isaí, el mismísimo profeta de Dios pensó que teniendo delante al impresionante Eliab, su primogénito, sería el escogido por Dios. Pero no era así. El Señor le recordó que él no mira lo que mira el hombre, pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero YHVH mira el corazón (16:7).

Pasaron todos sus hijos hasta que mandaron llamar al pequeño David que estaba en el campo cuidando las ovejas de su padre. Al parecer había pasado completamente desapercibido para la familia. Cuando llegó a la casa de su padre, David, que era rubio, hermoso de ojos, y de buen parecer, Samuel recibió la confirmación del Señor: Levántate y úngelo, porque éste es (16:12). Desde ese momento el Espíritu de Dios vino sobre David, y la unción que recibió se fue abriendo camino en medio de la oposición a su llamamiento. Siempre hay oposición al ungido del Señor.

         La Escritura es clara: Dios desecha y Dios escoge. Es soberano. Y al hacerlo siempre mira el corazón en una dimensión eterna y trascendente.

73 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoLos orígenes del reino (XXIII) – El reinado de Saúl (3)

Mas ahora tu reino no será duradero, YHVH se ha buscado un varón conforme a su corazón, al cual YHVH ha designado para que sea príncipe sobre su pueblo, por cuanto tú no has guardado lo que YHVH te mandó (1 Samuel 13:14).

         Los reinos de este mundo, al estilo del reinado de Saúl, tienen fecha de caducidad. No son duraderos aunque ejerzan dominio por un tiempo. Su debilidad radica en que tienen su fundamento sobre el brazo de carne y no sobre la soberanía del Rey del Universo.

Muy pronto vemos que el reinado de Saúl era endeble. Se inició como resultado de una petición basada en los deseos humanos, comprensibles, pero contrarios al plan de Dios. Pronto mostró que su obediencia era circunstancial, y se hizo palpable que obedecer es mejor que muchos sacrificios. Dios le puso fecha de caducidad. Tu reino no será duradero. El mismo mensaje que dio Daniel a Belsasar. MENE: Contó Dios tu reino, y le ha puesto fin. TEKEL: Pesado has sido en balanza, y fuiste hallado falto. PERES: Tu reino ha sido roto, y dado a los medos y a los persas (Dn.5:25-28).

El Señor se buscó a un varón conforme a su corazón. Este sí sería designado por la voluntad perfecta de YHVH. Una referencia clara al futuro reino mesiánico de la casa de David. Notemos que el reino mesiánico ya fue anunciado en vida del reino de Saúl, figura de los reinos de este mundo. Transcurrieron treinta y ocho años hasta el fin de la casa de Saúl y el inicio de la casa de David. Dios no retrasa su promesa, sino que la revela en medio de los procesos naturalmente sobrenaturales.

Podemos ver en el reino de Saúl cierta similitud con el reino que se levantó en la llanura de Sinar, el de Babel. Pidieron un rey para levantar un reino a semejanza de las demás naciones cananeas, por tanto, al estilo de Babilonia. En Babel rechazaron el gobierno del Señor, y Nimrod se levantó como líder de un gobierno mundial. Saúl no tuvo tantas pretensiones, pero participó del mismo espíritu babilónico cuando desechó la obediencia al mandato del Señor y pensó unir el poder político con el religioso, ofreciendo él mismo los sacrificios. Dios lo permitió en ambos casos pero le puso caducidad.

Dios permite gobiernos y reinos moldeados por ideologías humanas, pero ha designado a su Mesías para reinar según el modelo diseñado en el cielo. A Babel le siguió el llamamiento de Abraham. A Saúl le siguió David, un hombre conforme al corazón de Dios. El Señor permite gobiernos babilónicos en la iglesia por un tiempo, pero les ha puesto fecha de caducidad, aunque al presente sean fuertes y dominadores.

         El reino de Saúl no fue duradero pero introdujo el futuro reino davídico.

72 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoLos orígenes del reino (XXII) – El reinado de Saúl (2)

Entonces dijo todo el pueblo a Samuel: Ruega por tus siervos a YHVH tú Dios, para que no muramos; porque a todos nuestros pecados hemos añadido este mal de pedir rey para nosotros. Y Samuel respondió al pueblo: No temáis; vosotros habéis hecho todo este mal; pero con todo eso no os apartéis de en pos de YHVH, sino servidle con todo vuestro corazón (1 Samuel 12:19,20).

         Pasada la euforia inicial por la recién estrenada monarquía de Saúl, el pueblo supo por Samuel el pecado que habían cometido. La decisión fue tomada contra la voluntad de Dios. En ella estaba implícito el mensaje de rechazar a YHVH como rey del pueblo, abandonar la vida de fe y andar por la vista, según el sistema del mundo que los rodeaba. Todo ello fue calificado por el profeta como «vuestra maldad que habéis hecho ante los ojos de YHVH, pidiendo para vosotros un rey» (1 Sam.12:17). La verdad de sus actos debía ser conocida y aceptada con sus consecuencias.

