La fiebre por los sueños (5) – Vayamos a la Escritura

CONCEPTOS ERRADOSVayamos a las Escrituras

En las Escrituras tenemos la revelación de Dios a los hombres. La voluntad de Dios manifestada en la persona de Jesús. En ella encontramos mucho del conocimiento del hombre, de antropología; además de ayudarnos a discernir el mundo espiritual en sus dos vertientes: luz y oscuridad. La verdad de Dios aplicada debidamente pone equilibro al desequilibrio del hombre desde su caída en pecado.

Por ello, el hombre sabio viene a las Escrituras para encontrar revelación, luz, conocimiento, discernimiento; no debe venir para confirmar sus pensamientos, sus deseos, sus ambiciones, pretendiendo buscar el apoyo a sus pretensiones, filosofías o pensamientos preconcebidos para ratificarse en ellos y salir de esa búsqueda confundiendo sus deseos con la voluntad de Dios. La Biblia debe renovar nuestra manera de pensar para que no nos conformemos al esquema de este mundo, sino que seamos transformados en nuestro modo de ver las cosas, y podamos descubrir la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta (cf. Ro. 12:2).

         Cuando no nos conformamos a las sanas palabras de la piedad, buscamos y bebemos de otras fuentes; cisternas rotas (diría el profeta Jeremías) que no retienen el agua. Si abandonamos la verdad revelada, abrimos nuestros corazones a la mentira, y si persistimos en ello sin arrepentimiento, Dios envía un poder engañoso para que creamos la mentira y quedemos atrapados en la esclavitud del error (cf. 2 Tes. 2:11,12). La historia del pueblo de Israel antiguo es nuestro espejo para aprender, no somos diferentes a ellos. Hubo un tiempo cuando los mismos israelitas dijeron a Jeremías que les iba mal por haber abandonado el culto a la reina del cielo, y que el motivo por el que habían llegado al deterioro, decadencia y necesidad de sus días era porque habían dejado de presentar esas ofrendas. Hasta ese grado de engaño podemos llegar. Leamos.

La palabra que nos has hablado en nombre de YHWH, no la oiremos de ti; sino que ciertamente pondremos por obra toda palabra que ha salido de nuestra boca, para ofrecer incienso a la reina del cielo, derramándole libaciones, como hemos hecho nosotros y nuestros padres, nuestros reyes y nuestros príncipes, en las ciudades de Judá y en las plazas de Jerusalén, y tuvimos abundancia de pan, y estuvimos alegres, y no vimos mal alguno. Mas desde que dejamos de ofrecer incienso a la reina del cielo y de derramarle libaciones, nos falta todo, y a espada y de hambre somos consumidos. Y cuando ofrecimos incienso a la reina del cielo, y le derramamos libaciones, ¿acaso le hicimos nosotras tortas para tributarle culto, y le derramamos libaciones, sin consentimiento de nuestros maridos? (Jeremías 44:16-19).

         El profeta Jeremías les enseñó que fue precisamente por abandonar los mandamientos de Dios y entregarse al culto pagano lo que los había llevado a esa situación de juicio y cautiverio. El pueblo estuvo tan obstinado en el error que se ratificaron en sus pensamientos contumaces. Tuvieron que pasar setenta años hasta que comenzaron a comprender la realidad de lo que estaba pasando.

Y habló Jeremías a todo el pueblo, a los hombres y a las mujeres y a todo el pueblo que le había respondido esto, diciendo: ¿No se ha acordado JHWH, y no ha venido a su memoria el incienso que ofrecisteis en las ciudades de Judá, y en las calles de Jerusalén, vosotros y vuestros padres, vuestros reyes y vuestros príncipes y el pueblo de la tierra? Y no pudo sufrirlo más JHWH, a causa de la maldad de vuestras obras, a causa de las abominaciones que habíais hecho; por tanto, vuestra tierra fue puesta en asolamiento, en espanto y en maldición, hasta quedar sin morador, como está hoy. Porque ofrecisteis incienso y pecasteis contra JHWH, y no obedecisteis a la voz de JHWH, ni anduvisteis en su ley ni en sus estatutos ni en sus testimonios; por tanto, ha venido sobre vosotros este mal, como hasta hoy (Jeremías 44:20-23).

         También el apóstol Pablo nos enseña claramente que si hemos conocido a Dios y no le glorificamos como a Dios, ni vivimos reconociendo nuestra gratitud al que nos dio todo, sino que nos envanecemos en nuestros razonamientos y en lugar de adorar al Creador adoramos a las criaturas, nuestro intelecto, nuestra ciencia, nuestras visiones y sueños, acabamos entenebrecidos, nos volvemos necios, se apaga la luz de Dios y se encienden otras luces alimentadas por el espíritu humanista auto determinado a ser dueño de su propio destino. Cambiamos la gloria de Dios por imágenes mentales, vanas imaginaciones, fantasías, elucubraciones y sueños que nos llevan a dar culto a lo creado por nuestra propia concupiscencia. Llegados a esa situación, el apóstol nos dice claramente, repito, está escrito así, no lo endulcemos, no le pongamos papel de regalo, dice: «Dios los entregó a  la inmundicia… Dios los entregó a pasiones vergonzosas… Dios los entregó a una mente reprobada para hacer cosas que no convienen» (Ro. 1:18-32). Preguntémonos: ¿no son estas una buena parte de las características de la sociedad que tenemos? Vayamos un poco más allá: ¿no es verdad que lo que llamamos iglesia, −en una proporción demasiado amplia−, está en la misma situación? ¿No es verdad que el adulterio, el divorcio, la fornicación, la pornografía, la promiscuidad sexual, la idolatría del ego, la idolatría de la realización personal, el afán por las riquezas y la vanagloria de la vida están presentes en la iglesia en niveles parecidos a los que se dan en aquellos que viven lejos de Dios? ¿No es verdad que está escrito que es necesario que el juicio de Dios comience primero por su casa? Sin embargo escuchamos a predicadores muy vistosos diciendo: «paz, paz y no hay paz. Disfrutemos, seamos felices, alcancemos nuestros sueños, no dejes que nadie te estropee un buen sueño, ser cristiano es una aventura de fe. Es un camino hacia el cumplimiento de los sueños de Dios para nuestras vidas. No se trata de concentrarte en qué hiciste mal en el pasado, sino en revisar constantemente cómo puedes mejorar». El arrepentimiento y la restitución han desaparecido de algunos púlpitos, todo es inflar el ego, llenarlo de palabras hinchadas y agradables al oído. «Vas a ser grande, Dios va a hacer grandes cosas con tu vida». ¿A que llamamos grande? ¿Qué cosas son esas? Si Dios lo ha dicho, correcto; pero si no lo ha dicho y son inventadas del propio corazón del predicador engañamos a la gente, los llevamos por un camino que conduce al desengaño. El profeta Jeremías y el profeta Ezequiel fueron predicadores muy negativos, dijeron cosas que alguna mega iglesia de hoy no soportaría ni un momento, pero adornamos sus sepulcros, le ponemos ribetes de oro a sus palabras y las interpretamos como nos da la gana. Tenemos comezón de oír, es decir, oímos lo que confirma nuestros intereses, pero desechamos lo que los perturba y amenaza.

Llegados aquí deberíamos leer el capítulo 23 completo del profeta Jeremías. Una vez acabado, pasarnos por el capítulo 34 del profeta Ezequiel. Después revisemos nuestras verdaderas motivaciones y pasemos nuestros sueños por el filtro de la verdad. Aún no hemos entrado en los textos que quería compartir en este capítulo, lo anterior es una introducción para ir abriendo apetito y despertar nuestras conciencias de obras muertas.

Decía que las Escrituras ponen equilibrio en nuestras vidas si realmente nos sometemos a ellas y dejamos que su acción opere en todo nuestro ser. Cuando nos hemos ido tan lejos de la verdad de Dios necesitamos un movimiento brusco, un golpe de timón para reorientar el rumbo si queremos regresar a la cordura de la fe; la fe sencilla y no sofisticada y mezclada; la fe en Dios y Su palabra y no en el hombre. Recuerda, otra vez es Jeremías: «maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se aparta de YHWH». El mismo profeta nos da el equilibrio: «Bendito el varón que confía en YHWH, y cuya confianza es JHWH» (Jer.17:5,7).

La fiebre por los sueños (4) – Definiendo conceptos

CONCEPTOS ERRADOSDefiniendo los conceptos para aclararnos

Hemos dicho que cuando se usa la idea de conseguir, alcanzar, tener o cumplir nuestros sueños básicamente se está hablando de deseos o planes. La idea que subyace es alcanzar objetivos ideados de antemano, tener metas claras, un propósito por el cual vivir, en definitiva, estamos buscando el sentido de nuestra vida.

