CONCEPTOS ERRADOS – El diezmo como impuesto

CONCEPTOS ERRADOSEl diezmo como impuesto

Estoy asombrado del énfasis desmedido que se pone en los últimos años en la predicación del diezmo, y lo que me deja estupefacto del todo es la terminología que se usa al hacerlo, la imposición legalista, y la obligatoriedad de practicarlo como panacea de la bendición de Dios en el campo económico. Como suele ser habitual en la naturaleza humana, todo lo que se impone por ley acaba siendo repelente y atrae un rechazo a la autoridad que lo ejecuta. Se nos dice que el diezmo es anterior a la ley de Moisés, porque Abraham dio los diezmos a Melquisedec antes de ser formulada la ley en el Sinaí, sin embargo yo no veo que el padre de la fe llevara cada fin de mes los diezmos al sacerdote de Salem, sino que lo hizo una sola vez como respuesta a una situación concreta. Para muchos acaba siendo una verdadera carga difícil de llevar que les oprime en lugar de dar al Señor con alegría; porque Dios ama al dador alegre. Esta realidad tampoco produce ningún beneficio en el cumplidor del diezmo porque se hace por imposición, no por fe y convicción, y todo lo que no proviene de fe es pecado (cf. Romanos 14:23).

Como en diferentes doctrinas bíblicas, tenemos dos predicaciones distintas sobre un mismo tema. Unos predican el diezmo como actual y otros no creen que sea una práctica para nosotros. Los primeros tienen sus textos favoritos para asentar sus tesis y los otros se centran en otros versículos para decir lo contrario. ¿Qué hacemos entonces? Como dijo el apóstol: “Examinadlo todo y retened lo bueno”. Por mi parte me gustaría poder compartir algunas meditaciones al respecto y dejar a cada uno que viva y actúe por su propia convicción de fe. En este tema entran en juego componentes de gran sensibilidad porque afectan a un terreno delicado, donde hay piedras de tropiezo en ambos extremos y que tiene una gran trascendencia en la realidad eclesiástica.

Algunas consideraciones iniciales

Oí hablar del diezmo al poco tiempo de convertirme, no en una predicación, sino en una conversación entre hermanos. Puse oído y como no entendía bien el término logré informarme por mi cuenta de qué trataba aquello de diezmar. Cuando supe que era aportar el diez por ciento de todos mis ingresos para la obra de Dios comencé a practicarlo con verdadera pasión. A lo largo de todos estos años mi mujer y yo hemos dado el diezmo, a menudo con satisfacción y otras por simple rutina religiosa; aunque debo decir que no me he ajustado a todas las directrices legalistas proclamadas desde el púlpito, y he incluido cambios en nuestra forma de hacerlo. Debo decir también que después de muchos años de practicar el diezmo no nos hemos hecho ricos, nuestras necesidades básicas siempre han estado cubiertas, gracias a Dios; y vivimos sin grandes lujos, más bien de forma austera, trabajando los dos para sacar adelante a nuestra familia con tres hijos en edad escolar. Desde hace algún tiempo comencé a inquietarme por esta práctica en cuanto a sembrar en terrenos equivocados, dadas las formas de sistema religioso que han tomado algunas iglesias locales, con líderes dominantes que aprovechan el control económico como uno de los pilares de su gobierno sobre la grey de Dios. He tenido que replantearme este asunto, meditar en ello, estudiar las Escrituras y confrontar mis esquemas mentales al respecto.

El diezmo y el sistema religioso

Imponer la obligatoriedad del diezmo viene a ser como un impuesto religioso necesario para mantener el sistema jerárquico que predomina actualmente en muchas iglesias. A menudo se pide que los hermanos pongan el nombre en su sobre de diezmo, lo que proporciona un control farisaico sobre los creyentes. De esta forma el líder y pocos más tienen información sensible que pronto conduce a la hipocresía, haciéndolo para ser visto y anotado en el registro de la iglesia como una categoría especial: los que dan el diezmo. Este camino conduce irremediablemente a un evangelio de obras. La sutileza de pedir a los hermanos que pongan su nombre en el sobre con el fin de que el pastor pueda orar por ellos para que puedan recibir la bendición de Dios al hacerlo, no deja de ser una artimaña que se aleja de la vida de fe para levantar un mediador que canalice la bendición de Dios. Además no concuerda con la enseñanza de Jesús de que no sepa tu mano derecha lo que hace tu mano izquierda. Es una manera infantil de tratar a los creyentes.

Algunos de nuestros métodos para conseguir fondos son tan vergonzosos que están produciendo deshonra y rechazo al evangelio. La presión y coacción sobre los creyentes para conseguir que den el diezmo tiene su base, generalmente, en el temor y la ansiedad por las finanzas de la iglesia. Actuar por temor lleva en sí mismo castigo (cf. 1 Juan 4:18), y se pierde el resultado de dar con alegría y fe basada en el amor y no el miedo.

En el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: El justo por su fe vivirá (cf. Romanos 1:17). Si no actuamos por fe no podemos agradar a Dios (cf. Hebreos 11:6) y por ello no recibiremos el galardón.

La gran pregunta

¿Debemos diezmar como se hacía bajo la ley o no? ¿El diezmo es para hoy o era solamente para los que vivían bajo la ley de Moisés? Está claro que el diezmo pertenece a la ley, dado para mantener a la tribu de Leví que fue escogida para dedicarse al sacerdocio, y no recibieron herencia de la tierra. Si queremos levantar un sacerdocio al estilo del Sinaí entonces necesitamos los diezmos. Si decimos que el diezmo es anterior a la ley y por tanto debemos aplicarlo hoy, también debemos circuncidarnos porque la circuncisión fue dada a Abraham como señal de la promesa y por tanto antes de la ley.

Cuando se usa el pasaje de Hebreos 7 y el sacerdocio de Melquisedec como argumento para apoyar la práctica del diezmo pienso en lo siguiente. Ese diezmo fue dado una sola vez; el sacerdocio de Melquisedec, figura de Cristo como nuestro sumo sacerdote, pertenece a un nivel celestial y no terrenal, es un sacerdocio inmutable y no sometido a los rituales y el sistema centrado en el templo de Jerusalén. El sacerdocio según el orden de Aarón pertenece a un sistema de sacrificios repetitivos para obtener el favor y el perdón de Dios; mientras que el sacerdocio según el orden de Melquisedec, figura del sacerdocio inmutable de Cristo, pertenece a un nivel superior donde no hay necesidad de ofrecer sacrificios continuos, sino que con una sola ofrenda, hecha una vez y para siempre,  quitó los pecados. La obra de Jesús nos libra del viejo sistema religioso repetitivo por el que nunca alcanzamos una conciencia limpia de obras muertas; su sangre nos limpia para siempre y nos introduce  a una nueva dimensión de comunión y vida en el Espíritu de Dios.

Sin embargo, cuando se predica la obligatoriedad de dar el diezmo como ley nos adentramos en una parte del sistema religioso que nos mantiene en la repetición de obras para obtener la ayuda oportuna. Ese formato pertenece al viejo régimen de la letra y no al nuevo del Espíritu. Ampliaremos más adelante todo esto. Si enseñamos la práctica del diezmo como requisito para la bendición de Dios, hemos entrado en una dinámica de obras que no tiene fin, porque si cumplimos una parte de la ley y dejamos otras sin cumplir no alcanzaremos el favor de Dios.

Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos. Porque el que dijo: No cometerás adulterio, también ha dicho: No matarás. Ahora bien, si no cometes adulterio, pero matas, ya te has hecho trasgresor de la ley. Así hablad, y así haced, como los que habéis de ser juzgados por la ley de la libertad. Porque juicio sin misericordia se hará con aquel que no hiciere misericordia; y la misericordia triunfa sobre el juicio (Santiago 2:10-13).

Por ese camino anulamos la obra única y acabada de Cristo para obtener la redención; o más bien regresamos a las obras de la ley para ser justificados; y el apóstol nos dice que “si lo que destruí lo vuelvo a edificar, trasgresor me hago” (Gálatas, 2:18). Por otro lado resulta caprichoso escoger algunas obras de la ley y dejar otras. Hemos sido redimidos de la maldición de la ley (cf. Gálatas, 3:13). Jesús se hizo maldición por nosotros para librarnos de la condenación de la ley, porque nos era imposible cumplirla en su totalidad. El apóstol Pedro lo expresó así:

Ahora, pues, ¿por qué tentáis a Dios, poniendo sobre la cerviz de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros hemos podidollevar? Antes creemos que por la gracia del Señor Jesús seremos salvos, de igual modo que ellos (Hechos 15:10,11).

Imponer el diezmo por ley deriva irremediablemente en condenación; “porque  todos los que dependen de las obras de ley están bajo maldición, pues escrito está: Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley para hacerlas” (Gálatas 3:10).

Ahora bien, lo que venimos diciendo no significa que no seamos generosos o que eludamos nuestra responsabilidad con la iglesia local; iremos viendo esta parte más ampliamente a medida que avancemos en el tema. Dios ama al dador alegre; y el que siembra generosamente recibirá una cosecha generosa. No solo en dinero, sino en todo lo que compartimos con los demás: tiempo, comprensión, amabilidad, etc. Veamos los conceptos y argumentos que se suelen usar más a menudo para justificar el impuesto del diezmo.

Argumentos y conceptos clásicos sobre el diezmo

Algunos de los razonamientos que se hacen a la hora de enfatizar la imposición ineludible de dar el diezmo son estos.

Traed todos los diezmos al alfolí. ¿Qué es el alfolí? En la versión evangélica que oímos a menudo en ciertos púlpitos se trata de la iglesia local donde nos congregamos; el pastor, que actúa como “sumo sacerdote” o levita, recibe los diezmos y los administra, en algunos casos bajo la supervisión de un consejo y en otros como bien le parece. La mayoría de los amados hermanos llevan su dinero confiados en el buen hacer de los líderes; creyendo que lo hacen para el Señor y olvidándose de todo lo demás. Han sido enseñados que esa parte de sus ingresos pertenecen a Dios, es “su impuesto” y como tal no tienen nada más que decir. En algunas iglesias locales se hace cada año una reunión informativa para dar a conocer la economía y otros asuntos de carácter administrativo.

Digamos que esta es una manera simple de interpretar la palabra alfolí; es una “exégesis” de andar por casa, de fácil comprensión en un sistema religioso relacionado con un lugar, un pastor y una congregación habituada a la rutina eclesiástica. Sin embargo, “alfolí es un término derivado del árabe, con que nuestra Reina-Valera llama al hórreo o granero, era el reservorio para los diezmos, anejo al templo, y a cargo de los levitas” (comentario Bíblico de Matthew Henry). Lo cual pone de manifiesto, una vez más, que hemos asumido el sistema veterotestamentario como parte del evangelio de la gracia. Lo aplicamos literalmente en este caso y nos quedamos tan a gusto. Claro, parece encajar como un guante en nuestros propósitos de simplificar las cosas y hacerlas entender y exigir como bíblicas. Si decimos que los diezmos pertenecen al Señor y debemos traerlos al alfolí, que es la iglesia donde nos congregamos, ¿dónde queda el noventa por ciento restantes? ¿A quién pertenece? Se deduce que con el resto hacemos lo que mejor nos parece; si somos generosos daremos alguna ofrenda extra para los pobres o cualquier otra necesidad, pero eso ya es voluntario y no contiene la carga de obligatoriedad que se le aplica al diezmo.

Esta forma de partir y trocear nuestras vidas no aparece en la enseñanza del apóstol Pablo. Se nos enseña que todo nuestro ser, espíritu, alma y cuerpo son de Dios; que hemos sido comprados por precio; que no somos nuestros; que si vivimos para el Señor vivimos y si morimos para el Señor morimos; así que vivamos o muramos del Señor somos. Se nos enseña que cuando venga el Espíritu Santo él nos guiará a toda verdad; también a la de saber cuándo y dónde debemos invertir nuestro dinero; pero la ley de los diezmos ya deja establecido este asunto y no hay lugar para la dirección del Espíritu de Dios; de tal forma que apagamos la voz de nuestro interior porque otra voz ha tomado su lugar. Hay una canción que se canta en muchas iglesias, es realmente bonita y pegadiza en su melodía y entonación pero que enseña a fraccionar nuestras vidas en su mensaje. Dice así:

         Traemos hoy ante tu altar nuestras coronas

         Queremos darte lo mejor de nuestras vidas,

         Te entregaré mi amor entero, los sueños que logré alcanzar.

         Te daré lo mejor de mi vida,

         Te daré lo mejor cada día,

         Será mucho más que una canción

         Mi obediencia en mi mejor adoración

         Traemos hoy ante tu altar nuestras coronas

         Queremos darte lo mejor de nuestras vidas

         Traemos sólo las primicias

         Pues tú mereces lo mejor

Y yo me pregunto. Si traemos al Señor solo lo mejor ¿Qué hacemos con el resto de nosotros? ¿Dónde quedan nuestros pecados para ser lavados en la sangre del Cordero? Eso no lo podemos traer al Señor porque es lo peor de nosotros y entonces ¿a dónde lo llevamos? Si le damos al Señor solo lo mejor ¿dónde está la rendición incondicional de todo nuestro ser para ponerlo bajo el señorío de Cristo? De este tipo de mensajes se deduce que hay una parte de nosotros que queda fuera de nuestra comunión con Dios; es el lado oscuro, el desván de nuestro carácter, la habitación que no enseñamos a nadie porque es indecente y de mal gusto, es decir, hemos entrado en la práctica de vivir de las apariencias, poner la mejor cara en los cultos, esforzarnos un poco, total son dos horas y poco mas, para luego vivir lejos de la realidad de estar unidos con Cristo en la vida y en la muerte. Todo un despropósito. Sin embargo nos gusta tanto la música, la entonación, el ritmo musical de la canción que no importa el mensaje, lo que importa es que nos conmueve, nos riza el cabello y eso es suficiente para la superficialidad de una vida cristiana mediocre, parcial y de apariencias. Es un ejemplo de los muchos que tenemos a la hora de cantar canciones que forman una teología basada en el emocionalismo más que en la verdad; en conceptos del pacto de la ley más que en el evangelio de la gracia. Esa mezcla nos conduce a la confusión.

En conclusión diré que deducir que el alfolí es la iglesia local es una interpretación interesada para adaptarla a nuestro sistema religioso. Ni siquiera los judíos actualmente dan el diezmo puesto que entienden que destruido el templo de Jerusalén el diezmo carece de lugar ya que no existe el sistema sacerdotal centrado en los sacrificios, por ello tienen otra forma de recoger ofrendas en la sinagoga. En todo caso, el templo de Dios lo forman los redimidos por la sangre del Cordero, no es un templo de piedra, ni es un alfolí de ladrillos. Pero al hacer énfasis en un lugar donde llevamos nuestros diezmos volvemos a levantar otro templo, es decir, el lugar de culto, por mucho que nos esforcemos luego en enseñar que la casa de Dios somos nosotros, una casa espiritual y un sacerdocio santo para ofrecer sacrificios espirituales agradables a Dios. Nuestra entrega a Dios tiene que ver también con la economía, el dar con generosidad, pero no por sistema sino con alegría porque Dios ama al dador alegre.

No dar el diezmo es robar a Dios. Esta frase lapidaria es una de las denuncias que aparecen en el libro de Malaquías, pero no es la única, especialmente dirigidas a la clase sacerdotal, aunque cuando se mencionan los diezmos se amplía el mensaje a la nación entera. Este texto del profeta Malaquías es el preferido de aquellos que quieren imponer el diezmo con la amenaza de quedar bajo maldición si no cumples con ello. Hace algún tiempo recibí una carta sobre este asunto, y quisiera compartir la respuesta que envié a este hermano. Su nombre está omitido.

“Mi nombre es…, escribo desde Londres y deseo saber si las maldiciones que habla Malaquías por no diezmar en el Antiguo Testamento están vigentes para nuestros días, es decir, ¿si una persona no diezma puede entrar en maldición? Gracias por su ayuda. Bendiciones”.

Esta fue mi respuesta:

Apreciado hermano en la fe.

Si eso fuera así entonces toda la revelación de la justicia de Dios por la fe, es decir, la justificación en Cristo mediante la fe sería anulada y el evangelio que predicó el apóstol Pablo no era cierto. Está escrito que «Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición, para que la bendición de Abraham nos alcanzase» (Gálatas 3:13-14).

Por otro lado, si ponemos como base de la bendición la ley de Moisés, tendríamos un conflicto interminable, porque si diezmamos pero no guardamos el sábado o no somos circuncidados incurriríamos en maldición también. De lo contrario estaríamos haciendo diferencias entre guardar unas cosas y no otras.

Habría que preguntarse ¿por qué ese énfasis en cumplir con los diezmos y no con otros aspectos de la ley? La obligatoriedad de dar el diezmo se ha convertido hoy día en ley y por tanto, un requisito para obtener la aprobación de la iglesia institucional, es decir, la justificación por obras, o sea, otro evangelio. En los días del apóstol Pablo el conflicto era sobre la circuncisión, de tal forma que circuncidarse llegó a ser vital para la salvación. El apóstol de los gentiles luchó contra esa deformación de la verdad que le había sido revelada, y lo hizo con verdadera pasión y vehemencia, porque se daba cuenta que estaba en juego la verdad que nos hace libres y no esclavos de un sistema religioso.

En nuestros días la economía ocupa un papel preponderante; las iglesias viven desafíos tremendos para mantener los presupuestos elevadísimos, en algunos casos, de ahí la presión continua para que los fieles, los creyentes, cumplamos con la «obligatoriedad de dar el diezmo» llegando a maldecir a los que no lo dan; poniendo una carga pesada sobre muchos amados hermanos con débil conciencia. Pero el evangelio de la gracia de Dios no es poner cargas, sino liberar de las cargas a los oprimidos.

Ahora bien, si un hermano piensa que dar el diezmo es una forma de manifestar su fidelidad a Dios, que lo haga, no que lo imponga, que lo haga en fe, con alegría, no por obligación ni por las amenazas de ser maldecido. Si nuestra bendición tiene la base de dar o no dar el diezmo ¿para qué murió Cristo? Efesios capitulo uno y versículo tres dice claramente que Dios ya nos ha bendecido con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo. Cuando ponemos las obras como base de nuestra bendición estamos operando bajo el fundamento de la ley, el antiguo régimen, no bajo el Nuevo Pacto del Espíritu.

Comprendo perfectamente y sé la presión que se ejerce en muchos púlpitos de nuestras iglesias occidentales presionando a los hermanos en la obligatoriedad de los diezmos; y también sé que muchos han quedado defraudados por ese énfasis desmedido. A libertad nos llamó el Señor no a servidumbre.

En resumen, usar el texto de Malaquías para amenazar con maldiciones a los que no dan el diezmo me parece una distorsión de la verdad completa que aparece en la totalidad de las Sagradas Escrituras. Sé de muchas iglesias que no enseñan el diezmo y dan con alegría para la obra de Dios y no me consta que estén bajo maldición.

Aprovecho para enviarte un saludo cordial en Cristo

VIRGILIO ZABALLOS

La superstición del diezmo

Otro de los énfasis que se suele hacer a la hora de reclamar el pago de los diezmos es que así te colocas en el lugar donde Dios puede bendecir tu vida económica. Este mensaje es muy atractivo, aunque puede llevar a muchos a pensar en términos de echar a la lotería, o poner mesa a la diosa fortuna (cf. Isaías 65:11). Me explico. No cabe duda que todo lo que el hombre sembrare eso también segará; pero cuando ponemos como base de la provisión de Dios el que demos los diezmos estamos azuzando la superstición innata del hombre religioso; de esa forma, con una mentalidad pragmática deducimos que merecemos el premio porque hemos hecho la obra de “echar el boleto”. Una vez más ese camino nos conduce al evangelio de obras, donde la práctica del diezmo suplanta (en alguna medida) el fundamento de la redención como base de la bendición de Dios. La provisión de Dios es Cristo, y la obra de expiación hecha en el monte de Dios nos proveerá para todas nuestra necesidades.

Y llamó Abraham el nombre de aquel lugar, YHWH proveerá. Por tanto se dice hoy: En el monte de YHWH será provisto (Génesis 22.14).

Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su    pobreza fueseis enriquecidos. (2 Corintios 8:9).

Para afianzar esta práctica damos lugar a testimonios en los que algunas personas cuentan como antes de dar el diezmo vivían en pobreza, y desde que comenzaron a darlo la economía les va de maravilla, es decir, les ha tocado la lotería y de esa forma tenemos el mensaje para la multitud de oyentes de que practicar el diezmo es la clave para la prosperidad. Glorificamos las obras y nuestros ojos se van detrás de ciertas prácticas en lugar de poner la mirada en el Autor y consumador de nuestra fe. El mensaje en negativo dice que si no damos el diezmo Dios nos castigará; no seremos buenos cristianos; seremos creyentes de segunda categoría y el pastor no estará contento con nosotros, por lo tanto no contaremos con su apoyo. Además estamos en serio peligro de perder nuestro puesto de trabajo y el diablo podrá zarandearnos como él quiera; seremos derrotados y con razón; así pues, le ponemos base a ser entregados en manos de Satanás por no cumplir con el requisito de los diezmos.

Esto puede resultar exagerado y alarmista pero es el resultado de una enseñanza que pone como fundamento de nuestra provisión las obras de la ley en lugar de levantar a Cristo como la Roca que nos sostiene. El diezmo viene a suplantar a Jesús como proveedor para todas nuestras necesidades; hemos inventado otro camino, levantamos un ídolo y decimos: estos son vuestros dioses que os sacaron de Egipto. Es el pecado de Jeroboam (1 Reyes 12:25-33), un nuevo sistema religioso para no tener que pasar por Jerusalén y llegar a la cruz del Calvario donde nuestra expiación y redención ha sido realizada. El pecado de Jeroboam levanta otros lugares de culto, inventa otros sacrificios, y pone sacerdotes a su antojo, pero su origen está fundado sobre la soberbia del poder y el temor de perderlo, por ello le dice al pueblo: estos son tus dioses que te sacaron de Egipto; no hace falta ir a Jerusalén, tenemos otros dos lugares más cercanos, uno en Be-tel y el otro en Dan; allí podréis ir y conseguir el favor de Dios. De esta forma eliminamos la cruz de Cristo; el mensaje de la cruz se diluye y se hace más asequible al pueblo para que puedan creer y vivir cómodamente, ser prosperados en todo y nadar en la abundancia. Este pecado y falsificación de la verdad tiene apariencia de piedad, apariencia de ser bíblico, y una vez que lo institucionalizamos anula la palabra original de Dios y se transmite de generación en generación con la fuerza de la tradición religiosa. Así ocurrió con el pecado de Jeroboam que se estableció en las siguientes generaciones como parte del verdadero culto, hasta que el juicio de Dios les alcanzó.

La imposición del diezmo ha venido a ser uno de los pilares de ese nuevo sistema eclesiástico, que es preciso enfatizar, para mantener el edificio que estamos levantando a mayor gloria del hombre. ¿Con esto quiero decir que los que dan el diezmo están cometiendo el pecado de Jeroboam?; no, no estoy diciendo eso, estoy tratando de discernir hacia donde nos conducen ciertas prácticas elevadas a la categoría de imposición legalista; además de decir que el fundamento de nuestra fe y provisión ya está puesto, el cual es Cristo, y si alguno pone otro fundamento la obra se quemará y no recibirá recompensa (cf. 1 Corintios 3).

Algunos en su afán por imponer y asegurarse el cobro de los diezmos llegan a extremos verdaderamente sectarios, como es el caso de la llamada iglesia Universal del reino de Dios, y que enseña lo siguiente: “los diezmos y las ofrendas son tan sagrados, tan santos como la Palabra de Dios. Los diezmos significan fidelidad y las ofrendas el amor del siervo hacia el Señor. No se pueden disociar los diezmos y las ofrendas de la obra redentora del Señor Jesús; significan, en verdad, la sangre de los salvos en favor de aquellos que necesitan de la salvación”. Aquí tenemos un ejemplo más de como se pueden retorcer las Escrituras con el fin de conseguir fondos para mantener la idea de que se está predicando el evangelio.

Principios del Reino sobre la economía

Antes de considerar algunos de los principios sobre el tema de la economía en el Reino de Dios, que son comunes y aplicables a otros temas, diré que si quieres apartar el diezmo como una disciplina personal para no caer en el otro extremo, el de la estrechez y la falta de generosidad a la hora de compartir con otros, hazlo, pero eso no te hace mas acepto delante de Dios.  Las disciplinas son buenas para no caer en la pereza y la negligencia; el apóstol Pablo dice que tienen a la verdad cierta reputación de sabiduría en culto voluntario, en humildad y en duro trato del cuerpo; pero no tienen valor alguno contra los apetitos de la carne; por tanto, ni porque comamos, o hagamos cualquier otra cosa, seremos más aceptos ante Dios; el que nos justifica es Dios, en base a la obra perfecta y acabada de Jesús en la cruz del Calvario (cf. Col.2:20-23) (cf. 1 Co.8:8). Decir esto puede resultar arriesgado para quienes buscan la ocasión de vivir con una liberalidad extrema apoyándose en la gracia, pero es el núcleo del evangelio de Jesús. El evangelio puede ser deformado en un extremo o en el otro, pero Dios conoce a los que son suyos y que se aparte de iniquidad todo aquel que invoca el Nombre del Señor. Y tampoco se trata de justificar el legalismo con la idea de ayudar la condición humana caída, porque en Cristo somos nuevas criaturas y el poder de la resurrección debe estar actuando en quienes han resucitado con Cristo para buscar las cosas de arriba.

Bien, dicho esto, aunque comprendo que se puede ampliar mucho más y que pueden quedar cabos sin atar, para no alargarme demasiado me centraré en los principios básicos que rigen la obra de Dios sobre la economía en la vida de los redimidos por la sangre del Cordero, los nacidos de nuevo y que andan en novedad de vida.

