148 – EL HOMBRE CONDENADO

 

El hombre condenadoLos impíos (VII) – Diversidad y consecuencias (4)

Los hijos de Elí eran hombres impíos, y no tenían conocimiento de YHVH     (1 Samuel 2:12)

         La impiedad en el corazón del hombre le inhabilita para conocer a Dios. También impide la comunión con Él. Se puede ser religioso, incluso formar parte del sacerdocio escogido; ser de una familia con vocación o llamamiento sacerdotal, pero a la vez vivir lejos de la voluntad de Dios porque el corazón es impío.

¿Qué comunión tiene la luz con las tinieblas? Ninguna. Los hijos de Elí, sacerdote de la casa del Señor, eran impíos. Aunque su padre los corregía levemente la impiedad siguió su curso atrapándolos en el juicio de Dios. Estos hijos, aunque ministraban en el templo, no conocían al Dios del templo. Su servicio era como metal que resuena y címbalo que retiñe. Pero a la vez fue motivo de hacer pecar al pueblo (2:24).

Como hemos dicho en otro lugar, la impiedad se contagia, y si esta viene de los líderes mayormente. Es necesario que el obispo sea irreprensible. El apóstol Pedro escribió: Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey (1 Pedro 5:2,3).

El profeta Jeremías denunció que fueron  hallados en mi pueblo impíos; acechaban como quien pone lazos, pusieron trampa para cazar hombres (5:26). ¡Hay impíos en el pueblo de Dios! No todos los predicadores son trigo limpio. Como no todo el que dice Señor, Señor, entrará en el reino.

Podemos ser turbados viendo la prosperidad de los impíos (Sal.73:3). Me pusieron lazo los impíos (Sal.119:110). La ciudad es trastornada por la boca de los impíos (Pr.11:11). Por eso, cuando se levantan los impíos tienen que esconderse los hombres (Pr.28:12,28).

Pero hay un Dios justo en el trono celestial, que como a los hijos de Elí, cuando brotan los impíos como la hierba, y florecen todos los que hacen iniquidad, es para ser destruidos eternamente (Sal.92:7). Llega el tiempo cuando los impíos dejan de perturbar (Job 3:17).

Vivimos en un mundo caído en pecado en el que abundan los hombres perversos y malos que no tienen conocimiento de Dios, pero el evangelio anuncia que: Cristo, cuando éramos débiles, a su tiempo, murió por los impíos… Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros (Rom.5:6-8). Por tanto, hay esperanza para los que reciben la abundancia de la gracia hoy.

         Dios no perdonará a quienes ocupan lugares de liderazgo y son impíos, sin comunión con Él; pero hay salvación para los que abandonan el pecado.

147 – EL HOMBRE CONDENADO

El hombre condenadoLos impíos (VI) – Diversidad y consecuencias (3)

Como dice el proverbio de los antiguos: De los impíos saldrá la impiedad; así que mi mano no será contra ti (1 Samuel 24:13)

         David escribió en otro lugar: en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre (Sal.51:5), sin embargo, no vivió practicando el pecado; la ley de Dios estaba en su corazón y ésta frenaba en él el desarrollo de la maldad. Está escrito de David que sirvió a su generación y durmió después de haber hecho la voluntad de Dios. No le agradaba la compañía de hombres impíos. Tuvo ocasión de anticipar su llegada al reino de Israel matando a Saúl, pero supo que no era la manera de vivir.

En la conversación que mantuvo con el rey Saúl en el contexto del pasaje que tenemos para meditar, declaró que la impiedad sale de los impíos, él no se consideraba impío, y no estaba dispuesto a hacer obras impías. Tuvo la ocasión de hacerlo, incluso le empujaron a ello sus propios compañeros, pero su corazón era conforme al corazón de Dios. Aunque pecó en otros sucesos de su vida, no vivía practicando el pecado. No era un impío, sus obras lo ponían de manifiesto.

