EL MILAGRO (1) – Etapas determinantes

El milagro de una vida equilibrada - 2

El milagro de una vida equilibrada

Capítulo 1 (Lucas 1 y 2)

Etapas determinantes

La niñez, adolescencia y juventud son etapas de la vida que determinan gran parte de la totalidad del proyecto humano. En estas tres etapas tenemos el proceso que incluye: bases, transición y orientación. En la niñez se colocan LAS BASES fundamentales de la personalidad. La adolescencia llega como una TRANSICIÓN de la niñez al despertamiento de las pasiones y deseos. Es un periodo de descubrimientos de uno mismo. Y la etapa juvenil prepara la ORIENTACIÓN del rumbo y el propósito en la vida. Las tres fases están marcadas por todo tipo de convulsiones internas y externas que afectan al desarrollo equilibrado. Podemos decir que todas ellas componen el primer tercio de la vida del ser humano. Los otros dos serán la edad madura y la vejez (o tercera edad).

En este tiempo somos muy afectados por las influencias externas: familia, colegio, amigos, iglesia, televisión, etc. También es una época de grandes desequilibrios y altibajos que irán formando una personalidad estable y equilibrada, en el mejor de los casos; o por el contrario, dejarán secuelas y deformaciones que afectarán el resto de la vida. Por lo tanto, este primer tercio de la existencia se convierte en clave para cada uno de nosotros. Para Jesucristo Hombre significó lo mismo. Él atravesó estas tres etapas con sobresaliente y es poderoso, hoy, para ayudarnos a pasarlas con buena nota. Por su parte el crecimiento de la vida espiritual recorre un proceso similar.

La niñez de Jesús

Fue engendrado de forma milagrosa por la intervención del Espíritu Santo (Lc.1:34-35), y concebido en el vientre de María en un proceso natural de nueve meses de gestación (Lc.2:6). El Nacimiento estuvo rodeado de sucesos sobrenaturales y maquinaciones del diablo para matarle (Lc.2:10-11) (Mt.2:9-11,16) (Lc.2:25-38). Desde niño oyó que se decían de él grandes cosas. Dios le guardó y protegió de los posibles desequilibrios propios de un niño «especial’ enviando a la familia a Egipto, donde nadie les conocía, y dándole nuevos hermanos que comparten el «protagonismo familiar”. Cuando regresan a Nazaret ha pasado la euforia de su nacimiento y crece como un niño más en su pueblo (Mt.2:13-23) (Mt.13:53-58). El Mesías se forma en el seno de una familia judía piadosa, temerosa de Dios y obediente a la Torah (Lc.2:21-24 y 39-42).

La adolescencia de Jesús

Jesús crece como un niño precoz y adelantado. No cabe duda que se ven en él actitudes que le diferencian de la mayoría (Lc.2:41-50). Se desarrolló, como adolescente, al lado de las Escrituras. Amaba la palabra de Dios y los “negocios de su Padre” (Lc.2:49) (2 Tim.3: 15). Aprendió a discernir el bien del mal por su contacto con la Ley y los Profetas (Is.7:14-16) (Sal. 119:97-104) (Neh.4:12). Se mantuvo limpio y puro en esta etapa de su vida, resistiendo toda tentación, por guardar su palabra (Sal. 119:9-11). Resistió los impulsos de independencia y rebeldía, propios de la edad, sometiéndose a sus padres (Lc.2:51).

La juventud de Jesús

No tenemos muchos datos de la vida de Jesús desde la edad de los doce años hasta los treinta; sin embargo, podemos percibir ciertos aspectos generales, sin entrar en la especulación apócrifa. Trabajó como carpintero. «¿No es éste el carpintero?… “(Mr.6:3) (Mt. 13:55). Aprendió un oficio y conjugó los aspectos naturales y prácticos de la vida, con su desarrollo espiritual. Ambos iban juntos. Poco a poco fue despertando y descubriendo el propósito de Dios para su vida. Fue recibiendo informe tras informe por medio de la revelación profética que le orientaban hacia el propósito divino. No se precipitó. Esperó «el tiempo señalado por el Padre (Gá.4:1-4). Resistió las tentaciones de la impaciencia y la independencia, propias de un joven comprometido, determinado y enérgico. No se adelantó a ninguna etapa de su vida. Las vivió sujeto y anclado a la palabra del Padre. Las necesidades de su pueblo eran alarmantes: la confusión reinaba; los líderes religiosos no solucionaban las necesidades de las personas; sin embargo, Jesús guardó el equilibrio y dominio necesarios para llegar al tiempo de Dios «para su manifestación y ministerio publico” (Lc.3:23) (Jn.7:6-8).

Conclusiones

En primer lugar Jesús se hizo hombre y atravesó cada una de las etapas de su vida en un equilibrio perfecto. Su vida fue una sinfonía armónica entre su naturaleza humana (aunque era Dios), su dependencia del Padre, sus enseñanzas y sus obras. Por ello, es Autor de nuestra fe y Guía de nuestro desarrollo en equilibrio (Heb. 12:2; 2:18; 4:14-16).

En segundo lugar Jesús combinó perfectamente lo humano y lo divino. El crecimiento espiritual y el físico; así como el crecimiento en gracia para con Dios y los hombres (Lc.2:52). Cada ser humano es espíritu, alma y cuerpo. El gran milagro de la realización consiste en vivir un crecimiento integral y equilibrado en cada área de la personalidad (1 Ts.5:23-24). Jesús es nuestro modelo de realización completa como seres humanos y como participantes de la naturaleza divina, al recibir, en el nuevo nacimiento, la naturaleza de Dios  (2P. 1:3-4).

Y como tercera conclusión podemos decir que Jesús supo llegar al punto clave de su vida con “normalidad”.  Se colocó bajo el reloj de Dios sin atrasos ni adelantos sobre el tiempo establecido. Llegó a tiempo. Las tres primeras etapas de su paso por la tierra le llevaron al lugar culminante para él y para la historia de la Humanidad: su ministerio público de tres años y la obra de redención. Nosotros también podemos llegar a tiempo. Enfrentaremos momentos vitales en nuestro peregrinaje, llegaremos a instantes críticos que marcarán nuestro futuro y el de otros. ¡Vayamos con Jesús para llegar en las mejores condiciones al plan de Dios con nosotros!

Tenemos una gran nube de testigos alrededor nuestro que lo consiguieron. Algunos son tipos de Jesús y ejemplos para nuestra esperanza (Ro. 15:4). En las Escrituras podemos ver la juventud de José, la juventud de David y la juventud de Daniel. Se nos dice que «Bueno le es al hombre llevar el yugo desde su juventud (Lam. 3:27). «Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes que vengan los días malos y lleguen los años de los cuáles digas: No tengo en ellos contentamiento (Eclesiastés, 12:1).

EL MILAGRO – Introducción

El milagro de una vida equilibrada - 2

El milagro de una vida equilibrada

Introducción

El hombre actual vive en un mundo sacudido por la desestabilización. La vida se convierte en una pelea por mantener el equilibrio. El ser humano intenta controlarse a sí mismo y sus circunstancias, pero ambas metas le desbordan, fracasa y le convencen de lo imposible de su empresa. Por lo tanto, comienza a adaptarse y acostumbrarse al desequilibrio y los extremismos. Trata de mantenerse a duras penas y conformarse con ir tirando…

         Así  llegamos al acoplamiento en el sistema de este mundo. Nos resignamos al estado de las cosas. Justificamos la imposibilidad de cambios sustanciales con sutilezas mezquinas. La existencia se convierte de esta forma en un buscarse la vida para sobrevivir de la mejor forma en las líneas que traza la sociedad materialista y consumista.

Por supuesto, hay movimientos de rebelión contra el status quo para salir de esos parámetros y explotar campos de libertad y emancipación; pero al final sólo se consiguen nuevos extremismos.

EL HOMBRE NACE DESEQUILIBRADO, con una naturaleza proclive al desorden. Dependemos de los padres para sobrevivir y a la vez queremos hacer nuestros propios caprichos. Deseamos hacer lo bueno pero nos sale lo malo. Queremos amigos, vivir en convivencia, pero una y otra vez surge la pelea y el alejamiento… La naturaleza del hombre está desequilibrada porque nacemos en pecado, con la simiente del diablo, y sin embargo somos criaturas de Dios. La lucha interior entre el bien y el mal nos atormenta la mayor parte de nuestra vida. La confusión y el desorden lo llevamos dentro de nosotros mismos, por consiguiente necesitaremos ayuda del exterior.

NACEMOS DENTRO DE UN MUNDO DESEQUILIBRADO por la propia acción humana. El pecado entró en el mundo por un hombre (Ro.5: 12) y con él la armonía se hizo añicos. Toda la creación sufrió alteraciones por la desobediencia del hombre. El linaje humano quedó muy limitado en su dominio y señorío, lo que aprovechó el diablo para constituirse en el príncipe de este mundo. Hoy  nacemos y vivimos en un planeta que tiene varios miles de años de  historia de desequilibrios, caos, confusiones y desórdenes acumulados. Vamos a necesitar ayuda y auxilio que vengan de arriba.

