127 – LA VIDA EN EL ESPÍRITU – El fruto del Espíritu – paz

La vida en el Espíritu - MeditacionesEl fruto del Espíritu – paz

Mas el fruto del Espíritu es… paz…  (Gálatas 5:22).

La paz se hizo añicos desde el día cuando el primer hombre eligió emanciparse del Creador. A través de Adán el pecado entró en el mundo, y desde ese mismo momento la guerra hizo su aparición en el ámbito familiar. Caín mató a Abel y la paz del primer hogar fue trastornada. Las pasiones de la carne, mediante la naturaleza caída, dieron lugar a todo tipo de ambiciones y codicias que hacen imposible la paz real. La paga del pecado es muerte; más el fruto del Espíritu es vida y paz. No solo se truncó la paz entre los hombres, sino que se levantó un muro de separación entre Dios y sus criaturas que hizo imposible la armonía.

La buena nueva está en que Jesús nos ha reconciliado mediante la sangre de su cruz, por tanto, justificados, pues, por la fe, tenemos paz con Dios (Ro.5:1). También se levantó una pared intermedia de separación entre judíos y gentiles; la cruz de Cristo la derribó, junto con las enemistades, para crear un nuevo hombre, nacido del Espíritu, estableciendo así la paz, reconciliando con Dios a los dos en un cuerpo por medio de la cruz, habiendo dado muerte en ella a las enemistades (Ef. 2:13-16).

La paz, como fruto del Espíritu, es parte del reino de Dios, porque el reino de Dios no es comida, ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu (Ro.14:17). Jesús trajo esa paz del cielo: «La paz os dejo, mi paz os doy, no os la doy como el mundo la da» (Jn. 14:27). Le dijo a los suyos: «Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz» (Jn.16:33). Por tanto, hablamos de una paz que está vinculada a Jesús y que es fruto del Espíritu. La paz de Dios que sobrepasa a todo entendimiento nos libra de la ansiedad y las preocupaciones habituales en el mundo (Fil. 4:6,7). Viene del mismo cielo, de la naturaleza de Dios, el Dios de paz (1 Tes.5:23) y amor (2 Co.13:11).

Jesús es el príncipe de paz (Isaías 9:6), pero tuvo que atravesar el valle de sombra de muerte para levantarse victorioso sobre la muerte y su poder, habiendo obtenido redención eterna para todos los que se acercan a él. Paz en medio de la tormenta. Jesús se presentó a los suyos con este mensaje una vez resucitado de entre los muertos: «Paz a vosotros» (Lc. 24:36). Esto lo hizo en diversas ocasiones pero el saludo fue el mismo: «Paz a vosotros» (Jn.20:19-21,26). Es la paz de Dios establecida en el corazón de sus hijos para que sean pacificadores en un mundo lleno de violencia. Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios (Mateo 5:9).

El fruto de aquellos que están llenos del Espíritu es la paz que sobrepasa todo entendimiento.

126 – LA VIDA EN EL ESPÍRITU – El fruto del Espíritu – gozo

La vida en el Espíritu - MeditacionesEl fruto del Espíritu – gozo

Mas el fruto del Espíritu es… gozo…  (Gálatas 5:22).

El gozo del que hablamos es del Espíritu, por tanto, de la naturaleza de Dios, celestial y eterno. La consecuencia de un pecador arrepentido en la tierra es gozo en el cielo (Lc.15:7,10,32). Hubo gozo en la ciudad de Samaria después de que Felipe predicara el evangelio y el Señor confirmara su palabra con milagros (Hch.8:5-8). Jesús se regocijó en Espíritu cuando regresaron los setenta con gozo porque los demonios se les sujetaban, y él les dijo que debían gozarse más porque sus nombres estaban escritos en el cielo. En aquella misma hora vio caer del cielo al diablo como un rayo, y se regocijó mucho porque el Padre había revelado las verdades del reino a los niños (Lc.10:18-21).