Jesús dijo que por sus frutos los conoceréis. Las obras de cada uno se hacen manifiestas más pronto o más tarde, las de otros van delante de ellos anunciando su maldad.

Una persona con naturaleza impía es un manantial de pecado a través del cual muchos serán contaminados. David lo sabía y no quiso seguir sus pasos.

Vivimos rodeados de hombres impíos a quienes debemos identificar para no ser influidos por ellos. Como está escrito: Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos, ni estuvo en camino de pecadores, ni en silla de escarnecedores se ha sentado, sino que  en la ley de YHVH está su delicia, y en su ley medita de día y de noche. Meditar en su palabra nos libra de la contaminación de la impiedad, siempre que nuestro corazón esté preparado para inquirir la ley de YHVH y para cumplirla, y para enseñarla, como lo estuvo el sacerdote Esdras (7:10).

Los impíos perecen en tinieblas (1 Sam. 2:9). Se apartaron los impíos desde la matriz (Sal.58:3). El corazón de los impíos es cruel (Pr.12:10). Los impíos son como el mar en tempestad, que no puede estarse quieto, y sus aguas arrojan cieno y lodo. No hay paz, dijo mi Dios, para los impíos (Is.57:20,21). David conocía todo esto, supo que la impiedad brota de los impíos y él no quería tener parte en ese comportamiento, por ello no puso su mano contra el rey Saúl aunque era tratado injustamente. Su causa era del Señor y esperó en Él.

         De los impíos saldrá la impiedad, hombres sin ley de Dios en sus corazones; pero aquellos que aman su palabra serán transformados por ella.          

146 – EL HOMBRE CONDENADO

El hombre condenadoLos impíos (V) – Diversidad y consecuencias (2)

Y él habló a la congregación, diciendo: Apartaos ahora de las tiendas de estos hombres impíos, y no toquéis ninguna cosa suya, para que no perezcáis en todos sus pecados (Números 16:26)

         La impiedad forma parte de la naturaleza del hombre. Todos hemos nacido en pecado; todos hemos pecado y hemos sido destituidos de la gloria de Dios; no hay justo ni aún uno; hemos heredado una naturaleza pecaminosa y carnal que produce en nosotros una forma de vida alejada de la ley de Dios. Esa naturaleza necesita una regeneración, que significa volver a generar lo que degeneró, y ese milagro está contenido en el evangelio de la gracia de Dios. Si ese milagro no se produce la impiedad sigue su curso natural y producirá las obras manifestadas en una diversidad que diferencia a unos hombres de otros con las consecuencias para sí mismo y su prójimo.

Veamos ahora algunos pasajes que ponen de manifiesto la diversidad de la impiedad en distintos hombres y sus consecuencias. En el texto que tenemos arriba se habla de algunos hombres impíos que pertenecían a la congregación de Israel en el desierto, eran Coré, Datán y Abiram (16:24). Su impiedad se había extendido a todas sus propiedades y sus tiendas, de ahí que el mandato fuera que se apartaran y no tocaran ninguna cosa suya, para no ser contaminados de sus pecados y recibir el mismo juicio.

Por tanto, tenemos que la impiedad se puede extender a otras personas desde el foco de origen. Un poco de levadura leuda toda la masa, dijo Pablo. También le dijo a Timoteo que no participara en pecados ajenos imponiendo las manos con ligereza (1 Tim.5:20). Incluso está escrito que de algunas personas debemos aborrecer la misma ropa que visten puesto que está contaminada (Judas 1:23).

La impiedad puede trasladarse a lugares físicos, formas de vestir y contaminarnos influyendo en nuestra conducta. También mediante lo que oímos y vemos podemos ser influidos por la iniquidad. Debemos discernir la maldad y no juntarnos con ella. Pablo lo dijo de aquellos que llamándose hermanos viven y practican el pecado (1 Co.5:11). A Timoteo le dijo: A estos evita (2 Tim.3:5). Y el apóstol Santiago habló de riquezas podridas y ropas comidas de polilla (Stg.5:2). Recuerda que la lepra, una figura del pecado en el AT, podía contaminar la ropa y la vivienda de quienes la padecían (Lv.13). La limpieza debía alcanzar a todo. La impiedad también se contagia, por eso no debemos andar en consejo de malos (Sal.1).