Lo nocivo de esta concepción para un hijo de Dios es que la argumentación está basada en el hombre, en su potencialidad, su capacidad para alcanzar la meta, lo cual nos reintroduce en el humanismo. Nos devuelve a la autosuficiencia y autodeterminación; en lenguaje moderno, ser dueños de nuestro destino. Lo cual es una adulteración de la vida cristiana, que en esencia es: Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mi; y lo que vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí (Gá. 2:20). O en palabras del Maestro: El que quiere venir en pos de mi, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. (De ello hablaremos en nuestro próximo y último capítulo).

Podemos barnizarlo con el color de los evangelios o aderezarlo con algunos ingredientes de las cartas del apóstol Pablo, pero en su esencia, en su núcleo, estamos dentro de la esfera de lo que se opone a Dios desde el principio.  En ese ámbito estamos de vuelta a los principios que operaron en los objetivos marcados por el hombre en la llanura de Sinar (cf. Gn. 11:2).

En aquel lugar se unieron todas las potencialidades humanas; tenían un objetivo aparentemente saludable, buenas intenciones; les movía la idea positiva de edificar. Se animaron unos a otros, consiguieron dejar sus individualidades para desarrollar una visión común; por un tiempo olvidaron sus diferencias, sus intereses partidistas para centrarse en el bien común; todo era aparentemente perfecto en su ejecución. Estaban determinados; pusieron en marcha principios básicos como tener una meta clara, estar decididos, trabajar juntos, unir sus capacidades; tenían un líder que los dirigía con mucho carisma, su nombre era Nimrod, hombre vigoroso, decidido, tenía las cualidades idóneas como buen director ejecutivo. Es innegable que la obra que estaba en marcha tenía todos los elementos necesarios para un éxito asegurado. Sin embargo, todo este proyecto con una apariencia tan atractiva contenía una semilla de cizaña que la hizo fracasar: no era la voluntad de Dios. El objetivo principal de la obra era la autodeterminación. Ser dueños de su propio destino. Aprovechar las condiciones que el Creador les había dado (tenían una sola lengua que permitía el entendimiento común) les llevó al abuso de esas mismas condiciones para alejarse del Creador y crear su propio gobierno mundial con un líder substituto del Hacedor. Dios mismo comprendió que eran capaces de hacerlo, que tenían las condiciones y las habilidades para llevarlo a cabo, por lo que su intervención fue para deshacer el nexo de unión; el lenguaje que los tenía unidos para fines contrarios a la voluntad de Dios fue el detonante de su dispersión y fracaso de la obra.

         Este mismo modelo lo exportaron a todo lugar donde fueron. Se inició en Babel, en la llanura de Sinar, el origen físico de Babilonia que vino a ser el paradigma de la oposición a Dios y su revelación. De las semillas allí plantadas creció todo culto impulsado por la voluntad humana en colaboración con la serpiente antigua, el príncipe de este mundo, el padre de la mentira, el adversario de Dios. Recordemos que la voluntad de Dios para el hombre y la mujer desde el principio fue: fructificad y multiplicaos; llenad la tierra y sojuzgadla (cf. Génesis, 1:28). Después de la caída volvió a repetirla a Noé y sus hijos: y vayan por la tierra, y fructifiquen y multiplíquense sobre la tierra (Gn. 8:17). Bendijo Dios a Noé y a sus hijos, y les dijo: Fructificad y multiplicaos, y llenad la tierra (Gn. 9:1).

         En lugar de ello se unieron en la llanura de Sinar para buscar su propio camino al margen de las ordenanzas de Dios. Es fácil saber quién estaba impulsando esa desobediencia aunque encubierta en una envoltura muy atractiva. No ha cambiado mucho la estrategia a lo largo de los siglos, ni hemos aprendido demasiado de los errores del pasado.

Resumiendo: Babel se inicio como el proyecto de un gobierno humano mundial bajo el liderazgo fuerte de Nimrod, que se levantó para señorear sobre los demás. Es el modelo repetido a lo largo de la historia del hombre. Dios nunca dijo que nos enseñoreáramos de otros hombres, sino de la creación animal, vegetal y los recursos de la naturaleza. Y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra (Gn. 1:28).

      Nimrod   El sueño de Nimrod era ser grande, dominar sobre sus semejantes, crear un gobierno fuerte y totalitario, imponer su visión a los demás, aprovechar la fuerza de la unidad para sus propios fines expansionistas. Otro modelo repetido una y otra vez en nuestra dilatada historia. Este modelo también ha traspasado la cerca de muchas iglesias. Han entrado ladrones y salteadores, no por la puerta, sino por las cercas derribadas, para enseñorearse de la grey de Dios (cf. Jn.10:1). El mismo apóstol Pablo lo dijo al despedirse  en su discurso a los ancianos de la iglesia. Porque yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño. Y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras de sí a los discípulos (Hch.20:29-30).

         Después del fracaso de Babel, la revelación de Dios se centra en un hombre, Abram, habitante de ese mismo lugar, Ur de los caldeos. Una familia, Abraham y Sara, su simiente y descendencia. La familia de Isaac y Jacob. Un pueblo, el pueblo de Israel, a quienes les dio las promesas y los pactos. Y un Mesías, la simiente que había de venir, para alcanzar a todas las familias de la tierra con su bendición y propósito restaurador.

         Pensemos en los modelos contrapuestos en la Biblia. Frente a Nimrod, hombre vigoroso y dominador, Dios levanta a Abraham, un anciano errante, extranjero y peregrino, sin morada fija, con una mujer estéril que amenaza con extinguir su familia. Sin embargo, la promesa y bendición de Dios le llevó a ser padre de la nación hebrea y de los creyentes de todas las naciones por la fe en Jesús.

Recuerda: el que se humilla será ensalzado, el que se enaltece será humillado. Dios le dio sueños a Abraham y a muchos de sus descendientes, como veremos más adelante, pero no como pensamos hoy, aunque siempre hay similitudes que hacen fácil la mezcla y difícil la separación.

Recordemos también ya ahora, que el diablo es el gran imitador y falsificador, que traspasa los límites cuando se le deja, y roba los tesoros del Reino para proyectarlos como luz pero con la simiente de oscuridad en su interior. Demasiados temores, pensarán algunos, muchas cautelas y ver dificultades en todas partes, gritarán otros. También hay los que aprovecharán tanta dificultad para mantener la pereza y pasividad. A menudo ponemos demasiados obstáculos, sí, pero todo se vuelve sencillo cuando comprendemos que si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los que la edifican; si el Señor no guarda la ciudad, en vano vela la guardia (Salmos 127:1). No depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia (Ro. 9:16). No es con espada, ni con ejército, sino con su Santo Espíritu (Zacarías, 4:6). En definitiva, podemos edificar sobre heno, paja y hojarasca para que el fuego la queme; o edificar con oro, plata y piedras preciosas (cf. 1 Corintios 3:12-15). Pero sigamos que aún queda mucho por desarrollar.

La fiebre por los sueños (3) – ¿de qué hablamos?

CONCEPTOS ERRADOSLos sueños ¿de qué estamos hablando?

Una vez más tenemos que definir, conceptualizar, para saber entender lo que queremos decir. Un concepto se puede entender o interpretar de distintas formas, y de esa manera podemos hablar aparentemente de lo mismo y sin embargo llegar a lugares muy distintos.  Por ello, comencemos por el principio. Cuando hablamos de cómo conseguir nuestros sueños, tener sueños grandes ¿a que nos referimos?

El lenguaje usado muestra que la base está en nosotros mismos, en el ámbito de nuestros deseos. La primera interpretación sería, por tanto, que cuando hablamos de tener sueños, soñar, nos referimos a deseos, desear. Los deseos pueden estar santificados, −los que produce el Espíritu en nosotros−, o por el contrario ser malos deseos, contrarios a la voluntad de Dios revelada en su Palabra. Por otro lado podemos tener o creer tener sueños o deseos buenos y no concordar con la voluntad de Dios.

El apóstol Pedro tuvo un buen deseo de proteger a Jesús de la cruz y el calvario que le esperaba en Jerusalén, pero ese buen deseo humano fue desechado por Jesús mismo como de origen satánico (cf. Mateo, 16:21-23). A esto suelen decir los «expertos en sueños» que es mejor equivocarse pero actuar, que no quedarse paralizado sin tomar iniciativas. Bien, es comprensible, pero recordando que todas nuestras actuaciones tienen consecuencias en nosotros y en otros, por lo tanto, no seamos tan ligeros a la hora de empujar a la acción, porque algo hay que hacer, sin reparar en el coste que conlleva.

