Índice:
HISTORIA DE LA CARTA
ENSEÑANZAS Y TEMAS
- Avivar el fuego del don de Dios (1:6)
1.1. Desechando la cobardía (1:7).
1.2. Recibiendo su poder (1:7).
1.3. Recibiendo su amor (1:7).
1.4. Una vida disciplinada o dominio propio (1:7).
1.5. Dar testimonio del Señor (1:8).
1.6. Participar en las aflicciones por el evangelio (1:8).
- Encárgalo a hombres fieles (2:1-7)
2.1. Soldado.
2.2. Atleta.
2.3. Labrador.
- El obrero del Señor (2:14-26)
3.1. Debe presentarse a Dios aprobado (2:15).
3.2. No tiene de que avergonzarse (2:15).
3.3. Maneja con precisión la Palabra de verdad (2:15).
3.4. Evita las palabrerías vacías (2:16-18).
3.5. Que se aparte de la iniquidad (2:19-21).
3.6. Huye de las pasiones juveniles (2:22).
3.7. El siervo del Señor no debe ser rencilloso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido, corrigiendo tiernamente a los que se
oponen (2:24-26).
- Sobre los últimos tiempos (3:1-9)
- La autoridad inspirada de las Escrituras (3:10-17) (4:1-5)
- Las últimas palabras de Pablo (4:6-18)
PREGUNTAS Y REPASO
Nota: He usado mayoritariamente la Biblia de las Américas.
HISTORIA DE LA CARTA
Estamos ante el último escrito del apóstol Pablo. Haciendo un breve recorrido cronológico del tiempo anterior a su composición diremos que al final del libro de los Hechos encontramos a su autor en la cárcel de Roma alrededor del año 63 d.C. Según los datos comúnmente aceptados por los historiadores Pablo fue absuelto en aquella ocasión tras pasar dos años enteros en una casa alquilada, y recibía a todos los que a él venían, predicando el reino de Dios y enseñando acerca del Señor Jesucristo, abiertamente y sin impedimento (Hch.28:30,31). Luego volvió a Grecia y Asia Menor, para posteriormente volver a Roma donde volvería a ser arrestado como uno de los cabecillas de la secta de los «nazarenos». El emperador Nerón había desatado una persecución implacable contra la iglesia acusando a los cristianos del incendio de la capital imperial que él mismo había ocasionado. Muchos seguidores de «Crestos» (Cristo en griego) fueron enviados a los circos romanos donde entregaron su vida como mártires.
Alrededor del año 66/67 d.C. nuestro protagonista fue nuevamente encarcelado en Roma donde finalmente sería ejecutado. Mientras esperaba la sentencia escribió esta carta a Timoteo, amado hijo (2 Tim.1:2). Estamos, por tanto, ante un relato altamente emocional y trascendente en el que destaca la grandeza espiritual de nuestro autor frente al martirio. Muchos le habían abandonado cuando tuvo que defender la causa del evangelio ante el emperador (4:16); sin embargo, añade a continuación, pero el Señor estuvo a mi lado, y me dio fuerzas, para que por mí fuese cumplida la predicación, y que todos los gentiles oyesen. Así fui librado de la boca del león (4:17). Pablo afronta sus últimos días con entereza de ánimo, sin pesar por el fin que enfrentaba por la causa a la que había dedicado la mayor parte de su vida. Sabe que el Señor me librará de toda obra mala, y me preservará para su reino celestial (4:18). Esta epístola es «el testamento» y colofón de un soldado de Jesucristo a punto de acabar su carrera para entrar en el descanso de su Señor.
ENSEÑANZAS Y TEMAS
Hemos escogido algunas de las enseñanzas principales que Pablo da a su colaborador Timoteo para que después de su partida el discípulo tome el relevo y pueda seguir desarrollando la misión en el punto donde el apóstol lo deja. Este modelo se repite a menudo en las páginas de la Biblia. Lo encontramos en la bendición de los patriarcas a sus hijos al final de sus vidas. Lo vemos en la vida de Moisés y su relevo por Josué. Elías lo transmitió a Eliseo. Jesús lo hizo con sus discípulos y los apóstoles quienes seguirían transmitiendo el evangelio de Dios de generación en generación hasta nuestros días. A continuación veremos los temas que hemos recopilado de esta carta.
- Avivar el fuego del don de Dios (1:6)
Por lo cual te recuerdo que avives el fuego del don de Dios que hay en ti por la imposición de mis manos (1:6). Nos encontramos aquí con un aspecto nuclear de la vida cristiana y el liderazgo. El apóstol se lo recuerda a su colaborador para que no disminuya en él la impronta del verdadero discípulo del Señor. Avivar es necesario cuando el fuego decae. Recuperar el impulso interior en medio de las múltiples circunstancias cambiantes de la vida y los sentimientos que suben y bajan. El don de Dios es la manifestación latente del Espíritu Santo en nuestras vidas. Es posible apagarlo, incluso contristarlo, entristecerlo, y con ello nuestra misión sufrirá ineficacia y pérdida. Avivarlo es volver a encenderlo una y otra vez. En palabras del profeta: no quebrará la caña cascada, ni apagará el pábilo mortecino; con fidelidad traerá justicia (Is.42:3). Nuestra debilidad inherente a la condición humana tiende a decaer, pero los que esperan en el Señor renovarán sus fuerzas, se remontarán y volverán a correr (Is. 40:31). Es lo que le pide el apóstol a Timoteo. Parece que el discípulo está perdiendo vitalidad espiritual y su mentor le recuerda lo que debe hacer: avivar el fuego en su corazón. Fue la experiencia del profeta Jeremías cuando decayó su llamamiento a un pueblo rebelde y endurecido. Y dije: No me acordaré más de él, ni hablaré más en su nombre; no obstante, había en mi corazón como un fuego ardiente metido en mis huesos; traté de sufrirlo, y no pude (Jer.20:9). La fuerza interior que nos sobrepuja es la consciencia de que el Señor está con nosotros como poderoso gigante (Jer.20:11). En los siguientes versículos Pablo le dice a Timoteo cómo avivar el fuego del don de Dios dentro de él.