         La impiedad se puede transmitir a otros mediante la ropa, la casa, lo que vemos y lo que oímos, incluso imponiendo las manos de forma inadecuada.

145 – EL HOMBRE CONDENADO

El hombre condenadoLos impíos (IV) – Diversidad y consecuencias (1)

Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad (Romanos 1:18)

         Hemos dicho que la impiedad es vivir sin ley, en oposición a la ley de Dios, sea esta la ley moral revelada a Moisés, o la ley natural noélica manifestada en la conciencia de los hombres en la creación, aunque más tarde esta conciencia esté influida por el entorno familiar, social, religioso, cultural y generacional en el que vive la persona. La impiedad tiene múltiples formas de manifestarse con las consecuencias que le acompañan.

En nuestro texto se habla de toda impiedad e injusticia, señalando la diversidad de manifestaciones que puede llegar a producir esa forma de vida. También se dice que el Dios santo y justo revelado en la Escritura está contra las manifestaciones de impiedad.

La ira de Dios se activa allí donde la impiedad se expresa en obras injustas de hombres que detienen con injusticia la verdad.

Aunque no siempre el juicio de Dios se manifiesta de inmediato en medio de los hombres impíos, estos viven pendientes de un juicio inexorable que les alcanzará, en algunos casos en esta vida, y en todos los demás en el juicio venidero.

La Escritura enseña que podemos alejarnos de la ira de Dios viviendo bajo el temor de Dios, que es una de las manifestaciones de su Espíritu (Is.11:2), que nos alejará del juicio y nos conduce a obras de justicia que agradan al Señor.

Esta tensión aparece de forma continuada en la Ley, los Profetas y los Salmos. Los justos y los impíos. Después de la redención se establece un nuevo pacto que nos hace justos ante Dios por la justicia de aquel que es justo, el Hijo de Dios, el justo por los injustos para llevarnos a Dios; el que nos justifica, nos hace justicia de Dios en Cristo. Esta es la buena nueva del evangelio.

Luego vendrán las obras de justicia que confirman la regeneración interior de un corazón nuevo. Así Jesús nos libra de la ira venidera; y en el juicio de Dios que ha de manifestar sobre todos los hombres seremos absueltos de la naturaleza de pecado, alcanzando la salvación eterna, y recibiendo la recompensa por las obras hechas en Cristo. Por tanto, ahora somos deudores de la gracia de Dios.

Dicho esto, quiero centrarme en aquellas personas que mantienen a día de hoy su naturaleza de impiedad, por tanto, sus obras son el resultado de su propia naturaleza mala. Debemos saber que hay una diversidad de manera de manifestar esa impiedad, y que siempre le acompañan sus consecuencias. Como está escrito: No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que hombre sembrare, eso también segará (Gá. 6:7).

         Toda impiedad recibirá su justa retribución en forma de ira divina.

144 – EL HOMBRE CONDENADO

El hombre condenadoLos impíos (III) – Introducción (3)

Acecha el impío al justo, y procura matarlo… Vi yo al impío sumamente enaltecido, y que se extendía como laurel verde. Pero el pasó, y he aquí ya no estaba; lo busqué, y no fue hallado (Salmos 37:32,35,36)

         El Salmo 37 expone la diferencia entre el impío y el justo. Al impío se le llama también «los malignos» (1), «el malo» (10), «los malditos» (22), «los pecadores» (34), y «los transgresores» (38). Todos estos términos se refieren a la misma calidad de persona que unificamos en el término «impío».

