6 – La época monárquica (1000 a.C.)

EL ENIGMA ISRAELEl pueblo de Israel mezcló su singularidad con las costumbres y formas de pensar de las naciones que vivían alrededor de ella, esto produjo ideas similares a las demás naciones en cuanto a la forma de gobierno. Concluyeron que al igual que sus vecinos tenían un rey que les conducía en las guerras, también el pueblo del pacto quiso un rey al estilo gentil, por lo que vinieron al profeta Samuel para pedir rey.

De la misma manera la iglesia o congregación de Dios ha caído a lo largo de su historia en el mismo error. En nuestra generación hemos imitado los modelos mercantiles en la forma de hacer empresa para aplicarlo al gobierno de la grey de Dios. Tenemos un líder-pastor que actúa como director general y a partir de ahí un modelo piramidal muy jerarquizado para desarrollar y «vender» el producto del evangelio con técnicas muy sistematizadas, un gran despliegue de marketing, mucho colorido y lenguaje aplicado al hombre moderno, así como una música adaptada al oído de la juventud para que no noten la diferencia entre el evangelio de Dios y su actual forma de vida. Jesús dijo: Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo; como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos (Mateo 20:25-28).

Algunos argumentarán que debemos ser astutos como serpientes, o que los hijos de este siglo son más sagaces en su trato con sus semejantes que los hijos de luz, sin embargo, esas formas de pensar nos han llevado en muchos casos a imitar modelos profanos y justificar los medios para conseguir fines, hemos caído en un pragmatismo que nada tiene que ver con los principios del reino de Dios. Así ocurrió con el pueblo de Israel cuando pidieron un rey para que los juzgara y saliera delante de ellos en las guerras (1 Samuel, 8:5, 19,20).

De esta forma Israel entró en el periodo monárquico, iniciándose con Saúl y siguiendo con la casa de David, con quién Dios hizo un pacto que de su descendencia nacería uno que sería rey para siempre, en referencia a Jesús, la simiente que había de venir (2 Samuel, 7:11-17).

Este pacto sobrepasa a Salomón, que fue quién sucedió en el trono al rey David, para vislumbrar y alcanzar el reino mesiánico en la persona de Jesús, el Rey de reyes y Señor de señores.

En los días de Roboam, hijo de Salomón, el reino se dividió, quedando partido en dos, por un lado el reino de Judá o del sur, junto con la tribu de Benjamín, y por otro el reino de Israel, o del norte, cuyo primer rey fue Jeroboam.

El pecado de Jeroboam (3)El pecado de Jeroboam y el cautiverio de Israel y Judá

Este rey dio inicio a lo que se llama en las Escrituras el pecado de Jeroboam, que consistió en formar un nuevo sistema religioso, alejado de Jerusalén, donde estaba ubicado el templo que construyó Salomón y alrededor del cual giraba la vida religiosa del país según las ordenanzas que aparecían en la Torah. Pues bien, Jeroboam formó un nuevo culto constituyendo dos nuevos lugares de adoración con dos becerros de oro, y los puso uno en Bet-él y el otro en Dan. Puso sacerdotes que no eran de la tribu de Leví, e inventó fechas  nuevas para las fiestas religiosas. El temor a que se pasara a Judá la gente de Israel le llevó a inventar una nueva religión hecha a su medida política, lo cual vino a ser un pecado que sería transmitido de generación en generación hasta que el juicio de Dios les llevó al cautiverio para desaparecer y disolverse entre las demás naciones; así surgió el misterio de las diez tribus perdidas de Israel (1 Reyes, 12:26-33).

¡Cómo recuerda este modelo a lo que luego ha sido imitado por otros muchos gobernantes políticos y religiosos a lo largo de la Historia! La política y la religión unidas para dominar a los pueblos con cadenas desde la cuna a la sepultura, salvo que el evangelio de la gracia rompa dicha esclavitud.

Aunque no quisiera extenderme demasiado en este punto, creo que es importante que meditemos en algunos aspectos relevantes de cómo se desarrolla la estrategia para formar nuevos sistemas religiosos, modelos que se han repetido con los mismos denominadores comunes a lo largo de la Historia, y que han dado lugar a un sinfín de religiones y denominaciones trayendo gran confusión, y de la que no nos escapamos en nuestra generación.

Tenemos aquí la clásica mezcla que lleva a los pueblos, naciones o congregaciones de cualquier denominación religiosa, a un final de confusión y pérdida, a la decepción de muchos, aunque durante un tiempo la estructura establecida acoja con sus aportes de seguridad el devenir del ser humano. Vemos que haciendo dos becerros, cayendo en la idolatría, se proclamó con gran convicción: estos son tus dioses, los cuales te hicieron subir de la tierra de Egipto. El  mismo pecado que ya se llevó a cabo en el desierto y que recibió el juicio de Dios en los días de Moisés, cuando bajó del monte con las tablas del Pacto y el pueblo se había desenfrenado, haciendo una fiesta alrededor del becerro de oro y anunciando que en él se representaba a Adonai, el Señor, que los había sacado de la esclavitud de Egipto.