El pueblo quedó afligido y pidió a Samuel que rogara por ellos para que no murieran (12:19). Su conciencia había sido herida ante la realidad de añadir a su pecado pedir un rey para nosotros. Me recuerda el episodio de Pentecostés. Una vez conscientes de haber matado al Autor de la vida, dijeron: ¿Qué haremos? El apóstol Pedro dijo: Arrepentíos y convertíos para que sean borrados vuestros pecados.

Por su parte, el profeta Samuel dijo al pueblo que no temieran, sino que sirvieran al Señor con todo el corazón, sin apartarse en pos de vanidades (12:20,21), porque YHVH no desamparará a su pueblo, por su grande nombre; porque YHVH ha querido haceros pueblo suyo (12:22).

Aún en la desobediencia el Señor sigue siendo Dios de Israel, no los desecha. Aunque Israel como pueblo, especialmente las autoridades (los edificadores Mt.21:42-45), rechazaron al Mesías, siguieron siendo el pueblo de Dios, unidos a los pactos y las promesas hechas a los padres. No lo olvidemos. Dios no ha desechado a su pueblo (Rom.11:1,2).

Samuel seguiría orando por ellos, como lo hizo el apóstol Pablo, a pesar de cometer el error de elegir un rey contrariamente a la voluntad de Dios. En el caso del Mesías-Rey por rechazar (hasta ahora) al que Dios ha enviado como Redentor, heredero del trono de David, a quién sí reconocerán un día, como aquel que habían traspasado, y llorarán por él como se llora por hijo unigénito (Zac.12:10). En definitiva, pedir un rey fue errático y pecado, pero aún había esperanza si corregían su camino temiendo a Dios. Saúl no lo hizo.

         Pecar o errar en una decisión, por trascendente que sea, no nos elimina delante de Dios si reconocemos nuestro pecado y reconducimos nuestras vidas.

71 – El reino mesiánico

El reino mesiánicoLos orígenes del reino (XXI) – El reinado de Saúl (1)

Y Samuel dijo a todo el pueblo: ¿Habéis visto al que ha elegido YHVH, que no hay semejante a él en todo el pueblo? Entonces el pueblo clamó con alegría, diciendo: ¡Viva el rey! Samuel recitó luego al pueblo las leyes del reino, y las escribió en un libro, el cual guardó delante de YHVH (1 Samuel 10:24,25).

         Todo el proceso de escogimiento de Saúl como primer rey de Israel es muy rico en detalles en el libro de Samuel. En sus días se hizo popular una expresión en el pueblo: «¿También Saúl entre los profetas?» Todo parecía ir de acuerdo al deseo del corazón de las multitudes, que ahora estallaron en alegría porque tenían un rey como las demás naciones. Se institucionalizó la monarquía en Israel.

Samuel presentó a Saúl al pueblo. Su aspecto era impresionante en su porte externo. Superaba la media de altura, y sacaba una cabeza a todos los demás. Se sentían seguros. Anduvieron por la vista y la apariencia. Este recorrido carnal tuvo las patas muy cortas, y pronto las cosas comenzaron a torcerse, aunque antes asistiremos a días con apariencia de piedad.

Las leyes del reino fueron redactadas en un libro, y se guardaron delante de YHVH. El libro de Deuteronomio ya adelantaba gran parte de la normativa (Dt.17:14-20). Vemos en él un adelanto de lo que ahora se estaba materializando. Tenemos aquí una manifestación de la presciencia de Dios, (conocedor de los tiempos futuros). Lo mismo en el caso de los elegidos de quienes habla el apóstol Pedro (1 Pedro 1:2).

Dios adelantó a Moisés que llegaría el tiempo cuando el pueblo pediría un rey como todas las naciones, pero le puso límites a sus prerrogativas: no sería un hombre extranjero; no tendría demasiados caballos; no hará volver al pueblo a Egipto; no tomará para sí muchas mujeres, no sea que su corazón se desvíe (Salomón parece que no leyó bien esta porción de la Escritura); no amontará para sí plata ni oro; escribirá una copia del libro de la ley para leerlo todos los días para que aprenda a temer a YHVH, y guardar sus palabras poniéndolas por obra; de esta forma no se elevaría su corazón con soberbia sobre sus hermanos y prolongaría los días de su reino y los de sus hijos.

Saúl comenzó bien, con humildad, sorprendido por el llamamiento. Obtendría algunas victorias sobre los enemigos de Israel que le darían confianza en sí mismo, pero una vez que sintió amenazado su trono por un competidor mejor que él, su corazón fue carcomido por la envidia, dando lugar al diablo para que le atormentase y trajera opresión y angustia al pueblo que debía servir. La historia de Saúl, el rey del pueblo, sería un fracaso dramático para su casa, y finalmente ser desechado.

         El reinado de Saúl comenzó en la carne y terminó en desastre.