EL MILAGRO (5) – Armonía entre oír y hacer

El milagro de una vida equilibrada - 2El milagro de una vida equilibrada

Capítulo 5 (Lucas 6 y 8)

Armonía entre oír y hacer

Este es uno de los grandes desequilibrios de nuestra sociedad. La desobediencia es oír el mensaje pero no actuar en consecuencia. En la vida cristiana oír y no hacer  equivale a incredulidad y desobediencia; así que nos colocamos en una posición de gran peligro para la salud espiritual cuando permitimos que la exposición ungida de la verdad no nos mueva a la acción correspondiente. Este es el mensaje de la epístola de Santiago 1:19-25. Meditemos brevemente en ello. Ser oidor y no hacedor nos coloca en un lugar de engaño. Cuando no actuamos en consonancia con la verdad que sabemos, los espíritus de engaño entran en acción con argumentos sutiles y nos conducen por sendas erradas. «Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, ENGAÑÁNDOOS a vosotros mismos (Stg. 1:22).

El que  oye y no hace atrofia (por la falta de ejercicio) sus sentidos espirituales y olvida rápidamente lo que ha escuchado. No puede retener la verdad, por lo tanto, nunca experimenta una renovación verdadera de su manera de pensar, ni la palabra de Dios alcanza su hombre interior, dando lugar a la debilidad permanente del hombre nuevo. Ahora sabemos por qué existe una debilidad  tan notoria en muchas esferas de la iglesia de hoy. Una y otra vez encontramos en las congregaciones locales a personas que olvidan inmediatamente lo que prometen hacer. Algunos tienen la enfermedad crónica de hablar y no hacer porque olvidan lo que dicen. Este es un síntoma claro de parálisis espiritual. Se han acostumbrado a oírse a si mismos diciendo cosas que luego no hacen ¿Por qué? «Porque si alguno es oidor de la palabra pero no hacedor de ella, ése es semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural. Porque él se considera a sí mismo, y se va, y  LUEGO OLVIDA como era” (Stg.1:22).

¿Cómo podemos hacer frente a este virus despiadado que neutraliza el fortalecimiento espiritual? La respuesta nos la da el mismo apóstol en Santiago 1:25. MIRAR ATENTAMENTE (oír, meditar, asimilar, digerir, creer y establecer en el corazón la palabra de Dios); mas PERSEVERAR (constancia y firmeza en cualquier circunstancia, sin fluctuar); mas NO SER OIDOR OLVIDADIZO (retiene la palabra viva en su corazón por haberla asimilado), mas HACEDOR DE LA OBRA (hace lo que dice la palabra en cada área de su vida, la obedece); es igual a: BIENAVENTUIRADO EN LO QUE HACE (experimenta satisfacción, felicidad y disfruta de la vida en cada faceta). Veamos ahora la enseñanza de Jesús en el evangelio de Lucas.

Dos respuestas al mismo mensaje

En Lucas 6:46-49 encontramos a dos personas que escucharon el mismo mensaje y tuvieron las mismas oportunidades; sin embargo, uno experimentó éxito en su vida y el otro obtuvo un estrepitoso fracaso. ¿Por qué? Porque sus respuestas ante las palabras de Jesús fueron radicalmente opuestas. El primero oyó y las puso en práctica. El segundo escuchó las mismas verdades y no reaccionó, solamente acumuló información. Este es un grave peligro hoy en las iglesias. Tenemos tanta “buena información bíblica”, tantas verdades liberadas, tal cantidad de predicaciones y estudios bíblicos, que hemos desarrollado un hábito muy nocivo de acumular sin actuar. Esto produce la pasividad típica del espectador. Muchas iglesias están aletargadas, como hibernando. Son las que oyen y no hacen. A la misma vez, están surgiendo iglesias renovadas, llenas de vitalidad y acción. Son las que oyen y hacen.

«¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo? Todo aquel que viene a mí, y oye mis palabras y las hace, os indicaré a quién es semejante. Semejante es al hombre que al edificar una casa, cavó y ahondó y puso fundamento sobre la roca; y cuando vino una inundación, el río dio con ímpetu contra aquella casa, pero no la pudo mover, porque estaba fundada sobre la roca. Mas el que oyó y no hizo, semejante es al hombre que edificó su casa sobre tierra, sin fundamento; contra la cual el río dio con ímpetu, y luego cayó, y fue grande la ruina de aquella casa (Lc.6:46-49).

La vida cristiana o la vida de una iglesia, no puede estar fundada sobre un “oír ocasional”. La palabra de Dios debe llegar a establecerse en nuestras vidas de una forma sólida. Para ello, no podemos tener solamente la meta de oír buenas predicaciones y creer que ese será el fundamento de nuestra vida. Podemos caer en el error de pensar que por oír a “buenos predicadores” y participar de cultos de “avivamiento”, tenemos la garantía de que no seremos sacudidos por el ímpetu del río de maldad creciente. No, no es verdad. Las huestes de maldad se abstendrán de atacarnos en esos «grandes cultos” de fe; pero programarán su estrategia de derribo en los días malos de los que nos previene la Biblia. Para poder estar firmes en el día malo debemos vestirnos de Cristo -la palabra viviente- y de toda la armadura de Dios (Ro.13:14) (Ef.6:10-20). La estrategia de Dios para guardarnos sin caída en medio de la inseguridad de este mundo, es que seamos oidores y hacedores de su palabra; no solo de forma ocasional, sino que la palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría… (Col.3:16).

Diferentes formas de oír

En Lucas 8:4-15 Jesús enseña que hay cuatro formas diferentes de recibir la semilla de la palabra de Dios. Los cuatro terrenos son ejemplos de los cuatro tipos de personas que, en principio, han decidido oír el mensaje, pero sólo en uno de ellos se arraigará firmemente en el corazón, que es el núcleo del ser. Mentalmente las cuatro personas quieren la semilla. Es decir, comprenden que la necesitan, que es buena y necesaria para sus vidas; pero una sola logrará su objetivo ¿Cuál? ¿Por qué las otras tres no logran su meta? ¿Que ocurre en el camino que va desde nuestra mente a nuestro corazón? ¿Por qué no se arraiga la verdad en todos los corazones que la quieren? ¿Que misterio esconde el hecho de que algunas personas oyen la palabra de Dios y rápidamente crecen y dan fruto y sin embargo otras nunca alcanzan la solidez necesaria? Escuchemos la voz del experto labrador.

“Los de junto al camino” son aquellos que oyen pero no entienden la palabra (Mt. 13:19). La voluntad de Dios es que “todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1 Tim.2:4). La verdad tiene que ser implantada en el nuevo creyente. Puede haber un tiempo cuando no se entiende mucho, pero es necesario pasar pronto a la fase de comprender qué está pasando dentro de mí. Los nuevos convertidos necesitan una atención especial. Son bebés. Y se requieren padres y madres espirituales para darles el alimento que necesitan. Son necesarios los “levitas” que ponen el sentido a la predicación y los dones de enseñanza funcionando ampliamente. (Ver el ejemplo de los días de Esdras en Nehemías 8:5-8; así como la importancia que tenía en la iglesia primitiva la dedicación a la enseñanza de los apóstoles Hch.2:42 y 5:42). Si el diablo nos roba la palabra no podemos creer ni salvarnos. Se ha producido un aborto espiritual.

Y los de junto al camino son los que oyen, y luego viene el diablo y quita de su corazón la palabra, para que no crean y se salven” (Lc.8: 12).

“Los de sobre la piedra” oyen la palabra y la reciben con gozo, pero sin echar raíces; creen por algún tiempo, y en el tiempo de la prueba se apartan (Lc.8:13). Estas personas experimentan rápidamente un cambió evidente en sus emociones. El gozo verdadero que contiene el evangelio de Dios revoluciona sus sentimientos y no quieren avanzar a terrenos más estables: el arraigó en las verdades sólidas. Por eso no tienen raíces y cuando cambian las circunstancias y los sentimientos decaen, se encuentran sin fuerzas para seguir adelante en medio de la prueba.

