5 – LA SANTIFICACIÓN – No reine ni obedezcáis al pecado

La santificaciónNo reine ni obedezcáis al pecado

Por tanto, no reine el pecado en vuestro cuerpo mortal para que no obedezcáis sus lujurias; ni presentéis los miembros de vuestro cuerpo al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia  (Romanos 6:12,13 LBLA)

El pecado tiene personalidad propia. Demanda obediencia. Tiene voluntad. Es un dominio. Es un reino que ejerce su tiranía a través de la naturaleza vieja y caída. Pero una vez destruido el cuerpo de pecado, ya no puede dominar sobre quién ha muerto. Salvo que la persona, en su razonamiento viejo no comprenda lo que ha ocurrido, y el viejo dominio se levante sobre él en base a la ignorancia de lo que ya Cristo realizó en la redención.

Por ello, cuando el diablo no puede impedir que una persona sea redimida y escape del dominio de las tinieblas, su nueva estrategia será tratar de imposibilitar el conocimiento de lo que ha sido efectuado; lo hará mediante el engaño, la mentira, el temor, la persecución y la ceguera espiritual que siempre está unida a la idolatría. Recordemos la estrategia de Satanás al ver que no pudo retener a Jesús en la tumba. Su táctica fue argumentar que el cuerpo había sido robado por los discípulos, en consonancia siempre con los incrédulos. Maquinó para que la predicación de la resurrección no fuera anunciada. Persiguió a los testigos a través de quienes gobernaban la religión y la política.

Siempre hay argumentos altivos que se levantan contra el conocimiento de Dios. Por eso Pablo nos dice que las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas. La verdad hace libres a las personas, libres del poder del pecado. Hay que combatir por la verdad del evangelio siempre. Hay un enemigo que viene a robar, matar y destruir la verdad.

El reino de pecado y Satanás está basado en la mentira, en la negación de la verdad y ocultar la obra de Jesús. El pecado ha sido vencido, pero las tinieblas pueden ocultar al nuevo hombre la revelación que conduce a su libertad. Pablo lo enfatiza para que los hermanos no se dejen engañar: no reine en vosotros el pecado, no le obedezcáis, no presentéis vuestros cuerpos al pecado; sino presentaos a Dios como vivos de entre los muertos, y los miembros de nuestro cuerpo como instrumentos de justicia. Esa es nuestra nueva naturaleza: vida, verdad y justicia. Una vida dependiente de Jesús, unida indisolublemente al Autor de la fe.

         Debemos decir no al pecado, a su dominio y reino, sabiendo que no tendrá potestad sobre nosotros porque pertenecemos a otro, a Jesús.

4 – LA SANTIFICACIÓN – Muertos al pecado vivos para Dios

La santificaciónMuertos al pecado vivos para Dios

Sabiendo que Cristo, habiendo resucitado de entre los muertos, no volverá a morir; ya que la muerte no tiene dominio sobre El. Porque en cuánto El murió, murió al pecado de una vez para siempre; pero en cuanto vive, vive para Dios. Así también vosotros, consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús  (Romanos 6:9-11 LBLA)

Una vez más debemos saber. El apóstol Pablo nos revela la «lógica» de su exposición. Cristo ha resucitado, por tanto, ha vencido el poder del pecado y la muerte. Ahora el pecado ya no tiene potestad sobre El. En su encarnación, el pecado, el tentador y la muerte anduvieron maquinando para hacerle caer, fracasar, y no culminar la obra redentora, pero una vez realizada en victoria, habiendo resucitado de los muertos, ya no está sometido a la posibilidad de la muerte. El autor de Hebreos lo expresa así: Cristo, en los días de su carne, habiendo ofrecido oraciones y súplicas con gran clamor y lágrimas al que podía librarle de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente (Heb. 5:7).

Ya no volverá a morir. Ha sacado a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio (2 Tim. 1:10). La muerte no tiene dominio sobre Él, por cuanto venció el pecado, aunque cargó con el nuestro, en su justicia, la muerte no tuvo ocasión de retenerle porque el aguijón del pecado fue extirpado, vencido, por ello salió de la tumba victorioso sobre la muerte y su poder. Ahora es poderoso para socorrer a los que somos tentados.

La vida de Jesucristo Hombre es una vida indestructible, la muerte ya no puede actuar nunca más sobre Él. Ahora vive para Dios. De la misma forma, como el creyente está unido a Cristo, −es un espíritu con Él, está escondido en ÉL−, el pecado ya no puede atraparle, su dominio ha quedado neutralizado, nuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Por ello, separados de Jesús nada podemos hacer.