1.1. Desechando la cobardía (1:7). Este enemigo que neutraliza el llamamiento de Dios y puede llegar a extinguirlo es de la misma familia que el temor pero tiene sus diferencias. Mientras que el temor es un enemigo con el que lidiamos a menudo, imposible de erradicarlo puesto que es una emoción humana intrínsecamente ligada a nuestra humanidad, por el contrario la cobardía es una actitud ante los desafíos de la vida, por tanto, un factor que puede modelar nuestro carácter. Un desecho es aquello que hemos desestimado como sobrante, es lo que abandonamos deliberadamente por improductivo, lo arrojamos tras apropiarnos de lo realmente útil y servicial. Desechamos un clínex después de su uso pues queda inservible para cualquier otra función. La cobardía, una vez evidenciada su ineficacia y habiendo comprobado lo nocivo de su utilidad la desechamos y abandonamos evitando recuperar sus servicios porque se ha grabado en nuestro ser su daño, lo cual, como decimos, forja nuestro carácter. La cobardía pertenece a la misma familia de la incredulidad, los homicidios, la fornicación y hechicería, la idolatría y la mentira, por tanto, tienen su destino en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda (Apc.21:8). La cobardía no procede de Dios, como enfatiza el apóstol a su discípulo: no nos ha dado Dios espíritu de cobardía. No nos pertenece, es otro espíritu. La cobardía asienta un tipo de comportamiento contrario a la voluntad de Dios. Nos guía a la desobediencia, mientras que el temor nos paraliza con la posibilidad de recuperar la acción correcta una vez pasa su hechizo paralizador. Tenemos un ejemplo claro de esto en la vida de Saúl. Cuando recibió el encargo de destruir a Amalec tuvo miedo del pueblo (se acobardó ante ellos) y les dejó hacer lo que querían (1 S.15:24 Traducción en lenguaje actual TLA), incumpliendo así la perfecta voluntad de Dios. Por ese camino el primer rey de Israel fue perdiendo el fuego del don de Dios que le había sido dado hasta su extinción. Por ello, dice el apóstol, «aviva» el fuego de Dios desechando la cobardía porque no viene de Dios, es otro espíritu. El Maestro tuvo que reprender a los suyos en cierta ocasión diciéndoles: Vosotros no sabéis de que espíritu sois (Lc.9:55). Probad los espíritus (1 Jn.4:1) escribió el apóstol Juan, porque muchos falsos profetas han salido por el mundo, por ello les apeló a no creer a todo espíritu, sino probarlos. Debemos saber cuál es el Espíritu de Dios y sus obras, seguirle, abrirnos a su guía desechando las manifestaciones contrarias a su naturaleza, una de ellas no es la cobardía, por tanto, cuando nos atenaza debemos saber que no andamos en el Espíritu, sino bajo la influencia de otro espíritu que Dios no nos ha dado.
1.2. Recibiendo su poder (1:7). El término «poder» viene de la palabra griega «dynamis» que significa capacidad o fortaleza para hacer algo, llevar a cabo una misión. Esta dynamis viene del Espíritu de Dios, está en Él, y nos es dada a los discípulos para ser testigos de la resurrección de Jesús. Recibiréis poder (dynamis), cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos (Hch.1:8). Este es el don de Dios que Timoteo debe avivar en su vida para seguir cumpliendo su servicio a los santos. Nuestro ser interior es como un vaso que necesita ser llenado con el soplo que lo impulsará en una dirección u otra. Jesús enseña que Cuando el espíritu inmundo sale del hombre, anda por lugares secos, buscando reposo, y no lo halla. Entonces dice: Volveré a mi casa de donde salí; y cuando llega, la halla desocupada, barrida y adornada. Entonces va, y toma consigo otros siete espíritus peores que él y entrados, moran allí… (Mt. 12:43-45). No podemos servir a dos espíritus o señores que se apoderan de nuestro impulso. No hemos recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que hemos recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! (Rom.8:15). Pero si somos engañados en cuanto al Espíritu que hemos recibido, otro espíritu tomará lugar mediante la mentira y nos conducirá al error, alejados del propósito divino y eterno. Por eso una de las oraciones principales del apóstol Pablo por los hermanos de todas las congregaciones era que recibieran espíritu de sabiduría y de revelación, alumbrando los ojos de su entendimiento, para que supieran, entre otras cosas, cual era la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza, la misma que operó en Cristo resucitándole y sentándole en los lugares celestiales (Ef.1:16-20). Y el profeta dijo: mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento (Os.4:6). Dios nos ha dado espíritu de poder. Nos ha capacitado con la fortaleza necesaria para cumplir lo que nos ha sido encomendado. Otra cosa es cuando pretendemos hacer aquello para lo que no hemos sido capacitados, por ello es vital conocer cuál es la voluntad de Dios que tenemos expresada en las Escrituras, para ello Dios nos capacita mediante su Espíritu en el nuestro impulsando desde dentro el potencial para activar las obras preparadas de antemano. Luego existe una capacitación para el servicio concreto al que hemos sido llamados, y que en la vida de Timoteo era el ministerio de evangelista, siendo distinto en unos y otros. En todo tiempo nuestra verdadera necesidad es avivar el fuego del don de Dios, de esta forma obtendremos la fortaleza necesaria para ser fieles al que nos llamó. Por este motivo, la posible timidez de Timoteo no era excusa para dejar de afrontar los problemas de la congregación de Éfeso, y así se lo hizo constar el apóstol Pablo.
1.3. Recibiendo su amor (1:7). Todas nuestras motivaciones deben ser hechas por amor. Cristo nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros, por tanto, andar en sus mismas pisadas es andar en amor. Recibir a Cristo es recibir el amor de Dios en nuestros corazones, puesto que Jesús es la expresión máxima del amor de Dios. La dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro (Rom.6:23). Ese amor recibido y expresado nos mantendrá avivados, motivados e impulsados en las obras que correspondan en cada ocasión. El amor de Dios procede de la misma fuente que el poder (dynamis). Porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado (Rom.5:5). Tampoco en esto podemos servir a dos señores. Si el amor de Dios está activado en nuestros corazones no puede haber lugar para el odio y el rencor. Si se apaga el amor, —si dejamos el primer amor—, la tibieza y con ella la permisividad del sistema de este mundo nos inundará con sus reivindicaciones humanistas alejándonos de la fuente de poder que debe impulsar nuestras acciones (Apc.2:4). Nos dejaremos inundar por el egoísmo imperante torciendo nuestro destino y propósito. Precisamente esta exhortación de Jesús en Apocalipsis fue hecha a la iglesia de Éfeso donde Timoteo había ejercido su ministerio un tiempo. Una vez más constatamos lo fácil que es perder el fuego del don de Dios y la necesidad de avivarlo continuamente.