La fe

“Como está escrito: el justo por la fe vivirá” (Ro.1:17). La fe es una convicción interior que nos guía a vivir de una manera determinada. Todo lo que hacemos como hijos de Dios tiene o debe tener este sello; porque sin fe es imposible agradar a Dios; es necesario creer que hay Dios y que es galardonador de los que le buscan. La fe o convicción se nutre de la palabra viviente de Dios poniendo en nuestras conciencias la certeza de actuar de una manera o dejar de hacerlo de otra. Ese espíritu de fe nos ha sido dado por Dios, en una medida apropiada, para obrar por amor. La fe nos puede mover a hacer inversiones económicas de diversos tipos en función del movimiento de nuestro corazón, porque la fe es del corazón, no de las necesidades apremiantes que se nos presentan en muchos cultos y programas de radio y televisión. Saber escoger correctamente dónde y cuándo debemos poner nuestro dinero es un arte que necesita la dirección del Espíritu de Dios.

Creo personalmente que a la práctica del diezmo se le puede aplicar la palabra del apóstol Pablo cuando dice: “¿Tienes tu fe? Tenla para contigo delante de Dios. Bienaventurado el que no se condena a sí mismo en lo que aprueba. Pero el que duda sobre lo que come, es condenado, porque no lo hace con fe; y todo lo que no proviene de fe, es pecado” (Ro. 14:22.23). En este caso tiene que ver con la comida, que también está regulada por la ley de Moisés. Alguien puede tener la convicción de no comer ciertos alimentos, aunque está escrito que el comer una cosa u otra no nos hace mejores ni peores, porque la oración santifica todos los alimentos. En el caso del diezmo algunos habituados hasta ahora a dar el diezmo pueden mantener esa convicción dentro de la esfera de su fe, si así lo desean, no para imponerla a los que han sido enseñados de otra forma, y su fe se ha desarrollado de distinta manera en el tema de la economía; es un asunto del corazón no de las apariencias: “tenla para contigo delante de Dios” y no juzgues o condenes al que tiene otra convicción. Habrá otros que se sienten obligados por la imposición de su pastor en esta materia aunque no tengan la convicción; en ese caso deben escoger si obedecer la enseñanza del guía o someterse a su conciencia; sabiendo que todo lo que no procede de fe, de la convicción interior del corazón, es pecado. Algunos aprovecharán estos principios para desarrollar una falta de generosidad; de todos modos es mejor tener a los hermanos contentos a la hora de dar sus ofrendas que obligados por ley sobre lo que no están persuadidos. Resumo citando las palabras de Pablo en otro dilema expuesto en su carta a los corintios: “con todo eso, si alguno quiere ser contencioso, nosotros no tenemos tal costumbre, ni las iglesias de Dios”.

El amor

“Todas vuestras cosas sean hechas con amor” (1 Co.16:14). “El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor” (Ro. 13:10). Si somos movidos por fe y amor no tendremos dificultades para comprender las necesidades que tiene una iglesia local en el terreno económico y seremos responsables al respecto. Es más bienaventurado dar que recibir; y compartir con otros de lo que tenemos es una de las dichas de la vida cristiana. Creo que la mayoría de los hermanos no tienen problemas con este asunto, las luchas se presentan cuando desde el liderazgo se ejerce presión, coacción, culpabilidad, manipulación (incluso de las Escrituras), juicio y condenación para asegurarse la entrada de los ingresos necesarios.

Otro conflicto es cuando se proyectan gastos elevadísimos dirigidos especialmente a programas en lugar de las necesidades reales de las personas. Se justifican los presupuestos con la idea de anunciar el evangelio; aunque en muchos casos se trata de manías de grandeza y de competencia con otras iglesias para ser más grandes, más vistosos, tener mayor reputación e influencia. Algunos predicadores estrella de la televisión atraen tanto protagonismo hacia ellos mismos que avergüenzan a los mismos creyentes y defraudan el evangelio de Jesús. Por no hablar de las ingentes cantidades de dinero que se invierten en la construcción de edificios suntuosos para competir con las catedrales de la Edad Media. Jesús dijo que no quedaría piedra sobre piedra, pero el amor permanece para siempre.

La vida en el Espíritu

Esta clase de vida no está regulada por la ley sino por la unión con Cristo. No se puede controlar sino que depende del movimiento de las aguas vivas en nuestro espíritu. Cuando esta clase de vida falla, se estanca y paraliza, entonces el sistema religioso viene a ocupar su lugar con sus normas, dogmas, disciplinas, hábitos y tradiciones. Una vez que ha ocupado su lugar ya no quiere desalojarlo, sino establecerse, y así tenemos la rutina religiosa como base esencial de lo que llamamos vida cristiana. El líder ejercerá de sumo sacerdote y mediador, además de ser la voz de la conciencia para determinar lo que hay que hacer en cada momento, lo que está bien y lo que está mal. De esta forma hemos anulado la vida del Espíritu de Dios y ha sido suplantada por un sistema eclesiástico que vuelve a decir: “estos son vuestros dioses que os sacaron de Egipto”, hagamos fiesta, apoyemos nuestro programa y así llegaremos a la tierra de provisión.

Amados de Dios, nuestra inversión económica también depende de andar en el Espíritu, no de la rutina establecida. Debemos estar despiertos espiritualmente para saber dónde y a quién debemos dar; ser sensibles a la voz de Dios en nuestro espíritu para sembrar en los campos que nos indique el Espíritu de Dios, y al hacerlo, siempre será con generosidad y alegría, porque Dios ama al dador alegre. Cuando nos movemos en el Espíritu en esta área no estamos pensando en el premio sino en la obediencia. El gozo no está en dar 1 euro o 100 euros, sino en obedecer la voz de Dios en nuestros corazones. La obediencia trae bendición y gozo y más obediencia y más sensibilidad a nuestro espíritu para actuar en nuevas oportunidades para dar. Cuando establecemos un límite en nuestras ofrendas nos costará salir de esos parámetros y seguir al Espíritu. Nos acomodamos al hábito y perdemos la frescura de la vida de fe. No tengo nada en contra de los buenos hábitos, personalmente soy metódico y organizado, me gusta planificar las cosas, pero procuro dejar siempre la puerta de la flexibilidad abierta para estar atento al hombre interior, el del corazón.

La generosidad

“El que siembra generosamente, generosamente también segará. Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre. Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra” (1 Co.9:6-8). El corazón redimido por la abundante riqueza de Cristo y su entrega como substituto en la cruz del Calvario, ha recibido un impacto tan fuerte de generosidad y entrega que manifestará una buena dosis de esa generosidad hacia los demás. La generosidad no es doblegarse a la manipulación emocional para sacar beneficio. Muchos aprovechan el amor que se les supone a los cristianos para engañar y obtener dinero fácil. La generosidad va unida al discernimiento para no errar el blanco. Eso no excluye que muchos de nosotros en algún momento hayamos sido engañados por personas que parecían sinceras en sus peticiones y luego se demuestra que eran unos farsantes. En cualquier caso aprendemos con la práctica.

El señorío de Cristo

La vida cristiana es el resultado de la invocación del Nombre de Jesús sobre nuestras vidas, “todo aquel que invocare el Nombre del Señor será salvo”. Esa invocación nos coloca bajo el dominio y el señorío de Cristo, pasamos a ser suyos, su propiedad, somos un espíritu con él, por tanto, toda nuestra vida queda sujeta a él, hemos muerto con Cristo, sepultados y resucitados con él para andar en novedad de vida. Ya no somos nuestros, somos propiedad de Dios. No hay división, ni áreas diversas, todo nuestro ser le pertenece, espíritu, alma y cuerpo. Viviendo bajo su señorío somos mayordomos de lo que Dios nos ha dado para administrar, y se requiere de los administradores que sean hallados fieles. La economía es una parte más de nuestra vida que debe estar bajo la dirección del Espíritu de Cristo, por ello no deberíamos despilfarrar, ni ser negligentes o deudores, sino sondear en nuestro espíritu cual es la voluntad de Dios en cada ocasión para hacer buen uso de los recursos materiales.

Los que quieren enriquecerse

Uno de los indicativos de esta generación es el afán desmedido por el enriquecimiento, el materialismo, el hedonismo, la cultura del placer. Somos grandes consumidores de recursos y para ello necesitamos grandes cantidades de dinero, de ahí que vivamos muy preocupados y afanados por conseguir riquezas. El tipo de iglesia más llamativa de nuestros días es la que ofrece una imagen ostentosa y rica, que está ocupada especialmente en conseguir grandes logros que sean vistos a larga distancia; “levantar torres que lleguen al cielo” y atraigan la mirada de la sociedad para quedar hechizados ante su grandeza y despliegue de poder. Es el estilo de la iglesia de Laodicea: rica, autosuficiente y orgullosa de sus logros pero ante Dios ciega, desventurada y desnuda. El apóstol de los gentiles lo dijo así: “Los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición” (1 Timoteo 6:9). En nuestros días parece haber en ciertas iglesias una carrera desenfrenada por el amor al dinero ¿cómo se sabe esto? por la cantidad de tiempo que se dedica a predicar sobre prosperidad, diezmos, economía, programas necesitados de grandes exigencias monetarias de los creyentes; se alardea de un nivel de vida elevado como signo de la bendición de Dios.

El deseo por las riquezas pone lazos; nos atrapa en pensamientos codiciosos; nos hace necios y nos hunde en vidas destructivas. La vida familiar se desmorona; un elevadísimo número de los niños que nacen son hijos de fornicación, nacen fuera del ámbito familiar como fruto de la promiscuidad sexual; el aborto pretende frenar esos embarazos; el divorcio cuanto antes mejor; el adulterio se comprende en muchos casos, pero el afán por las riquezas supera cualquier otro esfuerzo en nuestras vidas. Queremos comprar el cariño de nuestros hijos con juguetes de todo tipo pero vivir lejos de su presencia. Jesús nos enseñó a hacer tesoros en el cielo donde no llegan los ladrones; y que el afán y la ansiedad por las necesidades materiales es una práctica relacionada con los gentiles que viven lejos del Reino. Tristemente en muchos casos nos dejamos arrastrar por la misma corriente de estos esquemas de vida.

Los pobres, huérfanos, viudas y extranjeros

La iglesia primitiva tuvo muy en cuenta las necesidades de los más desfavorecidos. Una de las primeras elecciones que llevaron a cabo no fue para dar un título sino para encargar un trabajo, el trabajo de ocuparse de las necesidades de las viudas. Escogieron a siete personas que estaban llenas del Espíritu Santo, de fe y sabiduría; tal era la capacitación que buscaron en ellas para encomendarles el trabajo social de atender la distribución diaria de las viudas, que habían quedado un tanto desatendidas por el crecimiento y la persecución de la iglesia (cf. Hechos 6). Nosotros normalmente le ponemos un título a las personas y luego les pedimos que actúen en función del título, o el ministerio (que ha venido a ser un título) dado; pero en el capítulo seis de Hechos no aparece ni siquiera el término diácono, solo aparece como título del capítulo pero no aparece en el texto, curioso. Para nosotros son los siete diáconos, pero no se les llama diáconos. Al hablar más adelante de Felipe se le menciona como uno de los siete, nada más. Es una curiosidad para reseñar la mentalidad predominante que hemos asumido por los nombramientos. En los inicios de la iglesia primitiva se desarrolló una comunión que incluía compartir todas las cosas; eran de un corazón y un alma y nadie alardeaba de sus posesiones, sino que las ponían a disposición de la comunidad; por ello no había ningún necesitado, porque se compartía según la necesidad de cada uno. Vendían sus propiedades y ponían el precio a los pies de los apóstoles.

Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común. Y con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús, y abundante gracia era sobre todos ellos. Así que no había entre ellos ningún necesitado; porque todos los que poseían heredades o casas, las vendían, y traían el precio de lo vendido, y lo ponían a los pies de  los apóstoles; y se repartía a cada uno según su necesidad. Entonces José, a quien los apóstoles pusieron por sobrenombre Bernabé (que traducido es, Hijo de consolación), levita, natural de Chipre, como tenía una heredad, la vendió y trajo el precio y lo puso        a los pies de los apóstoles (Hechos 4:32-37).

Al respecto de estas experiencias de los amados hermanos del primer siglo quiero decir dos cosas. La primera es que curiosamente no se trataba de dar el diezmo, sino la totalidad de los ingresos obtenidos por la venta de sus propiedades. La segunda es que más adelante parece que esta forma de “comunismo” no dio resultado porque la iglesia de Jerusalén experimentó una gran necesidad y fueron los hermanos de otros lugares quienes les socorrieron. Lo que quiero resaltar es que tenían una gran sensibilidad por las necesidades de las personas y no por los programas. La comunión giraba alrededor de las personas y sus múltiples necesidades. Se me dirá que en ese tiempo no había un Estado que se encargaba de la seguridad social como en nuestros días, a lo que respondo que precisamente buena parte de nuestro actual sistema social está basado en la influencia que el cristianismo ha tenido en la cultura occidental.

También tenemos en el Nuevo Testamento la constatación de la gran ofrenda que administraron Pablo y Bernabé para los hermanos de Jerusalén.

En aquellos días unos profetas descendieron de Jerusalén a Antioquía. Y levantándose uno de ellos, llamado Agabo, daba a entender por el Espíritu, que vendría una gran hambre en toda la tierra habitada; la cual sucedió en tiempo de Claudio. Entonces los discípulos, cada uno conforme a lo que tenía, determinaron enviar socorro a los hermanos que habitaban en Judea; lo cual en efecto hicieron, enviándolo a los ancianos por mano de Bernabé y de Saulo  (Hechos 11:27-30).

Mas ahora voy a Jerusalén para ministrar a los santos. Porque  Macedonia y Acaya tuvieron a bien hacer una ofrenda para los pobres  que hay entre los santos que están en Jerusalén. Pues les pareció bueno, y son deudores a ellos; porque si los gentiles han sido hechos participantes de sus bienes espirituales, deben también ellos ministrarles de los materiales. Así que, cuando haya concluido esto, y les haya entregado este fruto, pasaré entre vosotros rumbo a España (Romanos 15:25-28).

Las necesidades de los pobres ocupan un porcentaje mínimo en los presupuestos de las iglesias de nuestros días. Hay maravillosas excepciones y ejemplos verdaderamente admirables de entrega y compasión por los desamparados, los cuales merecen toda nuestra admiración y reconocimiento. Sin embargo, predomina la indiferencia por la obra social, y la economía de las iglesias queda engullida en proyectos de otra índole.

Algunos de los ejemplos dignos de mención y que conozco en parte son REMAR, la fundación DCI y el trabajo de ENSIMISIÓN. La labor que hace Remar www.remar.org desde hace más de veinticinco años en las naciones menos favorecidas; con sus sombras, que las tiene; y sus luces que alumbran en los lugares más tenebrosos de la tierra, tienen mi respeto y admiración.

La fundación DCI, www.dci.org.uk es un trabajo silencioso pero eficaz que comenzaron los amados hermanos Les Norman y Pilar Remón en los años ochenta, y que se ha extendido a los países menos desarrollados de la tierra. Con pocos recursos han sido capaces de coordinar, con colaboradores nacionales, un esfuerzo por alimentar a los pobres, canalizar mini créditos para ayudar en trabajos que produzcan recursos de auto-abastecimiento; además de compartir gratuitamente los materiales para levantar Escuelas de Misión en lugares donde no hay posibilidades de acceder a Institutos Bíblicos, mediante una enseñanza práctica que está obteniendo un éxito increíble a través de Internet, y por supuesto El Diario Misionero, una herramienta para poner en contacto a muchos hermanos en situaciones muy precarias.

Por su parte EMSIMISIÓN www.emsimisión.org es un grupo de médicos y otros profesionales cristianos que ponen a disposición de los pobres sus recursos humanos y técnicos. Pagando sus propios gastos de viaje realizan trabajos de medicina, en Burquina Faso especialmente, uno de los países más pobres del mundo; realizan operaciones quirúrgicas gratuitas, construyen pozos de agua para el mantenimiento de los cultivos y les llevan el evangelio de la gracia y el amor de Dios.

Gracias a Dios por estos amados hermanos y muchos otros que con gran sensibilidad y misericordia, agradecidos por la bondad recibida en la persona de Jesús, entregan sus propias vidas para mitigar un poco el dolor de los pobres, los huérfanos, las viudas y los extranjeros. La gracia de Dios sigue siendo administrada en su multiforme abundancia por aquellos que la recibieron del Dador de todas las cosas. A Él sea toda la gloria.

Algunas consideraciones finales.

Tetzel, el más famoso predicador de indulgencias del siglo XVI, pregonaba que en el mismo instante que sonaba la moneda en el cofre el alma salía del purgatorio. Las 95 tesis que Martín Lutero clavó en la catedral de Wittenberg, el 31 de Octubre de 1517, iban dirigidas especialmente contra el uso y abuso que se estaba llevando a cabo con la recogida de dinero, a través sobre todo de las indulgencias, para hacer la capilla Sixtina en Roma. Ese hecho se considera el inicio de la Reforma Protestante. Hoy, muchos de los pregoneros que usan los medios de comunicación para reclamar dinero a espuertas no están muy lejos de aquel mensaje medieval. Se ofrecen oraciones por tus ofrendas; te garantizan todo tipo de para bienes económicos por tu ofrenda generosa; se dice que tu fidelidad al diezmo hará de ti un cristiano feliz y próspero, es decir, la ley de la oferta y la demanda; una forma más de mercantilismo al más puro estilo babilónico. Sí, no nos escandalicemos, la característica básica de la gran ramera en Apocalipsis es que ha enriquecido a muchos con sus mercaderías; lee el capítulo 18 de Revelación y lo verás.  Algunos medios de comunicación, especialmente la llamada televisión cristiana, se han convertido en verdaderas pirañas de la economía; devoran y vuelven a devorar los recursos de muchos hermanos en nombre del evangelio, pero los frutos no son los deseados. Como en todas las cosas hay excepciones, honrosas, dignas de elogio, gracias a Dios por ellas.

El apóstol Pablo dice que no son los hijos quienes deben atesorar (proveer) para los padres, sino los padres para los hijos; y mostró el ejemplo diciendo que: “ni plata ni oro ni vestido de nadie he codiciado. Antes vosotros sabéis que para lo que me ha sido necesario a mí y a los que están conmigo, estas manos me han servido. En todo os he enseñado que, trabajando así, se debe ayudar a los necesitados, y recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: Más bienaventurado es dar que recibir” (Hechos 20:33-35). Hoy muchos se auto-titulan apóstoles pero ignoran esta parte del apostolado. Hay demasiadas personas dispuestas a vivir del evangelio como recurso a una vida fácil. Reclamar el pago de los diezmos parece ser una manera cómoda de establecer una forma de vida que excluye el aprendizaje de un oficio para cubrir las necesidades familiares. En muchos casos los verdaderos llamados del Señor pasan todo tipo de privaciones porque no hay recursos para ellos; como no exigen, ni coaccionan, no reciben. Sin embargo, sus peticiones van dirigidas al trono de la gracia para recibir la ayuda oportuna.

En la iglesia primitiva no se hacía ese énfasis en los diezmos. Hubo una ocasión inmejorable para haber zanjado la cuestión de una vez, fue en el Concilio de Jerusalén y que se narra en Hechos 15. Cuando llegaron a las conclusiones, después de múltiples intervenciones, determinaron escribir una carta a los hermanos de las iglesias gentiles en estos términos:

“Por lo cual yo juzgo que no se inquiete a los gentiles que se  convierten a Dios, sino que se les escriba que se aparten de las contaminaciones de los ídolos, de fornicación, de ahogado y de sangre. Porque Moisés desde tiempos antiguos tiene en cada ciudad quien lo predique en las sinagogas, donde es leído cada día de reposo. Entonces pareció bien a los apóstoles y a los ancianos, con toda la iglesia, elegir de entre ellos varones y enviarlos a Antioquía con Pablo y Bernabé: a Judas que tenía por sobrenombre Barsabás, y a Silas, varones principales entre los hermanos; y escribir por conducto de ellos: Los apóstoles y los ancianos y los hermanos, a los hermanos de entre los gentiles que están en Antioquía, en Siria y en Cilicia, salud. Por cuanto hemos oído que algunos que han salido de nosotros, a los cuales no dimos orden, os han inquietado con palabras, perturbando vuestras almas, mandando circuncidaros y guardar la ley, nos ha parecido bien, habiendo llegado a un acuerdo, elegir varones y enviarlos a vosotros con nuestros amados Bernabé y Pablo, hombres que han expuesto su vida por el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Así que enviamos a Judas y a Silas, los cuales también de palabra os harán saber lo mismo. Porque ha parecido bien al Espíritu Santo, y a nosotros, no imponeros ninguna carga  más que estas cosas necesarias: que os abstengáis de lo sacrificado a ídolos, de sangre, de ahogado y de fornicación; de las  cuales cosas si os guardareis, bien haréis. Pasadlo bien” (Hechos 15:19-29).

¡Qué curioso! Ninguna referencia a la obligatoriedad de imponer el diezmo. Cuando Jesús censura en Mateo 23:23 la actitud de los fariseos que “diezman la menta, el eneldo y el comino, olvidándose lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia, y la fe”, y luego dice, “esto era necesario hacer, sin dejar de hacer aquello”, lo hace en el contexto de la ley de Moisés; se dirige a judíos que viven bajo el régimen viejo de la letra. Y no hay mas textos en el Nuevo Testamento para apoyar la doctrina de los diezmos, excepto en Hebreos 7 que ya hemos comentado.

Con este trasfondo, me pregunto ¿por qué ha venido a ser la predicación de imponer el diezmo uno de los pilares esenciales del mensaje que se predica? La respuesta que me doy a mismo es que hemos vuelto a levantar, en buena medida, el antiguo edificio religioso; el legalismo rancio; el viejo régimen de la letra, y para sostenerlo necesitamos la obligatoriedad del impuesto religioso. Ese mismo sistema eclesiástico se revuelve contra los que piensa que lo amenazan y busca la manera de “matarlos”. Así ocurrió con Jesús. Una de las acusaciones que permitió llevarlo a la cruz fue que destruiría el viejo templo y levantaría uno nuevo en tres días, aunque él hablaba del templo de su cuerpo. Así está escrito:

Y los principales sacerdotes y los ancianos y todo el concilio, buscaban falso testimonio contra Jesús, para entregarle a la muerte, y no lo hallaron, aunque muchos testigos falsos se presentaban. Pero al fin vinieron dos testigos falsos, que dijeron: Este dijo: Puedo derribar el templo de Dios, y en tres días reedificarlo… Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras, diciendo: ¡Ha blasfemado! ¿Qué más necesidad tenemos de testigos? He aquí, ahora mismo habéis oído su blasfemia. ¿Qué os parece? Y respondiendo ellos, dijeron: ¡Es reo de muerte! (Mateo 26:59-66).

Tengamos cuidado no sea que creyendo edificar la iglesia de Dios estemos levantando un edificio espurio, como tantos lugares altos que se levantaron en la antigüedad.

Para finalizar, y con la intención de que no haya equívocos en cuanto a mi posición en este tema, diré que estoy en contra de imponer el diezmo como si fuera un impuesto obligado por ley para los creyentes; pero estoy a favor de apoyar en todos los sentidos a aquellos amados hermanos que hacen una buena labor de edificación del pueblo de Dios, y de tenerlos en alta estima por causa de la obra que realizan.

Estoy en contra de la presión y la coacción para presionar a los hermanos con cargas pesadas de llevar; pero estoy a favor de la generosidad con los que padecen necesidad.

Estoy en contra de imperios económicos eclesiásticos que enriquecen a unos pocos esquilmando a la grey de Dios; pero estoy a favor de invertir generosamente en la extensión del Reino a todas las naciones a través de hombres y mujeres íntegros, de fe y amor por los perdidos.

Si tú tienes la práctica de dar el diezmo sigue haciéndolo, pero sitúalo en sus justos términos; no es una demanda para conseguir el favor y la aceptación de Dios; tal vez será una forma de disciplina en tu dar, pero recuerda que todo tu ser y todo lo que tienes es propiedad de Dios. Sigue al Espíritu y se abierto para saber cuándo, dónde y cuánto debes sembrar con libertad. Creo en pedir a Dios para todas nuestras necesidades, y que Él suple de múltiples maneras todo lo que nos falta en cada momento para llevar a cabo la misión que nos ha encomendado.

 

CONCEPTOS ERRADOS – El ministerio

CONCEPTOS ERRADOSEl ministerio

Cuando hablamos de los ministerios en el ámbito religioso rápidamente acude a nosotros la imagen de una persona de gran reputación y distinción. El ministerio cristiano se ha convertido en muchos casos en un título, en una posición de grandeza y dominio; un puesto de relevancia que se aleja claramente del servicio que debe realizar. La deformación de este concepto es de tal calibre que hemos vuelto a levantar una jerarquía dominante que acapara gran parte de la vida de la iglesia del Señor. Su protagonismo llega a unos niveles realmente preocupantes. Se levantan sedes ministeriales a la mayor gloria del hombre; centrados en el súper-ego de una persona que suele ser narcisista, ególatra, admirado y reverenciado (de aquí viene el título reverendo) por las multitudes, y que suele asomar su verdadera faz cuando se le contradice, no se le apoya incondicionalmente y la sumisión a su liderazgo no es lo suficientemente llamativa. Este concepto de lo que es un ministerio se ha convertido en una gran idolatría de nuestro tiempo. Hay púlpitos donde el predicador se pasea como un verdadero pavo real, luce su plumaje, lo extiende, impresiona, reclama la atención sobre sí mismo y se convierte en el epicentro de la comedia que se está proyectando. Cuando sale del escenario, una vez terminada su función, se aleja, solo se junta con los de su misma categoría. Vive en una especie de urna, como hacía Michael Jackson, para que el oxigeno que respiran los demás mortales no contamine su plumaje y lo deteriore. Algunos casos son realmente esperpénticos.