El fruto del Espíritu es gozo. El gozo del Señor es nuestra fortaleza (Neh.8:10). Los discípulos que habían recibido la palabra a la predicación de Pablo y Bernabé «estaban continuamente llenos de gozo y del Espíritu» (Hch. 13:52). Discipulado, gozo y Espíritu todo unido. Había persecución también, pero el gozo del Espíritu superaba la aflicción de la oposición al evangelio. Los apóstoles, después de haber sido azotados y que les prohibieran hablar en el nombre de Jesús, «salieron de la presencia del concilio, regocijándose de que hubieran sido tenidos por dignos de padecer afrenta por su Nombre. Y todos los días, en el templo y de casa en casa, no cesaban de enseñar y predicar a Jesús como el Cristo» (Hch. 5:40-42).

Predicación, persecución, gozo, y volver a predicar es la secuencia normal en la vida del discípulo. Tal vez por ello en la iglesia occidental mayoritariamente se ha cambiado el gozo del Espíritu por sucedáneos de entretenimiento carnal. Cuando no hay sufrimiento por el evangelio tampoco hay gozo verdadero. Aunque debemos estar siempre gozosos (1 Tes. 5:16), y manifestarlo como fruto del Espíritu, hay una dimensión superior de ese gozo cuando atravesamos periodos de persecución por el evangelio y el nombre de Jesús. Es el gozo de la identificación con Cristo en sus padecimientos y glorias. Es el gozo del amor por la verdad.

El apóstol Juan no tenía mayor gozo que ver a sus hijos andando en la verdad (3 Jn.4). Recibir la verdad, anunciarla, andar en ella y padecer por ella, es siempre motivo de gran gozo en la vida de los discípulos. El eunuco, después de entender la Escritura, creer en Jesús y bautizarse, siguió gozoso su camino (Hch.8:39). El gozo del Espíritu no es diversión carnal; se exterioriza pero no es irreverente. Es el gozo puesto delante de Jesús que le ayudó a soportar la cruz (Heb.12:2). Y es el gozo perpetuo sobre la cabeza de los redimidos (Is.61:7).

         El gozo del Espíritu es fruto de una vida plena del Espíritu.

125 – LA VIDA EN EL ESPÍRITU – El fruto del Espíritu – amor

La vida en el Espíritu - MeditacionesEl fruto del Espíritu – amor

Mas el fruto del Espíritu es amor…  (Gálatas 5:22).

Dios es amor (1 Jn.4:8), pero no solo amor. Jesús es la manifestación del amor de Dios y la voluntad del Padre. El fruto del Espíritu es amor, su primera manifestación. La persona que está llena del Espíritu manifiesta el amor de Dios. Hablamos de amor ágape, el que emana de la misma naturaleza del Padre, no de nuestros intereses, sino los del otro. El amor de Dios derramado en nuestros corazones mediante el Espíritu (Ro.5:5) nos conduce a salir de nosotros mismos, de nuestro egoísmo innato y repetitivo para ver al otro, nuestro prójimo.

El evangelio es amor derramado en la cruz del Calvario. Su mensaje contiene una sustancia única, celestial, no es de la tierra. El amor del Espíritu es la primera manifestación de un fruto múltiple en aquellos que viven llenos de Él. Está escrito: «Todas vuestras cosas sean hechas con amor» (1 Co.16:14). El amor del que hablamos lo tenemos expuesto en 1 Corintios 13, ese pasaje que siempre aparece en las ceremonias de boda, tan poético como lejano de muchos de los contrayentes. Porque generalmente confundimos el amor del que habla el apóstol Pablo con el amor «eros», el amor sensual de las películas de Hollywood, el amor de los sentidos carnales, los afectos humanos y el deseo propio.

