EL EVANGELIO – 3

El evangelio (2)Qué significado tiene «pagar el precio»

Hay expresiones que se repiten muy a menudo en los púlpitos y que vienen a ser el colofón de una tesis; es la última palabra para terminar de convencer  a los reticentes en cuestión de entrega y consagración. Una de las mas desgastadas es: «hay que pagar el precio». Generalmente esta expresión está relacionada con el sufrimiento y abnegación que conlleva el servicio cristiano. Sin embargo, el significado que trasciende y se graba en las mentes es que sin pagar un precio no se obtiene la recompensa deseada. Por lo tanto la persona se interroga si realmente está pagando el precio suficiente para «comprar» el favor de Dios, o tiene que intensificar su activismo para lograrlo, es decir, si las obras que hace son suficientes. De esta forma se establece un pensamiento de obras y recompensa; de entrega y bendición; de dar algo para recibir más, es decir, entramos en una transacción comercial, mercantilista, muy de moda en la sociedad actual. Sin pretenderlo, seguramente, hemos dado entrada al evangelio de obras que es más fácil de asimilar y por tanto se instala en nuestra forma de pensar desplazando la palabra de su gracia.

Si el precio está pagado al coste de la vida derramada del Mesías, ¿por qué nos empeñamos en hablar de «pagar el precio»? Si su obra en la cruz del Calvario fue hecha una vez y para siempre, habiendo obtenido eterna redención, ¿por qué mantenemos la mentalidad de que sin hacer algo por nuestra parte la obra no está consumada? ¿Por qué mantenemos una conciencia de culpabilidad si la sangre de Jesús nos limpia de todo pecado? Es increíble lo familiarizados que estamos con un evangelio de obras, con una aceptación por obras. En realidad parece darnos más seguridad cuando sabemos que hemos hecho algo, que nos hemos esforzado, que todos pueden ver nuestra entrega y que no somos unos aprovechados.

Cuando recibimos un regalo de alguien nuestro primer pensamiento es ver cómo podemos devolver el favor, qué podemos regalar nosotros para no quedar por debajo de su generosidad. Nos cuesta aceptar un regalo sin más, agradecidos, sin pensar que realmente no lo merecemos. A menudo nos parece más difícil recibir que dar, a no ser que manifestemos un egoísmo evidente. Es un acto de cortesía llevar un regalo a una casa donde hemos sido invitados a comer; incluso en las bodas somos invitados pero realmente pagamos mucho más de lo que cuesta la comida.

Con esta mentalidad tan natural y humana es tan irracional comprender que nuestra deuda ha sido pagada; una deuda imposible de liquidar por nuestra cuenta; nuestro saldo es insuficiente, pero la deuda ha sido pagada a un alto coste y se nos ofrece el sobreseimiento de la causa; es decir, ha sido cancelada la deuda; el pago está hecho, no por méritos propios, sino por la abundancia de Su gracia y del don de la justicia. Debemos firmar el documento que nos acredita como liberados del peso de pecado; ley y muerte que había contra nosotros, que nos era contraria y que ahora ha sido clavada en la cruz del Calvario. Nuestra firma es la fe depositada en el Autor y consumador de la obra única y acabada que nos reconcilia con Dios por toda la eternidad: Jesucristo. Y todo ello está registrado en el Testamento del que somos beneficiarios por el amor de Dios hacia nosotros. Ese amor se ha expresado en una cruz ignominiosa, maldita, levantada en el monte de la calavera y con el Hijo del Hombre clavado en ella, para que todo aquel que en él crea no se pierda más tenga vida eterna. Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo Unigénito. La obra está hecha y acabada. El Testamento contiene la legalidad del acto y los beneficios de los herederos.

El evangelio (3)Algunos datos del Testamento.

Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios. (1Co. 6:20).

Por precio fuisteis comprados; no os hagáis esclavos de los hombres (1 Corintios 7:23).

Así que, por eso es mediador de un nuevo pacto, para que interviniendo muerte para la remisión de las transgresiones que había bajo el primer pacto, los llamados reciban la promesa de la herencia eterna. Porque donde hay testamento, es necesario que intervenga muerte del testador. Porque el testamento con la muerte se confirma; pues no es válido entre tanto que el testador vive… Y casi todo es purificado, según la ley, con sangre; y sin derramamiento de sangre no se hace remisión (Hebreos 9:15-22).

Pues si por la transgresión de uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia. Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida. Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos. Pero la ley se introdujo para que el pecado abundase; mas cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia; para que así como el pecado reinó para muerte, así también la gracia reine por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro (Romanos 5:17-21).

Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios. Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él (2 Corintios 5:18-21).

Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados, anulando el acta de los decretos que había contra   nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz, y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz (Colosenses 2:13-15).

Pero estando ya presente Cristo, sumo sacerdote de los bienes venideros, por el más amplio y más perfecto tabernáculo, no hecho de manos, es decir, no de esta creación, y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención. Porque si la sangre de los toros y de los machos cabríos, y las cenizas de la becerra rociadas a los inmundos, santifican para la purificación de la carne, ¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo? (Hebreos 9:11-14).

El precio está pagado.

Una vez que hemos sido hechos beneficiarios de la obra de Jesús nuestras vidas quedan ligadas a él para siempre. Se establece un vínculo sobrenatural, una unión indisoluble para vivir y para morir. Somos comprados para Dios y Su Reino, somos propiedad Suya. Y esta nueva realidad en la vida del creyente tiene muy diversas y prácticas manifestaciones. Puede contener momentos de sufrimiento y gloria; de aflicción y victoria; de sequía y plenitud; pero en todo ello hay un propósito eterno de conformarnos, ser hechos, a la imagen de Su Hijo.

Su gracia será suficiente en todo momento para sobrepasar los tiempos de prueba y tentación, porque no nos ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana, sino que fiel es Dios que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que juntamente con la prueba dará la salida para poder soportar (1 Co.10:13).

Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados. Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó (Romanos, 8:28-30).

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