EL REINO VENIDERO (11) – Desde la fundación del mundo (1)

El reino venideroDesde la fundación del mundo (1)

Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo (Mateo 25:34)

El reino venidero ya estaba preparado y prometido desde la fundación del mundo. Preparado para los benditos del Padre, los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos (Mateo 5:3). Y prometido a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a los que le aman (Santiago 2:5). Un reino preparado y prometido desde la fundación del mundo que se truncaría por la entrada del pecado, para recuperarlo en el final de los tiempos después de todo un proceso de redención y regeneración mediante el Cordero de Dios que también fue inmolado desde el principio del mundo (Apocalipsis 13:8).

Todo estaba preparado desde la fundación del mundo, cuando el Todopoderoso descansó de sus obras, porque está escrito: las obras suyas estaban acabadas desde la fundación del mundo. Porque en cierto lugar dijo así del séptimo día: Y reposó Dios de todas sus obras en el séptimo día (Hebreos 4:3,4). En este último texto se habla de un reposo futuro para el pueblo de Dios, porque el que ha entrado en su reposo, también ha reposado de sus obras, como Dios de las suyas (Hebreos 4:9,10). Ese reposo futuro no es otro que la herencia del reino, un reino de paz y gozo con el Rey entronizado en la ciudad de Jerusalén.

Hemos visto en capítulos anteriores que al advenimiento del reino venidero le preceden tiempos de tribulación, angustia y dolores de parto como señal de que el día de reposo se acerca, —el séptimo día—, es el gobierno de Dios sobre las naciones para establecer un reino de justicia que traerá descanso a quienes forman parte del reino y muchas naciones se verán favorecidas por tiempos de refrigerio, como está escrito: así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio, y él envíe a Jesucristo, que os fue antes anunciado (Hechos 3:19,20).

El contexto del pasaje que estamos meditando muestra que la heredad del reino ha sido preparada para los hijos del reino desde la fundación del mundo como consecuencia de la llegada del Hijo del Hombre viniendo en su gloria y todos los santos ángeles con él para sentarse en su trono de gloria en la ciudad de Jerusalén, donde serán reunidas delante de él todas las naciones para ser juzgadas por el trato dado a Israel (Mateo 25:31,32,40). Y los suyos, los santos, ―hijos del reino― juzgarán al mundo y los ángeles (1 Corintios 6:2,3).

         Hay un reino preparado y prometido desde la fundación del mundo que heredarán los hijos del reino juzgando con Jesús a las naciones.

EL REINO VENIDERO (10) – Los hijos del reino (2)

El reino venideroLos hijos del reino (2)

Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios  (Juan 1:12,13)

Una de las grandes y gloriosas verdades que contiene el evangelio es la de ser hechos hijos de Dios. Éramos por naturaleza hijos de ira, vivíamos alejados de la ciudadanía de Israel, desligados de las promesas y los pactos hechos con Abraham y el pueblo de Israel. Éramos advenedizos, sin esperanza y sin Dios en el mundo. Nosotros los gentiles andábamos perdidos en la vanidad de este mundo, pero cuando se manifestó la bondad de Dios, nuestro Salvador, nos salvó, no por obras que nosotros hubiéramos hechos, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo (Tito 3:4-5). Éramos esclavos de nuestras pasiones y deleites carnales. El pecado nos dominaba como un tirano implacable. Vivíamos bajo la potestad de las tinieblas, llevados de aquí para allá, sin rumbo, sin sentido ni dirección en la vida.

Pero cuando oímos el evangelio, el mensaje que estaba oculto desde antes de la fundación del mundo, y que fue manifestado por las Escrituras de los profetas, según el mandamiento de Dios, se  nos dio a conocer para que obedeciéramos a la fe en todas las naciones (Romanos 16:25-27). Ese mensaje libertador y transformador nos alcanzó y con él la adopción como hijos de Dios. De muerte a vida. De la potestad de las tinieblas al reino de su Hijo amado. Ahora somos hijos, no esclavos, sino hijos, y se nos ha dado el Espíritu de su Hijo con el cual podemos clamar ¡Abba Padre! (Romanos 8:15). Hemos sido comprados como propiedad de Dios. Hemos sido hechos hijos de Dios. Engendrados por su voluntad soberana. Nacidos para vivir en su reino, en sus dominios, bajo su autoridad y cuidado; aunque si es necesario tengamos que padecer por un poco de tiempo algunas aflicciones en el presente siglo.