¿Dónde está en toda esta parafernalia el espíritu de Jesús? O dicho de otra forma, ¿qué compañerismo tiene esta egolatría con aquel que se despojó de su majestad y se hizo siervo para ser nuestro substituto en la cruz del Calvario? Muchos de los llamados ministerios se han convertido en señores, o tal vez, señoritos; han olvidado su antigua condición de miseria y quieren usar el lugar de predominio para ejercer de nuevos ricos. Este pecado está llevando a multitudes de creyentes sencillos y sinceros a depender de este tipo de liderazgo que solo los mantiene en un estado de niñez y dependencia, contrario al propósito de Dios. El apóstol Pablo sufrió dos veces dolores de parto para que Cristo fuera formado en los gálatas (cf. Gá, 4:19). Su  meta era que alcanzaran todas las riquezas de pleno entendimiento que hay en Cristo; a fin de conocer el misterio de Dios el Padre, y de Cristo, en quién están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento (cf. Col.2:1-3). Ese es el verdadero propósito de los dones ministeriales dados a la iglesia de Dios, la congregación y familia de Dios: liberar y transmitir los misterios del Reino de Dios para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por todo viento de doctrina, sino que sigamos la verdad en amor. Para que no vivamos una vida espiritual en dependencia de ayos/pedagogos, sino que crezcamos hacia la cabeza, esto es Cristo.

Los profetas Jeremías y Ezequiel denunciaron el abuso de los pastores de Israel; un abuso que tenía como máxima apacentarse a sí mismos,  buscar el provecho propio y curar la herida del pueblo con ensoñaciones de su propio corazón. “Profetizan sueños mentirosos, y los cuentan, y hacen errar a mi pueblo con sus mentiras y con sus lisonjas, y yo no los envié ni les mandé; y ningún provecho hicieron a este pueblo…”  (Jeremías, 23:32).

Hijo de hombre, profetiza contra los pastores de Israel; profetiza, y di    a los pastores: Así ha dicho YHWH el Señor: ¡Ay de los pastores de Israel, que se apacientan a sí mismos! ¿No apacientan los pastores a los rebaños? Coméis la grosura, y os vestís de la lana; la engordada degolláis, mas no apacentáis a las ovejas (Ezequiel, 34:2).

Además tratan con dureza a la grey de Dios, confunden la autoridad con la violencia verbal, que viene a ser un instrumento para enseñorearse y que paraliza en el temor a la congregación. De esta forma muchos quedan heridos, errantes y dispersos; son presa de espíritus de amargura y decepción. Estos pastores tienen como prioridad la edificación de “su reino”; no tienen interés en buscar o preguntar por la salud de las ovejas. Las abandonan sin más cuando salen de su círculo de influencia. Dejan de existir, aunque muchos de ellos hayan dado años de su vida en pro del liderazgo y ministerio que ahora los ignora como difuntos.

No fortalecisteis las débiles, ni curasteis la enferma; no vendasteis la perniquebrada, no volvisteis al redil la descarriada, ni buscasteis la perdida, sino que os habéis enseñoreado de ellas con dureza y con violencia. Y andan errantes por falta de pastor, y son presa de todas las fieras del campo, y se han dispersado. Anduvieron perdidas mis ovejas por todos los montes, y en todo collado alto; y en toda la faz de la tierra fueron esparcidas mis ovejas, y no hubo quien las buscase, ni quien preguntase por ellas (Ezequiel, 34:4-6 Cursivas del autor).

Las que quedan en el redil son alimentadas con sueños grandilocuentes, fantasías y alardes de fe que suele ser pura presunción para impresionar a los ciegos por falta de luz. La palabra de Dios es la lámpara que alumbra, pero ésta se predica para apoyar y dar cobertura a los proyectos del líder.

Yo he oído lo que aquellos profetas dijeron, profetizando mentira en mi nombre, diciendo: Soñé, soñé. ¿Hasta cuándo estará esto en el  corazón de los profetas que profetizan mentira, y que profetizan el engaño de su corazón? ¿No piensan cómo hacen que mi pueblo se olvide de mi nombre con sus sueños que cada uno cuenta a su compañero, al modo que sus padres se olvidaron de mi nombre por Baal? El profeta que tuviere un sueño, cuente el sueño; y aquel a quien fuere mi palabra, cuente mi palabra verdadera. ¿Qué tiene que ver la paja con el trigo? dice YHWH. ¿No es mi palabra como fuego, dice YHWH, y como martillo que quebranta la piedra? Por tanto, he aquí que yo estoy contra los profetas, dice YHWH, que hurtan mis palabras cada uno de su más cercano. Dice YHWH: He aquí que yo estoy contra los profetas que endulzan sus lenguas y dicen: El ha dicho. He aquí, dice YHWH, yo estoy contra los que profetizan sueños mentirosos, y los cuentan, y hacen errar a mi pueblo con sus mentiras y con sus lisonjas, y yo no los envié ni les mandé; y ningún provecho hicieron a este pueblo, dice YHWH (Jeremías, 23:25-32 Cursivas del autor).

La predicación de la palabra de Dios con el Espíritu de Dios trae luz y revelación sobre Cristo, sobre los misterios que están escondidos en la plenitud del Mesías. Pone roca bajo nuestros pies. Es trigo que alimenta y da vida. Edifica el hombre interior y le lleva al crecimiento en madurez para llevar fruto que honre a Dios. Es la palabra implantada que salva nuestras almas, que engendra la vida de Dios y libera la verdad que nos hace libres.

En el pasaje de Jeremías citado anteriormente la paja se relaciona con los sueños y el trigo con la palabra verdadera de Dios. Hoy están de moda los sueños, soñar a lo grande, imaginar grandes proyectos, construir edificios ministeriales; y para ello se necesita un pueblo sumiso que los apoya, que da su vida, su tiempo y dinero para realizar el gran sueño del líder. El que no lo hace se opone a la voluntad de Dios, atrae sobre si la ira de Dios y los juicios apocalípticos. La presión y coacción se ejerce desde muchos púlpitos con la compraventa de las bendiciones de Dios. Todo está dirigido a ser bendecido si colaboras con el ministerio, si lo apoyas con generosidad; entonces puedes esperar lo mejor de Dios, la multiplicación de tu economía y el bienestar de tu familia. He conocido a una familia, muy querida por nosotros, que por la enseñanza desequilibrada de la siembra y la cosecha llegaron a la conclusión que si daban cierta cantidad de dinero para la obra de Dios conseguirían cien veces más, por lo tanto, el importe que necesitaban para construir la nueva casa. El resultado no fue el esperado y la decepción el deterioro de la fe.

La Biblia nos enseña el principio de sembrar generosamente para recibir abundantemente, pero cuando forzamos estos principios con un espíritu comercial y de consumo abandonamos el espíritu de la palabra para adentrarnos en el espíritu de este mundo. A menudo es fácil confundirlos y mezclarlos. El apóstol Pablo nos dice que no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido (cf. 1 Co.2:12). No podemos pretender manipular los principios del Reino de Dios sin vivir y actuar por el mismo Espíritu. Tenemos un énfasis desmedido en la necesidad de hacer cosas para ser bendecidos por Dios. Si das el diezmo, Dios te bendecirá. Si asistes a todos los cultos, Dios te bendecirá. Si guardas el día de reposo, Dios te bendecirá. Si apoyas este ministerio, Dios te bendecirá. Si te sometes al pastor, Dios te bendecirá. Si eres bueno y no das problemas en la iglesia, Dios te bendecirá. Y yo me pregunto ¿No estamos completos en Cristo? ¿No nos ha bendecido Dios con toda bendición espiritual en los lugares celestiales con Cristo? ¿No nos ha redimido Jesús de la maldición de la ley, para que la bendición de Abraham nos alcanzase y que recibiésemos la promesa del Espíritu? Entonces ¿por qué la necesidad de este evangelio de obras para alcanzar el beneplácito de Dios?

Las obras siguen a la fe; la fe obra por el amor; el amor cubre multitud de faltas; pero el énfasis sigue siendo: “haz esto y vivirás”. Se quiere producir buen testimonio en el creyente desde la imposición legalista y no desde levantar a Cristo para que sea él mismo quién atraiga a todos a sí mismo (cf. Juan, 12:32). La misión de un predicador, pastor o ministerio es proclamar a Cristo, traer la revelación del misterio que hay en Jesús, sacar a luz las inescrutables riquezas de Cristo, dar el pan de vida, alimentar la grey, echar luz sobre el engaño, la mentira y el pecado para que se produzca la obra de arrepentimiento; pero no desde el monte Sinaí, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas; sino desde el Espíritu que convencerá de pecado, de justicia y de juicio. Esta obra es de Dios y no de la fuerza de voluntad, del énfasis legalista o la bronca del predicador. La obra de Dios en los corazones produce de sí misma el fruto de Dios. La semilla crece en lo hondo de la tierra sin que el sembrador sepa realmente como. La semilla se siembra y Dios le da el crecimiento. Si la semilla es buena y la tierra adecuada el fruto se verá; primero hierba, luego espiga, después grano en la espiga; y cuando el fruto está maduro en seguida se mete la hoz porque la siega ha llegado (cf. Marcos, 4:26-29). En este proceso no hay manipulación de los sentimientos religiosos, no hay imperativos legales, lo que hay es la fuerza de la vida misma que se abre camino desde la muerte a la resurrección; una transformación sobrenatural que no depende de la habilidad de un líder de masas, sino del Autor de la vida misma. Pablo lo dijo así: “Yo sembré, Apolos regó, pero el crecimiento lo da Dios”.

Cuando el corazón está activado con la vida de Dios producirá el fruto de Dios, hará las obras de Dios, que han sido preparadas de antemano para que ande en ellas. El Espíritu Santo mostrará cuándo hay que sembrar abundantemente, invertir en una obra y cuándo debe abstenerse de ello. Hay muchas buenas obras que se pueden hacer, muchos lugares donde se puede invertir económicamente, pero necesitamos la libertad del Espíritu de Dios para hacerlo sin la coacción y manipulación del sistema religioso. Cuando esto es así lo hacemos en fe, con convicción y no guiados por el temor. Hay libertad y gozo al hacerlo. No es un mérito para alcanzar las bendiciones de Dios, sino el resultado de un espíritu sano y vivificado.

En los llamados ministerios de radio y televisión hay siempre una urgencia en el pedir que pareciera que los soportes del Universo se caerán sino apoyamos esa labor. Son una vergüenza algunos de los métodos que se llegan a usar para conseguir fondos a cualquier precio. Uno de los precios más elevados a pagar es el descrédito del evangelio, la mala fama de sus ministros y relacionar la iglesia con un lugar donde van a saquearte. Haríamos bien en recordar la triste página de la Historia donde se predicaban las indulgencias para alcanzar un trocito de cielo y conseguir los fondos necesarios para construir catedrales. ¡Si levantara la cabeza Lutero qué diría de algunos de estos métodos para conseguir fondos hoy!

Lo que llamamos cobertura pastoral

Decimos que el ministerio se ha convertido, en muchos casos, básicamente en una institución dentro de la institución de la iglesia. Los pastores suelen usar términos como: “mi iglesia”, “mi ministerio”; se suele utilizar también la expresión: “la iglesia del pastor…”  para referirnos a una iglesia local donde el pastor es la figura central y los miembros están bajo su cobertura espiritual. Instintivamente se eleva al líder de la congregación a una posición de supremacía y dependencia, a quién hay que estar sujetos y obedientes para permanecer bajo los parámetros de su protección; de esta forma nos parece estar seguros y confiados. Este concepto de estar bajo la cobertura de un pastor es ajeno a la realidad del cuerpo de Cristo. La Biblia dice que debemos someternos los unos a los otros en amor; que cada miembro del cuerpo ocupa una función dada por Dios y que ninguna de esas funciones es más relevante que otra, aunque difieren en su manifestación. Entonces ¿por qué parece como si los pastores formaran parte de otro cuerpo, o fueran miembros especiales de los que depende el resto del edificio? ¿Por qué los miembros “inferiores” de la congregación necesitan la cobertura del pastor y éste no precisa del sometimiento a las demás funciones del cuerpo? Parecería que los líderes son una elite aparte, viven en otro nivel, alejados de la necesidad y la función reconocida del resto de los miembros del cuerpo. Por este camino hemos llegado a la doctrina de los nicolaítas (cf. Apc.2:6,15), aquellos que se elevan por encima de los demás para dominar al pueblo, y cuyo representante más conocido es Diótrefes, que aparece en la tercera carta de Juan.

Yo he escrito a la iglesia; pero Diótrefes, al cual le gusta tener el primer lugar entre ellos, no nos recibe. Por esta causa, si yo fuere, recordaré las obras que hace parloteando con palabras malignas contra nosotros; y no contento con estas cosas, no recibe a los hermanos, y a los que quieren recibirlos se lo prohíbe, y los expulsa de la iglesia (3 Juan, 9,10).

Claro que necesitamos someternos a los dones ministeriales y reconocer sus funciones en el cuerpo de Cristo; pero de la misma forma, esos dones necesitan someterse a las demás funciones, porque forman parte del mismo cuerpo y todos viven bajo la cobertura de la cabeza que es Cristo. Hemos dividido el cuerpo de Cristo en categorías, castas, y en algunos casos en títulos hereditarios. En tiempos pasados se practicó la simonía (la compra de cargos eclesiásticos). En cualquiera de los casos se trata de hacer de las funciones ministeriales una plataforma de poder y dominio para enseñorearse “bíblicamente” del resto de la grey.

Jesús dijo: “Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas,  y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo; como el Hijo del     Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Mateo, 20:25-28).

No estoy diciendo que en la congregación de Dios cada uno va por libre, que no se respete al pastor y que cada cual hace lo que le viene en gana. Estoy diciendo que los dones ministeriales son funciones en el cuerpo de Cristo que necesitan ser reconocidas y aceptadas en su totalidad, no solo las de pastor, profeta, evangelista; sino también los que enseñan, los que practican la hospitalidad, los que hacen misericordia, el que exhorta, los que profetizan y hablan en lenguas con interpretación, etc. etc. En la práctica parece como si solo hubiera un ministerio (servicio), el pastor, y los demás fueran los soportes de apoyo sometidos y bajo la cobertura del líder.

Porque de la manera que en un cuerpo tenemos muchos miembros, pero no todos los miembros tienen la misma función, así nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros. De manera que, teniendo diferentes dones, según la gracia que nos es dada, si el de profecía, úsese conforme a la medida de la fe; o si de servicio, en servir; o el que enseña, en la enseñanza; el que exhorta, en la exhortación; el que reparte, con liberalidad; el que preside, con solicitud; el que hace misericordia, con alegría (Romanos, 12:4-8).

Por tanto, la cobertura no es la del pastor sino la del cuerpo. Somos miembros los unos de los unos; nos necesitamos los unos a los otros; nos cuidamos los unos a los otros; nos alegramos los unos con los otros y nos dolemos los unos por los otros. Y todo el cuerpo recibe su fortaleza, ministrados desde la cabeza, que es Cristo, con las diferentes funciones que el mismo Señor ha repartido como él quiso, para que el cuerpo reciba su crecimiento en amor y sea luz del mundo y sal de la tierra. Aquí no hay jerarquías, sino la multiforme gracia de Dios que ha repartido sus dones al cuerpo. Unos han recibido una función; algunos diez talentos, otros cinco talentos y algunos un talento. Todos hemos recibido al menos un don para ministrarlo al cuerpo y desde el cuerpo (cf. 1 Pedro, 4:10).

Cuando el énfasis se pone en los dones de liderazgo normalmente el resto de dones se paralizan o quedan minimizados ante el poderío desplegado. Los miembros más débiles del cuerpo se sienten inútiles y acomplejados en comparación a la prepotencia del que los dirige y quedan estancados, sin acción, solo como espectadores de un gran “avivamiento”. Este modelo ha inmovilizado la acción del cuerpo y provoca su ineficacia; a la vez que hace recaer un peso enorme sobre el pastor de la congregación; que debe realizar (a menudo provocado por él mismo, por su desmesurado protagonismo y centralismo) una tarea ingente para suplir la inactividad del pueblo al que sirve. Un pastor no es un mediador al estilo de la virgen María. No debe adquirir la obsesión de tener que orar con imposición de manos una y otra vez por todos los miembros de la congregación. No debe practicar la dependencia de su liderazgo, sino que los miembros crezcan, maduren y entren al Lugar Santísimo. Todo lo que predica un pastor no es palabra de Dios ex-cátedra (es decir, palabra inspirada adoptada como doctrina definitiva), su predicación debe ser juzgada, probada por las Escrituras y los demás profetas (hermanos maduros si lo prefieres). Los oyentes deben examinarlo todo y retener lo bueno. Claro, hay grados de madurez, no todos tenemos el mismo conocimiento y no todos hemos llegado al mismo nivel espiritual; hay un tiempo para ser niños guiados amorosamente por los padres espirituales, y habrá tiempos de incomprensión al enfoque pastoral porque se da el caso a menudo de que el líder conoce antes el camino por donde hay que andar; para ello han recibido una dimensión mayor de revelación, pero eso no excluye el examen y la meditación sincera de lo que se predica. El apóstol Pablo llegó a Berea, predicó la palabra de Dios, trajo la revelación que Dios le había dado sobre el Mesías y el evangelio, pero esto no fue un impedimento para que los hermanos contrastaran las palabras de Pablo con las Escrituras. El texto bíblico dice que esto fue una actitud de nobleza y no de crítica o desconfianza al mensaje del apóstol.

Inmediatamente, los hermanos enviaron de noche a Pablo y a Silas hasta Berea. Y ellos, habiendo llegado, entraron en la sinagoga de los judíos. Y estos eran más nobles que los que estaban en Tesalónica, pues recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así. Así que creyeron muchos de ellos, y mujeres griegas de distinción, y no pocos hombres (Hechos, 17:10-12).

Por supuesto que podemos caer también en la crítica y resistencia a la verdad con una actitud de sospecha continua a la predicación; pero estos defectos no excluyen el examen que debe pasar toda predicación. Pablo dijo a Timoteo: “persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quién has aprendido…” Para ser persuadidos, convencidos, debemos examinar cuidadosamente lo que oímos y una vez que estamos persuadidos de la verdad, asimilarla y hacerla nuestra. Este proceso nos dará firmeza frente a los ataques de duda que vendrán de quienes no creen. El Espíritu de Dios nos ha sido dado para guiarnos a toda verdad.

Algunos textos y consideraciones para meditar

No podemos en un libro como este hacer un análisis exhaustivo y en profundidad de estas Escrituras, por lo que mencionaré solamente aquello que me parece más relevante para nuestro estudio.

Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular. Y a unos puso Dios en la iglesia, primeramente apóstoles, luego profetas, lo tercero maestros, luego los que hacen milagros, después los que sanan, los que ayudan, los que administran, los que tienen don de lenguas. ¿Son todos apóstoles? ¿Son todos profetas? ¿Todos maestros? ¿Hacen todos  milagros? ¿Tienen todos dones de sanidad? ¿Hablan todos lenguas? ¿Interpretan todos? Procurad, pues, los dones mejores. Más yo os muestro un camino aun más excelente (1 Corintios, 12:27-31).

Somos un cuerpo con diferentes miembros y es Dios quién da las funciones específicas que cada miembro en particular realizará. Una observación sobre “los que hacen milagros”: el sentido más acertado es “milagros”, “obras de poder” (Biblia de las Américas), puesto que no está en la voluntad caprichosa del individuo, sino en la manifestación apropiada del Espíritu. Y “los que sanan” se traduce en la Biblia de las Américas por “dones de sanidad” o “sanidades” con el mismo sentido mencionado antes.

El que descendió, es el mismo que también subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo. Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros,  pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor (Efesios, 4:10-16).

El Señor de la iglesia, Jesús, es quién constituye los dones ministeriales a fin de edificarla y perfeccionarla, con la intención de que los santos puedan realizar su ministerio, es decir, el servicio adecuado que edifica el cuerpo de Cristo. El propósito es que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios y alcancemos la plenitud que hay en Cristo. Todos quiere decir los cinco ministerios citados y el conjunto del resto del cuerpo; por tanto, todos los ministerios o servicios forman parte del mismo cuerpo y tienen diferente función. Los dones ministeriales que aparecen en este texto son dados para sacar de la niñez a los creyentes, y llevarlos a un crecimiento en Cristo para no ser engañados y zarandeados por falsas doctrinas. La actividad propia de cada miembro hace que todo el cuerpo (líderes y los demás miembros) sea edificado y reciba su crecimiento del mismo Cristo, que es la cabeza. Por tanto, nuestra dependencia definitiva es de Cristo. La liberación de nuestros dones de servicio (ministerios), operados por la acción de los dones ministeriales, son también una consecuencia de nuestra unión con Cristo. Apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros son regalos dados al cuerpo por el mismo Señor.

Palabra fiel: Si alguno anhela obispado, buena obra desea. Pero es necesario que el obispo sea irreprensible, marido de una sola mujer… (1 Timoteo, 3:1,2).

El término obispo significa supervisor (Biblia de las Américas) y no tiene que ver con un título ostentoso, sino con una función de cuidar la grey de Dios; por ello han de ser personas maduras y de buen testimonio.

En Hechos 20:28 dice el apóstol Pablo: “Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos (supervisores), para apacentar la iglesia del Señor, la cual el ganó (compró, adquirió) por su propia sangre”. Queda claro que el dueño de la iglesia es el Señor y no otros señores. Jesús fue quién murió y nos compró para ser propiedad suya y no de algún sistema religioso.

Acordaos de vuestros pastores, que os hablaron la palabra de Dios; considerad cuál haya sido el resultado de su conducta, e imitad su fe… Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta; para que lo hagan con alegría, y no quejándose, porque esto no os es provechoso (Hebreos, 13:7,17).

Aquí la Biblia de las Américas traduce el término pastores por guías; nota que habla en pasado, no son en primer lugar los pastores en activo en las iglesias locales, sino aquellos que nos han dejado el testimonio de su fe y conducta para imitarlos. Recuerda que en el capítulo 11 de esta carta de Hebreos, aparece una lista inmensa de muchos de esos guías que nos han precedido en la fe, y  que son llamados una gran nube de testigos en el capítulo 12. La idea básica es siempre mostrar dirección a través del ejemplo que nos dan. Como quiera que estos dos pasajes son una buena parte de la plataforma sobre la que ciertos líderes quieren construir “la legalidad” de su dominio sobre la congregación que presiden, nos vamos a detener en la etimología de dos palabras que aparecen en el versículo 17, las palabras “obedecer” y “sujetaos”.

La palabra “obedecer” en castellano, “peitho” en griego, está en voz pasiva y solo significa ser persuadido, inducir a creer por medio de palabras. Hacer amigos o ganar el favor de alguien, ganar la voluntad de alguien, o tratar de conseguirla. Luchar por agradar a alguien. Tranquilizar. Persuadir a alguien a hacer algo. Dejarse persuadir; inducir a creer: tener fe en algo. Creer. “Peitho: Persuadir, ganar, en las voces pasiva y media, ser persuadido, escuchar a alguien… (Hechos 5:40, voz pasiva, “estuvieron de acuerdo”). La obediencia sugerida no por sometimiento a la autoridad, sino resultado de la persuasión.” (W.E. Vine Expository Dictionary of New Testament Words).

La palabra someter es la palabra griega  hupeiko, que significa sencillamente ceder. Hupeiko de ninguna manera implica clase alguna de fuerza externa aplicada sobre la persona que cede. Es el acto voluntario de la persona que cede hacia los que se preocupan verdaderamente por él en amor. En el cuerpo de Cristo no puedes demandar que alguien se someta a tu autoridad. Si lo haces estas probando que realmente no tienes ninguna autoridad. No es apto para dirigir el que no es capaz de guiar. Por tanto, podríamos hacer una traducción de Hebreos 13:17 en estos términos más acordes con el sentido de las palabras griegas que acabamos de estudiar.

“Estad persuadidos por vuestros líderes, y tened respeto por ellos porque ellos vigilan por causa de vuestras almas, como teniendo que rendir cuentas, para que al hacerlo, lo hagan con gozo y no con quejas, porque esto no os es provechoso” (Hebreos 13:17).

              Como puedes comprobar, no hay nada en este versículo que pudiera implicar una ordenación jerárquica. Los pastores que hacen un buen trabajo, según el propósito que Dios les ha dado, merecen nuestro respeto, reconocimiento, ser persuadidos por ellos y ceder a su influencia porque realizan una labor desde el cuerpo y para el cuerpo; desde la cabeza, Cristo, y para la edificación de los que han sido puestos a su cuidado.

“Os rogamos, hermanos, que reconozcáis (estiméis) a los que        trabajan entre vosotros, y os presiden (dirigen) en el Señor, y os amonestan (instruyen); y que los tengáis en mucha estima y amor por causa de su obra” (1 Tesalonicenses, 5:12).

Las palabras entre paréntesis son de la Biblia de las Américas. Observa que el apóstol Pablo lo pide como un ruego, no es una imposición de sometimiento obligada, sino una necesidad de amor por estos amados que realizan un servicio ejemplar al cuerpo de Cristo.

Ruego a los ancianos que están entre vosotros, yo anciano también con ellos, y testigo de los padecimientos de Cristo, que soy también participante de la gloria que será revelada: Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey. Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria. Igualmente, jóvenes, estad sujetos a los ancianos; y todos, sumisos unos a otros, revestíos de humildad; porque: Dios resiste a los soberbios, Y da gracia a los humildes (1 Pedro 5:1-5).

Aquí tenemos el sentir que debe haber en aquellos que ejercen una labor ministerial: la grey es de Dios, por tanto hay que cuidarla no por fuerza, sino voluntariamente; es una decisión libre al responder al llamamiento del Señor. La motivación económica no es la clave del servicio, sino el ánimo dispuesto para servir. No ejerciendo señorío y dominio sobre el pueblo, sino mostrando el ejemplo a imitar.

Mi experiencia personal

Desde mi conversión a Cristo en el año 1980 tuve la convicción firme de servir a Dios a tiempo completo. Para mi ese era el único modo posible de concebir la vida cristiana. Lo he hecho intensamente durante doce años; sirviendo en la evangelización, la enseñanza y el pastorado. Pues bien, después de ese tiempo el Señor me habló de salir, su palabra para mí fue: Salida. Pasé dos años de meditación y oración en los que la voz de Dios se hizo cada vez más fuerte y llegó el tiempo de remover, una vez más, los pilares que habían constituido nuestra vida familiar y ministerial. No fue fácil asimilar esta palabra con todo lo que ello significaba. Lo que había sido el verdadero sentido de mi vida, ahora el Señor quería que lo llevara a la cruz para crucificarlo. Fue un duro trabajo para mi, di coces contra el aguijón muchas veces; el ídolo ministerial tenía atrapada mi alma, imaginé opciones y oré por puertas abiertas en otro lugar, hasta que tuve que rendirme y dejar que la muerte actuara en lo que más quería y era el verdadero sentido de mi vida, esperando la resurrección. El vacío de la muerte actuó con toda su fuerza y supe algo de la identidad con Cristo en su muerte, que ahora era la mía.