Jesús nos enseñó que hay que considerar el coste de nuestras acciones (cf. Lc.14:28-33), sean estas construir una torre o entrar en batalla. En este pasaje el Maestro señaló la vergüenza y burla que podemos llegar a padecer por nuestra negligencia o exceso de ímpetu a la hora de conseguir nuestros sueños. Los conferenciantes de hoy le dirían al mismo Jesús que no pasa nada, nos levantamos de nuevo y buscamos otro sueño hasta que demos con la tecla y consigamos lo que nos hemos propuesto. Sí, eso es así en algunos casos, pero no es un principio absoluto para aplicarlo en serie sin dar lugar al arrepentimiento de obras muertas. Porque ese es otro punto. Nunca aparece el término arrepentimiento en los buscadores de sueños. El fracaso, dicen, puede ser la plataforma para el éxito del futuro. Sí, puede ser, pero también puede significar que nos hemos empecinado en algo que se ha convertido en una idolatría y la llevaremos hasta las últimas consecuencias «caiga quien caiga». Locuras de estas tenemos algunas en la historia reciente de Europa. Pienso en la locura de los mil años de Reich del Furher  alemán y el destrozo que causó a la mayoría de naciones del mundo.

         Con todo esto lo que quiero decir es que la consecución de nuestros sueños se ha convertido en algo tan irrefrenable, en muchos casos, que podemos acabar como Balaán. Este profeta comenzó bien, pero le pudo el afán de lucro que le condujo al error (cf. Judas 11).

        Sueños Bien, volvamos a lo que queremos decir con tener sueños. Claro, dicen «los expertos», nos referimos a sueños de Dios. Mentira en primera instancia. Porque antes de llegar a este dato nos han llenado la cabeza con toda la parafernalia soñadora, realizadora y triunfadora que obtendrá nuestra agradable existencia si confiamos nuestras vidas a los mecanismos de éxito que nos han «vendido» antes. Luego para espiritualizarlo, pasarlo por la Biblia y la voluntad de Dios llegan al punto de decir que «hablamos de sueños de Dios». Y digo mentira en primera instancia porque  la base, como he dicho antes, está en nosotros mismos y nuestra propia realización, luego invitamos a Dios a bendecir nuestros proyectos, apoyarlos y confirmarlos en su trono de gracia. Cuando algunos de esos «sueños» se cumplen, es decir, conseguimos lo que pretendemos (lo cual nunca es sinónimo de la aprobación de Dios, pero se vende como tal), salimos al auditorio como pavos reales para impresionar al respetable con el márquetin del producto que estamos vendiendo. Esto mismo vale para un comercial de pastillas adelgazantes, para un vendedor de coches o para un predicador ganador de almas por las manos alzadas en señal del éxito de «ventas». El Señor nos deja caminar en la locura durante un tiempo, nosotros lo damos por bueno, no pasa nada, mejor dicho, lo que pasa es que creemos tener la confirmación del cielo a nuestros proyectos, por lo tanto, damos una pirueta más en la osadía de nuestros objetivos para agrandar la visión y presentarnos como el gran poder de Dios (cf. Hechos, 8:9-11).

         Jesús enseña que por sus frutos los conoceréis. Las obras de cada uno se hacen evidentes más pronto o más tarde (cf. 1 Tim.5:24,25). El juicio viene sin remedio en su momento. Hemos sido testigos, desgraciadamente, de esta realidad en muchas, demasiadas ocasiones, que parece no sirven para «escarmentar en cabeza ajena». Seguimos obstinándonos en el error por el brillo del lucro. Las mismas tentaciones se van cumpliendo en todos los hermanos en todo el mundo (cf. 1 Pedro, 5:8,9). Tenemos además el testimonio de las Escrituras, donde podemos aprender del ejemplo de los que nos han precedido, y están escritas para que aprendamos (cf. 1 Co.10:6,11-14).

         Si realmente creyéramos que lo que se predica en cuánto a los sueños es en referencia a los sueños de Dios, no ofreceríamos el producto con tanta ligereza, porque si son de Dios es a Él a quién le corresponde darlos y no a nosotros producirlos. Si realmente estamos sometidos a Su voluntad, ésta se hará manifiesta, como siempre lo ha sido, a los suyos. ¿O es que pensamos que el Espíritu Santo no es capaz de producir y llevar a cabo la obra de Dios en nuestras vidas que tenemos que empujar, manipular, coaccionar, hechizar, seducir, imponer o forzar para que los hijos de Dios hagan la voluntad del Padre? Me temo que en muchos casos hemos sido atrapados por el espíritu productivista de esta generación y que tenemos una necesidad compulsiva al estilo del consumismo moderno.

Dios no está nervioso. Dios es paz. El saludo de Jesús a los suyos después de resucitar no fue una prédica impetuosa para que salieran corriendo lo antes posible a predicar. Su saludo fue: paz a vosotros. Luego les dijo: esperar en Jerusalén. Más tarde les envió el Espíritu Santo y ellos salieron por todas partes, no anunciando sueños, sino proclamando el evangelio de la resurrección de Jesucristo. Jesús había vencido, la muerte había sido derrotada, nuestro pecado quedó borrado y perdonado por la sangre derramada del Justo; el camino al Padre, al Lugar Santísimo, quedó abierto para siempre; el diablo fue destronado y humillado junto con todas sus huestes de maldad y expuesto en un espectáculo público. Todo el plan de redención fue más que un sueño bonito. Es la obra perfecta y acabada, hecha una vez y para siempre, para que nuestra mirada esté en las cosas de arriba, de donde esperamos al Salvador, y no en las de la tierra.

La vida es sueñoLos sueños, diría Calderón de la Barca, sueños son; pero nuestra redención es más que un sueño. Hay un tiempo para soñar con la liberación de la cautividad (cf. Salmo, 126:1), pero cuando ésta ya se ha producido no debemos seguir soñando, sino viviendo en el Espíritu, andando en el Espíritu, vivir llenos del Espíritu. Los hijos de desobediencia no han sido redimidos, por tanto necesitan soñar con la lotería, el éxito, el triunfo, la riqueza material, con una vida de placeres; todo ello dentro de las fronteras de Babilonia; pero los que ya hemos salido de Babilonia no necesitamos seguir soñando; ya «nos hemos acercado al monte de Sión, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, a la compañía de muchos millares de ángeles, a la congregación de los primogénitos que están inscritos en los cielos, a Dios el Juez de todos, a los espíritus de los justos hechos perfectos, a Jesús el Mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel» (Hebreos 12:22-24).

         Los israelitas que dejaron Egipto, que fueron redimidos en una sola noche; que habían puesto la señal de la sangre en sus puertas para que el ángel de la muerte no entrara; estos mismos, o muchos de ellos, siguieron soñando con el estilo de vida de Egipto. Recordaban los puerros (¡qué barbaridad!), las cebollas y los ajos (cf. Números, 11:5,6). Esclavos, pero comiendo puerros y pescado. Ahora libres y recordando la vida de esclavitud; soñando con el estilo de vida anterior. Queridos hermanos, nosotros hemos sido redimidos por la sangre de Jesús y algunos siguen soñando con la música de Egipto, el teatro de Egipto, el becerro de Egipto, el éxito de Egipto, la promiscuidad de Egipto, la muerte de Egipto. El apóstol Pablo nos dice que «si las cosas que destruí, las mismas vuelvo a edificar, transgresor me hago» (Gá. 2:18).

         Llegados a este punto pensemos. Cuando los israelitas hicieron el becerro de oro poco después de salir de Egipto; cansados de esperar a Moisés, no pensaron en inventar otro Dios, dijeron: «Israel, estos son tus dioses, que te sacaron de la tierra de Egipto» (Éxodo, 32:8). Mezclaron su experiencia de redención con los cultos egipcios que habían visto por generaciones en su entorno. Identificaron el becerro con su salvación. Inventaron otro culto, otra fiesta con base en la vida carnal, pero creyendo que lo hacían al Dios que se había revelado a Moisés. Aarón fue el sustentador de este nuevo culto mezclado. Aarón había recorrido con su hermano Moisés todo el proceso de liberación del pueblo hasta su salida milagrosa en aquella noche única y determinante. Sin embargo, el mismo Aarón se prestó al eufemismo de identificar el becerro con la liberación de Egipto. ¿Cómo es posible? Este hombre de Dios, escogido, apartado, usado por el Señor, permitió el desenfreno del pueblo y se sometió a sus idolatrías egipcias. La permisividad doblegó y venció en un momento todas las experiencias vividas con anterioridad del poder de Dios ante Faraón. Le dijo a su hermano: «tú conoces al pueblo, que es inclinado al mal» (Ex.32:22); y en lugar de corregir al pueblo fue arrollado por el mal del pueblo. Este tipo de líderes inundan muchas de las iglesias locales de hoy. Sin embargo, Moisés al bajar del monte y encontrarse con la promiscuidad del pueblo, su idolatría, su falsa fiesta y regocijo; rompió y molió sus falsos sueños de emancipación y se los dio a comer, para que probaran el fruto de sus obras. El pueblo había actuado por su propia cuenta con el apoyo de un líder reconocido, eso les dio alas y los llevó al desenfreno.