Porque hemos sido hechos hijos y herederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados (Romanos 8:17). Fusionados con el destino del Hijo de Dios. Vinculados a él para siempre. Predestinados para ser hechos conforme a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Vidas con destino dentro del reino en el que ya vivimos como hijos de Dios. Pero sigue habiendo «hijos del malo». Cizaña en medio del trigo. Por lo cual habrá una batalla hasta la manifestación del reino mesiánico en la tierra, donde los hijos serán manifestados en gloria.

         Hemos sido trasladados al reino como hijos de Dios por su soberana voluntad y una nueva naturaleza para dar fruto que honre al rey.

EL REINO VENIDERO (9) – Los hijos del reino (1)

El reino venideroLos hijos del reino (1)

Respondiendo él, les dijo: El que siembra la buena semilla es el Hijo del Hombre. El campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del reino, y la cizaña son los hijos del malo  (Mateo 13:37,38)

Estamos viendo de forma sucinta algunos aspectos del reino de Dios. Ya sabemos que hay tres manifestaciones distintas del reino en la Escritura. La primera en el corazón de los hombres, es la que tiene lugar cuando invocamos el nombre del Mesías-Rey. Entramos a formar parte del reino que ya ha venido de manera invisible, aunque se hace claramente visible por medio de las obras que emanan en aquellos que son ahora hijos del reino. Dio comienzo con el advenimiento de la primera venida del Mesías. Él dijo que su reino no era de este mundo. Luego hemos comentado brevemente el reino que tendrá su manifestación visible en la ciudad de Jerusalén en la segunda venida de Cristo. He hecho un amplio recorrido en la serie titulada El reino mesiánico. Y también hay un reino eterno que tendrá lugar al final del reino mesiánico o milenial.

Hasta ahora hemos visto algunos aspectos fundamentales del reino de Dios que ha quedado establecido en los corazones de todos aquellos que han entrado mediante una nueva naturaleza y que conforman el pueblo de Dios: judíos y gentiles. Estamos haciendo un breve recorrido por las bases del reino de Dios: el rey, el reino, cómo se entra, la autoridad que contiene y ahora queremos pararnos unos instantes en los hijos del reino.

En la parábola del trigo y la cizaña el Maestro dijo que el trigo, —la buena semilla—, son los hijos del reino; y la cizaña son los hijos del malo. El reino de Dios tiene hijos. Son todos aquellos que han sido redimidos por la obra redentora de Jesús. Han recibido la palabra de Dios y dan fruto a treinta, sesenta y ciento por uno. Tienen una nueva naturaleza; se les compara con el trigo, cuyo proceso de maduración lo encontramos en otro mensaje del Maestro: primero hierba, luego espiga, después grano en la espiga; y cuando el fruto está maduro, en seguida se mete la hoz, porque la siega ha llegado (Marcos 4:26-29). Todo un proceso de crecimiento hacia la madurez cuyo resultado es dar fruto. Los hijos del reino dan buen fruto. Sirven para alimentar a otros con la verdad que anida en su interior y en su manera de vivir. Son buena tierra, donde se ha sembrado la semilla y ha germinado produciendo el gozo del sembrador que es el Señor del reino.

         Los hijos del reino tienen la naturaleza del Rey, cuyo reino está edificado sobre la justicia, la verdad y la santidad de la vida. Son luz y sal en la tierra.

EL REINO VENIDERO (8) – La autoridad del reino (2)

El reino venideroLa autoridad del reino (2)

Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; más el que no creyere, será condenado. Y estas señales seguirán a los que creen: En mi nombre…  (Marcos 16:15-20)

Toda la autoridad de Dios está reunida en el nombre de Jesús. De su nombre emana la potencia del reino para que podamos extenderlo bajo su autoridad. Algunos pretenden, −no es nada nuevo−, asaltar la autoridad del reino sin pasar por la puerta. La puerta es el rey, la autoridad del rey, el sometimiento a su señorío. Había los que ejercían en su nombre pero no eran conocidos por él. Hacían obras, incluso obras espectaculares, pero el Señor no los conocía, ¿por qué? porque no habían entrado por la puerta del reino. Querían el poder del reino sin la autoridad del rey. Otros pretenden los beneficios del reino pero alejados del rey. Lo hemos visto en algunas ideologías como el comunismo, que ha pretendido traer justicia social a la tierra, erradicar la pobreza y anunciar un reino de paz y bienestar que ha hundido a naciones enteras en la miseria y la tiranía. Otros, mediante filosofías y terapias de autoayuda pretenden hacer valer los principios del reino de Dios pero negando al Señor del reino. Ese ha sido desde el principio el intento de la rebelión de Lucifer.