Alzaré mis ojos a los montes; ¿De dónde vendrá mi socorro? 

Mi socorro viene de YHVH, que hizo los cielos y la tierra (Salmo 121:1).

LA IGLESIA ESTA INVADIDA POR LOS DESEQUILIBRIOS MUNDANOS. Cada uno de nosotros llega a la iglesia en un estado deplorable de desorden, indisciplina y desequilibrio en diversas áreas de nuestra vida. Si la iglesia local donde nos congregamos no está anclada en la Roca (Cristo y su Palabra), pronto hacemos de ella un campo minado de confusiones, desordenes, indisciplinas y extremismos sectarios y religiosos… Convertimos la congregación de Dios en una extensión del «ruido mundanal” y una ampliación de los sistemas de este siglo. Así la sal pierde su sabor, la luz ya no puede brillar y la mezcla es de tal magnitud que se confunden los pilares fundamentales de la claridad y el orden divino (Is.5:18-23). Llegamos a Babilonia.

La iglesia, por tanto, va a necesitar ayuda para no apoyarse en brazo de carne, sino en el brazo fuerte de YHWH y la Roca eterna de los siglos (Jer. 17:5) (Is.30:1-3) (2 Cr.32:7-8) (Gn.49:24ss.). El Unigénito Hijo de Dios, y su palabra ungida, son la garantía del equilibrio que necesitamos para el hombre, el mundo y la iglesia. Sólo él ha vivido en completo equilibrio en este mundo, aunque “fue tentado en todo, según nuestra semejanza” y venció (Heb.2:18 y 4:15-16). Jesucristo es el equilibrio verdadero para la vida del hombre. Lejos de él las olas nos derribarán. Viajando con Jesús en la barca la tormenta y los vientos se calmarán (Mr.4:35-41). Sólo con Jesús como Guía y Eje de nuestras vidas podremos viajar hacia los diferentes puertos que Dios ha diseñado para cada uno de nosotros (Ef.2:10) (Heb. 12:2).

ALGUNOS DE LOS DESEQUILIBRIOS QUE SE HAN INFILTRADO EN LA IGLESIA DE HOY SON: Sectarismo. Exclusivismo. Hedonismo (cultura del placer y doctrinas extremas sobre la prosperidad y el éxito). Huir de todo tipo de sufrimiento. Manifestaciones de «poder” glorificadas que desplazan la cruz de Jesucristo, su muerte y resurrección. Énfasis desequilibrados y exclusivos en ser los “portadores” de la unción y el avivamiento. Énfasis exagerados sobre verdades importantes que desplazan la diversidad del Cuerpo de Cristo y los dones dados a la iglesia. Suelen ser temas monográficos que impiden el fluir de todo el consejo de Dios. Verdades que, aunque puedan ser parte de la edificación de la iglesia, se convierten en “mono temas”, incluso en obsesiones patológicas.

Por todo ello, pondremos nuestros ojos en Jesús, a través del EVANGELIO DE LUCAS para encontrar las guías que nos conducirán a una vida anclada en el Autor y Consumador de nuestra fe. Jesucristo, el Hombre equilibrado por excelencia, es nuestra garantía de estabilidad. Con toda seguridad encontraremos sorpresas, puesto que en ocasiones lo que para Dios es equilibrio, para el hombre inseguridad; y en otras, lo que es orden y lógica humana para Dios insensatez y locura.

10 – LA EDUCACIÓN DE LOS HIJOS

Esperanza para la familiaLa segunda generación de creyentes.

Tanto en las Escrituras como en la historia de la iglesia encontramos la diferencia entre una primera generación de creyentes, pioneros, que abren camino con mucho tesón, esfuerzo y entrega, para dar paso a una segunda generación que se encuentra con buena parte del trabajo hecho y se relajan en sus comportamientos para dar lugar a la influencia del sistema de este siglo, siendo contaminados en gran medida, apartándose de la firmeza de la fe de sus padres.

Esto lo vemos con toda claridad en la generación de Josué que conquistó la tierra de Canaán, viniendo después una segunda generación que se dejó invadir por las costumbres de las naciones vecinas y esto vino a ser motivo de alejarse de la voluntad de Dios, cayendo en la asimilación y el juicio de Dios. Lo vemos también en la generación del rey David, una generación de luchadores y guerreros que ganaron muchas batallas y se extendieron en la heredad de Dios, para dar paso a la generación de Salomón con un tiempo de paz y prosperidad que acabó relajándoles tanto que en sus últimos días dieron lugar a la idolatría, el despilfarro, los impuestos abusivos, etcétera.                               

En la vida de las familias de creyentes lo vemos a menudo también. Los padres que se convierten al evangelio con un cambio de vida manifiesto, que educan a sus hijos en los principios del reino de Dios, pero que muchos de ellos acaban siendo faltos de firmeza en la fe y se dejan contaminar por todas las influencias de este mundo contrario a la cosmovisión de las Escrituras. Abandonan las disciplinas de la oración y el estudio de la verdad, se adaptan a los entretenimientos mundanos, mezclados con las actividades de la iglesia, para dar lugar a una gran debilidad en la fe.

En este asunto debemos ser honestos y decir también que gran parte de los fundamentos de esa futura debilidad aparecen ya en los últimos tiempos de la generación de los padres. En el caso de la generación de Josué dejaron muchos enemigos alrededor de ellos sin expulsar que pronto se levantaron para oprimirles. Las generaciones no se pueden dividir con total exactitud puesto que siempre se mezclan y hay un proceso de continuidad, pero sí observamos una constante que se repite a menudo: padres firmes, hijos flojos. Cada generación tiene que encontrar su lugar en la batalla que hay que librar siempre en la fe.                               

También es importante decir que los hijos pueden y deben heredar la fe de sus padres como algo natural vivido en casa. Aunque los hijos no puedan especificar el momento exacto de su conversión porque siempre han convivido con la fe. Las Escrituras y la congregación han formado parte habitual de su desarrollo de manera cotidiana, y no han tenido ocasión para una ruptura evidente, un antes y un después, si no que viven la fe de sus padres de forma natural, asimilan sus contenidos y heredan la fe que llega a ser suya por propia convicción y aceptación, aunque no puedan dar un testimonio tan dramático como el de los drogadictos o delincuentes. Sin embargo, comprenden su necesidad de redención por la obra de Jesús y pasa a ser parte de ellos como un proceso gradual pero evidente.                

Recuerda que Pablo habló de la fe de Timoteo como una fe que había habitado en su abuela Loida y en su madre Eunice y dijo, «estoy seguro que en ti también» (2 Timoteo 1:3-5). Aquí tenemos tres generaciones de creyentes con una misma fe. Timoteo la había heredado de su madre y su abuela. Lo único que el apóstol tuvo que decir al respecto es que la avivara, que avivara el fuego del don de  Dios («la fe»,  Efesios 2:8) que estaba en él y que el ministerio carismático de Pablo había liberado en una nueva dimensión en su vida, pero era la fe sus padres (2 Timoteo 1:6).                     

Por otro lado, ¿quién puede decir con exactitud cuando nació de nuevo? En ocasiones podemos hablar de un proceso que nos condujo a ciertos momentos especiales donde Dios obró en nuestros corazones, pero no podemos determinar con exactitud el momento cuando nacemos, solo Dios lo sabe, nosotros vivimos sus resultados. Tenemos a veces ciertos moldes religiosos o métodos  para decir que una persona es salva cuando levanta su mano en un culto o recita una oración, sin embargo, en muchas ocasiones esos momentos no tienen nada que ver con nuestra conversión real, si no con los sistemas que aplicamos de forma mecánica. La vida de Dios no es mecánica, ni se produce por el deseo de un predicador fogoso o atrevido, sino en el silencio del corazón del hombre ante su Dios. «El viento sopla de donde quiere y oyes su sonido; pero no sabes de donde viene, ni a donde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu» (Juan 3:8).

Para concretar algunas soluciones al desafío que representa  transmitir la fe a nuestros hijos diremos lo siguiente.                                   

«El amor cubre…»  (1Pedro 4:8). Nuestra salvación tiene su base en el amor de Dios (Juan 3:16). Lo que nos ha cautivado y rendido es la manifestación de Su amor, que siendo pecadores, Cristo murió por nosotros (Romanos 5:8). El amor del padre hacia el hijo pródigo es conmovedor y restaurador a pesar de los defectos y el individualismo del hijo. Debemos recordar que como padres, el amor hacia nuestros hijos es la mejor predicación, y ese amor se puede manifestar diariamente de muchas formas. El amor es eterno y alcanzará a nuestros hijos aunque durante algún tiempo no entiendan ni manifiesten reciprocidad a ese amor y abnegación de los padres. El amor tiene que ver con decirles la verdad, no con sentimentalismos que producen debilidad y consentimiento.                           