No nos engañemos, una buena parte de las multitudes que llenan las mega iglesias, lideradas por dirigentes al estilo de Aarón, se han convertido al becerro de oro, están por el becerro de oro y buscan la fiesta y el desenfreno del becerro de oro. Han aprendido el lenguaje bíblico. Practican una parte del exterior de la religión, pero sus corazones están todavía en Egipto como el primer día. A estos cultos, con  el becerro en medio, lo llamamos avivamiento, éxito, triunfo, la realización de nuestros sueños. Por su parte Josué, hijo de Nun, estaba en la ladera del monte esperando a Moisés, lejos de la fiesta, solo, oyendo el ruido pero firme en su fe, sin quedar seducido por los sueños de grandeza, la idolatría de las multitudes, sino esperando la llegada de la revelación de Dios en las manos de Moisés. No fue elegido al día siguiente como co-pastor del legislador; no, pasaron otros cuarenta años de firmeza, de mantener otro espíritu al traído de Egipto por la mayoría, vencer muchas pruebas y batallas, para llegar al momento cuando Dios le usó. El relato bíblico no nos dice que Josué estuvo buscando todo ese tiempo cómo conseguir su sueño.

         El autor de la carta a los Hebreos nos dice que «la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón.  Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quién tenemos que dar cuenta» (Heb.4:12,13).

         Un pueblo que ha abandonado la Escritura por la música, el entretenimiento y la atracción del mundo visual, no tendrá discernimiento para saber lo que es becerro de oro, ídolos, mezcla, promiscuidad, Babilonia. Un pueblo que usa las Escrituras para traficar con ella y conseguir sus metas, objetivos y sueños manipulándola y adaptándola a sus caprichos tampoco verá la luz que contiene. Pero aquellos que se prueban para ver si están en la fe, fundando sus vidas en la palabra de los apóstoles y profetas, siendo Jesús la piedra principal, podrán ser rescatados de la fuerza que ejerce el espíritu de este mundo sobre los hijos del Reino.

La fiebre por los sueños (2) – Corrupción del lenguaje

CONCEPTOS ERRADOSLa corrupción del lenguaje

La salvación viene por el oír y confesar la palabra de Dios, el nombre de Jesús. La apostasía también viene por escuchar y hablar doctrinas de demonios (cf. 1 Tim.4:1). Jesús dijo: mirad, pues, cómo oís (Lc.8:18). La proliferación de medios de comunicación en nuestra generación nos han invadido con sus mensajes, y junto con ello hemos abandonado la meditación de las Escrituras, −las cuáles nos pueden hacer sabios para la salvación−, que nos ha llevado a aceptar los términos mercantilistas de la sociedad de consumo. Los hemos asimilados como propios, hemos recordado algunos textos bíblicos que se les parecen y los hemos pasado por la predicación del evangelio.

Un ejemplo de este deterioro lo tenemos en la proliferación de traducciones de la Biblia que se han hecho en los últimos años. En muchas de ellas más que traducir se ha interpretado, abandonando la precisión de las palabras por un lenguaje adaptado a la mente moderna, más digerible pero menos certera al origen del texto […]

Si estamos dispuestos a corromper las palabras de la Biblia con adaptaciones e interpretaciones que sean más manejables, qué no haremos con otros términos secundarios. El apóstol Pablo nos dice que: Si la trompeta diere sonido incierto, ¿quién se preparará para la batalla? Así también vosotros, si por la lengua no diereis palabra bien comprensible, ¿cómo se entenderá lo que decís? Porque hablaréis al aire… Pero si yo ignoro el valor de las palabras, seré como extranjero para el que habla, y el que habla será como extranjero para mí (1 Co.14:8-11).

         SueñosSe ha hecho popular desde hace tiempo en las iglesias hablar de triunfar, tener sueños grandes, alcanzar nuestras metas, la auto realización, la auto estima, desarrollar nuestra potencialidad, visualizar grandes proyectos, ser famosos, impresionables e impactantes, soñadores, influyentes, tener éxito, ser prósperos. Todos ellos términos del mundo comercial, mercantilista, anclados en la vana manera de vivir y en la vanagloria de la vida, cuyo fundamento es el sistema de este mundo, gobernado por el príncipe de la potestad del aire, que opera en los hijos de desobediencia.

         Claro que la Biblia habla de éxito y triunfo, de ser prósperos y alcanzar los objetivos, pero no bajo la conceptualización que hace el sistema mundano de ellos, sino según los patrones del Reino de Dios, donde la prioridad, primera y última, es hacer la voluntad de Dios, a la manera de Dios y con los medios de Dios. Las verdades del Reino no coinciden con los esquemas del príncipe de este mundo y la vanidad de la vida. Hemos mezclado los conceptos, desvirtuado los principios y confundido los objetivos. Iremos aclarando a lo largo de este capítulo lo que queremos decir.

         Nuestra sociedad se ha especializado en los eufemismos (manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante). Para no asustar y esconder los verdaderos propósitos y fines la mayoría de políticos usan términos laxos para suavizar la verdad de los hechos. De esta manera tenemos que:

  • Al aborto se le llama «interrupción del embarazo» o «derecho de la mujer a decidir».
  • Matar ancianos cuando son inservibles se le llama «ley de cuidados paliativos».
  • A la fornicación se le llama «parejas de hecho».
  • A la mentira «libertad de expresión».
  • A la injusticia «motivos de estado».
  • Al egoísmo «realización personal».
  • A la inmoralidad «libertad personal».
  • A los padres «cónyuge A y cónyuge B».

Esperanza para la familiaLa familia puede ser casi cualquier cosa menos un hombre y una mujer con sus hijos. El relativismo moral se ha instalado en todas las esferas de la vida. La promiscuidad sexual es un signo de modernidad y progreso ¿y somos tan ingenuos los creyentes para pensar que toda esta nube de humo que sube del abismo (Apc.9:1,2) no nos está influenciando, contaminando y debilitando en la firmeza de nuestra fe en la palabra eterna de Dios? ¿Creemos de verdad que una buena parte del brillo que vemos en muchos cultos no es más que contaminación aceptada como el viento del Espíritu? Vivimos en el mundo pero no somos del mundo. Amamos a las personas, familiares, vecinos y compañeros que nos rodean pero no podemos aceptar el falso culto a Baal y la vanagloria de esta vida y este mundo destinado para el fuego.

         Cuando hablamos de cómo cumplir nuestros sueños, ser triunfadores, personas exitosas y realizarnos a nosotros mismos ¿lo hacemos desde el Espíritu de Jesús o desde el espíritu de este mundo? Cuando el fundamento de nuestra fuerza, lo que nos motiva y despierta es el deseo de ser grandes y reconocidos ¿estamos siendo guiados por el sentir que hubo en Cristo o tal vez por la soberbia de «seréis como dioses»?.

         Hemos instalado en nuestro vocabulario términos grandilocuentes, palabras infladas como: «servir a Dios con excelencia». La palabra excelencia ha venido a ser un mantra; como «sueño, triunfar, éxito, realización, potencialidad». ¿Qué significa servir a Dios con excelencia? Sencillamente obedecer a Dios, su voluntad y su palabra. Solo hay una manera de servir a Dios con excelencia: obedecerle. Otra cosa es desobedecer. Sin embargo, usamos y abusamos de esta palabra como si fuera una excelencia hablar de excelencia. Se pone de moda emplear un término y lo repetimos como papagayos sin ton ni son. No sabemos bien lo que significa pero queda bonito, impresiona. Palabras infladas dijo el apóstol Judas. Perdonadme este agravio, que diría Pablo, pero parecemos «robots» queriendo impresionar a los poderes de este siglo. El mismo Pablo dijo a los corintios: cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría. Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a este crucificado… y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios (1 Co.2:1-5).

         Este es otro ejemplo más de las concesiones que estamos dispuestos a hacer para caer bien, aunque es mucho más que eso, es avergonzarnos del evangelio y sus términos para congraciarnos con los impíos; no molestar a «los sabios» de este mundo y mostrar que también nosotros somos sabios según  este mundo. Por ese camino hemos llegado a perder la fuerza de nuestro sabor; el olor de vida para los que se arrepienten y el olor de muerte para los que resisten el evangelio. Hemos cometido el mismo error que los israelitas en las generaciones posteriores a las de Josué y Caleb. Fueron dejando terreno sin conquistar; asimilando las formas de vida cananeas, adaptándose a ellas para acabar una y otra vez en la esclavitud por su desobediencia. El libro de los Jueces acaba con anarquía, cada uno hacía lo que bien le parecía. Todos tenían su propia opinión, todas ellas muy respetables, por supuesto, no quisieron ser diferentes al resto de los pueblos que los rodeaban. Se acomodaron a la buena vida, el hedonismo, el placer, comer, beber y divertirse. Practicar sexo como los demás, qué hay de malo en ello, el sexo es placentero; hasta los hijos de Eli, el sacerdote, lo comprendieron así y se entregaron con entusiasmo a aprovechar su posición de dominio sobre las multitudes para enriquecerse y beneficiarse de las mujeres crédulas que consentían en relaciones desordenadas.

