EL EVANGELIO – 2

El evangelio (3)Que evangelio predicamos

Hace algunos años subía junto con otro hermano a un bloque de pisos para predicar el evangelio casa por casa, cuando vemos bajar a una pareja de mujeres con revistas en las manos que ya venían de vuelta en el mismo edificio, eran de los llamados «testigos de Jehová». En mi celo por el evangelio me apresuré a increparlas diciéndoles: ¿vosotras que evangelio estáis predicando? Se asustaron un poco por lo violento de mi apelación y nos metimos en una discusión sobre el evangelio.

Es relativamente fácil hablar acerca de Dios y religión, en términos generales, pero cuando se trata de concretar el tipo de mensaje con el evangelio de Jesús como eje de nuestra predicación, entonces nos encontramos con el dilema de saber qué evangelio estamos predicando, cuál es la esencia, el epicentro del mensaje a proclamar. El apóstol Pablo se quedó perplejo acerca de los gálatas al ver lo fácil que les había sido recibir otro evangelio. También en la segunda carta de corintios refleja sus temores sobre la astucia de la serpiente para torcer los sentidos, extraviarlos de la sincera fidelidad a Cristo y llevarlos a recibir otro Jesús, otro espíritu u otro evangelio.

Estoy maravillado de que tan pronto os hayáis alejado del que os llamó por la gracia de Cristo, para seguir un evangelio diferente. No que haya otro, sino que hay algunos que os perturban y quieren pervertir el evangelio de Cristo. Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciaren otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema. Como antes hemos dicho, también ahora lo repito: Si alguno os predica diferente evangelio del que habéis recibido, sea anatema (Gálatas, 1:6-9).

Pero temo que como la serpiente con su astucia engañó a Eva, vuestros sentidos sean de alguna manera extraviados de la sincera fidelidad a Cristo. Porque si viene alguno predicando a otro Jesús que el que os hemos predicado, o si recibís otro espíritu que el que habéis recibido, u otro evangelio que el que habéis aceptado, bien lo toleráis… (2 Corintios, 11:3,4).

Ante estas declaraciones categóricas del apóstol cabe preguntarse ¿cómo sabemos cuál es el verdadero evangelio de Dios? Las cartas a los gálatas y a los romanos dan buena prueba de cuál es el mensaje de Dios que debemos aceptar. En estas cartas el apóstol de los gentiles expone magistralmente el contenido del evangelio basándose en la revelación que ha recibido del mismo Jesucristo y en la confirmación de las Escrituras. Porque el evangelio no es un mensaje nuevo, sino la culminación de la revelación de Dios que comenzó en Génesis y alcanza la plenitud del tiempo en la Persona del Mesías para redimir al hombre a través de su obra expiatoria.

El evangelio (2)Básicamente nos encontramos con dos tipos de evangelios diferentes, con terminologías parecidas, pero con un planteamiento de base completamente divergente: el evangelio de obras y el evangelio de la gracia. En el primero hay una gran diversidad de mensajes; las obras a realizar son diferentes en función del sistema religioso que se predique en cada caso; por su parte en el segundo hay un solo mensaje valido: la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras. Esto habla, y exhorta y reprende con toda autoridad. Nadie te menosprecie (Tito 2:11-15).

El evangelio de la gracia comienza en Dios, se origina en Su voluntad, no es de la tierra, es del cielo, se ha hecho realidad en la Persona de Jesucristo para redimir un pueblo celoso de buenas obras, esas obras son las que Dios produce en nosotros y que ha preparado de antemano para que andemos en ellas. La frase tan conocida de que «no somos salvos por las obras, sino que somos salvos para hacer buenas obras» resume el contraste de estos dos tipos  esenciales de evangelios.

Generalmente pensamos en los católicos cuando hablamos del evangelio de obras (aunque como he dicho todos los sistemas religiosos tienen su base en hacer obras para conseguir el favor divino), sin embargo llevo tiempo viendo la confusión y mezcla que tenemos en los ámbitos evangélicos; donde se dice que somos salvos por gracia pero el énfasis está puesto sobre las obras que debemos realizar y el esfuerzo personal para ser bendecidos por Dios y obtener el favor de los líderes.

Realmente, en muchos casos, estamos predicando un evangelio de obras, con la apariencia de anunciar la gracia de Dios. Es una mezcla muy sutil y de difícil separación pero que no se diferencia de cualquier otro sistema religioso. Interpretando sin forzar las cartas de Pablo vemos que ese evangelio de obras nos coloca bajo maldición, defrauda a muchos, levanta el legalismo, frustra a la mayoría y  mantiene al pueblo en culpabilidad y derrota. No hay paz cuando tratamos de llegar a un nivel de aceptación lo suficientemente recomendable para que Dios nos tenga en cuenta, nos bendiga y no esté enfadado con nosotros. Muchos amados hermanos están sufriendo el azote de una predicación no centrada en la obra de Su gracia.