«La palabra de verdad» (Juan 8:31-32). Jesús dijo a sus discípulos que si permanecían en su palabra, serian verdaderamente sus discípulos, y conocerían la verdad y la verdad les haría libres. El Maestro les había dado la palabra del Padre, nosotros debemos darles a  nuestros hijos la palabra de verdad que hemos recibido de Dios. Debemos enseñarla con el ejemplo y de viva voz, dedicando tiempo a la enseñanza en casa y poniendo a su disposición oportunidades para su formación a través de otros hermanos del Cuerpo de Cristo. Después los discípulos la recibieron. Nuestros hijos deben recibirla también para que sea parte de ellos y esa verdad les haga libres en un mundo de vanidad y pecado.           

«Deben nacer de nuevo» (Juan 3:1-7). Si realmente han recibido la palabra de Dios en sus corazones, el evangelio de nuestra salvación, han nacido de nuevo, porque es la palabra la que engendra en nosotros la vida de Dios. El texto de 1Pedro que hemos estudiado ampliamente termina con estas palabras: siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre. Porque: Toda carne es como hierba, y toda la gloria del hombre como flor de la hierba. La hierba se seca, y la flor se cae; mas la palabra del Señor permanece para siempre. Y esta es la palabra que por el evangelio os ha sido anunciada” (1 Pedro 1:23-25).

«No os conforméis a este siglo» (Romanos 12:2).  Mientras vivan en  nuestra casa los hijos deben andar según la enseñanza de los padres, no según las costumbres del sistema de este mundo. Hoy está de moda, por ejemplo, que cuando los hijos tienen novia van a dormir a  casa de los padres y hacerlo en la misma habitación, es decir, a fornicar ante la indolencia y conformismo de los padres. Debemos impedirlo, lo contrario que hizo Eli con sus hijos, no les estorbó cuando eran causa de pecado para el pueblo y fue reprendido por Dios  a través del joven Samuel (1 Samuel 2 y 3). Otra práctica moderna son las parejas de hecho, vivir juntos sin estar casados y esto con la aprobación o consentimiento de los padres, ni siquiera los hemos estorbado. De esta forma normalizamos la fornicación en la sociedad. No debemos conformarnos al esquema de este mundo.

El desafío de la educación o la transmisión de la fe a nuestros hijos es una combinación de todo lo que hemos visto aquí, y mucho más que podemos decir, pero creo que lo mencionado es suficiente para tener una resolución y determinación en comprender nuestra responsabilidad como padres y ver en su justa medida la responsabilidad individual de nuestros hijos. Nuestras vidas  restauradas deben alcanzar también una restauración y reconciliación con nuestros hijos cuando sea necesario.

Siempre hay esperanza para reparar el tiempo perdido. Vivimos tiempos peligrosos (2 Timoteo 3:1ss.) y una de las manifestaciones de esos tiempos es la desobediencia generalizada de los hijos, la ingratitud, vidas sin afecto natural. El profeta Malaquías nos habla de un tiempo cuando Dios hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres (Malaquías 4:6).

9 – LA EDUCACIÓN DE LOS HIJOS

Esperanza para la familiaLa responsabilidad individual.

Hay otro aspecto importante que tenemos que tener en cuenta cuando hablamos de la educación de nuestros hijos. Está claro que podemos educarlos correctamente y a pesar de ello tener experiencias amargas con hijos desobedientes, contumaces o rebeldes que pueden atormentar nuestra vida. Las Escrituras nos hablan claramente de nuestra responsabilidad individual, cada uno morirá por su pecado, cada uno dará cuenta a Dios de sí mismo. Esta verdad hay que situarla en el Nuevo Pacto, porque en las leyes dadas a Moisés en el Sinaí se decía que Dios visita el pecado de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación.

“… Porque yo soy el Señor, tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen” (Éxodo 20:5) (Comparar con Numeroso 14:18; Deuteronomio 5:9,10;  1Reyes 21:29).

Sin embargo, en el Nuevo Pacto, cada uno, individualmente, dará cuenta de sí y recibirá las consecuencias de su propio pecado. «En aquellos días (el tiempo del Nuevo Pacto) no dirán más: los padres comieron uvas agrias, y los dientes de los hijos tienen dentera; sino que cada cual por su propia iniquidad morirá, los dientes de todo hombre que coma uvas agrias tendrán dentera» (Jeremías 31:29,30). Este pasaje aparece vinculado al tema del Nuevo Pacto. Sigue leyendo y encontrarás en el versículo 33 y 34 que: «… Pondré mi ley dentro de ellos… Pues perdonaré su maldad, y no recordaré mas su pecado».

Debemos comprender que vivimos bajo las promesas del Nuevo Pacto por la sangre de Jesús, la redención final que obtuvo en el Gólgota para salvarnos por completo. La nueva línea genealógica que tenemos en el Mesías nos libra de los pecados de nuestros padres. El Nuevo Pacto está establecido sobre mejores promesas, dice el autor de Hebreos. Por tanto, tenemos que saber que hemos sido redimidos de la vana manera de vivir, heredada de los padres, con la sangre preciosa de Jesús, como de un Cordero sin mancha y sin contaminación. Lo vemos también en el pasaje de Ezequiel 18:1-20 donde se enfatiza la responsabilidad individual de cada uno de nosotros ante Dios, al margen del comportamiento de nuestros hijos o padres. «De manera que cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí» (Romanos14:12).

8 – LA EDUCACIÓN DE LOS HIJOS

Esperanza para la familiaEl conflicto generacional: la herencia de nuestros padres

¿Cómo transmitimos la fe a nuestros hijos? ¿Cómo abordamos el desafío de los hijos rebeldes, desobedientes y contumaces? ¿Qué postura tomar como padres responsables, amantes y firmes ante los desafíos que presentan las diversas etapas de la vida de nuestros vástagos. Debemos recordar que somos padres, pero también somos hijos en dos vertientes: la natural y la espiritual. Dios también es nuestro Padre. Veremos verdades básicas para encarar el desafío de ser padres en esta generación, y transmitir la fe a nuestros hijos de la mejor manera posible.

Leamos el texto de 1 Pedro 1:13-25 para situarnos en el contexto y hacer énfasis en los versículos 18 y 19.

“Por tanto, ceñid los lomos de vuestro entendimiento, sed sobrios, y esperad por completo en la gracia que se os traerá cuando Jesucristo sea manifestado; como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia; sino como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: sed santos, porque yo soy santo. Y si invocáis por Padre a aquel que sin acepción de personas juzga según la obra de cada uno, conducíos en temor todo el tiempo de vuestra peregrinación; sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros, y mediante el cual creéis en Dios, quién le resucitó de los muertos y le ha dado gloria, para que vuestra fe y esperanza sean en Dios. Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia  a la verdad, mediante el Espíritu, para el amor fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro; siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre. Porque: toda carne es como hierba, y toda la gloria del hombre como flor de la hierba. La hierba se seca, y la flor se cae; mas la palabra del Señor permanece para siempre. Y esta es la palabra que por el evangelio os ha sido anunciada”.

Haciendo un breve recorrido de estos versículos podemos ver lo siguiente: en primer lugar se apela a vivir en la expectativa de la gracia que traerá Jesús cuando sea manifestado, es decir, una perspectiva de la eternidad, sin perder de vista que somos peregrinos en la tierra, donde debemos vivir en santidad, como hijos obedientes, sin conformarnos a los deseos que antes teníamos cuando vivíamos en nuestra ignorancia, por causa de la incredulidad; sino vivir según la naturaleza de nuestro Padre, en santidad. Como hijos debemos manifestar la naturaleza del Padre (Efesios 4:22-24). Este es el fundamento también para nosotros como padres, mostrar la naturaleza renacida por la palabra de Dios a nuestros hijos. Pero ahora quiero pararme en los versículos de 1 Pedro 1:18-20, veamos la progresión que encontramos aquí.

“sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata,  sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros”.

«Sabiendo». Este saber viene por revelación, es la revelación de la redención. Si no estamos conscientes de lo que ha ocurrido en nuestras vidas mediante la obra de Jesús no tendremos identidad de redimidos.

«Redimidos». ¿Qué debemos saber? Que hemos sido redimidos, rescatados, sacados de la cárcel de pecado, la cárcel de la muerte eterna y el juicio de Dios. Vivíamos bajo la ira de Dios, nuestro destino era la condenación eterna, el lago de fuego y azufre que ha sido preparado para Satanás y sus ángeles, así como todos los que no están inscritos en el libro de la vida, es decir, los que no han sido redimidos por la sangre de Jesús (Apocalipsis 19:20; 20:10,14,15 y 21:8).