Desgraciadamente muchos pastores han hecho lo mismo. Otros, como Samuel, han sido la nueva savia para restaurar el verdadero culto al Dios de Israel. Un espíritu profético surgió de las cenizas de las generaciones del libro de Jueces para entrar en el reinado de David (tipo del Mesías); después del reinado carnal de Saúl como respuesta a la «votación» mayoritaria del pueblo, que cansados de la anarquía quisieron la unidad de un líder que les llevara a la guerra como los demás pueblos. También de este tipo de liderazgo hemos tenido y tenemos en abundancia hoy.

         La Biblia nos enseña que hay que conocer los tiempos para levantarnos del sueño (cf. Ro.13:11). Una buena parte de los tiempos que vivimos hoy son tiempos «para soñar». Soñamos hasta que despertamos y encaramos la dura realidad. Muy bien, hablemos de sueños.

La fiebre por los sueños (1)

CONCEPTOS ERRADOSINTRODUCCIÓN.

Otra moda que nos ha invadido es la de soñar. Tener sueños grandes, buscar sueños y realizarlos. ¿Cómo? Muy fácil, siguiendo el manual que algunos soñadores ponen en nuestras manos a un módico precio en forma de libro, conferencia o predicación. Han brotado conferenciantes como setas después de una tarde lluviosa, no solo en el mundo secular, también en el eclesiástico.

Tenemos toda una pléyade de charlatanes muy finos, capaces de crear atmósfera, grandes retóricos y profesionales de la oratoria. Nos endulzan con sus milongas, nos atrapan con sus ofertas y nos subyugan con el magnetismo de su carisma. Sus palabras aduladoras nos emocionan y nos hacen soñar en salir de la monotonía diaria, alcanzar pensamientos de grandeza y lograr una vida exitosa que será la envidia de nuestros semejantes. El problema es que todos pueden conseguir las mismas cosas, por lo tanto, no sabemos a qué público vamos a impresionar dado que la generalidad de las masas pueden conseguir lo mismo, de esa manera viviremos una igualdad gloriosa si todos somos capaces de poner en marcha los mecanismos milagrosos que nos están ofreciendo con verdadera abnegación.

         Me gustaría que al margen de lo delicado de abordar este tema, de exponerme a ser malinterpretado, podamos reflexionar juntos, pensar juntos, debatir juntos, confrontar juntos y ser lo suficientemente valientes para restaurar lo que pudiera estar torcido, mezclado o errado en algunos de nuestros planteamientos sobre la moda de soñar.

         Seamos honestos y reconozcamos que en muchos casos nos hemos cansado de sufrir el desprecio de la locura de la predicación. Ser impopulares y molestos, irrelevantes o ninguneados acaba en ocasiones con nuestros iniciales deseos de ser fieles al mensaje de la cruz. Pensamos si tal vez hemos sido demasiado exagerados, duros o radicales en nuestras posiciones frente a la comodidad que a todo el mundo, incluidos nosotros, nos gusta. Queremos vivir tranquilos, ser aceptados, reconocidos, admirados y que sin comprometer demasiado el mensaje del evangelio comprendan las multitudes que somos buena gente, queremos lo mejor para ellos, así que por qué no adaptar un poco el mensaje a sus oídos, no provocar demasiado, sino utilizar términos que les gusten, que les haga más llevadero aceptar lo que queremos decirles. De esa forma han surgido puentes, hemos entrado, -tímidamente al principio-, a conocer los cultos a Baal, sondear sus prácticas para hacer amigos y luego predicarles al único Dios. Hemos aprendido sus formas, sus términos y sus prioridades; luego las hemos pasado por la Biblia, hemos encontrado algunos paralelismos que nos han emocionado y hemos vuelto con un mensaje más adaptado a su forma de ver las cosas, a su culto a la diosa Artemisa.

SueñosHemos usado palabras que no provocan rechazo, más bien aplauso; nos hemos sentido bien, aceptados, importantes y para no importunarles mucho hemos avanzado a buen ritmo nuestro despojo de las verdades esenciales como retrógradas, antiguas y caducas. Hay que modernizarse, nos hemos dicho, por lo tanto, santifiquemos sus prácticas mediante un lenguaje atractivo a los creyentes y deseado por los incrédulos. Un trabajo a dos bandas. Hemos sentado cátedra. Nos ha dado resultado. Ha comenzado a venir mucha gente a nuestros cultos que les recuerdan los suyos a Baal y la diosa Diana, lo hemos llamado avivamiento, hemos construido grandes edificios, hemos impresionado a los políticos devoradores de votos, y por fin hemos triunfado. Lo que siempre habíamos querido ahora lo disfrutamos.

Hemos tenido que hacer algunos cambios, pero vamos, sin mayor importancia. Seguimos hablando con términos bíblicos. Mantenemos una apariencia de piedad que calma nuestras conciencias. Escondemos ambiciones y concupiscencias detrás de un vestido religioso con mucho colorido, fiesta y entretenimiento que nos convence del buen camino que hemos emprendido. Acabamos los cultos alegres, estamos realizándonos, cumpliendo nuestros sueños, que mas podemos pedir.

         Todo esto es como una película de Hollywood, es decir, nuestro Baal de hoy. La feria de vanidades nos ha invadido pero nosotros la llamamos avivamiento. La apariencia de muchas iglesias modernas es atractiva según los patrones del sistema de este mundo, pero pobre, miserable, ciega y desnuda a los ojos del Señor de la iglesia, como la de Laodicea.

6 – La unción (cuarta parte)

CONCEPTOS ERRADOSFalsificaciones e imitaciones de la unción

En nuestro deseo por buscar la unción de Dios podemos caer en desequilibrios y manipulaciones que nos conducirán al error. Algunos predicadores son tan osados que ofrecen, como una oferta más en el carrusel mercantilista, una doble porción del Espíritu. Invitan a venir a ser ministrados por ellos para recibir una porción múltiple de su elixir para el éxito.

Una vez más debemos recordar que la voluntad del hombre no es suficiente para alcanzar los planes de Dios. Simón el mago, al ver que por la imposición de manos de los apóstoles se transmitía el Espíritu Santo, quiso comprar ese poder, de esa forma se reveló lo que había en su corazón: un deseo de aprovechar el tirón; un oportunismo para ampliar su negocio y seguir impresionando a las masas. Aparentemente se había convertido; también se había bautizado; estaba con Felipe maravillándose de las obras de gracia que operaban en su vida, y cuando vio que se transmitía el Espíritu Santo a través de Pedro y Juan, quiso comprar el don de Dios. El apóstol Pedro tuvo discernimiento para desenmascarar la maldad de su corazón.

FalsificacionesCuando vio Simón que por la imposición de las manos de los apóstoles se daba el Espíritu Santo, les ofreció dinero, diciendo: Dadme también a mí este poder, para que cualquiera a quien yo impusiere las manos reciba el Espíritu Santo. 20Entonces Pedro le dijo: Tu dinero perezca contigo, porque has pensado que el         don de Dios se obtiene con dinero. No tienes tú parte ni suerte en      este asunto, porque tu corazón no es recto delante de Dios.  Arrepiéntete, pues, de esta tu maldad, y ruega a Dios, si quizá te sea perdonado el pensamiento de tu corazón; porque en hiel de amargura y en prisión de maldad veo que estás. Respondiendo entonces Simón, dijo: Rogad vosotros por mí al Señor, para que nada de esto que habéis dicho venga sobre mí (Hechos 8:18-24).

La vida en el Espíritu tiene sus falsificaciones y encantamientos. Es atractiva y fácil de confundir los motivos que nos mueven a ella. En la ansiedad por tener manifestaciones en nuestros cultos y querer que ocurran cosas espectaculares que impresionen a los incrédulos, podemos forzar la acción del Espíritu; cosa improbable por otro lado, y entrar en otro espíritu. Podemos producir experiencias extra-sensoriales y confundirlas con la obra del Espíritu. O tal vez queremos imitar la unción de otros, producir sus resultados y colocarnos el cartel de portadores del avivamiento. Tomar la personalidad de otra persona es una falsedad que nos conducirá a la decepción. Esto es lo que intentaron hacer los hijos de un tal Esceva.

Y hacía Dios milagros extraordinarios por mano de Pablo, de tal manera que aun se llevaban a los enfermos los paños o delantales de su cuerpo, y las enfermedades se iban de ellos, y los espíritus malos      salían. Pero algunos de los judíos, exorcistas ambulantes, intentaron invocar el nombre del Señor Jesús sobre los que tenían espíritus malos, diciendo: Os conjuro por Jesús, el que predica Pablo. Había siete hijos de un tal Esceva, judío, jefe de los sacerdotes, que hacían esto. Pero respondiendo el espíritu malo, dijo: A Jesús conozco, y sé quién es Pablo; pero vosotros, ¿quiénes sois?  Y el hombre en quien estaba el espíritu malo, saltando sobre ellos y dominándolos, pudo más que ellos, de tal manera que huyeron de aquella casa desnudos y heridos. Y esto fue notorio a todos los que habitaban en Éfeso, así judíos como griegos; y tuvieron temor todos ellos, y era magnificado el nombre del Señor Jesús (Hch. 19:11-17).