No hay victoria posible fuera de Jesús. No hay poder para vencer enemigos tan poderosos sino a través de nuestra unión indisoluble y mística con el Autor de nuestra salvación. Aunque nos queda la redención final de nuestro cuerpo, sin embargo, podemos considerarnos muertos al pecado y vivos para Dios. Podemos andar en novedad de vida. Podemos mantener una nueva manera de vivir según la voluntad de Dios y la nueva naturaleza en Cristo. Y todo ello por nuestra unión con el Mesías. Debemos descubrir, saber, conocer, y todo ello por revelación, que de nuestra unión con Cristo emana la fuente de revelación y vida.

         Hemos muerto al pecado con Cristo, ahora vivimos para Dios por Cristo.

3 – LA SANTIFICACIÓN – Un cuerpo libertado del pecado

La santificaciónUn cuerpo libertado del pecado

Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado con El, para que nuestro cuerpo de pecado fuera destruido, a fin de que ya no seamos esclavos del pecado; porque el que ha muerto, ha sido libertado del pecado  (Romanos 6:6,7 LBLA)

El evangelio es un misterio revelado, por tanto, se trata de saber, de conocer, de entender, y todo ello por revelación del Espíritu en nosotros. Porque las cosas del Espíritu se disciernen espiritualmente; el hombre natural no las percibe, no las comprende, y aunque pretenda adaptarse a ellas, solo conseguirá frustración y fraude.

La vida cristiana es obra de Dios de principio a fin. Comienza en su voluntad, se perfecciona por su voluntad y obtiene el fin de la obra por estar unido al Autor de la vida. El que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionara hasta el día de Jesucristo. La vida cristiana es la unión con Cristo. Unión con su cruz, muerte, sepultura, resurrección y exaltación. En todo el proceso hay una unidad indisoluble. El que se une al Señor, es un espíritu con él. Y todo ello debe ser revelado por el Espíritu. Cómo hemos llegado a esa posición en Cristo es distinta de unos a otros, contiene elementos de misterio que no alcanzamos a comprender en su totalidad, pero una cosa sabemos: Que antes éramos ciegos, y ahora vemos.

Estábamos muertos y hemos nacido a una  nueva vida. ¿Cómo se ha realizado el cambio? Sabemos en parte, pero solo en parte. Ninguno de nosotros sabemos bien los misterios de cómo se forman los huesos en el vientre de la madre, no sabemos totalmente cómo se forma la vida, pero se forma, hay «eslabones perdidos», pero hemos llegado a la existencia. La vida espiritual tiene cierta similitud.

Hemos oído el evangelio, hemos creído el mensaje, hemos sido sellados con el Espíritu Santo, hemos sido unidos a Jesús en una unión mística que sobrepasa nuestro entendimiento, y lo sabemos, sabemos que nuestro viejo hombre fue crucificado con Cristo, por tanto, ha sido destruido, para que ya no seamos esclavos del pecado —el viejo tirano que nos esclavizó— sino que vivamos en novedad de vida, alejados del poder del pecado. El pecado no se enseñoreará de nosotros, porque  no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia (Rom. 6:14).

El viejo dueño de nuestras vidas pretenderá recuperar su dominio sobre nosotros, usará mil artimañas para engañar y hacernos caer de nuestra firmeza, pero la verdad nos hará libres. «Sabiendo». Debemos descubrir todo lo bueno que hay en Cristo mediante el conocimiento (Filemón 6). Hemos sido salvos, y ahora debemos venir al conocimiento de la verdad (1 Tim. 2:4).

         Nuestro cuerpo ha sido libertado del pecado, de modo que no debemos obedecerlo en sus concupiscencias.

2 – LA SANTIFICACIÓN – Andemos en novedad de vida

La santificaciónAndemos en novedad de vida

Por tanto, hemos sido sepultados con El por medio del bautismo para muerte, a fin de que como Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en novedad de vida  (Romanos 6:4 LBLA)

El evangelio no es para los farsantes. Más pronto o más tarde, las obras de cada uno se hacen evidentes, y quedaremos expuestos si pretendemos llevar el nombre, los títulos y nombramientos sin andar en una nueva manera de vivir según la voluntad de Dios. Jesús dijo: Por sus frutos los conoceréis, porque todo árbol da fruto según su propia naturaleza. No podemos pretender ser un manzano y tener como fruto hojarasca y solo hojarasca. Podemos pretender deslumbrar con un ramaje florido y llamativo, exuberante, pero más pronto que tarde, el labrador vendrá a buscar fruto y si no lo encuentra arrancará la planta por embustera y falsa. Será desarraigada. Quedará expuesta al vituperio y el fuego será su destino final.