«De la vana manera de vivir heredada de nuestros padres». Aquí podemos hablar de diversos tipos de herencia, aunque en primer lugar se habla de la vanidad de esta vida natural que hemos recibido de nuestros padres, las costumbres, manías, los defectos de carácter, los ciclos de la vida como círculos viciosos que no satisfacen la eternidad que Dios ha puesto en nuestros corazones. Centrados en lo material y terrenal, que tiene su importancia temporal, pero está destinado para el fuego. Como dijo el salmista: «su íntimo pensamiento es que sus casas serán eternas, y sus moradas por todas las generaciones; a sus tierras han dado nombres. Mas el hombre en su vanagloria, no permanecerá; es como las bestias que perecen» (Salmo 49:10-12). Aparte de lo dicho podemos centrarnos en tres tipos de herencia que hemos recibido de nuestros padres:

  1. Herencia genética. (El cuerpo). Hemos heredado el color de los ojos, la caída del cabello, algunas enfermedades y ciertas habilidades naturales para algunos oficios o labores.
  2. Herencia de carácter. (El alma) Es increíble como llegamos a parecernos en algunas cosas a alguno de nuestros progenitores, en sentido positivo y en sentido negativo. Se hace evidente con tal fuerza que nos cuesta luchar contra esa herencia y mantenemos ciertas formas de carácter a lo largo de nuestras vidas idénticas a las de nuestros padres. A menudo, como padres, pronunciamos y agravamos el defecto del hijo haciendo notar que es igualito que su madre. Eso sí, cuando vemos alguna virtud enfatizamos su semejanza con nosotros mismos.
  3. Herencia espiritual. (El espíritu). Esta es sin duda la peor herencia que hemos recibido, porque tiene que ver con el pecado heredado de nuestros padres, y ahondando más aún, la herencia de la naturaleza de Satanás. La Biblia nos enseña que el pecado entró en el mundo por un hombre (Romanos 5:12 ss.), y por el pecado la muerte; que en esencia es la separación de Dios. Pero además, cuando el hombre pecó aceptando los argumentos de Satanás en Edén, recibió la naturaleza del mismo Lucifer, el ángel que ya había caído anteriormente. Recordemos lo que Jesús les dice a algunos judíos que querían justificarse con el argumento de ser hijos de Abraham, de la simiente santa y apartada por Dios, «vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. El ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira» (Juan 8:44). Acordémonos del dicho famoso: «de tal palo, tal astilla; y de tal padre, tal hijo». Nosotros hemos recibido en nuestro hombre caído la naturaleza del diablo y solo la sangre de Jesús puede redimirnos de esa losa insoportable.

Redimidos por la sangre de Jesús. Por eso es tan esencial y trascendente en la Historia de la Humanidad la redención de Jesús en la cruz del Calvario. Su sangre no solo nos limpia del pecado, sino que engendra en nosotros una nueva naturaleza y nos aparta de la vieja y vana manera de vivir heredada de nuestros padres. Nos hace una nueva creación, «las cosas viejas pasaron, he aquí todas son hechas nuevas». Esto no quiere decir que abandonemos a nuestros padres o les culpemos por la herencia recibida, si no que los amamos más porque hicieron lo que pudieron para disciplinarnos según les pareció mejor hacerlo (Hebreos 12:9-11).

La sangre de Jesús traza una nueva línea genealógica, levanta un nuevo linaje: la simiente de Dios. Su naturaleza es engendrada en nosotros, por tanto, hay un nuevo comienzo y por la fe del Nuevo Pacto podemos anular las herencias acumuladas en Adán y en nuestros padres. Podemos vivir por encima de la vanidad y entrar en las palabras de vida eterna. Podemos vivir sin pecar, y si pecamos la sangre de Jesús nos limpia de todo pecado. No para vivir en la práctica del pecado, ni pecar para que la gracia abunde, no nos engañemos, todo lo que el hombre siembra eso siega. Pero hay una fuente de vida y salud en la sangre de Jesús para poder vencer.

Entonces oí una gran voz en el cielo, que decía: Ahora ha venido la salvación, el poder, y el reino de nuestro Dios, y la autoridad de su Cristo; porque ha sido lanzado fuera el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba delante de nuestro Dios día y noche. Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte (Apocalipsis 12:10-11).

7 – LA EDUCACIÓN DE LOS HIJOS

Esperanza para la familiaLos fallos más comunes de los padres en la educación

Permitidme que comparta con vosotros algunos de los errores más comunes que solemos cometer los padres en la educación de nuestros hijos y algunas sugerencias prácticas.

1.- La figura del padre ausente.

Y no solo porque esté fuera del domicilio familiar la mayor parte del tiempo por su trabajo, sino porque cuando está dentro elude su responsabilidad y la abandona en manos de su mujer. Muchos cumplen el rol de «colegas» de sus hijos, de personaje amable y permisivo como signo de modernidad. La madre por el contrario asume el patrón de histérica, que grita todo el día, persigue a los chicos por cualquier cosa y no les deja tranquilos ni un momento. Claro que también puede ser exactamente a la inversa.

El padre, cabeza del hogar según el patrón que vimos en un capítulo anterior, debe ponerse al frente y no en la retaguardia, escondido detrás de las faldas de su mujer, que muy a menudo manifiesta una mayor abnegación y sentido de la responsabilidad. Este desorden lo ven los chicos que pronto toman buena nota y saben que en la casa no hay autoridad paternal, sino un pusilánime que ha perdido el respeto de su mujer y sus hijos por abandonar su puesto de atalaya y guía. Es la figura del padre pasivo. Al otro lado tenemos el extremo opuesto, el modelo de padre autoritario que manda y ordena, da voces, se enfada por casi todo y mantiene a toda la familia en un estado continuo de tensión cuando está presente, y que conserva el orden por el temor que emana de su presencia pero no por ser un modelo de equilibrio y estabilidad para el hogar. Los padres debemos trabajar en equipo, complementándonos y suplir las carencias de cada uno, pero debemos entender que la primera responsabilidad del bienestar familiar recae sobre el padre. Cuando este falla por ausencia, pasividad o autoritarismo, la casa sufrirá el desorden de su propia negligencia. En muchos casos estas actitudes obligarán a la mujer a una sobrecarga de sus funciones que también serán nocivas para la estabilidad familiar.

2.- Orden y disciplina de horarios desde la cuna.

Los niños necesitan conocer los límites que deben poner sus padres en muchos ámbitos de su vida. Son muchos los casos de padres que se ven impotentes para establecer el tiempo cuando sus hijos deben ir a dormir. Esta disciplina esencial comienza en la cuna. Cuando son bebés a veces se les cambia el sueño, duermen por el día y no dejan dormir a los padres por la noche. Tuvimos este caso con nuestro segundo hijo. Se quedaba dormido en el carrito, por la tarde, cuando salíamos a pasear y después por la noche le costaba conciliar el sueño. Cuando nos dimos cuenta actuamos en consecuencia para impedir que durmiera a las siete de la tarde. No es fácil a veces, pero es un desafío que hay que encarar sin demora. Otras veces el niño solo se duerme si está en la cama de sus padres, un desorden que no debemos permitir ni un solo día. He conocido algunos casos realmente llamativos. Un compañero de trabajo me contó que uno de sus hijos solo se quedaba dormido cuando le echaba de la cama para quedarse agarrado al pecho de su madre. El padre, un hombretón de casi dos metros de altura, tenía que irse a dormir al sofá del comedor (levantándose a las cinco de la mañana para ir a trabajar) porque el chiquitín de su hijo ocupaba su lugar en el lecho. Debemos poner límites a nuestros hijos y no someternos a caprichos indeseables. Cuando comienzan a ir al colegio también debemos establecer el momento apropiado para que vayan a dormir. Es penoso asistir a las reuniones de padres, al inicio del curso escolar, y que sean los maestros quienes tengan que instruir a los progenitores en algo tan elemental como que envíen a sus hijos a dormir pronto, sin ver la televisión hasta la madrugada, porque al día siguiente no podrán levantarse en condiciones para asimilar los contenidos de la clase.

3.- No controlar la ociosidad.

El tiempo de ocio es necesario y útil, pero si no lo regulamos adecuadamente se puede convertir en ociosidad, y llevar a nuestros hijos a una dinámica destructiva en la formación de su carácter. Debemos poner límites al tiempo de juego, a los momentos para ver la televisión y estar en internet, jugar a la consola, las redes sociales, etcétera. Durante el curso escolar la prioridad debe ser la tarea o deberes del colegio, y en el tiempo de verano, el larguísimo verano que tenemos los padres cada año, debemos mantenerles un horario que conjugue las vacaciones con la responsabilidad, sin parar su preparación. Cada año, cuando llega el tiempo veraniego y mis hijos han acabado el curso, tenemos una reunión de planificación, lo primero que les digo es que “cada cosa tiene su tiempo debajo del sol”. Lo segundo es hacer un horario flexible para compatibilizar descanso, playa, cine, lectura, actividades con amigos y tareas escolares continuadas, aunque hayan aprobado todo el curso (en mis hijos eso ha ocurrido hasta ahora todos los veranos). Hay que compaginar firmeza y flexibilidad de horarios. Pero nunca dejar que el tiempo se ocupe por sí mismo de las actividades, hay que organizarlas, ponerse de acuerdo, trazar un plan. Esto les da a los chicos seguridad y saber estar en cada momento, disfrutando lo que toca en cada ocasión. Luego hay que supervisar para que el plan se vaya cumpliendo adecuadamente, no dejarlo sin más porque la inconstancia y el reclamo fácil que continuamente acecha a nuestros hijos les llevarán a descolocar las prioridades y perderse en el desorden que conduce al caos. Como se dice ahora, hay que consensuarlo, claro, hacerlo dinámico, creativo, pero hacerlo.