Todo mover de Dios tiene sus excesos y ajustes. Los tiempos cuando el Espíritu de Dios se mueve con manifestaciones espectaculares se prestan a confusión, porque para estas cosas ¿quién es suficiente? Esto no debe excluir nuestra oración a Dios para que con todo denuedo hablemos su palabra, mientras Él extiende su mano para que se hagan sanidades y señales y prodigios mediante el nombre de Su santo Hijo Jesús (cf. Hechos, 4:29-30). El temor a equivocarnos no debe conducirnos a perseguir las obras de Dios; ni tampoco el celo desproporcionado por las señales debe llevarnos a manipular los dones del Espíritu.

La unción (3)Resumiendo

La unción es un tema importante en las Escrituras, especialmente en el Antiguo Testamento, donde hay tres ministerios que reciben el sello del Espíritu Santo: el sacerdote, el profeta y el rey. Estos tres ministerios convergen en el Ungido, el Cristo, el Mesías (ambos títulos tienen la misma significación), es decir, Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios. Jesús es el Ungido del Señor para una misión única e irrepetible, profetizada por Isaías especialmente, y llevada a cabo en el cumplimiento del tiempo para redimir a los llamados fuera del sistema de este mundo, y trasladarlos al reino de su Amado Hijo.

Los hijos del reino reciben una parte de la unción plena que hay en Jesús; son sellados con el Espíritu Santo de la promesa como propiedad de Dios. Por tanto, cuando hablamos de la unción, estamos hablando de la capacitación espiritual que Dios da a los suyos para que sean hijos de Dios sin mancha, en medio de una generación maligna y perversa; sean la manifestación de la vida de Cristo y hagan su voluntad predeterminada de antemano. Cuando hablamos de unción estamos hablando del Espíritu Santo, por tanto, algo esencial en todos aquellos que han nacido de nuevo.

La unción no es una especialización de algunas personas exclusivas, sino que ha sido dada a todos los santos, al cuerpo de creyentes, para permanecer en Cristo y la verdad, siendo luz y sal en la tierra. Para que sean guiados y enseñados desde su espíritu y puedan discernir las corrientes espirituales saludables, fundadas en las Escrituras, de aquellas otras que tienen su base en las tinieblas. Esta verdad básica no excluye el que algunas personas del cuerpo de Cristo reciban una función específica, con una capacitación acorde con la misión que se les encomienda. La unción de Dios es la medida del Espíritu para llevar a cabo la voluntad de Dios en cada una de las funciones del cuerpo. Porque por un mismo Espíritu todos fuimos bautizados en un cuerpo; y juntamente con ello Dios da dones, ministerios y operaciones concretas a personas distintas con la medida del Espíritu necesaria a su función (cf. 1 Corintios 12:4-13).

Finalmente, la unción no es un concepto ostentoso que deja boquiabiertas a las multitudes, sino mas bien el silencioso actuar en el corazón del creyente que le mantiene en la firmeza de la fe, permaneciendo en Cristo, y no siendo un niño fluctuante llevado por todo viento de doctrina o manifestaciones espectaculares. Es el Espíritu Santo guiando a toda verdad, revelando a Cristo y recordándonos todo lo que él dijo. Es la suave voz de Dios en el espíritu del hombre, aguas profundas de donde viene el consejo; lámpara del Señor que escudriña lo más profundo del corazón (Pr.20:5,7)

Y también es un fuego impetuoso que nos saca del temor y los complejos para proclamar con valentía el evangelio de Jesús.

Cuando hubieron orado, el lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la palabra de Dios (Hechos, 4:31).

5 – La unción (tercera parte)

CONCEPTOS ERRADOSLa obra del Espíritu Santo

La teología del Espíritu Santo es muy amplia y ha sido muy controversial a lo largo de la Historia de la iglesia. Especialmente porque el Espíritu de Dios es mucho más que una teología encuadrada en unos parámetros doctrinales. Es una Persona, el actor principal en la vida de los creyentes de la iglesia primitiva y las siguientes generaciones; es quién glorifica a Jesús, no habla de sí mismo, sino que revela a Cristo.(Juan 16:12-15).

Podemos resumir en tres aspectos la obra del Espíritu Santo en la vida del creyente: recibir el Espíritu Santo, ser bautizados en el Espíritu y ser llenos del Espíritu.

Recibir el Espíritu Santo. El Espíritu Santo es quién engendra la vida de Dios en el corazón de aquellos que reconocen a Jesús como Señor de sus vidas; invocan a Jesús para ser salvos y son sellados con el Espíritu Santo de la promesa como propiedad de Dios, por tanto, todo creyente nacido de nuevo tiene el Espíritu Santo en su vida, de lo contrario la vida de Dios no estaría activada (Efesios 1:13,14) (Romanos 8:9) (1 Corintios 12:3) (Juan 3:5-8).

Ser bautizado en el Espíritu Santo es una experiencia posterior a la conversión y normalmente tiene la manifestación externa de hablar en lenguas y profetizar. Es el comienzo de una dimensión mayor de la vida en el Espíritu en la que los dones se activan de forma manifiesta. Es la dinamis de Dios para hacer la obra de Dios; salir del temor y realizar la obra del ministerio  proclamando el nombre de Jesús con valentía y autoridad (Hechos 2:1-4) (Hechos 8:14,15,16,17).(Hechos 10:44-48) (Hechos 19:1-7).

Ser llenos del Espíritu Santo es un estado de continuidad en los ríos de Dios; es la perseverancia en andar en el Espíritu; es un nivel de madurez y carácter que adorna la doctrina de Cristo y las manifestaciones del poder de Dios. Es la manifestación del carácter de Cristo y el fruto del Espíritu en nuestras vidas (Ezequiel 47:3-5) (Efesios 5:18-20) (Gálatas 6:16-25).

La unción - el ungido del SeñorResumiendo diremos que todo cristiano nacido de nuevo tiene el Espíritu de Dios operando en su vida. El bautismo en el Espíritu Santo es una dimensión mayor de esa vida en el Espíritu; es la entrada a las manifestaciones del Espíritu: sanidades, milagros, palabra de sabiduría y ciencia, fe, discernimiento de espíritus, profecía, diversos géneros de lenguas e interpretación de lenguas. Y vivir llenos del Espíritu es la combinación del fruto del Espíritu y los dones del Espíritu; es un carácter probado y sostenido en la transformación a la imagen de Cristo. Es una fuente de vida de la que emanan continuamente los ríos de Dios en el vivir cotidiano.

A pesar de aceptar la obra del Espíritu Santo en la vida de la iglesia del Señor y buscar sus dones y manifestaciones, esto no debe conducirnos al error de hacer del Espíritu Santo el centro de nuestra predicación. La Biblia nos enseña que debemos predicar a Cristo, no al Espíritu Santo. El Espíritu habla de Cristo, glorifica a Cristo y ha venido para revelar al Hijo de Dios y no poner el énfasis sobre sí mismo. Digo esto porque he visto en ocasiones cómo este tema se convierte en un énfasis desproporcionado y ocupa en la predicación el lugar central del mensaje. Pablo dijo: “Nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura; mas para los llamados, así judíos como griegos, Cristo poder de Dios y sabiduría de Dios” (1 Corintios, 1:23-24).

La vida en el Espíritu, o lo que es lo mismo, la vida en la unción de Dios, se puede contristar, apagar, imitar o falsificar. Cuando se contrista por el pecado, el arrepentimiento es la solución; cuando se apaga por múltiples motivos, volver a avivarla y vivificarla es la respuesta de Dios; y cuando se trata de imitar o falsificar el error tiene consecuencias peligrosas.

4 – La unción (segunda parte)

CONCEPTOS ERRADOSLa unción en el Antiguo Testamento

En primer lugar la encontramos relacionada con las especias para preparar el aceite de la unción con la cual se ungirá más tarde al sumo sacerdote y los utensilios del Tabernáculo, también sobre los hijos de Aarón. Está muy presente en el ritual para formalizar todos los pormenores del culto según la ley de Moisés (cf. Éxodo, 29:7-9) (cf. Éxodo, 40:9-16).

La unción no vuelve a aparecer hasta los días del profeta Samuel, cuando fue enviado a ungir a Saúl como rey de Israel. Aunque en el libro de los Jueces se menciona la presencia temporal del Espíritu Santo sobre los hombres y mujeres que Dios usó para liberar a su pueblo del yugo de sus enemigos por haberse apartado de los caminos de Dios. Luego llegamos a la vida de David, ungido también por el profeta Samuel, como nuevo rey de Israel en lugar del desechado Saúl. David es el ungido del Señor como tipo de Cristo; de su descendencia nacería el Mesías (el Ungido) que cumpliría las promesas dadas a los padres y extendería el reino de Dios a todas las naciones. En Jesús se cumple el triple ungimiento como rey, profeta y sacerdote; los tres ministerios sobre los que recaía la unción en el Antiguo Pacto, por tanto, tenemos en Jesús al ungido definitivamente del Señor.

