EL EVANGELIO – 4

El evangelio (2)La mezcla entre Viejo y Nuevo Pacto

Las Escrituras nos muestran lo contrario que es a la voluntad de Dios las mezclas. Ya en la ley de Moisés se dice que no harás ayuntar tu ganado con animales de otra especie; tu campo no sembrarás con mezcla de semillas, y no te pondrás vestidos con mezcla de hilos (cf. Levítico, 1:19). También en una de las cartas de Pablo se nos dice que no debemos unirnos en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿Qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas? ¿Y qué concordia Cristo con Belial? ¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos? (2 Co.6:14-16). No se trata de no mantener relaciones personales con los incrédulos, o fornicarios o avaros, o ladrones o idólatras de este mundo, pues en tal caso nos sería necesario salir del mundo. Más bien os escribí que no os juntéis con ninguno que, llamándose hermano, fuere fornicario, o avaro, o idólatra, o maldiciente, o borracho, o ladrón; con el tal ni aún comáis (1 Co.5:9-11). Se trata de pretender una comunión espiritual cuando se tiene distinto espíritu, se cree en otro Jesús y se anuncia otro evangelio. Esas uniones o mezclas son espurias y por tanto dañinas. Debemos estar atentos al sincretismo tan de moda hoy.

A menudo cometemos el error de mezclar elementos del Viejo régimen de la letra con el Nuevo gobierno del Espíritu. El apóstol Pablo nos vuelve a mostrar la diferencia en su exposición de 2 Corintios 3 y 4. Es relativamente fácil caer en dicho error y la predicación y canciones de nuestros cultos están llenas de esas mezclas que nos confunden y evitan el crecimiento en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo.

Cuando cantamos: «ven conmigo a la casa de Dios… estando aquí en la casa de Dios…» estamos empleando términos basados en el viejo régimen de la ley que conforman una idea de que el lugar donde estamos realizando la adoración es la casa de Dios. Sin embargo, el Nuevo Pacto dice que somos piedras vivas, casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo (cf. 1 Pedro, 2:4,5).

Cuando ponemos como condición indispensable para ser bendecidos el que hagamos buenas obras: dar el diezmo, traer a otros a los cultos, asistir a todas las reuniones, levantar las manos, saltar y danzar, aplaudir y gritar desaforadamente, incluso silbar y patear; cuando todas estas formas de hacer son síntomas de estar «en avivamiento» hemos deformado la gracia para entrar en el evangelio de obras. Cristo nos redimió de la maldición de la ley para que nos alcanzara la bendición de Abraham.

El evangelioSu obra es suficiente para recibir el beneplácito de Dios y no el hecho de exteriorizar los componentes de la religiosidad. Hay algunos predicadores que llegan a decir que: «los que no aplauden ahora no se van con el Señor, se quedan aquí para pasar la gran tribulación»; o «si no levantas las manos o saltas en este preciso momento la bendición de Dios no te alcanzará, te quedarás seco». Semejantes despropósitos solo conducen al simplismo y la superficialidad. No estoy en contra de las manifestaciones de júbilo, gozo y libertad cuando es el momento de ello, ni tampoco de las buenas obras que confirman la fe, pero me temo que en muchos casos estamos mezclando la ley religiosa con la gracia, el viejo régimen de la letra con el nuevo del Espíritu, y eso solo puede conducir a la confusión.

Debemos situarnos en Cristo. El Mesías ya vino. El Espíritu Santo ha sido dado a los creyentes. Somos ministros de un nuevo Pacto. Las obras de la ley, (sea la del judaísmo o la de nuestro sistema religioso denominacional), es llevarnos a Cristo; puede servir como ayo durante un tiempo, pero debemos avanzar a la madurez y ser guiados por el Espíritu de Dios y no depender de pedagogos.

La ley, cualquier ley, dice: «Haz estas cosas y vivirás por ellas». Pone el énfasis en no hagas, no toques, no comas, no gustes, guardar días de fiesta, luna nueva o días de reposo, disciplina personal, duro trato del cuerpo, esfuerzo propio, fuerza de voluntad, cara de humilde, apariencia de piedad, mandamientos de hombres con una larga lista de prohibiciones o aprobaciones. Pablo dice que no tienen valor alguno contra los apetitos de la carne (cf. Colosenses, 2:16-23). En su mayor parte suelen ser obras de la carne para domesticar la naturaleza caída que llevamos desde Adán. «Pero estando ya presente Cristo, sumo sacerdote de los bienes venideros, por el más amplio y más perfecto tabernáculo, no hecho de manos, es decir, no de esta creación, y no por sangre de machos cabríos, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención» (Hebreos, 9:11-12). Y continua el autor de los Hebreos diciendo: «Porque si la sangre de los toros y de los machos cabríos, y las cenizas de la becerra rociadas a los inmundos, santifican para la purificación de la carne, ¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin  mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?» (Hebreos, 9:13-14).

pentecostesLa gloria del Nuevo Pacto en la sangre de Jesús es mayor que la gloria pasajera que tuvo el viejo régimen de la letra. La gloria de la vida en el Espíritu habitando en nosotros y guiándonos a toda verdad, es mayor que todos los requisitos religiosos que moldean las formas de vivir del hombre pero no pueden cambiar la naturaleza humana y por tanto, más pronto o más tarde se llega a la frustración. El nos dio vida cuando estábamos muertos en delitos y pecados. Hemos muerto con Cristo, por tanto debemos buscar las cosas de arriba no las de la tierra. El evangelio es poder de Dios para salvar y liberar al ser humano, judíos o gentiles, religiosos o agnósticos. El evangelio de la gracia es: Habitaré y andaré entre ellos y seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón… perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado (2 Corintios, 6:16) (Jeremías, 31:33,34). Al decir: Nuevo Pacto, ha dado por viejo el primero, y lo que se da por viejo y se envejece, está próximo a desaparecer (Hebreos, 8:7-13).

El Nuevo Pacto tiene mejores promesas; contiene los poderes del siglo venidero; ha creado un nuevo hombre según Dios en la justicia y santidad de la verdad; es otra dimensión de gloria. Es la gracia y la verdad que vinieron por medio de Jesucristo. Es el poder de la resurrección de Cristo que opera en nosotros mucho mas abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros.

El evangelio de Dios tiene todas estas riquezas inescrutables de la plenitud que hay en Cristo. Por eso dice el apóstol que en él estamos completos, y si estamos completos en Cristo no debemos regresar al viejo régimen de la letra para mendigar el favor de Dios mediante nuestras «buenas obras», sino bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad; así que cuando somos débiles entonces somos fuertes, porque opera el poder de Dios en nosotros y no la capacidad de nuestra realización personal y nuestra proyección religiosa.

Medita estos textos: Hebreos 8:6 y 6:4-6;   Efesios 4:24;   2 Corintios 3:18; Juan 1:17;   Efesios 3:20;   Filipenses 3:10;   Efesios 1:7,18;  y 2:7 y 3:8, 19 y 4:13;   Colosenses 1:19 y 2:8-10;   2 Corintios, 12:9,10 y 13:3,4.

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