3 – La unción (primera parte)

CONCEPTOS ERRADOSLa sociedad actual impone la tiranía de la moda que se instala en nuestro vivir cotidiano como un invitado al que nadie ha llamado, pero que se queda y permanece entre nosotros durante un tiempo con la intención de saturarnos hasta el aborrecimiento con su énfasis predominante.

Luego desaparece sin que nos demos cuenta de ello y viene otra novedad; en ocasiones completamente diferente a la anterior, incluso la contradice en muchos casos. Esto demuestra la manía y obsesión que vivimos por los cambios y los énfasis.

En el mundo eclesiástico nos ocurre lo mismo. A lo largo de mi vida cristiana he visto tiempos de énfasis sobre una verdad, una práctica o una manifestación. Hay tiempos cuando se pone de moda hablar de algo, predicarlo sin descanso, hasta que la verdad se convierte en una perla pisoteada, tan trillada que la detestamos y durante mucho tiempo no osamos volver a hablar de ella.

Hablar de la unción y de los ungidos está de moda. Hay un énfasis desmedido en estos términos que a menudo se convierten en una forma de impresionar a las masas y llevarlas a correr detrás de «el ungido» de turno y la búsqueda desenfrenada de la unción como llave para el éxito de todos los males que afectan a la iglesia del Señor. Sin embargo, al buscar en cualquier concordancia de la Biblia, vemos que el concepto «la unción» aparece muy pocas veces en sus páginas; buscando la conjugación del verbo ungir aparecen algunos textos más, pero tampoco son tantos, especialmente en el Nuevo Testamento. Al oír a algunos predicadores parecería que no hay más que ese tema en toda la Biblia. No me cabe duda que la unción es un asunto importante en la vida del cristiano y de la congregación de Dios, pero no como una palabra mágica, sino como una verdad que hay que ver en su amplitud.


Definición:
La unción es un sello, (rociamiento, untar), capacitador que Dios da a sus hijos para que lleven a cabo su obra en la habilidad del Espíritu Santo y no de sus propias fuerzas. La unción de Dios es la capacitación de Dios para realizar la obra de Dios. En este sentido, todo cristiano tiene la unción de Dios, porque es ella la que nos capacita para vivir en el Espíritu, que a su vez es lo normal, o debería serlo, en la vida del creyente. La vida cristiana es un milagro en sí misma, es una obra de re-nacimiento por la palabra de Dios, una obra sobrenatural, que necesita definitivamente la intervención de Dios para que surja, crezca y alcance la meta. Todo el desarrollo de la vida cristiana es sobrenatural, no depende de la acción carnal del hombre caído, por tanto, se sostiene y se mueve por el obrar de la unción de Dios, o lo que es lo mismo, por el Espíritu Santo. Si lees el capítulo ocho de Romanos lo verás con toda claridad.

IMG_20170103_163915741_HDREntonces, ¿por qué se nos enseña que la unción es una experiencia exclusiva de algunos «siervos» de Dios, a los que debemos acudir para recibir una parte de esa unción inmensa que ellos tienen y que generosamente quieren compartir con nosotros? Parece que a partir de ese momento nuestras vidas quedan unidas a ese líder, de quien depende el éxito de nuestra vida cristiana, y que por añadidura le debemos acatamiento, admiración y dependencia. Acabamos siendo soldaditos de plomo, todos cortados por el mismo patrón, hechos a la medida del líder, ignorando la diversidad del cuerpo de Cristo y las diferentes funciones que el Espíritu de Dios reparte como él quiere. Pensamos que todos debemos ser evangelistas porque nuestro pastor tiene un don predominante de evangelista. Además se nos dice que nosotros podemos recibir lo mismo que él; si Dios se lo dio a él hará lo mismo con nosotros, porque Dios no hace acepción de personas. Esto es un error muy común en las iglesias llamadas carismáticas. De esta forma tenemos a una masa de creyentes peleando por hacer lo mismo que su líder, porque ese es el molde de fabricación y todos deben tener la misma forma. Una vez más esto contradice las Escrituras, donde encontramos que hay diferentes dones y diversas funciones, que no todos tenemos la misma función porque ¿dónde estaría la diversidad del cuerpo?