La unción - el ungido del SeñorEl ungido del Señor

Al iniciar su ministerio público, Jesús entra en la sinagoga de Capernaún, toma el libro de Isaías y lee en el capítulo 61 la siguiente declaración:

El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ungió YHWH; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los          cautivos, y a los presos apertura de la cárcel; a proclamar el año de la buena voluntad de YHWH (Isaías 61:1-2).

Y allí se detiene, aunque el texto de Isaías continúa con el día de venganza del Dios nuestro. Jesús se ha identificado con la profecía que lo señala como el Ungido de Dios para llevar a cabo una misión exclusiva, una misión predeterminada y planificada desde antes de la fundación del mundo, pero que ahora entra en el cumplimiento del tiempo para su realización.

Vino a Nazaret, donde se había criado; y en el día de reposo entró         en la sinagoga, conforme a su costumbre, y se levantó a leer. Y se le dio el libro del profeta Isaías; y habiendo abierto el libro, halló el lugar donde estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor. Y enrollando el libro, lo dio al ministro, y se sentó; y los ojos de todos en la sinagoga estaban fijos en él. Y comenzó a decirles: Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros (Lucas 4:16-20).

Aquí tenemos la misión encomendada al Ungido de Dios: dar buenas nuevas a los pobres, sanar a los quebrantados de corazón, pregonar libertad a los cautivos, dar vista a los ciegos, poner en libertad a los oprimidos y predicar el año de gracia, el día de salvación.

Vosotros sabéis lo que se divulgó por toda Judea, comenzando desde Galilea, después del bautismo que predicó Juan: cómo Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y cómo éste anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él (Hechos, 10:37,38).

Durante tres años y medio Jesús lo llevó acabo guiado en todo momento por la voluntad del Padre y la capacitación del Espíritu Santo. Jesús es el Mesías, el Ungido, el Cristo, dado a los hombres para que podamos ser salvos y entrar en el reino de Dios. Su obra es única y acabada. Su redención ha hecho posible que Su unción sea transmitida a todo su cuerpo para continuar la obra que él comenzó.

La unción - dia de pentecostesLa unción después de Jesús

Jesús es la plenitud de quién todos recibimos gracia sobre gracia; porque la ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo (cf. Jn, 1:16-17). Jesús levantó un nuevo templo no hecho de manos, en tres días, los días que duraron su muerte, sepultura, bajada al infierno y su resurrección. Ahora ha sido exaltado hasta lo sumo a la diestra del Padre, tiene el nombre sobre todo nombre, toda autoridad en el cielo y en la tierra y ha distribuido su plenitud a todo el cuerpo de redimidos, que forman ese nuevo templo de Dios.

Jesús es el dador del Espíritu Santo y los dones, cada miembro de su cuerpo ha recibido una parte de su unción para ministrar a los demás, por tanto, dejemos de hablar del ungido en singular, porque cada miembro del cuerpo ha sido ungido por Dios. Si hablamos del ungido en singular solo podemos referirnos a Cristo, el Ungido, cuando nos referimos a los ministerios el término “el ungido” está fuera de lugar, determina exclusividad, monopolio, y por tanto, sectarismo. Esta es la enseñanza del apóstol Juan.

La unción - todos reciben el ESQuienes han recibido la unción

Como he dicho antes se ha puesto de moda hablar de la unción en términos exclusivos de algunas personas, líderes generalmente, que manifiestan una capacidad espiritual superior a la unción de los demás creyentes. Esto no es motivo para exaltarse por encima de los demás, sino una función dada para edificar el cuerpo de Cristo. El abuso ha producido dominio sobre la grey de Dios y eso es ajeno a su voluntad. El apóstol Juan nos dice que todos hemos recibido la unción del Santo para conocer todas las cosas, porque es la unción de Dios dentro de nosotros la que nos enseña.

Pero vosotros tenéis la unción del Santo, y conocéis todas las cosas… Pero la unción que vosotros recibisteis de él permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe; así como la unción misma os enseña todas las cosas, y es verdadera, y no es mentira, según ella os ha enseñado, permaneced en él. (1 Jn.2:20,27)

El contexto de este pasaje es una atmósfera de engaño y confusión a causa de los muchos anticristos que ya han surgido en los días de Juan. En esa situación, la unción de Dios que está dentro de los creyentes les guía a permanecer en la verdad, es decir, en Cristo; reconocer su venida en carne para realizar la redención del hombre. Esa unción es el testimonio interno que tienen los hijos de Dios de pertenecer a Dios, ser propiedad suya, comprados por el precio de la sangre de Jesús, y ese testimonio es firme a través de la obra del Espíritu Santo. Por ello, podemos concluir que al hablar de la unción estamos hablando de la obra del Espíritu de Dios en la vida del creyente, y esto nos llevaría a un tema muy amplio en las Escrituras y que queremos resumir brevemente.

Continuará…

3 – La unción (primera parte)

CONCEPTOS ERRADOSLa sociedad actual impone la tiranía de la moda que se instala en nuestro vivir cotidiano como un invitado al que nadie ha llamado, pero que se queda y permanece entre nosotros durante un tiempo con la intención de saturarnos hasta el aborrecimiento con su énfasis predominante.

Luego desaparece sin que nos demos cuenta de ello y viene otra novedad; en ocasiones completamente diferente a la anterior, incluso la contradice en muchos casos. Esto demuestra la manía y obsesión que vivimos por los cambios y los énfasis.

En el mundo eclesiástico nos ocurre lo mismo. A lo largo de mi vida cristiana he visto tiempos de énfasis sobre una verdad, una práctica o una manifestación. Hay tiempos cuando se pone de moda hablar de algo, predicarlo sin descanso, hasta que la verdad se convierte en una perla pisoteada, tan trillada que la detestamos y durante mucho tiempo no osamos volver a hablar de ella.

Hablar de la unción y de los ungidos está de moda. Hay un énfasis desmedido en estos términos que a menudo se convierten en una forma de impresionar a las masas y llevarlas a correr detrás de «el ungido» de turno y la búsqueda desenfrenada de la unción como llave para el éxito de todos los males que afectan a la iglesia del Señor. Sin embargo, al buscar en cualquier concordancia de la Biblia, vemos que el concepto «la unción» aparece muy pocas veces en sus páginas; buscando la conjugación del verbo ungir aparecen algunos textos más, pero tampoco son tantos, especialmente en el Nuevo Testamento. Al oír a algunos predicadores parecería que no hay más que ese tema en toda la Biblia. No me cabe duda que la unción es un asunto importante en la vida del cristiano y de la congregación de Dios, pero no como una palabra mágica, sino como una verdad que hay que ver en su amplitud.


Definición:
La unción es un sello, (rociamiento, untar), capacitador que Dios da a sus hijos para que lleven a cabo su obra en la habilidad del Espíritu Santo y no de sus propias fuerzas. La unción de Dios es la capacitación de Dios para realizar la obra de Dios. En este sentido, todo cristiano tiene la unción de Dios, porque es ella la que nos capacita para vivir en el Espíritu, que a su vez es lo normal, o debería serlo, en la vida del creyente. La vida cristiana es un milagro en sí misma, es una obra de re-nacimiento por la palabra de Dios, una obra sobrenatural, que necesita definitivamente la intervención de Dios para que surja, crezca y alcance la meta. Todo el desarrollo de la vida cristiana es sobrenatural, no depende de la acción carnal del hombre caído, por tanto, se sostiene y se mueve por el obrar de la unción de Dios, o lo que es lo mismo, por el Espíritu Santo. Si lees el capítulo ocho de Romanos lo verás con toda claridad.

IMG_20170103_163915741_HDREntonces, ¿por qué se nos enseña que la unción es una experiencia exclusiva de algunos «siervos» de Dios, a los que debemos acudir para recibir una parte de esa unción inmensa que ellos tienen y que generosamente quieren compartir con nosotros? Parece que a partir de ese momento nuestras vidas quedan unidas a ese líder, de quien depende el éxito de nuestra vida cristiana, y que por añadidura le debemos acatamiento, admiración y dependencia. Acabamos siendo soldaditos de plomo, todos cortados por el mismo patrón, hechos a la medida del líder, ignorando la diversidad del cuerpo de Cristo y las diferentes funciones que el Espíritu de Dios reparte como él quiere. Pensamos que todos debemos ser evangelistas porque nuestro pastor tiene un don predominante de evangelista. Además se nos dice que nosotros podemos recibir lo mismo que él; si Dios se lo dio a él hará lo mismo con nosotros, porque Dios no hace acepción de personas. Esto es un error muy común en las iglesias llamadas carismáticas. De esta forma tenemos a una masa de creyentes peleando por hacer lo mismo que su líder, porque ese es el molde de fabricación y todos deben tener la misma forma. Una vez más esto contradice las Escrituras, donde encontramos que hay diferentes dones y diversas funciones, que no todos tenemos la misma función porque ¿dónde estaría la diversidad del cuerpo?