No era una renuncia al llamamiento de Dios, si no una salida del sistema eclesiástico al estilo babilónico. Mi inconformismo ante la permisividad y la manipulación; decir basta al juego religioso y para ello el Señor solo me dejó una opción: la salida. Atrás quedaba toda una concepción de la vida cristiana con sus implicaciones, y por delante un camino de fe y obediencia tan incierto como descansado, sabiendo que Dios había dicho: “Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar; sobre ti fijaré mis ojos” (Salmo, 32:8). Sería muy largo contar todos los detalles de este proceso “incomprensible” para tantos cristianos, (lo he explicado más ampliamente en un capítulo de mi libro “No os conforméis al sistema” titulado “Otra vez abriré caminos”). Diré, por tanto,  que han pasado más de dieciséis años de ello y el Señor me ha enseñado cosas aún más profundas de la mezcla que se vive en el ministerio pastoral y el sistema que llamamos iglesia. Gran parte del ministerio de liderazgo está contaminado con el espíritu babilónico; ese espíritu que llevó a Nimrod a elevarse por encima de los demás, para llegar a ser el primer poderoso en la tierra y construir su reino en Babel y en muchas otras ciudades. Fue un gran edificador de ciudades a la mayor gloria de su nombre, en oposición al gobierno de Dios sobre su creación. En él tenemos el origen de todos los totalitarismos, tan devastadores en el siglo XX, y que están imitando muchos de los líderes religiosos hoy en día. Este modelo de dominar a la grey de Dios, impedir el gobierno de Dios sobre los corazones y ocupar su lugar es una blasfemia y una apostasía propia de los últimos tiempos (cf. 1 Tim.4:1-5 y 2 Tim.3:1-9).

La superstición propia de Babilonia

Hablar de Babilonia es hablar de falsas doctrinas, de mezcla religiosa, de adivinación, de hechicería, de consultar las estrellas, los horóscopos, y por supuesto es superstición. Tengo que denunciar, con gran dolor de mi corazón, el uso y abuso de la superstición, innata en el ser humano, que aprovechan muchos líderes de nuestras iglesias locales para someter al pueblo en temor y a la tiranía “bíblica”. Se ha convertido en un arma letal en muchos púlpitos la manipulación bíblica con fines partidistas. Cuando un pastor quiere que la congregación se le someta incondicionalmente y sin rechistar; cuando quiere acabar con la crítica justa a sus planteamientos autoritarios y dictatoriales, se dedica a amenazar supersticiosamente a los que le escuchan. Saca los ejemplos clásicos de María y Aarón cuando se rebelaron contra Moisés y María se quedó leprosa. Mencionan el caso de Ananías y Safira que murieron por oponerse al apóstol Pedro, y lanzan una serie de posibles desgracias que vendrán sobre aquellos que se oponen al “siervo” de Dios. Manipulan los sentimientos de seguridad que todo ser humano busca en su vida, para recordarles que si no das el diezmo la ruina económica vendrá a tu casa, te quedarás sin trabajo; que si no vienes al culto esa tarde puedes tener un accidente de tráfico y quedar paralítico; que aquel otro hermano por abandonar la cobertura del pastor y marcharse a otra iglesia le ha venido una enfermedad y sus hijos se han ido al mundo. Interpretan caprichosamente los acontecimientos de la vida en clave de fidelidad o no a su liderazgo. En esas mismas iglesias puede haber desgracias personales que se interpretarán como “el trato de Dios”, no como un juicio. Pero en aquellos que se han atrevido a oponerse con temor y temblor a los abusos de la clase dirigente, a éstos cualquier cosa desagradable que ocurra en sus vidas se interpretará como una señal inequívoca del castigo de Dios.

El pueblo sencillo que ama a Dios y piensa que su líder, su pastor, es Dios mismo hablando, quedará atrapado en un espíritu de temor que paralizará cualquier examen de la conducta de éstos, y justificará cualquier salida de tono o deformación de la verdad con benevolencia. De ella se aprovecharán los líderes al estilo babilónico, como Nimrod, para afincarse en el trono y extender sus dominios. Un coro de aduladores le mantendrán en la auto-complacencia que agravará el camino del error y expulsará a cualquier disidente que le recuerde su fragilidad. ¡No hay nada nuevo debajo del sol! Este aprovechamiento de la superstición, innata en el alma humana, es una inmoralidad intolerable en quienes pretenden ser modelos de moralidad y que merece nuestra reprobación. Ese espíritu no es el Espíritu de Cristo, por lo cual no debemos someternos a él. Debemos mantener nuestra libertad de conciencia sin las ataduras de un evangelio de obras, de temor y coacción para oprimir, manipular y dominar como autómatas la grey de Dios. El apóstol Pablo escribió la carta a los gálatas precisamente para ello, para que la libertad del evangelio permaneciera entre los amados de Dios. Y cuando vio que esa libertad estaba amenazada levantó su voz con gran autoridad para oponerse a semejante esclavitud.

Después, pasados catorce años, subí otra vez a Jerusalén con Bernabé, llevando también conmigo a Tito. Pero subí según una revelación, y para no correr o haber corrido en vano, expuse en privado a los que tenían cierta reputación el evangelio que predico entre los gentiles. Mas ni aun Tito, que estaba conmigo, con todo y ser griego, fue obligado a circuncidarse; y esto a pesar de los falsos hermanos introducidos a escondidas, que entraban para espiar nuestra libertad que tenemos en Cristo Jesús, para reducirnos a esclavitud, a los cuales ni por un momento accedimos a someternos, para que la verdad del evangelio permaneciese con vosotros (Gálatas, 2:1-5).

No me cabe la menor duda que hay amados hermanos que sirven a la congregación local con verdadera humildad, y que en muchos casos han sido tratados con desprecio por los propios miembros  de la congregación; pero ahora lo que está de moda es enseñorearse, sacudirse el tiempo de aflicción y golpear para no ser golpeados; meter codos y poner zancadillas para que otros no me pisen. El virus narcisista está muy extendido y son muchos los que anhelan el pastorado y los llamados ministerios para ocupar un lugar de preferencia y favoritismo. Para otros se ha convertido en un modo de vida, en una profesión que nada tiene que ver con el llamamiento de Dios, sino más bien con una justificación de la pereza.

Resumiendo

El ministerio se ha convertido, en buena medida, en un título, una categoría especial dentro del cuerpo de Cristo. El ministerio no es un título, es una función. El vocablo ministerio se traduce en el Nuevo Testamento de diversas palabras griegas: doulos, que significa esclavo y diáconos, que significa siervo. Hasta estos términos se han deformado y contaminado de tal manera, que tenemos hoy una terminología que expresa lo contrario de su concepción original. Hablamos “del siervo” refiriéndonos al líder, al pastor, al que domina el protagonismo del culto y se convierte en el centro y eje sobre el cual gira todo. El concepto siervo se ha convertido en un título, una categoría que está por encima de los demás miembros de la congregación.

Lo mismo podemos decir de los títulos pastor, reverendo, obispo, apóstol, profeta, evangelista, anciano, diácono. Hay toda una jerarquía con sus diversas elevaciones de autoridad y poder. Luego tenemos un reclamo repetitivo al reconocimiento de esas categorías y el sometimiento a sus voluntades. He visto algunos ejemplos “curiosos”, por no decir otra cosa, para conseguir la afinidad con el líder. En una ocasión a un pastor se le ocurrió poner la chaqueta en el suelo y pedir a toda la congregación que estuviera con él que pasara por delante de su persona y pisara la chaqueta. Esa era la señal de unirse a lo que supuestamente Dios estaba haciendo e iba a hacer en ese lugar. Otros son más “humildes” y menos sensacionalistas y optan por pedir el levantamiento de manos para confirmar el sometimiento a su liderazgo, porque sin esa unidad esencial no habrá ningún avivamiento. Resulta que el avivamiento depende de levantar o no las manos en un momento dado. ¡A que simplezas hemos reducido la obra de Dios!

En cualquier caso se trata de conseguir el voto de obediencia y la sumisión borreguil a un liderazgo tipo Nimrod. Se trata de elevarse, promoverse a sí mismo, levitar. Está escrito que el que se enaltece será humillado y Santiago nos dice que debemos someternos a Dios, resistir al diablo y huirá de vosotros. El apóstol Pedro dejó escrito: “Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que el os exalte cuando fuere tiempo”. Manipular los tiempos para lograr una rápida exaltación es darle entrada a un espíritu de engaño que conducirá al error y mucha perdida. ¡Qué tiene que ver todo esto con guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz! La unidad no se consigue ni se busca con esfuerzos carnales; la unidad es una dimensión espiritual donde Dios reina. Hay que guardarla, no producirla. Reclamar el sometimiento y el reconocimiento te desautoriza como modelo a seguir. Las obras de cada uno se hacen evidentes, y por sus frutos se conoce el árbol. Por tanto, no hace falta forzar lo que uno es, si lo sabes, si sabes quién eres, no tienes la necesidad vital de que otros te lo tengan que repetir una y otra vez. Hay certeza y seguridad en tu espíritu, y esa fortaleza se hace manifiesta en la acción que llevas a cabo, la fe por la cual vives. El salmista dijo: “Tu pueblo se te ofrecerá voluntariamente en el día de tu poder” (Salmos, 110:3). “El Dios que venga mis agravios, y somete pueblos debajo de mí; el que me libra de mis enemigos, y aún me eleva sobre los que se levantan contra mí; me libraste de varón violento” (Salmos, 18:47-48). Recordemos la canción de Débora con Barac: “Por haberse puesto al frente los caudillos en Israel, por haberse ofrecido voluntariamente el pueblo, Load al Señor” (Jueces, 5:2). Somos un cuerpo con diferentes funciones, la obra es de Dios.

Una cosa más antes de terminar este capítulo. Me ha llamado la atención que las cartas que aparecen en el Nuevo Testamento no tienen como destino a los líderes de las iglesias para ser los intermediarios ante el pueblo, sino que van dirigidas al cuerpo de creyentes, a la congregación que está en una ciudad en concreto. Pablo repite esta expresión: “A la iglesia de Dios que está en Corinto… A todos los que estáis en Roma, amados de Dios… a las iglesias de Galacia… a los santos y fieles en Cristo que están en Éfeso. Hay cartas dirigidas a personas como Timoteo, Tito o Filemón con consejos de cómo hacer las cosas, pero nunca se transmite la idea de intermediación y  jerarquía. Pablo se proclamaba apóstol de Jesucristo, enviado de Dios, y no tiene reparo en decir que los creyentes sean imitadores de él, así como él lo es de Cristo. Sin embargo, antes de ser tan rápidos en autoproclamarnos apóstoles, profetas, o cualquier otro título ministerial, pasemos por la lista que el mismo apóstol Pablo hace de lo que significó para él esa realidad ministerial (cf. 2 Corintios 6:3-10) (cf. 2 Corintios 11:21-29).

El apóstol de los gentiles tuvo que lidiar con algunos autoproclamados súper apóstoles, y no tuvo empacho en desenmascarar su palabrería. Una vez más, no hay nada nuevo debajo del sol. Y si esto no fuera suficiente pasemos un momento por el testimonio de la gran nube de testigos que encontramos en Hebreos 11.  Las experiencias de muchos de estos hombres y mujeres de fe son una bofetada en nuestra comodidad y en la tergiversación que hemos hecho en muchos casos de lo que es la vida de fe. Leamos.

Otros experimentaron vituperios y azotes, y a más de esto prisiones y cárceles. Fueron apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos a filo de espada; anduvieron de acá para allá cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, pobres, angustiados, maltratados; de los cuales el mundo no era digno; errando por los desiertos, por los montes, por las cuevas y por las cavernas de la tierra. Y todos éstos, aunque alcanzaron buen testimonio mediante la fe, no recibieron lo prometido; proveyendo Dios alguna cosa mejor para nosotros, para que no fuesen ellos perfeccionados aparte de nosotros (Hebreos, 11:36-40).

En el año 1972 la periodista Oriana Fallaci entrevistó a la primer ministro israelí, Golda Meir. Preguntada sobre su persona como símbolo para Israel y su liderazgo, respondió: “No me afligen manías de grandeza, pero tampoco me perturban complejos de inferioridad”. A menudo estos dos extremos se dan en una misma persona a la que el poder corrompe. Los complejos de inferioridad pueden ser el detonante para las manías de grandeza. El apóstol Pablo dijo: “3Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno” (Romanos, 12:3).

Ocupar lugares de autoridad y dominio puede deformar los espíritus más nobles. El poder corrompe, se suele decir; el poder está invadido por potestades de las tinieblas de muy difícil sujeción para el ser humano. Muchos comienzan bien en el ministerio y en algún punto de inflexión se tuercen y se alejan de los propósitos originales de Dios con sus vidas. La Biblia nos relata el fracaso y la caída de hombres de Dios, algunos se reincorporaron al camino, pero otros siguieron en el error y el final fue de gran pérdida para él y muchos otros.

Mas estas cosas sucedieron como ejemplos para nosotros, para que no codiciemos cosas malas, como ellos codiciaron. Ni seáis idólatras, como algunos de ellos, según está escrito: Se sentó el pueblo a comer y a beber, y se levantó a jugar. Ni forniquemos, como algunos de ellos fornicaron, y cayeron en un día veintitrés mil. Ni tentemos al Señor, como también algunos de ellos le tentaron, y perecieron por las serpientes. Ni murmuréis, como algunos de ellos murmuraron, y perecieron por el destructor. Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos. Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga. No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar (1 Corintios, 10:6-13).

La unción de Dios es la capacitación de Dios para realizar la obra de Dios. Precisamente el concepto “la unción” se ha convertido en un término muy de moda; se habla de la unción y los ungidos por todas partes, pero ese será nuestro próximo capítulo de Conceptos Errados.

CONCEPTOS ERRADOS – La iglesia

CONCEPTOS ERRADOSLa iglesia

Nuestro hablar nos delata y lo que decimos es sintomático de lo que creemos. Algunas de nuestras frases favoritas son: “vamos a la iglesia”, “venimos de la iglesia”, “estamos en la casa de Dios”, dejando claro con nuestro mensaje que damos por hecho que la iglesia es un lugar físico y geográfico, una estructura de ladrillo y hormigón. Luego centramos nuestra vida espiritual alrededor de ese lugar “santificado” y hacemos una separación evidente entre lo que es un lugar “santo” y el resto de los lugares donde vivimos habitualmente, con la consiguiente dicotomía, es decir, una división de vida entre lo santo y lo profano.

Todo esto con la certeza de que nuestra teología está bien asentada en las Escrituras y sabemos que la iglesia somos nosotros, no el lugar de culto, pero nuestro hablar nos descubre. Tenemos una confusión consciente entre dos conceptos o verdades que no se pueden mantener unidos. En la Biblia nunca se dice “vamos a la iglesia”. El apóstol Pablo al inicio de sus cartas se dirige a la iglesia que está en una ciudad en particular, es decir, la iglesia es una congregación de creyentes, reunidos en un lugar para adorar a Dios y anunciar su palabra. Entonces ¿de dónde nos viene esa costumbre de “ir a la iglesia”? Está claro que forma parte de una tradición religiosa impregnada en nuestra alma y de la que no nos hemos desprendido.

Al hablar de esta forma mostramos que ya tenemos asumidos, en buena parte, los planteamientos de un sistema religioso, y lo que parece ser un simple error conceptual nos conduce a errores de mayor calado con peores consecuencias. Dice el dicho popular que “por la boca muere el pez” y en este caso no es de otra forma.

Al tener la idea de iglesia como un lugar perdemos una parte importante de nuestra identidad real. Además separamos nuestras actividades en diferentes categorías. Cuando hacemos algo relacionado con el lugar de culto pensamos que es más importante que otras actividades como ser padres, madres, estudiantes, trabajadores, etc. Sin embargo, está escrito que todo lo que hacemos lo hacemos para el Señor. También, instintivamente, relajamos nuestro comportamiento en lo que llamamos vida secular y cambiamos de cara cuando nos acercamos al lugar de adoración. Hemos hecho un monte particular para la adoración, puede ser en Samaria, en Jerusalén o en cualquier edificio alquilado de nuestra ciudad; Jesús dijo que debería ser en espíritu y en verdad. Me pregunto si no habremos construido una infinidad de “lugares altos”, un terruño particular donde se establece un pequeño reino de taifas, con su líder dominante y un puñado de redimidos gobernados bajo su cobertura territorial.

“Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar. Jesús le dijo: Mujer,     créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén       adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos; porque la salvación viene de los judíos. Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren” (Juan, 4:20-24).

Preguntémonos ¿Qué lugar geográfico es “en espíritu y en verdad”? El Espíritu de Dios no puede ser encerrado entre cuatro paredes, los cielos de los cielos no le pueden contener. El Espíritu de Dios mora en los redimidos del Señor y donde están los redimidos por la sangre del Cordero allí está el Espíritu de Dios y hay libertad para adorar; libertad si la vida de Dios está liberada. Pero nosotros nos encerramos en la cárcel física, ponemos el énfasis en el lugar físico y en las formas rutinarias que nos ayudan a mentalizarnos de que ahora podemos ser espirituales; ahora estamos en la presencia de Dios porque hemos cumplido los requisitos para que Dios haga acto de presencia y nos visite dentro de los parámetros que nosotros mismos hemos establecido. Sin darnos cuenta estamos tratando de dirigir a Dios y decirle cuándo tiene que actuar y cuándo quedamos fuera de su influencia. De esta forma acabamos formando un sistema religioso que apaga la vida del Espíritu y establece una estructura de control y dominio sobre la conciencia de los creyentes, hemos entrado en Babilonia.

Te puede parecer un poco exagerado y extremo, pero nosotros no somos mejores que nuestros padres. Nuestra naturaleza contiene el mismo barro que les llevó a ellos antes que nosotros a caer en el error. El alma humana está sedienta de religión y tiene una capacidad innata de crear sistemas que le den seguridad y cobijo; nos adaptamos con suma facilidad a esas formas religiosas que nos permiten vivir nuestra vida mientras otros, unos pocos líderes “ungidos” se acercan a Dios para luego contarnos lo que han oído. Esa no es la voluntad perfecta de Dios para sus hijos, sino que “por medio de él (Jesús) los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre” (Efesios, 2:18).

Y podemos crear una atmósfera apropiada para sentirnos bien, emocionarnos, que se nos pongan los pelos de punta, llorar y reír. Gran parte de la sofisticación de nuestros cultos está dirigida a crear ambiente y atrapar a los congregados bajo el hechizo de los sentidos, y crear una espiritualidad ortopédica que dura mientras estamos bajo esa influencia, para desaparecer cuando volvemos a la realidad cotidiana. Sin una vida espiritual activada por Dios en nuestro espíritu, que transforma nuestras vidas y nos mantiene unidos con Cristo en todo momento nos estaremos engañando y entreteniendo. Esa vida lleva fruto de sí misma, comienza en Dios y se perpetúa por Su voluntad. Esa vida está dentro de nosotros y no fuera, opera desde el interior y no depende de los instrumentos musicales o cualquier otro instrumento que no sea la rendición a la voluntad de Dios. Esta vida emana de nuestra unión con Cristo en su muerte, resurrección y exaltación.

Otra práctica que se deriva de nuestro concepto clásico de iglesia es la de una institución jerárquica con clero y membresía. Esto que ha sido una de nuestras críticas más fervientes hacia el catolicismo romano es una triste realidad en muchas de nuestras iglesias locales. Hemos abandonado la verdad que sacaron a luz los reformadores del siglo XVI sobre el sacerdocio universal de los creyentes. No digo que no lo sepamos doctrinalmente o teológicamente, lo que digo es que nuestra práctica no concuerda en muchos casos con esa verdad revelada.

La formación de un sistema religioso

Los elementos que conforman un sistema religioso en contraposición a la manifestación de la vida de Dios en medio de sus redimidos, la congregación de Dios, son estos: el lugar; el sacerdote (líder); días especiales para la asistencia; los diezmos para sostenerlo económicamente; participar de las actividades reconocidas como “la obra de Dios”, o la visión de Dios; una moral acorde con la doctrina denominacional y una enseñanza cerrada para aceptar. El énfasis está puesto sobre “hacer” y “estar”, no sobre el “ser”. Si se cumplen los requisitos eres aceptado de lo contrario te espera el ostracismo, el ninguneo, la indiferencia y por último una presión psicológica para que te sometas incondicionalmente al dominio del líder y su entorno, o bien que desaparezcas amargado para luego acusarte de rencoroso y rebelde; un mensaje que venderán al resto del “redil” para que aprendan a someterse o quedar expuestos a la misma ignominia.

Este modelo, con algunas variaciones puntuales, está muy extendido actualmente en lo que llamamos iglesia. Es un modelo que tiene sus ventajas de cobijo y seguridad cuando eres sumiso al sistema; pero que acaba estrangulando la verdadera vida de Dios que emana de nuestro ser interior. Se nos enseña la dependencia de un líder mediador que se convertirá en el eterno ayo/pedagogo para mantener el estado de niñez espiritual: él nos enseña, nos guía, ora por nosotros, nos aconseja, nos riñe cuando nos portamos mal, nos impresiona con sus habilidades y carismas, nos hace reír y llorar, nos muestra cuanto nos ama y la entrega incondicional de su sacrificio por nosotros y nos recuerda nuestra ingratitud e infidelidad si se nos ocurre escuchar a otro profesional del mismo gremio. Nos pide sometimiento incondicional a sus palabras que son todas de Dios, recibidas en el monte de la transfiguración, en la cátedra de la revelación exclusiva de su propiedad; por supuesto nuestro apoyo económico y la rendición de nuestra voluntad a la suya, porque la suya es la de Dios y la nuestra es solo nuestra. A esto le añadimos el coro de aduladores y confirmadores de su gran unción y tenemos un pastel completo que nos comemos con verdadero placer, sin reparar en las diarreas que vendrán después, o en el peor de los casos una indigestión o un virus que minará internamente la verdadera obra de Dios en nuestros corazones. Alguien se habrá adueñado de nuestra energía para dejarnos en un raquitismo y anorexia espiritual que nos conducirá a una dependencia sectaria del líder que ocupa ahora el lugar del Espíritu Santo. Frente a este modelo qué tenemos. Una vez más la verdad nos hará libres. El apóstol Pablo lo expresa así.

“El que descendió, es el mismo que también subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo. Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por   doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien  concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor”. (Efesios 4:10-16)

Soy consciente de que este mismo texto se usa para enfatizar precisamente el modelo que venimos denunciando. Más adelante veremos el tema de los ministerios con más detenimiento, ahora me interesa resaltar dos cosas: (1) Que el propósito de los ministerios dados por Jesús a su congregación son para sacar a los creyentes de un estado de niñez y fluctuación; y (2) llevarlos a una dinámica de crecimiento para que ellos mismos sigan la verdad en amor y no vivan dependiendo del dominio que ejercen esos dones ministeriales, sino del que es la cabeza, Cristo, de quién reciben guía y dirección por Su Espíritu desde lo hondo de su ser. Muchos líderes carismáticos están ocupando y controlando el lugar santísimo de nuestro ser, nuestro espíritu y conciencia, que pertenece a nuestro sumo sacerdote verdadero, Jesucristo. Debemos reconocer que este modelo pertenece al viejo orden de la letra, no al nuevo del Espíritu. Tiene sus bases en el Antiguo Pacto, con sus rituales, ceremonias, lugar de culto, el sumo sacerdote como el único que se acerca a Dios y el clero o sacerdotes como un gremio profesional que se encargaba de los sacrificios y el resto de actividades centralizadas en el templo. En buena medida hemos vuelto a levantar el sistema viejo que desapareció con Jesús, cuando levantó un nuevo templo en tres días (cf.Jn.2:19-22). Los dos modelos (el antiguo templo de Jerusalén y el nuevo templo: los redimidos y renacidos por la obra de Jesús en la cruz) convivieron hasta el año 70 d.C. cuando fue destruido el templo de Jerusalén.

La iglesia primitiva no tenía lugares de culto exclusivos, se reunían en las casas, básicamente porque sabían que ellos eran el templo de Dios, la casa de Dios, la morada del Altísimo por Su Espíritu. Fue a partir del siglo IV cuando se edifican templos que se constituyeron en centros sobre los que giraba la vida de los creyentes. Surgió así un sistema religioso tan poderoso que ha sobrevivido casi veinte siglos; con sus periodos oscuros, muy oscuros, y otros de esplendor porque albergó a verdaderos hombres de Dios a pesar de la estructura equivocada.

Nosotros, de tradición protestante y evangélica, que nos hemos enorgullecido tanto de tener la Biblia y la sana doctrina hemos caído en el mismo error. Se nos ha llenado la boca de crítica a la iglesia católica romana (en muchos casos con verdadera razón) pero hemos tropezado en la misma piedra. Hemos levantado muchos templos, muchas iglesias de ladrillo y las hemos convertido en el centro de nuestra peregrinación espiritual.

Textos para meditar

Veamos algunos de los textos que nos hablan de templo, edificio, cuerpo y casa siempre relacionados con el propio ser del hijo de Dios y no como un edificio o casa de ladrillo. Somos el templo de Dios, el edificio de Dios, el cuerpo de Cristo y la casa donde Dios habita por Su Espíritu. Todas las cursivas del texto bíblico son del autor, y así en todo el libro.

Respondió Jesús y les dijo: Destruid este templo, y en tres días lo  levantaré. Dijeron luego los judíos: En cuarenta y seis años fue   edificado este templo, ¿y tú en tres días lo levantarás? Mas él hablaba del templo de su cuerpo. Por tanto, cuando resucitó de entre los muertos, sus discípulos se acordaron que había dicho esto; y creyeron la Escritura y la palabra que Jesús había dicho (Juan, 2:19-22).