¿Qué es la impiedad? Podemos definirla como la persona que no reconoce a Dios, vive lejos de su ley, incluso de la ley moral o natural impresa en la conciencia de quienes han sido creados a imagen y semejanza de Dios. Son aquellas personas que tienen un estilo de vida y una actitud que excluye a Dios de sus pensamientos e ignoran y violan deliberadamente las leyes divinas.

Los impíos se niegan a reconocer a Dios a pesar de la evidencia en la creación (Rom. 1:20,21); participan deliberadamente en la idolatría (Rom. 1:25); practican un estilo de vida que no respeta los límites divinos (Rom. 1:26-31); no temen el juicio de Dios sino que involucran a otros en su maldad (Rom.1:32). Además se recrean en la injusticia, maquinan el mal (Miq.2:1), le dan cobertura y cauce en sus vidas, familias y sociedades; se les llama hijos de Belial.

Fue el mundo de los impíos sobre quienes vino el diluvio en días de Noé (2 P.2:5). Son aquellos que convierten en libertinaje la gracia del Señor, y niegan a Dios su soberanía (Jud.1:4). Son los que persisten en pecar (1 Tim.5:20); quienes causan divisiones y endurecidos hay que desecharlos, sabiendo que se han pervertido, pecan y están condenados por su propio juicio (Tito 3:10,11).

Los hombres impíos aparecen continuamente en las páginas de la Biblia como recordatorio del poder del mal y la condenación que les aguarda.

Sin embargo, también se nos dice que Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos. Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguno osara morir por el bueno. Más Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros (Rom.5:6-8). Lo cual quiere decir que entre los impíos hay aquellos que serán salvos de la impiedad obteniendo la salvación por pura gracia, aunque hay quienes endurecidos en sus corazones la rechazarán, sabiendo que el tal se ha pervertido, y peca y está condenado por su propio juicio (Tito 3:11).

         Los impíos que endurecidos rechazan la gracia de Dios se han condenado por su propio juicio, rechazando la misericordia del evangelio. 

143 – EL HOMBRE CONDENADO

El hombre condenadoLos impíos (II) – Introducción (2)

Maquina el impío contra el justo… Los impíos desenvainan espada y entesan su arco… Mas lo impíos perecerán… El impío toma prestado, y no paga; mas el justo tiene misericordia, y da. Porque los benditos de él heredarán la tierra; y los malditos de él serán destruidos (Salmos 37:12,14,20,21,22)

         Me gustaría, en la medida de mis posibilidades, poner en orden los pensamientos que quiero transmitir al abordar este tema. Puede prestarse a confusión mezclar los conceptos y sacar conclusiones erradas. Por ello, quiero hacer una distinción que puede ser esclarecedora para que podamos comprender la amplitud del concepto «impío» en la Escritura, y qué debemos entender por ello en cuanto a la salvación y destino eterno de unos y otros.

Quisiera diferenciar tres tipos de personas. Por un lado los que entran dentro del término general de «impíos». Este grupo lo veremos en las siguientes meditaciones por lo que ahora no me parare en ellos. Solamente diré que en este grupo tenemos una multitud de comportamientos y formas de proceder, todos ellos dentro de la impiedad entendida en el sentido amplio del término.

Luego encontramos los que la Escritura llama «justos». Son aquellos que viven sujetos a la ley de Dios y la cumplen dentro de las limitaciones propias de la naturaleza caída. Hay en ellos una forma de vida que agrada a Dios. Están en oposición a los impíos en su forma de vivir. En el Antiguo Testamento los encontramos entre el remanente fiel de Israel que son justificados por la obra de Jesús, que fue inmolado desde el principio del mundo (Apc.13:8), y destinado desde antes de la fundación del mundo (1 P.1:20); por tanto, miraban hacia adelante, a la obra consumada en la cruz del Calvario; y en el Nuevo Testamento son aquellos que han sido justificados por la fe en la redención ya efectuada en la cruz, y que miran al pasado para ser hechos justos (2 Co.5:21).