4.- Cuando se presenta un desafío resolverlo sin demora.

La naturaleza del hombre presenta desafíos a la autoridad en cada etapa de la vida. Dependiendo de la edad de nuestros hijos esas manifestaciones serán de una forma u otra, pero siempre habrá un intento de socavar y poner a prueba la firmeza de nuestras decisiones. Por ello es imprescindible que cuando se presenten, y siempre lo hacen, nos paremos frente a nuestros hijos y les hablemos claro. Si dejamos pasar manifestaciones de rebeldía, malos modos, actitudes irrespetuosas o incluso hostiles, siempre será en perjuicio del bienestar futuro y la armonía familiar. Es inevitable que surjan desacuerdos entre padres e hijos, mas a ciertas edades (aunque ahora los desafíos a la autoridad paterna y materna se presentan demasiado pronto y con actitudes insolentes e insoportables), pero si no corregimos a tiempo esos desajustes y nos dejamos llevar solo por la idea de hablar y hablar y volver a hablar, dedicando demasiado tiempo a una infinidad de explicaciones  que nunca comprenderán porque está en la esencia que nos separa, (hay cosas que un hijo o una hija no comprende aunque estés un día entero dando explicaciones, lo comprenderán más adelante), nunca sabrán que hay un rol distinto entre padres e hijos. No hablo de autoritarismo, cerrando toda discusión con «aquí se hace lo que mando yo», no es eso, hay que explicar, persuadir y convencer, pero si no se llega a un acuerdo, debe prevalecer el principio de autoridad en amor. Nunca debemos demorarnos en resolver los desafíos porque no se disuelven solos, se acumulan. Fallar en esto por cobardía, comodidad o permisividad nos puede llevar a sorpresas desagradables y la incomprensión de no saber cómo se han gestado, aunque seamos actores pasivos de ellas.

5.- No estar al lado de nuestros hijos en los momentos malos.

Uno de los privilegios de los padres es poder ayudar a sus hijos. Nos encanta poder echarles una mano cuando lo necesitan, pero no siempre sabemos leer los momentos cuando lo están pasando mal. O estamos demasiado ocupados para oírles. Hay los que vienen pronto a pedir ayuda, pero otros no lo harán antes de que percibamos que algo no va bien. Debemos saber escucharlos. Leer sus emociones. Dar la cara por ellos cuando nos lo piden y supervisar en la distancia los amigos con los que se juntan. Cuando mis hijos llegan a casa suelo mirarlos a la cara para detectar su estado de ánimo. Cuando no estoy es mi mujer la que me informa de alguna novedad relevante. No siempre se puede actuar de inmediato, en ocasiones no están dispuestos a abrir su corazón voluntariamente, pero cuando una actitud inapropiada se mantiene en el tiempo hay que buscar el momento propicio para saber qué está pasando.

6.- No cumplir la palabra dada.

Debemos ser  muy cuidadosos a la hora de hablar sin ton ni son, sin saber lo que decimos y prometemos, porque nuestros hijos llevan el registro de nuestras palabras al día y nos recordarán nuestros incumplimientos. Hasta en las cosas más simples debemos cumplir con lo dicho. Y cuando no lo hagamos o no podamos por cualquier motivo, disculparnos y explicar convincentemente nuestra negligencia. Suelo asegurarme el dejar la puerta abierta a ciertos cambios antes de comprometerme firmemente a hacer algo con ellos. Si sé que puede haber modificaciones, dependiendo de las circunstancias movibles, se lo hago saber para que no fijen una idea definitiva en sus mentes a la hora de planificar alguna actividad. Cuando lo que hemos anunciado es un castigo debe aplicarse el mismo principio. No debemos caer en el error de amenazar con medidas restrictivas para luego incumplirlas. A menudo lo hacemos sin pensar, como reacción a una provocación, es un error. Si anunciamos una palabra de corrección como resultado de una indisciplina debemos cumplirla, de lo contrario nuestra autoridad será menoscabada y no producirá los efectos deseados.

7.- No exteriorizar el cariño.

La Biblia nos habla de un tiempo cuando los hombres perderán el afecto natural (2 Timoteo 3:3). Nuestra sociedad puede expresar, en algunos casos, mas afecto a los animales que conviven en la casa que a los propios hijos. Es una muestra de la pérdida del afecto natural. Los padres deben expresar primero el cariño entre ellos, con naturalidad, sin excesos, pero de manera evidente. Abrazar a nuestros hijos y manifestarles cariño y afecto les evitará tener una carencia que buscarán llenarla de otra forma y en otros lugares.

8.- Reuniones familiares.

Necesitamos reunirnos como familia para orar juntos por los desafíos que se presentan en las diversas etapas de la vida y su desarrollo. Exponer la palabra de Dios. Situar los tiempos y etapas de cada momento. Estos momentos deben ser abiertos, donde podemos exponer las necesidades de cada uno, enfatizar la unidad familiar en medio de las pruebas, tener una panorámica global de la situación que se vive en cada período en las diversas áreas. Hacer partícipes a nuestros hijos de los desafíos que se enfrentan, adecuando la información al nivel de comprensión y madurez de cada uno de ellos. Hablar abiertamente de los defectos y las virtudes de cada uno. Corregir lo deficiente. En definitiva, mantener la esfera espiritual dentro del círculo familiar y no como una actividad centrada en la iglesia y sus actividades, aunque no las excluye. El padre debe ser el promotor y guiador de estas reuniones ayudado por su mujer, y los hijos en función de los dones de cada uno. De esta forma también les enseñaremos, mediante el ejemplo, las disciplinas espirituales como la lectura continuada de la Biblia, la oración, el perdón, ser parte de la congregación local, etcétera.

9.- Recompensas.

Establecer un sistema de recompensas para el trabajo bien hecho. Valorar sus logros. Hay que adaptarlas a la edad de nuestros hijos. No es necesario que sean caras económicamente. Tampoco debemos exagerar. Hay cosas que deben ser hechas sin más, con la recompensa de nuestra gratitud. Pero cuando ponemos metas y objetivos como aprobar el curso con buena nota se puede poner delante una recompensa que estimule la motivación.

10.- Tareas domésticas.

No debemos hacer el trabajo que pueden y deben hacer ellos. Necesitan aprender a colaborar en las tareas domésticas como una dinámica cotidiana y normal de la rutina diaria. Deben hacer su cama cuando ya tienen edad para que la hagan ellos mismos. Repartir tareas a cada uno como limpiar su habitación, poner y recoger la mesa, fregar los platos, etcétera. No debemos malcriarlos haciendo nosotros su trabajo, pensando que así estarán más contentos; criaremos vagos, irresponsables y adquirirán una conciencia engañosa de que sean otros los que hacen su trabajo, esto no les ayudará en el futuro laboral ni cuando formen una familia nueva. Madres que-lo-hacen-todo no quieren más a sus hijos, al contrario, transmiten un mensaje engañoso que les conduce a la pereza.

11.- Aceptar, reconocer y canalizar las diferencias entre los hijos y amigos de su misma edad. 

Este es un asunto de máxima importancia y en el que solemos cometer errores de bulto. Cualquier padre o madre con varios hijos sabe que estos pueden llegar a ser muy diferentes unos de otros, aunque han nacido en la misma casa y crecen bajo los mismos parámetros de educación.  Debemos aceptar a cada uno con sus diferencias de carácter, no compararles con otros hermanos o amigos, sino aceptar su singularidad. Eso no excluye corregir lo deficiente, pero nunca para que acepten un modelo  ajeno a su personalidad y que se impone por comparación como la solución perfecta a dificultades complejas. Tampoco debemos justificar defectos de carácter con máximas como las de «yo soy así». El evangelio produce cambios y transformaciones progresivas que afectarán a nuestro carácter aunque permanezcan las bases esenciales de cada uno de nosotros.

12.- Unidad en los padres a la hora de corregir.

Otro error común, y en el que a veces es difícil ponerse de acuerdo entre los progenitores, es tener modelos distintos en la educación.  En este caso debemos mantener una comunicación anterior entre los cónyuges para preservar la unidad de criterio cuando vamos a educar y corregir a nuestros hijos. Llevarnos la contraria delante de ellos producirá confusión y división; los chicos se cobijarán al árbol que más sombra les dé. Cuando haya que aplicar castigos deben ser útiles y proporcionados. Cumplirlos con responsabilidad. Sin violencia física o degradante. Corregir no es violencia. Dios al que ama disciplina y lo trata como hijo. El que evita la disciplina a su hijo aborrece. Es necesario el dominio propio y la cordura en su aplicación. Algunos ejemplos pueden ser: quitar temporalmente la paga, la play, el ordenador, juegos, televisión, móviles. Debe haber restitución como resultado de aceptar la corrección. Si el castigo es por haber roto algo que pague de su dinero los desperfectos, al menos una parte. Si el caso ha sido por tirar cosas al suelo, que las recoja además de recibir la sanción  anunciada.

13.- Ojo a la doblez, el doble ánimo, la doble alma: una cara dentro de la casa y otra fuera.