Sin embargo, el reino de Dios contiene la soberanía de Dios, establecida mediante su voluntad expresada en su palabra revelada. Jesús es el Verbo de Dios. Y en ese nombre está reunida toda la autoridad del Padre. Él la recibió porque vivió sujeto al Padre. Solo hacía lo que veía hacer al Padre. Y por ese sometimiento obtuvo el nombre que es sobre todo nombre. El nombre al que están sujetos todo dominio, autoridad y principados, triunfando sobre ellos en la cruz del Calvario. Ahora, en su nombre podemos, bajo los mismos parámetros, salir a predicar y echar fuera demonios. Algunos quisieron hacerlo en nombre de Jesús, el que predica Pablo, y fueron expuestos en su fraude. No estaban sujetos a la autoridad pero querían ejercerla creyendo que podían burlar las leyes del reino (Hechos 19:13-17). Dios no se responsabiliza de las consecuencias por la transgresión de su autoridad. Los hijos de Esceva fueron expuestos y avergonzados.

El Señor confirma su palabra con señales y prodigios, pero nunca la rebelión (como la de Coré) que pretende los beneficios del reino sin vivir bajo la autoridad del rey. El Maestro enseñó a los suyos una y otra vez: Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho. (Juan 15:7). Jesús oró por los que habían recibido su palabra, no por el mundo (Juan 17:6-9,20).

         La autoridad del nombre de Jesús emana del sometimiento al señorío de Cristo, que nos hace discípulos para anunciar el reino en su nombre.

EL REINO VENIDERO (7) – La autoridad del reino (1)

El reino venideroLa autoridad del reino (1)

Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado… (Mateo 28:18-20)

La autoridad del reino emana de la voluntad del rey expresada en su palabra. Separados de él nada podemos hacer. No haremos la obra de Dios, será otra cosa. No edificaremos sobre oro, plata y piedras preciosas. El reino de Dios se construye sobre el sometimiento a su voluntad. Su voluntad es soberana. Y esa voluntad, expresada mediante su palabra escrita, es la que debemos recibir y enseñar para que el reino se extienda. El libro de los Hechos muestra esta verdad en toda su extensión. Los que recibían la palabra estaban juntos, entraban a formar parte de la familia de Dios, la comunidad de hijos, el cuerpo del Mesías. Los que la rechazaban quedaban fuera de los límites del reino de Dios.

Para ser discípulos hay que recibir la palabra del rey y Señor, sometiéndose a ella. No hay otra opción. Es imperativo. No existe tal cosa como la posibilidad de escoger. El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismoCon Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo… Debemos ser renovados y transformados de la manera de pensar de este siglo para conocer cuál es la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta. Dios envía sus órdenes a la tierra, su palabra corre veloz (Salmos 147:15). La palabra de Dios que sale de su boca no vuelve a él vacía, sin hacer antes la obra para lo cual ha sido enviada.

Sus dominios se extienden a medida que es recibida su palabra y con ella la autoridad del reino. Así es en el cielo, y debe ser en la tierra. Dice el salmista: El Eterno estableció en los cielos su trono, y su reino domina sobre todos. Bendecid a YHVH, vosotros sus ángeles, poderosos en fortaleza, que ejecutáis su palabra, obedeciendo la voz de su precepto (Salmos 103:19-20). Jesús nos ha enviado con su autoridad para hacer discípulos enseñando en todas las naciones la verdad de su palabra. Nuestra autoridad está vinculada a nuestro sometimiento a su palabra. No a una institución religiosa. Jesús es la misma palabra de Dios, el Verbo de Dios. El es la palabra que se hizo carne, por tanto, estar sujetos a Jesús, unidos con él, es estar ceñidos a su palabra, de donde obtendremos la autoridad para extender su reino. Nos ha dado permiso para usar su nombre. En mi nombrehaced discípulos. Pero separados de él no podremos.