1.4. Una vida disciplinada o dominio propio (1:7). Realmente vivimos anegados en medio de una generación que ha perdido el dominio propio. Las adicciones de todo tipo han inundado el alma humana, y el comportamiento desequilibrado en tantas y tantas actividades nos han introducido en una dependencia de sustancias químicas (drogas y opiáceos mayoritariamente) que conducen al ser humano a un estado de esclavitud insoportable. Vivimos dependientes de la farmacología con toda su toxicidad y efectos secundarios para poder afrontar a duras penas los desafíos de la vida. Han surgido nuevas ideologías que impulsan todo tipo de caprichos sentimentales para acomodar nuestras apetencias a la realidad que pretendemos crear, aunque en el proceso destruyamos la esencia del ser humano tal y como la concibió el Creador. Pablo le dice a Timoteo que el dominio propio viene de Dios, nos ha sido dado por Él para desarrollar correctamente el proyecto de vida. Nuestra fuente de vida y salud es Dios, de Él viene toda gracia, pero en muchos casos hemos abandonado la fuente de agua viva y nos hemos entregado a las cisternas rotas que no retienen el agua (Jer.2:13). Abandonamos la fe de nuestros padres para entregarnos a filosofías e ideologías que no responden la necesidad vital del ser humano. Las consecuencias las tenemos a la vista en múltiples manifestaciones en esta generación. Es la consecuencia de la apostasía de la fe. La falta de continencia (dominio propio) en el ámbito sexual está propiciando un alarmante exceso de pornografía infantil, fornicación y violaciones todo ello impulsado por leyes que corrompen la infancia, esclavizan a toda una generación mediante el anticipo de los procesos naturales de crecimiento, destruyendo así la futura estabilidad familiar. Una libertad mal entendida que impide el autocontrol y las disciplinas básicas acaban destruyéndonos como personas y sociedades. Necesitamos regresar al equilibrio de los valores morales esenciales. Muchos cristianos están sometidos hoy también a todos esos vaivenes ideológicos que establecen una forma de pensar contraria a la voluntad de Dios. Por eso el apóstol le dice a su discípulo que debe avivar el fuego del don de Dios, desechando la cobardía y seguir recibiendo de la fuente divina el poder, amor y dominio propio que proceden de nuestra unión intrínseca con el Autor de nuestra salvación. Pablo lo practicaba para hacerse copartícipe del evangelio. Corría la carrera de tal manera que golpeaba su cuerpo con disciplina personal y dominio propio, poniéndolo en servidumbre para que no fuera eliminado de la carrera (1 Co.9:23-27). También lo quiso enseñar al gobernador Félix y éste se espantó. Pero al disertar Pablo acerca de la justicia, del dominio propio y del juicio venidero, Félix se espantó, y dijo: Ahora vete; pero cuando tenga oportunidad te llamaré (Hch.24:25). Es el mismo espanto que produce a muchos de nuestros contemporáneos cuando les anunciamos el equilibro del evangelio frente a los desmanes del hombre caído. Sin embargo, la respuesta a nuestros males actuales está en regresar a la verdad que nos libera de nosotros mismos y todos los sucedáneos modernos que pretenden actuar como placebos engañosos. Timoteo, —y con él todos nosotros—, necesitaba recordar la fuente de donde emana el agua que siempre brota para vida eterna.
1.5. Dar testimonio del Señor (1:8). No avergonzarnos de dar testimonio de nuestra fe en el Señor Jesucristo en medio de una generación soberbia y burladora del evangelio es un potencial renovador de nuestro amor a Dios. Dar testimonio del Señor mantiene lubricado nuestro espíritu, por tanto, avivado. Retengamos nuestra profesión [confesión] (Heb.4:14). La firmeza de nuestra fe se hará cada vez más necesaria en medio de una generación maligna y perversa. Porque vivimos rodeados de ataques a la fe del evangelio. La persuasión hechicera de razonamientos altivos que se oponen a la verdad de la palabra de Dios es en nuestros días un ataque tan sutil y perturbador que pretende hacernos abandonar la fe por la vía de la vergüenza. Estamos siendo perseguidos en el hemisferio occidental con doctrinas de demonios y espíritus engañadores que pretenden destruir nuestras relaciones personales haciéndonos sentir avergonzados por nuestros valores, muy contrarios a la corriente del pensamiento único, léase ideología de género, la nueva religión woke, libertinaje sexual pasado por modernidad, que ejercen una fuerza irresistible en muchos jóvenes cristianos, especialmente en las universidades, que están naufragando ante la presión ejercida. El apóstol Pablo se adelanta a todos estos ataques inevitables animando a Timoteo para no avergonzarse de Jesús que dio testimonio de la buena profesión delante de Poncio Pilato (1 Tim.6:13). Leamos ese testimonio: Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz (Jn.18:37). ¡Este es nuestro Maestro! El que vino para dar testimonio de la verdad, sin temor, afrontando las consecuencias de esa determinación. Y llegado el tiempo, afirmó su rostro, con determinación para ir a Jerusalén (Lc.9:51 LBLA). Bendito Salvador. Mirándole a él tendremos las fuerzas necesarias para resistir toda tentación de negarle en un mundo obsesionado por las apariencias y la vanidad de la vida. El apóstol anima a su discípulo recordándole que Jesús nos salvó y llamó con un llamamiento santo, antes de los tiempos de los siglos, y que fue manifestado para quitar la muerte y sacar a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio (1:9,10).
1.6. Participar en las aflicciones por el evangelio (1:8). Participar en algo es entregarse voluntariamente a compartir el destino de una causa. Nuestra causa es el evangelio de Jesús. Pablo se hizo coparticipe de él (1 Co.9:23), lo llamaba «mi evangelio» (Rom.2:16 y 2 Tim.2:8), no por que fuese suyo, sino porque se hizo uno con él. Ahora le insta a su amado hijo en la fe a hacer lo mismo, abrazar la causa del evangelio y con ella las aflicciones según el poder de Dios. Porque a vosotros os es concedido a causa de Cristo, no sólo que creáis en él, sino también que padezcáis por él (Fil.1:29). Cuando abrazamos con sinceridad el evangelio estaremos dispuestos a padecer por él, y con esa determinación obtendremos una de las mejores «fórmulas» para mantener avivado el fuego del don de Dios que está en nosotros. Recordemos que esa participación en las aflicciones por el evangelio es según el poder de Dios, aquella dynamis, fortaleza, que es la capacidad para llevar adelante una misión.