Los chicos se dan cuenta de la hipocresía y toman nota.  Jesús nos enseñó a guardarnos de la levadura de los fariseos que es la hipocresía (Lucas 12:1). Si hay un lugar donde no podemos mantener mucho tiempo la falsedad y donde somos expuestos abiertamente a la realidad de lo que somos y no somos es en el ámbito familiar. Esto mismo vale también para los hijos.

14.- Reconocer los fallos cuando los hallamos cometido. Pedir perdón.

Caer en el error de transmitir una imagen de perfección es tan irreal que debemos ser capaces de reconocer nuestros fallos cuando los cometemos, incluso si nuestros hijos son pequeños. Mantener el hábito de pedir perdón, sin caer en la religiosidad cursi, transmitirá una imagen de los padres de vulnerabilidad y necesidad por la que juntos podemos orar y apoyarnos, cubriendo los defectos y valorando las virtudes.

15.- No permitir las faltas de respeto a la madre, ni al padre y entre los hermanos.

En esto debemos ser firmes. Podemos ver que la autoridad, aunque recae en primer lugar sobre el padre, hay una autoridad familiar que podemos ejercer juntos, dependiendo de los casos, y manifestarla en libertad y misericordia.

6 – LA EDUCACIÓN DE LOS HIJOS

Esperanza para la familiaLa trascendencia de las palabras.

«La muerte y la vida están en poder de la lengua» (18:21). Toda la Biblia nos muestra la trascendencia que tienen las palabras. Dios creó el mundo por la palabra. Somos salvos por la confesión de nuestra boca y la fe del corazón. La lengua es un mundo de maldad que inflama la rueda de la creación, y es inflamada por el mismo infierno. Hay palabras como golpes de espada. Pero también nuestras palabras pueden ser medicina y salud. Todos pecamos de palabra. Por una misma fuente bendecimos a Dios y maldecimos a los hombres que están hechos a su semejanza.

Las palabras de los padres pueden bendecir a los hijos o maldecirlos. Podemos bien-decir o mal-decir. Una mala palabra escuchada repetidamente acaba formando fortalezas en la mente que dirigirá nuestras vidas en derrota.

Nuestras palabras forman imágenes y construyen el pensamiento. “Pues como piensa dentro de sí [considera en su alma, nota en LBLA], así es” (Proverbios 23:7). A menudo usamos palabras fabricadas que repetimos a nuestros hijos de manera mecánica sin darnos cuenta del daño que producen. Por ejemplo: “este niño es muy malo”. Esta expresión le afirmará más aún en la maldad. El niño acabará respondiendo a lo que se dice de él. “Eres un inútil y lo serás toda la vida”. Esto es como una profecía que pesará como una losa en su alma.

Un error muy común es la comparación con otros. “Que tonto eres hijo, mira a fulano que listo es”. Esto provocará la rivalidad, la envidia y el odio hacia sí mismo, hacia el padre y la persona con quién se le compara. Las comparaciones deforman la identidad personal. Somos personas individuales, únicas e irrepetibles, no soldaditos de plomo.

¿Qué debemos hablar a nuestros hijos? En primer lugar la verdad; la verdad acerca de sí mismo, lo que es y lo que no es. No debemos usar la amenaza, sino la persuasión. Debemos mantener la palabra dada. Cumplir las promesas por pequeñas que sean. Debemos hablar la verdad de Dios sobre sus vidas según Su palabra. Debemos valorarlos como parte del Reino de Dios, son  imagen de Dios. Necesitamos transmitirles la revelación de Dios en cuánto al propósito de sus vidas, al menos hasta donde podemos comprenderlo y orar juntos para que Dios guie sus caminos.

La educación requiere determinación para llevarla a cabo. Precisa que los padres estén de acuerdo y no se contradigan delante de los hijos. Necesitamos actuar con valentía, al margen de nuestros sentimientos paternales, para encarar la desobediencia y rebelión de nuestros hijos. Debemos saber que han nacido con una naturaleza de pecado. Que viven en un mundo caído bajo la influencia de los poderes de las tinieblas y que la sociedad está orientada hacia la rebelión contra Dios y los principios de Su Reino. Debemos corregir con amor y firmeza, y presentarles el poder del evangelio para que ellos mismos sean transformados a la semejanza de Cristo.

Como padres necesitamos la gracia de Dios para recibir los recursos sobrenaturales y ser modelos ante nuestros hijos, según la voluntad de Dios. Eso requiere nuestra transformación continua y la de ellos a Su semejanza. Si aprenden a obedecer a sus padres tendrán más fácil obedecer al Padre de los espíritus. El hogar es el taller de formación.

No debemos permitir que el diablo nos robe nuestros hijos. Dios nos ha dado armas para esta batalla. Debemos orar, cubrir con la sangre de Jesús sus vidas para que sean guardados del mal. La educación no es un asunto de «suerte», si nos salen bien los hijos o malos. Debemos dirigir la vida de  nuestros hijos en el camino de la verdad hasta que ellos mismos tomen sus propias decisiones. Enseñarles a vivir en victoria en cada uno de los desafíos que encontrarán en sus vidas.

Nuestros hijos son de Dios y para Dios (Romanos 11:36) (Salmos 139:13-16). Han sido llamados para servir a la justicia, no al príncipe de este siglo. Son escogidos en el vientre de la madre con un propósito eterno. Han sido santificados por la fe de sus padres (1 Corintios 7:14). Los padres somos mayordomos de Dios en relación a nuestros hijos. Somos los responsables de su integración en el Plan de Dios. Nuestra misión es cuidarlos, instruirlos y guiarlos en el camino de la verdad. Se requiere de los administradores o mayordomos que sean hallados fieles (1 Corintios 4:1,2) (Lucas 16:10).

Uno de los mayores enemigos de nuestra misión es la ausencia del padre en la casa. Un exceso de ocupaciones no es justificación para evitar nuestra responsabilidad. No podemos eludir la responsabilidad más importante de nuestras vidas. Recuerda, Dios dijo de Abraham: “Porque yo sé que mandará a sus hijos después de sí, que guarden el camino del Señor, haciendo justicia y juicio…” (Génesis 18:19). Como padres debemos oír las instrucciones de Dios y depender de Él para llevarlas a cabo con nuestros hijos.

5 – LA EDUCACIÓN DE LOS HIJOS

Esperanza para la familiaDisciplina sobre la base del amor, no el temor o la represión.

Dios nos ama y nos disciplina. Está perfectamente expresado en Hebreos 12:5-8.”Y habéis ya olvidado la exhortación que como a hijos se os dirige, diciendo: Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor, ni desmayes cuando eres reprendido por él; porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo. Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina? Pero si se os deja sin disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos, y no hijos”. Es el modelo a seguir.

Dios es también amor, justicia, y santidad. Si el amor no está presente en la aplicación de la disciplina no producirá los resultados que se esperan, sino una provocación a la ira, el endurecimiento del corazón y por fin al alejamiento de la vida familiar. “La fe obra por el amor” (Gálatas 5:6). “Padres, no exasperéis a vuestros hijos, para que no se desalienten” (Colosenses 3:21).

El amor no es un concepto religioso, poético, humanista, ni tampoco un romanticismo de película americana. El amor es Dios mismo. Y ese amor lo ha derramado en los corazones de sus hijos (Romanos 5:5) para que sea su forma de vivir; donde Cristo, a través de Su Espíritu y la verdad de Su palabra, pueda actuar libremente en el gobierno del hogar.

El amor es la manifestación de Dios en nosotros cuando vivimos en el Espíritu, como padres y como hijos. Para entender bien el amor y no ser engañados por los esquemas de este mundo, miremos a Jesús. Para saber lo que es y lo que no es el amor, miremos a Jesús. Jesús es el amor de Dios manifestado en carne y viviendo como hombre en medio de las grandes contradicciones de la vida.

Para disciplinar correctamente se necesita fe y valentía, sabiduría y firmeza. Fe para depender de Dios y obedecer Su palabra. Valentía para hacer los cambios y ajustes necesarios con determinación en la estructura familiar. Sabiduría para separar el pecado de la persona. Y firmeza para no confundir los sentimientos paternales con la verdad que hará libres a nuestros hijos.

4 – LA EDUCACIÓN DE LOS HIJOS

Esperanza para la familiaLa educación en Proverbios: determinación para corregir 

Nuestra base de enseñanza y fuente de sabiduría la tenemos en las Sagradas Escrituras. Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto maduro, apto], enteramente preparado para toda buena obra (2 Timoteo 3:16,17). El mismo apóstol Pablo nos dice en Colosenses 2:8 Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo.

Y es que siempre que abordamos el tema de la educación necesariamente chocamos con los planteamientos humanistas de una sociedad postmoderna, que ha escogido un modelo contrario a la verdad revelada, que la resiste, la combate y denigra con todos los medios a su alcance, para que nuestros hijos sean alejados de la influencia de sus padres, y el Estado controle su educación para poder moldear un país ideológicamente. Esta batalla la estamos librando continuamente y no debemos ignorarla.