En una sociedad como la actual, donde la apariencia es más de la mitad en la credibilidad de una persona, es fácil caer en la tentación de pensar que podemos engañar a Dios. Dios no puede ser burlado, todo lo que el hombre siembra, eso también segará. Juan el Bautista tronó con su voz sobre aquellos que pretendían ser hijos de Abraham pero daban fruto como hijos de Lucifer. El sonido de su voz volvió a rugir: haced frutos dignos de arrepentimiento, porque el hacha está puesta a la raíz del árbol, todo árbol que no de fruto será desarraigado.

La denominación que lleves no será suficiente delante de Dios. Mantener un ritual religioso determinado tampoco será suficiente. El arrepentimiento es requisito indispensable, pero el arrepentimiento se ve en obras dignas de tal nombre.

La vida cristiana no es un juego religioso. La vida cristiana es muerte con Jesús, sepultados con él —manifestado de forma simbólica en las aguas del bautismo— y resucitados con él para vivir de una forma novedosa. Y esta forma novedosa no es aprender cierto modelo externo de vida, sino la consecuencia de una nueva naturaleza según Dios. Creados en Cristo Jesús para buenas obras, las que Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas, creados en Cristo Jesús, en la justicia y santidad de la verdad (Ef. 2:10 y 4:24). Es la vida del nuevo hombre de la que hablan los apóstoles en todas sus epístolas. Novedad de vida. Nueva forma de vivir según la naturaleza recibida. No sirve palabrería cristiana y vivir como me da la gana. No. La vida cristiana contiene el más alto nivel de moralidad, pertenece al cielo, es celestial, no nos engañemos.

         La santificación es andar en novedad de vida según Dios.

1 – LA SANTIFICACIÓN – A modo de introducción

La santificaciónA modo de introducción

¿Qué diremos entonces? ¿Continuaremos en pecado para que la gracia abunde? ¡De ningún modo! Nosotros, que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?  (Romanos 6:1,2 LBLA)

En esta nueva serie queremos detenernos en aquellos pasajes que nos hablan de la santificación, especialmente en el capítulo 6 de la epístola a los Romanos. Después de meditar sobre la caída nos hemos adentrado en la redención. Creemos, según las Escrituras, que este es un tema central de la revelación, y vital para el devenir del hombre en la historia, no solo temporal, sino eterna.

La redención nos rescata de nuestra vana manera de vivir, aquella que heredamos de nuestros padres, nuestra cultura y tradiciones, −fundamentalmente idólatra− de todos aquellos factores que han  influido en la formación de nuestro carácter y que nos han llevado a nuestra propia identidad, con sus luces y sombras.

Ahora bien, una vez que hemos sido rescatados, −redimidos−, nuestra naturaleza ha sufrido una transformación que tendrá repercusión para toda la eternidad. Hemos sido trasladados de un dominio a otro. Hemos escapado de la corrupción que hay en el mundo mediante el conocimiento de nuestro Salvador Jesucristo (2 Pedro 2:20), para vivir de otra forma, andar en novedad de vida, no seguir en los deseos que antes teníamos cuando estábamos en nuestra ignorancia, sino que como aquel que nos llamó es santo, seamos nosotros también santos en toda nuestra manera de vivir (1 Pedro 1:15). Baste ya el tiempo pasado para haber hecho lo que agrada a los gentiles, viviendo en sensualidad, lujurias, borracheras, orgías, embriagueces y abominables idolatrías (1 Pedro 4:3).

De esta forma, habiendo sido justificados por la fe en Jesús, y hechos siervos de Dios, tenemos como fruto la santificación, y como resultado la vida eterna (Rom.6:22). Ha comenzado una nueva manera de vivir. No es que la gracia nos autorice para seguir viviendo en pecado, sino que hemos muerto al pecado y por tanto ahora ya no vivimos en él. Algunos, abusando −por ignorancia o maledicencia− de la gracia manifestada, pueden pensar que tienen «permiso divino» para vivir lejos de la santidad debida, pero no irán muy lejos, porque su pecado y engaño se hará manifiesto a todos.