- Encárgalo a hombres fieles (2:1-7)
La fe se hereda. Sí, aunque suene muy provocador a nuestra mente teológica evangélica, plagada del espíritu individualista anglosajón, herederos de una cosmovisión asumida de forma indolora y sumisa en muchos casos, dada nuestra innata ingenuidad hispana, aunque tengamos fama de otras cosas. La fe de la Biblia se hereda de padres a hijos. Esa era la convicción del Eterno en cuanto a que Abraham, su amigo, mandaría a sus hijos y a su casa después de sí, que guarden el camino de YHVH, para que haga venir el Señor sobre Abraham lo que he hablado acerca de él (Gn.18:19). Fue el encargo del Señor a Moisés. Después de anunciar la Shemá, confesión de fe, y exponer el amor a Dios como mandamiento principal de donde emanan todos los demás, le dice: Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes… (Dt.6:4-7). El proverbio que citamos siempre en la presentación de nuestros hijos al Señor, reza así: Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él (Pr.22:6). La fe debe ser transmitida de padres a hijos. Cuando el apóstol Pablo —judío— anunciaba el evangelio su proclamación básica era esta: Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa (Hch.16:31). También el ángel enviado a casa de Cornelio le anunció que buscara a Pedro quien te dirá palabras por las cuales serás salvo, tú y toda tu casa (Hch.11:13,14). Pablo anunció la palabra del Señor al carcelero de Filipos y a todos los que estaban en su casa, y en seguida se bautizó él con todos los suyos (Hch.16:32,33). De esa manera se regocijó con toda su casa de haber creído a Dios. El autor de la carta a Timoteo le trajo a la memoria la fe no fingida que había en él, la cual habitó primero en su abuela Loida y en su madre Eunice, y estaba seguro que en él también (2 Tim.1:5). Luego le recordó que esa fe debía avivarla, el pasaje que hemos estudiado. Por tanto, hay una primera responsabilidad en la transmisión de la fe en el seno familiar y especialmente sobre la figura del padre. Sabemos que las cosas han cambiado, y los modelos familiares han sido trastornados ampliamente, pero en el principio fue así. Esto, por supuesto, no excluye la necesidad de asumir personalmente la fe que hemos oído desde niños, debemos hacerla nuestra, pero es innegable la voluntad de Dios para que esa transmisión se consume primeramente en el hogar. Este es otro de los motivos por los que actualmente hay un intento perverso de anular la autoridad paternal en la familia para poder destruirla o fraccionarla consiguiendo así sociedades sumisas al pensamiento unipolar, alejado de la herencia y los valores que siempre comienzan en la familia. Esta verdad la vemos expresada claramente en las Escrituras, y el pueblo de Israel es un ejemplo innegable de esa transmisión de la fe. Bien, dicho esto, —que me parecía necesario para contrarrestar buena parte del pensamiento individualista exacerbado de nuestros días—, sigamos con el modelo que el apóstol le presenta a Timoteo para transmitir el legado de la fe del evangelio a las nuevas generaciones. Debe escoger hombres fieles y enseñarles lo que ha oído de Pablo, a su vez Timoteo enseñará a otros que sean idóneos para hacer lo mismo con la siguiente generación. Esta es la herencia apostólica. Este mismo modelo ya lo encontramos en la congregación en el desierto. Fue el consejo de Jetro a Moisés para que fuera aliviada su carga de juzgar a todo el pueblo él solo. No está bien lo que haces, le dijo (Ex.18:17). Desfallecerás del todo (18:18). Y a continuación le dio un modelo de delegación de autoridad enseñando a hombres de virtud, temerosos de Dios, varones de verdad, que aborrezcan la avaricia, y enseñaran las ordenanzas y las leyes mostrando el camino para que juzgaran al pueblo en todo tiempo, los asuntos graves los traerían a Moisés (18:20-23). Este modelo de delegar funciones sobre hombres fieles ha salvado a muchos pastores de la quema, y quienes han querido acaparar el trabajo han terminado rotos. Aprendamos. Pues bien, el mismo principio lo vemos en Jesús en la gran comisión (Mt.28:18-20), y ahora en uno de sus apóstoles aventajados. La fidelidad debe ser una virtud esencial en los hombres a quienes se les encomiende el trabajo. Hombres fieles idóneos para enseñar. Leer también (Mt.24:45-51) (Mt.25:2,21,23) (Lc.16:10) (He.3:2). El apóstol compara a estos hombres fieles con un soldado, un atleta y un labrador. Veamos las características de todos ellos y lo que tienen que enseñarnos.
2.1. Soldado. Sufre penalidades [trabajos, fatigas] conmigo, como buen soldado de Cristo Jesús (2:3,4). Definitivamente este mensaje es mayoritariamente impopular en nuestros días. Sufrir penalidades y hacerlo como soldado que pelea por una causa que le supera no está de moda en nuestro mundo occidental. Aunque debo decir que sí lo está en otras latitudes y especialmente en posturas radicales de terrorismo y nacionalismo. Sin embargo, sí estamos dispuestos a soportar aflicciones y fatigas para conseguir medrar en puestos de relevancia bien remunerados, de reconocimiento público haciendo lo posible, incluso trasgrediendo las normas y los valores esenciales, para triunfar en nuestras metas y sueños de grandeza, en ocasiones sacrificando la estabilidad familiar. Podríamos decir que hemos invertido el orden de prioridades, abandonando los principios y metas comunitarias por la realización personal e individual. Abandonamos el esfuerzo en beneficio de otros por el egoísmo de trabajar para nosotros mismos y aquello que beneficie nuestros intereses. Pablo le dice a Timoteo: Sufre penalidades conmigo. No es un consejo en el que no esté implicado, sino que se pone como modelo a seguir. El soldado tiene un objetivo que le ha sido marcado y para cumplirlo abandona los negocios de la vida civil. El soldado pelea la buena batalla de la fe, como le dice en otro lugar. Es entrenado a conciencia padeciendo incomodidades a las que renuncia voluntariamente en favor de su misión. Tiene armas que debe conocer para su buen manejo y eficacia, como tenemos relatado en la carta a los Efesios 6:10-20. Sus armas no son carnales, sino poderosas en Dios para derribar fortalezas y argumentos que se levantan contra el conocimiento de Dios (2 Co.10:3-5). Necesita valentía que implica gestionar los temores propios de su misión arriesgada, pero nunca puede ser un cobarde, de lo contrario no servirá para la milicia. Lo vemos en el episodio de Gedeón y la batalla contra los madianitas. Todos los que tenían miedo debían volver a casa, lo hicieron veintidós mil de los treinta y dos mil que se habían alistado. Los diez mil restantes fueron puestos a prueba para ver si vivían en alerta máxima frente a la batalla, quedaron trescientos, con ellos envió el Señor a Gedeón contra un ejército muy superior (Jue.7:1-8). Valentía necesitó Josué también. Fue exhortado una y otra vez a esforzarse y ser valiente, abandonando el temor (Jos.1:6,7,9,18). El soldado vive bajo autoridad, se somete a la dirección del superior para lograr un objetivo común, como disertó el centurión que vino a Jesús (Mt.8:9 y Lc.7:8). De esa forma podrá ejercer bajo la autoridad delegada que a su vez ha abrazado y le reviste de convicción para ejecutar las órdenes con fidelidad. Todo ello está implícito en la exhortación de Pablo a Timoteo, y por añadidura a todos los que amamos el servicio y la milicia en favor del avance del evangelio.