Hay otro grupo que podemos llamar aquellos que viven por la ley moral o natural de sus conciencias, formada por un sistema religioso o la cultura recibida que refrena la naturaleza del mal, aunque no la regenera. Pablo se refiere a ellos como los gentiles que no tienen ley, hacen por naturaleza lo que es de la ley, éstos, aunque no tengan ley, son ley para sí  mismos, mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos (Rom.2:14-16). Por tanto, encontramos que entre los pecadores necesitados de salvación hay impíos sin ley, y otros con una conciencia sensible al temor de Dios o la cultura que frena la maldad. Ambos necesitan el evangelio de la gracia.

         La impiedad puede ser refrenada y contenida por la conciencia moral.

142 – EL HOMBRE CONDENADO

El hombre condenadoLos impíos (I) – Introducción (1)

No te impacientes a causa de los malignos, ni tengas envidia de los que hacen iniquidad. Porque como hierba serán pronto cortados, y como la hierba verde se secarán  (Salmos 37:1,2)

         Comenzamos a partir de esta meditación con un nuevo apartado dentro del tema general de esta larga serie sobre el hombre condenado.

Hemos visto hasta ahora que la Escritura nos habla de personas destinadas a condenación, algunos con nombres y apellidos, sus obras y destino. Los hemos llamado hijos de condenación. Todos ellos viven dentro de lo que se denomina el sistema de este mundo, el presente siglo malo y Babilonia, que se ramifica en múltiples obras en oposición a Dios. Este sistema está formado por aquellas personas que naciendo en pecado nunca se han arrepentido de su maldad y, por tanto, su destino eterno es la condenación anunciada con toda claridad en la misma Escritura que habla de salvación y vida eterna.

Esta salvación está disponible por gracia, mediante la redención realizada por el Mesías de Israel, y que permite el traslado de la potestad de las tinieblas al reino de su amado Hijo, al convertirse de las tinieblas a la luz, y pasar de la potestad de Satanás a Dios, para que reciban, por la fe, perdón de pecados y herencia entre los santificados o separados (Hch.26:18), es decir, los que en la Escritura se denominan justificados hijos de Dios.

Por tanto, tenemos que hay quienes han sido destinados a condenación –aunque en un sentido más amplio todos hemos sido destinados a ella por causa del pecado− y dentro de estos existe un grupo de personas que oirán el evangelio, y habiendo creído en él, serán sellados por el Espíritu Santo para Dios el Padre como hijos suyos. Son los regenerados, que han nacido a una nueva naturaleza, siendo despojados de su vieja y vana manera de vivir la cual heredaron de sus padres. Su destino es el hombre glorificado que también hemos visto en otra serie anterior.

A partir de ahora nos ocuparemos de un grupo amplio de personas que en la Biblia se les conoce como «los impíos», aunque aparecen con otros nombres. En el Salmo 37 se les llama malignos, malditos, pecadores y transgresores, pero sobre todo «impíos», y así en muchos otros lugares de la Biblia.

Pues bien, dentro de este grupo general haremos una división de tres partes que nos darán un sentido más amplio del término, aunque nos detendremos especialmente en uno de ellos y las obras que producen.

         Hay hombres impíos destinados a condenación, y otros con la misma naturaleza pecaminosa que obtendrán la salvación al escuchar el evangelio.

141- EL HOMBRE CONDENADO

El hombre condenadoLos hijos de condenación (CXXXIII) –  Elimas el mago

Y habiendo atravesado toda la isla hasta Pafos, hallaron a cierto mago, falso profeta, judío, llamado Barjesús, que estaba con el procónsul Sergio Paulo, varón prudente. Éste, llamando a Bernabé y a Saulo, deseaba oír la palabra de Dios. Pero les resistía Elimas, el mago (pues así se traduce su nombre), procurando apartar de la fe al procónsul  (Hechos 13:6-8)

         Primer viaje misionero de Pablo y Bernabé y pronto aparecen distintos tipos de personas, los que quieren oír la palabra, y quienes la resisten y se oponen a ella. En algunos casos, los que se oponen no se conforman con esa posición, sino que quieren estorbar a otros para impedir que se conviertan al evangelio de Dios. Fue el caso de Elimas el mago.