Porque todos los que dependen de las obras de la ley están bajo maldición, pues escrito está: Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas. Y que por la ley ninguno se justifica para con Dios, es evidente, porque: El justo por la fe vivirá; y la ley no es de fe, sino   que dice: El que hiciere estas cosas vivirá por ellas. Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero), para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a los  gentiles, a fin de que por la fe recibiésemos la promesa del Espíritu (Gálatas 3:10-14).

El evangelio de obras es de fácil asimilación para la mente religiosa, no necesita revelación especial; la mente natural está diseñada para comprender que si hago un trabajo debo recibir mi recompensa; sin embargo, necesitamos la revelación de Dios para comprender el evangelio de la gracia que nos coloca en una posición donde somos declarados justos, reconciliados con Dios, perdonados, santificados y todo ello sin méritos propios.

Fuente de agua de vidaLa gracia es una esfera de aceptación que nos conduce a un rendimiento incondicional a la voluntad de Dios. La gracia recibida comprende que no puede haber exigencia alguna por nuestra parte, solo gratitud y alabanza. La gracia acepta a los demás bajo las mismas condiciones, sin méritos personales. Esta realidad sobrenatural podemos comprenderla intelectualmente en parte, pero su profundidad supera los límites de la mente humana, es del cielo, son los pensamientos y caminos más elevados de Dios (cf. Isaías, 55: 8,9).

Jesús es la gracia que perdona a la mujer pecadora cuando la ley de los fariseos reclamaba el juicio legal por sus actos. Podemos exigir muchas cosas legalmente y bíblicamente desde los púlpitos, pero debemos recordar que la misericordia triunfa sobre el juicio. Está escrito: Misericordia quiero y no sacrificios (Oseas 6:6). Tener razón «bíblicamente» no exime de actuar según el Espíritu de Cristo. La letra mata, pero el espíritu vivifica.

Con este planteamiento no estoy abogando por la permisividad, ni dando licencia para el pecado y las debilidades de la carne. Lo que digo es que debemos recordar nuestra propia condición cuando juzgamos a los demás y no tener dos varas de medir, una para nosotros de justificación y otra para los demás de condenación.

Imponer cargas es un ejercicio atractivo cuando son otros los que deben llevarlas porque nos dan una apariencia de rectitud y firmeza. Y en los casos cuando el que las reclama sobre otros las está cumpliendo también tiene el componente esencial de ser él quién marca las directrices, y por tanto, tiene la satisfacción de decir a otros lo que tienen que hacer. Nuestro Maestro fue implacable hacia esas prácticas: Y él dijo: ¡Ay de vosotros también, intérpretes de la ley! porque cargáis a los hombres con cargas que no pueden llevar, pero vosotros ni aun con un dedo las tocáis (Lucas 11:46).

Cuando un líder religioso ha perdido el contacto con la realidad cotidiana de los miembros de su congregación, ve las cosas desde su perspectiva únicamente, su estilo de vida, su forma de vida, su horario y prioridades y no comprende la lucha diaria de sus gobernados, los ve solo bajo el prisma de su mundo eclesiástico, que en ocasiones contiene una gran dosis de irrealidad cotidiana, y trata por todos los medios de imponer su traje a los hermanos que ministra. Además habrá en su mensaje una carga de imposición legalista que conlleva la culpabilidad sobre las conciencias por no estar a la altura de su vara de medir. Luego cuando el pastor se da cuenta de la ansiedad y aflicción que ha producido en los hermanos para ponerse a la altura de sus demandas, les trae el mensaje de venir a Jesús todos los que estáis trabajados y cargados…

Tenemos una gran cantidad de cargas impuestas en las iglesias en forma de actividades que mantienen a los creyentes en un estado continuo de estrés y agitación. Formar parte de esas actividades, acudir a todos los cultos como una meta en sí mismo, mostrar disposición y apoyo a todos los proyectos que se llevan a cabo viene a ser un signo inequívoco de estar entregado, ser un cristiano consagrado y por el contrario el que no llega a ese nivel es un hermano de segunda categoría, es tibio, no está pagando el precio, es un simple simpatizante y no un verdadero discípulo de Jesús. Ahora, yo pregunto ¿No es este un evangelio de obras?

Predicamos la gracia pero practicamos la ley de «haz esto y vivirás por ello». Predicamos la fe para ser salvo, pero si no estás comprometido con el programa que se lleva a cabo en tu iglesia local en todos sus aspectos, tu falta de entrega te conducirá a quedarte aquí cuando Cristo regrese por su iglesia. Si la salvación depende de mi apoyo a las actividades eclesiásticas ¿para qué murió Cristo en mi lugar?