2.2. Atleta. El que lucha como atleta (2:5). La vida del atleta nos enseña la abnegación asumida para conseguir una meta. La disciplina necesaria para superar los momentos de agotamiento que invitan a abandonar. El esfuerzo deliberado que nos impulsa cuando nuestras fuerzas se debilitan. Y especialmente, dice el apóstol, el atleta está convencido que debe luchar legítimamente. La legalidad no es negociable si quiere alcanzar las metas. No se engaña creyendo que el fin justifica los medios. Tiene una conciencia escrupulosa para no transgredir los valores establecidos que le coronarán en aquel día. Aplica constancia allí donde está tentado a escoger atajos que le faciliten los objetivos peleando sin honor. El mismo apóstol corre su carrera como atleta que se abstiene de todo lo necesario para conseguir una corona incorruptible (1 Co.9:24,25). Tiene su mirada en la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida (2 Tim.4:8). Ha estimado todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo, por amor al cual ha decidido perderlo todo, y tenerlo por basura, para ganar a Cristo, a fin de conocerle, y el poder de la resurrección, participando en sus padecimientos, para llegar a ser semejante a él en su muerte participando así también en la resurrección de entre los muertos (Fil.3:7-11). Es el mismo sentir de su Maestro que oró al Padre diciendo: Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese (Jn.17:4). Es la fusión mística del discípulo con su Señor siendo un espíritu con él. No estimando la vida para sí mismo, sino con la determinación de acabar la carrera con gozo culminando el ministerio recibido para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios (Hch.20:24). No hay laurel más verde, ni corona mas resplandeciente que recibir del Señor de toda gracia el saludo de entrada al reino en aquel día con estas palabras: Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor (Mt.25:21). El verdadero atleta entrando en la meta de su vida.
2.3. Labrador. El labrador… debe trabajar primero (2:6). Gran parte del pensamiento dominante de nuestros días está saturado de un engaño de base, pretende obtener gran beneficio trabajando poco. La ley del mínimo esfuerzo con el mayor rendimiento. Perseguir la quimera de tenerlo todo antes de ponerse a trabajar primero. Es el mundo al revés. La pretensión infantil de conseguir grandes logros a la distancia de un clic. La especulación financiera sin escrúpulos que hace ricos de un día para otro a jóvenes plagados de sí mismos que pueblan los laberintos de Silicón Valley. En definitiva, el sueño americano que a tantos ha cautivado y a muchos más decepcionado. Porque hay muchos llamados y pocos elegidos, pero hemos creído, con ensoñación, que el ejemplo de algunos exitosos hombres de negocios está al alcance de cualquier aventurero que se lo proponga. Ciertamente algunos lo consiguen, en ocasiones al precio de dejar cadáveres en todas las esquinas que tuvieron que torcer, pero nunca sin el esfuerzo, el talento, la abnegación y capacidad de sufrimiento suficiente para superar grandes obstáculos que en algunos casos obtuvieron el premio deseado. No como un golpe de suerte caprichoso del destino, sino tras un arduo trabajo. Como el labrador de nuestro texto enseñando a Timoteo. Pero no nos engañemos, la gran mayoría de nosotros trabajamos toda una vida sin obtener El Dorado, sino la satisfacción de una familia estable y unas metas moderadamente aceptables que nos hacen sentir lo suficientemente felices de haberlo hecho con gran esfuerzo y sincera entrega pensando más en el bienestar de los nuestros que en engordar un gran ego. El labrador, para participar de los frutos, debe trabajar primero. Este principio lo encontramos por toda la Escritura, sin embargo, hay muchos creyentes de nuestro tiempo que parece no han leído con la suficiente calma para comprenderlo. Veamos uno de esos pasajes. Echa tu pan sobre las aguas; porque después de muchos días lo hallarás… El que al viento observa, no sembrará; y el que mira a las nubes, no segará… Por la mañana siembra tu semilla, y a la tarde no dejes reposar tu mano; porque no sabes cuál es lo mejor, si esto o aquello, o si lo uno y lo otro es igualmente bueno (Ecl. 11:1-6). El labrador tiene paciencia para esperar el fruto, como está escrito: Mirad cómo el labrador espera el precioso fruto de la tierra, aguardando con paciencia hasta que reciba la lluvia temprana y la tardía (Stg.5:7). No nos cansemos, pues, de hacer el bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos (Gá.6:9). A su tiempo dará su fruto (Sal.1:3). El labrador confía plenamente en el resultado de su trabajo y ardua dedicación, esperando con paciencia y confianza la cosecha de lo que ha sembrado. A la vez comprende mejor que nadie que existen riesgos de una mala cosecha, de tiempos esquivos que pueden dar al traste con parte de su trabajo, sin embargo, cree y espera lo mejor. Mira al cielo con expectativa. Sabe que hay elementos atmosféricos que no dependen de él, por tanto, confía en Dios para la lluvia temprana y tardía. Israel recibía la bendición del Eterno cuando vivía conforme a los mandamientos de la Torah. Pero si se apartaba de ella aparecían madianitas que robaban el esfuerzo de su trabajo. Observa el siguiente texto porque buena parte de su contenido lo estamos sufriendo hoy en todo el continente europeo. Sucedía que cuando los hijos de Israel sembraban, los madianitas venían con los amalecitas y los hijos del oriente y subían contra ellos; acampaban frente a ellos y destruían el producto de la tierra hasta Gaza, y no dejaban sustento alguno en Israel… entraban como langostas en multitud… y entraban en la tierra para devastarla. Así fue empobrecido Israel en gran manera por causa de Madián, y los hijos de Israel clamaron al Señor (Jue.6:3-6). Preguntémonos ¿por qué sucedía esto? Israel había dejado al Señor y su ley abrazando los cultos foráneos; habían apostatado de su fe y las consecuencias no se hicieron esperar. Europa y el hemisferio occidental han conocido los tiempos de mayor prosperidad de su historia, hoy han abandonado la fe que un día los hizo prósperos y asistimos al declive de nuestra civilización. Dios ha permitido, —nos ha entregado—, que una generación de políticos corruptos elaboren leyes que han propiciado una invasión silenciosa (el gran reemplazo lo llaman algunos) que está devorando los recursos del llamado Estado del Bienestar. Asistimos al juicio de Dios por nuestra soberbia y apostasía. Se están tomando medidas que destruyen el sector primario (agricultura, ganadería y pesca) y vemos como se han levantado los agricultores ante la amenaza real de que su esfuerzo sea devorado por despiadados lobbies financieros que traicionan los principios originales de la Unión Europea en beneficio de terceros países y sus productos. Hacen cosas que no convienen porque no han tenido en cuenta a Dios, y Dios los ha entregado a una mente depravada para que hagan cosas que no convienen (Rom.1:28). Hay en estos momentos un clamor en muchos países europeos por la injusticia de algunas medidas políticas que responden más a interese ideológicos que a buscar el bienestar de los pueblos. Y los hijos de Israel clamaron al Señor, en los días de Gedeón. Creo que asistimos hoy a lo que nos dice el apóstol Santiago: He aquí, clama el jornal de los obreros que han cosechado vuestras tierras, el cual por engaño no les ha sido pagado por vosotros; y los clamores de los que habían segado han entrado en los oídos del Señor de los ejércitos (Stg. 5:4). Y yo me uno y digo ¡Amén! a ese clamor ante el trono de la gracia. Trabajar arduamente y no recibir el salario justo que debe sustentar nuestras vidas es una afrenta al Señor que no pasará inadvertida en el consejo celestial.