El amor como fruto del Espíritu es sobrenatural. Procede de Dios. Por tanto, su expresión no tiene nada que ver con nuestra realización personal, sino con la transformación interna de nuestro espíritu fundido en el de Dios. El amor no busca lo suyo, no está orientado hacía sí mismo. No usa a los demás como pretexto para su propia exaltación. El amor de Dios derramado en sus hijos se expresa en el uso fiel de los dones recibidos. Y los dones son para la edificación de los otros, del cuerpo del Mesías.

Si hacemos cualquier cosa impresionante, pero no tenemos amor, somos como metal que resuena o címbalo que retiñe. Hacer uso de los dones espirituales sin amor nos hace vanos delante de Dios, sin provecho (1 Co.13:1-3). Creo que no está de más recordarnos lo que es el amor. «El amor es paciente, bondadoso; el amor no tiene envidia; el amor no es jactancioso, no es arrogante; no se porta indecorosamente; no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal recibido; no se regocija de la injustica, sino que se alegra con la verdad; todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser» (1 Co.13:4-8). Es eterno. La fe y la esperanza pasarán, pero el amor permanecerá, porque Dios es amor. Es más fuerte que la muerte, (Cantares 8:6). El fruto del Espíritu es amor.

         El amor del Espíritu nos introduce en la misma naturaleza de Dios.

124 – LA VIDA EN EL ESPÍRITU – El fruto del Espíritu – Introducción

EL FRUTO DEL ESPÍRITU

         Toda manifestación carismática tiene que pasar la prueba de fuego: el fruto que da. El fruto del Espíritu pone de manifiesto la llenura del Espíritu. Revela la madurez del discípulo y junto con los dones espirituales producirán una obra duradera, permanente, edificante y gloriosa para Aquel que es el Dador de todas las cosas.

         El fruto del Espíritu revela nuestra madurez y pone en evidencia la verdadera naturaleza de nuestro corazón. El fruto del Espíritu es el carácter de Jesús, por tanto, producirá nuestra transformación a su semejanza. Examinemos nuestros corazones a la luz del fruto que el Espíritu produce en nosotros mientras vivimos y andamos en Él.

  1. El fruto del Espíritu – introducción (Gá.5:22)
  2. El fruto del Espíritu – amor (Gá.5:22)
  3. El fruto del Espíritu – gozo (Gá.5:22)
  4. El fruto del Espíritu – paz (Gá.5:22)
  5. El fruto del Espíritu – paciencia (Gá.5:22)
  6. El fruto del Espíritu – benignidad (Gá.5:22)
  7. El fruto del Espíritu – bondad (Gá.5:22)
  8. El fruto del Espíritu – fidelidad (Gá.5:22)
  9. El fruto del Espíritu – mansedumbre (Gá.5:23)
  10. El fruto del Espíritu – dominio propio (Gá.5:23)
  11. El fruto del Espíritu – justicia (Ef.5:8,9)
  12. El fruto del Espíritu – verdad (Ef.5:8,9)

La vida en el Espíritu - MeditacionesEl fruto del Espíritu – Introducción

Mas el fruto del Espíritu es…  (Gálatas 5:22).

A partir de esta nueva meditación quiero hacer un recorrido por las nueve manifestaciones del fruto del Espíritu según la enseñanza del apóstol Pablo en Gálatas. Conocer la obra del Espíritu tiene que ver con discernir su naturaleza, el fruto que produce; de todo ello encontramos amplia enseñanza en la Escritura. La máxima esencial es que el Espíritu glorifica a Jesús, enseña lo relacionado con la doctrina del Maestro de Galilea, que a su vez era y es la palabra del Padre enviada a la tierra. El Espíritu no habla de sí mismo, siempre lo hace para revelar a Jesús, su obra, su enseñanza, su gloria. Aquí tenemos las claves esenciales para distinguir la obra del Espíritu en medio de un océano de mezclas espurias y falsificaciones de su obra. Jesús dijo: «por sus frutos los conoceréis».