La magia enemiga del evangelio. Quienes la practican se oponen a la palabra de Dios. No hay tal cosa como magia blanca (la aceptable al estilo de Harry Potter), y magia negra (mala). Ambas son opuestas al evangelio.

Los apóstoles del Señor se encuentran con un falso profeta que practicaba la magia, otro ejemplo más de la doctrina de Balaam. Era judío, por lo que seguramente mantenía una mezcla espuria entre judaísmo, magia y oposición al evangelio. Junto a él estaba el procónsul Sergio Paulo que sí deseaba oír la palabra de Dios. Este contraste es común en la proclamación del evangelio.

La confrontación vino a través de esta persona que ni entraba él, ni quería dejar entrar a otros. Una actitud que Jesús denunció de los escribas y fariseos; en este caso no eran magos, ni ejercían la magia, pero la oposición a la verdad era la misma. Les dijo: cerráis el reino de los cielos delante de los hombres; pues ni entráis vosotros, ni dejáis entrar a los que están entrando (Mt.23:13).

Debemos tener en cuenta esta verdad irrefutable: cuando predicamos el evangelio siempre hay oposición a la palabra.

Pues bien, Elimas se opuso, y Pablo no se conformó con ello, sino que le reprendió duramente, y lo hizo estando lleno del Espíritu Santo. Creo que merece la pena citar las palabras textuales del apóstol para corregir nuestra delicadeza religiosa en algunos casos. Pablo dijo: ¡Oh, lleno de todo engaño y de toda maldad, hijo del diablo, enemigo de toda justicia! ¿No cesarás de trastornar los caminos rectos del Señor? Ahora, pues, he aquí la mano del Señor está contra ti, y serás ciego, y no verás el sol por algún tiempo (13:10,11). La autoridad con la que habló Pablo (dicho sea de paso, no actuó así en todos los casos de oposición al evangelio), dejó a Elimas ciego por un tiempo; mientras, el procónsul creía, maravillado de la doctrina del Señor.

         La predicación del evangelio siempre encuentra oposición; debemos saber cuándo soportarla o encararla. La clave es ser guiados por el Espíritu.

140 – EL HOMBRE CONDENADO

El hombre condenadoLos hijos de condenación (CXXXII) –  Simón el mago (3)

Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad… Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo  (1 Juan 1:9 y 2:1)

         Simón el mago no parece haber seguido el consejo del apóstol Pedro cuando le dijo que rogara a Dios para que le fuera perdonado el pensamiento de su corazón, que estaba en hiel de amargura y en prisión de maldad. Lo entendió así al ver cómo Simón quiso comprar el don de Dios con dinero. Por tanto, tenemos a Simón que había creído aparentemente el evangelio, se había bautizado, y no se apartaba ni un momento de Felipe, aunque por su trayectoria posterior todo parece indicar que fue llevado más por su afán de protagonismo que por un corazón sincero delante de Dios.

Las obras de cada uno se hacen evidentes más pronto o más tarde. La historia nos dice que Simón no consiguió librarse de la hiel y amargura de su corazón, tampoco se arrepintió verdaderamente de su maldad, porque como está escrito: cuando confesamos nuestros pecados, el Señor es fiel y justo para perdonarnos y limpiarnos de nuestra maldad. Eso era lo que había en el corazón de Simón a pesar de haber cumplido con los requisitos externos de la fe: creer y ser bautizado.

Pedro vio que su corazón seguía atrapado con la vieja magia que había practicado, y que ahora pretendía ampliar su carisma con dones comprados con dinero.