- El obrero del Señor (2:14-26)
La cualidad básica que identifica al hombre de Dios es el servicio. El obrero del Señor está dispuesto a trabajar y lo hace sin quejas porque se nutre del espíritu de su Maestro, aquel que vino a servir y dar su vida en rescate por muchos. Jesús hizo las obras del Padre y estas confirmaban que el Padre lo había enviado (Jn.6:36). Por sus frutos los conoceréis, nos enseñó; para que alumbren nuestras buenas obras delante de los hombres y glorifiquen a nuestro Padre que está en los cielos (Mt.5:16). Esas obras han sido preparadas de antemano para que andemos en ellas (Ef.2:10). El Maestro vio las multitudes dispersas como ovejas sin pastor y les dijo a sus discípulos que había pocos obreros y el trabajo era mucho, por tanto, les pidió que rogasen al Señor de la mies que enviara obreros a su mies (Mt.9:35-38). Observa cómo se repite una y otra vez el oficio «obreros». ¡Cómo hemos olvidado esta verdad esencial! Volvemos a encontrarla en la parábola que comienza así: Porque el reino de los cielos es semejante a un hombre, padre de familia, que salió por la mañana a contratar obreros para su viña (Mt.20:1). El apóstol Pablo comprendió bien este mensaje y entregó su vida para llevarlo a cabo, ahora emplaza a Timoteo para seguir en la misma senda dándole algunas pautas de lo que significa ser un obrero del Señor. Veámoslo brevemente.
3.1. Debe presentarse a Dios aprobado (2:15). En otras palabras: después de haber superado un examen. Ha culminado con buena nota el tiempo de prueba. Tenemos muchos ejemplos de esta verdad en la Escritura. Pienso en Josué en la ladera de la montaña mientras Moisés estaba en lo alto del monte y el pueblo en la llanura entregado a la fiesta del becerro de oro (Ex.32:17-19). Después mientras el Señor hablaba con Moisés cara a cara, Josué hijo de Nun, su servidor, nunca se apartaba de en medio del tabernáculo (Ex.33:11). Cuando llegó el tiempo del relevo generacional Dios escogió a Josué para que continuara la obra iniciada con Moisés para llevar al pueblo a la tierra prometida. Que diremos de Eliseo aferrado a Elías antes de ser alzado al cielo. Y de los días de desierto y cuevas de David huyendo de Saúl. Todos ellos se presentaron a Dios habiendo superado el tiempo de prueba llegando a las etapas culminantes de sus vidas con un carácter probado. El apóstol de los gentiles, tras una conversión espectacular, fue «enterrado» durante catorce años en Arabia antes de poder decir: fuimos aprobados por Dios para que se nos confiase el evangelio, así hablamos; no como para agradar a los hombres, sino a Dios, que prueba nuestros corazones (1 Tes.2:4). ¡Cómo hemos acortado y devaluado las demandas del discipulado! Por ello, como dice la parábola, hay los que oyen la palabra con gozo, pero no tienen raíces; creen por algún tiempo, y en el tiempo de la prueba se apartan (Lc.8:13) y (1 P.1:6-9). ¡Ay de aquellas congregaciones cuyos pastores no han superado la prueba y su carácter no ha sido forjado en el desierto purificando sus verdaderas motivaciones! No les ha sido confiado el evangelio aunque su puesta en escena impresione durante un tiempo, sin raíces, o neófitos, caerán en la condenación del diablo arrastrando a muchos en su caída. Dios no puede ser burlado…
3.2. No tiene de que avergonzarse (2:15). El obrero que ha pasado la prueba sabe que sus fuentes están en Dios (Sal.87:7). Ha bebido del agua de vida alejándose de las cisternas rotas que no retienen el agua y no se avergüenza de su Señor en un mundo entregado a la vanagloria de la vida. Le sustenta la verdad que lo ha liberado del temor de hombres viviendo su identificación con Jesús en su muerte, sepultura, resurrección y exaltación. La cruz es su emblema. Está crucificado con Cristo y el poder de la resurrección opera con toda su fuerza en medio de su gran debilidad. Sabe que Cristo murió en debilidad, pero vive por el poder de Dios. Sus discípulos, los obreros que habiéndose presentado a Dios aprobados, no se avergüenzan del crucificado, sino que siendo débiles en él, viven por el poder de Dios (2 Co.13:4). Aquí tenemos el gran misterio del evangelio actuando en la vida de quienes han sido enterrados con Cristo para resucitar en novedad de vida. En esa realidad mística no hay lugar para la vergüenza sino el regocijo de la fe.
3.3 Que maneja con precisión la Palabra de verdad (2:15). El obrero del Señor usa bien la palabra de Dios. ¡Cuánto abuso de la bibliomancia! ¡Cuánta arrogancia pensando que sabemos algo por conocer algunos textos bíblicos! ¡Cuánta letra muerta pasada por adoctrinamiento obstinado! En definitiva, hemos usado mal en múltiples ocasiones la palabra de verdad. Sin tino. Sin precisión. Sin sabiduría. Sin el Espíritu de la palabra. Hemos quedado hechizados por el brillo de la perla de gran precio y pisoteado los tesoros ofreciéndolos al mejor postor. El apóstol Pedro dice a todos los «Simones»: tu corazón no es recto delante de Dios… porque has pensado que el don de Dios se obtiene con dinero… Arrepiéntete de esta tu maldad, y ruega a Dios, si quizás te sea perdonado el pensamiento de tu corazón (Hch. 8:20-22). Manejar con precisión la palabra de verdad es conseguir su penetración, como espada de dos filos, hasta partir el alma y el espíritu, discerniendo los pensamientos y las intenciones del corazón (Heb.4:12); todo ello primeramente en nuestras vidas, participando de la palabra de justicia, abandonando la niñez, y absorbiendo el alimento sólido que conduce a la madurez ejercitando nuestros sentidos espirituales para discernir el bien del mal (Heb. 5:13,14). Usarla bien es dar la palabra a su tiempo (Pr.15:23), no como golpes de espada (Pr.12:18), usando correctamente las Escrituras. En ocasiones podemos «matar» con la Biblia alejando la vida que contiene a quienes nos oyen (2 Co.3:6). Y como dijo el apóstol, para estas cosas ¿quién es suficiente? (2 Co.2:16). Vida y muerte están en el poder de la lengua (Pr.18:21), por tanto, predicando la palabra también podemos ser portadores de vida o muerte; el mentor de Timoteo lo resume así: Pues no somos como muchos, que medran falsificando la palabra de Dios, sino que con sinceridad, como de parte de Dios, y delante de Dios, hablamos en Cristo (2 Co.2:17). Aquí tenemos una buena respuesta al dilema de cómo usar bien, —con precisión—, la palabra de Dios.