         Ahora, en Cristo, hemos iniciado una andadura en santidad que nos conducirá a la vida eterna.

25 – LA REDENCIÓN (Fin de la Serie) – El pecado reinó ahora reina la gracia

La locura de la cruzEl pecado reinó, ahora reine la gracia

Para que así como el pecado reinó en la muerte, así también la gracia reine por medio de la justicia para vida eterna, mediante Jesucristo nuestro Señor  (Romanos 5:21 LBLA)

La gracia es más fuerte que el pecado. Donde el pecado abundó, sobreabundó la gracia. Aunque nuestro mundo parece mostrar lo contrario, el reino de la gracia tiene más poder que el reino del pecado y de la muerte.

Aunque los sistemas religiosos levanten sus edificios sobre el legalismo de la ley tratando de frenar la acción pecaminosa del hombre no tienen la fuerza para producir el fruto de justicia, ese fruto proviene de la gracia. El temor al castigo de la ley no engendra resultados duraderos. Sin embargo, el amor que brota del reino de la gracia transforma nuestros corazones, produce un eterno peso de gloria, manifiesta la misericordia de Dios y el amor por la verdad y la justicia.

El apóstol Pablo coloca el reino de pecado en el pasado de la vida del hijo de Dios. A la vez trae al presente el gobierno de la gracia. Y esto es posible por la justicia de Dios, realizada por la redención de Jesús, y aplicada a nosotros, los que recibimos la abundancia de la gracia y del don de la justicia (Rom.5:17). Hemos pasado de muerte a vida. Estábamos muertos en nuestros delitos y pecados, pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor hacia la humanidad, El nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino conforme a su misericordia, por medio del lavamiento de la regeneración y la renovación por el Espíritu Santo, que El derramó sobre nosotros abundantemente por medio de Jesucristo nuestro Salvador, para que justificados por su gracia fuésemos hechos herederos según la esperanza de la vida eterna (Tito 3:4-7).

Y todo ello, −el gran edificio de la salvación−, construido en lo alto del monte de la Calavera, donde se levantó una cruz para colgar al justo, el substituto, nuestro substituto, y que pudiera levantar un reino que no tiene fin. El centro de todas las cosas está en la persona y la obra de Jesús. La redención, −que nos ha hecho justos y herederos del reino−, contiene el potencial de vida para trasladarnos del dominio de las tinieblas, al reino de su Amado Hijo (Col.1:13).

Ese cambio de dominio, reino y constitución ha hecho de aquellos que son hijos del pacto, un reino de reyes y sacerdotes, para ofrecer sacrificios espirituales, agradables a Dios; para anunciar las virtudes de aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable, y cantar las alabanzas del Cordero de Dios, el que nos ha comprado y redimido para Dios su Padre.

         Los triunfos de la cruz están recogidos en nuestra redención. Amén.

24 – LA REDENCIÓN – Constituidos justos

La locura de la cruzConstituidos justos

Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno los muchos serán constituidos justos    (Romanos 5:19 LBLA)

Los redimidos hemos pasado de un régimen a otro, de una constitución a otra. Esa es la fuerza de la redención. El mismo Pablo dice que ahora debemos servir bajo el nuevo régimen del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra (Rom.7:6). Cada régimen se establece sobre una constitución o leyes que debemos conocer. Un régimen tiránico tiene sus leyes, y por muy injustas que sean, el que las trasgrede experimenta las consecuencias.

Cuando vivimos atrapados en un dominio que impide la libertad de conciencia, las libertades individuales para escoger, o cualquier otro tipo de libertad, anhelamos escapar y ponernos bajo un régimen liberador que permita nuestro desarrollo humano en las mejores condiciones. Las naciones tienen una ley constitucional que gobierna y legisla la vida de sus ciudadanos. En el mundo espiritual tenemos algo parecido.

La constitución de pecadores vino al ser humano por la desobediencia de un hombre. Esa constitución formó nuestro carácter en una determinada dirección, lejos de Dios, apartados de la ley moral universal. Y como nuestra naturaleza fue constituida bajo parámetros de desobediencia, nuestra vida cotidiana vino a caracterizar una forma de vivir en rebeldía. La rebelión está en nuestro ADN después de la caída. Rebelión contra Dios y contra los hombres. Desobediencia a la ley de Dios y rebelión a las leyes de los hombres como forma de vida. Esa naturaleza nos impide escoger lo mejor. Nos constituimos en nuestro peor enemigo dado que nuestra propia naturaleza de pecado nos impide hacer lo que queremos. Dios, viendo nuestra condición, vino a rescatarnos a través de la redención de Jesús.