Hemos visto hasta ahora una relación de muchas de las manifestaciones del Espíritu, así como de los dones ministeriales en la vida de personas, hombres y mujeres, llenas del Espíritu. También hubo y hay falsos maestros, falsos profetas, y falsas manifestaciones atribuidas al Espíritu, pero que tienen una fuente distinta. Debemos «probar los espíritus para ver si son de Dios» (1 Jn.4:1). El apóstol Juan nos da una clave para probarlos. «En esto conocéis el Espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios; y todo espíritu que no confiesa a Jesús, no es de Dios; y este es el espíritu del anticristo, del cual habéis oído que viene, y que ahora ya está en el mundo» (1 Jn.4:2-3). Se trata de reconocer y confesar la encarnación del Hijo de Dios, con todas sus implicaciones, en la redención efectuada en su totalidad.

Además, las personas que dicen hablar de parte del Espíritu deben manifestar un carácter conforme a la naturaleza del mismo Espíritu. El Espíritu de Dios es el Espíritu de santidad, por tanto, nadie que hable por el Espíritu puede buscar su propia gloria. La obra de cada uno quedará expuesta a la luz del fruto que da. Podemos impresionar a otros durante un tiempo mediante los dones recibidos, pero el fruto del carácter maduro del vaso escogido manifestará, más pronto o más tarde, quién gobierna y dirige su corazón. Los dones son el resultado de la gracia inmerecida de Dios; el fruto del Espíritu manifiesta su naturaleza y el carácter de Jesús en nuestro diario vivir. El fruto del Espíritu viene como consecuencia de una vida crucificada con Cristo. Los dones pueden manifestarse pronto, el fruto es más lento y precisa un recorrido más largo.

         El fruto del Espíritu es como un árbol divino ramificado en nuestras vidas para transformar nuestro carácter.

123 – LA VIDA EN EL ESPÍRITU – Somos templo del Espíritu (4)

La vida en el Espíritu - MeditacionesSomos templo del Espíritu (IV)

No estéis unidos en yugo desigual con los incrédulos, pues ¿qué asociación tienen la justicia y la iniquidad? ¿O qué comunión la luz con las tinieblas? ¿O qué armonía tiene Cristo con Belial? ¿O qué tiene en común un creyente con un incrédulo? ¿O qué acuerdo tiene el templo de Dios con los ídolos? Porque nosotros somos el templo del Dios vivo…  (2 Corintios 6:14-16).

El ser humano tiene una necesidad innata de pertenencia. No hace falta ser espiritual, tener el Espíritu de Dios, para buscar identidad en un grupo con el que poder compartir un ideal que le dé sentido a la vida. A veces estamos dispuestos a sacrificar la verdad por la necesidad de ser aceptados. Otro intento es mezclar nuestras convicciones y principios para evitar el conflicto, la confrontación inevitable entre grupos antagónicos.

Los creyentes occidentales pronto aceptamos una identidad cristiana centrada en un lugar físico. Vinculamos nuestra fe a un centro de reunión con sus actividades interminables, y hacemos de ello el centro sobre el que gira nuestra vida cristiana. Pablo no enseña eso. La iglesia no es un lugar físico. Somos templo del Espíritu. El Espíritu mora en nosotros, no en templos hechos por manos humanas. Pero continuamente mezclamos los términos y confundimos  nuestra identidad.

Pablo nos enseña en este pasaje que no debemos hacer yugos desiguales, y hace una relación de mezclas que no pueden darse en la vida del hijo de Dios. Por un lado tenemos la justicia, la luz, Cristo, el creyente, el templo de Dios. Y por el otro, incredulidad, iniquidad, tinieblas, Belial, y los ídolos. No se pueden asociar entre ellos porque son realidades opuestas. Tienen naturalezas distintas. De la misma forma que el agua y el aceite no se pueden mezclar, tampoco debemos hacer yugos desiguales con los incrédulos. No se trata de no tener contacto con personas idólatras, de otra manera tendríamos que salir del mundo (1 Co.5:9-11), si no que aquellos que llamándose hermanos viven siendo idólatras, inmorales, avaros, difamadores o estafadores.