3.4. Evita las palabrerías vacías (2:16-18). Sí, hay mucha palabrería, especialmente en las redes sociales. También en las iglesias. En ocasiones estamos rodeados de vana palabrería, discusiones interminables que enredan y ofuscan nuestras mentes llevándonos a debates interminables que minan nuestras fuerzas y desalientan nuestras almas. Debemos saber escoger bien cuándo es necesario pararse en un terreno de lentejas (2 S. 23:11,12) y combatir firmes por la fe del evangelio (Fil.1:27), y cuándo estamos ante los discutidores de este mundo (1 Co.1:20). Jesús, dice el evangelio, dejándolos, se fue (Mt.16:4). ¿Por qué? Porque había discernido que vinieron a él para tentarle pidiéndole señal. Pues bien, después de llamarlos ¡hipócritas! Los dejó con la palabra en la boca y se fue. En muchas ocasiones nos gusta acabar los debates teniendo razón, y por ello estamos dispuestos a debatir sin tiempo hasta que percibimos que hemos dicho la última palabra. Hay un tiempo para cada cosa. Tiempo de hablar y tiempo de callar (Ecl.3:7). El apóstol enseña a su mejor discípulo que debe evitar las vanas palabrerías porque conducen a la impiedad; además carcomen como gangrena, y algunos ya se habían desviado en esos derroteros diciendo que la resurrección ya había tenido lugar trastornando la fe de algunos. Por tanto, podemos consolar y edificar con nuestras palabras o perturbar con ellas (Hch.15:24 y 32). Seamos sabios. Nuestro texto queda reflejado en la versión NTV de la siguiente manera: Evita las conversaciones inútiles y necias, que solo llevan a una conducta cada vez más mundana. Este tipo de conversaciones se extienden como el cáncer.
3.5. Que se aparte de la iniquidad (2:19-21). El fundamento de Dios es firme teniendo esta seña de identidad: El Señor conoce a los suyos, y que se aparte de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo. Jesús amó la justicia y aborreció la iniquidad, por ello fue ungido con óleo de alegría más que sus compañeros (Heb. 1:9); por tanto, los que son suyos mantienen este mismo fundamento en sus vidas. El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo (1 Jn.2:6). Y añade el mismo apóstol Juan: Si sabéis que él es justo, sabed también que todo el que hace justicia es nacido de él (1 Jn.2:29). La voluntad de Dios es nuestra santificación (1 Tes.4:3). El salmista dijo: La santidad conviene a tu casa (Sal. 93:5). Es la clara enseñanza del Maestro: Por sus frutos los conoceréis (Mt.7:20). El apóstol enseña a Timoteo que en una casa grande hay utensilios de diversos materiales, unos para usos honrosos y otros para usos viles, por lo cual el que se limpia será un instrumento para honra, santificado, útil al Señor y dispuesto para toda buena obra. El siervo del Señor se aparta de la iniquidad como de la lepra, vive alejado de ella, por cuanto está vinculada a aquel inicuo, a quien el Señor matará con el espíritu de su boca y destruirá con el resplandor de su venida. Su advenimiento es obra de Satanás con todo engaño de iniquidad para los que se pierden habiéndose complacido en la injusticia (2 Tes.2:7-12). Es el espíritu anticristo del que habla el apóstol Juan en sus cartas, cuya acción combatimos mediante la unción que hemos recibido y que nos enseña a permanecer en Cristo (1 Jn.2:18-20,27).
3.6. Huye de las pasiones juveniles (2:22). La misma Escritura que nos enseña ampliamente a ser valientes y estar firmes ante las acechanzas del diablo, también nos exhorta a huir de algunas cosas sin que ello signifique una actitud de cobardía. Se nos exhorta a no andar en el consejo de los malos, ni sentarnos en la silla de los pecadores, ni andar con burladores (Sal.1:1 NTV). En definitiva, huir de las malas compañías (Pr.4:14-19). Debemos huir de la idolatría (1 Co.10:14). También de la fornicación (1 Co.6:18), una de las pasiones juveniles clásicas y comunes de todos los tiempos. Fue lo que hizo el joven José ante la persecución pertinaz de la mujer de Potifar (Gn.39:7-21). Por su parte el joven Daniel tomó la determinación de no dejarse contaminar con la comida del rey babilónico (Dn.1:8). Otra de las grandes pasiones que pretende dominarnos y subyugar nuestra vida es el amor al dinero, el cual codiciándolo algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados por muchos dolores. Por ello culmina este mensaje de Pablo a Timoteo en su primera carta: Más tú, oh hombre de Dios, huye de estas cosas, y sigue la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre (1 Tim.6:9-11), con los que de corazón limpio invocan al Señor (2 Tim.2:22). En definitiva, asociándoos con los humildes (Rom.12:16), para no ser arrastrados por el error de los inicuos cayendo de la firmeza que debe mantener el siervo del Señor (2 P.3:17).
3.7. El siervo del Señor no debe ser rencilloso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido, corrigiendo tiernamente a los que se oponen (2:24-26). Es el resumen final del apóstol para que su discípulo mantenga el equilibrio deseado en medio de una generación torcida y perversa a la cual debe servir sin dejarse contaminar por ella. Todo un desafío nuclear para vivir siendo luz en medio de las tinieblas que en todo tiempo rodean la vida de aquellos que han elegido la senda del discipulado. Para ello necesita mantener la llama del don de Dios ardiendo en su corazón, como le exhortó al inicio de esta carta: aviva el fuego del don de Dios que está en ti. Este debe ser el requisito esencial de donde brotará la energía sobrenatural para poder ser un obrero del Señor, que no tiene de que avergonzarse y que usa bien la palabra de vida.