El apóstol Pablo nos dice que hay diversas medidas de fe que Dios reparte a cada uno (cf. Ro.12:3). Hay diversas funciones en el cuerpo de Cristo, como vimos en el capítulo anterior, y la multiforme sabiduría de Dios distribuye su gracia a cada uno en particular. Esto es discernir el cuerpo. Necesitamos reconocer los dones y las funciones de otros amados hermanos, y saber quiénes somos, lo que hemos recibido y lo que no tenemos. Querer tener todos lo mismo tiene su base en una ideología marxista-socialista, que aparenta ser muy buena pero es un error de consecuencias trágicas.

En el cuerpo de Cristo hay quién tiene diez talentos, otros solo tienen uno. Entrar en envidia o rivalidad por ello es luchar contra la soberanía de Dios. Odiar al pueblo judío por haber sido elegidos como una nación aparte de todas las demás naciones (cf. Dt.26:18-19), es no entender la soberanía de Dios, no aceptar Su voluntad y dar paso a un espíritu de orgullo y altivez que llevó al mismo Lucifer a querer subir al trono de Dios por no aceptar su lugar en la cosmovisión del Creador.

La epístola de Judas nos habla de los ángeles que no guardaron su dignidad, sino que abandonaron su propia morada (Judas, 6), y entraron en rebelión contra Dios. Nosotros también, cuando no aceptamos nuestro lugar en el cuerpo de Cristo, y queremos ocupar otros lugares o funciones nos estamos rebelando contra el orden del Dador de todas las cosas. Querer ser o tener lo que no somos o Dios no nos ha dado, es el comienzo de grandes perturbaciones para uno mismo y para los demás miembros del cuerpo. Se quiere imponer la uniformidad, (llevar el mismo uniforme), partiendo de la unción predominante del líder, para llevar al resto de la congregación a colocarse un traje que en muchos casos no está hecho para ellos. Recuerda la armadura que Saúl le quiso colocar a David para pelear con el gigante Goliat, y que tuvo que desechar para escoger lo que se adaptaba a su habilidad: una honda y cinco piedras.

La unciónLos ministerios que tienen potencial espiritual real de Dios, lo que si tienen capacidad de hacer es liberar las funciones del cuerpo de Cristo, sacar a luz, (reconocer), los dones que los redimidos tienen ya dados por Dios de antemano. Necesitamos el potencial y autoridad de hombres de Dios maduros para liberar los dones y las funciones del cuerpo de Cristo. Pablo ministró a Timoteo el don del Espíritu Santo para poner en acción la obra de Dios en la vida de Timoteo. Los apóstoles Pedro y Juan lo hicieron en  la ciudad de Samaria para que los que habían creído recibieran el Espíritu Santo por la imposición de sus manos. Sin embargo, en la casa de Cornelio el Espíritu Santo descendió sin imposición de manos. También en la ciudad de Éfeso había ciertos discípulos que no habían oído hablar del Espíritu Santo y cuando Pablo lo supo fueron bautizados en el Nombre de Jesús y habiéndoles impuesto las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo y hablaban en lenguas y profetizaban.

Ahora bien, poner de moda la imposición de manos para transmitir la unción de Dios se puede convertir en un sistema repetitivo que no conduce a nada. Forzar la máquina para que los creyentes hablen en lenguas, usando los métodos más variopintos que uno pueda imaginar, suele acabar en un desgaste decepcionante. Gracias a Dios por los que tienen el potencial de vida para transmitir y liberar la acción del Espíritu en la vida de los hermanos, sea el bautismo en el Espíritu o la acción de un don que ya ha sido dado por Dios con anterioridad. Pero cuando esto se pone de moda y se hace un énfasis desproporcionado tenemos un ejército de pastores afanados por imponer las manos, y una masa de creyentes alocados buscando la solución total a sus problemas en el toque de una mano del «ungido» de turno. Estos excesos conducen a la superficialidad y a un deterioro de verdades sólidas que se convierten en vulgaridad.

2 – Introducción

CONCEPTOS ERRADOSNo pretendo ser exhaustivo, ni exponer una exégesis amplia sobre los temas que trataré en este libro. Lo que haré será reflexionar sobre: el gobierno de la iglesia, liderazgo y predicación del evangelio, la unción, el diezmo, los sueños y la cruz.

Usar conceptos errados es una forma de pervertir la enseñanza de la Palabra de Dios. Si una verdad viene a tener otro significado, aunque usemos el término correcto, el mensaje está desvirtuado por el uso indebido. La práctica de los hechos consumados en algunos casos pervierte el sentido original y por tanto su desarrollo viene a ser equívoco.

En buena medida hemos levantado un sistema religioso con términos correctos pero con un uso inadecuado. No es nada nuevo. Cuando se levantó el becerro de oro al poco de salir de Egipto, los israelitas dijeron: estos son vuestros dioses que os sacaron de Egipto… Aarón edificó un altar delante del becerro y dijo: mañana será fiesta para JHWH… y se sentó el pueblo a comer y a beber, y se levantó a regocijarse (Exodo 32:4-6). Usaron el nombre de Dios que los había sacado de la esclavitud con otra forma de adorar, al estilo idólatra, pero con los términos correctos. Al torcer las Escrituras se tuercen los pensamientos y contaminan la práctica.

Básicamente tenemos un modelo de culto donde son unos pocos los que actúan; la mayoría son espectadores, sin embargo la Biblia nos muestra claramente que todos hemos recibido dones para usarlos en beneficio del cuerpo. Que cuando  nos reunimos cada uno tiene algo para dar con el fin de edificar a los demás (cf. 1 Co.14:26). Cada uno aporta en la edificación mutua. Esa debería ser nuestra práctica, sin embargo, no es así, aunque lo llamemos culto. Los dones no fluyen y la libertad del Espíritu está controlada por los profesionales de la religión.

El evangelioA lo largo de más de 36 años de vida cristiana he sido actor y espectador a partes casi iguales. Uso estos términos pensando en el espectáculo en que se han convertido muchos cultos. Siendo espectador pude apreciar y ver en otros mis propios errores y excesos. He vivido tiempos de verdadero arrepentimiento por los errores cometidos y la arrogancia disfrazada de libertad espiritual. He visto repetir paso a paso en otros pastores lo que yo mismo defendí en su día como un modelo intocable y asimilado con verdadera convicción. Es un modelo heredado al estilo de la herencia del pecado de Jeroboam. Un modelo piramidal con el levantamiento de un grupo de elegidos para imponer, dominar y enseñorearse de la grey bajo la bandera de «los ungidos», «el líder», «la unción».

Con ello no estoy oponiéndome ni al liderazgo, ni a las visiones, ni al ungimiento concreto para una tarea que Dios da. Denuncio el uso y abuso que se hace de estos términos para ejercer dominio e imponer un sometimiento ajeno al espíritu evangélico. No todas las iglesias han caído en estos excesos, ni todos los pastores. Hay iglesias con modelos de gobierno distintos que tienen sus propios excesos, errores o aciertos.

El Señor me ha permitido estar como Jeremías de «observador» y «examinador» (Jer.6:27 LBLA). He podido apreciar con muchísimo dolor en mi corazón algunos ejemplos disparatados que me afirman en la intensidad de mis apreciaciones, muchas de ellas las iré desgranando a lo largo de este libro. También el profeta Habacuc estuvo en su puesto de guardia; sobre la fortaleza afirmó el pie, y veló para ver lo que se le decía, y qué había de responder tocante a su queja. El Señor le respondió y le dijo: escribe la visión (cf. Habacuc, 2:1,2). Después el profeta oró a Dios con temor y temblor diciendo: aviva tu obra en medio de los tiempos, en medio de los tiempos hazla conocer (Habacuc, 3:1,2).

Podemos autocomplacernos con engaños de lo bien que estamos como iglesia, pero la realidad general es que vivimos tiempos de decadencia espiritual; de gran debilidad en la vida de oración; de frio glacial en el amor y tenemos dosis excesivas de indiferencia y pasividad, de permisividad y conformismo al sistema de este siglo y sus valores.

Vivimos un exceso de decepciones a todos los niveles; de egoísmo y centralismo que solo nos deja tiempo para nosotros, lo nuestro y aquello que nos reporta autoestima, autorrealización personal; en definitiva una vida hedonista. Creyendo ser ricos, como la iglesia de Laodicea, hemos perdido el sabor en muchos casos y nuestra insipidez la queremos corregir con una verdadera dosis de rendición al relativismo moral que nos circunda para mendigar un poco del brillo de Babilonia, alejándonos de Jerusalén.

Mi anhelo y oración a Dios, el Dios de Israel, es que este libro pueda servir como una exhortación de lo que he visto y oído. Como la enésima advertencia  a mis hermanos desde el temor de Dios y el respeto a todos los miembros del Cuerpo de Cristo. Desde el Cuerpo y para el Cuerpo.