La cosmovisión del mundo que se enseña en los colegios es básicamente un producto humanista, tiene al ser humano como eje de todas las cosas. Predomina la filosofía materialista que pone su acento solo en lo físico y una vida terrenal, sin conexión con lo trascedente y eterno. Por ello, al entrar en el Libro de Proverbios debemos saber que los principios del Reino de Dios están en oposición a los reinos de este mundo.

El propósito de los Proverbios (1:1-7). Para aprender, discernir, recibir instrucción [disciplina]; para dar a los simples prudencia, a los jóvenes conocimiento y discreción. El sabio oirá y crecerá en conocimiento. El inteligente adquirirá habilidad.

«Corrige a tu hijo mientras hay esperanza, pero no desee tu alma causarle la muerte» (19:18 LBLA). Castiga a tu hijo en tanto que hay esperanza; más no se apresure tu alma para destruirlo”(RV60).  Hay un tiempo para cada cosa, también hay un tiempo para la corrección de nuestros hijos, si pasamos ese tiempo puede que lleguemos tarde y perdamos la ocasión de la instrucción. Los expertos en educación dicen, de manera unánime, que los siete primeros años son el momento de poner las bases de la educación futura. Lo que no hacemos en ese tiempo es mucho más difícil hacerlo después. Sin embargo, la mayoría de padres caen en el error de pensar que corregir a sus hijos comienza cuando tienen uso de razón. Aplazan la disciplina para cuando ya es muy difícil encauzarlos. Por otro lado, se dice en este pasaje que la disciplina no es para destruir al niño. «Muerto el perro, se acabó la rabia», dice el dicho popular. No. Debemos ser diligentes en el tiempo de la corrección, y hacerlo de tal manera que no destruyamos al niño. El apóstol Pablo lo dijo con estas palabras: Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor (Efesios 6:4).

«Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él» (22:6). Aquí tenemos un imperativo: ¡instruye! ¿Quién debe hacerlo? El padre y la madre. Como padres debemos obedecer esta instrucción. Se nos llama a la acción, no a la pasividad. ¿Qué camino es este? Para nosotros es el camino de la voluntad de Dios, el evangelio de Jesús. No de hacerlos esclavos de una religión, sino de un camino. Jesús es el camino, la verdad y la vida, por tanto debemos enseñar el camino de Jesús a nuestros hijos. Y eso, desde que son niños. ¿Dónde hay que enseñarlo? En el hogar, en la vida familiar (Deuteronomio 6:4-9).

Piensa que en las Escrituras la responsabilidad de enseñar el camino de la vida recae sobre los padres, no sobre las iglesias, escuelas dominicales (gracias a Dios por los que hacen un buen trabajo en estos lugares), pero primeramente son los padres los responsables de esta tarea. Recuerda las ocasiones cuando se dice a los hombres en el libro de los Hechos: Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo, tú y toda tu casa (Hechos 16:15, 31). Mira lo que dijo Dios de Abraham: Porque yo sé que mandará a sus hijos y a su casa después de sí, que guarden el camino del Señor, haciendo justicia y juicio, para que haga venir el Señor sobre Abraham lo que ha hablado acerca de él (Génesis  18:19). ¿Cómo lo vamos a hacer? Enseñando las Escrituras a nuestros hijos (2 Timoteo 3:15); orando juntos como familia; adorando juntos en el hogar; enseñar a obedecer en cada área de la vida y mostrando un modelo de vida de fe a seguir como padres. Sin hipocresía. Sin doblez.

El padre debe ser el sacerdote familiar, el pastor de la casa y apoyado por su mujer. En una misma familia puede haber distintos dones entre los cónyuges que harán dinámica esta misión vital para la fortaleza de la familia. En el caso de John Wesley fue la madre, Susana, quién mantenía las disciplinas en el hogar; y muchas madres han sido los vasos que Dios ha usado para bendecir la vida de sus hijos y familias con mayor potencial que el que podría desarrollar el padre de la casa. Otro ejemplo lo tenemos en Mónica, la madre de Agustín de Hipona, uno de los llamados padres de la iglesia, que fue clave en la conversión de su hijo mediante sus oraciones incesantes.

El humanismo dice que: «hay que dejar a cada hijo escoger el camino que mejor le parezca, los padres no deben influir en sus decisiones». Qué gran mentira. Lo que los padres viven, hacen, enseñan, valoran o no, es lo que tendrán en cuenta los hijos a la hora de tomar decisiones, aunque no cabe duda que llegará el momento cuando muchas decisiones las tomarán por sí mismos. Los padres deben enseñar a los hijos, no los hijos a los padres. Los hijos deben obedecer a los padres, no los padres a los hijos.

«La necedad está ligada en el corazón del muchacho; mas la vara de la corrección la alejará de él» (22:15). Al leer este texto algunos pueden exclamar hoy, como antaño por otro motivo: dura es esta palabra; ¿quién la puede oír? (Juan 6:60). Antes de nada recordemos que lo que acabamos de leer es un texto de las Escrituras. La necedad está ligada en el corazón del muchacho. ¡Qué jarro de agua fría para la autoestima modernista!

Hoy se enseña que los niños son un encanto, no tienen maldad, son muy listos, nacen con los ojos abiertos y espabilados como nunca. ¿Pero acabamos de leer que la necedad es una de sus características predominantes? Que ser necios forma parte de su ser más profundo; la necedad está ligada en lo hondo del ser y necesita ser desarraigada ¿cómo? mediante la corrección. Pero ¿cómo? hoy las leyes prohíben darle ni siquiera un cachete en el trasero. Puede causarle traumas. El niño es muy sensible y podemos marcarle para toda la vida. Sí, hay disciplina que destruye, ya lo hemos dicho antes, pero aquí no se trata de eso; es cuestión de amor, de hacerle sabio, de evitarle que sea repelente, estúpido, mal criado, necio. Porque no hay mayor fealdad que la de un niño consentido y mal criado. Los mayores siempre han dicho que «un azote a tiempo…» No estoy apelando a la violencia doméstica de los padres, de ninguna manera; estoy exponiendo el desorden en el que vivimos.

En España hemos ido de un extremo a otro. De la educación autoritaria y violenta a la permisividad más vergonzosa. Los resultados están a la vista. Hoy son los hijos quienes golpean a los padres. El mundo al revés. Son los educadores y profesores los que tiemblan en muchas aulas, mientras los chicos se enseñorean y alardean de su desprecio por la autoridad. Y muchos padres están paralizados, atemorizados, sin saber qué hacer con algunos de sus hijos adolescentes.

La disciplina forma el carácter del niño. Le aparta de la necedad, el egoísmo, la estupidez. En Proverbios se nos dice lo que produce la disciplina bien entendida.

  • Es medicina para el malo y purifica el corazón. Los azotes que hieren son medicina para el malo, y el castigo purifica el corazón (20:30).
  • Libra de la muerte. No rehúses corregir al muchacho; porque si lo castigas con vara, no morirá. Lo castigarás con vara, y librarás su alma del Seol (23:13,14).
  • Da sabiduría. La vara y la corrección dan sabiduría; mas el muchacho consentido [«suelto», LBLA] avergonzará a su madre (29:15).
  • Da descanso a los padres y alegría al alma. Corrige a tu hijo, y te dará descanso, y dará alegría a tu alma (29:17). Hace que los hijos sean una bendición y no una tortura.

Podemos entender estos textos de forma literal o metafórica, sé que hay opiniones para «todos los gustos», personalmente he aplicado la que he considerado oportuna en cada momento y no quiero decir a nadie como tiene que corregir a sus hijos, por ello no quiero ahondar en el tema, lo dejo sin puntualizar deliberadamente; lo que sí debemos hacer y nunca evitar es la corrección de nuestros hijos, no hacerlo conlleva un precio demasiado elevado; hacerlo indebidamente puede producir los mismos efectos. Si como padres no obedecemos a Dios en Su Palabra, no podremos mostrar a nuestros hijos el camino de la obediencia, estaremos descalificados en esa área. Y como dijo el apóstol en relación a otro tema pero que podemos aplicar a este: Con todo eso, si alguno quiere ser contencioso, nosotros no tenemos tal costumbre… (1 Corintios 11:16).

3 – LA EDUCACIÓN DE LOS HIJOS

Esperanza para la familiaEl pecado de los hijos de Elí

La historia del sacerdocio de Elí y el mal ejemplo de sus hijos está recogida en los primeros capítulos del primer libro de Samuel 2:12-4:22. Sin hacer un estudio exhaustivo, si quiero resaltar varios aspectos de este episodio que me parecen relevantes. Se dice que los hijos de Elí eran impíos, y no tenían conocimiento del Señor (2:12). ¿En qué consistía su pecado? En que siendo los hijos del sumo sacerdote aprovechaban su condición de privilegio para sacar beneficio propio. Se estaban enriqueciendo y lucrando de manera impía, por el mal uso de su posición como hijos del sacerdote Elí, y usando la piedad como fuente de ganancia. Todo ello mostraba su ignorancia en el conocimiento de Dios, vivían sin temor de Dios, y provocaban el menosprecio de los hombres hacia las ofrendas (2:17). Estaban deshonrando a su padre y por supuesto al Dios de Israel ante el pueblo.