- Sobre los últimos tiempos (3:1-9)
Antes de terminar su alocución, el apóstol quiere dejarle una información más que Timoteo debe saber. También debes saber esto. Para a continuación hacerle una relación bastante pormenorizada de lo que será el carácter de los hombres en los últimos tiempos. Este concepto sobre los últimos tiempos ya estaba anunciado en el primer discurso del apóstol Pedro el día Pentecostés, recogiendo el mensaje del profeta Joel (Hch.2:17). El apóstol Juan nos dice lo siguiente al respecto: Hijitos, ya es el último tiempo; y según vosotros oísteis que el anticristo viene, así ahora han surgido muchos anticristos; por esto conocemos que es el último tiempo (1 Jn.2:18). También el apóstol Pedro dice en su primera carta: Mas el fin de todas las cosas se acerca; sed, pues, sobrios, y velad en oración (1 P.4:7). Y el mismo apóstol Pablo en su carta a los romanos nos dice: Y esto, conociendo el tiempo, que es ya hora de levantarnos del sueño; porque ahora está más cerca de nosotros nuestra salvación que cuando creímos. La noche está avanzada, y se acerca el día… (Rom.13:11,12). Tal era la expectativa acerca de los tiempos finales en el primer siglo. Cada siglo ha tenido su dosis de la misma esperanza, pero a la vez, se nos indican en múltiples lugares de la Escritura señales que preceden a su venida, y la que Pablo reseña ahora a Timoteo es sobre el deterioro del carácter de los hombres, lo cual hace que los tiempos sean peligrosos porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios, que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella, y concluye: a éstos evita. Podríamos rematar que asistimos hoy a la masificación y generalización de este tipo de carácter predominante. Cada una de las características reseñadas encuentra su similitud en nuestros días, por lo que es urgente preguntarse cómo prevalecer en medio de tal deterioro moral. La respuesta la encontramos en las líneas siguientes.
- La autoridad inspirada de las Escrituras (3:10-17) (4:1-5)
Hay un giro proverbial que se repite tres veces en la forma que tiene el apóstol Pablo de incentivar a Timoteo para que no caiga presa del pesimismo ante la abrumadora manifestación del carácter de los hombres en los últimos tiempos que acaba de reseñar. «Pero tú», «Pero persiste tú», «Pero tú» (3:10, 14 y 4:5). No es imperativo caer vencido y derrotado por la decadencia moral y espiritual que rodea al discípulo. Hay una diferencia providencial en el carácter de los hombres de Dios también en medio de los últimos tiempos. Pero tú has seguido mi doctrina, conducta, propósito, fe, longanimidad, amor, paciencia, persecuciones, padecimientos. También le dice: Pero persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quien has aprendido. Tiene un maestro y mentor que le ha enseñado la doctrina de la piedad basada en las Escrituras, que el mismo Timoteo ya conocía desde su niñez, y le pueden hacer sabio para la salvación. ¡Hay esperanza! Aferrarse a la verdad revelada en las Escrituras, la doctrina que muchos no soportarán y apartarán de la verdad el oído volviéndose a fábulas; es el ancla firme y sólida para ser sostenido en medio del oleaje incontrolado, las aguas turbulentas que harán anegar a muchos, pero nunca a quienes se sujetan a la verdad revelada. Porque toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra. Y todo ello en medio de la decadencia predominante. Las Escrituras y su práctica son la clave para que la iglesia se mantenga viva y victoriosa en medio de la confusión mundial. El apóstol Pedro lo expresa de la siguiente manera: Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones (2 P.1:19-21). Debemos estar atentos al mensaje revelado por el Espíritu, porque los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por Él, y hacerlo como a una antorcha que nos alumbra en medio de gran oscuridad. Aferrados a su luz para salir del túnel tenebroso. Siguiendo su estela que nos conduce hacia un nuevo día pleno de luz. Mientras alcanzamos ese día único, por el resplandor de su venida, la verdad manifestada en la Escritura nos mostrará la voluntad de Dios, nos dará la sabiduría necesaria para alcanzar la salvación mediante la fe en Jesús, nos enseñará a cada paso por donde andar, nos reprenderá y corregirá cuando nos equivoquemos de rumbo, nos instruirá por las sendas de justicia, a fin de que podamos ser hombres de Dios, aptos y equipados para realizar toda buena obra (2 Tim.3:16,17). El hombre de Dios es un hombre de la palabra. El obrero del Señor es equipado con su palabra viviente. El soldado de Jesucristo aprenderá a manejar la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios. El hijo de Dios tiene su deleite en la palabra que a vida eterna permanece. Las Sagradas Escrituras están en el corazón del siervo del Señor transformándole día a día a su semejanza (2 Co.3:18). Si soltamos la verdad que nos ha hecho libres volveremos a la esclavitud de las viejas pasiones (Jn.8:31,32,36). Si somos engañados por las corrientes de pensamiento de este mundo perderemos la luz y la sal que nos distingue diluyéndonos en el océano de la mediocridad. Pablo le dice a Timoteo, pero tú persiste en lo que has aprendido y te persuadiste, permanece en las Sagradas Escrituras que conociste desde la niñez para alcanzar la sabiduría de la salvación eterna. Sigamos su ejemplo.
- Las últimas palabras de Pablo (4:6-18)
Recordemos que el apóstol está en prisión por el evangelio. Es consciente que su partida está cerca (4:6). Sabe que ha peleado la buena batalla de la fe, está a punto de terminar su carrera habiendo guardado la fe (6:7). Abandonado por casi todos en ese momento, como su Maestro en el día de las tinieblas, cuando gimió en soledad con gran clamor y lágrimas, mientras sus discípulos estaban cargados de sueño, Pablo también afronta este momento con la esperanza de que le está guardada la corona de justicia, la cual le dará su Señor en aquel día, junto con todos los que aman su venida (6:8). Aún en esos momentos finales anhela los libros (6:13), consciente que Demas le ha desamparado amando este mundo (6:10), Alejandro el calderero le ha causado muchos males (6:14), y que en su primera defensa por causa del evangelio ninguno estuvo a su lado, sino que todos le desampararon (6:16); sin embargo, tiene el consuelo celestial que el Señor estuvo a su lado, y le dio las fuerzas necesarias para que a través de él fuese cumplida la predicación, y que todos los gentiles oyesen el mensaje de salvación (6:17). Mantiene el pulso divino en su corazón sabiendo que el Señor le librará de toda obra mala y le preservará para su reino celestial (6:18). Estamos ante la culminación de la obra de Dios en la vida de un discípulo que comenzó persiguiendo el Camino y ahora enfrenta su destino eterno con la fortaleza de la Roca que lo ha sostenido todo el camino. El legado del evangelio que recibió por revelación lo ha depositado en Timoteo para que a su vez lo vierta sobre hombres fieles que sean idóneos para transmitirlo a la siguiente generación hasta la nuestra. Tomemos el relevo y hagamos lo mismo con fidelidad hasta que él venga. Concluimos con las palabras que alentaban al apóstol de las naciones: Por lo cual también sufro estas cosas, pero no me avergüenzo; porque yo sé en quien he creído, y estoy convencido de que es poderoso para guardar mi depósito hasta aquel día (2 Tim.1:12).
PREGUNTAS Y REPASO
- Relata los hechos históricos que rodearon el escrito de esta carta.
- ¿Cómo se puede mantener avivado el fuego del don de Dios?
- ¿Por qué crees que Dios da tal importancia a la calidad de hombres fieles?
- Que características resaltarías de las mencionadas para el obrero del Señor.
- Explica la importancia de las Escrituras en la vida del cristiano.
- Qué conclusiones sacas de las últimas palabras de Pablo (4:6-18) ¿Por qué?