A Propósito de «El Código Da Vinci»

Al pensar en lo desproporcionado del éxito de esta novela (aunque bajo el epígrafe de “los hechos”, al comienzo de la obra, se dice que “todas las descripciones de obras de arte, edificios, documentos y rituales secretos que aparecen en la novela son veraces), vinieron a mi mente las palabras del apóstol Juan: “Ellos son del mundo; por eso hablan de parte del mundo, y el mundo los oye. Nosotros somos de Dios; el que conoce a Dios, nos oye, el que no es de Dios, no nos oye” (1a Juan 4:5-6).

Jesús nos dijo en Mateo 24 que antes de su última venida vendrían muchos en su nombre diciendo: “yo soy el Cristo” y engañarán a muchos. El invento de un Jesús mortal, casado y con descendencia física es una obra de artesanía barata para diluir su victoria gloriosa sobre todos los poderes del pecado y de la muerte. Pretende ignorar su triunfo en la cruz sobre todo principado y potestad, exhibiéndolos públicamente en una derrota humillante, para redimir a la Humanidad con una salvación que no procede de ningún hombre ni de nuestra propia potencialidad interna, sino del amor de Dios y Su bondad para con los hijos de los hombres. Jesús es la piedra angular del edificio de Dios, que es su pueblo; es la cabeza de su congregación. Esta piedra que rechazaron los constructores es escogida y preciosa para Dios. Jesús preguntó a los suyos en cierta ocasión “¿Quién dice la gente que soy yo?”. Había respuestas para todos los gustos, como hoy, pero el apóstol Pedro por revelación de Dios dijo: “Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios viviente”, y sobre esta verdad inamovible está edificada la obra de Dios. Por esta confesión de fe desde el corazón somos salvos.

Las Escrituras, los 66 libros que tenemos en nuestras Biblias, son atacados igualmente con verdadera saña, y es que la espada del Espíritu es la Palabra de Dios, si soltamos esta arma estamos a merced del enemigo. La fe viene por el oír la Palabra de Dios y ésta fe es un escudo contra los dardos de fuego del maligno. Si desaparece de nosotros la fe levantada en nuestros corazones por la revelación de Dios y del Espíritu, seremos devorados sin misericordia por el sistema de este mundo impío y su príncipe que ha venido a robar, matar y destruir. Por tanto, la desgastada pregunta ¿cómo sabemos que la Biblia es la Palabra de Dios? se responde así misma en la gran nube de testigos de todas las generaciones que han encontrado en ella la verdad que los ha hecho libres y que a vida eterna los ha conducido. Los evangelios gnósticos fueron desestimados por el conjunto de la Iglesia Primitiva, no por iniciativa del emperador Constantino, sino mucho antes ya habían sido declarados ajenos a las enseñanzas de Jesús. Los evangelios históricos (Mateo, Marcos, Lucas y Juan) son anteriores, escritos por testigos directos o por su narración a otros como parece ser el caso del evangelio de Marcos, escrito por lo oído al apóstol Pedro.

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