Conocer nuestra identidad como templo del Espíritu nos lleva a la comunión con aquellos que son de nuestro mismo espíritu. Reconocer el cuerpo. Saber quién es nuestro pueblo. Con quienes debemos mantener la unidad del Espíritu a pesar de las diferencias que tenemos en asuntos secundarios, recordando la diversidad dentro de la unidad en Cristo, que es la cabeza del cuerpo. Somos el templo del Espíritu y esto delimita nuestras asociaciones.

         Saber que somos templo del Espíritu nos llevará a no hacer asociaciones o yugos desiguales, con aquellos que tienen una identidad opuesta al reino.

122 – LA VIDA EN EL ESPÍRITU – Somos templo del Espíritu (3)

La vida en el Espíritu - MeditacionesSomos templo del Espíritu (III)

¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Pues por precio habéis sido comprados; por tanto, glorificad a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios  (1 Corintios 6:19-20).

Saber que el Espíritu de Dios mora en nuestro espíritu y que somos hijos de Dios parece una verdad que aceptamos pronto y bien. Sin embargo, entender que nuestro cuerpo es también templo del Espíritu y que ya no nos pertenece no parece estar tan claro en nuestras vidas cotidianas. El pasaje que estamos viendo en esta meditación nos habla de la relación que existe entre el hombre espiritual y nuestro cuerpo.

Hay pecados vinculados al espíritu y otros relacionados con el cuerpo, ambos son igualmente rechazables y están conectados, porque todo nuestro ser, espíritu, alma y cuerpo deben ser guardados irreprensibles en santidad hasta la venida del Señor (1 Tes.5:23). El apóstol está aquí abordando el tema de la fornicación. Dice, «el cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor, y el Señor es para el cuerpo» (1 Co.6:13). Enseña que nuestros cuerpos son miembros de Cristo (6:15), por tanto, no debemos unirnos a una ramera, «¿O no sabéis que el que se une a una ramera es un cuerpo con ella? Porque El dice: los dos vendrán a ser una sola carne» (6:16). Para decir luego que nuestra unión espiritual con Cristo nos fusiona en un mismo espíritu con El (6:17), por ello, debemos huir de la fornicación, porque el fornicario peca contra su propio cuerpo (6.18), por tanto, contra el dueño del mismo.

Llegado a este punto, dice el apóstol: «No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros, el cual tenéis de Dios y que no sois vuestros?». Esta verdad no la hemos entendido bien. Hemos dado lugar al dualismo que separa nuestro ámbito natural del espiritual, pero eso no está en la Biblia, es gnosticismo. Hemos sido comprados por la sangre de Jesús (Hch.20:28) completamente: nuestro cuerpo, nuestra alma y nuestro espíritu, los cuales son de Dios. Todo nuestro ser es de Dios. No hay diferencia ni separación.

La forma de vestir tiene importancia para Dios. Con pudor y modestia, dice la enseñanza apostólica. Lo que hacemos con los miembros de nuestro cuerpo debe glorificar a Dios, de la misma forma que nuestra alma y espíritu. Por tanto, dile no a la fornicación, a la pornografía, a la vanagloria en la forma de vestir, a la seducción, y glorifiquemos a Dios en nuestro cuerpo y nuestro espíritu. Somos templo del Espíritu Santo.

         La consciencia de nuestra identidad como templo del Espíritu conduce a glorificarle en todo nuestro ser: espíritu, alma y cuerpo, los cuales son de Dios.

121 – LA VIDA EN EL ESPÍRITU – Somos templo del Espíritu (2)

La vida en el Espíritu - MeditacionesSomos templo del Espíritu (II)

¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él, porque el templo de Dios es santo, y eso es lo que vosotros sois  (1 Corintios 3:16-17).