La cruz es un intercambio. En el árbol de la ciencia del bien y del mal fuimos constituidos pecadores, pero en el árbol –es la palabra hebrea para cruz− levantado en el Gólgota, donde Jesús fue colgado, recibimos una nueva constitución, una nueva naturaleza justa, por la justicia y obediencia del justo. Ese intercambio produce en nosotros una nueva creación, creada en justicia y santidad de la verdad. Una naturaleza justa. Un hombre nuevo. Hechos justicia de Dios en Cristo (2 Co.5:21). Esta nueva creación nos permite obedecer, vivir alejados del pecado, amar a Dios y el prójimo. Somos justos, por tanto, podemos hacer obras de justicia. La nueva constitución, el régimen del Espíritu, produce un hombre en libertad para obedecer y servir a la justicia.  Ese es el poder de la redención.

         Ahora vivimos bajo una nueva constitución que nos permite andar en la libertad de los hijos de Dios, amándole en toda nuestra manera de vivir.

23 – LA REDENCIÓN – La gracia reina

La locura de la cruzLa gracia reina

Porque si por la transgresión de uno, por éste reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por medio de uno, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia   (Romanos 5:17 LBLA)

La muerte es un reino. Incluso un imperio. Así está escrito: Por cuanto los hijos participan de carne y sangre, El igualmente participó también de lo mismo, para anular mediante la muerte el poder de aquel que tenía el poder [imperio RV60] de la muerte, es decir, el diablo, y librar a los que por el temor a la muerte, estaban sujetos a esclavitud durante toda la vida (Heb.2:14,15). El pecado levantó un reino de muerte. Puso en manos del diablo el poder de ese reino y ha esclavizado a los hombres con temor durante toda la vida.

El temor a la muerte es el mayor de los temores del hombre. Se suele decir «todo tiene remedio, menos la muerte». Sin embargo, la muerte ha sido vencida por el Autor de la vida. La inmortalidad ha salido a luz por medio del evangelio, y el evangelio está vinculado a la gracia, otro reino. Pablo le dice a Timoteo: Dios nos ha llamado con un llamamiento santo, no según nuestras obras, sino según su propósito y según la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús desde la eternidad, y que ahora ha sido manifestada por la aparición de nuestro Salvador Cristo Jesús, quien abolió la muerte y sacó a la luz la vida y la inmortalidad por medio del evangelio (2 Tim.1:9-10).

Pecado, muerte y reino relacionados. Gracia, reino e inmortalidad también vinculados. Dos reinos opuestos. El pecado permite reinar a la muerte. La gracia reina en vida por medio de Jesucristo. La vida reina sobre todos aquellos que han recibido la abundancia de la gracia y el don de la justicia.

Jesús es nuestro Rey. Él es la vida y la inmortalidad. La muerte no pudo retenerlo. Ha vencido el poder del reino de la muerte. Es el Rey de gloria. Se ha levantado triunfante sobre la muerte y su poder. Monta un caballo blanco, se llama Fiel y Verdadero, es el Verbo de Dios; en su manto y en su muslo tiene un nombre escrito: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES (Apc. 19:11-16). Y la muerte y el Hades fueron arrojados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda (Apc.20:14). Los que han sido lavados, emblanquecidas sus ropas y redimidos, reinarán en vida por medio de Jesucristo. Queda un reino por manifestarse en plenitud. El pecado y la muerte están vigentes, por tanto, la destrucción y condenación; pero hemos recibido un reino inconmovible que no tiene fin por la redención efectuada.

La gracia reina en aquellos que la han recibido, junto con el don de la justicia. Gracia, verdad y justicia son y están en Cristo, el Mesías.

22 – LA REDENCIÓN – Transgresión, juicio y condenación

La locura de la cruzTransgresión, juicio y condenación

… Porque ciertamente el juicio surgió a causa de una transgresión, resultando en condenación; pero la dádiva surgió a causa de muchas transgresiones resultando en justificación    (Romanos 5:16 LBLA)

Una sola transgresión, la de Adán, trajo el juicio de Dios sobre el hombre y como resultado la condenación. Ese fue el estado en el que quedó el ser humano, creado a semejanza de Dios, una vez que dio entrada al pecado en su naturaleza. La condenación era la muerte. La paga del pecado es muerte. El día que de él comieras, ciertamente morirás.

