El aborto

Aquí vemos con toda claridad que el embrión de la vida es una realidad viva delante del Hacedor, que ya en ese lugar oculto en el vientre de la madre Dios diseña un plan para la vida de esa persona que está en formación y llegará a ser una realidad sino se aborta el proceso de la existencia. Pero una sociedad que ignora a Dios y Su propósito con la creación se corrompe, pierde la sensibilidad, su conciencia se cauteriza y es capaz de cometer cualquier infamia en nombre de la ciencia, los derechos de la mujer a abortar anulando los del hijo a vivir y en nombre de una vida de placer y bienestar que entran en colisión con el desafío que presenta criar un hijo.

Es una farsa y una hipocresía de nuestra sociedad el que los llamados progresistas que se oponen “violentamente” a la guerra sean los primeros en encabezar las manifestaciones abortistas que asesina a niños inocentes bajo la bandera de “nosotras los parimos, nosotras decidimos”.

Si estás bajo la presión y tentación de abortar, no lo hagas, asume con valentía tu responsabilidad, en último caso hay familias e instituciones donde puedes darlo en adopción.

 

Si este mensaje ha llegado demasiado tarde a tu vida y ya has abortado en alguna ocasión, si lo hiciste en ignorancia e incredulidad pide perdón a Dios y deja que la sangre de Jesús limpie ese pecado para andar ahora en novedad de vida según los principios del Reino de Dios. El apóstol Pablo dio testimonio de esta verdad con estas palabras al recordar su experiencia pasada como perseguidor de la iglesia:

“…habiendo yo sido antes blasfemo, perseguidor e injuriador; mas fui recibido a misericordia porque lo hice por ignorancia, en incredulidad. Pero la gracia de nuestro Señor fue más abundante con la fe y el amor que es en Cristo Jesús. Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero. Pero por esto fui recibido a misericordia, para que Jesucristo mostrase en mí el primero toda su clemencia, para ejemplo de los que habrían de creer en él para vida eterna. Por tanto, al Rey de los siglos, inmortal, invisible, al único y sabio Dios, sea honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.” (1 Timoteo, 1:13-17).

 

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