La vida cristiana debe desarrollarse hasta el momento cuando comenzamos a ser conscientes de quienes somos. Cuando un niño nace en el seno familiar pasa algún tiempo sin que tenga plena consciencia de su pertenencia a dicha familia, aunque los padres se encarguen desde el principio de cuidarlo y educarlo según la herencia familiar a la que pertenece. El desarrollo de su personalidad debe dar lugar a un crecimiento que afirma la identidad del niño en el ámbito de su familia. La vida espiritual, desde su nacimiento, sigue un proceso similar.

Pablo dijo que «la voluntad de Dios es que todos los hombres sean salvos», y luego dice, «y que vengan al pleno conocimiento de la verdad» (1 Tim.2:4). La gran tragedia de muchos hijos de Dios es que nunca alcanzan el nivel adecuado de identidad como templo de Dios, morada de Dios. Sí comprenden que pertenecen a una iglesia local con sus características doctrinales y tradiciones que aceptan hasta convertirlas, en muchos casos, en intocables, porque reciben de ella su identidad personal. A menudo aparece el componente sectario mirando a los demás con sospecha si no tienen los mismos rasgos que los identifica a ellos. Surgen así las divisiones, ya presentes en la misma iglesia de Corinto, cuando el apóstol les dice: «Así que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo… Pues habiendo celos y contiendas entre vosotros, ¿no sois carnales y andáis como hombres? Porque cuando uno dice: Yo soy de Pablo, y otro: Yo soy de Apolos, ¿no sois simplemente hombres?» (1 Co.3:1-4).

La madurez significa entrar a un nivel mayor de identidad que la simple superficie de nuestra fe. Somos parte de un cuerpo, no el ombligo del mundo. Pablo dice que «debemos discernir el cuerpo de Cristo» y no destruirlo, porque el que destruye el templo de Dios, el cuál es santo, Dios lo destruirá a él. Esto se ha interpretado generalmente como una apelación al suicidio, pero creo que, sin aceptar el suicidio, hay una verdad más que tiene que ver con la universalidad del templo de Dios, no con catedrales o mega-iglesias. La consciencia de ser templo de Dios debe llevarnos a saber reconocer los pensamientos de Dios, distinguiendo el espíritu del mundo de lo que viene del Espíritu de Dios y que nos ha sido dado (1 Co.2:10-15).

         Somos el templo de Dios, santificado, para revelar su gloria y santidad.

120 – LA VIDA EN EL ESPÍRITU – Somos templo del Espíritu (1)

TEMPLO DEL ESPÍRITU SANTO

         Una de las verdades transformadoras en la vida del discípulo es que somos templo del Espíritu Santo. Dios ha hecho morada en el corazón del hombre mediante su Espíritu. Es la promesa del Nuevo Pacto. Nuestra identidad como hijos de Dios será renovada y transformada en la medida en que comprendemos que Dios habita en nosotros. Esta verdad afecta a toda nuestra manera de vivir; en todo nuestro ser, espíritu, alma y cuerpo; y consolida la esperanza de ser parte del edificio vivo que el Señor está construyendo con las piedras vivas, de toda lengua, pueblo y nación.

  1. Somos templo del Espíritu (I) (1 Co.3:16,17)
  2. Somos templo del Espíritu (II) (1Co.3:16,17)
  3. Somos templo del Espíritu (III) (1 Co.6:19,20)
  4. Somos templo del Espíritu (IV) (2 Co.6:14-16)

La vida en el Espíritu - MeditacionesSomos templo del Espíritu (I)

¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él, porque el templo de Dios es santo, y eso es lo que vosotros sois  (1 Corintios 3:16-17).

Una vez que hemos sido sellados por el Espíritu, bautizados en un cuerpo por el Espíritu, haber recibido dones para servir al cuerpo y glorificar a Dios, debemos afianzar nuestra identidad. Somos templo del Espíritu de Dios. Morada de Dios, apartados para Él. El Espíritu que Dios ha hecho morar en  nosotros nos anhela celosamente (Stg. 4:5).