Este (David) halló gracia delante de Dios, y pidió proveer tabernáculo para el Dios de Jacob. Mas Salomón le edificó casa; si bien el Altísimo no habita en templos hechos de mano, como dice el profeta: El cielo es mi trono, Y la tierra el estrado de mis pies. ¿Qué casa me edificaréis? dice el Señor; ¿O cuál es el lugar de mi reposo? ¿No hizo mi mano todas estas cosas? (Hch.7:46-50).

El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas, ni es honrado por manos de hombres, como si necesitase de algo; pues él es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas (Hch.17:24-25).

¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es (1 Co.3:16).

¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en  vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios (1Co.6:19,20).

¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos? Porque vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo: Habitaré y andaré entre ellos, Y seré su Dios, Y ellos serán mi pueblo. Por lo cual, Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el   Señor, Y no toquéis lo inmundo; Y yo os recibiré, Y seré para vosotros por Padre, Y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor   Todopoderoso (2 Co.6:16-18).

Edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu (Ef.2:20-22).

                Porque nosotros somos colaboradores de Dios, y vosotros sois labranza de Dios, edificio de Dios (1 Co.3:9).

¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? ¿Quitaré, pues, los miembros de Cristo y los haré miembros de una ramera? De ningún modo. ¿O no sabéis que el que se une con una ramera, es un cuerpo con ella? Porque dice: Los dos serán una sola carne. Pero el que se une al Señor, un espíritu es con él. Huid de la fornicación. Cualquier otro pecado que el hombre cometa, está fuera del cuerpo; más el que fornica, contra su propio cuerpo peca.  ¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios (1 Co.6:15-20).

Siendo uno solo el pan, nosotros, con ser muchos, somos un cuerpo; pues todos participamos de aquel mismo pan (1 Co.10:17). Comparar con (1 Co.12:12-27) donde Pablo expresa ampliamente la realidad del Cuerpo de Cristo y su funcionamiento.

y sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre  todas las cosas a la iglesia, la cuál es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo (Ef.1:22,23).

misterio que en otras generaciones no se dio a conocer a los hijos de los hombres, como ahora es revelado a sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu: que los gentiles son coherederos y miembros   del mismo cuerpo, y copartícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio (Ef.3:5-6).

Someteos unos a otros en el temor de Dios. Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su Salvador… Porque nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la cuida, como también Cristo a la iglesia, porque somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos (Ef.5:21-23, 29,30).

Y él (Jesús) es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten; y él (Jesús) es la cabeza del cuerpo que es la iglesia, él que es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia (Col.1:17-8).

Esto te escribo, aunque tengo la esperanza de ir pronto a verte, para que si tardo, sepas cómo debes conducirte en la casa de Dios, que es la iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad (1 Ti.3:14-15).

Y Moisés a la verdad fue fiel en toda la casa de Dios, como siervo,  para testimonio de lo que se iba a decir; pero Cristo como hijo sobre su casa, la cual casa somos nosotros, si retenemos firme hasta el fin la confianza y el gloriarnos en la esperanza (Heb.3:5,6).

Acercándoos a él, piedra viva, desechada ciertamente por los hombres, mas para Dios escogida y preciosa, vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo (1 P.2:4,5).

Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios; y si primero comienza por nosotros, ¿cuál será el fin de aquellos que no obedecen al evangelio de Dios? (1 P.4:17).

Todas estas verdades se asientan en el fundamento del Nuevo Pacto del que hablaron los profetas y que se realizó en la Persona y Obra del Mesías, Jesús de Nazaret. Un Nuevo Pacto que Dios hizo con la casa de Israel y de Judá y en el que nosotros, gentiles, somos incluidos (injertados) por la fe en Jesús. Este Nuevo Pacto no tiene que ver con la formación de un sistema religioso a la antigua usanza, sino que Dios mismo habitará y guiará a sus hijos desde el interior de su ser, por el Espíritu Santo.

He aquí que vienen días, dice YHWH, en los cuales haré nuevo  pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá. No como el pacto que hice con sus padres el día que tomé su mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos invalidaron mi pacto, aunque fui yo un marido para ellos, dice YHWH. Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice YHWH: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo. Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce a YHWH; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de   ellos hasta el más grande, dice YHWH; porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado (Jeremías 31:31-34). Comparar con hebreos 8:6-13.

Algunas consideraciones

Después de leer estos textos de las Escrituras veamos algunas implicaciones que se derivan de ellos, confrontemos nuestros conceptos religiosos, renovemos nuestra manera de pensar que conlleva siempre un cambio en nuestro hablar y vivir.

Primera. Una de las acusaciones que llevó a Jesús a la cruz y la muerte fue que destruiría el templo físico de Jerusalén y levantaría otro diferente en tres días (cf. Jn.2:18-22) (cf. Mt.26:60-62 y 27:40) (cf. Mr.14:56-59 y 15:29). Esta verdad significaba un cambio trascendental para el sistema religioso vigente, por ello se opusieron  enérgicamente hasta que fue derribado físicamente el año 70 d.C. Ese año desapareció de Jerusalén el templo que había construido Salomón; reedificado en tiempos de Esdras y Nehemías y restaurado en los días de Herodes el Grande. Sin embargo, aunque desapareció ese centro de reunión y sacrificios, el alma humana religiosa no lo destruye de su mente y vuelve a levantarlo en cuanto tiene la ocasión. No se necesita revelación de Dios para edificar templos humanos, el hombre es muy capaz de hacerlo y de hacerlo bien, la historia posterior lo ha demostrado, pero vivir por la dirección del Espíritu de Dios es otra cosa, eso no se puede fabricar, depende de la acción de Dios en los corazones de los hombres, hombres rendidos a Su voluntad. Cuando Dios dice: construye; como en el caso del arca de Noé y también del templo de Salomón, entonces debemos construir; pero cuando queremos perpetuar un sistema, un modelo, sin la voz de Dios, lo que edificamos son torres para remontarnos al cielo.

Segunda. Los primeros discípulos enfrentaron persecución, que en algunos casos los llevó al martirio, como fue la experiencia de Esteban, por atreverse a decir que el Altísimo no habita en templos hechos por manos humanas. Este hecho se ha repetido a lo largo de la Historia una y otra vez.

El apóstol Pablo tuvo que combatir en Listra a una multitud exaltada religiosamente porque quisieron ofrecerle sacrificios como a dioses, después de haber sanado a un cojo de nacimiento (cf. Hch.14:8-13). Algunos predicadores carismáticos de hoy lo hubieran aprovechado para levantar un “gran ministerio” a su nombre y hacer un centro religioso donde las multitudes quedaran subyugadas por la fascinación de sus líderes. Argumentos humanos no hubieran faltado para justificar tal acción. Sin embargo, el apóstol Pablo y Bernabé se rasgaron las vestiduras y dando voces a la multitud rompieron el hechizo diciendo: “Varones, ¿por qué hacéis esto? Nosotros también somos hombres semejantes a vosotros, que os anunciamos que de estas vanidades os convirtáis al Dios vivo, que hizo el cielo y la tierra, el mar, y todo lo que en ellos hay” (Hch.14:15). El resultado fue la persecución. La misma multitud que quería hacerlos dioses ahora los apedreaba. ¡Vaya cambio! El diablo le ofreció a Jesús los reinos de este mundo si se doblegaba a su sistema de valores. ¡Qué osadía! Jesús no se doblegó. El apóstol Pablo tampoco se rindió al encanto de la serpiente y el evangelio se mantuvo puro, con persecuciones, para las generaciones futuras. Pero muchos sí han caído bajo el hechizo de dominar el cuerpo de Cristo como si fueran un miembro aparte de ese cuerpo, una elite especial, a los cuales no debemos someternos, por muchas amenazas, juicios y maldiciones que lancen desde los púlpitos. A libertad nos llamó el Señor.

Tercera. Cuando vivimos en la revelación expresada en las Escrituras de que nuestros cuerpos son templo del Espíritu Santo, eso nos llevará a considerar nuestros cuerpos con verdadera dignidad; una forma de vestir decorosa; cómo usamos nuestros ojos y oídos y hacia donde nos conducen nuestros pies; nos alejaremos de la fornicación, el adulterio, la homosexualidad, la pornografía y cualquier pecado que tiene el cuerpo como base, porque sabremos que la morada de Dios lo ha santificado; somos un espíritu con Jesús, y nuestros miembros le pertenecen; han sido comprados por su sangre; somos propiedad de Dios, por tanto, glorificaremos a Dios en nuestro cuerpo y nuestro espíritu, los cuales son de Dios.

Cuarta. Somos un cuerpo, el cuerpo de Cristo, donde hay diferentes funciones complementarias y ningún miembro se levanta por encima de los demás miembros. Estamos sometidos los unos a los otros en amor. Ninguna función ministerial, por importante que sea, debe reclamar el sometimiento incondicional de los demás miembros elevándose por encima de ellos, sino que debe pedir la sujeción a Cristo, nuestra cabeza. Cuando algunos de los ministerios de liderazgo reclaman el sometimiento incondicional a su persona, por causa de su función, están poniendo las bases para la manipulación de la voluntad y un control hechicero sobre el resto del cuerpo. Esto no se puede sostener de forma escritural. Nuestra incondicionalidad es para Cristo; nuestro respeto, amor y estima es para los amados que hacen un buen trabajo como discípulos; y la sujeción a ellos no es distinta de la sujeción que debemos tener a otros miembros del mismo cuerpo. Aunque hay unas funciones más relevantes que otras, no hay jerarquía, ni enseñorearse de la grey, sino ejemplos a seguir y modelos a imitar. Veremos esto más ampliamente en otro capítulo.

Quinta. El texto de 1 Timoteo 3:15 merece una explicación etimológica para comprender bien su significado y no errar en el concepto casa. La palabra griega oikos, con frecuencia traducida como casa o como hogar, normalmente se refiere a los ocupantes de una casa, es decir, el parentesco o la familia. Oikos habla de familia, no de edificio. Habla de parentesco más que de casa material. Si miramos su uso a lo largo del resto del Nuevo Testamento no podemos evitar llegar a esta conclusión. La traducción literal de oikos es parentesco, familia, los que viven en la misma casa. Oikos siempre se asocia con la familia, no a un templo o a un edificio material. No se refiere al lugar o edificio donde se reúne el Oikos o la familia. Se refiere a la familia misma, al parentesco. Una traducción más aproximada de 1ª Tim. 3:15 diría:

Pero si tardo, que sepas como conducirte en la familia de Dios, su morada, que es la congregación del Dios viviente, el pilar y el fundamento de la verdad.

Bien, después de haber visto algunas consideraciones a los textos mencionados, fijémonos ahora en el término iglesia, su etimología, el significado original y el que ha venido a tener de manera popular.

Analicemos el término iglesia

La palabra iglesia es la traducción del griego ekklessía, que a su vez viene del hebreo Kahal. Ekklessía significa: “reunión del pueblo”, “una reunión de gente”; más ampliamente es “una reunión de ciudadanos llamados desde sus hogares a un lugar público”. Por su parte Kahal, la palabra que se usa en el hebreo y que se tradujo en griego por ekklesia, significa “congregación”, “reunión” o “asamblea”.  Tenemos, por tanto, que la etimología de iglesia viene de la traducción al griego de la palabra hebrea Kahal. Con esto en mente debemos concluir que la congregación de Dios (iglesia) ya existía en el Antiguo Testamento, por tanto, no es un organismo que se inicia en el primer siglo, sino la ampliación (injertados) del pueblo de Dios a todas las naciones por la fe en el Mesías, para venir a ser “conciudadanos de los santos, miembros de la familia de Dios (que ya existía), edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quién todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quién vosotros también (gentiles) sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu” (cf. Efesios, 2:17-22). Para el apóstol Pablo no había separación en su servicio a Dios entre la fe que había recibido de sus mayores y la fe que ahora anunciaba; el cambio estaba en la revelación de la Persona del Mesías, que ya había venido, y por su obra redentora era justificado sin las obras de la ley. Tampoco encontró diferencia entre la fe de tres generaciones en la familia de Timoteo. La fe de su abuela Loida, su madre Eunice y que ahora habitaba en el mismo Timoteo era la fe en el mismo Dios de Israel.

Doy gracias a Dios, al cual sirvo desde mis mayores con limpia conciencia, de que sin cesar me acuerdo de ti en mis oraciones noche  y día; deseando verte, al acordarme de tus lágrimas, para llenarme de gozo; trayendo a la memoria la fe no fingida que hay en ti, la   cual habitó primero en tu abuela Loida, y en tu madre Eunice,   y estoy seguro que en ti también (2 Timoteo, 1:3-5).

Para el diácono Esteban la congregación de Dios (Kahal/ekklesia) ya existía en el desierto, por tanto, en el primer siglo de nuestra era no nació una nueva entidad, un nuevo pueblo, sino que se estaban cumpliendo las profecías, y el Nuevo Pacto que Dios había hecho con la casa de Israel se había inaugurado con la llegada del Mesías prometido. Este Moisés es el que dijo a los hijos de Israel: Profeta os levantará el Señor vuestro Dios de entre vuestros hermanos, como a mí; a él oiréis. Este es aquel Moisés que estuvo en la congregación en el desierto con el ángel que le hablaba en el monte Sinaí, y con nuestros padres, y que recibió palabras de vida que darnos…” (Hechos 7:37-38). El salmista David alaba a Dios en medio de la congregación (Kahal/ekklesia) que ya existía en Jerusalén mil años antes de la llegada del Mesías.

                Anunciaré tu nombre a mis hermanos;

          En medio de la congregación te alabaré.

                Los que teméis a YHWH, alabadle;

          Glorificadle, descendencia toda de Jacob,

          Y temedle vosotros, descendencia toda de Israel.

                Porque no menospreció ni abominó la aflicción del afligido,

          Ni de él escondió su rostro;

          Sino que cuando clamó a él, le oyó.

                De ti será mi alabanza en la gran congregación;

         Mis votos pagaré delante de los que le temen (Salmo, 22:22-25).

Si la congregación (iglesia) de Dios ya existía en el desierto y en días del rey David ¿por qué se ha traducido casi siempre en el Nuevo Testamento la palabra Kahal/ekklesia por iglesia y no por congregación? ¿Por qué ha venido a significar el término iglesia un lugar físico, una institución jerárquica, y no se ha mantenido como la congregación de los llamados fuera? Sin duda hay diversas respuestas, una de ellas de carácter histórico, cuando en el siglo IV, y tras la supuesta conversión del emperador Constantino, la iglesia vino a ser una institución de poder y dominio, justificando una interpretación de las Escrituras en clave de jerarquía dominante, y la formación de un sistema religioso bien estructurado, controlado y manipulado por el clero que ahora se había convertido en los sucesores de los emperadores.

La vida de Dios frente a los sistemas religiosos

Esto me conduce a la meditación siguiente: el cristianismo es básicamente vida, la clase de vida de Dios (Zoé) repartida a todos los miembros del cuerpo de Cristo. Jesús es el Autor y Dador de la vida y la distribuye por Su Espíritu. El nos dio vida cuando estábamos muertos en nuestros delitos y pecados (cf. Ef.2:2:1-5) (cf. 1Jn.5:11-13). Cuando esta vida se paraliza, se obstruye, se roba o muere, es suplantada y falsificada por un sistema religioso. Ese sistema religioso se basa principalmente en tres pilares fundamentales: El legalismo, el clericalismo y el sectarismo.

El legalismo pretende imponer un estilo de vida en santidad por la fuerza de voluntad, o los esfuerzos humanos, apelando una y otra vez a palabras condenatorias que mantienen una conciencia de culpabilidad y que nunca consiguen la paz del alma y el reposo del espíritu (cf. Heb.9:9-14).

El clericalismo pretende dominar la grey mediante un liderazgo paralizador, es el dominio de una casta superior. Se convierte en un intermediario para que la persona reciba los sacramentos vivificantes o la oración para ser bendecido.

El sectarismo pretende inculcarnos el exclusivismo y el monopolio de la verdad. Solo hay salvación a través de la estructura eclesiástica, y fuera de ella condenación y muerte. Con esto no quiero decir que se puede ser salvo a través de cualquier religión, sino que el sectarismo que menciono pretende transmitir el mensaje de que fuera de la cobertura de un líder o su sistema religioso estarás expuesto a la ruina de tu vida por haber abandonado el lugar de protección y seguridad.

La respuesta de Dios a esta suplantación y falsificación de la vida espiritual es la vivificación, es decir, volver a dar vida a quién una vez la tuvo y que ahora se ha apagado. Ese regreso a la vida viene por el clamor de un pueblo que se ha hastiado de la manipulación religiosa y busca la realidad y esencia de Dios mismo. Sin mediadores ni esquemas religiosos. El regreso a la vida viene a través de la muerte, el retorno a la cruz de Cristo para hallar la resurrección con él. Es la muerte a los propios deseos y ambiciones para rendirse a la voluntad de Dios de resucitar lo que se ha vivificado. Jesús tiene las palabras de vida, es la voz del Hijo de Dios la que nos sacará de los sepulcros blanqueados y el sucedáneo religioso. Jesús mismo es nuestra vida. Cristo en nosotros la esperanza de gloria.

                Tú, que me has hecho ver muchas angustias y males,

          Volverás a darme vida, (vivificar)

          Y de nuevo me levantarás de los abismos de la tierra.

                Aumentarás mi grandeza,

          Y volverás a consolarme (Salmo, 71:20-21).

Resumiendo

¿A dónde queremos llegar con todo lo expuesto? En primer lugar a decir que es un hecho nuestro alejamiento de los propósitos originales de Dios para su congregación. Que gran parte de lo que hoy llamamos iglesia no es sino un formato eclesiástico religioso, por mucho que se nos llene la boca de proclamas bíblicas, porque en lo referente al concepto iglesia partimos de posiciones equivocadas y eso nos conduce a conclusiones erróneas. Estamos tan acostumbrados a estas formas de funcionamiento, tan atrapados en esta estructura que nos parece imposible sobrevivir como creyentes fuera de ellas. Realmente no sabemos cómo puede ser de otro modo, ¡tan lejos estamos de la realidad de ser guiados por el Espíritu de Dios! Vivimos más por nuestro esfuerzo y habilidades que por la dirección del Espíritu Santo. Ponemos el énfasis en los medios a utilizar más que en las personas. La obra de Dios son las personas, los redimidos, no el programa o el presupuesto. Necesitamos pararnos y meditar en nuestros caminos y preguntar por las sendas antiguas, cual sea el buen camino, y andar por él, y hallaremos descanso para nuestras almas (cf. Jeremías, 6:16). El mensaje es: salir de Babilonia, es decir, un sistema religioso, y entrar en Jerusalén, la vida en el Espíritu. El autor de los hebreos nos dice:

Porque no os habéis acercado al monte que se podía palpar, y que ardía en fuego, a la oscuridad, a las tinieblas y a la tempestad,   al sonido de la trompeta, y a la voz que hablaba, la cual los que la oyeron rogaron que no se les hablase más, porque no podían soportar lo que se ordenaba: Si aun una bestia tocare el monte, será apedreada, o pasada con dardo; y tan terrible era lo que se veía,  que Moisés dijo: Estoy espantado y temblando; sino que os habéis acercado al monte de Sión, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, a la compañía de muchos millares de ángeles, a la congregación de los primogénitos que están inscritos en los cielos, a Dios el Juez de todos, a los espíritus de los justos hechos perfectos, a Jesús el Mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel (Hebreos, 12:18-24).

Aquí tenemos una dimensión de la realidad del cuerpo de redimidos que supera ampliamente la rutina religiosa alrededor de un centro de reunión. Cuando la imagen que tenemos en nuestro interior de nuestro acercamiento a la iglesia de Dios, es un edificio de ladrillos “santificado” para Dios, nos hemos quedado en el monte que se puede palpar y tocar, donde los sentidos se estremecen y quedan aterrados por las manifestaciones que giran alrededor del monte. En muchas iglesias locales hay manifestaciones de diversos tipos que en sí mismas no son una garantía de habernos acercado al verdadero Trono de la gracia; por mucha terminología bíblica acerca de buscar la presencia de Dios y aunque haya cierta gloria por la reunión de los santos; es un ministerio de condenación que tuvo su gloria pasajera, porque su base y centro es el viejo régimen de la letra, grabado en piedras.

El apóstol Pablo nos dice que: “si el ministerio de muerte grabado con letras en piedras fue con gloria, tanto que los hijos de Israel no pudieron fijar la vista en el rostro de Moisés a causa de la gloria de su rostro, la cual había de perecer, ¿cómo no será más bien con gloria el ministerio del espíritu? Porque si el ministerio de condenación fue con gloria, mucho más abundará en gloria el ministerio de justificación… porque si lo que perece tuvo gloria, mucho más glorioso será lo que permanece” (2 Co.3:7-11). Nota que el ministerio de muerte grabado en piedras, el rostro de Moisés, el ministerio de condenación y perecedero tuvo gloria, una gloria pasajera pero manifiesta; esto es precisamente lo que nos confunde y engaña en muchos de nuestros cultos; una gloria pasajera que se vende como avivamiento, unción, la presencia de Dios, etc. pero que no alcanza a la transformación de los hijos porque su base emerge de un sistema religioso caduco, perecedero y que deja a muchos en decepción por una expectativa sobredimensionada que conduce finalmente a la dispersión de la grey de Dios.

Sin embargo, existe una realidad mayor, una dimensión de gloria mayor que la del monte que se puede palpar, pero en muchos casos nosotros nos conformamos con esa gloria momentánea y perecedera; porque el entendimiento está embotado y un velo cubre la realidad más elevada del Nuevo Pacto: la entrada al Trono de la gracia, el acercamiento a la ciudad celestial, a la congregación de los primogénitos inscritos en los cielos, a Jesús el mediador de un nuevo pacto, y a la sangre rociada… Para este acercamiento es necesaria la revelación y acción del Espíritu en nuestras vidas. Para venir al monte que se puede palpar no es necesaria, son los sentidos los que actúan y quedan prendados ante el alarde y poderío de las manifestaciones de los llamados “ungidos” y mediadores. No estoy negando las manifestaciones, estoy diciendo que hay otra realidad mayor que depende de la edificación del espíritu nuevo para movernos en el Espíritu de Dios. Esta dimensión no se puede fabricar, no es un sucedáneo, es la realidad más elevada del Reino de Dios entre nosotros.

La mayoría de creyentes que asisten a las iglesias locales se conforman con la “realidad” de acercarse al monte físico, al lugar de culto y hacen de ese lugar el centro de su vida espiritual. Tienen sus experiencias, sus cánticos, predicaciones, amistad, reuniones sociales, compañerismo, actividades entretenidas, etc., por tanto, salen del lugar contentos y convencidos de haber estado en la presencia de Dios y haber cumplido con los requisitos para obtener el favor de la divinidad y vivir protegidos del mal. Estas prácticas religiosas son muy comunes entre los creyentes. Tienen su parte de compensación y muchos se conforman con seguir esta rutina hasta el día del juicio final. Son conformistas, se han plantado, tienen lo que buscan. El conflicto lo tienen los que buscamos profundizar, no conformarnos con este sistema religioso porque algo en lo hondo de nuestro ser nos dice que la vida cristiana, el propósito de Dios, es mucho más que ese rodear el monte y entretener la vida dando vueltas por el desierto sin entrar a la tierra prometida. La tierra prometida es el Trono de la gracia, el Lugar Santísimo, la comunión íntima con el Padre por el espíritu de adopción. Sí, necesitamos congregarnos, necesitamos la comunión con el cuerpo de Cristo, pero no para  formar una torre que nos lleve al cielo, sino para adorar a Dios en espíritu y en verdad.

La iglesia de Dios (congregación) no es un edificio de ladrillos, sino la familia de Dios, una familia compuesta de los redimidos por la sangre del Cordero de todo pueblo, lengua y nación; llamados a salir de todo sistema mundano y vivir en los parámetros del Reino de Dios; por  los principios del Reino de Dios, para servir a Dios (no a un sistema formado por la jerarquía eclesiástica) y esperar de los cielos al Salvador.

La iglesia de Dios es una comunión (koinonia) de creyentes construida con piedras vivas en el edificio de Dios. Es un organismo vivo guiado por el Espíritu Santo. El libro de los Hechos muestra esto con toda claridad. El Espíritu de Dios guiaba a la congregación de Dios paso a paso. Es la manifestación de la multiforme gracia de Dios repartida  a cada miembro en particular y expresada en la libertad de los hijos de Dios, con la diversidad de dones y funciones que operan en este mundo como luz y sal.

Hoy tenemos una gran parte del pueblo disperso y desamparado como ovejas sin pastor (cf. Mateo, 9:36-38). Así vio Jesús a las multitudes de su generación y sin embargo, esas mismas personas se reunían todos los sábados en la sinagoga, tenían un liderazgo que les enseñaba las Escrituras, pero el Maestro las vio dispersas y desamparadas ¿por qué? porque no había obreros; jerarquía sí; sistema religioso sí; pero obreros no. En muchas iglesias locales de nuestro tiempo ocurre lo mismo hoy. Las multitudes se congregan en torno a un centro de reunión pero en su realidad interna están dispersas y desamparadas. Los intereses de algunos líderes no pasan por el bienestar y la edificación del cuerpo de Cristo, sino más bien por el bienestar propio, la realización personal, conseguir puestos de relevancia e influencia, construir una torre que llegue al cielo y sea la admiración de propios y extraños.

Por supuesto que hay centros de reunión donde se realiza una verdadera obra de edificación de los creyentes y que hacen avanzar el reino de Dios. Claro que hay dones ministeriales que son verdaderos tesoros en el cuerpo de Cristo y a los que reconocemos, amamos y honramos, aunque muchos de ellos sean desconocidos (tacmonitas 2 Samuel, 23:8) y no “estrellas” de la televisión. Pensemos en muchos de los profetas que anduvieron errando por los desiertos, los montes, las cuevas y las cavernas de la tierra; ajenos al sistema religioso de su época pero que alcanzaron buen testimonio mediante la fe y el servicio que realizaron a favor del pueblo de Dios. Pienso en Elías, Eliseo, Micaías, Jeremías, David en los días cuando huía de Saúl, en Juan el Bautista y el mismo Maestro y Mesías. De los cuales el mundo no era digno pero eran ellos los que hacían avanzar el Reino de Dios en la tierra.