La sentencia estaba anunciada. Sin embargo, el engaño, la tentación, la atracción, el hechizo que produjo el mensaje contrario a la voluntad de Dios, tuvo una fuerza insuperable para la voluntad del primer hombre. En esa voluntad había una parte de debilidad con la que el hombre no contaba. Su fortaleza estaba en vivir bajo el señorío del Creador, sujeto a la voluntad del Soberano, vivir como mayordomo de la creación actuando siempre en dependencia de la norma establecida.

Una vez rotas las condiciones del pacto por Adán, su voluntad no tuvo firmeza para superar el poder subyugante que ejerció la serpiente. El profeta Oseas nos habla del pacto transgredido por Adán. Pero ellos, como Adán, han transgredido el pacto (Oseas 6:7). Dios no puede ser burlado, todo lo que el hombre siembra, eso también siega. No somos más fuertes que Dios. Si decidimos romper el pacto no podremos evitar sus consecuencias. Dios eligió desde el principio mantener una relación con el hombre en base a pactos. Adán lo transgredió, por tanto, la condenación le alcanzó de lleno, y con él, a todos sus descendientes.

La redención está contenida en un nuevo pacto. Jesús es su autor. Ahora, la expiación realizada en la cruz del Calvario recoge todas las transgresiones realizadas hasta la llegada del justo, resultando en justificación. Una sola transgresión resultó en condenación; pero ahora en Cristo, muchas transgresiones resultaron en justificación. La redención ha hecho posible nuestra justificación en base a un pacto, establecido sobre mejores promesas. Este pacto no puede ser invalidado. Fue hecho con Abraham y su simiente, la cual es Jesucristo (Gá. 3:15-17). El pacto roto por Adán trajo juicio y condenación. Por su parte el pacto que Dios hizo con Abraham y su simiente ha resultado en justificación mediante la fe.

         En Cristo, −la simiente de Abraham−, hemos experimentado una transición: de condenación a justificación mediante un pacto de redención.

21 – LA REDENCIÓN – La ira neutralizada por el sacrificio

La locura de la cruzLa ira neutralizada por el sacrificio

Entonces mucho más, habiendo sido ahora justificados por su sangre, seremos salvos de la ira de Dios por medio de El   (Romanos 5:9 LBLA)

El apóstol sigue remarcando la verdad de la justificación. Es necesario comprender esta verdad fundamental. Los creyentes deben saber, llegar al conocimiento de la verdad y lo que ésta incluye. Dios quiere que todos los hombres sean salvos, y luego, una vez rescatados de la vieja y vana manera de vivir, vengan al conocimiento de la verdad (1 Tim. 2:4). Porque la verdad nos hace libres, afirma nuestra posición ante Dios y resiste los ataques de incredulidad y mentira.

Si hemos sido justificados por su sangre, nuestras vidas tienen ahora una nueva posición ante Dios. Podemos esperar salvación y no ira. Hemos quedado lejos del alcance del juicio y la ira de Dios. Vivimos en otra esfera, la esfera de la gracia. Es una dimensión de fe que sabe lo que Jesús ha realizado por nosotros. Hay paz en nuestros corazones. Hay seguridad de vida eterna. Estas [cosas] se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios; y para que al creer, tengáis vida en su nombre (Jn. 20:31).

Nuestra fe tiene el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo Jesús la piedra angular. Y la verdad apostólica dice: El testimonio es éste: que Dios nos ha dado vida eterna, y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo tiene la vida, y el que no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida. Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna (1 Jn. 5:11-13). El hijo de Dios ha sido librado de la ira venidera (1 Tes. 1:10).

Los apóstoles no se cansan de enfatizar la centralidad de la predicación del evangelio focalizándola en la persona de Jesús. Si desaparece la persona y la obra del Mesías de nuestra predicación, o si colocamos otro mensaje al mismo nivel que el mensaje de la cruz, estamos predicando otro evangelio que NO salva, NO justifica, NO redime, NO libra de la ira venidera, NO trae la paz de Dios, NO perdona nuestros pecados, y estaremos conduciendo a muchos al error con resultados devastadores para sus vidas. Si oímos el evangelio de la gracia de Dios y lo rechazamos, no queda ninguna otra posibilidad de ser redimidos. Moriremos en nuestros pecados y la ira de Dios, −su juicio−, nos alcanzará encontrándonos desnudos sin justificación.

Habiendo sido justificados por la fe en la sangre redentora de Yeshúa somos salvos de la ira venidera.