El Antiguo Pacto, centrado en el templo de Jerusalén, tenía un ceremonial muy exigente hasta lograr la expiación el día de Yom Kipur, cuando el sumo sacerdote entraba una sola vez al año con sangre de machos cabríos y becerros para obtener el perdón de pecados del pueblo. El Nuevo Pacto, inaugurado por el Mesías, tiene mejores promesas y está edificado sobre la piedra angular que es el Mesías, y cada uno de nosotros somos una piedra viva en el nuevo edificio de Dios. Jesús dijo: «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré… él hablaba del templo de su cuerpo. Por eso, cuando resucitó de los muertos, sus discípulos se acordaron de que había dicho esto; y creyeron en la Escritura y en la palabra que Jesús había hablado» (Jn.2:19-22). Pedro lo recoge en su primera carta. «También vosotros, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo» (1 Pedro 2:5).

Somos templo de Dios. Nueva identidad. Morada de Dios. Casa de Dios. Esta es la revelación del Nuevo Pacto. «Porque este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días… Pondré mi ley dentro de ellos, y sobre sus corazones la escribiré; y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo» (Jer.31:33). Pablo lo expresa así: «¿O qué acuerdo tiene el templo de Dios con los ídolos? Porque nosotros somos el templo del Dios vivo, como Dios dijo: Habitaré en ellos, y andaré entre ellos; y seré su Dios, y ellos serán mi pueblo» (2 Co.6:16). También está expuesto en la carta a los Hebreos (8:8-13).

En definitiva, tenemos una nueva identidad mediante el Espíritu, somos templo y morada de Dios, participantes del Nuevo Pacto, una piedra en el nuevo edificio de Dios y no un miembro nominal de una iglesia denominacional. Pablo enfatiza a los corintios: «No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?». Saberlo cambia nuestra perspectiva de la vida.

         La identidad de saber que somos templo de Dios eleva nuestra vida a una dimensión y propósito que afecta a toda nuestra manera de vivir.

119 – LA VIDA EN EL ESPÍRITU – La meta es Cristo

La vida en el Espíritu - MeditacionesDones ministeriales – la meta es Cristo

… sino que hablando la verdad en amor, crezcamos en todos los aspectos en aquel que es la cabeza, es decir, Cristo, de quien todo el cuerpo (estando bien ajustado y unido por la cohesión que las coyunturas proveen), conforme al funcionamiento adecuado de cada miembro, produce el crecimiento del cuerpo para su propia edificación en amor  (Efesios 4:15,16).

Todos nosotros hemos visto algún documental del mundo animal donde la manada protege a los recién nacidos de los peligros que siempre le acechan. La madre cuida especialmente del pequeño, pero además de ese cuidado, el grupo, mantenerse unidos, le da seguridad y cobijo. Por su parte las crías deben seguir al grupo y no despistarse.

Pablo enseña que una de las características de la niñez es ser llevados por vientos o arrastrados por las olas, y que en lugar de ello debemos seguir la verdad en amor. Para no ser llevados por el viento debemos seguir la verdad. La verdad es Cristo, por tanto, la cobertura que tenemos es el cuerpo de Cristo. Este pasaje lo deja claro. Algunos han llevado a extremos delirantes el tema de la cobertura espiritual de un pastor. Sin embargo, el apóstol enseña que nuestra cobertura está en el cuerpo, cuya cabeza es Cristo. Nos necesitamos los unos a los otros. La actividad propia de cada miembro provee el crecimiento general del cuerpo.

Debemos estar enfocados a la cabeza y no hacia un líder protector que en muchos casos viene a ocupar el lugar de Cristo. Nuestra cobertura espiritual no es un pastor «macho alfa», o una mujer profetisa «matriarca Jezabel», nuestra cobertura la tenemos en permanecer unidos al cuerpo, usar los dones recibidos en beneficio del otro, ocupar nuestro lugar y no el de otro y enfocar toda esta actividad espiritual hacia la cabeza, de donde recibimos todo lo que necesitamos, porque fuera de él nada podemos hacer.