A Simón el mago se le presenta en varios escritos de los discípulos del segundo siglo como el padre del gnosticismo (Ireneo de Lyon), y como opositor a las enseñanzas de apóstol Pablo (Clemente). Por tanto, todo parece indicar que Simón no consiguió deshacerse de su maldad, sino que mezcló su vieja vida en la magia con la nueva doctrina que aprendió y vio en los discípulos del Señor.

Lo cual nos enseña lo siguiente: es fácil presentarse como predicador del evangelio, mostrar un testimonio espectacular, abusar de protagonismo contando el pasado pagano, y a la vez haber mezclado el evangelio con el engaño del corazón.

Hoy tenemos muchos aparentes predicadores carismáticos «llenos del gran poder de Dios», pero mostrando una conducta contraria a la doctrina de la piedad. Algunos han seguido el ejemplo de Simón, pensando que el don de Dios se puede comprar con dinero; o tal vez que pueden usar los dones recibidos para enriquecerse. Ambos extremos manifiestan un corazón semejante al de Simón. Examinémonos en la fe.

         Confesar nuestros pecados no es una artimaña religiosa para mostrar piedad. El que se arrepiente de corazón es conocido por Dios y perdonado.

139 – EL HOMBRE CONDENADO

El hombre condenadoLos hijos de condenación (CXXXI) –  Simón el mago (2)

Respondiendo entonces Simón, dijo: Rogad vosotros por mí al Señor, para que nada de esto que habéis dicho venga sobre mí  (Hechos 8:24)

         Dejamos en la meditación anterior a Simón el mago ante la exhortación sin paliativos del apóstol Pedro. Durante un tiempo pudo esconder la realidad de su corazón detrás de un apoyo aparente al ministerio evangelístico de Felipe. Luego vinieron los apóstoles Pedro y Juan a Samaria discerniendo, especialmente Pedro, la verdadera actitud de este antiguo mago que parecía haberse convertido a la fe del evangelio.

Es interesante resaltar que Felipe no parece haber notado este hecho, sin embargo, el apóstol Pedro lo discernió cuando Simón quiso comprar el don de Dios con dinero. Su corazón quedó expuesto. A Pedro no le impresionó su aparente conversión de la magia a Cristo, y le reprendió, conminándole a que se arrepintiese de esa maldad. El deseo de comprar el don de Dios lo denominó el apóstol: maldad. Sin diplomacia. Directo al grano. Sin rodeos para no perder el apoyo de un personaje tan relevante en la ciudad de Samaria, y que podía aportar credibilidad al evangelio.

El apóstol que había sido reprendido por Jesús cuando quiso evitarle su viaje a Jerusalén para ir a la cruz, había aprendido que la verdad no puede comprarse, y que hay que combatir ardientemente por la fe dada una vez a los santos para que no se mezcle con un corazón, que él mismo comprendió, estaba en hiel de amargura y prisión de maldad.

Hoy hemos sido tan tolerantes con ciertas conversiones aparentes de personajes «relevantes» que el evangelio ha perdido en muchos lugares el peso de verdad y credibilidad sin componendas.

Llama la atención que la respuesta de Simón a semejante reprensión fuera la de que ellos orasen por él, en lugar de arrepentirse de su pecado. Aquí tenemos un indicio de lo que más tarde sería la confesión de los pecados a un clérigo. Pedro envió a Simón el mago directamente a Dios, por si quizás le fuera perdonado el pensamiento que había concebido en su corazón (8:22). Por tanto, nada que se le parezca a un sacramento de confesión.

El que perdona pecados es Dios. Pedro lo sabía y conminó al mago para hacerlo directamente. Algunas personas piden oración a otros con la idea de que su piedad y autoridad pueda perdonarles los pecados, pero la Escritura enseña que podemos y debemos confesar nuestros propios pecados a Dios recibiendo el perdón de Él mismo si nuestro corazón es recto para con Él.

         El apóstol Pedro no actuó como mediador ante Simón el mago, sino que le envió directamente a Dios para que pidiese perdón por el pensamiento de su corazón.