Esta actitud fue muy desagradable a los ojos de Dios, que decidió desecharlos del sacerdocio y escoger a Samuel. Además se beneficiaban de su situación ejerciendo dominio sobre las mujeres que acudían al lugar del sacrificio y conseguían favores sexuales acostándose con ellas (2:22). Hacían pecar al pueblo de Dios con su mal ejemplo (2:24). En todo esto ¿cuál fue la actitud que tomó el padre, el sacerdote Elí? Los corrigió levemente, era consciente de su mal ejemplo y las consecuencias nefastas que acarrearían sobre ellos mismos y el pueblo del Señor. Pero no fue lo suficientemente firme para poner fin al pecado de sus hijos, por ello Dios le reprendió.

Es muy importante entender que Dios pidió responsabilidad al padre del comportamiento de los hijos. No fue suficiente saber que eran mayores de edad. Elí tenía la obligación de corregir lo deficiente en sus hijos y mantener el sacerdocio limpio de iniquidad. La palabra del Señor llegó a través de un varón de Dios para reprender al padre (2:27-36). Le dijo: “has honrado a tus hijos más que a mí… yo honraré a los que me honran, y los que me desprecian serán tenidos en poco… me suscitaré un sacerdote fiel, que haga conforme a mi corazón y a mi alma…” (2:29, 30,35). Más adelante el Señor habló al joven Samuel sobre su decisión en cuanto a la familia de Elí. Lo que me parece más relevante para nuestro tema fueron estas palabras: “Y le mostraré que yo juzgaré su casa para siempre, por la iniquidad que él sabe; porque sus hijos han blasfemado a Dios, y él no los ha estorbado” (3:13). La ligera corrección de Elí a sus hijos no fue suficiente para Dios, especialmente porque su conducta no cambió, y Elí permitió que se mantuviera la iniquidad.

A veces los padres nos excusamos con el argumento de que ya le hemos dicho a nuestros hijos que no hagan lo que sabemos está mal; pero no es suficiente decirlo, la corrección tiene que alcanzar a un cambio de actitud. A menudo decimos a nuestros hijos cuando son pequeños que dejen de hacer alguna cosa, pero lo hacemos de tal forma, sin convicción, que ellos mismos captan nuestra falta de firmeza y no tienen suficiente fortaleza para mover su voluntad. Podemos acostumbrarnos a repetirles palabras sin que supervisemos su obediencia, que acabamos creyendo que por haberlo dicho es suficiente y nuestras conciencias se calman. Pero eso no es bastante, hay que esperar que  nuestras palabras tengan consecuencias y sean obedecidas, de lo contrario estamos hablando al aire y enviamos un mensaje a nuestros hijos qué hablamos por hablar, echamos la bronca y ya está. Con ello adquieren la costumbre de esperar a que sus padres olviden el asunto para seguir haciendo lo mismo.

Este engaño también opera en nosotros mismos como padres, nos hace creer que estamos haciendo lo que debemos pero no recibimos ningún resultado. En el caso de los hijos de Elí las consecuencias fueron funestas y dramáticas. “Israel fue vencido delante de los filisteos… el arca de Dios fue tomada…” (4:2, 10, 11). Elí y sus hijos murieron el mismo día. La mujer de uno de los hijos, Finees, que estaba encinta, al oír lo que había pasado con el arca y que su esposo y suegro habían muerto, se puso de parto, dio a luz un hijo pero ella  misma perdió la vida. Su hijo fue llamado Icabod, sin gloria (4:18-22). Todos estos acontecimientos tuvieron su origen en la pasividad e indolencia de un padre por no corregir lo suficiente a sus hijos. Por tanto el tema de la educación  de nuestros hijos es algo serio.

Familias rotas¿Cuántas familias están rotas hoy porque sus hijos no han sido estorbados por sus padres en el momento oportuno? Han sido flojos, indiferentes o permisivos en la educación; los han dejado en manos de la televisión, los colegios, los amigos, y cuando han reaccionado los chicos estaban metidos en la droga, en el alcohol, en una vida sexual promiscua y los padres sin saberlo. Despertar de este sueño es algo terrible. Claro que en ocasiones hacemos todo lo posible por proteger a  nuestros hijos y ejercemos un control tan hechicero que provocamos el efecto contrario: se sienten tan oprimidos que están deseando alejarse de nuestro control y desenfrenarse como efecto pendular a nuestra represión contraproducente.

Todos los extremos son perjudiciales. No es fácil encontrar el camino equilibrado en esta responsabilidad, pero nunca debemos soltar a  nuestros hijos de tal manera que queden a merced de las corrientes del siglo. Debemos estar cerca sin agobios; supervisarles y atender a las señales de sus estados de ánimo; sin oprimirles ni mantener una actitud de desconfianza continua. Y cuando sabemos que es la hora de pararles frente a nosotros y confrontarles con sus errores, hacerlo con la firmeza y ternura necesarias hasta conseguir los resultados deseables.

En estos tiempos no podemos estar ausentes, ni ser pasivos, ni flojos, ni cobardes, especialmente si es el tiempo de la adolescencia. Necesitarán nuestro apoyo, que les oigamos, que sientan que estamos con ellos y que les amamos a pesar de las restricciones que debamos aplicar. Nunca son medidas populares en sus orígenes, pero a la larga darán fruto de justicia. “Ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados” (Hebreos 12:11).

Muchos padres quieren caer bien a sus hijos en la adolescencia, ser sus colegas, comprender todos sus excesos y permitir todo aquello que reclaman los chicos como si en ello les fuera la vida. Pero debemos mostrar madurez para soportar la impopularidad e incomprensión momentánea. Aplicar disciplina es tan costoso o más que recibirla. Si podemos evitar su aplicación escapáremos de ella como de la lepra. No queremos entrar en discusiones continuas con nuestros hijos; nos cansamos nosotros antes de corregir que ellos de aceptar la corrección. Si enviamos este mensaje un par de veces, nuestros hijos, que suelen ser muy espabilados en esto, sabrán que con un poco de resistencia y malos humos conseguirán imponer su voluntad; harán rodeos, si es necesario, acudiendo a la comprensión de la madre para romper la resistencia del padre o viceversa.

Llegados a este punto me gustaría compartir con vosotros una carta que recibí de mi hijo mayor cuando tenía 13 años. Para comprender el contexto de la situación diré que la noche anterior fue uno de esos momentos cuando confronté a mi hijo con sus errores. Yo le había notado que algo no andaba bien. Su actitud no era la misma de meses anteriores, las notas de la pre-evaluación fueron  peores que nunca, así que busqué un momento adecuado para frenar aquella situación, y lo hice con toda la firmeza y convicción que me había invadido viendo su deterioro. No estaba dispuesto a que las cosas siguieran así, quise saber lo que pasaba y pedí un cambio radical «ya mismo». Bien, después de «una gran bronca», afligidos y con lágrimas en los ojos nos fuimos a la cama todos. Mi mujer también estaba presente. A la mañana siguiente encontré en mi despacho esta nota de mi hijo:

Carta de MarcosHola papa.

Gracias por la bronca que me has echado porque me ha hecho reflexionar. Le voy a dar las gracias a la «seño» por ponerme en la primera fila, porque me doy cuenta que desde que me cambiaron de sitio tengo mejor actitud y presto mucha más atención.

He empezado el curso mal, pero todavía quedan 3 semanas para que termine el primer trimestre, y ahora sé cómo tengo que comportarme, porque estas semanas que han transcurrido me han hecho pensar de lo mal que voy a diferencia de otros cursos.

Por una parte voy mal porque quiero, pero por otra es por el cambio de curso, porque de ser fáciles los estudios ahora te apretan de golpe y te empiezan a poner a principio de curso 3 o 4 controles por semana de golpe. Por otra parte es por la presión donde voy a  estudiar, porque ahora le ha dado a todo el mundo por fumar tabaco y droga (hasta los niños más pequeños que yo), y a pesar de todo, a no preocuparse y a no hacer nada. Y yo estoy en medio de esas tinieblas y eso también afecta y si no confío en el Señor me puedo perder y entonces es cuando van mal las cosas.

Bueno, pero las notas van a cambiar, comenzaré estas tres semanas que quedan para que termine el trimestre para subir un poco más esas notas, ya que ahora tengo un buen sitio en la clase. Y luego como sé cómo me tengo que comportar intentaré cambiar (con la ayuda de Dios) y a concentrarme en los estudios y sacar el curso adelante.

Bueno, haré todo lo posible por mejorar.

Adiós.

Marcos Zaballos – 2004

Nota: La pre-evaluación del primer trimestre le fue mal, luego aprobó todo, menos matemáticas, y al final aprobó todo el curso de 3º ESO. Hoy ya ha terminado la Licenciatura de Psicología. Actualmente está casado y tiene 27 años.

Todas las cosas tienen su origen. Vamos a pararnos ahora en los consejos que aparecen en el libro de Proverbios para evitar muchos de los errores que cuando nuestros hijos son mayores ya no tienen fácil solución.