El apóstol Pablo nos dice que hay diversas medidas de fe que Dios reparte a cada uno (cf. Ro.12:3). Hay diversas funciones en el cuerpo de Cristo, como vimos en el capítulo anterior, y la multiforme sabiduría de Dios distribuye su gracia a cada uno en particular. Esto es discernir el cuerpo. Necesitamos reconocer los dones y las funciones de otros amados hermanos, y saber quiénes somos, lo que hemos recibido y lo que no tenemos. Querer tener todos lo mismo tiene su base en una ideología marxista-socialista, que aparenta ser muy buena pero es un error de consecuencias trágicas.

En el cuerpo de Cristo hay quién tiene diez talentos, otros solo tienen uno. Entrar en envidia o rivalidad por ello es luchar contra la soberanía de Dios. Odiar al pueblo judío por haber sido elegidos como una nación aparte de todas las demás naciones (cf. Dt.26:18-19), es no entender la soberanía de Dios, no aceptar Su voluntad y dar paso a un espíritu de orgullo y altivez que llevó al mismo Lucifer a querer subir al trono de Dios por no aceptar su lugar en la cosmovisión del Creador.

La epístola de Judas nos habla de los ángeles que no guardaron su dignidad, sino que abandonaron su propia morada (Judas, 6), y entraron en rebelión contra Dios. Nosotros también, cuando no aceptamos nuestro lugar en el cuerpo de Cristo, y queremos ocupar otros lugares o funciones nos estamos rebelando contra el orden del Dador de todas las cosas. Querer ser o tener lo que no somos o Dios no nos ha dado, es el comienzo de grandes perturbaciones para uno mismo y para los demás miembros del cuerpo. Se quiere imponer la uniformidad, (llevar el mismo uniforme), partiendo de la unción predominante del líder, para llevar al resto de la congregación a colocarse un traje que en muchos casos no está hecho para ellos. Recuerda la armadura que Saúl le quiso colocar a David para pelear con el gigante Goliat, y que tuvo que desechar para escoger lo que se adaptaba a su habilidad: una honda y cinco piedras.

La unciónLos ministerios que tienen potencial espiritual real de Dios, lo que si tienen capacidad de hacer es liberar las funciones del cuerpo de Cristo, sacar a luz, (reconocer), los dones que los redimidos tienen ya dados por Dios de antemano. Necesitamos el potencial y autoridad de hombres de Dios maduros para liberar los dones y las funciones del cuerpo de Cristo. Pablo ministró a Timoteo el don del Espíritu Santo para poner en acción la obra de Dios en la vida de Timoteo. Los apóstoles Pedro y Juan lo hicieron en  la ciudad de Samaria para que los que habían creído recibieran el Espíritu Santo por la imposición de sus manos. Sin embargo, en la casa de Cornelio el Espíritu Santo descendió sin imposición de manos. También en la ciudad de Éfeso había ciertos discípulos que no habían oído hablar del Espíritu Santo y cuando Pablo lo supo fueron bautizados en el Nombre de Jesús y habiéndoles impuesto las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo y hablaban en lenguas y profetizaban.

Ahora bien, poner de moda la imposición de manos para transmitir la unción de Dios se puede convertir en un sistema repetitivo que no conduce a nada. Forzar la máquina para que los creyentes hablen en lenguas, usando los métodos más variopintos que uno pueda imaginar, suele acabar en un desgaste decepcionante. Gracias a Dios por los que tienen el potencial de vida para transmitir y liberar la acción del Espíritu en la vida de los hermanos, sea el bautismo en el Espíritu o la acción de un don que ya ha sido dado por Dios con anterioridad. Pero cuando esto se pone de moda y se hace un énfasis desproporcionado tenemos un ejército de pastores afanados por imponer las manos, y una masa de creyentes alocados buscando la solución total a sus problemas en el toque de una mano del «ungido» de turno. Estos excesos conducen a la superficialidad y a un deterioro de verdades sólidas que se convierten en vulgaridad.

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