Con esto, ¿qué quiero decir? ¿Que debemos ser unos pasotas, indiferentes y pasivos a las necesidades de la congregación a la que pertenecemos? No. ¿Estoy entonces abogando por el quietismo, anulando nuestra voluntad sin tomar ninguna iniciativa hasta que un rayo, una voz, un trueno o un ángel querubín se nos aparezca? Tampoco. Lo que digo es que hay que servir a Dios con alegría, no por imposición legalista. Debemos vivir en libertad y no bajo la esclavitud de recorrer el mundo entero para hacer un prosélito y luego convertirle en un clon o un autómata de nuestro sistema religioso.

La ansiedad que a veces transmitimos al predicar el evangelio es captada por nuestro oyente como un síntoma de sectarismo que le lleva a pensar que nos hará un favor si viene a uno de nuestros cultos. En lugar de conducir a las personas al Autor de la fe le predicamos nuestra iglesia como el lugar de salvación y respuesta de todas sus aflicciones. Sin darnos cuenta, a veces en lugar de predicar a Cristo anunciamos nuestra congregación; enseñamos a los futuros convertidos, ya en nuestro primer mensaje, que para ser salvo su vida tiene que estar íntimamente ligada al lugar de culto, debe asistir a «la iglesia» para ser un verdadero cristiano. La idea que recibe el neófito es de un lugar donde estar y ser parte de los horarios y actividades que allí se realizan, junto con el compromiso de apoyar económicamente con los gastos que se derivan de ello. Estos planteamientos son de fácil comprensión y muchos los aceptan, otros huyen ante la idea de quedar atrapados en una rutina de la que luego es difícil salir.

Amados hermanos, hemos predicado un evangelio de obras que expone a mucha gente a quedar bajo maldición, la maldición de no poder cumplir con todos los requisitos impuestos y vivir continuamente en el suplicio de una conciencia cargada de culpabilidad y obras muertas. El apóstol Pablo dedicó su vida a combatir esas deformaciones de la verdad, en la carta a los gálatas lo expone ampliamente.

IMG_20170103_163915741_HDREl evangelio liberta al ser humano de la esclavitud religiosa para amar a Dios con todo su corazón y servirle con gratitud. El evangelio es «Cristo en mi la esperanza de gloria».

El evangelio trae vida al espíritu del hombre, la clase de vida de Dios; liga todo su ser a la Persona de Jesucristo; es un espíritu con él. De esa unión se derivarán muchas obras, obras de fe, obras por la gracia recibida, obras que se manifiestan desde la unión indisoluble con la vid verdadera. Pero seamos sinceros, en gran medida hemos cambiado esa unión con Cristo por la unión con «la iglesia»; nos parece que es lo mismo, es más, que es lo correcto, pero nos hemos alejado del centro para levantar otra realidad.

Podemos servir a la iglesia sin servir a Cristo. ¿Pero cómo? Sí, podemos servir a un sistema religioso pensando que servimos a Dios y damos lo mejor de nuestro esfuerzo y dedicación a una causa equivocada. Saulo de Tarso había pensado que servía a Dios persiguiendo a los cristianos y estaba dispuesto a cualquier esfuerzo llevado por su celo equivocado. Los llamados «testigos de Jehová» están dispuestos a sufrir el desprecio de sus vecinos y no cesan de ir casa por casa para anunciar un evangelio falso, creyendo recibir la recompensa de vivir en un milenio terrenal. Muchos musulmanes llevan hasta el fanatismo más extremo su servicio a la ley sharia del Corán creyendo que con sus actos terroristas van a recibir un paraíso lleno de vírgenes.

Muchos hermanos evangélicos desgastan sus vidas entregados a la causa de un líder plagado de si mismo creyendo ver en él al vicario de Cristo en la tierra. Aceptan su liderazgo como parte esencial de su fe y se convierten, en muchos casos, en esclavos de hombres. Pablo dijo: «Lo hice por ignorancia en incredulidad» (1 Timoteo 1:13), y fue liberado por Jesús mismo de su fanatismo equivocado. Pasó de ser perseguidor a perseguido. Su vida quedaría ligada para siempre al Autor y consumador de su fe y la entregaría a favor del evangelio de la gracia de Dios. El evangelio que le había liberado y que Cristo le había revelado. El evangelio que le había sido confiado para transmitirlo a su generación y a todas las generaciones a través de sus escritos; aunque no era suyo, el evangelio es de Dios y de Dios lo había recibido. No actuó en solitario, lo confirmó con los que eran columnas en la iglesia de Jerusalén. Fue el mismo evangelio que predicó el apóstol Pedro y Juan y todos los demás apóstoles de Jesús.

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