MezclasCuando se instala esta mezcla se levanta un poder tan fuerte que  parece impedir volver atrás. La obstinación, que es idolatría (1 Samuel, 15:23), se introduce en los corazones de los hombres, mezclada con la influencia de las potestades territoriales, de quienes se nutre el nacionalismo, cualquier nacionalismo excluyente, para no permitir el arrepentimiento ni siquiera al oír de viva voz el error que se está cometiendo. Este fue el caso de Jeroboam cuando un profeta anónimo denunció abiertamente el pecado que había consumado. Hablando de parte del Dios de Israel, incluidas las manifestaciones que confirmaban la verdad que anunciaba el profeta, cuando al propio rey se le secó la mano que extendió contra el hombre de Dios; el altar de Betel se rompió y se derramó la ceniza que había sobre él. Luego el rey pidió que el varón de Dios orase por él, cuando lo hizo su mano le fue restaurada. También quiso ser hospitalario con el profeta invitándole a comer en su casa, invitación que fue rechazada. Pues bien, a pesar de todo ello el nuevo sistema que había puesto en marcha no sufrió ningún cambio, quedó establecido el nuevo sistema religioso que pasó a la siguiente generación, siendo causa de pecado en Israel hasta que el juicio de Dios vino en los días del rey Oseas hijo de Ela. Incluso este pecado pasó a territorio de Judá y los reyes descendientes del rey David también pecaron levantando lugares altos de culto idólatra a la manera del pecado de Jeroboam (2 Reyes, 17:6-23).

Aquí vemos el poder destructivo que puede llegar a tener el pecado establecido a través de las tradiciones y leyes impías legisladas contra la ley de Dios, (ejemplo: el aborto, la eutanasia, los matrimonios homosexuales, etc.); la obstinación en mantener el ritual  basado  en errores originales, obstinación que se convierte en idolatría, mezclada con el apego a la cultura religiosa innata en los pueblos, y que se desarrolla a través de la mezcla con otras tradiciones territoriales que llamamos en muchos casos cultura popular o idiosincrasia,  para incrementar el error y atraer el juicio de Dios. Esto fue lo que pasó con Israel, las diez tribus del norte, «a quién Jeroboam apartó del camino de Adonai y les hizo cometer un gran pecado. Los hijos de Israel anduvieron en todos los pecados que cometió Jeroboam y no se apartaron de ellos, hasta que Adonai apartó a Israel de su presencia, como lo había anunciado por medio de todos los profetas, sus siervos. Así Israel fue llevado cautivo de su tierra a Asiria, hasta el día de hoy» (2 Reyes, 17:21-23).

También vemos en el pasaje que estamos estudiando sobre el pecado de Israel y Judá que cuando ponemos bases contrarias a la revelación de Dios, apartándonos del plan original, fácilmente daremos entrada a la influencia de la cultura pagana que pronto invadirá con su idolatría los principios del reino de Dios dando lugar a una mezcla que conduce a la confusión, a Babilonia y por tanto al juicio de Dios.

Otra cosa que me llama la atención es que cuando se pone rumbo a este camino erróneo es muy difícil salir de él, aún cuando Dios envía a sus profetas con potente voz para hacer volver a su pueblo del mal camino; parece haber una inercia irresistible que nos impide el retorno y que solo se produce una vez que hemos llegado al abismo del juicio para iniciar después el proceso de restauración y regreso al origen de la voluntad de Dios.

JeroboamHaciendo un resumen de lo que se llama en las Escrituras el pecado de Jeroboam, diremos que su reinado comenzó siendo la voluntad de Dios por el pecado de Salomón en sus últimos años; confirmado por la mala gestión de su hijo Roboam como heredero del reino, cuando desestimó el consejo de los ancianos y eligió el consejo imprudente de los jóvenes de su propia generación. Luego vino el temor a perder influencia sobre Israel, las diez tribus puestas bajo el gobierno de Jeroboam, y las vanas imaginaciones de su corazón al inventarse un modelo que contradecía y desobedecía la palabra dada por Dios. Así se centró en mantener obstinadamente un sistema político-religioso que parecía dar resultados a primera vista, se consolidó en las siguientes generaciones y mezclado debidamente con la influencia pagana llegó al punto donde se liberó el juicio de Dios. La obstinación le llevó a no oír la voz de los profetas enviados para hacer regresar a su pueblo al pacto inicial y los mandamientos de Dios. De esta forma el reino del Norte, diez de las doce tribus de Israel, se perdieron entre las naciones de la tierra.

El cautiverio de Israel fue en el año 722 a.C. Por su parte Judá, el reino del Sur, fue llevado cautivo a Babilonia en días del rey Sedequías y el profeta Jeremías, allá por el año 586 a.C. El pecado que llevó a Judá al cautiverio fue muy parecido al pecado de Israel, abandonando los mandamientos de Dios y el pacto establecido en el Sinaí, del que Israel se alejó antes y que Judá imitó después.

Pero ni aún Judá guardó los mandamientos de Adonai, su Dios, sino que anduvieron en las costumbres que Israel había establecido (2 Reyes, 17:19 RV-95).

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