         Dios extiende sus dominios en la tierra a través de los discípulos que reciben su palabra y quedan unidos a ella bajo su señorío y autoridad.

EL REINO VENIDERO (6) – Un nuevo Señor

El reino venideroUn nuevo Señor

Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre (Filipenses 2:9-11)

Jesucristo es el Señor. Esa es la confesión de fe que reconoce el cielo para poder tener entrada al reino de Dios en la tierra, alcanzando así su reino mesiánico y celestial a su tiempo. Jesús fue glorificado a la diestra del trono de Dios después de acabar la obra que el Padre le dio para hacer. Y una vez concluida, fue entronizado en el cielo, a la diestra del Padre. La prueba de ello fue el derramamiento del Espíritu Santo el día de Pentecostés (Shavuot). Los apóstoles lo supieron, y Pedro, en su primer discurso después del derramamiento del Espíritu, dijo: Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo [Mesías] (Hch.2:36).

Jesús ha sido entronizado como Señor y Mesías. Predicar su nombre y su obra sería a partir de ese momento el propósito esencial de la gran comisión. Pablo dijo: «predicamos a Cristo, y a este crucificado». Si confesamos con nuestra boca que Jesús es el Señor, y creemos en nuestro corazón que Dios lo levantó de los muertos, seremos salvos; porque con el corazón se cree para justicia, y con la boca se confiesa para salvación (Romanos 10:8-10). Por ello encontramos en las epístolas el tema del reino de Dios a través de la proclamación: Jesús es el Señor. No es Cesar el señor. Jesús es el Señor; y por esa declaración de fe, desde el corazón, muchos en los primeros siglos de cristianismo soportaron el martirio. Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino. Hoy vivimos lo mismo en muchas naciones del mundo, especialmente las de predominio islámico.

El islam ha cambiado la confesión de fe. La base de su declaración se denomina la Shahada, y dice: «No hay más Dios que Alá, y Mahoma es su mensajero». Observa que se trata de invocar un nombre, un dominio, una potestad. Jesús o Cesar. Yeshúa o Mahoma. Por negarse a cambiar esta confesión muchos están siendo masacrados impunemente en el Oriente Medio, y en muchas naciones de África y Asia; todos ellos de tradición y confesión musulmana. Los discípulos del Señor mantienen su confesión. Como está escrito: Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión (confesión) de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió (Hebreos 10:23).

         El que confiesa a Jesús como Señor tiene otro dueño, vive para él, y muere para él. Sea que vivamos o que muramos, somos del Señor.

EL REINO VENIDERO (5) – Cómo se entra (3)

El reino venideroCómo se entra (3)

… Con gozo dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz; el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo  (Colosenses 1:12,13)

La entrada al reino de las tinieblas fue una herencia que recibimos en Adán. Todos nacimos bajo ese dominio de rebelión, con la naturaleza del padre de la mentira; el que ha sido homicida desde el principio, por tanto, hemos participado en mayor o menor medida de su legado. El pecado entró en el mundo por el hombre. Para poder entrar en el reino de Dios necesitamos salir del dominio de las tinieblas, y esa salida es un milagro liberador que solo Dios puede hacer. La puerta de salida de ese dominio es la cruz de Cristo y su sangre derramada en el Calvario; y la de entrada al reino es su resurrección. El cual [Jesús] fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación (Romanos 4:25). La salvación es de Dios. Por eso dice el apóstol: con gozo dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia, y esa herencia tiene que ver con su propia naturaleza: creados en Cristo Jesús, en la justicia y santidad de la verdad (Efesios 4:24).

Dios nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas lleguemos a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo (el antiguo dominio del príncipe de este mundo del que hemos escapado) a causa de la concupiscencia (2 Pedro 1:4). Nacer de nuevo es salir de la potestad de las tinieblas, (su autoridad, dominio, cárcel, vivir bajo un ente espiritual dominante), y ser trasladados a otro reino, el reino de su Hijo amado. Y todo ello proviene de Dios. La salvación es de Dios.