Los de sobre la piedra son los que habiendo oído, reciben la palabra con gozo; pero éstos no tienen raíces; creen por algún tiempo, y en el tiempo de la prueba se apartan” (Lc.8:13).

“La semilla que cayó entre espinos” son los que oyen, pero yéndose, son ahogados por los afanes, las riquezas y los placeres de la vida… (Lc.8: 14). Estas personas quieren el reino de Dios pero sin soltar “los reinos” de este mundo. “Afanes… riquezas… y placeres” son pilares del sistema mundano. Es interesante notar lo que dice el texto de Lucas: “Oyen y se van”. ¡Que curioso! Oyen con prisa para volver a “sus asuntos”. Cumplen con la parte religiosa de la sociedad (cualquiera que sea la religión) y siguen viviendo igual que siempre. El apóstol Pablo nos dice: «No os engañéis (recordar lo que vimos en el pasaje introductorio de Stg. 1:19-25 al respecto); Dios no puede ser burlado; pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará” (Gá.6: 7). Jesús fue claro y cortante con este grupo también:

La que cayó entre espinos, éstos son los que oyen, pero yéndose, son ahogados por los afanes y las riquezas y los placeres de la vida, y no llevan fruto” (Lc. 8:14).

“Más la que cayó en buena tierra” son los que oyen y retienen la palabra oída con un corazón bueno y recto (Lc.8:15). El objetivo de la palabra enviada del cielo es el corazón bueno y recto. Cuando lo encuentra surge un manantial de vida que produce fruto con perseverancia. En este caso la persona experimenta “la normalidad sobrenatural” de la nueva vida en Cristo. En los tres terrenos anteriores se experimenta una lucha continua -en los mejores casos- para sostenerse en la fe. Se convierten en el lastre de la iglesia; son los que requieren más atenciones y desgastan la armonía y el dinamismo que debe haber en el cuerpo de Cristo. Las congregaciones tienen estos cuatro tipos de personas en su Membresía: los que oyen y no entienden; los que oyen y reciben con mucho gozo pero sin raíces; los que oyen y se van sin llevar fruto (a veces regresan tratando que se adopte en la iglesia su estilo de vida religioso y mundano); y los que oyen y retienen la palabra con un corazón bueno y recto, llevando fruto con perseverancia. ¡Qué pastor más feliz el que tenga en la congregación mayoría de estos hermanos!

Mas la que cayó en buena tierra, éstos son los que con corazón bueno y recto retienen la palabra oída, y dan fruto con perseverancia” (Lc.8:15).

¡Qué clase de oído tenemos?

Jesús, el Maestro, muestra un interés especial en hacer entender a las multitudes cómo deben oír. Una de sus expresiones favoritas era: “el que tenga oídos para oír, oiga”. En el pasaje de Lucas 8:18 llama la atención de sus oyentes con estas palabras, «Mirad, pues, como oís”. La actitud que adoptamos al oír el mensaje de la palabra de Dios es trascendental para nuestras vidas. Necesitamos “ser ungidos para oír”. En muchas ocasiones no es fácil oír la crudeza de la verdad. Muchos la resisten; otros vuelven atrás (Jn.6:65-66); algunos la contradicen y la mayoría se defiende con argumentos. Jesús lo sabe. De ahí sus palabras «Mirad, pues, como oís”; porque a todo el que tiene (los que llevan fruto por retener la palabra), se le dará: y a todo el que no tiene (porque no ha retenido en su corazón), aun lo que piensa tener (cree que Dios le bendecirá a pesar de su desobediencia) se le quitará (Lc.8:18) (Mt.25:29).