Los dones ministeriales han sido dados por Jesús para capacitar y edificar el cuerpo de discípulos. Cuando cumplen su función todos recibimos honra, cuando sufren, todos sufrimos con ellos, cuando se alejan del propósito de Dios hay pérdida, todo se desordena y en lugar del cuerpo operamos como un rompecabezas, no hay edificación sino división y dispersión. Si transgredimos el orden de Dios venimos al caos y la confusión. Ningún miembro, por importante que sea, está por encima del cuerpo, y todos estamos unidos a la cabeza y necesitados de cada uno.

         La meta de los dones ministeriales es orientar el crecimiento hacia la cabeza, la cual es Cristo, de quién depende todo el cuerpo.

118 – LA VIDA EN EL ESPÍRITU – Salir de la niñez

La vida en el Espíritu - MeditacionesDones ministeriales – para salir de la niñez espiritual

… para que ya no seamos niños, sacudidos por las olas y llevados de aquí para allá por todo viento de doctrina, por la astucia de los hombres, por las artimañas engañosas del error  (Efesios 4:14).

La vida cristiana comienza como un embrión divino en el espíritu de la nueva criatura. Tiene un inicio pequeño pero la vida lleva en sí misma el potencial de crecimiento para desarrollarse en un proceso gradual hacia la madurez para dar fruto. Como cualquier otra vida necesita cuidados especiales, sobre todo en su inicio, hasta que se desarrolle y pueda defenderse por sí misma.

El estado de niñez espiritual debe ser un tiempo breve en la vida de los discípulos. Es un periodo propicio para la fluctuación, ser llevado y sacudido por olas en forma de circunstancias que cambian el estado de ánimo y lo desorientan. También es un tiempo de debilidad en el que se puede ser arrastrado por vientos doctrinales que se desvían de la verdad del evangelio. Tanto las circunstancias como las doctrinas son usadas por hombres astutos para desviar, si fuera posible, al hijo de Dios y llevarlo al error.

El espíritu de error usa artimañas. ¿Qué es una artimaña? Es una acción hábil, disimulada y malintencionada para conseguir un propósito. El propósito aquí es apartar de la verdad del evangelio y conducir al recién nacido por caminos errados. Los dones ministeriales tienen la misión de ser padres y madres espirituales para cuidar especialmente en este tiempo a los hijos de Dios hasta que crezcan y maduren. Si permanecemos en estado de niñez, −sin madurar−, estamos expuestos a ser llevados por vientos ideológicos, doctrinas extrañas, corrientes de pensamiento, filosofías diversas y engañosas que ahogarán la palabra recibida.

Pablo le dijo a los gálatas: «¡Oh, gálatas insensatos! ¿Quién os ha fascinado a vosotros, ante cuyos ojos Jesucristo fue presentado públicamente como crucificado?» (Gá. 3:1). Y hablando a los tesalonicenses usó un lenguaje matriarcal, «Como una madre que cuida con ternura a sus propios hijos» (1 Tes. 2:7); y patriarcal, «Así como sabéis de qué manera os exhortábamos, alentábamos e implorábamos a cada uno de vosotros, como un padre lo haría con sus propios hijos» (1 Tes.2:11). El lenguaje revela el corazón de apóstol, pastor y maestro que tenía Pablo. El mismo sentir que hubo en Cristo. También el apóstol Pedro tuvo el mismo sentir cuando dijo: «desead como niños recién nacidos, la leche pura de la palabra, para que por ella crezcáis para salvación» (2 Pedro2:1-2).

         Necesitamos padres espirituales que nos permitan salir de la niñez asegurando un crecimiento adecuado como hijos de Dios.