Recordemos que hay en la Escritura tres expresiones del reino de Dios, una en el corazón, que es de la que estamos hablando; otra en Jerusalén, que es el reino mesiánico futuro del que hablamos ampliamente en otra serie, y la tercera se denomina reino eterno. Debemos entender que para alcanzar el reino eterno, y participar del reino mesiánico, necesitamos ser parte del reino de Dios aquí y ahora mediante la fe en Jesús. Él mismo dijo: Yo soy la puerta, el que por mi entrare hallará pastos. También dijo: Yo soy el camino, la verdad y la vida, nadie viene al Padre sino por mí. Hay un solo Dios y un solo Mediador, Jesucristo hombre. Porque no hay otro nombre bajo el cielo dado a los en el que podamos ser salvos que en el nombre de Jesús. El reino comienza aquí. El rey ya ha venido. El evangelio es la puerta de entrada (Efesios 1:13,14).

         La buena nueva es que el reino de Dios ha llegado, y aunque no es de este mundo, podemos entrar en él por la fe en Jesús y alcanzar el reino eterno.

EL REINO VENIDERO (4) – Cómo se entra (2)

El reino venideroCómo se entra (2)

Y después de anunciar el evangelio a aquella ciudad y de hacer muchos discípulos, volvieron a Listra, a Iconio y a Antioquia, confirmando los ánimos de los discípulos, exhortándoles a que permaneciesen en la fe, y diciéndoles: Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios  (Hechos 14:22)

En ocasiones, con el buen deseo de poner fácil la entrada a quienes predicamos el evangelio, cometemos excesos que más adelante pasan factura a los nuevos discípulos. La Biblia habla de dos reinos en oposición. El apóstol de los gentiles lo expuso claramente en el último texto de nuestra anterior meditación en Hechos 26:18-20. Veamos. Para entrar en el reino se necesita que los ojos sean abiertos. El que no naciere de nuevo no puede ver el reino de Dios. Se necesita revelación. Luz celestial. Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo (2 Corintios 4:6). Esa revelación produce una conversión de las tinieblas a la luz, un cambio de reino y dominio; dice el apóstol: de la potestad de Satanás a Dios. Es lo que llama Jesús «nacer de nuevo».

Ese nuevo nacimiento nos introduce a la esfera de la gracia, donde nuestros pecados son perdonados, recibiendo la herencia de hijos de Dios. La consecuencia de esta experiencia interna, —imposible para la sugestión humana—, es un milagro de Dios, es arrepentimiento que produce obras dignas de una nueva manera de vivir. Nuestras vidas experimentan un traslado, de la potestad de las tinieblas somos introducidos al reino de su amado Hijo (Colosenses 1:13). Dejamos el antiguo dueño y tirano, al que Jesús llama el príncipe de este mundo, y Pablo enseña que seguíamos la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que opera en los hijos de desobediencia (Efesios 2:2).

Por tanto, ahora tenemos otro Señor y Dueño. Jesús ha sido hecho Señor y Cristo (Mesías), y por la invocación de su nombre venimos a ser propiedad de Dios. Pero el antiguo «señor», el que nos tenía cautivos a voluntad de él (2 Timoteo 2:26), no se conformará con la pérdida de sus dominios en los corazones de los hombres, por eso dice Jesús que el reino de los cielos sufre violencia y los violentos lo arrebatan (Mateo 11:12). Hay una batalla que librar; de ello se desprende lo que el apóstol enseña en el texto que meditamos. La entrada al reino se produce a través de muchas tribulaciones que no debemos ignorar.

         La entrada al reino de Dios produce una convulsión en la esfera espiritual que origina conflictos y tribulaciones inesperados en el ámbito natural.

 

EL REINO VENIDERO (3) – Cómo se entra (1)

El reino venideroCómo se entra (1)

Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios… el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios (Juan 3:3,5)

Si el reino al que se refería Jesús ante Pilatos no era de este mundo, la pregunta que surge inmediatamente es ¿dónde está? y ¿cómo podemos entrar en él? Una pregunta similar hicieron los fariseos al Maestro en cierta ocasión. Preguntado por los fariseos, cuándo había de venir el reino, les respondió y dijo: El reino de Dios no vendrá con advertencia, ni dirán: Helo aquí, o helo allí; porque he aquí el reino de Dios está entre vosotros (Lucas 17:21). Observa que aunque Jesús enseñaba que su reino no era de este mundo, sin embargo, la expectativa de Israel era que vendría un día cuando se manifestaría. Esa fue más concretamente la pregunta de los fariseos a la que Jesús respondió que ya estaba aquí entre vosotros. Pero también habría un día futuro en que el reino se manifestaría. Como el relámpago que al fulgurar resplandece desde un extremo del cielo hasta el otro, así también será el Hijo del Hombre en su día (17:24).