Somos hijos por oír y hacer

La verdadera familia de Dios está compuesta por los que le oyen y le obedecen. No podemos engañarnos, ni engañar a otros, en esto. Jesús dijo: “… Mi madre y mis hermanos son los que oyen la palabra de Dios, y la hacen” (Lc.8:21). El reino de Dios es el lugar donde se expresa el orden y el equilibrio divino. Para mantenernos dentro de estas coordenadas debemos establecer en nuestras vidas la cordura, coherencia, el equilibrio y la armonía entre oír y hacer; creer y hablar; experiencia y predicación; dar y recibir; lo que queremos que otros hagan con nosotros, hacedlo con ellos (Lc.6:31). “El que no tiene estas cosas, está envanecido, nada sabe y delira acerca de cuestiones…” (1Tim.6:4). “Tiene la vista muy corta; es ciego, habiendo olvidado la purificación de sus antiguos pecados” (2P.1:9). Por este camino nos encontramos con personas contumaces y rebeldes que se aferran incluso a Dios a través de vínculos carnales o religiosos. Son tenaces en mantener el error, lo retienen y se afincan en él.

Las prácticas del reino

El reino de Dios es una dimensión más elevada de equilibrio y salud para todo el ser. Las instrucciones de Jesús en el llamado “Sermón del Monte” componen las verdades fundamentales que deben operar en los ciudadanos de Su reino. Sigamos el relato de Lucas y sepamos algunos de los imperativos en la enseñanza de Jesús. El Señor va a desgranar las “leyes” que deben llegar a ser muy prácticas, y lo hace sobre esta base: “Pero a vosotros los que oís, os digo… (Lc.6:27).

Amad a vuestros enemigos (Lc.6:27,35). En el amor no hay temor.
Haced bien a los que os aborrecen (Lc.6:27,35).
Bendecid a los que os maldicen (Lc.6:28).
Orad por los que os calumnian (Lc.6:28).
Prestad no esperando de ello nada (Lc.6:35).  Antídoto contra la avaricia.
Sed misericordiosos como también vuestro Padre (Lc.6:36). La misericordia triunfa sobre el juicio (Stg. 2:13).
No juzguéis y no seréis juzgados (Lc.6:37). Ocupar el lugar de Dios es rebelión extrema.
No condenéis y no seréis condenados (Lc.6:37).
Perdonad y seréis perdonados (Lc.6:37). Es dejar ir libres a otros y despejar el camino para ser perdonados por Dios.
Dad y se os dará (Lc.6:38). Es generosidad. Una libertad más elevada. Es un golpe al egoísmo. Nos coloca en posición de recibir las bendiciones de Dios.

Vivir en estas realidades del reino de Dios es sencillamente una vida sobrenatural. No está al alcance de los que oyen y no hacen; solo aquellos que oyen y deciden obedecer reciben la abundancia de la gracia (Ro.5:17) para poder hacer la voluntad de Dios. Es imposible para el hombre natural, pero posible para el hijo verdadero de Dios.

Jesús nuestro ejemplo a seguir

El Hijo de Dios es nuestro modelo para vivir una vida equilibrada en el oír y el hacer. Él siempre hizo lo que oyó. Registró firmemente en su corazón la palabra del Padre y actuó en la misma dirección.  “Lo que he oído de él, esto hablo al mundo… según me enseñó el Padre, así hablo… Yo hago siempre lo que le agrada” (Jn.8:26-29). Jesús vivió en armonía entre oír y hacer; enseñar y practicar (Hch.1:1). Él tuvo que aprenderlo, no fue fácil como algunos piensan. “Por lo que padeció aprendió la obediencia” (Heb.5:8). Esa misma base la encontramos en Esdras el escriba de la ley. «Porque Esdras había preparado su corazón para inquirir la ley de YHWH y para cumplirla, y para enseñar en Israel sus estatutos y decretos” (Esd. 7:10). Jesús nos dice: «Aprended de mi… y si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis” (Mt. 11:29) (Jn. 1.3:17).

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