Otros experimentaron vituperios y azotes, y a más de esto prisiones y cárceles. Fueron apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos a filo de espada; anduvieron de acá para allá cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, pobres, angustiados, maltratados; de  los cuales el mundo no era digno; errando por los desiertos, por los montes, por las cuevas y por las cavernas de la tierra. Y todos éstos, aunque alcanzaron buen testimonio mediante la fe, no recibieron lo prometido; proveyendo Dios alguna cosa mejor para nosotros, para que no fuesen ellos perfeccionados aparte de nosotros (Hebreos, 11:36-40).

Estos y muchos otros son la gran nube de testigos que tenemos delante de nosotros para correr la carrera. Esa es la parte de la congregación de Dios que está inscrita en los cielos; los espíritus de los justos hechos perfectos; modelos de fe para nuestra vida. La iglesia del Dios vivo está compuesta por los redimidos que viven en los cielos y los que viven en la tierra. Pongamos la mirada en las cosas de arriba, nuestros ojos fijos en Jesús, el autor de la fe y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante; despojándonos de todo peso y del pecado que nos envuelve tan fácilmente.

Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios. Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar (Hebreos, 12:1-3).

Sirvamos a Dios con alegría sin someternos a la esclavitud y la tiranía de sistemas opresivos que pretenden dominar el cuerpo de Cristo y enseñorearse de él. Amemos a los santos de Dios, congreguémonos para adorar a Dios en espíritu y verdad, y vivamos la totalidad de nuestras vidas con la consciencia de que somos un espíritu con Jesús, una piedra viva en el edificio de Dios y honremos Su Nombre en todo lo que hacemos de palabra y de obra.

La fiebre por los sueños (12) – A modo de conclusión

CONCEPTOS ERRADOSPara ir concluyendo con este tema que da para mucho más, recapitulemos algunos aspectos necesarios para tener en cuenta y que puede resumir lo que hemos querido decir a lo largo de este capítulo.

En primer lugar constatar que sí, hay sueños de Dios; también hay sueños humanos y por supuesto pesadillas y terrores nocturnos. Que cuando hablamos de sueños hoy, casi siempre estamos pensando en deseos, planes o proyectos que queremos ver cumplidos y para ello nos valemos de lo que tengamos más a mano o se haya puesto de moda. Por ejemplo. No hace mucho ha salido un libro titulado “El secreto” de Rhonda Byrne que ha tenido gran difusión. El mensaje básico del libro es que podemos conseguir todo lo que deseemos puesto que el Universo responde al magnetismo de nuestros deseos, por tanto todo lo que queramos con suficiente fuerza, sea bueno o malo, lo recibiremos porque las leyes del Universo así lo confirman. Y se dan los ejemplos de algunos “maestros” que han usado semejante “secreto” para conseguir las metas que se propusieron. Al leer de pasada este libro no pude menos que confirmar que coincide en muchos casos con algunas enseñanzas de ciertos predicadores del “evangelio de la prosperidad”.

Porque se ha puesto de moda hablar de conseguir sueños. Es un mantra repetido como algo mágico. Lo repiten los políticos, los actores, los escritores, los deportistas y por supuesto muchos pastores. En muchos casos es imposible realizar algunos sueños porque tienen como base el talento innato de cada ser humano. Yo no puedo tener el sueño de ser un gran músico porque sencillamente no tengo ni idea de música, y por mucho que lo sueñe, lo desee y anhele, estaré dando coces contra el aguijón. Por tanto no se trata de tener fiebre por los sueños, sino de someterse a la voluntad de Dios para nuestras vidas. Descubrir el propósito de Dios, saber lo que tenemos y podemos hacer en Cristo, porque en Él habita toda la plenitud de la Deidad y estamos completos en Él (cf. Colosenses, 2:9,10). Esta fue la oración de Pablo.

Por lo cual también nosotros, desde el día que lo oímos, no cesamos de orar por vosotros, y de pedir que seáis llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual, para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios; fortalecidos con todo poder, conforme a la potencia de su gloria, para toda paciencia y longanimidad; con gozo dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz; el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados” (Col. 1:9-14).

Podemos ver el brillo de este mundo o las glorias de la cruz. Donde esté nuestro tesoro allí estará también nuestro corazón y nuestras fuerzas, y nuestra voluntad y emoción.

Este es un terreno sembrado de cizaña. La semilla que pretende ser palabra de Dios o voluntad de Dios es muy parecida a nuestros deseos y pasiones pero sus frutos son muy distintos.

kakaA veces ocurren cosas en nuestras vidas que nunca hemos soñado, ni pensado, ni imaginado. Hace poco nuestro hermano en la fe y jugador de futbol del Real Madrid, Kaká, salió en el programa “Mi esperanza” diciendo que nunca había soñado con ser el mejor jugador del mundo, sin embargo, lo ha conseguido en años anteriores. Y es que hay Uno que es poderoso para hacer todas las cosas mucho mas abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros (cf. Ef.3:20).

Nos dicen que solo conseguimos lo que soñamos, es decir, que lo que no soñamos no podemos conseguirlo. Falso. De otra manera no necesitamos a Dios y su acción en nosotros. Solamente soñemos, ¿para qué necesitamos a Dios? ¡Ah, sí. Para que apoye y confirme nuestros sueños! Lo que esconde esta enseñanza extrema es la emancipación e independencia. Es el pecado en su origen, como el de “los ángeles que no guardaron su dignidad, sino que abandonaron su propia morada” (Judas, 6). El querubín Lucifer que no se conformó con el papel asignado sino que quiso ser como Dios, independizarse del Creador, actuar por su propia cuenta (cf. Ez.28:11-19). Se repitió, como hemos visto, en la acción independiente de Adán y Eva no sujetándose a la palabra y voluntad de Dios. La tentación fue: “Seréis como dioses” ¿Para qué necesitamos a Dios si podemos serlo nosotros mismos y no estar sujetos a su soberanía?

Nuestros sueños humanistas nos conducen a la autocomplacencia, la autodeterminación y la autosuficiencia. A ser dueños de nuestro propio destino. La Biblia no dice eso. “Yo sé, oh Señor, que no depende del hombre su camino, ni de quién anda el dirigir sus pasos” (Jer.10:23 LBLA). “Por el Señor son ordenados los pasos del hombre, ¿cómo puede, pues, el hombre entender su camino?” (Pr.20:24 LBLA). “Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar; sobre ti fijaré mis ojos” (Sal.32:8). “Por YHWH son ordenados los pasos del hombre, y él aprueba su camino” (Sal. 37:23). “¿Y quién de vosotros, por ansioso que esté, puede añadir una hora al curso de su vida?” (MT.6:27 LBLA). “Pero buscad primero su reino y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Por tanto, no os preocupéis por el día de mañana; porque el día de mañana se cuidará de sí  mismo. Bástele a cada día sus propios problemas” (Mt.6:27,33,34 LBLA). “Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia” (Ro.9:16 LBLA).

Soy consciente que este enfoque nos conduce al dilema del libre albedrio y la soberanía de Dios, pero esto es lo que dice la Biblia en los textos que hemos visto. Lo que encontramos una y otra vez es la confluencia entre la voluntad de Dios y la nuestra. Dios produce en nosotros el querer y el hacer (cf. Fil.2:13). Dios despierta nuestro espíritu para levantarnos a edificar y resplandecer (cf. Esdras, 1:1,2,5) (cf. Isaías, 60:1-3). Cuando sometemos nuestra voluntad a la Suya y andamos por Sus caminos y no los nuestros es cuando obtenemos el resultado y propósito de nuestra vida; la verdadera realización de los sueños, ese es nuestro contentamiento. Pablo lo resumió con estas palabras: “Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerios que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios” (Hch.20:24).

¿No habremos substituido la carencia de la manifestación de los dones del Espíritu por los sueños humanistas? El Señor, por boca del profeta Jeremías, nos dice: “Paraos en los caminos, y mirad, y preguntad por las sendas antiguas, cuál sea el buen camino, y andad por él, y hallaréis descanso para vuestra alma” (Jer.6:16).

Está de moda crear necesidades para suplirlas luego con el producto que nos quieren vender. Todo ello pertenece al mundo mercantil y consumista. Algunas de esas necesidades son reales y se ha conseguido dar verdaderas respuestas que son un alivio y ayuda para los seres humanos, otras son sencillamente para acumular artilugios y estar entretenidos hasta el día del juicio final.

En la iglesia se ha creado la necesidad de triunfar, crecer en número, alcanzar metas, realizar nuestros sueños. La Biblia lo reduce a Cristo, alcanzar la plenitud que hay en Cristo, estamos completos en Él, por tanto nuestra mayor necesidad es descubrir “todo el bien que está en vosotros por Cristo Jesús” (Filemón, 6). Esta verdad básica y eterna la hemos reemplazado con la fiebre por los sueños, que en una buena medida significa conformarse al estilo de vida de este mundo, con sus valores y principios de realización personal.

Puede ser que esta fiebre por los sueños sea simplemente un substituto del sometimiento a la voluntad de Dios. Podemos disfrazar nuestra desobediencia con la pretensión de conseguir sueños dando por hecho que ello es hacer la voluntad de Dios. El apóstol Pablo nos advirtió del carácter de los hombres en los últimos tiempos diciendo que: “serán amadores de sí mismos”, pero “tendrán apariencia de piedad” (2 Tim.3:1-5).

La Biblia Dice que hemos sido salvos para obedecer, no para conseguir sueños (cf. 1 Pedro, 1:2). María, la joven judía que dijo sí a la voluntad de Dios para ser madre del Mesías, obedeció diciendo: “hágase conmigo conforme a tu palabra” (Lc. 1:38), no según mis sueños. Ella nunca tuvo el sueño de ser portadora de la simiente que había de venir como Redentor, fue la voluntad de Dios desde antes de la fundación del mundo.

El mismo Jesús se sometió a la voluntad del Padre diciendo: “Padre mío, si es posible, pase de mi esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú” (Mt.26:39). El apóstol Pablo, una vez que salió de la ignorancia de perseguir a los creyentes, en el mismo momento cuando el Señor a quién perseguía se le apareció, sus primeras palabras fueron: “¿Quién eres Señor?”, y la segunda, “¿Qué haré, Señor?” (Hch.22:8-10). Dios le había mostrado al discípulo Ananías lo que serían “los sueños” del futuro apóstol Pablo: “El Señor le dijo: Ve, porque instrumento escogido me es éste, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel; porque yo le mostraré cuánto le es necesario padecer por mi nombre” (Hechos, 9:15-16). Y este mismo apóstol le dijo a su discípulo Timoteo: “Todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución” (2 Timoteo, 3:12). Es el mismo mensaje que ya había dado a todos los discípulos en sus viajes misioneros. “Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios” (Hechos, 14:22). ¡Cómo ha cambiado el mensaje!

Lo que muchos “apóstoles” predican hoy es la realización personal mediante la consecución de grandes sueños. Arrastran a multitudes hechizadas por el sueño de «El Dorado». Han sacado el tropiezo de la cruz (cf. Gálatas, 5:11), la locura de la cruz y la persecución del mensaje de la cruz de Cristo.  Pablo vuelve a escribir: “Todos los que quieren agradar en la carne, os obligan a que os circuncidéis, solamente para no padecer persecución a causa de la cruz de Cristo” (Gálatas, 6:12). La obligación de circuncidarse en el contexto que estamos tratando es sencillamente adaptarse al sistema predominante, a la corriente que predomina en nuestros días, en este caso el humanismo, el relativismo, el conformismo, la permisividad, el hedonismo y la idolatría del ego. Todo ello para no sufrir persecución a causa de la cruz de Cristo. Este tema lo veremos más ampliamente en el próximo capítulo.

Honoré de BalzacCierto tipo de sueños son un escape de la dura realidad. Las ensoñaciones tienen su tiempo, especialmente en la infancia. Queremos escapar, evadirnos de la cruda realidad que en ocasiones nos azota y eso tiene su lugar, lo necesitamos temporalmente, pero cuando se constituye en nuestra forma de vida acabamos siendo irresponsables, cobardes, huidizos, insensibles y metidos en una burbuja que el día cuando explota se nos hunde el suelo bajo nuestros pies. Recuerdo haber leído del escritor Honoré de Balzac que vivía tan absorbido por sus personajes literarios que estando en su lecho de muerte llamaba a uno de los médicos que él mismo había creado para que viniera a socorrerle.

Jesús no eludió su realidad que significaba ir a Jerusalén para cumplir la voluntad predeterminada. Lo hizo afirmando su rostro con determinación (cf. Lc.9:51). Podemos caer en la trampa del perezoso eludiendo el trabajo porque estemos absorbidos por las vanas imaginaciones. “El deseo del perezoso le mata, porque sus manos no quieren trabajar” (Pr.21:25). No cabe duda que se puede complementar el esfuerzo y trabajo con anhelar un futuro mejor. El labrador trabaja primero para cosechar sus frutos (cf. 2 Tim.2:6).

A menudo hacemos doctrina de una experiencia y la “vendemos” como dogma de fe. Los sueños conseguidos no satisfacen plenamente. Alivian, nos dan sensación de plenitud y satisfacción temporal, pero seguimos insatisfechos porque queremos más. Cuando hemos conseguido una meta queremos otra. Lo conseguido anteriormente no nos llena. Entramos en una espiral embriagadora, un círculo vicioso que nos altera y domina por el deseo irrefrenable de consumir. Pero la vida tiene tantas caras, etapas y circunstancias movibles que aunque seamos personas exitosas en un terreno, experimentamos la necesidad o derrota en otro. Aunque algunas de nuestras necesidades estén suplidas siempre hay otras facetas en las que siguen sin cubrirse y nos mortifican. Nunca encontramos un estado de felicidad completa ni duradera porque vivimos en un mundo cambiante y movible. Lo eterno e inconmovible está por delante.

He oído algunos predicadores en cultos de frenesí prometer una vida sin dolor, sin enfermedades, sin necesidades económicas y todo ello aquí en la tierra. A eso le llamo el sueño de «El Dorado» y beber el elixir de la eterna juventud. No es nuevo, pero sigue siendo falso. Jesús dijo: “en el mundo tendréis aflicción”. Podemos ser sanados, podemos recibir respuestas a nuestras necesidades económicas y de cualquier tipo, pero de ello no se desprende que hemos llegado al milenio, ni al reino mesiánico, eso le corresponde a Dios y su Mesías. Podemos experimentar las primicias, los primeros frutos, pero siempre estaremos sometidos a la esclavitud del presente siglo malo hasta que venga el Señor de gloria y entremos en el siglo venidero.

Hay quienes tienen éxito en el trabajo y sus casas están en ruinas y viceversa. Nuestra suficiencia está en Jesús, la fuente de agua viva. Hay quienes triunfan en cualquier área de sus vidas pero mantienen una lucha infernal en otra. El mismo apóstol Pablo tenía un aguijón en su carne que le recordaba su debilidad, su extrema debilidad y dependencia de la gracia de Dios. Hay pocos, si los hay, que escapen de cierto tipo de aguijón en sus vidas. Sea  en el carácter, en la familia, en los negocios, con los hijos. Me temo que en muchos casos hemos cometido dos males, como dijo el profeta Jeremías: “Porque dos males ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retiene el agua” (Jer.2:13).

El pozo de SicarConsidero que hemos regresado a buscar agua en el pozo de Sicar, donde iba diariamente la mujer samaritana, antes que beber de la fuente de agua viva que brota de Jesús mismo. Debemos volver a recordarnos que cualquiera que bebe del agua de los sueños, vuelve a tener sed, “mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna” (Juan, 4:13,14).

Lo que suele faltar en el mensaje de los “cumplidores de sueños” es: la naturaleza del pecado, los deseos engañosos, denunciar la vanagloria de la vida, el no conformarse a este mundo, el juicio de Dios, la cruz de Cristo, la humillación del mensaje de la cruz, la humildad de los hijos del Reino, el sometimiento a la voluntad de Dios, la esperanza de gloria, el arrepentimiento de obras muertas, ser guiados por el Espíritu y no por los sueños, no tener el control de sus vidas y no predicar lo que es locura para el mundo, sino los sueños del sistema de este mundo.

No recuerdo ni una predicación de Jesús o sus apóstoles en el sentido de cómo conseguir nuestros sueños. ¿De dónde sale este mensaje entonces? De buscar la gloria pasajera de este mundo, por eso el mundo lo oye. Es de la tierra, terrenal. Son las doctrinas paganas de los antiguos cultos de Canaán con los que no debían mezclarse los israelitas, pero que acabaron asimilando para llegar al cautiverio y Babilonia. No son las palabras de esta vida que predicó el apóstol Pedro en la legendaria casa de Cornelio, el primer gentil recibiendo el evangelio del Reino.

Este tema es difícil de discernir correctamente porque está mezclado con alma y espíritu. La verdad de la palabra de Dios es la que tiene la capacidad de ayudarnos a discernir y separar estas mezclas que nos han inundado. La verdad de Dios descubre las verdaderas intenciones del corazón humano. Espero que haya podido echar un poco de luz, más que un jarro de agua fría, para separar y discernir lo que hemos mezclado y confundido.  “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (Hebreos, 4:12,13).

La fiebre por los sueños (11) – Lo que veía Jesús

CONCEPTOS ERRADOSVolvamos a leer el pasaje donde Jesús enseña la importancia de tener un  buen ojo, dice así:

«Nadie pone en oculto la luz encendida, ni debajo del almud, sino en el candelero, para que los que entran vean la luz. La lámpara del cuerpo es el ojo; cuando tu ojo es bueno, también todo tu cuerpo está lleno de luz; pero cuando tu ojo es maligno, también tu cuerpo está en tinieblas. Mira pues, no suceda que la luz que en ti hay, sea tinieblas. Así que, si todo tu cuerpo está lleno de luz, no teniendo parte alguna de tinieblas, será todo luminoso, como cuando una lámpara te alumbra con su resplandor» (Lucas 11:33-36).

La Lámpara del cuerpo es el ojo. Si la lámpara es buena veremos bien, si fuera mala nuestra visión se distorsionará. En ocasiones usamos la expresión, “depende de los ojos con que lo mires“, para llegar a un punto de entendimiento con otras personas. Es decir, si miramos con los mismos ojos veremos lo mismo; si lo vemos con visiones opuestas llegaremos a la contienda. ¿Cuáles son los ojos buenos? Sin lugar a duda los de Dios; los pensamientos de Dios; Su palabra debe guiar nuestra visión. “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo JHWH. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos” (Is.55:8,9).  “Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino” (Sal. 119: 105).

En el Nuevo Pacto Dios coloca esos ojos en nuestro espíritu por medio de Su Espíritu para guiarnos a Su voluntad, Sus visiones, Sus obras, Sus caminos (cf. Pr.20:27) (cf. Ez.36:26-27) (cf. 1Co.2:12). El ojo bueno trae luz sobre todo el cuerpo; produce vida y sanidad y conoce la voluntad de Dios. El ojo malo atrae las tinieblas sobre todo el ser, produce engaños, tristeza, depresión, inseguridad, enfermedad y confusión. No podemos menospreciar las advertencias de Jesús y dejar vagar nuestra mirada de forma indisciplinada, puesto que existe un reclamo continuo para captar nuestra atención visual y hacernos caer de nuestra firmeza. Captemos la visión de Jesús.

Jesús es nuestro equilibrio en todo campo de nuestra vida. Él vivió una vida de visión clara y nunca se apartó de ella. Cuando el Maestro les dijo a sus discípulos: “Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres” (Mt.4:19), les estaba dando las claves para el éxito según Dios. En la expresión “venid en pos de mi” está implícito en el original el siguiente mensaje: “tened mi visión, usar mis métodos”. Pues bien, la pregunta es sencilla ¿Cuál era la visión de Jesús? ¿Dónde ponía su mirada? Veamos algunos ejemplos:

La mirada de Jesús1. En los futuros discípulos. “Andando Jesús junto al mar de Galilea, vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y Andrés su hermano, que echaban la red en el mar; porque eran pescadores. Y les dijo: Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres. Ellos entonces, dejando al instante las redes, le siguieron. Pasando de allí, vio a otros dos hermanos, Jacobo hijo de Zebedeo, y Juan su hermano, en la barca con Zebedeo su padre, que remendaban sus redes; y los llamó” (Mateo 4:18-21).

2. En las multitudes. Viendo la multitud, subió al monte… y abriendo su boca les enseñaba” (Mt. 5:1). “Y al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor” (Mt.9:36).  “Y saliendo Jesús, vio una gran multitud, y tuvo compasión de ellos, y sanó a los que de ellos estaban enfermos” (Mt. 14:14). La visión de Jesús es una visión de multitudes para enseñar, de enviar  a sus obreros a suplir sus necesidades y sanarlas.

3. En la cosecha. Esa visión fue la que transmitió a sus discípulos cuando les dijo: “¿No decís vosotros: aún faltan cuatro meses para que llegue la siega? He aquí os digo: Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya están blancos para la siega” (Juan, 4:35).

4. Los enfermos y necesitados. “Vino Jesús a casa de Pedro, y vio a la suegra de éste postrada en cama, con fiebre. Y tocó su mano, y la fiebre la dejó; y ella se levantó, y les servía” (Mt.8:14). “Al pasar Jesús, vio a un hombre ciego de nacimiento…” (Jn.9:1).

5. Los que tienen fe. “Y sucedió que le trajeron un paralítico, tendido sobre una cama; y al ver Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: Ten ánimo, hijo; tus pecados te son perdonados” (Mt.9:2).

6. Las cosas de arriba: El cielo. “Entonces Pedro, tomándolo aparte, comenzó a reconvenirle, diciendo: Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te acontezca. Pero él, volviéndose, dijo a Pedro: ¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres” (Mateo, 16:22,23).

7. Las cosas de arriba: la voluntad del Padre. “Respondió entonces Jesús, y les dijo: De cierto, de cierto os digo: No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente” (Jn. 5:19). Yo hablo lo que he visto cerca del Padre; y vosotros hacéis lo que habéis oído cerca de vuestro padre” (Jn. 8:38).

En síntesis podemos decir que la visión de Jesús era hacer la voluntad del Padre. Él enfatizó una y otra vez que había venido para hacer la voluntad del Padre, esa era su comida: hacer la voluntad del que le envió y acabar su obra. Y la cumplió en su plenitud. Al orar al Padre antes de encarar la cruz dijo: “Padre, te he glorificado en la tierra y he acabado la obra que me diste que hiciese” (Jn. 17:4).

Este es el secreto para una vida con visión equilibrada en la tierra: poner la mirada en las cosas de arriba (cf. Col.3:1-4). Este fue también el éxito de Moisés; escogió el llamamiento divino antes que las riquezas del mundo, porque su mirada espiritual le conectaba con los resultados eternos de servir a Dios y no con los deleites temporales del pecado (cf. Heb. 11:24-26).

En la nueva vida en Cristo hay también una nueva visión para vivir abandonando los viejos hábitos pecaminosos de nuestros ojos.

“Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás. Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo…” (Efesios 2:1-5).

La fiebre por los sueños (10) – Un buen ojo

CONCEPTOS ERRADOSUn buen ojo

Las Escrituras nos enseñan que existe una conexión entre lo que ven nuestros ojos y la salud integral de todo nuestro ser. La visión que tenemos afecta a nuestro interior con luz o tinieblas, vida o muerte. Podemos resumirlo diciendo que visión es ver, tener visión es ver algo; ahora bien, lo que vemos y la fuente de donde procede determina el resultado de la visión para luz o tinieblas. El libro del Génesis nos muestra esta verdad en toda su crudeza. Satanás conocía esta relación entre: visión-deseo-acción. La visión de lo que vemos forma imágenes, que a su vez se traducen en deseos de poseer lo que vemos, y que culminan en las acciones correspondientes.

Esta verdad opera tanto en el reino de la luz como en el dominio de las tinieblas. Jesús lo dijo, si el ojo es bueno habrá luz; pero si mira y persiste en lo que es malo se llenará de tinieblas.

Eva fue atraída maliciosamente hacia lo prohibido. El diablo sembró expectativas maravillosas del mundo oculto para el ser humano. Le dijo a Eva: “No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él [el árbol de la ciencia del bien y del mal], serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal” (Gn.3:5). Esas palabras entraron como puñales en la mente de Eva y empezó a tener imágenes de ese mundo oculto, desconocido, ejerciendo además una autoridad de dioses. O sea, la oferta contenía la gran mentira de llegar a ser dueños y dominadores (“seréis como Dios”) de mundos desconocidos (“serán abiertos vuestros ojos”). El mensaje formó una visión interior en Eva que pronto encontraría su conexión con el mundo físico. «Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto y comió; y dio también a su marido; el cual comió así como ella” (Gn.3:6). Así abrieron la puerta al ocultismo. De esta forma entraron las tinieblas a formar parte del ser humano y así perdió su gloria la creación más elevada de Dios. Ahora bien, el camino de regreso a la dignidad y gloria perdida viene también por una mirada de fe al Gólgota (cf. Juan 3:14,15 con  Números 21:8,9),  al poner los ojos y la fe en Jesús.

La Biblia nos habla de ojos físicos y ojos espirituales. Ambas visiones producen alteraciones que afectan positiva o negativamente a nuestra vida. Lo que vemos físicamente influye en nuestro interior, y la visión interna afectará la orientación de los ojos naturales. Las Escrituras nos muestran cómo esta verdad operó para muerte y maldición en unos casos; y para vida y bendición en otros. El uso que hacemos de nuestros ojos (físicos y espirituales) llenará todo nuestro ser de luz o tinieblas.

Ojo malo (2)Si tu ojo es malo

La caída en pecado de los primeros seres humanos que acabamos de mencionar nos muestra que Dios le dijo al hombre que no tomara y comiera del árbol de la ciencia del bien y del mal (cf. Gn.2:16-17). No le dijo que no lo mirara, si no que no comiera. El árbol estaba delante de ella y seguro que en muchas ocasiones lo había mirado, eso no fue lo malo, sino que Eva se dejó poseer de imágenes, manipuladas por las palabras de la serpiente, que la llevaron a un deseo incontrolado de comer y comprobar las maravillas del mensaje diabólico: “no moriréis… seréis como Dios”. Después de este proceso interior, la visión exterior de Eva cambió; y lo que antes había mirado sin más, ahora lo veía con codicia, su atractivo tenía un ingrediente nuevo: la semilla de la naturaleza corrompida del diablo. Entonces la codicia le venció y actuó independientemente de la Palabra del Creador. Este camino es el que hemos recorrido todos los seres humanos después de Adán y Eva. Esta verdad es tan contundente que está en acción en nuestra sociedad actual de forma continuada. “Cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte” (Stg. 1:14-15).