Pero antes era necesario que el rey padeciera mucho, y fuera desechado por aquella generación (17:25). Por tanto, la entrada al reino que ya está aquí mediante la presencia del rey, aunque no se vea manifestado en la forma de un reino de este mundo, sí se hace evidente a través de sus obras. Recuerda lo que dijo Jesús en cierta ocasión: Mas si por el dedo de Dios hecho yo fuera los demonios, ciertamente el reino de Dios ha llegado a vosotros (Lucas 11:20).

Podemos entrar al reino de Dios ¿Cómo? La respuesta la encontramos en una conversación personal del Maestro con un importante hombre, principal entre los judíos, llamado Nicodemo. Jesús le dijo que para ver el reino hay que nacer de nuevo, se entra con otra naturaleza, lo cual nos enseña que el ámbito natural de la persona impide ver el reino de Dios, hay que nacer de nuevo, y ese nacimiento se produce mediante el agua (símbolo de la palabra de Dios Efesios 5:26 y Santiago 1:18), y del Espíritu. Esta nueva realidad toma forma a través del arrepentimiento y la fe en Jesús. Recuerda: el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio (Marcos 1:15). Pablo lo explicó de esta manera al relatar su conversión: para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios; para que reciban, por la fe que es en mí, perdón de pecados y herencia entre los santificados… que se arrepintiesen y se convirtiesen a Dios, haciendo obras dignas de arrepentimiento (Hechos 26:18-20).

         Podemos ver y entrar hoy en el reino mediante el arrepentimiento y la fe en Jesús. ¡Venid en pos de él!

EL REINO VENIDERO (2) – El reino

El reino venideroEl reino

¿Eres tú el Rey de los judíos?… Respondió Jesús: Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí (Juan 18:33-36)

Todo rey tiene su reino. En la lógica humana una persona que es proclamada rey debe tener un reino en algún lugar. Ese fue el razonamiento de Pilatos en su conversación con Jesús. El gobernador romano quiso incidir sobre los aspectos de su reinado al ver que Jesús era anunciado por las multitudes como rey de los judíos. La respuesta del Maestro tuvo que dejarle desconcertado: mi reino no es de este mundo. Como muchos de nosotros, Pilatos tuvo que pensar que no había peligro para su posición, y menos aún para la estabilidad del Imperio Romano, si el reino que se anunciaba no pertenecía a la esfera terrenal, se trataba del hecho religioso, y eso entraba dentro de un terreno que parece no preocupar a la política. Sin embargo, aunque el reino de Dios no es de este mundo, sí opera en este mundo y tiene una incidencia mayor de la que suponen muchos gobernantes humanos.

Por otra parte, el reino de Dios tiene dos manifestaciones complementarias, por un lado en el corazón de los hombres que reciben al rey como Señor de sus vidas aquí y ahora, y eso siempre tiene consecuencias prácticas en la sociedad; y por otro, debemos entender que el reino de Dios tiene una manifestación futura que sí será palpable y tendrá una repercusión definitiva sobre todos los demás reinos. El profeta Daniel lo vio de esta forma al interpretar el sueño de Nabucodonosor: Hay un Dios en los cielos, el cual revela los misterios, y él ha hecho saber al rey Nabucodonosor lo que ha de acontecer en los postreros días… Estabas mirando, hasta que una piedra fue cortada, no con mano, e hirió a la imagen en sus pies de hierro y de barro cocido, y los desmenuzó… Mas la piedra que hirió a la imagen fue hecha un gran monte que llenó toda la tierra… Y en los días de estos reyes el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido, ni será el reino dejado a otro pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre (Daniel 2:28-44).

Por tanto, hay una manifestación invisible del reino de Dios que no es de este mundo, pero habrá otra que si será visible y derribará todos los demás reinos. Es lo que llamamos el reino mesiánico. Hoy, dice Pablo, el reino de Dios no consiste en comida y bebida, sino en justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo (Romanos 14:17).

         El reino de Dios no es de este mundo, aunque ha leudado el mundo con su poder manifestado en justicia, paz y gozo por el Espíritu en sus hijos.