NACIDOS PARA VENCER: Los fundamentos

vencedorEl hombre nuevo nace como resultado del triunfo legal y actual de Jesús. Hemos nacido de nuevo por la simiente de un vencedor. Esta verdad es permanente y absoluta. Sin embargo, vivimos en un mundo cambiante y relativo. Esos esquemas tienden a afectarnos, movernos y desplazarnos de la solidez del fundamento de nuestra fe: La Persona y Obra de Jesucristo. Por ello, es necesario que afirmemos los cimientos de una vida victoriosa a la que Dios nos ha llamado. Todo buen fundamento debe estar basado en la verdad.

Veamos, entonces, tres verdades que garantizan una vida de fe sólida y estable para vencer sobre el sistema de este mundo.

La verdad de LA REGENERACIÓN

Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo (Tito,3:4-5).

La regeneración es «dar nuevo ser a aquello que degeneró». Es volver al género original. Es regresar al plan inicial de Dios después de haber estado viviendo un tiempo alejado de él, degenerados por el pecado y la desobediencia. Es nacer de nuevo. La regeneración es la base fundamental para establecer una vida de fe sólida y estable (Jer.18:1-10).

La verdad de LA RENOVACIÓN

No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta  (Romanos, 12:2).

La renovación es un proceso gradual hacia la transformación. Actúa sobre todo en la mente (Ro.12:2) y en el espíritu (Sal.51:10) (Ef.4:23). En este proceso debemos tomar parte activa llenando nuestros pensamientos con la palabra de Dios. Esta verdad es clave. Si vamos a vivir en victoria sobre el sistema de este mundo será por conocer la voluntad de Dios y obedecerla. Así está escrito:

¡Oh, cuánto amo yo tu ley! Todo el día es ella mi meditación. Me has hecho más sabio que mis enemigos con tus mandamientos, porque siempre están conmigo. Más que todos mis enseñadores he entendido, porque tus testimonios son mi meditación. Más que los viejos he entendido, porque he guardado tus mandamientos; de todo mal camino contuve mis pies, para guardar tu palabra… ¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras! Más que la miel a mi boca. De tus mandamientos he adquirido inteligencia; por tanto, he aborrecido todo camino de mentira (Salmo, 119:97-104).

Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino que de día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está escrito; porque entonces harás prosperar tu camino, y todo te saldrá bien (Josué,1:8).

Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos…  si no que en la ley del Señor está su delicia, Y en su ley medita de día y de noche. Será como árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto en su tiempo, y su hoja no cae; y todo lo que hace, prosperará  (Sal, 1:1-3).

De esta forma pensamos como piensa Dios; hablamos como Dios habla y vivimos de acuerdo con su santidad.

Como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia; si no, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo. Y si invocáis por Padre a aquel que sin acepción de personas juzga según la obra de cada uno, conducíos en temor todo el tiempo de vuestra peregrinación (1Pedro, 1:14-17).

Su palabra debe habitar y establecerse en nosotros.

La verdad de la TRANSFORMACIÓN

Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor (2Corintios, 3:18).

Cuando hemos digerido su palabra, ésta se diluye en nuestro ser y produce la transformación de nuestra vida. La palabra (el Verbo) actúa en nosotros y reproduce la imagen de Jesús.

Por lo cual también nosotros sin cesar damos gracias a Dios, de que cuando recibisteis la palabra de Dios que oísteis de nosotros, la recibisteis no como palabra de hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios, la cual actúa en vosotros los creyentes (1Tesalonicenses, 2:13).

Jesús es el Pan de vida que al comerlo produce en nosotros la transformación de nuestro ser: espíritu, alma y cuerpo.

Yo soy el pan de vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto, y murieron. Este es el pan que desciende del cielo, para que el que de él come, no muera. Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo. Entonces los judíos contendían entre sí, diciendo: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero. Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él. Como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por mí. Este es el pan que descendió del cielo; no como vuestros padres comieron el maná, y murieron; el que come de este pan, vivirá eternamente (Juan 6:48-58).

Así se establece la fusión o comunión entre Cristo y el creyente.

Resumiendo diremos que como hijos de Dios la verdad de la regeneración, la renovación y la transformación ponen en nosotros las bases para una vida práctica de victoria sobre el sistema de este mundo.

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