El caso de Acán. “Y Acán respondió a Josué diciendo: Verdaderamente yo he pecado contra JHWH el Dios de Israel, y así y así he hecho. Pues vi entre los despojos un manto babilónico muy bueno, y doscientos siclos de plata, y un lingote de oro de peso de cincuenta siclos, lo cual codicié y tomé; y he aquí que está escondido bajo tierra en medio de mi tienda, y el dinero debajo de ello” (Josué, 7:20-21). Este suceso que tuvo a Acán como protagonista por tomar del anatema (lo maldecido que no debe tocarse sino destruirse), produjo perturbación en el camino victorioso del pueblo de Israel hacia la conquista de Canaán. El proceso que llevó a este pecado trágico fue el siguiente: “Pues vi entre los despojos un manto babilónico muy bueno, y doscientos siclos de plata, y un lingote de oro… lo cual codicié y tomé; y he aquí que está escondido bajo tierra en medio de mi tienda”. Vi-codicié-tomé, esta es la secuencia que se repite una y otra vez. Se dice que una de las estrategias comerciales que emplean las grandes superficies de ventas es cambiar a menudo los productos de lugar, -lo cual siempre me indigna porque somos tratados como “marionetas”-, con el propósito de que podamos ver nuevas cosas en nuestra búsqueda de lo que realmente necesitamos. De esa forma, al ser desorientados por los cambios, acabamos viendo otros productos que en nuestra rutina semanal no veríamos, siendo expuestos a su consumo.

La gran mancha en la vida del rey David. “Y sucedió un día, al caer la tarde, que se levantó David de su lecho y se paseaba sobre el terrado de la casa real; y vio desde el terrado a una mujer que se estaba bañando, la cual era muy hermosa. Envió David a preguntar por aquella mujer, y le dijeron: Aquella es Betsabé hija de Eliam, mujer de Urías heteo. Y envió David mensajeros, y la tomó; y vino a él, y él durmió con ella. Luego ella se purificó de su inmundicia, y se volvió a su casa. Y concibió la mujer, y envió a hacerlo saber a David, diciendo: Estoy encinta” (2 Sam.11:2-5). El pecado del rey David con Betsabé tuvo el mismo proceso que estamos viendo. Vio a una mujer hermosa, se recreo en esa mirada y concibió deseos de poseerla. Cuando la lujuria de disfrutar a una mujer que no le pertenecía se apoderó de él, quedó tan atrapado que de nada le sirvieron las bases sólidas de su vida en comunión con Dios y su conocimiento de las Escrituras que prohibían tal acción. Todos los principios de su vida quedaron neutralizados ante tal hechizo. Ese fuego incontrolable tuvo su origen en una mirada, no casual, ni pasajera, sino una mirada sostenida, alimentada y amplificada por imágenes interiores de placer físico y afectivo. Vio-codició-tomó.

En estos tres ejemplos podemos ver que todo nuestro ser (espíritu, alma y cuerpo) puede recibir ataques destructivos penetrando a través de nuestros ojos. En Eva vemos el ataque a la vida espiritual, la relación con Dios y la entrada al mundo del ocultismo. En Acán vemos como la codicia por las cosas materiales nos conduce a la derrota (personal y colectiva) y a la muerte. En David encontramos la trampa del alma enlazada por deseos sensuales y afectivos ilícitos. En todos ellos hay elementos comunes en el proceso degenerativo que conducen a una actitud de independencia hacia Dios y Su Palabra. El amor a Dios y al mundo -con sus deseos- son incompatibles. “Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (1Jn.2:16-17).

Ojo buenoSi tu ojo es bueno

La diferente visión de Abraham y Lot. “Y JHWH dijo a Abram, después que Lot se apartó de él: Alza ahora tus ojos, y mira desde el lugar donde estás hacia el norte y el sur, y al oriente y al occidente. Porque toda la tierra que ves, la daré a ti y a tu descendencia para siempre. Y haré tu descendencia como el polvo de la tierra; que si alguno puede contar el polvo de la tierra, también tu descendencia será contada. Levántate, ve por la tierra a lo largo de ella y a su ancho; porque a ti la daré. Abram, pues, removiendo su tienda, vino y moró en el encinar de Mamre, que está en Hebrón, y edificó allí altar a JHWH” (Gn.13:14-18). Hubo un momento en la sociedad que formaban Abraham y Lot cuando tuvieron que tomar la decisión de separarse porque la tierra no era suficiente para que habitasen juntos (cf. Gn. 13:6). En esos momentos la visión de cada uno se puso a prueba. Lot alzó sus ojos y vio toda la llanura del Jordán (cf. Gn. 13:10). Escogió según lo que vieron sus ojos, fue guiado por el informe natural de su vista. Sin embargo, de Abraham dice la Escritura que recibió orden de Dios de alzar sus ojos y mirar desde el lugar donde estaba, y toda la tierra que viera el Señor se la daría a él y su descendencia para siempre (cf. Gn. 13:14-15).

Abraham vio lo que Dios le dijo que viera, Lot vio lo que tenía delante de sus ojos. La visión de Abraham fue en aumento y se ensanchó (cf. Gn.15:5ss.), la visión de Lot se extinguió y perdió todo lo que tenía, sólo pudo salvar su vida y la de sus hijas (cf. Gn. 19:17,30). Dios le enseñó a Abraham el secreto de “ver” partiendo de su vista física y del mundo físico, para penetrar a realidades espirituales mucho más elevadas. Le dijo: Mira las estrellas, así será tu descendencia (cf. Gn. 15:5). También le habló de que su descendencia sería como la arena del mar (cf. Gn.22:17). Este es uno de los grandes secretos de la vida de fe: ver lo que Dios quiere que vea, para obtener lo que Él quiere que tenga. Cuando estamos viendo lo que Dios nos ha prometido en Su palabra no debemos dejar que el ojo natural dirija nuestras vidas, sino la fe que alimenta la visión de Dios. Esta verdad, -que se presta a la mezcla codiciosa del hombre carnal con suma facilidad-, siempre parte de la voluntad de Dios, el origen está en Dios y no en nosotros mismos. Estamos hablando de sueños de Dios, visiones del Espíritu; en muchas ocasiones sin que siquiera hayamos imaginado nada.

Sara imaginó una solución al problema de su esterilidad y concibió la idea de que su marido se llegara a la sierva Agar. Abram accedió y de esa forma nació Ismael, el hijo de la carne (cf. Gn. 16:1-4). De esa anticipación a la promesa de Dios surgió un conflicto que llega hasta nuestros días entre Ismael e Isaac, el hijo de la carne y el hijo de la promesa. Cuando se rompen los diques del temor de Dios aparece la osadía de la presunción. Inventamos soluciones que agravan la situación. El rey Saúl se anticipó a la llegada del profeta Samuel y ofreció el holocausto que no le tocaba hacer a él. Puso sus manos donde nunca tenía que haberlas puesto; se metió en un terreno que no era el suyo y con ello puso las bases para el fracaso, la derrota y la ruina del pueblo (cf. 1 Samuel 13:8-14). Muchos predicadores de hoy están tan deseosos de triunfar que han cambiado el temor de Dios por la presunción y la soberbia. Sueñan, sueñan y sueñan y dicen: “si un sueño muere, sueña otro”. El profeta Samuel le dijo al incipiente rey Saúl: “Locamente has hecho”. Este tipo de locuras y otras similares llevan a mucho pueblo a la dispersión y la decepción. El evangelio sufre pérdida, pero nosotros estamos tan poseídos por “nuestros sueños y visiones” que perdemos toda sensibilidad y nos entregamos con avidez a cometer toda clase de impurezas. Hay que conseguir la realización de nuestros sueños y visiones a cualquier precio, aunque destrocemos la vida de muchos que durante mucho tiempo nos han sido fieles servidores creyendo servir al Señor de la iglesia.

Lo que veía Jeremías. “La palabra de JHWH vino a mí, diciendo: ¿Qué ves tú, Jeremías? Y dije: Veo una vara de almendro. Y me dijo JHWH: Bien has visto; porque yo apresuro mi palabra para ponerla por obra. Vino a mí la palabra de JHWH por segunda vez, diciendo: ¿Qué ves tú? Y dije: Veo una olla que hierve; y su faz está hacia el norte. Me dijo JHWH: Del norte se soltará el mal sobre todos los moradores de esta tierra” (Jer.1:11-14). En este pasaje el Señor le da a Jeremías dos mensajes proféticos a través de ver cosas físicas: una vara de almendro y una olla que hierve. Partiendo de aquí, el profeta recibe revelaciones sobre el futuro de Israel. Un futuro no muy positivo. “Del norte se soltará el mal sobre todos los moradores de la tierra”. Se refiere a la tierra de Israel, al pueblo de la promesa. Un mensaje tan negativo sería impensable para muchos de los predicadores modernos que solo profetizan lo que el pueblo quiere oír: paz y prosperidad, como los deseos navideños de cada año. Los sueños y las visiones de Dios no siempre son para ser grandes y exitosos. Si el pueblo vive lejos de Su voluntad los verdaderos profetas anuncian el juicio de Dios, la disciplina de Dios sobre su congregación. Pero parece que algunos solo piensan en positivo; son más positivos que Dios mismo; ignoran el pecado del hombre, la naturaleza caída y carnal, solo quieren hablar lo que el oído quiere oír, por tanto, han sido desechados, aunque se mantengan en su pequeños reinos de taifas como dominadores. Eso sí, algunos están dispuestos a lanzar juicios y maldiciones execrables contra todos aquellos que no se sometan a “sus visiones y sueños”, entonces si son valientes para maltratar a los disidentes y golpearlos hasta su desaparición. No toleran la más mínima crítica o contradicción porque ello estropea sus ensoñaciones y pone en riesgo su modelo de obstinación en el error. Muchos, como Saúl, comienzan bien, pero se tuercen en algún momento y la obstinación les impide el arrepentimiento que pueda reconducir sus vidas y servicio.

Uno de los puntos clave en mi conversión fue la imagen de un Nuevo Testamento de bolsillo. Caminaba de la mano con mi novia por la ciudad donde nacimos cuando de pronto vimos un pequeño puesto de libros. Nos acercamos y entre todos los que allí se exponían me fijé en un pequeño ejemplar del Nuevo Testamento. Estuvimos un rato ojeando el puesto que la iglesia evangélica de Salamanca tenía en una de las céntricas calles de la ciudad. Ese día no compramos nada, pero la imagen del pequeño NT se me quedó grabada y viví con ella hasta el día siguiente cuando volvimos al mismo lugar para reencontrarnos con ese libro y comprarlo. Los hermanos fueron muy amables y me dieron también una invitación para hacer un sencillo curso Bíblico por correspondencia. Ese Nuevo Testamento aún lo tengo en casa desde hace más de 32 años que lo compré. Lo llevé a la mili guardado en el bolsillo de la camisa y allí comencé a leerlo y hacer el curso Bíblico por correspondencia que durante tanto tiempo han dirigido Daniel Gonzalez, su esposa Carmen y Marta desde Barcelona. Cuando leía sus palabras mi corazón quedaba atrapado y consolado por la vida que transmitían a mi alma y espíritu. Ese NT fue la clave en mi conversión. Todo había comenzado con una imagen, una mirada que activó en mi interior el anhelo por las palabras de vida eterna. Estoy seguro que todos podemos contar experiencias similares de la importancia que ciertas imágenes han tenido en nuestras vidas.

Profeta MicaiasEl inquietante testimonio del profeta Micaías

Desde hace años he podido ver el paralelismo de este episodio que ahora quiero comentar con la práctica de ciertos líderes e iglesias de nuestro tiempo. Lo encontramos en 1 Reyes 22:1-40 y en 2 Crónicas 18:1-34. La secuencia de los hechos narra el episodio en el que el rey de Israel, Acab, quiere recuperar la ciudad de Ramot de Galaad de manos de los sirios que la habían conquistado con anterioridad. Pide ayuda al rey de Judá, Josafat, y ambos llaman a la compañía de profetas afines a lo políticamente correcto. Todos ellos, unos cuatrocientos profetas, consultados por el rey dan el siguiente mensaje:

“Sube, porque YHWH la entregará en mano del rey”. Josafat preguntó si había algún otro profeta para consultar, fue entonces cuando trajeron a Micaías, que al parecer estaba en la cárcel por anteriores mensajes impopulares. Al ser conducido delante de los reyes le informaron lo que la mayoría de profetas estaban anunciando en sus mensajes: prosperidad, cosas buenas y buen éxito. Era un “culto de avivamiento”. Todos con frenesí anunciaron el éxito de la empresa. Había consenso, un mismo sentir, una sola voz, pero falsa. El profeta solitario y encarcelado quiso sarcásticamente sumarse a la fiesta en un principio anunciando lo mismo: “Sube, y serás prosperado, y YHWH la entregará en mano del rey”. Pero Acab se dio cuenta que había ironía en sus palabras por lo que volvió a preguntar.

Y el rey le dijo: ¿Hasta cuántas veces he de exigirte que no me digas sino la verdad en el nombre de YHWH? (1 R.22:16).

Y ahora viene la visión que había tenido el profeta Micaías, muy distinta a la de la mayoría de sus colegas.

Entonces él dijo: Yo vi a todo Israel esparcido por los montes, como ovejas que no tienen pastor; y YHWH dijo: Estos no tienen señor; vuélvase cada uno a su casa en paz (1 R.22:17).

A partir de ese momento surge la gran pregunta: ¿A quién creer? ¿A los cuatrocientos profetas que anuncian cosas buenas, exitosas y prósperas; o por el contrario al solitario y aguafiestas que anuncia una derrota clara y la dispersión del pueblo? Y ahora viene lo más sorprendente. Micaías ha tenido otra visión, y en ella se le aclara el motivo por el cual todos los profetas del rey Acab han sido inducidos al error por Dios mismo.

Y el rey de Israel dijo a Josafat: ¿No te lo había yo dicho? Ninguna cosa buena profetizará él acerca de mí, sino solamente el mal. Entonces él dijo: Oye, pues, palabra de YHWH: Yo vi a YHWH sentado en su trono, y todo el ejército de los cielos estaba junto a él, a su derecha y a su izquierda. Y YHWH dijo: ¿Quién inducirá a Acab, para que suba y caiga en Ramot de Galaad? Y uno decía de una manera, y otro decía de otra. Y salió un espíritu y se puso delante de YHWH, y dijo: Yo le induciré. Y YHWH le dijo: ¿De qué manera? El dijo: Yo saldré, y seré espíritu de mentira en boca de todos sus profetas. Y él dijo: Le inducirás, y aun lo conseguirás; ve, pues, y hazlo así. Y ahora, he aquí YHWH ha puesto espíritu de mentira en la boca de todos tus profetas, y YHWH ha decretado el mal acerca de ti (1 Reyes 22:18-23).

Ahora encontramos otro dilema teológico. ¿Cómo es posible que haya sido el mismo Dios quién ha permitido la acción de un espíritu de error en boca de los profetas de Israel? Cuando vivimos en desobediencia, obstinados en el error, Dios mismo nos deja seguir como le dejó ir a Balaán para maldecir a Israel por indicación de Balac. El padre del hijo pródigo dejó salir de su casa al hijo emancipado, incluso le dio los bienes de la herencia para que los malgastara viviendo bajo el sistema de este mundo. Hemos visto antes que cuando el hombre se endurece en su corazón y cambia la verdad de Dios por la mentira; habiendo conocido a Dios, no le glorifica como a Dios ni le da gracias; cambia la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible (el humanismo), entonces Dios los entrega a la inmundicia, a pasiones desordenadas y a una mente reprobada para hacer cosas que no convienen (cf. Ro.1:18-32). El mismo apóstol lo vuelve a enseñar en la segunda carta a los tesalonicenses hablando del inicuo que aparece en un entorno donde no se recibe la verdad para ser salvos, entonces  abren la puerta para que entre un poder engañoso y crean la mentira. Podemos creer mentiras con toda la convicción del mundo, incluso morir por ellas, pero eso no las hace verdad.

Inicuo cuyo advenimiento es por obra de Satanás, con gran poder y señales y prodigios mentirosos, y con todo engaño de iniquidad para los que se pierden, por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos. Por esto Dios les envía un poder engañoso, para que crean la mentira, a fin de que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la injusticia (2 Tes. 2:9-12).

Llegados a este punto solo el arrepentimiento al estilo del hijo pródigo nos devolverá a la casa del Padre. No siempre es posible, en ocasiones podemos atravesar todos los límites y oportunidades  que nos da el Señor para rectificar, pero si las sobrepasamos nos endurecemos al punto de no retorno. Es el caso del rey Saúl, del traidor Judas o del profano Esaú, que después de menospreciar la primogenitura quiso heredar la bendición y fue desechado, “y no hubo oportunidad para el arrepentimiento, aunque lo procuró con lágrimas” (Hebreos, 12:16,17). No podemos jugar con fuego extraño. Dios es fuego consumidor, pero la teología moderna presenta un dios permisivo, adaptado a los tiempos de relativismo moral, a una bondad engañosa que justifica el pecado y absuelve al pecador sin la obra expiatoria de Jesús. La justicia de Dios no puede ser burlada. Su misericordia es nueva cada mañana para aquellos que se arrepienten a tiempo, y hablo no de los inconversos, sino de aquellos que “fueron iluminados y gustaron el don celestial, y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, y asimismo gustaron de la buena palabra de Dios y los poderes del siglo venidero, y recayeron, sean otra vez renovados para arrepentimiento, crucificando de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios y exponiéndole a vituperio” (Heb. 6:3-6).

Cuando Micaías contó su visión se le acercó Sedequías, uno de los profetas que anunciaban éxito, prosperidad y victoria “y golpeó a Micaías en la mejilla, diciendo: ¿Por dónde se fue de mí el Espíritu de YHWH para hablarte a ti?” (1 R.22:24). Este Sedequías estaba convencido de hablar de parte del Espíritu de Dios, aunque su carácter violento le traicionó. Hay los que solo pueden mantener sus visiones a golpes, con palabras violentas y amenazando a quienes no las apoyan, esa es una prueba de que el Espíritu de Dios realmente no está. Centran sus luchas contra los que tienen otra visión de las cosas. Tienen como prioridad máxima la “eliminación” del disidente. En el caso que nos ocupa los resultados vinieron pronto. La derrota de Israel fue un hecho tal y como había anunciado el profeta de Dios, aunque le tocó vivir aún un tiempo de ser “mantenido con pan de angustia y con agua de aflicción” (1R.22:27).

No siempre las consecuencias se ven tan rápidamente. En ocasiones no hay más remedio que salir al destierro. Durante un tiempo largo se establece el error como forma de vida, pueden incluso pasar generaciones enteras como en el caso del pecado de Jeroboam. Pecado que se va traspasando de generación en generación a través de la fuerza de las tradiciones y que solo culmina el día del juicio.

Claro que podemos caer en el otro extremo: magnificar estos ejemplos en negativo y aplicarlos en todo momento y lugar, quedando paralizados por el temor a equivocarnos. En la Biblia encontramos modelos en ambos lados; la parcialidad se produce cuando solo queremos ver los episodios que confirman nuestra posición y olvidarnos de lo demás. Vivir y andar en el Espíritu requiere sometimiento al Espíritu y la voluntad de Dios y no conformarnos al sistema de este mundo tomando su forma. La cruz de Jesús y nuestra crucifixión con él siempre será el lugar donde encontraremos descanso, verdad y libertad.

La iglesia de hoy necesita hacer suya la oración del apóstol Pablo por los efesios: “Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él, alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza… cuales las riquezas…, y cuál la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza(Efesios, 1:17-19). Y como nuestro modelo es Jesús, sepamos donde tenía Jesús puesta su mirada, cuál era la visión del Maestro.

La fiebre por los sueños (9) Sueños y visiones

CONCEPTOS ERRADOSSueños y visiones ¿cuál es la diferencia?

El profeta Joel habló de un día cuando se derramaría el Espíritu Santo sobre toda carne, ya no solo sobre profetas, reyes y sacerdotes, sino en una dimensión nunca antes vista. Algunas de las características de esas manifestaciones multitudinarias serían una proliferación de los sueños, las visiones y las profecías. El apóstol Pedro relacionó esos días con el derramamiento del Espíritu Santo que tuvo lugar el día de Pentecostés. Ya hemos visto ampliamente lo que queremos decir con sueños, veamos ahora el tema de las visiones.

A veces una visión puede darse en medio de un sueño nocturno, sin embargo, lo general es que las experiencias de visiones se den en un estado de consciencia. Cuando hablamos de visiones hablamos de ver, visualizar, percibir, y estas experiencias pueden darse sobre tres bases distintas: Una visión del Espíritu de Dios, una visión de nuestra propia imaginación en el ámbito del alma, que puede ser buena humanamente hablando o producida por la concupiscencia de la carne. La tercera forma de visión es la que procede del espíritu de este mundo, es decir, de las tinieblas. ¿Qué es lo que prueba un sueño o visión? La palabra de Dios. ¿Quién puede revelar las visiones o los sueños de Dios? El Espíritu de Dios.

Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios. Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios. Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido, lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual. Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente. En cambio el espiritual juzga todas las cosas; pero él no es juzgado de nadie. Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿Quién le instruirá? Más nosotros tenemos la mente de Cristo (1 Co.2:10-16).

         La tentación de nuestros días es confundir las visiones de nuestros propios deseos o ambiciones al estilo mundano de hacer las cosas, con las visiones que nacen del Espíritu de Dios y tienen la fuerza de Dios para sostenerse y abrirse camino a pesar de la oposición o falta de apoyo de otras personas.

Cuando necesitamos manipular, exagerar, coaccionar o presionar a otros para que adopten nuestras visiones o sueños estamos probando que no tienen la fuerza del Espíritu de Dios, y si dejamos de trabajar con todas las fuerzas de nuestro ser en ello se caen y derrumban como un cuerpo muerto.  Lo que ha nacido de Dios vence. Lo que nace del Espíritu de Dios tiene la fuerza de Dios para impulsarse a pesar de la soledad del profeta en muchos casos. Lo que es obra de la carne, carne es y como tal necesitará el apoyo carnal para llevarse a cabo; cuando éste falta el nerviosismo aparece en sus patrocinadores y las presiones sobre otros se acumulan para llenar de cargas las espaldas de muchos creyentes de buen corazón.

         Podemos perseguir sueños propios o de otros como el que corre detrás del viento. Una cosa es recibir una visión de Dios en nuestro corazón, y otra distinta comprar sueños en una conferencia de «soñadores». No puedo imaginar a José, el hijo de Jacob, edificar un ministerio para  enseñar  a sus alumnos cómo recibir sueños de Dios, sueños grandes de llegar  a ser grande en la política de Egipto, y al final de cada clase acabar con estas palabras: «de la misma manera que Dios lo ha hecho conmigo lo hará con vosotros, porque Dios no hace acepción de personas». ¿Es cierto que Dios le dio sueños a José? Si. ¿Podemos tener todos los sueños de José? No. ¿Los principios en la vida de José son válidos para nosotros? Si, si es la voluntad de Dios. No, si surge de la envidia de ser y hacer como José. Con todo esto que quiero decir. Sencillamente que a menudo simplificamos y generalizamos todo de tal forma que olvidamos que es el Espíritu de Dios quién reparte como Él quiere, esa es la enseñanza sobre el cuerpo del apóstol Pablo en su primera carta a los corintios.

Recuerdo una reunión de oración entre colaboradores del trabajo evangelístico que estábamos llevando a cabo en la provincia de Toledo. Varios de los hermanos eran suecos y teníamos a uno de ellos que estaba ministrando la palabra entre nosotros. Uno de los hermanos suecos pidió oración por un asunto personal, lo hizo en esa lengua por lo que los españoles no nos enteramos de la petición. Cuando estábamos orando en círculo por la familia tuve una visión en mi interior. Vi un feto en el vientre de la mujer del hermano que había pedido oración. Lo dije en voz alta: estoy viendo un feto. Los hermanos suecos confirmaron que la petición era precisamente para tener un hijo; la pareja por la que orábamos estaban casados hacía algunos años y aún no tenían descendencia. Al poco tiempo esta familia tuvo su primer hijo varón de nombre Samuel. Lo paradójico es que mi mujer y yo tampoco teníamos hijos en ese tiempo después de varios años casados. Mi esposa me decía «a ver cuando tenía una visión de su propio embarazo». Y llegó, en el momento propicio. En otra reunión de oración a solas con mi mujer, fui orando y viendo el desarrollo de su embarazo hasta el nacimiento de nuestro primer hijo. Lo vi hasta el momento cuando ya andaba por la casa. Por tanto, creo en las visiones de Dios, en ver lo que Dios quiere que veamos, pero es inevitable que nuestra vista nos juegue malas pasadas. Jesús dijo: «La lámpara del cuerpo es el ojo; cuando tu ojo es bueno, también todo tu cuerpo está lleno de luz; pero cuando tu ojo es maligno, también tu cuerpo está en tinieblas» (Lucas 11:34).

La fiebre por los sueños (8) – Soñadores

CONCEPTOS ERRADOSLos «soñadores» de la carta de Judas

Esta pequeña carta está prácticamente dedicada a denunciar  a quienes han mezclado la fe y la sana doctrina con sus ambiciones y codicias para fusionar el evangelio con la impiedad. El tono de la carta es durísimo contra “algunos hombres” (vers.4) que han entrado encubiertamente para convertir en libertinaje la gracia de nuestro Dios. Veamos el recorrido que hace el apóstol sobre estas personas, los calificativos que les atribuye, así como sus formas de vida.

         “Hombres impíos” (v.4) que tuercen la libertad del evangelio para sus fines inicuos. De la misma manera como los que no creyeron después de salir de Egipto; de la misma manera como los ángeles que no guardaron su dignidad; de la misma manera como Sodoma y Gomorra y las ciudades vecinas que habiendo fornicado he ido en pos de vicios contra naturaleza (léase homosexualidad, lesbianismo); de la misma manera, “estos soñadores” (v. 8) mancillan la carne, rechazan la autoridad y blasfeman de las potestades superiores, (un mundo desconocido para ellos pero que entran en él con verdadera osadía e ignorancia), exponiéndose así a ser vapuleados por el mundo espiritual de las tinieblas. Han seguido el camino de Caín; el error y el lucro de Balaam; la contradicción de Coré. Son manchas en vuestros ágapes (comidas fraternales), se apacientan a sí mismos. Son murmuradores, querellosos, que andan según sus propios deseos, cuya boca habla palabras infladas, adulando a las personas para sacar provecho. Andan según sus malvados deseos, causan divisiones, son sensuales y no tienen al Espíritu.

         Todas estas manifestaciones y algunas más que no he citado pero que podéis ver en la carta, están presentes en algunas de las congregaciones del primer siglo a través de “algunos hombres que han entrado encubiertamente” (v. 4). “Han entrado”, se han infiltrado en la comunión de los santos. Lo santo y lo profano unido. Las obras de luz y las obras de las tinieblas mezcladas en la misma asamblea. La exhortación del apóstol a los llamados, santificados y guardados en Jesucristo es a “contender ardientemente por la fe que ha sido dada una vez a los santos” (v. 2 y 3). Este es un tema serio. Si la gracia se convierte en libertinaje; si la verdad del evangelio se transforma en sueños y vanas imaginaciones; si algunos líderes se apacientan así mismos, usando palabras infladas y adulan a las personas para sacar provecho; si se rechaza la autoridad y se blasfema del mundo espiritual con una apariencia de autoridad espiritual que no es sino un alarde de soberbia, estaremos prostituyendo el mensaje y las obras, el propósito de la congregación de Dios y la manifestación de los hijos del Reino.  Acabaremos como los hijos de Esceva. Perderemos el sabor volviéndonos insípidos y peor aún, la casa del Señor, que somos los redimidos, nos habremos vuelto cueva de ladrones.

         Haciendo hincapié en este aspecto melodramático no quiero caer en la tentación de ver enemigos en todas partes, dar por malo todo lo que se sale de la ortodoxia muerta, y sembrar el temor en cualquier levantamiento de la fe y la gloria de Dios como se muestra en Isaías 60:1-3. Una actitud infantil nos ha conducido en muchos casos a impedir juzgar ciertos mensajes de ciertos pastores que parecen intocables porque les avala el éxito; y como al resto de pastores se les hace la boca agua de envidia tienen  miedo a contradecir lo que parece que funciona. Por esa puerta se nos cuelan todo tipo de inventos, sueños, visiones y sistemas de crecimiento que se apartan del Espíritu de Dios para dar entrada al espíritu de este mundo y sus fines que justifican los medios. La madurez está en separar lo vil de lo precioso, en discernir lo santo de lo profano, en desenmascarar la codicia y las ambiciones personales del sentir que hubo en Jesús. Si Dios te ha dado una obra para llevar a cabo, hazla sin pretender ser el único y que todos los demás tengan que hacer lo mismo que tú. Si Dios te ha mostrado un campo para trabajar, ponte a ello sin levantar un monumento a tu nombre y establecer un negocio familiar con tu familia de única heredera. No confundas tu propia ambición, egoísmo y protagonismo con la visión de Dios, porque la visión de Dios honra a Dios y bendice a los hombres. Somos administradores de la gracia, no patrones de iglesias. Seamos fieles al que nos llamó sin pretender aprovechar nuestra posición para ejercer dominio y enseñorearnos de quienes están puestos a  nuestro cuidado. Las ambiciones  mundanas nos han invadido, se toleran como algo normal en muchas congregaciones. Pero Jesús dijo “No será así entre vosotros, el que quiera ser el más grande, que sea como el que sirve” (Mateo 20:25-26).

         El estado de niñez espiritual de los creyentes nos incapacita para ser útiles en la batalla que está por realizarse. La vida carnal que se alimenta de disputas, rivalidades, envidias, celos, suspicacias, egoísmo, narcisismo, hedonismo, realización personal, la consecución de nuestros sueños, el desarrollo de nuestra propia potencialidad humana, la extensión de nuestro ego en obras aparentemente buenas que tienen como base nuestra independencia, todo ello solo nos convierte en estorbos para que la voluntad de Dios avance en la tierra, para que el cumplimiento de los planes de Dios encuentren vasos de honra para ser canales de vida y bendición.

         La carta del apóstol Judas está dirigida a los llamados, los santificados (llamados fuera) y los guardados en Jesucristo. Se dirige a ellos como “amados”. Y al final de la misma vuelve a dirigirse a, “vosotros amados”, con estas palabras:

Pero vosotros, amados, edificándoos sobre vuestra santísima fe, orando en el Espíritu Santo, conservaos en el amor de Dios, esperando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para vida eterna.  A algunos que dudan, convencedlos. A otros salvad, arrebatándolos del fuego; y de otros tened misericordia con temor, aborreciendo aun la ropa contaminada por su carne. Y a aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría, al único y sabio Dios, nuestro Salvador, sea gloria y majestad, imperio y potencia, ahora y por todos los siglos. Amén (Judas 20-25).

         Hay una diferencia entre los amados de Dios y los hombres que entran encubiertamente; hombres impíos, soñadores que se apacientan así mismos, que andan según sus propios deseos, que hablan palabras infladas y adulan para sacar provecho. Andan según sus malvados deseos y son los que verdaderamente causan divisiones, que solo piensan en lo terrenal, cuyo dios es su vientre. En muchos casos se califica de causar divisiones a aquellos que exponen los desvaríos de algunos líderes al estilo de los que habla la carta de Judas. Si no podemos contradecir y oponernos a los Diótrefes (cf. 3 Jn. 9,10) que se enseñorean de la grey de Dios y se levantan como dominadores del pueblo al estilo de la doctrina de los nicolaítas (cf. Apc.2:6,15) entonces hemos llegado a la paralización de la justicia a favor de la injusticia, a confundir la luz con las tinieblas y poner lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo (cf. Isaías, 5:20).

Veamos ahora otra variante de este tema que tiene que ver con las visiones, lo que vemos.

La fiebre por los sueños (7) – Textos bíblicos (b)

CONCEPTOS ERRADOSTextos bíblicos sobre los sueños (b)

         Hay una gran responsabilidad en aquellos que hacen errar al pueblo de Dios. Jesús dijo que mejor les sería colgarse una piedra de molino y tirarse al mar, que hacer caer a uno de estos pequeños. ¿Y por qué hacen errar al pueblo? Porque hablan visión de su propio corazón, hablan con atrevimiento, son muy osados; tienen un mensaje agradable al oído para alimentar a los codiciosos. En lugar de combatir la obstinación y la idolatría del corazón de muchos, les confirman en sus errores diciéndoles que nada malo pasará. Todo irá bien, Dios es bueno y quiere lo mejor para nosotros.

… Os alimentan con vanas esperanzas; hablan visión de su propio corazón, no de la boca de YHWH. Dicen atrevidamente a los que me irritan: YHWH dijo: Paz tendréis; y a cualquiera que anda tras la obstinación de su corazón, dicen: No vendrá mal sobre vosotros (Jer.23:16-17).

         La gran carencia de estos profetas es que no estuvieron en el secreto de Dios para oír su palabra para el pueblo, y como el pueblo esperaba en ellos, estos inventaban los mensajes de su propio corazón y su propia imaginación.

Porque ¿quién estuvo en el secreto de YHWH, y vio, y oyó su palabra? ¿Quién estuvo atento a su palabra, y la oyó? … No envié yo aquellos profetas, pero ellos corrían; yo no les hablé, mas ellos profetizaban. Pero si ellos hubieran estado en mi secreto, habrían hecho oír mis palabras a mi pueblo, y lo habrían hecho volver de su mal camino, y de la maldad de sus obras (Jer.23:18-22).

         El substituto de la palabra de Dios viene a ser el sueño, la visión vana. Estos profetas al estilo de Balaam, que amaban más el lucro y la posición social que la revelación de Dios, no tenían mensaje, pero había que imaginarlo ¿cómo? con vanas imaginaciones, los sueños carnales, la mentira y el engaño de su corazón.

Yo he oído lo que aquellos profetas dijeron, profetizando mentira en mi nombre, diciendo: Soñé, soñé. ¿Hasta cuándo estará esto en el corazón de los profetas que profetizan mentira, y que profetizan el engaño de su corazón? ¿No piensan cómo hacen que mi pueblo se olvide de mi nombre con sus sueños que cada uno cuenta a su compañero, al modo que sus padres se olvidaron de mi nombre por Baal? (Jer.23:25-27).

         Luego, el profeta Jeremías, que sufrió el escarnio de un pueblo que había decidido seguir el error, la mentira y la vanidad; compara, en su alegato contra los falsos profetas, los sueños con la paja, y el trigo con la palabra de Dios.

El profeta que tuviere un sueño, cuente el sueño; y aquel a quien fuere mi palabra, cuente mi palabra verdadera. ¿Qué tiene que ver la paja con el trigo? dice YHWH. ¿No es mi palabra como fuego, dice YHWH, y como martillo que quebranta la piedra? Por tanto, he aquí que yo estoy contra los profetas, dice YHWH, que hurtan mis palabras cada uno de su más cercano. Dice YHWH: He aquí que yo estoy contra los profetas que endulzan sus lenguas y dicen: El ha dicho. He aquí, dice YHWH, yo estoy contra los que profetizan sueños mentirosos, y los cuentan, y hacen errar a mi pueblo con sus mentiras y con sus lisonjas, y yo no los envié ni les mandé; y ningún provecho hicieron a este pueblo, dice YHWH (Jer.23:28-32).

         Cuando un pueblo se ha entregado a la vanidad de la vida, se ha dejado atrapar por el hedonismo y el relativismo, no tiene oído para oír a los profetas de Dios. Hay ocasiones cuando se traspasan todos los límites posibles para el retorno a la cordura, se atraviesan las lindes que marcan un punto de no retorno para entrar en lo irreversible. Cuando es así, solo el juicio de Dios pone freno a la locura de la desobediencia. El profeta Jeremías vivió en una sociedad marcada por esos derroteros. Una gran parte de su vida fueron lágrimas mientras que la mayoría vivían alegremente y despreocupados; imaginando que sus actos no tendrían consecuencias, hasta que vino destrucción repentina. Una buena parte de la sociedad occidental de nuestros días vive de la misma manera. Creen que se pueden traspasar todos los límites de las leyes morales de Dios; entregarse al desenfreno y las peores aberraciones, creyendo ingenuamente que no tenemos que dar cuenta ante el juicio de Dios. Mientras todo esto ocurre a nuestro alrededor, una buena parte de la iglesia de Dios sigue los mismos patrones de vida; entregada al placer, la autocomplacencia y el sueño que adormece los sentidos espirituales para ver y oír en el secreto de Dios. Si la sal pierde su sabor se vuelve insípida y no sirve para proteger de la corrupción. El alimento se echa a perder mientras consumimos toda clase de basura visual que entra por tantas ventanas: televisión, internet, Ipad, IPhone, Smartphone, etc. Los hijos crecen sin disciplina, se enseñorean de sus padres, incluso los agreden. Los colegios se llenan de chicos sin respeto a nada ni a nadie. Los padres renuncian a su responsabilidad de educar y disciplinar. Las leyes impías de muchos gobiernos impiden cualquier recuperación de las disciplinas básicas. La justicia se corrompe y se mezcla con la política. Los políticos sin escrúpulos solo piensan en saquear las arcas del estado y no saben lo que es la verdad porque mienten más que hablan. Para que seguir, la lista es demasiado abrumadora. Nos queda el evangelio.

Sueños de DanielAvanzando en el recorrido bíblico de los sueños llegamos al libro del profeta Daniel. En este libro volvemos a encontrar varios testimonios de sueños y visiones en la vida del rey Nabucodonosor que Daniel interpreta correctamente porque Dios le ha dado entendimiento en toda visión y sueños.

A estos cuatro muchachos Dios les dio conocimiento e inteligencia en todas las letras y ciencias; y Daniel tuvo entendimiento en toda visión y sueños (Daniel, 1:17).

         El mismo Daniel tuvo sueños y visiones sobre el futuro. Algunos de ellos le dejaron perplejo y debilitado, además de no comprender bien muchos de los mensajes que recibía. “Y yo oí, mas no entendí. Y dije: Señor mío, ¿cuál será el fin de estas cosas? El respondió: Anda, Daniel, pues estas palabras están cerradas y selladas hasta el tiempo del fin” (Dn. 12:8,9). Aún no había venido el Mesías, el Cordero que venció y le fue dado poder para abrir los sellos cerrados por los que el apóstol Juan lloraba mucho.

Y vi en la mano derecha del que estaba sentado en el trono un libro escrito por dentro y por fuera, sellado con siete sellos. Y vi a un ángel fuerte que pregonaba a gran voz: ¿Quién es digno de abrir el libro y desatar sus sellos? Y ninguno, ni en el cielo ni en la tierra ni debajo de la tierra, podía abrir el libro, ni aun mirarlo. Y lloraba yo mucho, porque no se había hallado a ninguno digno de abrir el libro, ni de leerlo, ni de mirarlo. Y uno de los ancianos me dijo: No llores. He aquí que el León de la tribu de Judá, la raíz de David, ha vencido para abrir el libro y desatar sus siete sellos (Apc.5:1-5).

         Que peligro corremos cuando algo está cerrado y sellado y a pesar de ello queremos abrirlo y exponerlo. De esa manera damos lugar a lo oculto, que toma forma de revelación, y acaba atrapándonos en el hechizo de lo desconocido. Penetrar a los misterios de los últimos tiempos conduce a menudo a forzar las interpretaciones de ciertos textos y confundir a muchos por nuestra presunción e impaciencia. Aunque en las Escrituras tenemos una parte que Dios nos ha dejado ver sobre este tema, sin embargo, no hay una exposición definitiva que pueda mostrarnos con claridad el orden fijo de los acontecimientos. Pero queremos más y tenemos una necesidad de competir para ver quién conoce mejor los hechos del futuro; por ese camino encontramos una gran controversia que nos debilita y divide.

Por su parte la ciencia está forzando al máximo los límites de lo permisivo y entrando cada vez más en terrenos prohibidos como pueden ser la clonación de seres humanos, crear vida, y entrar así en las cámaras secretas que solo pertenecen a Dios. Si lo que forzamos es la sensibilidad de nuestra mente, manipulamos esas áreas inexploradas de la conciencia y la imaginación podemos encontrarnos con sorpresas desagradables que engendran extralimitaciones de difícil control. La Biblia nos dice que “las cosas secretas pertenecen a YHWH nuestro Dios; mas las reveladas son para nosotros y para nuestros hijos para siempre, para que cumplamos todas las palabras de esta ley” (Dt.29:29).

Penetrar mas allá de los límites que Dios nos marca en el mundo espiritual nos llevará a perder el control y caer en manos de quién sí controla la oscuridad, el príncipe de la potestad del aire que opera en los hijos de desobediencia.  Por ese camino, del que ya fueron advertidos los israelitas en el Pentateuco, damos entrada al culto a los muertos, al esoterismo y el ocultismo, a la acción de los demonios y por tanto, a caer lejos de la protección de Dios, extralimitándonos para ser devorados por un mundo que no podremos controlar sino que nos engullirá. “Porque los terafines han dado vanos oráculos, y los adivinos han visto mentira, han hablado sueños vanos, y vano es su consuelo; por lo cual el pueblo vaga como ovejas, y sufre porque no tiene pastor” (Zacarías, 10:2).

Llegados al Nuevo Testamento encontramos cómo Dios avisó en varias ocasiones a José, esposo de Maria, en sueños; primero para que la recibiera como esposa y más tarde para que fueran a vivir a Egipto y luego a Nazaret (cf. Mateo, 1:20,24) (cf. Mateo, 2:13,22). Y así llegamos al cumplimiento de la profecía del profeta Joel cuando dijo: “Y después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones. Y también sobre los siervos y sobre las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días” (Joel, 2:28,29 con Hechos 2:17). Profecías, sueños, y visiones producidos por la manifestación del Espíritu de Dios. Sobre esto hablaremos en otro capítulo un poco más adelante. Ahora quiero detenerme unos momentos en la carta de Judas donde se habla de “soñadores”.

CONTINUARÁ… 

La fiebre por los sueños (6) – Textos bíblicos (a)

CONCEPTOS ERRADOSTextos bíblicos sobre los sueños (a)

Una mirada general a la concordancia para ver los textos donde en la Biblia se habla de sueños nos muestra que los libros de Génesis y Daniel son donde más aparece este tema. Hay más textos, claro, pero el denominador común es que en la mayoría de ellos se trata de sueños que podemos llamar nocturnos.

Tenemos el sueño profundo que Dios hizo caer sobre Adán para hacer “una operación con anestesia”, sacar una costilla del primer hombre y hacer la primera mujer (cf. Gn.2:20-22). Este tipo de “sueños machistas” no está de moda en nuestro tiempo. ¡Qué es eso de que el hombre fue creado primero y luego la mujer! ¡Blasfemia! ¡Somos iguales! En este sueño la acción corre a cargo de Dios, se origina en Su voluntad.

         Luego encontramos el sueño de Abimelec para advertirle que no tocara a la mujer de Abraham. La había tomado pensando que no estaba ligada a varón, “pero Dios vino a Abimelec en sueños de noche, y le dijo: He aquí, muerto eres, a causa de la mujer que has tomado, la cual es casada con marido” (Gn.20:3). Algunos tienen sueños, visiones o palabras proféticas para casarse con personas que están casadas; sueños para cometer adulterio y fornicación. Qué pena que muchos no hubieran  tenido este tipo de sueños como el de Abimelec. Él lo había hecho en ignorancia, sin saber que era la mujer de Abraham, y Dios intervino directamente en sus sueños para evitarle pecar contra Él. El asunto era serio. Toda la casa de Abimelec había quedado estéril y moriría sino devolvía la mujer a su marido (cf. Gn. 20:1-18). Si buscáramos este tipo de sueños seríamos advertidos de caer en una de las tentaciones más comunes de nuestro tiempo. Aunque tenemos los mandamientos y la palabra profética más segura para no caer en ello. Este sueño también se originó en Dios.

      La escalera de Jacob   Mas adelante vemos a Jacob durmiendo al raso con unas piedras de cabecera. En esa situación tuvo el sueño de una escalera que estaba apoyada en tierra y su extremo tocaba el cielo. Vio ángeles que subían y bajaban y en lo alto estaba Dios, quién le habló sobre la promesa de la tierra que daría a su descendencia, así como ser el portador de la bendición que ya había dado a Abraham de bendecir a todas las familias de la tierra. También le prometió estar con él en el viaje que había emprendido para hacerle volver y cumplir lo que le había dicho (cf. Gn.28:10-22). Un sueño maravilloso y profético que aún sigue cumpliéndose en nuestros días y que se originó en Dios y Su voluntad.

         Seguimos en Génesis y nos encontramos con el sueño de Labán. El propósito de este sueño fue para que tratara bien a Jacob y no le hablara descomedidamente cuando el patriarca se había marchado de su casa sin avisarle, cumpliendo así la palabra del sueño de Jacob de volver a su tierra (cf. Gn.31:24). ¡Qué bonito sueño para muchos de nosotros! No hablar mal de otros, dejar que tomen sus decisiones en libertad y actúen según sus convicciones, sin coacción o manipulación. Sin embargo, no tenemos necesidad de tener sueños de este tipo, las Escrituras nos enseñan sobradamente de esta forma de comportamiento. Una vez más, este sueño se originó en Dios.

         Y por fin llegamos a José “el soñador”, el hijo de Jacob. Sus sueños, junto con los del mismo Faraón, son los más conocidos de todas las Escrituras. Los sueños que tuvo José le anticiparon el futuro, pero tuvo que ir viviendo una serie de experiencias adversas y dolorosas que le llevaron a la incomprensión, la injusticia y la cárcel, “hasta la hora que se cumplió su palabra, el dicho de JHWH le probó… le soltó… le dejó ir libre. Lo puso por señor de su casa, y por gobernador de todas sus posesiones” (Salmos 105:19-21).

Sueños de JoséLa vida de José es fascinante, el relato es muy rico en detalles, su figura es un tipo del Mesías, sus experiencias similares; se ha escrito mucho sobre esto y no voy a extenderme en ello, pero si quiero decir lo siguiente. José tuvo sueños dados por Dios, sus hermanos no. Estos vivieron experiencias muy diversas y cotidianas, con luces y sombras. Vivieron la rutina del día a día. Formaron familias, trabajaron con el ganado; no se habla en el relato bíblico de grandes experiencias místicas, ni que Dios les hablara de manera especial; vidas cotidianas, experiencias normales; sin embargo, eran la familia de la promesa; fueron los padres de la nación hebrea, los patriarcas de las doce tribus y su padre los bendijo antes de morir. A José no se le ocurrió enseñarles que podían tener los mismos sueños que él, las mismas experiencias que él, porque Dios no hace acepción de personas. Digo esto por la reiteración en muchos púlpitos de que todos podemos tener las mismas experiencias y si no es así parecemos miembros de segunda categoría. Es un error querer ser todos ojos, oído o pie. ¿Dónde estaría el cuerpo? Caemos en el error de hacer doctrina de las experiencias espectaculares que algunos hermanos pueden tener; no las niego, yo también he tenido las mías, pero no por ello debemos forzarlas en los demás. Los sueños de José, las experiencias de José y las circunstancias de José fueron para José. Dios escogió al hijo de Jacob para ello. Los demás hermanos cumplieron otras misiones. Los sueños de José fueron la voluntad de Dios para su vida. Esos sueños contenían la palabra de Dios que se fue activando paso a paso en la vida de este hombre. Nosotros podemos tener sueños o no, pero lo que sí tenemos es “la palabra profética más segura, a la cual debemos estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro” (2 Pedro, 1:19-21); para no correr detrás del viento, sino estar firmes en la voluntad de Dios revelada en su palabra.

         El copero y el panadero del rey de Egipto, compañeros de cárcel de José, tuvieron sendos sueños la misma noche. José interpretó ambos y los dos se cumplieron casi inmediatamente. Imagino que queremos tener el sueño del copero, pero no el del panadero. El primero fue repuesto a su posición anterior; el segundo, oyendo los buenos presagios que el intérprete le había dado a su compañero de prisión se dispuso a contar el suyo. Sin embargo el final de su sueño era muy distinto, acabó en tragedia. Faraón hizo ahorcar al jefe de los panaderos (cf. Gn.40:1-23).

        La siete vacas flacas Al final del libro de Génesis encontramos los sueños de Faraón. Los famosos siete años de abundancia representados por las siete vacas gordas, y los siguientes siete años de escasez personificados en las siete vacas flacas que devoraron a las siete vacas gordas sin que se apreciara en ellas su voracidad. El sueño se repitió con las espigas, lo cual vino a mostrar que Dios se apresuraba a hacerlo (cf. Gn.41:1-36). La historia es de sobra conocida y no entraremos en detalles. Algunos quieren ver en la crisis que nos azota un paralelismo con lo sucedido en Egipto. Necesitaremos hombres y mujeres sabios como José, en quién habita el Espíritu de Dios, para hacer frente a estos tiempos turbulentos; no con sueños centrados en grandezas personales, sino hombres de Dios que tienen estrategias para bendecir a muchos. Recordemos que este sueño no fue dado a José, sino a Faraón, aunque el amado de Jacob vivió de tal forma su vida que llegó al cumplimiento del plan predeterminado por Dios para él, su familia y las naciones en las que vivieron. Recordemos una vez más que todos estos sueños que hemos mencionado y que aparecen en el libro de Génesis, son sueños que tienen lugar en el tiempo de dormir, no son buscados por sus protagonistas, proceden directamente de Dios con un propósito definido. Hay otro tipo de sueños que no proceden de Dios sino de nuestra propia cosecha. Esos sueños que a veces recordamos y otras no; que a veces tienen sentido y otras no; que a veces se les puede prestar cierta atención y otras hay que desecharlos sin más; esos sueños no son los que estudiaremos aquí. Para eso hay otras personas. Cuando algún hermano me cuenta un sueño nocturno para saber mi opinión suelo decir que la inmensa mayoría de nuestros sueños no tienen mayor trascendencia, y si en algún caso el Señor quisiera hablarnos por sueños lo hará de tal forma que tendrán sentido y dirección, además de una marca en nuestros corazones que superará la inmensidad de paja que se lleva el viento la mayor parte de las veces.

         En Deuteronomio 13:1-5 encontramos una advertencia muy seria sobre los “soñadores de sueños” que apartan al pueblo de la palabra revelada para adorar otros dioses. Hay profetas que según Números 12:6 Dios les puede hablar por sueños o visiones, pero hay que poner a prueba la veracidad de sus afirmaciones con el resultado de sus mensajes, y el propósito que contienen. Si es para apartarse del camino recto marcado en la Palabra de Dios hay que desecharlo. Si su mensaje contiene revelación divina es necesario obedecerla, pero cómo sabemos eso en un caso y otro. No es fácil a veces. Tenemos muchos ejemplos en la Biblia de esta problemática. Profetas de Dios que no eran obedecidos y falsos profetas que dominaban el ambiente de la nación de Israel. En los escritos del Nuevo Testamento también encontramos muchas advertencias al respecto. Jesús trazó una máxima: “por sus frutos los conoceréis”.

         El pasaje de Jeremías 23, citado anteriormente, es clave en todo este tema. Deberíamos familiarizarnos con él puesto que expone una problemática muy parecida a la de estos días, donde proliferan personajes que se levantan aquí y allá, produciendo todo tipo de extravagancias en muchas iglesias.

En los profetas de Samaria he visto desatinos; profetizaban en nombre de Baal, e hicieron errar a mi pueblo de Israel. Y en los profetas de Jerusalén he visto torpezas; cometían adulterios, y andaban en mentiras, y fortalecían las manos de los malos, para que ninguno se convirtiese de su maldad; me fueron todos ellos como Sodoma, y sus moradores como Gomorra (Jer. 23:13-14).

Continuará…